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4. Bolívar prepara el abordaje Cuadro 3. Cronología de algunos eventos importantes en el Perú, España
vado y cortés, recibiendo en uno de los ángulos del salón los saludos y los homenajes; y a Bolívar, más alegre que nunca, danzando con el entusiasmo que por el baile siempre se caracterizó. Hacia la madrugada, San Martín hizo a comunicar a Bolívar su deseo de retirarse y, acompañado por él, salieron discretamente y se dirigieron al muelle donde estaba todo preparado para la partida (…) y San martín subió silenciosamente a la lancha que debía conducirlo al Macedonia. Al amanecer del día 28, el barco levaba anclas rumbo al Perú (…).
Ese día la Declaración de la Independencia del Perú hecha por San Martín en Lima cumplía exactamente un año, el Protector no debió haber festejado la conmemoración del prematuro evento. Liévano termina el capítulo de la Conferencia de Guayaquil exclamando: “¡Había llegado la hora de Colombia!”. El historiador colombiano tenía razón. Lograda la independencia de Ecuador y previsto el retiro de San Martín del gobierno, Bolívar tenía las puertas abiertas para ir al Perú. No importaba si los peruanos lo quisieran o no, el Libertador sabía que no podían lograr la independencia sin su apoyo. A partir de ese momento se dedicó con ahínco a formar un ejército para su campaña y a socavar los gobiernos peruanos que sucedieran a San Martín.
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4.- BOLÍVAR PREPARA EL ABORDAJE.
Después de la conferencia de Guayaquil Bolívar viajó por el sur de Ecuador y con disgusto encontró la buena imagen que el Perú tenía en las poblaciones de Cuenca y Loja, sea porque la mayoría de sus habitantes eran quechua parlantes, o por la proximidad que tenían con los departamentos de Piura y Cajamarca con los que ejercían comercio. Si el temor a ver un Perú fuerte había sido hasta ese momento el resultado de un ejercicio teórico, luego de
este viaje la misión de debilitar al Perú fue tomando fuerza en él hasta llegar a ser una obsesión con rasgos de paranoia: (...) los pueblos del sur de Colombia tienen a su espalda al Perú que los pretende ganar por seducción, si triunfa San Martín, como puede suceder, [y] al ejército real que pretende conquistarlos por la fuer-
za
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Más tarde ni la renuncia de San Martín lo tranquilizó, y escribe a Santander
lo siguiente
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Había pensado ir a Bogotá por ceder a las instancias de usted y porque conocía la razón para ello; pero he cambiado de resolución y ya
no pienso más que en levantar 4,000 hombres para mandarlos o
llevarlos al Perú. Digo llevarlos porque no sé a quién confiárselos
en un país muy difícil y muy enredado, que no tiene qué comer y es carísimo; que no tiene agua y está helado; que no tiene go-
bierno y todos mandan.
41 Después, el 27 de octubre, le escribe desde Cuenca a Rafael Urdaneta, ministro de Guerra de la Gran Colombia:
San Martín se fue para Chile y ha dejado el Perú a todos los horrores de la guerra civil y de la anarquía: yo preferiría que los peruanos se despedazasen vencedores a que sean subyugados por los españoles; porque aquel caso nos haría menos daño que el último.
Es sumamente interesante ver que para Bolívar, tanto un posible triunfo de los peruanos aunque después viniese una guerra civil, como la victoria de las fuerzas del virrey fuesen consideradas perjudiciales. El mal menor para Colombia, según él, sería la victoria de los patriotas, a no ser, como veremos después, que fuese él quien independizase el Perú.
42 En una carta a Santander, fechada el mismo día que la carta a Urdaneta transcrita arriba, el Libertador es más explícito: Se dice que una expedición de 4 o 5,000 hombres marchó por mar a tomar Cuzco por los puertos del Sur. Las tropas de Colombia han
tenido la dicha de quedarse en Lima: todo esto me agrada infini-
to y Vd. sabrá más por el correo que espero mañana. Mientras tanto, yo creo que puedo ir sin peligro a Bogotá, para volver luego a entender los límites con el Perú, que es de mucha trascendencia, por-
que la provincia de Maynas dada por el rey al Perú envuelve por
nuestra espalda todo el Sur de Colombia. También necesitamos de impedir el efecto de la seducción de ese partido federal que, como las sirenas, encanta a los hombres para perderlos. Más en mi tiempo no será así. (…) El Perú con todo lo que nos debe sólo piensa en nuestra ruina. Sus diarios nos consumen; San Martín y otros de sus jefes han ido despedazándome por las cosas de Guayaquil. En fin, todo esto después de haber sido tratados con una generosidad sin límites. ¿Qué será luego que entremos a disputar intereses de todo género?.
