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El norte individualista y el sur-centro colectivista
decir, las famosas “tres varitas mágicas”, de las cuales hablara un maestro del proletariado.
EL NORTE INDIVIDUALISTA Y EL SUR-CENTRO COLECTIVISTA
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A fines del siglo pasado y principios del presente las protestas políticosociales en la zona norte del Perú fueron bastante frecuentes. Éstas tuvieron un carácter fundamentalmente individualista y personalista, y han merecido diversos y distintos calificativos; epítetos que han estado ligados a los diferentes intereses económicos políticos y sociales. Se les ha dado en llamar con frecuencia como “delincuentes”, “pistachos”, “cuatreros”, “bandoleros”, “justicieros”, “humanistas” y hasta “revolucionarios”.
Más allá de los adjetivos, vayamos a la cuestión sustantiva, busquemos las causas y las raíces, el por qué en el Norte floreció como en un jardín abonado el individualismo, el “yo”; hecho que en la historia no sucede en la zona surcentral.
Las causas fundamentales, las podríamos resumir en las siguientes: -Históricas. Cuando el Mundo Occidental invade y desbasta esta parte de la Tierra, lo hará en principio por la zona norte del hoy llamado Perú; zona que no tuvo el mismo nivel de desarrollo que la zona sur-central. De ahí que la invasión fue sumamente fácil, ya que los autóctonos, en vista de no tener capacidad para resistir y combatir, se vieron en la necesidad de replegarse a la zona antes mencionada; los pocos que se mantuvieron en sus lugares de origen, fueron presa fácil de la imposición, el dominio y el mestizaje. Es por eso que en el Norte, no encontramos grandes comunidades indígenas (a excepción de Ancash), no se habla el quechua, tampoco existe una cultura con raíces profundas y autóctonas. -Económicas. En los pueblos donde afloran estas manifestaciones y protestas, predominó la pequeña y mediana propiedad; no se encuentra la contradicción entre la gran propiedad y la comunidad, o entre la gran propiedad y la pequeña propiedad; la actividad predominante fue la agropecuaria a pequeña escala y el pequeño comercio; consecuentemente, se generó en los habitantes un espíritu individualista. -Político-sociales. El no tener un pasado común y una vida económica y social en solidaridad, el carecer de un lenguaje y una psicología parecida ha determinado un conjunto de ideas sin orden y sin norte, dando lugar al voluntarismo (idealismo) y una actitud personalista e individual (anarquismo). De ahí que aparece el “yo” antes que el “nosotros”.
A continuación exponemos a tres personajes que ilustran lo sostenido.
-Luis Pardo. En los pueblos de Ancash, Huánuco y La Libertad es popular la figura legendaria de este personaje. Pardo nació en Chiquián, provincia de Bolognesi, departamento de Ancash, el 19 de agosto de 1874; es un mestizo descendiente del gamonalismo chiquiano; fue motejado de “delincuente”, “pistacho”, “bandolero”, por los potentados, y de “humanista”, “justiciero” y “revolucionario”, por los humildes.
Desde niño fue muy caritativo: robaba el pan y la chancaca de la tienda de los abuelos para dárselos a los amiguitos pobres. Ya de joven, estas virtudes se acentuaron y desarrollaron, siempre a favor de los de afuera y en desmedro, muchas veces, de los de adentro. En la actitud de Pardo se cumplirá de alguna manera ese viejo adagio popular que reza: “candil de la calle y oscuridad de la casa.”
El profesor Alberto Carrillo nos relata al respecto lo siguiente: “Cuando un anciano o un desarrapado se le presentaba, no vacilaba en demostrar su espíritu generoso altamente caritativo. O era en dinero o en efectivo, o ropas u otras prendas, las que ponía en manos de éstos con la mejor voluntad, posponiendo, en la mayoría de los casos, a sus mismos hermanos a quienes jamás llegó a obsequiarles ni siquiera un pañuelo barato, no obstante lo cariñoso que era con ellos (…) Cuántas veces se había quedado sin ningún centavo en los bolsillos, por obsequiar dinero a los pobres que encontraba en su camino o los mendigos que le imploraban limosna. (Carrillo, 1976: 25)
Luis Pardo se enroló en las montoneras del recuaíno de apellido Loayza, quien en el año 1895 se rebeló contra Piérola; posteriormente se integró a las huestes de Durand y con éste descenderá hasta la Costa. En los primeros días de 1899 sucederá un enfrentamiento entre las fuerzas del orden y las de Durand en Casma; allí serán hechos prisioneros muchos montoneros, entre ellos Pardo, y posteriormente serán trasladados a la Capital de la República en calidad de presos políticos.
