URBANISMO ANDINO

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Créditos Urbanismo andino. Centro ceremonial y ciudad en el Perú prehispánico Autor: © Krzysztof Makowski Edición y dirección general: Anel Pancorvo Salicetti Diseño y edición gráfica: Mario A. Vargas Castro Editado por: © Apus Graph Ediciones SAC Calle Alberto del Campo 411, piso 12. Lima 17 e-mail: contacto@apusgraph.com web: www.apusgraph.com Corrección de textos: Jorge Coaguila Asistencia de producción: Doris Mandujano Fotografías: Archivo Apus Graph Ediciones (p. 22), Ignacio Alva (p. 71a), Alejandro Balaguer (pp. 64, 74, 211, 234), José Bastante (pp. 199, 200, 276-277), Marina Burgos (p. 142), Luis Jaime Castillo (pp. 67, 120, 127, 177, 195, 197) Verity Cridland (p. 28 b), Mylene D’Auriol (pp. 6-7, 26, 40, 48, 92, 98, 100, 105, 135, 153, 159, 179, 181, 182, 203, 208, 217, 255), Carlos García (pp. 110, 114, 229, 259, 267), Iván Ghezzi (pp. 57, 185, 187), Milosz Giersz (p. 161), Daniel Giannoni (pp. 88, 133, 193, 268), Eduardo Herrán (pp. 71 b, 71 c, 189), Krzysztof Makowski (pp. 220, 263, 271, 273), Iñigo Maneiro (pp. 145. 147), Óscar Montufar (pp. 116-117), Joaquín Rubio (p. 81), Carlos Wester (p. 69). Ilustraciones: Felipe Guamán Poma de Ayala, Nueva corónica y buen gobierno, ca The Guaman Poma website of the Royal Library, Copenhague: www.kb.dk/elib/mss/poma (p. 125), Alfio Pinasco (pp. 106, 251), Peter Eeckhout (p. 245), Max Uhle (p. 201), Gabriela Oré (pp. 224, 237), Jerry D. Moore (p. 88), Alan Kolata (p. 75), Lizardo Tavera (pp. 76, 174), Graziano Gasparini (p. 122), Proyecto Arqueológico Huaca del Sol y Huaca de la Luna (p. 174). Primera edición, diciembre 2016

Primera edición digital, setiembre 2020 Libro electrónico disponible en www.apusgraph.com Hecho el Depósito Legal en la Biblioteca Nacional del Perú No. 2020-05315 ISBN: 978-612-5007-13-1

Prohibida la reproducción de este libro por cualquier medio, total o parcialmente, sin permiso expreso de los editores.


Índice

Presentación 8 Prólogo 10 Introducción 14 Capítulo 1 La arquitectura pública del Periodo Precerámico Tardío y el reto conceptual del urbanismo andino 22 Çatal Hüyük y el Periodo Formativo Precerámico centroandino 23 Nuevas luces sobre la Revolución Urbana 39 Las interpretaciones acerca del urbanismo en los Andes Centrales 44 La ciudad y el centro ceremonial 51 Conclusiones 60 Capítulo 2 Ciudad, templo y palacio en los Andes Capitales de los reinos de la Costa Norte Asentamientos, paisaje y sociedad Pachacámac, Chan Chan y los patios cercados en la arquitectura pública de los Andes Los palacios y el templo de Pueblo Viejo-Pucará El palacio real y la cancha inca Cuzco, una ciudad diferente

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Capítulo 3 Ciudad y centro ceremonial El debate sobre el hipotético urbanismo precerámico en el Norte Chico Las teorías y los modelos relativos a la ciudad en los Andes ¿Urbanismo o urbanismos?: la universalidad de modelos procesuales en tela de juicio Las particularidades del urbanismo andino Pachacámac y el urbanismo inca en el valle de Lurín Conclusiones Capítulo 4 La transformación del paisaje sagrado en el valle bajo de Ychsma (Lurín) durante la ocupación inca Las transformaciones imperiales del paisaje sagrado de Pachacámac La sacralización del paisaje en el asentamiento de los mitmaquna: Pueblo Viejo-Pucará Conclusiones Bibliografía

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Krzysztof Makowski

Presentación

En Apus Graph Ediciones hemos asumido el compromiso cultural y el reto de difundir nuestra herencia histórica. En esta ocasión es un orgullo presentar los resultados de las investigaciones del doctor Krzysztof Makowski, quien nos ilustra con un maravilloso compendio de artículos dedicados al estudio del urbanismo prehispánico.

Presentación

La destrucción que ocasionaron los diversos conflictos bélicos en Europa obligó a los urbanistas a proyectar su reconstrucción. Este esfuerzo y desafío en el siglo pasado ha sido esencial para entender cómo desarrollar un territorio a partir de sus vestigios arquitectónicos. En este sentido, el trabajo de Makowski ha motivado preguntas fundamentales acerca del urbanismo, algunas de ellas: ¿En que condiciones logran formarse y sostener, en la antigüedad en el Viejo y en el Nuevo Mundo, las ciudades populosas comparables con las modernas?, ¿Cuál es la diferencia entre un centro ceremonial poblado y una ciudad antigua?, ¿La veracidad de la influyente hipótesis sobre el supuesto carácter universal de la revolución urbana planteada por V. Gordon Childe se comprueba en el caso de los Andes Centrales prehispánicos, o por lo contrario, el aporte de las civilizaciones del Perú antiguo fue muy original en este aspecto? El autor considera valida a la segunda de las dos alternativas y brinda en las páginas de este libro un sólido sustento a su apreciación. En su estudio, el autor revela un importante interés por reconocer los centros urbanos monumentales, la organización social, la búsqueda de identidad, la religión, sus procesos económicos y la manifestación de su poderío. Gracias a su investigación, interpretación y clasificación, hoy se conoce un horizonte cronológico estructurado y, sobre todo, conceptual del mundo andino. Felicitamos los cuarenta años de investigación de Makowski, su entregada docencia académica, base para futuras generaciones de investigadores y cada uno de sus proyectos arqueológicos, los cuales han generado escuelas de pensamiento en arqueología e historia del urbanismo. Anel Pancorvo Salicetti Directora Apus Graph Ediciones

