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La invasión occidental y los orígenes del Perú
someterla y asimilarla. Esto explicaría la influencia y el respaldo que logra Atahualpa en ciertas culturas, sobre todo en la Zona Norte del Imperio.
Con esto no queremos decir que Atahualpa era un liberador de los dominados, pero sí expresa la protesta de una cultura sojuzgada. Sobre este último punto, tanto antropólogos, historiadores como sociólogos no han profundizado, por 1o menos hasta hoy. En estos momentos, de guerra civil y de rivalidades culturales, es cuando se inicia la invasión occidental a esta parte del mundo.
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LA INVASIÓN OCCIDENTAL Y LOS ORÍGENES DEL PERÚ
El Perú como formación económico-social cualitativamente distinta a la Cultura Quechua (predominante), que se desarrollaba autónomamente, tiene como origen la invasión occidental a la misma. La invasión occidental trae como consecuencia un lento y limitado proceso de mestizaje del cual nace el Perú. Esta afirmación no debe l1evarnos a confusiones ni a malos entendidos. Otros estudiosos en la materia, años atrás ya puntualizaron sobre lo mismo; por ejemplo, José Carlos Mariátegui, entendiendo el Perú en este sentido, nos planteó lo siguiente: “En Garcilaso se dan la mano dos edades, dos culturas (…) Garcilaso nació del primer abrazo, del primer amplexo fecundo de las dos razas, la conquistadora y la indígena. Es, históricamente, el primer `peruano´ si entendemos la `peruanidad´ como una Formación Social, determinada por la conquista y la colonización española.” (Mariátegui, 1979: 237)
Por su parte, el historiador Pablo Macera, siguiendo en alguna forma la línea de Mariátegui, dijo: "En vez de una sola y unitaria historia del Perú, quizás convenga hablar de las diferentes historias ocurridas en el territorio, que desde hace pocos años -a partir del siglo XVI- se ha empezado a llamar Perú.” (Macera, 1978: 1)
Como hemos visto líneas arriba, hasta antes de la invasión occidental, el Perú no existió, pues lo que realmente existió fue el Tahuantinsuyo, que no era más que un conglomerado de culturas, con el predominio de la Cultura Quechua. Al poner los pies sobre estas tierras los pizarros, los almagros y los valverdes, son precisamente ellos quienes comienzan paulatinamente a dar vida a una economía, una raza, una psicología, un idioma, sobre la base de elementos culturales nativos a los cuales sometieron e incluso aniquilaron, en no pocos casos, con métodos bárbaros y crueles.
Con este hecho se inicia “el gran trauma de esta sociedad”, pues la invasión trunca toda posibilidad de continuidad y desarrollo autónomo e independiente.
La cultura nativa dominante se hubiese convertido posiblemente, no sabemos a qué precio, en la unificadora, ordenadora y orientadora de las demás culturas. La invasión occidental viene a ser “el golpe de agravio” del cual habla el historiador Pablo Macera, golpe que ha determinado un profundo resentimiento histórico en nuestra sociedad.
Quisiéramos ir más allá de la simple constatación histórica, y así entender, sobre todo, las consecuencias que generó este “golpe”. Para comprender mejor este grave problema, tomaremos algunos planteamientos del historiador Macera, el mismo que ha tenido el gran mérito de poner el dedo sobre las llagas de este cuerpo enfermo, del cual, hace ya más de cien años hablara el Maestro anarquista Manuel Gonzales Prada.
Pablo Macera dice: “Yo creo que el Perú solamente tiene dos grandes golpes: el golpe de agravio, o sea Pizarro, y el golpe de la promesa no cumplida, o sea Haya de la Torre, que hubiera podido ser el anti-Pizarro.” (Macera, 1983: 253)
Desarrollaremos lo referente al “golpe de agravio” por ajustarse, según nuestro parecer, a la verdad y ser parte de nuestra materia de estudio. Este agravio personificado por el conquistador Francisco Pizarro fue concretizado en todos los planos y niveles. La cultura occidental fue cruel y despiadada contra la cultura nativa.