Después de algún tiempo, el futuro “rebelde” sale en libertad y regresa a su entrañable Chiquián. Allí, cuando tenía 24 años, entra en problemas, como se diría, “caseros”; luego vendrá el “crimen común”, cuando huía después de un acuchillamiento a una mujer, estando en estado de embriaguez.
A partir de ese instante, su vida se torna un constante ir y venir, anochecer en un lugar y amanecer en otro, dormir en el día y caminar en la noche. Así comienza la leyenda de Luis Pardo, querido por los humildes y odiado por los poderosos. Su lema: “Robar a los ricos y dar a los pobres”, determinó que se convirtiera, por buen tiempo, en “el terror del gamonalismo y esperanza del pueblo”.
La leyenda de Luis Pardo ha calado profundamente en la memoria popular y, a la vez, ha moldeado sentimientos de justicia que anidan en potencia en el alma de los pueblos. Una de esas memorias y sentimientos donde las virtudes de Pardo (falsas o verdaderas) dieron sus más grandes frutos, fue en el niño José Carlos Mariátegui; uno de sus biógrafos, Guillermo Rouillón, dice: “Uno de aquellos días de reposo, que pasa en el nosocomio, queda gratamente impresionado al escuchar de labios de su tío Juan, la historia de Luis Pardo a quien se le motejaba de ‘bandolero romántico’, por su amor a los desposeídos (…) Refería con animación el tío Juan, no sin dejar de traslucir, desde luego, su viva simpatía por Pardo, que poseído de cierta dosis de sensibilidad social, despojaba a los señores poderosos -de Chiquián, Huacho y Sayán- de su dinero para cederlo a los pobres campesinos (…) José Carlos, que no perdía ningún gesto ni palabra del pariente y que escuchaba con deleite, se alegraba de la respuesta parcializada, y llegaba hasta batir las palmas, animado de entusiasmo. Así empieza a revelar su indignación contra la injusticia social. Pardo, pues, se había convertido en un héroe legendario para los humildes.” (Rouillón, 1975: 52)
Como hemos dicho, la sombra de Luis Pardo crece. Los ricos esperaban con terror la llegada del “bandido” y los pobres con alegría o júbilo al “justiciero”; se dice que: “Un día llegó a Chiquián el rumor insistente de que Pardo se acercaba a la ciudad. Hubo alarma entre los comerciantes, y un cierrapuertas general. Solamente unos huaracinos, acaso ignorando el peligro, se quedaron en su tienda, situada en la calle principal y a pocos pasos de la Plaza de Armas.
Entre tanto, la plebe comenzó a invadir la calle, a la espera de tan popular y generoso paisano (…) En esos precisos momentos se hizo presente la figura señera y caballeresca del “bandolero” quien fue recibido con gran alborozo.”
Luego: “En su recorrido a lo largo de la calle Comercio, se detuvo ante la tienda de los huaracinos; penetró en ella y, en pocos minutos, la dejó casi vacía; pues hizo conducir gran parte de las mercaderías a la cárcel, habiendo obsequiado también un buen lote al populacho allí presente. Ante la presencia del grupo de muchachos que lo miraban con ansia, como esperando uno de sus gestos de generosidad acostumbrada, exclamó: ¡A ver niños: esto es para ustedes! Arrojó enseguida puñados de monedas a la calle. Toda la chiquillada se apretujaba y revolcaba en el suelo por recoger algunos reales o pesetas y daba gritos de alegría: ¡Viva Luis Pardo! ¡Viva Luis Pardo!”