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Prólogo

Prólogo Esta obra de Krzysztof Makowski, profesor de Arqueología de la Pontificia Universidad Católica del Perú, se basa en cuarenta años de investigación sobre la naturaleza del urbanismo. Ofrece una visión de cómo era el urbanismo en los Andes centrales antes de la invasión de los españoles. A base de evidencias arqueológicas, Makowski identifica una tradición que describe como «urbanismo andino», la cual vincula centros como Caral, del periodo Precerámico Tardío (hacia 2.500 a. C.), con Pachacámac y otros ejemplos del urbanismo inca que se edificaron casi 4.000 años después. Así, cuestiona una visión del urbanismo prehispánico que domina aún en la arqueología peruana contemporánea y que ha sido ampliamente difundida por la prensa. Desde la formulación de la «Revolución urbana», hecha por el arqueólogo australiano Vere Gordon Childe en 1950, los académicos han buscado evidencia de la aparición de ciudades primitivas, porque se cree que constituyen un paso imprescindible hacia la aparición de verdaderas civilizaciones. Debido a que los Andes centrales son una de las pocas regiones del mundo donde la civilización apareció de manera autónoma, el enfoque en las primeras ciudades ha sido particularmente intenso. Las ampliamente difundidas afirmaciones de Ruth Shady de que Caral (ubicada en el valle de Supe, 182 kilómetros al norte de Lima) es la primera ciudad de América reflejan el marco desarrollado para el Viejo Mundo por Gordon Childe. Cabe destacar que Makowski rechaza la propuesta de Gordon Childe por ser inconsistente con la evidencia empírica. De manera contundente, Makowski sostiene que el concepto de ciudad utilizado por Shady y otros proviene de percepciones adquiridas de los primeros trabajos arqueológicos realizados en la cuenca del Tigris-Éufrates, Asia Occidental. 10

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Richard L. Burger

Este concepto considera que el proceso de domesticación y la introducción de la agricultura de riego —lo que Childe califica como «Revolución agrícola»— conducía naturalmente a la aparición de las ciudades, la «Revolución urbana» de Gordon Childe y las poderosas instituciones estatales que posibilitaron la desigualdad social, la especialización artesanal y el comercio a distancia. Se suponía que este patrón se repetiría en otras partes del mundo, como los Andes centrales y Mesoamérica, donde la civilización se desarrolló de forma autóctona. La definición de ciudad no fue más que una descripción del urbanismo mesopotámico. Así, se hizo un gran esfuerzo para ajustar la evidencia andina a esta modalidad preconcebida con origen en el Viejo Mundo. Makowski está muy bien posicionado para considerar la naturaleza del urbanismo antiguo desde una perspectiva comparativa. Nacido en Varsovia en 1952 y educado en Polonia, inició su carrera arqueológica en Siria. Está íntimamente familiarizado con los sitios arqueológicos del Oriente Próximo. Gran parte de su vida profesional, sin embargo, se ha desarrollado en el Perú, lo que le brinda una perspectiva única que abarca al Viejo y el Nuevo Mundo. Además, a diferencia de muchos de sus colegas, no ha limitado sus investigaciones a una sola región o un solo periodo. Sus publicaciones se centran en toda la prehistoria andina y gran parte del territorio que hoy es el Perú. Así, Makowski puede recurrir a esa rica experiencia en arqueología andina y prehistoria mundial, al considerar el apremiante problema del urbanismo antiguo. En este volumen Makowski señala que el contraste entre ciudad y campiña, concepto tan básico para el análisis del urbanismo en el Viejo Mundo, no parece ser válido en los Andes. Así, mientras en el Viejo Mundo grandes murallas rodeaban las ciudades, en los Andes vemos a menudo nociones como los sistemas de ceques, que integraban el paisaje circundante con las áreas de mayor densidad poblacional. También considera que muchos de los sitios arqueológicos identificados como ciudades carecen de un foco físico de autoridad política. En cambio, muestran múltiples características monumentales, cada una «cosmocéntrica», con ​​ su propia orientación y lógica.

Prólogo

mucho más reducidas y relativamente marginales. Varios de estos elementos caracterizan los centros andinos posteriores, pero a menudo se les pasan por alto. Ello como resultado del sesgo consciente o inconsciente de investigadores que ven estas configuraciones desde el lente del urbanismo occidental. En parte, la presencia en el tiempo de estas características es resultado del énfasis andino en el uso de sus centros para reuniones públicas, ayunos, ofrendas, banquetes, bailes y pronunciamientos de oráculos, entre otras funciones, más que para el comercio, la fabricación de bienes u otras actividades frecuentes en las ciudades occidentales. En algunos aspectos se puede indicar que el enfoque de Makowski es una ampliación del clásico análisis de John Rowe acerca del Cuzco incaico, el cual se enfocó en cómo la evidencia empírica sugiere que la capital del Tahuantinsuyo era un tipo de asentamiento radicalmente diferente al de las ciudades contemporáneas del Viejo Mundo. Desde luego, como señala Makowski, a medida que la investigación avanzó desde la época de Gordon Childe, ha quedado claro que en el Viejo Mundo hay muchas tradiciones urbanas antiguas muy distintas. Por ejemplo, el patrón y la trayectoria del urbanismo en Egipto son distintos con los de Mesopotamia. Es más, se podría argumentar que no hay un solo patrón de «urbanismo andino», como el que Makowski propone en este volumen, sino más bien múltiples urbanismos andinos que aparecen en diversos momentos y configuraciones geográficas. Sea o no este el caso, al rechazar la anticuada noción del urbanismo que propuso Gordon Childe, el trabajo de Makowski es un paso muy importante en el estudio del urbanismo en los Andes. Los abundantes dibujos y fotografías a color que acompañan al texto hacen que este hermoso libro sea un estímulo intelectual y estético. Richard L. Burger Profesor de Antropología Universidad de Yale, EE. UU.

Otras características de los primeros centros andinos, como Caral, incluyen espacios públicos abiertos que ocupan la mayor parte de la superficie del asentamiento con grandes áreas dedicadas a la arquitectura monumental y zonas residenciales 12

