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2. El usufructo de tierras y posesión de la cosecha

Economía Política y doméstica dEl tahuantinsuyo | 345

los enclaves ecológicos obtenían productos, principalmente, para que sus curacas tuvieran materiales o bienes que redistribuir.

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Otra cosa digna de notar es que las etnias serranas, por estar consideradas como las dadoras de aguas a los agricultores costeños para irrigar sus tierras secas, como recompensa estos últimos entregaban en usufructo un terreno al curaca de las alturas, una vez al año, con derecho a sembrar lo que apetecían; por ejemplo, ají. Por consiguiente, los habitantes del litoral pagaban o retribuían por el consumo del agua que bajaba de las cordilleras.36

2. El usufructo de tierras y posesión de la cosecha

Algunos documentos detallan que los repartos de tierras que llevaban a cabo los curacas se efectuaban anualmente; pero otras fuentes aseguran que lo hacían una sola vez y que los hijos las “heredaban” para usufructuarlas. Tales informes constituyen una aparente contradicción. Lo que se conoce es que existían tierras que se asignaban de por vida y otras, cada año o cada cierto número de años. Las primeras correspondían a aquellas, cuyos productos sembrados no consumían los nutrientes del suelo, por ser chacras sometidas a un permanente riego y abono. En cambio, cuando los terrenos se debilitaban, unas veces debido al producto cultivado y otras por no acostumbrar fertilizarlos, era necesario dejarlos en descanso y reemplazarlos por otros ubicados en distintos lugares. Esto sucedía, en lo medular, con las papacanchas. Además, se debe tener en cuenta que los terrenos adjudicados para levantar las casas y corrales eran de por vida; y, por lo común, “heredados” y ocupados por los descendientes.

De ahí que cuando se dice que una persona solo recibía un tupo (lote) haya que explicarlo, porque en la práctica, en infinidad de casos, no solamente era un tupo sino varios, debido a que el reparto de tierras se efectuaba tomando en consideración los largos intervalos de descanso a los que quedaban sometidas las chacras por su agotamiento, en lo cardinal cuando se trataba de terrenos dedicados al sembrío de tubérculos. En lo que importa, pues, a papacanchas (hijuelas destinadas a la obtención de papas / Solanum tuberesum) fue ineludible asignar de seis a siete tupos en las estepas o punas, en razón a que jamás se sembraba el mencionado tubérculo año tras año en un terral, sino después de cinco años de inacción

36. La Gama 1540: 70-71; AGI, Justicia 458.

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en climas templados, de siete en ecologías frías y de nueve en las punas más bravas. De ahí la necesidad de redistribuir tierras cuando se iniciaba el año agrícola y también la obligación de adjudicar varios tupos a un solo individuo, porque darle apenas uno habría significado dejarlo en la miseria. En el Cusco cada papacancha (tupo de papas) medía 20 varas por lado, o sea, 400 varas cuadradas.37

En la sierra, a diferencia de los pastizales que no eran distribuidos por familias, las tierras de cultivo sí lo eran. Cada miembro del ayllu aceptaba su lote en uno o más puntos; de ahí que cuando el individuo fallecía, sus chacras retornaban al fondo común para dárselas a otro que las necesitara. Las parcelas se entregaban a las parejas que acaban de formalizar sus uniones matrimoniales y configuraban heredades distribuidas en diversos escenarios o nichos ecológicos, de acuerdo a las posesiones territoriales que gozaba el ayllu. Así, la producción agrícola que apetecía el hogar para su abastecimiento quedaba asegurada de por vida.

Consecuentemente, lo que verificaban los curacas era la repartición de los derechos de usufructo de tierras, o en otras palabras, los terrenos en usufructo. Lo que quiere decir que el suelo pertenecía al ayllu, pero lo sembrado y cosechado allí correspondía al beneficiado durante la distribución de chacras. Pero eso sí, las parcelas señaladas al curaca cubrían bastante extensión, lo que a su vez exigía un número crecido de yanas y mitayos para hacerlas producir. Por lo tanto, en los ayllus había personas que, por detentar gran cantidad de chacras, obtenían abundantes cosechas. Esta situación los convertía en individuos opulentos, riqueza necesaria para llevar a cabo prácticas de generosidad, es decir, para la redistribución de bienes que, en el espacio andino, constituía una actividad obligatoria por parte de los grandes señores.

El almacenamiento de la cosecha

De los productos de la chacra familiar, se separaban —calculando muy bien— los porcentajes necesarios para su alimentación hasta la próxima cosecha; también lo que se precisaba para ofrendar a sus divinidades, para regalar, para semillas y para trueque con otros productos, actividad, esta última, que siempre se llevaba a cabo, aun en la situación de tener acceso a lotes emplazados en distintos niveles ecológicos.

37. Munibe 1713.

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