Finalmente: “Dícese que después de transcurrido un par de semanas, más o menos, Pardo estuvo de regreso y pagó la cuenta a los propietarios del negocio, quienes resultaron beneficiados puesto que recibieron mayor suma que el
importe total de las mercaderías sustraídas.” (Carrillo, 1976: 38)
Esta actitud de Pardo estaría en alguna forma explicada en un poema que escribió antes de ser cercado por las fuerzas del Orden, aquí algunos versos: “¿De entonces qué hube de hacer?/ ¡Odiar a los que odiaron/ matar a los que mataron/ lo que era el ser de mi ser/ en torno mío no ver sino la maldad humana/ esa maldad cruel, insana/ que con el débil se estrella/ que al desvalido atropella y de su crimen se ufana!/Por eso yo quiero al niño;/ por eso yo amo al anciano;/ y al pobre indio,/ que es mi hermano le doy todo mi cariño,/ no tengo el alma de armillo/ cuando sé que se le explota toda mi cólera brota para su opresor,/ me indigna como la araña maligna que sé aplastar con mi bota.” (cit. Carrillo, 1976: 240)
Pardo seguirá en su línea, burlando sagazmente a las fuerzas del Orden y materializando su conocido lema. En enero de 1909, Luis Pardo decide viajar a la Costa, siguiendo la vía de Cajacay; pensaba refugiarse en una hacienda de Huacho y así evitar el acosamiento permanente de los gendarmes. Luego de entrevistarse con su hermano Juan, sigue su rumbo con veinte libras peruanas en su bolsillo, y Celedonio Gamarra, el acompañante que su hermano le había proporcionado. Cuando llegaba la noche, al pasar por el pueblo de Cajacay, fue reconocido por un gamonal quien de inmediato comunicó al gobernador: “Salieron al momento a toda prisa el gobernador y un individuo, por la ruta seguida por Pardo, pero no llevándole flores ni portando una banderita blanca. A pocos minutos marcharon por el mismo rumbo varios cívicos en compañía de un pequeño grupo de voluntarios (...) Autoridades y gamonales rivalizaron en generosidad distribuyendo coca, cigarros y ron; se enviaron, con la mayor prontitud, emisarios hacia el vecino caserío de Raquia (...) Para reunir a sus pobladores, en nombre de la autoridad distrital, y conducirlos detrás de quienes ya habían partido momentos antes (...) Llegaron al puente, que se estiraba de una a otra orilla del río Tingo o Cajacay, para luego de haber oteado, como buenos sabuesos, a uno y otro lado, siguieron adelante.” (Carrillo, 1976: 211 y 212)
Luego de algunas horas de búsqueda, Pardo y su acompañante serán ubicados en una cueva; el “justiciero” se encontraba cercado. Un tal Nicanor Ramírez se acerca demasiado al perseguido y como recompensa recibió un balazo en el brazo, luego se desencadenaría una lluvia de plomo, cargas de dinamita, las mismas que eran devueltas por los asediados. Se desvió el agua del río para inundar la cueva y así ahogarlos, en vista que los rebeldes no se rendían; rociaron el peñasco con gran cantidad de paja seca y luego la incendiaron, así pensaron terminar con el “león”. Pardo gritó: “sólo muerto me sacarán”. Y cuando las lenguas de fuego se hacían dueñas de la guarida: “Entonces se
produce lo inesperado (...), surge apresuradamente el ‘puma’ acosado, seguido de su compañero; arroja su arma al río, se quita rápidamente su ancho cinturón cargado de monedas de oro y lo tira también (...) Pardo, veloz como un parpadeo, se avienta tras su carabina y su cinturón, desapareciendo bajo las turbias y encrespadas ondas, en tanto que el otro cae de bruces a la corriente, palomeado sin piedad, y se hunde para flotar, luego dejarse llevar como un tronco, aguas abajo.” (Carrillo, 1976: 215)
Posteriormente serán sacados de las aguas del río y llevados a Chiquián a ser exhibidos en la Plaza Pública para que sirva como escarmiento. Esta muerte es narrada y sobre todo reflexionada por Rouillón en los siguientes términos: “Luis Pardo, asediado por la policía y en intento por burlar a sus perseguidores, para no caer en sus manos, habrá de tomar la determinación de poner fin a su vida, arrojándose al abismo. Desde aquel momento, los desheredados han de quedarse sólo con el recuerdo y la leyenda de tales proezas.” (Rouillón, 1975: 53)
En la persecución a Luis Pardo destacó sobremanera el famoso (por sus barbaridades y crueldad) Álvaro Toro Mazote, quien había sembrado el miedo y el terror en los pueblos por donde pasaba en nombre de la Ley el Orden. El pueblo de Cajacay, quien participó directamente en la acción contra Pardo, no ganó nada, salvo un día y una noche de “chaccheo y borrachera”.