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Introducción

Introducción

Una sola visita en Chan Chan o en Machu Picchu basta para que un observador atento e interesado se dé cuenta de las múltiples diferencias que marcan la distancia entre su ciudad de origen y, en general, el urbanismo occidental, por un lado, y los asentamientos andinos a los que se atribuye el carácter urbano, por el otro. La red de calles articulada por medio de plaza o plazas, que da acceso a cientos o miles de residencias permanentes familiares o multifamiliares, brilla por su ausencia. En cambio, el visitante se pierde en el caso de Chan Chan en pasadizos y recintos cercados y no techados, y se pregunta: ¿Dónde vivía la gente, dónde dormía y comía el soberano? En el caso Machu Picchu sorprende no solo la ubicación sino el predominio sobre los sectores residenciales de áreas destinadas al cultivo y dispuestas sobre andenes, así como de ubicuos espacios ceremoniales. El visitante tiene derecho de sorprenderse además al enterarse que no se trata de una ciudad ni de una ciudadela (del italiano citadella: «Recinto de fortificación permanente en el interior de una plaza, que sirve para dominarla o de último refugio a su guarnición», RAE sub voce), sino del palacio imperial, uno de varios fundados por el inca Pachacútec. No es fácil encontrar la explicación de estas diferencias en la literatura del tema pese a que la formación de las ciudades y la aparición del paisaje urbano, analizadas respectivamente desde la perspectiva regional o global, se han convertido progresivamente en el área principal de interés para la arqueología a partir de la segunda mitad del siglo XX. Generaciones de arqueólogos de ayer y de hoy pasaban por alto las diferencias obvias en forma y función que he mencionado. La razón principal de esta actitud metodológica se desprende del supuesto vínculo causal entre el proceso urbano, la formación del Estado y los orígenes de la «civilización» con sus principales manifestaciones, las artes figurativas y las altas tecnologías artesanales y manufactureras, entre otros. El concepto mismo de la «civilización» acompaña el desarrollo teórico de las ciencias históricas y sociales desde el siglo XIX, cuando estas se consolidaron como disciplinas académicas y en medio de los debates filosóficos del positivismo.

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La reflexión sobre los antecedentes mediterráneos históricos y prehistóricos de la cultura occidental industrializado en el apogeo de su expansión colonial ha servido para construir la conocida secuencia del desarrollo de las culturas humanas en tres etapas de supuesta vigencia universal —salvajismo, barbarie y civilización— correspondientes a tres periodos tecnológicos: paleolítico, neolítico (con chalcolítico) y edades de metales (Bronce y Hierro). El famoso arqueólogo australiano Gordon V. Childe, influenciado por los postulados filosóficos del materialismo histórico de Marx y Engels, ha reinterpretado el modelo de evolución lineal de tres etapas mencionadas desde la perspectiva dialéctica. La «revolución neolítica» con las nuevas estrategias de subsistencia a base de la agricultura y de la actividad pastoril, previa a la domesticación de plantas y animales, condiciona la transición hacia la vida sedentaria. Le sigue la Edad de Bronce, la segunda revolución, la revolución «urbana», causante del surgimiento de la civilización y la aparición de la propiedad privada, de las clases antagónicas, y del Estado. La idea de que las sociedades del pasado (y del presente) se pueden clasificar entre las «civilizadas» y no civilizadas, siendo las primeras muy parecidas una a la otra, y las segundas, tan megadiversas como lo son el registro etnográfico, han calado hondo y mantienen su vigencia en el imaginario compartido por varios investigadores y la mayoría de aficionados. Por medio de la lista de las características de lo que es una civilización o no, la que varía de autor en autor, se expresa la suposición de que las expresiones culturales del pasado han sido formas evolutivamente imperfectas de los componentes de la civilización occidental, concebida como un ideal y un fin de la historia humana, siguiendo a Hegel. Según esta manera de pensar, toda civilización antigua debe compartir, se supone, con los tiempos actuales, sistemas de gobierno burocratizado provisto de medios coercitivos, del aparato fiscal y del control de territorio, expresiones de artes figurativas, y de preferencia la escritura como medio principal de comunicación social, así como una condición indispensable: la red de ciudades cuya existencia está condicionada por amplios excedentes agrícolas y un intenso comercio a larga distancia. Contrariamente a lo que se podría suponer, ni la arqueología, ni la antropología, ni menos la historia comparada ha confirmado la validez de la suposición expuesta 16

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arriba. Por el contrario, el desarrollo de las ciencias histórico-sociales mostró la arbitrariedad de los criterios utilizados para equiparar a fuerza los rasgos distintivos del mundo global industrializado moderno con las realidades del pasado. Los estudios realizados en la segunda mitad del siglo XX evidenciaron que la historia de la humanidad se compone de varios procesos paralelos originales cuyos destinos confluyen a medida que se afianzan los procesos de globalización. Las prehistorias e historias de la India, del Sudeste Asiático, de Mesoamérica y de los Andes Centrales tienen innumerables aspectos originales que no se dejan entender a partir de una sola línea de desarrollo y siguiendo la perspectiva eurocéntrica. Los estudiosos de estos pasados descubren inventos ingeniosos, estrategias novedosas y adaptadas a retos medioambientales particulares, formas de organización social y política inéditas, sistemas de intercambio y distribución de productos muy distantes de las que imperan en la economía del mercado, urbanismos sui géneris, incomparables en forma y en contenido con las ciudades antiguas del Mediterráneo y modernas de la Europa medieval o renacentista. El camino para descubrir las complejidades y acercarse al entendimiento de las idiosincrasias de las sociedades asiáticas y americanas fue trazado por antropólogos durante el siglo pasado. Basta recordar a Franz Boas, Bronislaw Malinowski, Marcel Mauss, Claude LéviStrauss, Maurice Godelier, Clifford Geertz, sus alumnos y seguidores. El valor universal de las teorías evolucionistas ha sido también seriamente cuestionado por generaciones de arqueólogos. Recientemente, Norman Yoffee (1993, 2005) demostró que ni las jefaturas ni los señoríos (complex chiefdom) pueden ser considerados antecedentes de ciudades-Estados en las cuencas del Éufrates y Tigris, donde habría acontecido —según Gordon V. Childe (1974)— la primera revolución urbana en la historia de la humanidad. Ello se debe al hecho de que estos conceptos de la organización política pre-, o mejor dicho no-estatal, fueron forjados a partir del estudio de diversas áreas muy distantes una de la otra, entre el continente americano y Hawái, y pertenecen a historias que no guardan ninguna relación con la de Mesopotamia. Maurice Godelier (1969, 1975) ha desarrollado una profunda y bien fundada crítica del carácter universal de los modos de producción en cuyo contexto habrían acontecido transformaciones del modo de producción basado en el parentesco, presentándose nuevas relaciones sociales que implicaban la aparición de la propiedad privada y la 17