Veamos: -A nivel económico, los invasores en ningún momento, ni en parte alguna, respetaron el tipo de economía que se había desarrollado en esta parte del mundo. En relación al trabajo, muchas formas fueron prostituidas y degeneradas: la mita, por ejemplo. Los occidentales arrasaron con todos los rezagos del comunismo agrario e impusieron su feudalismo encomendero combinado con el esclavismo. -A nivel político-social, no se tomó en cuenta para nada el desarrollo y, quizás, la eficacia de las organizaciones políticas y sociales de estas culturas y de este Estado multinacional llamado Tahuantinsuyo. Simplemente se impuso un Estado inspirado en las ideas de Aristóteles y Santo Tomás.
Posteriormente se generaron las dos repúblicas: la de españoles y la de indios. Las organizaciones sociales en estas dos sociedades eran eminentemente piramidales y trusificadas en base al poder económico, al color de la piel y al tipo de cultura.
En el plano cultural, la religión andina, con sus dioses, mitos, leyendas y adoraciones, fue duramente perseguida, y se pretendió imponer a sangre y fuego los dioses, mitos, oraciones y leyendas de la cultura invasora. La cruz, la Biblia
y los santos -junto con la espada- son las primeras armas de los occidentales. Además, persiguieron al idioma y dialectos nativos para imponer el suyo, y así barrer la memoria histórica de esta cultura. Incluso, se pretendió cortarle la lengua, persiguiendo su autoexterminio. Sentenciando a esta cultura a una “eterna frustración”, la dejaron en la mitad del camino, sin saber “quiénes son, de dónde vienen, ni hacia dónde van”. Esta cultura se olvidaba de lo suyo y no aprendía lo ajeno.
Por último, un hecho que puede ser tomado como aparentemente circunstancial, pero que no lo es: la relación íntima, la reproducción. Cuando el occidental tenía deseos de saciar su apetito sexual, no podía hacerlo con sus mujeres, pues en un primer momento sólo llegan hombres, y en consecuencia recurrían a las indias, que eran consideradas igual o inferior a los animales.
Planteamos esto porque, incluso el animal, cuando desea poseer a la hembra, lo hace con cierto sentimiento, la corteja y la “enamora”; pero el invasor no manifiesta ningún tipo de halago ni consideración para con las nativas, las toman a la fuerza y sencillamente las violan, no uno solamente sino varios, muchos quizás. Esta relación, que para las nativas, en caso de relaciones normales era un “rito mítico-religioso”, se convierte de la noche a la mañana, por obra y gracia de los “barbudos forasteros”, en una tortura humillante.
Muchas nativas quedaron embarazadas como producto de esta violación. Ellas no sabían de quién era ese “fruto amargo”. Uno, porque eran varios los saciados, y dos, porque no sabían ni cómo se llamaban éstos. Esta mujer transmitía su trauma al feto; y cuando el infante nace, después crece y hacía la pregunta lógica y normal: ¿quién es mi padre?, y la madre no sabía qué contestar.
Este inmenso agravio ha sido sentido y entendido por muchos, pero quien a nuestro entender lo sintetizó magníficamente fue nuestro más grande poeta, César Vallejo, cuando escribió: “Hay golpes en la vida, tan fuertes... /yo no sé/ Golpes como del odio de Dios/ como si ante ellos la resaca de todo lo sufrido/ se empozara en el alma... /yo no sé.” (Vallejo, 1970: 6)
El resultado de esta violación histórico-social es el mestizo, un hijo de muchos padres, en el fondo un hijo sin padre. Este hijo nacerá, crecerá, vivirá y transmitirá su condición, su angustia, su mal, su trauma y su no saber (como alguien dijo: “quién diablos es”) a sus descendientes. Éste es uno de los más grandes problemas histórico-sociales y culturales que soporta esta maltrecha sociedad.