En concreto, Luis Pardo no es más que resultado de una sociedad en transición de feudal a semifeudal, y a esto agréguese las características propias de la zona norte del país, mencionadas anteriormente. Pardo fue un rebelde social, que llevó hasta las últimas consecuencias su lema: “Quitar a los ricos para dar a los pobres.” De ahí que fue “amado por los humildes y temido por los usureros”, como dice Aurelio Miró Quesada.
Por donde Pardo pasó, dejó su huella, dejó, como dicen los lugareños, “su rastro”; sus acciones y su nombre son recordados por la memoria popular a través de versos y canciones. Aquí, parte de la letra de un huayno bastante difundido, leamos: “Si viviera Luis Pardo/el gran Alama/ y Atusparia/no habría tanto abuso con la clase proletaria.” -Froilán Alama. Nació en el caserío de Serén, en el distrito de Tambo Grande, departamento de Piura, en el año 1890. Él era de tez oscura, de ahí el apelativo de “Negro Froilán”. Debido a la pobreza en su hogar, desde muy joven tuvo que trabajar y lo hizo en una pequeña hacienda de Chulucanas.
Cuando frisaba los 17 ó 18 años, en su oportunidad, siendo peón de la hacienda, compró unos horcones a su compadre Jacinto Maza, quien era el mayordomo de la hacienda y luego los vendió a la chichera doña Juana Chero.
Ésta fue la causa, el por qué lo acusaron de ladrón. El escritor Carlos Espinoza nos informa: “Se le azotó y humilló ante los amigos, sin que puedan hacer nada por él, ni aún su mismo compadre dijo, por lo menos, alguna palabra (...) Quedó maltrecho, su ropa almidonada marcada por los cabestros y ensangrentada, por la mano de los capataces (...) Allí lo dejaron mascullando su cólera, su odio, humillado y con tremenda vergüenza, pues entonces y en ese tiempo, de verdad sentía -Alama, en medio de su cólera decía- `blanco desgraciau, algún día me la pagarás algún día(...) por honrau me fregaron.´” (cit. Espinoza, 1975: 14 y 15)
Alama, luego del flagelo y la vergüenza, se fugó de la hacienda, arreando su burra a quien con amargura e impotencia le decía: “Burra caracho, arreya y luego, cantaba, `blanco desgraciau, algún día me la pagarás, algún día´.” (cit. Espinoza, 1975: 16)
Algunos meses después será levado y enviado a Piura y de allí a Lima a servir en el Cuartel Santa Catalina; fue un buen soldado y ascendió a Sargento Segundo; estando de servicio, fue acusado de haber escondido un revólver, motivo por el cual se le castigó y se le despojó del grado que había obtenido. Esto sucedió en el mes de febrero de 1914; al mes siguiente desertó del Ejército, llevándose una carabina y un revólver, regresó a la Piura de sus amores y su sombra comienza a crecer y a correr los parajes norteños, llámese Chulucanas, Paucha, La Encantada, Tambo Grande, Catacaos, Olmos, Motupe, Sullana.