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formación de clases de carácter antagónico (esclavismo, feudalismo). Cada uno de estos modos de producción —asiático, antiguo, germánico— fue extraído por así decirlo de la historia de otra región del continente euro-asiático (respectivamente, Mesopotamia y Egipto, Mediterráneo y Europa occidental), y ninguno de ellos está concatenado con los demás formando parte de la misma secuencia causa-efecto. Todos estos aportes críticos, intencionalmente libres de eurocentrismos implícitos, cito a título de ejemplo y sin pretensiones de resumir ni menos agotar el rico debate posmoderno y poscolonialista en medio del cual emergen y se consolidan las reconstrucciones de procesos e instituciones. El área centroandina quizá haya aportado mayor número de evidencias que cualquier otra zona para demostrar que los modelos evolucionistas eurocéntricos con su definición de la «civilización urbana» no son de aplicación universal y resultan de poca ayuda para entender los procesos acontecidos en los Andes Centrales. Papel pionero, particularmente importante, ha tenido el debate que se desarrolló entre la etnohistoria y la arqueología a partir de las investigaciones de John Murra (1980, inter alia), María Rostworowski (2002, 2006, 2007, inter alia) y Tom Zuidema (2010, inter alia). El presente libro es la compilación de una selección de textos escritos en los últimos veinte años y cuyas sucesivas versiones fueron publicadas en español, inglés, italiano, polaco y japonés en volúmenes compilados y en revistas especializadas, algunas de difícil acceso. Todos los textos comparten el mismo tema —el urbanismo andino— y la misma preocupación metodológica, la de interpretar los complejos arquitectónicos de supuesto carácter urbano a partir del análisis de formas, sistemas de comunicación y visibilidad, así como probables funciones, ubicando a cada uno en su particular contexto cultural, y sin dejarse sugestionar por las eventuales similitudes con otros procesos urbanos, por lo general superficiales y aparentes. Los cuatro capítulos de los que se compone el volumen están dedicados cada uno a diferentes áreas de los Andes Centrales y diferentes periodos en los que aparecen manifestaciones de arquitectura y tipos de asentamientos que merecían en la opinión de algunos estudiosos el adjetivo de “urbano”. En el primer capítulo discutimos el sorprendente fenómeno de arquitectura monumental compleja, a menudo con decoración parietal figurativa, cuyas primeras expresiones fueron construidas entre fines del IV° milenio a.C. y la primera mitad del IIIr milenio a.C., verbigracia 18

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Ñanchoc en el valle de Zaña, Sechín Bajo en el valle de Casma o Caral-Chupacigarro en el valle de Supe. Algunos investigadores se sirven de la coincidencia fortuita de fechas absolutas, para convencer a sus lectores que en estos valles peruanos se ha llegado a niveles de desarrollo en todos los aspectos comparables con Mesopotamia o Egipto y en el mismo tiempo que en estas dos áreas. Según ellos, en todos estos casos, el andino incluido, se trataría de civilizaciones, producto de revoluciones urbanas. No obstante, a diferencia de Próximo Oriente, la aparición de la arquitectura monumental en los Andes ocurre en el pleno proceso de domesticación de plantas y en el contexto de desarrollo tecnológico muy incipiente (Periodos Arcaico Medio y Tardío), sin conocimiento de cerámica, metales o medios de transporte terrestre y marítimo. Otra gran diferencia es la falta de continuidad en las tradiciones urbana y arquitectónica monumental, la que en cambio se percibe con tanta fuerza tanto en Egipto como en Mesopotamia. Las capitales de estados prehistóricos que se desarrollaron en la segunda mitad del Ir milenio y en la primera mitad del II° milenio en la costa del Perú, cuyas características se discute en la segunda parte del libro no se parecen a centros ceremoniales del Periodo Arcaico ni tampoco son el resultado de la evolución continua a partir de antecedentes arcaicos. Esta revisión de casos invita al lector a una reflexión teórica comparativa sobre los modos de concebir el urbanismo en la literatura del tema. Esta reflexión se desarrolla en la tercera parte del libro y que conduce a la conclusión que es menester entender los sistemas de asentamientos que se desarrollan en el Perú prehispánico en su propio contexto, tan distante y original en comparación con otros urbanismos preindustriales, de los cuales cada uno, hay que decirlo, tiene sus particularidades. Por lo tanto, en lugar de manejar el modelo de un solo urbanismo, similar al contemporáneo se debería pensar en múltiples urbanismos. La cuarta parte está dedicada a un caso específico de estudio, perteneciente al periodo final de la larga secuencia prehistórica andina. Se trata de los asentamientos en el valle de Lurín (Ychsma), donde la administración inca ha construido el famoso centro ceremonial y oráculo de Pachacamac, destino de peregrinajes, el tercer templo de culto imperial en Tahuantinsuyu en cuanto a la importancia. El caso ilustra a perfección las características particulares del urbanismo andino.

Krzysztof Makowski Departamento de Humanidades. Arqueología Pontificia Universidad Católica del Perú 19


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La arquitectura pública del Periodo Precerámico Tardío y el reto conceptual del urbanismo andino1

Çatal Hüyük y el Periodo Formativo Precerámico centroandino Han transcurrido varios años desde que tuve la oportunidad de expresar mis ideas sobre el controvertido tema de las características de la complejidad social en el Periodo Precerámico Tardío, gracias a la invitación a un simposio internacional, «Los orígenes de la ciudad en el Perú prehispánico», organizado por Ruth Shady en agosto de 1998. El título de la ponencia —«El síndrome de Çatal Hüyük: observaciones sobre las tendencias aglomerativas tempranas», publicada en el año 2000— sintetizaba la idea central: las arqueologías comparadas proporcionan sugerentes pruebas de que en el lapso desde el inicio de la transición hacia la vida sedentaria hasta la difusión del uso de cerámica, las condiciones ambientales propicias y las avanzadas estrategias de subsistencia posibilitaron que los asentamientos caracterizados por extensión y complejidad fuera de lo común de las estructuras, como Jericó o Çatal Hüyük, surgieran y se desarrollaran durante varios siglos, en algunos casos de manera excepcional. Estos asentamientos, cuya complejidad pareciera incompatible con el desarrollo tecnológico propio de las fases precerámicas del proceso de neolitización, habían 1 Este texto fue publicado por la primera vez en «La arquitectura pública del Periodo Precerámico Tardío y el reto conceptual del urbanismo andino», en Boletín de Arqueología PUCP, nro. 10, 2006, Procesos y expresiones de poder, identidad y orden tempranos en Sudamérica, Primera parte P. Kaulicke y T. Dillehay (eds.), pp. 167-200. Lima: Fondo Editorial PUCP, Lima 2008.

Acceso sur a la plaza circular hundida de la Pirámide Mayor, Caral, valle de Supe, Lima.