El historiador Macera profundiza al respecto: “Esto no tendría ninguna importancia si fuera una experiencia individual, pero en aquellas sociedades en que hay, históricamente, un agravio colectivo como Perú, México (…) se
produce un agravio, el agravio colonial. Y no hay todavía una rectificación completa de ese agravio. O sea que el agravio continúa siendo resentido. Y en función de este resentimiento construimos nuestra acción histórica. Éste es el caso del Perú como colectividad social.” (Macera, 1984: 252)
En base a esto, el autor aquí citado concluye: “El Perú es un país resentido. Las clases populares son clases sociales resentidas.” (Macera, 1984: 252)
Esto nos lleva a comprender el problema del mestizo. Él, sabiéndose no blanco, sabiéndose no indio, busca afanosa y desesperadamente ser algo o alguien, y para lograrlo hace, muchas de las veces, lo que hizo Garcilaso de la Vega. Por ser éste uno de los símbolos del mestizaje, transcribimos lo dicho por el estudioso párrafos antes citado al respecto: “Garcilaso acepta el destino señalado por su padre y dice: `Soy un caballero español con limitaciones porque debo admitir mi condición de mestizo y de bastardo pero (…) existen otros en Europa que también son bastardos, como don Juan de Austria, hermano del Rey de España (…) ¿Por qué debo continuar marginado? ¡Voy a jugar esa carta!´ Y Garcilaso se la juega hasta el final. Hasta la mitad de su vida quiere ser español (…)”
“¿Y qué hace para ser español? Las más grandes porquerías que puede hacer un arribista, un meteque, y la peor (…) combatir en España a mestizos igual que él. Garcilaso consigue ser capitán en España combatiendo a los mestizos y criollos de las Alpujarras. En ese momento Garcilaso es una mierda con todas sus letras. Y, además, enamora a la sobrina de Góngora, y él sabía quién era Góngora y cómo sus pretensiones disgustaban a la familia.”
“De repente un día le tocan la puerta y le dicen: `De parte del señor marqués de Priego, usted no puede seguir llamándose como se llama. Usted no puede llamarse Gómez Suárez de Figueroa acá abajo en Mantilla porque allá arriba el marqués se llama igual que usted. Y usted es demasiado inferior, demasiado porquería, peruano y mestizo, para llamarse igual que él. ¡Cámbiese usted de nombre.´” (Macera, 1984: 374)
En apariencia nos da la impresión de ser Macera unilateral y como consecuencia de esto, injusto en la valoración de Garcilaso, pero, en esencia, y muy a nuestro pesar y nos duela, ésa es la realidad de los hechos.
En contraposición al accionar del Inca Garcilaso de la Vega, la historia registra la actitud de Felipe Huamán Poma de Ayala y su Nueva crónica y buen gobierno, que de un modo u otro vendría a representar la otra cara de la medalla en el entendimiento y valoración de esta cultura.
Es mucho más recomendable que comencemos de una vez por todas a ser conscientes de nuestros males: será un gran paso. Y si la ciencia no falla, esto
sería manifestación de los primeros síntomas de cura.
Este trauma, este resentimiento histórico y cultural, no solamente es camino seguro al valle de lágrimas y fuente de sufrimiento y desdicha, sino que constituye también, por contradicción y en el fondo, la posibilidad de una salida revolucionaria como lo afirma el historiador varias veces aquí citado: “… el resentimiento puede ser el fundamento de una formación positiva de una moral revolucionaria.” (Macera, 1984: 252 y 253)
Guiados por la experiencia histórica, afirmamos que no sólo puede ser sino que de hecho lo es. Expresiones de “resentimiento histórico-cultural”, sin lugar a dudas, han sido los fogonazos, los temblores y las tormentas que de cuando en cuando se han producido a lo largo y ancho de esta parte del mundo. Todo esto nos lleva a afirmar, categóricamente, que esta acumulación de inimaginables energías tendrá que elevarse y realizarse. Su futuro dependerá de cuán capaces sean sus canalizadores.
Pasando a otro punto, deseamos reflexionar un momento, en torno a la facilidad con que los occidentales invadieron y sojuzgaron a gran parte de la Cultura hasta entonces dominante (Quechua) y también a las dominadas. El historiador Carlos Araníbar es uno de los estudiosos que más ha profundizado en este aspecto. Para él, no fueron las armas, la técnica ni la cultura superior que trajeron los españoles, las causas determinantes para que 170 aventureros subyugaran a una población de más o menos 15 millones de habitantes.
La causa determinante fue la carencia de unidad de las culturas invadidas, acentuada por la guerra entre Huáscar y Atahualpa, que impidió, como dicen muchos autores, dar una respuesta “nacional” frente al invasor; por lo tanto, los pizarros, almagros y valverdes no tuvieron la necesidad de recurrir a la vieja táctica político-militar de “divide y luego impera”, pues los nativos estaban ya suficientemente divididos. De ahí que el historiador Araníbar afirma: “Cabe decir, sin ánimo de paradojas, que la conquista española fue hecha en importante medida, por las masas `aborígenes´.” (Araníbar, 1980: 46)
Luego naturalmente: “Dirigidas y sobre todo aprovechadas por los españoles. Ésta fue la actitud, por ejemplo, de los “`Chinchas, yungas, cañaris, yanaconas´, son los `indios auxiliares´ e `indios amigos´ que la crónica española apenas logró asordinar.” (Aranibar, 1980: 46)
Esto explicaría la actitud de un Felipillo, quien simbolizaría la actitud de cientos y hasta de miles de aborígenes, quienes vieron en el blanco invasor algo así como un liberador de los pueblos dominados por los Quechuas. De todos ellos, destacaron los Huancas, quienes, a decir del historiador Waldemar Espinoza, hicieron una alianza con los españoles para luchar contra sus
enemigos principales, que eran los quechuas, según ellos.