Por esos lugares sufrió demasiado Alama, en una oportunidad él contó: “Con hambre anduve amigo, varios dias por los potreros, comiendo algarroba y asentando con agua como mesmito burro, nadie quería darme trabajo y tenía miedo que yo también los mate, me decían. -Caracho miamo, qué sufrido ¿no? Si amigo, entonces tuve que saltar pa’poder comer y cuando los gendarmes se iban, volvía puacá a seguir con mi profesión, ahora ya han pasado tres años, ya dejuro se han olvidau de mí, contimás que yo robo a los que tienen y eso nues pecau.” (cit. Espinoza, 1975: 20)
En estos tiempos es cuando inicia otro tipo de vida: “... se dedicó a asaltar las haciendas y a chantajear a los ‘blancos’, de lo cual obtenía pingües ganancias, y para ganarse la simpatía y sobre todo la protección y encubrimiento de los campesinos, les daba dinero, y repartía las telas, víveres y reses que robaba a los ricos, (…) Alama era leal con sus amigos y de reconocida inteligencia, pues no sólo se ganó la simpatía de los humildes a quienes hizo en gran parte compadres, con el fin de que lo defendieran de los gendarmes y policías, sino que también se entendía para igual fin con algunos ‘blancos’ notables y de influencia.” (Espinoza, 1975: 20)
Luego, estas acciones se extenderán y su fama de “bueno” y “justiciero” se
propagó por entre la gente humilde: “… pues decían sus amigos y compadres, que a los pobres jamás les hacía nada, no, más bien los ayudaba, regalándoles telas, víveres y dinero, producto de sus asaltos, y les hacía justicia, por eso era ‘queridazazazo’. Froilán era ‘gastadorazo y convidador’, y ‘buena gente’, y rezaban por él en sus oraciones cotidianas, encomendándolo a Dios para que guiara sus pasos, dicen que no mataba jamás por gusto, sino en defensa de su vida, pues decía: ‘Yo soy como la culebra que, cuando me pisan, pico’.” (cit. Espinoza, 1975: 25)
Alama era de talla mediana, de color trigueño oscuro, siempre andaba: “… con sus inseparables botas, adornadas con espuelas de plata, pantalón y camisa blanca, sombrero a la pedrada, gruesa correa al cinto, y sus inseparables revólveres y carabina, con cartucheras repletas de balas aparte de las que guardaba a granel en su pequeña alfoja.” (Espinoza, 1975: 83)
Por su psicología y su velocidad mental, es descrito por Espinoza de la siguiente forma: “Vivazo era el cholo, ágil como el gavilán, escurridizo como la ‘coral’, inquieto como la ‘alicuya’, y más astuto que el zorro.” (Espinoza, 1975: 25)
En los tiempos de Florian Alama existieron en la zona muchos bandoleros, entre ellos tenemos a El Moro, Frías, El Gringo, El Melonés, Chamizas, El Mocho, Diente de Bronce, Barbas de Oro, Pava Blanca, El Negro Arce, etc. De todos ellos, nadie llegó a la altura del “Negro” Froilán Alama, quien entre los años 20 y 30 fue considerado como uno de los principales enemigos del Orden y la Ley en los departamentos de Piura y Lambayeque.
Sus debilidades, la borrachera y las mujeres lo llevaron a la tumba. Luego de muchas andanzas, llega a la casa de su compadre Julio Tinamá, quien se encontraba celebrando una fiesta, tomaban, comían y bailaban. El “Negro” tenía sus amoríos con la hija del dueño de casa, la “China Inés”, los dos creyeron que había llegado el momento de llegar a la máxima demostración de amor y así fue. Pedro Alburquerque, pretendiente de la “China Inés”, al darse cuenta de lo sucedido, de inmediato comunicó el hecho al padre de la malograda hija, quien herido por la burla del compadre y el honor de la hija, buscó a Froilán encontrándolo en una choza cercana, borracho y durmiendo; de inmediato avisó a los gendarmes, éstos se pusieron en marcha y rodearon la choza, donde no sabemos qué soñaba el famoso “bandolero”; luego de descargar una lluvia de balas, el guardia civil Buenaventura Torres Ramos se acercó y le dio el tiro de gracia, enseguida el viento se encargaría de llevar a un lado y a otro la noticia de la muerte: “¡Ha muerto el 'Negro Froilán’!, era la voz que corría; los pobres se persignaban (…) lloraban por la noticia.” (Espinoza, 1975: 113)
Así terminó la vida de otro “rebelde social”, que no fue más que producto de las condiciones económicas, políticas y sociales de su época en la zona norte del país. -Pedro Menacho. Se cree que nació en el pueblo de Paiján, en el departamento de La Libertad, entre 1880 y 1885. Sin conocerse con Luis Pardo o Froilán Alama, llevó a la práctica los lemas de los anteriormente citados. Los pueblos de Paiján, Cinsicap, Simbal y Shiran fueron sus parajes preferidos. Santiago Vallejo nos dice: “En los primeros años de este siglo, todavía daba qué hacer en Trujillo un famoso ladrón y salteador de apellido Menacho. Éste era un tipo delgado, que se sabía de memoria todos los caminos de los valles vecinos. Andaría por los 25 ó algo más.” (Vallejo, 1954: 21).