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merecido a menudo, en opinión de sus descubridores, el calificativo de ‘urbanos’, con todos los contenidos socioeconómicos que este adjetivo suele implicar (clases sociales, comercio a larga distancia, entre otros). Sin embargo, tras algunas décadas de estudios avanzados en nuevos asentamientos y contextos arqueológicos, los resultados contradicen esta primera impresión. Por otro lado, la monumentalidad de los espacios públicos ceremoniales, la extensión muy reducida de las áreas claramente residenciales y la aparición de centros ceremoniales monumentales en los albores de la vida sedentaria constituyen rasgos particulares andinos que no guardan ninguna similitud con el urbanismo evolutivo registrado por primera vez en las cuencas del Éufrates y Tigris desde el fin del Periodo Chalcolítico. En este aspecto, discrepaba con aquellos autores que se sirvieron de las propuestas de interpretación planteadas por Childe y Adams acerca del origen de la civilización en Mesopotamia para sugerir que los centros ceremoniales con arquitectura monumental en los Andes Centrales habían tenido carácter urbano. Transcurridos diez años y con nuevas evidencias a disposición, me afirmo en la hipótesis que acabo de exponer, pese a que el contexto del debate es menos propicio que antes para evaluar escenarios alternativos. Gracias a un exitoso programa de difusión, el público nacional e internacional se ha informado acerca de la sorprendente monumentalidad de la arquitectura ceremonial en Supe y en los valles aledaños del Norte Chico del Perú. El público interesado se ha acostumbrado también a creer que se trata de las ciudades más antiguas en el continente americano, pese a las opiniones discrepantes de varios especialistas (por ejemplo, Dillehay, Bonavia y Kaulicke 2004: 28; cfr. Quilter 1991; Burger 1992). El complejo de Caral, conocido antes como Chupacigarro (Engel 1987; Burger 1992: 31, 76), es interpretado como la capital de un Estado prístino (Shady 1999, 2000, 2006; Shady y otros 2001). No obstante, el avance de los estudios sobre la neolitización y sus consecuencias en Anatolia, el Creciente Fértil y en los Andes Centrales invita a una reconsideración profunda de términos, cronologías y conceptos relacionados con los cambios culturales ocurridos desde el fin de Pleistoceno hasta el Holoceno Medio II (Sandweiss y otros 2007: tabla 2.1).

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Hay, por lo menos, tres razones para esta reconsideración. Por un lado, ha sido demostrado que la domesticación de plantas y animales, y la transición hacia la vida sedentaria se dieron de manera simultánea e independiente en diversas áreas del mundo, y en varios focos a la vez en cada continente e, incluso, en cada región, en los lugares donde existieron ancestros de las especies actualmente domesticadas. La neolitización puede ser entendida como el resultado de la adaptación a cambios ambientales del fin del Pleistoceno y el comienzo del Holoceno, a lo que se debe su carácter sincrónico. En cada caso, estos procesos produjeron efectos distintos en cuanto a estrategias de subsistencia y patrones de asentamiento. Por otro lado, existe un consenso acerca de la larga duración y la naturaleza acumulativa de los procesos de domesticación, los que en zonas peritropicales se inician a fines del Pleistoceno (Younger Dryas, 11.500-10.000 antes de Cristo) y tardan cuatro a seis milenios en transformar de manera permanente la vida de las sociedades de cazadoresrecolectores-agricultores incipientes. Los mecanismos y las cronologías sugeridas por Childe en su hipótesis de la Revolución Neolítica quedaron superados. Por último, bajo el peso de las evidencias, el escenario de las «sociedades aldeanas», fragmentarias, igualitarias, sin ningún tipo de liderazgos y sin mecanismos para construir y cultivar la memoria colectiva quedó también descartado para dejar el camino abierto a nuevas alternativas. En estas últimas, la dicotomía sociedades fragmentarias «aldeanas» y sociedades complejas «urbanas» no solo queda estrecha, sino que, además, no es operativa. La comparación entre Caral y Çatal Hüyük es estimulante y productiva como punto de partida para la reflexión sobre el hipotético urbanismo precerámico en los Andes Centrales. En Anatolia, como en muchas otras zonas de neolitización temprana — en las que se incluyen los Andes Centrales—, el inicio de la producción alfarera no se relaciona con cambios relevantes en otros aspectos tecnológicos y de subsistencia. Hasta hace pocos años, el peso de la tradición académica impedía que en la arqueología peruana se difunda el uso del término «Formativo Precerámico» (Makowski 1999; Lumbreras 2006), equivalente al «Neolítico Precerámico» y mucho más apropiado que el «Arcaico Superior»2. Por ende, y dado que Çatal 2 Durante el Periodo Arcaico Medio no solo se dan avances significativos en la domesticación, en

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Hüyük fue fundado en el Neolítico Precerámico (hacia 7.400 antes de Cristo [calib.]), podría decirse que ambos asentamientos han sido construidos por sociedades que se encontraban en estadios similares de evolución cultural, pese a que el asentamiento de Anatolia fue abandonado 3.500 años antes de que se fundara Caral (hacia 6.000 antes de Cristo [calib.]). Sin embargo, se debe recalcar que, en comparación con Caral-Chupacigarro, los habitantes de Çatal Hüyük contaban con mayor cantidad de recursos locales de alto contenido de proteínas y carbohidratos provenientes de agricultura intensiva de cereales, y cría de cápridos y de óvidos, además de caza de mamíferos grandes, en especial bóvidos salvajes. También se deben mencionar las tecnologías y materias primas sofisticadas que incluyeron herramientas de obsidiana, los primeros objetos hechos de cobre y la alfarería introducida cuando el asentamiento ya existía (Hodder 2006, 2007). Obviamente, todas estas tecnologías están ausentes en el Supe precerámico. Como Caral, Çatal Hüyük fue considerado por su descubridor una expresión del urbanismo precoz: Está del todo claro ahora que este sitio no fue una aldea, sino una ciudad en la que vivía una comunidad con economía desarrollada, compleja organización social, rica vida religiosa, artesanía especializada y artes plásticas avanzadas. De ninguna manera fue una comunidad autosuficiente, ya que obtenía las materias primas que su economía requería mediante el comercio a larga distancia que cubría amplias áreas. Fuera de la ausencia de escritura, esta población satisfacía todas las condiciones que requiere, por lo general, el uso del término ‘civilización’ (Mellaart 1963: 19; traducción mía)3. la sedentarización y en las tecnologías de pesca y marisqueo (Lavallée 1995: 138-165; 187-223; Dillehay Bonavia y Kaulicke 2004), sino también en la tecnología lítica (Lavallée, loc. cit.). Como consecuencia de ello, el Periodo Arcaico Superior comparte la mayoría de sus características con el Periodo Formativo Inferior y dista, en casi todos los aspectos relevantes, del Periodo Arcaico Inferior (Lavallée 2006; Lumbreras 2006). 3 «[...] it is now abundantly clear that this site was not a village, but a city, inhabited by a community with a developed economy, social organization, a rich religious life, specialized crafts y a well-developed art. They were anything but self-sufficient, but traded far y wide to obtain the raw materials their economy demanded. But the absence of writing they satisfied all the conditions usually demanded for the use of term ‘civilization’». Véase también Mellaart (1967: 19) y el resumen de la discusión posterior en Wason (1994: 134-179).

