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El amarillo y sus luchas

Mackenna a decir que en el movimiento había componente comunista. Sus palabras: “Las proporciones de este movimiento son más grandes de lo que al principio se creyó y parece que reviste todos los caracteres de una cuestión de razas; los indios y negros unidos en contra de los blancos. Conócese que ha habido un trabajo sordo pero tenaz en que está de por medio el elemento comunista. Por eso se ataca la propiedad y se asesina a los propietarios.” (Autores varios, 1980: 252)

Según los historiadores Ramón Aranda y Carmela Sotomayor, el movimiento tuvo muchos enemigos y uno de las más fuertes fue la alianza de los gobiernistas, pierolistas y chilenos en contra del mismo. Además agregan: “Es evidente que el movimiento tuvo otra limitación, no estaba en sus planes cambiar la vigente estructura hacendataria, sólo pretendían reemplazar a los terratenientes, administradores y capataces por personas que hubieran destacado en la sublevación. Por ello, los dirigentes aleccionaban a los campesinos con ocupar sus puestos importantes una vez que la revuelta triunfase: ¡Yo seré el hacendado, tú el administrador, tú el capataz!” (Autores varios, 1980: 253)

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Al final, la respuesta del orden fue la de siempre, cruel y sanguinaria. Los historiadores arriba citados dicen: “Fue así como la represión que se produjo fue atroz, sin contemplaciones. Las fuerzas del Gobierno asolaron el valle, no importó si un negro hubiera o no participado en los sucesos para acabar con él. Inclusive exterminaron a todos aquellos que se mantuvieron fieles a sus amos.” (Autores varios, 1980: 253).

Los negros volverán a la acción directa en los años 1894-95; esta vez atados a los arneses de las montoneras pierolistas.

LOS AMARILLOS Y SUS LUCHAS

En la década del 40, se da inicio a un cierto despegue en el proceso de desarrollo de la economía nacional: El cultivo de caña de azúcar, algodón y, en menor escala, de la vid; además de esto, la explotación a gran escala del guano de la isla nos confirmarían lo antes mencionado.

Sobre los negros, que hasta entonces venían desempeñándose en dichas actividades, llegan a estas alturas sumamente diezmados. Por otro lado, sus continuas protestas y rebeliones hicieron que los terratenientes, comerciantes y gamonales vieran la forma de remplazarlos en estas nuevas actividades. La solución a esta falta de mano de obra, se pensó encontrar en el lejano e inmenso Imperio Celestial sobre todo en los asentamientos humanos de Macao y Cantón.

El 17 de noviembre de 1849, el Congreso de la República aprobó la Ley

General de Migraciones, llamada también la Ley China. En la materialización de la misma jugaron un papel determinante don Domingo Elías -uno de los hombres más ricos y poderosos del Perú, que fue Ministro de Hacienda y Embajador del Perú en Francia, y don Juan Rodríguez.

El historiador Watt Stewart dice: “La ley concedía a las personas que trajeran colonos extranjeros de ambos sexos, en número no menor de 50 y entre 10 y 40 años, treinta pesos por cabeza. Además concedía a Domingo Elías y Juan Rodríguez el privilegio exclusivo de importar chinos para el departamento de Lima y La Libertad, por un término de 4 años.” (Stewart, 1976: 26)

Posteriormente agrega: “Al promulgarse la ‘ley china’, todo estaba listo para la introducción en el Perú de los trabajadores chinos o ‘culíes’, llamados a menudo y de un modo equívoco ‘colonos’.” (Stewart, 1976: 26)

Se calcula que entre 1849 y1874 llegaron, procedentes del Oriente, aproximadamente cien mil chinos a ser ubicados en la agricultura y la explotación del guano de las islas. Muchos de estos infelices morían a bordo en alta mar, se suicidaban lanzándose al agua en tan largo y pesado viaje. Teóricamente los chinos son traídos en calidad de “colonos”, sin embargo en la práctica se los trajo y consideró como esclavos o, en el mejor de los casos, como semiesclavos. Los orientales fueron empleados, además de las haciendas y las Islas, dice César Borja: “Como domésticos, cocineros, panaderos, ayudantes en los ingenios, jardines, cargadores, obreros en imprenta y ‘chulillos’ en los comercios.” (Borja, 1887: 57)