Al día siguiente, el 28 de octubre de 1822, le escribe una larga carta a La Mar, que ejercía la presidencia de la Junta Gubernativa nombrada por el Congreso Constituyente. El tenor de la carta, a pesar de las cortesías, tiene un tono autoritario y de padrinazgo que indica la forma arrogante de alguien que se consideraba dueño de la situación. Al comienzo, como si La Mar fuese su subordinado y no el jefe del gobierno de una nación independiente, le increpa por no haber recibido noticias suyas como si fuera esa una obligación. Después le da consejos específicos no solicitados y, finalmente, se ofrece ir al Perú a ayudarlo, como si La Mar, nacido en Cuenca y testigo de
la usurpación de Guayaquil, fuese tan ingenuo que no viera en esa oferta la
invasión colombiana. Algunos párrafos de esa carta
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son los siguientes:
Mi querido Presidente y amigo:
No he recibido carta de VD. con el correo del Perú y escribo a
Vd., sin embargo, para no perder tiempo sobre lo que he podido concebir por las correspondencias, que últimamente he recibido de Lima, venidas por Guayaquil. Estas correspondencias son de nuestros jefes y oficiales colombianos y ninguna ni de Vd. Empezaré por repetir a Vd. que mucho me inquieta la suerte del Perú (…) yo temo malos sucesos quizás alucinado por el inmenso interés que tomo en nuestra causa; y porque se dice que el enemigo es fuerte, hábil y audaz. No me consuela otra idea, sino la de ver a Vd. a la cabeza del gobierno y de nuestro ejército en Lima. Confieso francamente, que tengo gran confianza en Vd. y que creo además que Vd. no necesita consejos míos. Pero me creo autorizado a insinuarle a Vd. mis pensamientos sobre lo que yo haría en el Perú en el caso de Vd. si fuese atacado en Lima con fuerzas superiores por parte del enemigo. (…) sólo me fijaría en anular las operaciones del enemigo, asegurar tanto las nuestras tanto en el Norte como en el Sur y esperar refuerzos de Colombia (…) dejaría en el Callao los víveres posibles y solamente el número de hombres necesarios. Después evacuaría la ciudad, sin oír a nadie y tomaría dirección Norte para atraer al enemigo hacia esa parte y alejarlo cuanto sea posible de Lima (…) porque Vd. no arriesgaba las fuerzas que tiene en Lima y yo le llevaría 6,000 hombres para duplicar a las del enemigo. Vd.
sería, en este caso, el salvador del Perú.
La razón por la que La Mar no había respondido a las cartas de Bolívar tenía gran justificación ya que, aunque contenían frases de protocolo cierta-
44 mente halagadoras, su fondo era amenazador. Así, en la carta de 14 de
octubre de 1822, en la que lo felicita por su nombramiento, Bolívar termina diciéndole:
Mucho siento indicar a Vd. de paso que las imprentas de Lima
no me tratan bien como la decencia parecía exigir. (…) Colombia se ha abstenido de la murmuración porque su gobierno ha influido de modo que ha impedido el uso de un arma que no es dado manejar con acierto y justicia. Yo espero, mi amigo, que Vd. impedirá este
abuso que se está haciendo contra mí, para no verme obligado a mandar órdenes al general Paz del Castillo que me serán des-
agradables.
En otras palabras, Bolívar le dice a La Mar: calle usted a la prensa que me ataca por haberme apoderado de Guayaquil, y si usted no lo hace retiro u ordeno a la división colombiana que complote contra usted. Era tal la ansiedad de Bolívar por apoderarse de las provincias de Jaén y Maynas, ya reclamadas al Perú por su agente Mosquera, que, sin tener en cuenta la precariedad del gobierno de La Mar, amenazado por las fuerzas realistas y sin un apoyo político consolidado en Lima, termina la carta anterior urgiéndole a resolver el problema de las fronteras con Colombia o arriesgarse a una guerra con ese país: (…) Vd. me permitirá que le indique que deseo infinito que el Congreso autorice al poder ejecutivo para que termine el negocio de límites con Colombia; ahora que somos amigos de corazón es bueno señalar nuestras jurisdicciones, a fin de impedir un abuso, una mala inteligencia y quizás una guerra en el futuro. Vd. hará un gran bien al Perú y a Colombia si les da una base de amistad.