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Cerro Sechín, relieves de la fachada.

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Çatal Hüyük, como años después Caral, fue llamado «centro de la civilización matriz» (Fairservis 1975, passim) y visto como lugar de origen de una cultura en la que el género femenino desempeñaba el papel preponderante (Gimbutas 1991, passim). En efecto, al momento de su descubrimiento, Çatal Hüyük no solo era el primer asentamiento neolítico de su tipo conocido en Anatolia, sino que, además, impactaba por su tamaño, comparable con Gordion, capital de Frigia helenística y romana, y mayor que el de la famosa Troya (Wason 1994: 153): el montículo artificial estratificado se levanta 17,5 metros sobre el nivel de la planicie, con estructuras habitacionales aglutinadas que cubren 13,5 hectáreas y esconden 18 niveles sobrepuestos que corresponden, aproximadamente, a 1.400 años de ocupación ininterrumpida (Hodder 2007: 106).

Çatal Hüyük, el asentamiento-colmena más grande y mejor preservado de la época neolítica de Oriente.

Un porcentaje importante de las estructuras llevaba una abundante decoración en forma de estucos en relieve policromado y pinturas. Pese a que la forma de estos ambientes no difería mayormente de los espacios habitacionales comunes, Mellaart (1967) las consideraba templos del culto de la diosa Madre, cuya imagen estaba reproducida en numerosas figurillas de arcilla. Las prospecciones desarrolladas en los años posteriores al descubrimiento (Bartel 1972) revelaron la existencia de cuatro grupos de poblados menores con cultura material similar a la de Çatal Hüyük, lo que permitía sugerir que en la planicie Konya se inició, de manera temprana, un proceso de crecimiento nuclear con centros poblados rodeados de anillos de aldeas menores (nucleation, en inglés), un proceso comparable con lo observado por Adams en la zona de Uruk, en la Mesopotamia del fin de Periodo Obeid. Este mismo argumento es esgrimido por Shady (1999, 2003a, 2003b, 2006; Shady y otros 2001) y por Haas (Haas y otros 2004b) para los casos del valle de Supe, con Caral a la cabeza, y los valles aledaños del Norte Chico, respectivamente.

Las casas deshabitadas se convertían en espacios «de memoria», lugares de entierro y de culto a los muertos. Recibían decoración especial.

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Pese a que las interpretaciones de los casos de Caral y Çatal Hüyük guardan estrecho parecido, a la hora de comparar las evidencias se perciben más diferencias que similitudes. Caral es descrito y documentado por Shady (2006: 34-48) como un conjunto de agrupaciones de arquitectura pública y residencial diseminadas sobre un área de 66 hectáreas. Las construcciones de forma piramidal y plataformas asociadas a plazas circulares suman 5,27 hectáreas de área construida4, mientras 4 Se han sumado las áreas proporcionadas por Shady (2006: 34-48) para la Gran Pirámide (170,8

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que las estructuras residenciales de élite ocupan, por su parte, 0,08 hectáreas (Shady 2006; cfr. Shady y otros 2001)5. Estas estructuras se distribuyen en dos grupos ubicados en la cercanía de dos de las siete edificaciones claramente ceremoniales cuyos volúmenes dominan el paisaje. Shady (Shady y otros 2001) reconoce que por lo menos parte de los ambientes en las estructuras consideradas de élite tuvieron funciones rituales. Debido a las asociaciones encontradas, y en particular por la limpieza ritual de pisos, queda abierta la interpretación alternativa de estos ambientes como lugares destinados para reuniones festivas y todo tipo de actividades ceremoniales —ayunos, ritos de iniciación y banquetes— las que requieren de espacios techados, provistos de plataformas y banquetas. Las edificaciones de menor envergadura, en las que las funciones residenciales parecen también combinarse con las ceremoniales, suman no más de 3 hectáreas del área construida6. Estas edificaciones se encuentran ubicadas sobre las laderas de los cerros aledaños en la periferia del núcleo monumental. Si bien las áreas entre edificios —en particular el área central, llamada «plaza» por Shady (2006: 36)— fueron, seguramente, utilizadas como espacios de comunicación e, incluso, pudieron servir como lugares para la realización de actividades, no hay evidencias de una traza planificada con plazas y/o avenidas, ni que la mayoría de edificios fue localizada y construida con el mismo proyecto urbanístico. Shady (2006) sugiere lo contrario, pero a partir de un solo argumento no muy convincente: la supuesta división del conjunto en dos mitades, alta y baja, separadas por un accidente geomorfológico, el borde de una terraza fósil. por 149,7 metros = 25.568,76 metros cuadrados), el Templo del Anfiteatro (157,4 por 81,6 metros = 12.843,84 metros cuadrados), la Pirámide de la Galería (71,9 por 68,5 = 4.925,15 metros cuadrados), la Pirámide Cuadrada (65,67 por 44 metros = 2.886,4 metros cuadrados), la Pirámide de la Huanca (54 por 52 metros = 2.808 metros cuadrados), la Pirámide Menor (49,3 por 43,3 = 2.160,67 metros cuadrados), la Pirámide Central del Altar Circular (44 por 27 metros = 1.188 metros cuadrados) y el Pequeño Templo en el Sector N (25,9 por 10,91 metros = 282,57 metros cuadrados). El total es de 52.663,39 metros cuadrados. 5 Se han sumado las áreas mencionadas por Shady en el Sector I.2 (2006: 34-48) para las estructuras cerca de la Pirámide de la Huanca (286 y 158 metros cuadrados) y para las tres edificaciones asociadas al Templo del Anfiteatro en el Sector L13 (estructura B1 [16 por 12,5 metros = 200 metros cuadrados], estructura B2 [10,6 por 7,5 metros = 83,74 metros cuadrados] y estructura B5 [12,6 por 11 metros = 138,6 metros cuadrados]). El total es de 866,34 metros cuadrados. 6 Shady (2006: 42, 46-47) calcula que la unidad residencial más extensa en el Sector A tuvo 20.235,8 metros cuadrados, a lo que se agrega un área menor, en el Sector NN2, de 4.987 metros cuadrados. En el alejado Sector X hay, por lo menos, una estructura de 300 metros cuadrados. En cualquier caso, el área construida en este sector no parece superar los 3.000 metros cuadrados. Además, hay lugares con eventos breves de ocupación con arquitectura de materiales perecibles.