Los occidentales dan inicio, como hemos dicho, a una nueva cultura con todas las implicaciones que de ella se desprende. Según Pablo Macera: “… los conquistadores pensaron, en un primer momento, en un feudalismo mestizo. Procuraron unirse con las princesas del pueblo vencido para legitimar su poder. Reclamaron, al mismo tiempo, que el Rey les reconociera la perpetuidad de las encomiendas; de haberlo logrado, en la segunda mitad del siglo XVI, el Perú hubiera conocido una generación de Señores Mestizos, que para ejercer su dominación sobre los indios hubiera invocado el doble título de la descendencia imperial inca efectiva aunque bastarda por la línea materna y el decisorio valor de ser hijos de los conquistadores.” (Macera, 1978: 125)
Como consecuencia del inicio del nuevo orden, los occidentales fundaron algunas ciudades con ciertas características y diferencias, una de las ciudades símbolos de la nueva sociedad que nacía será Lima. Mariátegui dice: “Fundada por un conquistador, por un extranjero, Lima aparece en su origen como la tienda de un capitán venido de lejanas tierras. Lima no gana el título de Capital en lucha y en concurrencia con otras ciudades. Criatura de un siglo aristocrático, Lima nace con un título de nobleza. Se llama, desde su bautismo, Ciudad de los Reyes. Es la hija de la conquista. No la crea el aborigen, el regnícola; la crea el colonizador o, mejor, el conquistador.” (Mariátegui, 1979: 221)
Mientras que la autenticidad de Lima como Capital es juzgada por el historiador Jorge Basadre de la siguiente manera: “Lima fue capital natural por razones derivadas de las circunstancias del momento y, más tarde, pasados los siglos, por razones de orden cultural, intelectual e histórico; pero fue capital artificial en el sentido de que la estructura política antecedió aquí a la estructura económica (…) El sentido de la historia peruana habría cambiado quizás si la Capital se hubiera hecho no en Lima, ni en Cusco que estaba lejos del centro del país, sino en Jauja o Huancayo, región sana y central; habría habido menos progreso en la Capital, pero -por lo menos- habría habido también menos `resentimiento´ en las provincias, menos separación entre aquélla y el país.” (Basadre, 1980: 52)
Lima, por lo tanto, devino una ciudad con todas las características de las ciudades occidentales. Esta Lima, posteriormente, se convertirá en el centro y el eje sobre la que descansa y desde donde irradia la dominación española. La cultura nativa resistió y combatió a los agresores. Esto se hizo en el plano político-militar y en el nivel ideológico-cultural. En este último nivel es cuando el nativo recurre, por ejemplo, a la “mentira”, no sólo como medio de burla, sino como un arma de combate. Se sabe, pues, que el nativo “miente al enemigo, no
al amigo”.
Veamos el aspecto económico de la conquista. Los occidentales nos traen el modo de producción que en su sociedad predominaba y no es otro que el feudalismo, pero no un feudalismo clásico, al estilo europeo, que ni España lo tenía. Como es ampliamente conocido, España inicia su feudalismo particular y tardío después de la guerra de reconquista, siglo XV, momentos en que ya, en Europa, se transitaba hacia el capitalismo.
Este feudalismo tardío y particular se expresará en estas tierras invadidas a través de la "encomienda" y el "encomendero", que Virgilio Roel denominará "feudalismo castellano" y Pablo Macera "feudalismo mestizo", pues, al decir del historiador, tuvo otras proyecciones de carácter étnico, político y social. Este "feudalismo encomendero", adquirirá mucho poder e incluso se cree que los encomenderos tuvieron la intención de independizarse y así desarrollar un proyecto independiente y libre. No sabemos si los encomenderos fueron plenamente conscientes de esto, menos aún cuál habría sido el futuro de esta sociedad si se hubiera materializado tal proyecto.