Por supuesto que La Mar no se dejó intimidar por esta carta y prefirió en esa oportunidad ignorar la amenaza de guerra que seis años más tarde Bolívar cumplió. Pero a la siguiente carta del Libertador, en la que ofrece “llevarle 6,000 hombres”, La Mar le respondió diciendo que no necesitaba hombres sino fusiles. Además, consideró un acto de indisciplina y hasta traición que la división colombiana al mando de Paz del Castillo, que trajo San Martín de Guayaquil, se negase a participar en la expedición de Intermedios. Esa negativa fue sin duda ordenada por Bolívar, tal como vimos en su carta a Santander: “Las tropas de Colombia han tenido la dicha de quedarse en Lima: todo esto me agrada infinito”.
Paz del Castillo siguió incordiando a la Junta Gubernativa con varios pretextos, especialmente por el asunto de los “reemplazos” que veremos más adelante. Hartos de las continuas reclamaciones de Paz del Castillo, el Perú terminó con devolverlo con sus tropas a Guayaquil en enero de 1823, causando el consiguiente enojo de Bolívar, tal como le cuenta a Santan-
der
45 :
Por fin ha vuelto nuestra división del Perú sana y salva, pero cargada de maldiciones de nuestros enemigos peruanos (…) aquella gente no se entiende ni yo la entiendo. He llegado a pensar que es goda (…) Por estas y otras miserables negativas se ha venido Castillo.
Sería muy arriesgado opinar si el fracaso de la primera expedición a Intermedios se debió a la ausencia de la división colombiana, pero sin duda esta importante aportación debió haber sido echada de menos ya que la superioridad numérica de los patriotas se hubiera incrementado en 30%. La segunda expedición a Intermedios tampoco contó con la colaboración colombiana, a pesar de que las autoridades peruanas contaban con ella. El fracaso de estas expediciones quizá pudieron haber tenido resultados diferentes a los
que el Liberador pronosticara si éste las hubiese apoyado oportunamente y no torpedeado. Conforme pasan los días, la impaciencia del Libertador se hace insoportable, espera que La Mar lo llame y éste no contesta sus cartas o las hace muy protocolarias. El general La Mar me escribe dos bellas cartas, y no respon-
46 de a mis ideas , se queja Bolívar a Santander. A fines de febrero ya tiene las fuerzas casi listas para llevarlas al Perú, pero La Mar sigue sin llamarlo. En una carta
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a Sucre le dice:
Reservado: estoy resuelto a llevar al Perú 6,000 hombres de un porrazo, en lugar de estar haciendo sacrificios parciales e inútiles. Con estos 6,000 hombres se puede hacer mucho; allá hay otros tantos, y yo puedo levantar más con los recursos del país alguna misión del Perú (…) Esto es todo lo que hay por ahora: estoy esperando de una hora a otra en que me llamen.
Días más tarde la impaciencia de Bolívar explota, y en una carta a Santander acusa irresponsablemente a La Mar de ser un traidor españolista, un
“godo”
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Mucho tengo que hablar a Vd. y no sé por dónde empezar. Del Perú nada sé oficialmente, y apenas tengo una idea confusa de su situación actual, que según parece, es la más lamentable. Su gobierno es tan infame que aún no me ha escrito una palabra; sin duda resuelto a hacer una infamia con aquel miserable pueblo. (…) Todo allí es desconcierto, no hay gobierno ni ejército. El presidente La Mar ha sido siempre godo, y los demás jefes del ejército han sido siempre godos, y lo mismo el comandante de la marina del Callao. En estas circunstancias, voy a hacer un extraordinario esfuerzo para meter en Lima 3,000 hombres nuestros a las órdenes del general Valdés. Estas tropas, sin que nadie las haya pedido, van entrar a
allí como puedan, con el fin de impedir la entrega de Lima y el Callao. (…) Yo también he deseado irme en esta primera expedición, y creo que sería utilísimo; pero también creo que si yo no saco la segunda expedición no sale nunca. (…) Esté Vd. cierto que si no vamos ahora al Perú perderemos todo lo que hay allí sin remedio; y
yendo podemos aprovechar todos sus recursos: trescientas leguas
de terreno, 300,000 habitantes [se refiere a la zona independizada, porque el Perú tenía un millón y medio de habitantes] una excelente
plaza de armas como el Callao y los prestigios de una capital
como Lima.