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Tampoco está claro qué porcentaje de las construcciones estuvieron en uso simultáneo durante los mil años o más de la existencia del centro ceremonial o «ciudad sagrada» planteados por Shady. Obviamente, las características del material lítico no permiten construir cronologías relativas finas. En la larga lista de fechas calibradas (Shady 2006: 60, tabla 2.7) llama la atención la posible relación entre el inicio de la construcción de la Gran Pirámide y de la Pirámide Cuadrada, por un lado, y el uso de unidades residenciales en los sectores A e I (pisos de ocupación y áreas de descarte), por el otro. Ambos hechos se podrían situar entre 2.600 y 2.500 antes de Cristo (calib.). De hecho, la Gran Pirámide sigue en construcción hasta, por lo menos, el siglo XXI antes de Cristo (calib.). Las fechas relacionadas con los rellenos de plataformas de otros dos edificios monumentales, las pirámides del Anfiteatro y del Altar Circular, son posteriores y corresponden al lapso de 2.300 a 2.000 antes de Cristo (calib.)7. Comparado con Caral (8,35 hectáreas de área construida sobre 60 hectáreas de terreno), Çatal Hüyük (13,5 hectáreas de área construida equivalente al área total del sitio) tiene, aproximadamente, 30 por ciento más de área construida total y 450 por ciento más del área destinada al uso residencial (13,5 hectáreas frente a 3 hectáreas) que el asentamiento del valle de Supe. Se trata de un montículo artificial compuesto de 18 niveles estratigráficos sucesivos de construcciones habitacionales densamente aglutinadas sin la presencia de plazas ni calles (Hodder 2006, passim; 2007: 106). No se han registrado construcciones monumentales ni áreas ceremoniales separadas e independientes de los espacios domésticos. Según Hodder (2007: 16), las edificaciones con abundante decoración no cumplían la función de templos, como creía Mellaart (1967, passim) y solo se trataba de residencias de familias más importantes. Çatal Hüyük es aún un fenómeno excepcional en el Neolítico de Anatolia, lo que no ocurre, en cambio, en la costa peruana, pues varios asentamientos de tipo Caral fueron registrados no solo en el valle de Supe (Shady 2006: 30-34, tablas 2.1 y 2.2), sino en todo el Norte Chico al sur de Casma, en particular en los valles de Pativilca y Fortaleza (Haas y otros 2004a, 2004b; Vega-Centeno 2004). 7 Shady (2006: 60, 61, tabla 2.7) proporciona diversas fechas corregidas por medio de fechados 12C/13C a. p. (antes del presente) y fechas calibradas para la Pirámide del Anfiteatro (Beta-184982). A esta corresponde una fecha de 3690 ± 110 a. p. (2120 antes de Cristo [media calibrada]) y para la Pirámide del Altar Circular (Beta-184979) se define un fechado de 3.800 ± 70 (2.210 antes de Cristo [calib.]).

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En realidad, el mismo fenómeno de arquitectura religiosa monumental temprana trasciende de lejos este marco territorial y atañe a la mayor parte de los Andes Centrales, la costa y la sierra del norte y del centro, por lo que fue considerado la característica relevante del Formativo Precerámico centroandino (Precerámico Tardío [Quilter 1991; Burger 1992; Makowski 1999] y Arcaico Tardío [Kaulicke 1994; Dillehay, Bonavia y Kaulicke 2004]). En la sierra norte, los primeros casos de arquitectura monumental con plataformas asociadas a plazas provienen del Periodo Precerámico Medio (Dillehay y otros 1997). Existe una relación muy probable entre los avances de la domesticación de plantas, por un lado (Dillehay Bonavia y Kaulicke 2004: 28), y el desarrollo de las tecnologías de pesca y marisqueo, por el otro (Moseley y Day [eds.] 1982, 1985). Según Sandweiss (Sandweiss y otros 2007: 38-41), el incremento de productos marinos en la dieta está adicionalmente impulsado por el cambio climático, es decir, la transición hacia condiciones similares a las del Holoceno Tardío, cuando el fenómeno de El Niño (ENSO) se empezó a presentar con la misma frecuencia e intensidad que en la actualidad. La tradición de arquitectura monumental, típica para Caral, se mantiene vigente, aproximadamente, 2.500 años y se extingue con el ocaso de los centros ceremoniales de Chavín y Kuntur Wasi, en el periodo en el que ocurren notables y favorables cambios en la producción de alimentos: se incrementa de manera drástica el consumo de maíz, gracias a la construcción de eficientes sistemas de riego (Burger y Van der Meerve 1990), y el porcentaje de carne en la dieta aumenta gracias a la difusión de la cría de camélidos en la costa y en la sierra norte. Este es un posible indicador de que la vigencia de la arquitectura ceremonial y de asentamientos tipo Caral haya guardado relación causal con sistemas de organización específicos, propios de sociedades cuya subsistencia dependía de la variedad de recursos combinados entre caza, pesca y marisqueo, recolección y agricultura. La agricultura del Periodo Arcaico es relativamente incipiente en comparación con los periodos posteriores, pese a que se registran los primeros casos de uso de riego por gravedad (Dillehay y otros 2005). Una economía mixta, en la que la caza y la recolección son importantes complementos de la agricultura, caracteriza también a Çatal Hüyük. Hay, sin embargo, una diferencia notable: el asentamiento se sitúa en el centro de tierras cultivables bajo riego por inundación y está ocupado en 32

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el periodo de Optimum Climaticum, cuando las condiciones en el altiplano de Anatolia fueron más favorables para la agricultura que hoy. El cultivo de cereales altamente productivos estuvo complementado por el pastoreo de cápridos y óvidos. Los bóvidos y suidos presentes en la iconografía no estaban domesticados aún (Hodder 2007: 106). Un interés no menor que las diferencias entre los dos casos de supuesto urbanismo en los albores de la vida sedentaria poseen las razones por las que las características urbanas de Çatal Hüyük fueron puestas en duda. Los principales argumentos provienen del análisis de los contextos funerarios confrontados con las características de la arquitectura doméstica. Todo indica que el ritual funerario ponía énfasis en perpetuar los lazos de parentesco intracomunitarios en los que la familia extensa, residente de una estructura doméstica, se constituía en la unidad básica de organización social, la que cooperaba y competía con las demás (Wason 1994: 159-163). Los entierros de carácter secundario estuvieron sepultados, salvo excepciones, debajo de las banquetas, al interior de los recintos techados residenciales. Los neonatos e infantes menores de un año no gozaban de este privilegio (Angel 1971: 82). Es frecuente el manejo ceremonial de cráneos separados del esqueleto poscraneal. Los ajuares, cuando aparecen, guardan relación estrecha con el género: a los hombres se les asocia armas, entre porras y puntas, sellos de arcilla y herramientas de obsidiana, mientras que las mujeres presentan espejos de obsidiana, adornos, paletas de pintura corporal, herramientas de hueso y piedra (Todd 1976: 69-70). La existencia de algunos entierros excepcionales de infantes con ajuares ricos de adultos sugiere que el rango de algunos niños (por ejemplo, primogénitos) estaba adscrito. Sin duda, el cuadro que se presenta es el de una sociedad no igualitaria. Los entierros más ricos, tanto de mujeres como de hombres, eran recurrentes en las casas con paredes decoradas, que Mellaart (1967: 204-206) consideraba templos, pero no se asociaban con ellas de manera preferente. Las eventuales diferencias de estatus no se reflejaban tampoco en las dimensiones de las unidades domésticas, ni en el número de ambientes bajo el mismo techo. Wason (1994: 178, 179) concluye: «Casi con seguridad, Çatal Hüyük no ha tenido carácter de una sociedad igualitaria, tanto en el sentido que le da Fried, como en el 33