Este tipo de feudalismo tiene en Gonzalo Pizarro su máximo representante. Por los motivos anteriormente planteados, la Corona Real se ve en la imperiosa necesidad de crear el Virreinato, y es a partir de entonces que la encomienda se transforma en hacienda y el encomendero en señor hacendado; con esto debemos desvirtuar, de una vez por todas, ciertos planteamientos de algunos estudiosos que sostienen la presencia del modo de producción capitalista en esta parte del mundo, desde el inicio de la dominación. El problema de estos señores, es el de quien busca en el destino de la producción, o sea en la circulación, el determinante del modo de producción, olvidando el planteamiento fundamental de Carlos Marx de que: “Lo que distingue a las épocas económicas unas de otras no es lo que produce, sino cómo se produce.” (Marx, 1964: 189)
Ligado a esto, España implanta el esclavismo, también particular y adaptado a las necesidades y características de esta parte del mundo. Así se aprovechó, por ejemplo, de la "mita", que era una forma de trabajo de la cultura nativa, a la cual se transformó y desvirtuó totalmente, convirtiéndola en el infierno para los nativos y en el cielo para los explotadores. De las muchas mitas existentes, se destacan -por su crueldad- la mita minera de Huancavelica y Potosí, principalmente, y la mita obrajera.
En el aspecto social, es necesario precisar cuál fue la composición social de los invasores; para esto tomamos en cuenta la ubicación de estos individuos en el aparato productivo y la mentalidad que lo inspiraba. Antes de todo, es bueno distinguir dos momentos: el de los descubridores y conquistadores, y
posteriormente, el de los colonizadores.
Según Emilio Choy, el descubrimiento y la conquista fueron hechos por las clases populares de entonces: “comerciantes y prestamistas”, mientras que la nobleza participó muy tangencialmente. En todo caso, podríamos decir siguiendo a Choy que este pueblo que vivía en las ciudades, fue quien sembró las primeras plantas de una nueva sociedad en las tierras recién descubiertas, pero como no hubo las condiciones históricas (ni en España y menos aún en el nuevo mundo), ni la vitalidad suficiente para desarrollarlo, y que hubiera significado, si nos atenemos a la lógica de la historia, la aparición del capitalismo en esta parte del mundo, fueron la nobleza y el clero, los que en un principio participaron tangencialmente, y que más tarde cosecharon el fruto del esfuerzo de las clases populares, los que implantaron el sistema feudal que alimentaba su vida diaria -el único que su estrechez mental concebía-, agregando a ello otro sistema de explotación más cruel y retrógrado: el esclavismo. Ateniéndonos a esto, sintetizamos así: los descubridores y sobre todo los conquistadores fueron fundamentalmente componentes de las clases populares, y los llamados colonizadores fueron de la nobleza y el clero.
Posteriormente, la nobleza y el clero envían a esta parte del mundo un sinnúmero de personas. Virgilio Roel resume este hecho así: “La España de aquellos siglos, pues, no podía proveer a la América sino básicamente de gente parasitaria, como vagabundos, aventureros, desclasados, burócratas, caballeros pobretones, clérigos, doctores, cortesanos, soldados y virreyes.” (Roel, 1976: 38).
Y el mismo José Carlos Mariátegui, refiriéndose a la población de la Capital del Virreinato del Perú, decía: “La población de Lima estaba compuesta por una pequeña corte, una burocracia, algunos conventos, inquisidores, mercaderes, criados y esclavos.” (Mariátegui, 1979: 14)
En el plano ideológico, la forma de conciencia que mayormente se desarrolló, como lógica consecuencia del modo de producción predominante, fue el de la religión católica. En este momento histórico (menos aún en esta parte del mundo) no es notoria la existencia del protestantismo, que fue la levadura espiritual del capitalismo en ascenso. Tampoco se conocieron otras religiones (budismo, islamismo, etc.).
Por último, a nivel político, luego de los primeros años donde predominó el sistema de encomiendas, se implantó el Virreinato con todas las consecuencias y derivaciones del Estado-Colonia. Debemos reiterar aquí un hecho de capital importancia, el mismo que venimos sosteniendo desde páginas anteriores, y que dicho sea de paso, es uno de los motivos que inspira el presente ensayo.