Desde la salida de San Martín en setiembre de 1822 hasta el golpe de estado de Riva-Agüero contra La Mar el 27 de febrero del año siguiente, Bolívar estuvo en continua correspondencia con varios personajes de la oposición al gobierno peruano, incluyendo, como era de esperar, con Riva-Agüero, quien en cartas al Libertador desacredita a la Junta Gubernativa en “térmi-
49 nos dramáticos” cuando era precisamente él y los militares que lo apoyaban las causas principales del fracaso gubernamental. La caída inminente de la Junta Gubernativa presidida por La Mar fue bien recibida por Bolívar: creyó liberarse de la oposición a sus pretensiones territoriales. Así, en la carta
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a Santander del 14 de febrero de 1823 le dice:
(…) yo me persuado que esta indiferencia [de los peruanos] nace del miedo que nos tenían, pensando que los queríamos conquistar por lo que se había visto en Guayaquil. Los peruanos son muy graciosos nos tienen usurpadas dos provincias [se refiere a Jaén y Maynas]; a Buenos Aires cuatro [se refiere a las provincias del Alto Perú] y
disputan a Chile a Chiloé, y después tienen miedo que los con-
quisten, porque siempre el ladrón tiene miedo de la justicia.
Derrocada la Junta Gubernativa presidida por La Mar, Riva-Agüero aceptó la oferta de Bolívar más no lo invitó a venir con las tropas, era lo suficientemente listo para haber obtenido el beneplácito de Bolívar en el golpe de Balconcillo, pero no para tenerlo a su lado. Los 6,000 primeros colombianos llegaron a Lima a fines de abril al mando del general Sucre. Pasada la derrota española en la batalla de Ayacucho, esta fuerza, de “auxilio” primero y de ocupación después, llegó a tener, según Colombia, 13,000 efecti-
vos.
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Recordemos rápidamente los acontecimientos previos a la llegada del Libertador. En junio de 1823, luego de estar en el poder escasamente cuatro meses, el “golpista” Riva-Agüero fue depuesto por el “golpista” Sucre quien, respaldado por sus batallones fieles colombianos, presionó al Congreso para que “exonerase” a Riva-Agüero de la presidencia y lo nombrase a él Jefe Supremo de las fuerzas militares del Perú. Pero Sucre era más que un joven militar de fortuna, era también un político en ciernes que seguía al pie de la letra las instrucciones de Bolívar. Ambos sabían que en poco tiempo su nombramiento podría ser sujeto a críticas en el Congreso. Es así como, sin renunciar a sus poderes, Sucre “delega” estos en Torre Tagle, un limeño aristócrata, débil y manejable. Torre Tagle aceptó de agrado esas atribuciones que no eran otras que ser mensajero de los colombianos.
Mientras tanto el país seguía dividido, tal como Bolívar había anhelado, pues Riva-Agüero no renunció a la presidencia y actuaba como tal desde Trujillo, respaldado por el ejército del Norte y el del Sur. Para dar mayor realce a la figura de Torre Tagle, el Congreso lo nombró presidente el 19 de agosto de 1823, aunque fuese Sucre quien siguiera gobernando interinamente. Esto ocurrió cuando de antemano se sabía que había tenido “éxito” la comisión del Congreso que fue a ver a Bolívar para “invitarle” a venir al Perú, otorgándole todo el poder político y militar se-
52 gún decreto del 19 de junio de 1823 . Así pues, cuando Torre Tagle fue nombrado presidente, Bolívar estaba en camino a Lima. El 1 de setiembre de 1823, once días después del nombramiento de presidente de Torre Tagle, Simón Bolívar llegó a Lima siendo recibido con una febril acogida rayana en la histeria colectiva. Los pueblos oprimidos o desunidos o cobardes o mártires, siempre han esperado un Mesías que los salve; en un menor o mayor grado los limeños reunían todas esas condiciones.