La policía era incapaz de dominarlo, se dice que muchas veces fue apresado pero de igual manera se escapaba de las cárceles y calabozos. Los pobladores comunes y corrientes creían que andaba en tratos con el diablo y éste era el que le brindaba tal poder. Se dice también que: “Presentábase a medianoche en los puestos de los guardias, les pedía lumbre para su cigarro y se marchaba dejándolos atónitos. Hasta se dice que él les anunciaba el próximo golpe que daría.” (Vallejo, 1954: 21)
Era tan igual como los anteriormente citados en cuanto a bondad, mucho de lo que robaba lo repartía entre la gente menesterosa de los pueblos cercanos a la capital del departamento. Pedro Menacho encontró la muerte cuando era trasladado a Lima para ser encarcelado, “intentó fugar” y fue alcanzado por una bala en la cabeza, así terminó su vida el terror de los ricos, de los alrededores de Trujillo.
Ciro Alegría, en su novela El Mundo es ancho y ajeno, y Enrique López Albújar, en Caballeros del Delito, describe algunos personajes que florecieron a fines del siglo pasado y a principios del presente. Las causas, con algunas excepciones, son las mismas que generaron a los personajes antes estudiados.
Es así como las provincias de Cajambamba y Sánchez Carrión, se convirtieron en el escenario de las andanzas y correrías del fiero Vásquez y Doroteo Quispe en la novela de Ciro Alegría y las provincias piuranas en el escenario de los personajes de Enrique López Albújar.
Otro personaje de leyenda en la zona norte fue el cajamarquino Daniel Pérez. Él se convirtió en el amo y señor por un buen tiempo en las provincias de Cutervo, Chota y Santa Cruz. Por haberse desarrollado estas acciones entre los años 30 y 50 del presente siglo, no profundizaremos debido a que se escapa de la etapa cronológica que estamos investigando en el presente trabajo.
En total contraposición a las protestas individualistas de la zona norte, se
han desarrollado y se desarrollan protestas masivas y multitudinarias en las zonas sur-centrales. Las raíces de este fenómeno las encontramos en los siguientes hechos: -Históricas. En esta zona, la Cultura Andina ha tenido una notable presencia, su desarrollo fue de tal nivel que no ha podido ser barrida por la Civilización Occidental; esto ha obligado a que los conquistadores, en su afán de dominio y explotación, tengan que trabar alianza con los representantes de las mismas (corregidores y curas por un lado, curacas y caciques por el otro), para así penetrar y asegurar sus dominios; a pesar de lo cual, las masas indígenas han combatido y resistido masivamente. Esto se observa incluso hasta nuestros días. -Económico-sociales. En esta parte del territorio ha subsistido por mucho tiempo el régimen de propiedad comunal sobre la tierra, esto ha generado que la contradicción principal en dicha zona haya sido entre la propiedad comunal y la gran propiedad latifundista. La actividad principal de los campesinos indios ha sido la agricultura y la ganadería, todo esto no ha permitido un acelerado desarrollo de las fuerzas productivas, que hubiese llevado a una acentuada división del trabajo, de ahí que la división de clases sociales en dichas zonas no está claramente delimitada. -Político-culturales. El tener un pasado común, una vida económica y social en comunidad y más características étnico-raciales, idiomático-culturales, mítico-religiosas parecidas, ha determinado que los habitantes de la denominada “mancha india” hayan expresado masiva y multitudinariamente su respuesta a los opresores; hecho que lo diferencia radicalmente de las materializadas en la zona norte. De ahí que podemos afirmar categóricamente que, en las respuestas de la zona sur-centro, predomina ampliamente el colectivo, “el nosotros en la historia”, mientras que en el Norte es el individuo, el “yo” en la historia.
Deseamos recordar las principales tormentas campesinas, y así ilustrar mejor lo que venimos sosteniendo. Los movimientos de Junín y Ayacucho en los años 1820 y 1825, el movimiento de 1867 en Puno, el de las montoneras y guerrillas que escaparon al control de Cáceres en los departamentos de Junín, Ayacucho y Huancavelica en los años 1881,1882 y 1883, los movimientos de 1885 en Castrovirreyna (Huancavelica), el de 1892 en Andahuaylas (Apurímac), el del Cusco en 1894, el Movimiento de La Mar en 1895 y el de Huanta en 1896 (Ayacucho), el de Ilave y Juli en 1896 (Puno). En los años que van de 1890 a 1915, se sucedieron un sinnúmero de luchas, particularmente en los departamentos de Cusco y Puno.
En este último departamento, el año 1915 se inicia un sonado levantamiento