En las haciendas, los “culíes” disponían de una vivienda “galpón” que es ilustrada por el historiador antes citado en estos términos: “Podemos imaginarlo como una especie de barracón en el cual cada ‘culí’ tenía su rincón donde guardar sus pobres pertenencias: una frazada, ollas, su ropa y una estera para dormir. Evidencia de la falta de libertad de movimiento es el hecho de encerrarlos en el galpón toda la noche. Trabajaban desde las 5 de la mañana hasta las 5 de la tarde o de 6 a 6, con una hora de descanso para su refrigerio entre las 10 y las 12 del día. Se había establecido la costumbre de que el mismo ‘culíen persona se preparase su comida, armando su candela en el mismo lugar de su trabajo. Las actividades del día variaban de acuerdo con el tipo de cultivo.” (Stewart, 1976: 58)

Consecuencia de estos malos tratos, veían en la muerte su salvación, ya que así decían pasar de este infierno que era la Tierra, al reino del gozo en el Cielo. En otras oportunidades se fugaban pero en la mayoría de los casos eran apresados y devueltos a la hacienda a cumplir castigos; no se les encerraba porque para los fugados era una forma de descansar y era contraproducente para

el patrón; se les hacía cumplir el castigo en trabajos forzados.

Una de estas formas de castigo es narrada por un observador, leamos: “J.B. Streere cuenta que en una propiedad vio a unos treinta o cuarenta ‘culíes’ regresando del trabajo cargando con una mano sus cadenas, para que no desollaran sus tobillos y con la otra sus palas, la faena diaria la habían realizado de esta guisa, con una mano cargaban sus cadenas y con la otra manejaban sus implementos. El dueño de la hacienda le explicó entonces que esta gente había querido fugarse.” (Stewart, 1976: 92)

La vida en las islas era igual o peor que en las haciendas, los orienta1es no estaban obligados legalmente a trabajar en ellas, pero igual se les envió. En principio el clima era ya un enemigo, el frío y el calor intenso se combinaban, la alimentación que se les daba consistía en una ración para no morir de hambre; el inglés Roy Co1e nos ilustra al respecto cuando escribe: “Puedo decir qué tristísima es su suerte, en estos lugares lúgubres. Aparte de que los hacen trabajar casi a muerte, no tienen suficientes alimentos, ni agua medianamente potable. Dos libras de arroz y media de carne son toda su ración, servida generalmente entre las 10 y 11 de la mañana, cuando ya han trabajado seis horas. Cada hombre tiene como obligación extraer entre cuatro y cinco toneladas de guano al día.” (cit. Stewart, 1976: 87)

Esas cuatro o cinco toneladas de guano equivalía más o menos a cien carretillas de cargamento y cuando el chino no cumplía tenía que trabajar obligatoriamente los domingos. Los patrones no se preocuparon por su salud, más por el contrario los hacían trabajar hasta que caían muertos de agotamiento.

Otro extranjero opina al respecto lo siguiente: “Capitanes estadounidenses me informaron que, en Chincha y Guañape, los obligaban, cuando estaban demasiado débiles para pararse, a recoger guano arrodillados, Y cuando sus manos de tan inflamadas no les permitía manejar las carretillas, se las amarraban a las espaldas hasta cumplir con su tarea.” (cit. Stewart, 1976: 88)

Por eso muchos “culíes” se suicidaron tirándose a1 mar. Sus vestimentas eran algunos harapos de lino, viejos y raídos; no se les permitía vivir con mujeres, de ahí que era muy frecuente decir que los chinos eran depravados sexuales, onanistas y dados a todo tipo de vicios.

En concreto, sobre los orientales pesó un abrumador exceso de trabajo, una escasa alimentación y maltratos crueles sin nombre; los señores hacendados, comerciantes y, en menor medida, los caporales, son responsables de esto. Éstas serían las tres causas principales que motivaron al citado Stewart a afirmar lo siguiente: “A partir de 1870 no era raro que los ‘culíes’ se levantaran en armas, quemaran o mataran o buscaran cualquier manera de desagraviarse.” (Stewart,

1976: 92)

Una sublevación que marca un hito en estas luchas de venganza es la que sucedió en 1870 en el Norte Chico, concretamente en Pativilca, Barranca y Supe, donde había inmensas plantaciones de azúcar. En la hacienda Upapa fueron muertos los señores Canaval, Ballesteros, Dávila y Pareja, a manos de quinientos “culíes”, quienes armados de pistolas, cuchillos y machetes masacraron a los opresores y saquearon las haciendas, luego formaron un escuadrón que sobrepasaba el medio millar de hombres.

Además de esta sublevación, conocemos los movimientos acontecidos en Ica, entre 1868 y 1872, que han sido estudiados por el historiador Wilfredo Kapsoli. Leamos lo que él dice: “Entre 1868 y 1872, Ica se convirtió en el escenario de violentas irrupciones de los “culíes” contra los patrones, mayordomos y caporales de las haciendas.” (Kapsoli, 1983: 123)

Estas revueltas fueron de carácter individual y colectivo; por ejemplo, el acuchillamiento del patrón Pedro Herrera, dueño de la hacienda Chaco, fue ultimado por un gran número de chinos a lampazos y cuchillazos. Mientras que entre las individuales tenemos la acción contra Pedro de la Cruz, caporal de la hacienda Ventana; a Pedro Farfán, dueño de la hacienda Aire, José Murguía, hacendado de San Jerónimo y el caporal chino de la misma, Dimin.

El historiador antes citado resume correctamente, a nuestro parecer, las causas que determinaron dichas revueltas: “En el contexto de las relaciones de producción semiesclavista, las contradicciones de clases surgieron con cierta frecuencia; ‘culíes’ formalmente contratados para trabajar en las haciendas por el lapso de ocho años, eran en la práctica sometidos a niveles de esclavitud.” (Kapsoli, 1983: 129)

Estas acciones en contra principalmente de los Pedros (Herrera, De La Cruz y Farfán) fue justificada por otro Pedro, Pedro Suárez, quien a la letra decía que los “culíes”: “... privados de su libertad personal, llevan perdida hasta la libertad de pensar conforme a la razón.” (cit. Kapsoli, 1983: 130)

Todo esto queda redondeado con la opinión de otro personaje que responde al nombre de Ángel Ubilluz quien fue abogado de los acusados chinos, cuando sostuvo: “Ante todo hay que considerar a favor de mis defendidos su violenta situación de esclavos como lo denomina con verdad el subprefecto de Ica, comunicando que don Pedro Farfán ha sido víctima de sus chinos esclavos (...), eran tratados como viles esclavos. Como puras máquinas o instrumentos de labranza. Hasta a las bestias se les consideraba porque el maltrato ocasiona su muerte y a las máquinas se les maneja con mesura conveniente para que no se descompongan.” (cit. Kapsoli, 1983: 130)

Por último don Pedro Suárez sintetizaba estas acciones así: “Acosados por el hambre, por el cansancio, por las vigilias matinales y por el látigo y el palo, no era posible que tuvieran calma ni la suficiente razón para sujetarse a una resignación propia de una persona en quienes la educación ha moderado estos ímpetus de desbordamiento.” (cit.Kapsoli, 1983: 133)

Muchos de estos chinos fueron posteriormente los guías y los colaboradores de los chilenos en la Guerra del Salitre y vieron, no con poca razón, en Patricio Linch algo así como a su “libertador”. Fueron ellos los que organizaron las famosas “brigadas infernales” y trataron de integrar a sus paisanos al servicio del chileno “libertaor”; en esta actividad destacó Quintín de la Quintana.

Al transcurrir los años, los chinos fueron permitidos, más a la fuerza que por buena voluntad de los señores, a integrarse a esa inmensa legión humana que es el pueblo y desde allí se han constituido en un elemento más de nuestra nacionalidad en formación. Su contribución en el trabajo de la agricultura es muy apreciada. El comercio, bodegas, restaurantes denominados “chifas”, son sus principales actividades. Lo cual fue muy notorio en el conocido “Barrio Chino” de la Calle Capón en Lima.

En otros niveles, como en los matrimonios, la adopción de apellidos y la creencia en otras religiones es la prueba de la integración y el mestizaje con otras culturas. Es por ello que Stewart dice que “Por último podemos aducir que el Perú se benefició culturalmente con la llegada de los chinos”. Mientras Luis Alberto Sánchez por su parte piensa al respecto lo siguiente: “Como fue un mestizaje de clases pobres, su influencia en la cultura no trascendió durante lustros. Pasado un tiempo, sin embargo, el ‘injerto’ empezó a tener personería social y cultural.” (cit. Stewart, 1976: 181)

El autor antes citado profundiza el tema constatando una verdad sumamente elocuente e importante, en función de lo que persigue este trabajo, al decirnos: “La inmigración de ‘culíes’ concluyó en 1874 y sus descendientes están ahora integrados a los peruanos, sean éstos blancos, negros, indios o mestizos.” (Stewart, 1976: 182)

Además de los ya mencionados, debemos mencionar a los japoneses que llegaron en la década del 90 a esta parte del mundo. Tampoco podemos olvidar a las minorías selváticas, llámense Campas, Aguarunas, Jíbaros, Shipibos, quienes en aquellos tiempos eran casi desconocidos.

Concluiremos señalando que el problema étnico-racial en el Perú y América Latina es, en el fondo, un problema económico, social y político y la solución corresponde a estos niveles. Así lo entendió cabalmente el Amauta José Carlos Mariátegui, de ahí que planteaba: “Encarado en esta forma el problema y

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