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sentido literal; no obstante, las diferencias de rango social se sobreponían a las de género [...] los roles religiosos de sacerdotes, curanderos, chamanes o cualquiera que fuera decisivo como fundamento de estatus» (traducción mía)8. Al margen de las apreciaciones de Wason (1994), cabe recordar que la transformación a un carácter esclavista de la sociedad estamental de Mesopotamia debido al surgimiento del régimen privado de tenencia de tierra durante la segunda mitad del tercer milenio antes de Cristo estuvo acompañada por el profundo cambio que experimentaron los rituales y las creencias funerarias. Entre estos cambios resalta la ausencia del ajuar y el tratamiento relativamente uniforme de los individuos de acuerdo con su estatus, de manera independiente del sexo y de la edad (Forest 1983; Campbel y Green 1995). En la sociedad clasista, el alto estatus del difunto se expresaba por medio de la ubicación del sepulcro —por lo general dentro de la residencia— y en la arquitectura funeraria. Tampoco existen indicios inequívocos de la especialización de la producción artesanal a tiempo completo, pese a la alta calidad de la industria lítica, de hecho la más refinada del Neolítico del Oriente Próximo al lado de la de Biblos (Oats y Oats 1976: 97). Como bien lo expresa Fairservis, «entre 20 oficios cuya existencia podría deducirse del cruce del repertorio de materias primas con los procesos necesarios para transformarlos en artefactos utilitarios, ninguno se ubica fuera de las posibilidades de los diversos miembros de las sociedades tribales registradas en diferentes partes del mundo. La división social de trabajo sobre la base de criterios de género y de edad, las temporadas en las que baja la intensidad de actividades de subsistencia y el concurso de ciertos miembros diestros del grupo hacen posible que un estilo cultural se elabore a partir del trabajo de ciertos individuos; ello ocurre dentro del contexto ‘no civilizado’ en el caso de todos los grupos humanos cuyas habilidades están a la par o, incluso, son superiores en comparación con las de Çatal Hüyük» (Fairservis 1975: 167, traducción mía)9. 8 «Çatal Hüyük was almost certainly not an egalitarian society, either in the literal or in Fried’s sense, but what ranking there was appears to cross-cut gender lines [...] the religious statuses, priests, healers, shamans or whatever, were the most distinctive in status-role attribute». 9 «Of the twenty occupations represented at Çatal Hüyük which can be defined from the combination of material used y the processes necessary to turn them into usable artifacts, there are none that do not fall within the normal capabilities of the various members of tribes found in various parts of the world. Sex y age division of labor, lulls in subsistence activity, y the support of certain skilled members of the group on an individual basis make possible the collaboration in cultural style among some known groups which are on par y indeed superior to that of Çatal Hüyük —all in an ‘uncivilized’ context».

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Buena parte de esta producción especializada era destinada para depósitos votivos (numerosos cachés) y ofrendas funerarias (Wason 1994: 167). Su comercialización masiva a larga o mediana distancia nunca fue demostrada. Las artes figurativas proporcionan argumentos igual de contundentes contra la «hipótesis urbana» de Mellaart. En la iconografía, no hay imágenes factibles de relacionar con la existencia de estratos sociales diferenciados y de desigualdad institucionalizada como imágenes de gobernantes en audiencia o rodeados por subalternos, escenas de combate o de héroes conquistadores (Wason 1994: 168-169). Buena parte de la iconografía se vincula con el universo de creencias religiosas compartidas por muchas sociedades que combinan la agricultura y la recolección con la caza, pero no están presentes en el repertorio de las sociedades urbanas de Oriente Próximo, como las escenas de caza de venado o de caza «ritualizada» de toro. En todas ellas, la diferencia en tamaño y la ubicación de figuras humanas no parece sugerir un estatus particular de algún grupo o individuo. El estilo conservador de las pinturas de Çatal Hüyük, que se mantiene sin cambios mayores durante toda la larga secuencia de 14 siglos, no guarda ninguna similitud con los «grandes estilos» del arte figurativo de las sociedades clasistas de la antigüedad, cuya evolución estuvo marcada por frecuentes y dramáticas innovaciones alternadas con arcaísmos voluntarios (Patterson 2004). Para Wason, el apego a la tradición y la ausencia de cambios constituyen fuertes indicios de que la sociedad de Çatal Hüyük carecía de las características propias a los habitantes de una ciudad: «La estabilidad excepcional del orden social —con la mayor parte de las características de la cultura material perpetuándose siglo tras siglo— refuerza el punto de vista de que la rivalidad por el estatus, la ambición del desarrollo personal, el liderazgo combativo o el control económico probablemente no se manifestaban en el sistema de organización social de Çatal Hüyük. Y no hay muchos indicios en el registro para hablar de acumulación de riqueza, estratos sociales o acceso diferenciado a los recursos» (Wason 1994: 178; traducción mía)10. 10 «The exceptional stability of social order —with most patterns of material culture persisting century after century— reinforces the view that status rivalry, personal aggrandizement, y expanding leadership or economic control could not have been characteristic of Çatal social organization. y there is little in the way of evidence for wealth accumulation, social strata, or differential access to basic resources».

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En un artículo, Hodder (2007) ha propuesto una alternativa de interpretación interesante y bien documentada para el sorprendente continuismo en cuanto a la organización espacial de estructuras domésticas, reconstruidas periódicamente encima de los vestigios de las anteriores, sepultadas bajo sus cimientos. Asimismo, su argumento se sustenta en la presencia de profusa decoración religiosa en las paredes y de los entierros humanos debajo de las banquetas en un número importante de recintos domésticos. Las excavaciones recientes han demostrado no solo que las casas antiguas fueron cuidadosamente desmanteladas y cubiertas ex profeso con rellenos limpios, sino que los enlucidos se renovaban varias veces al año en las casas habitadas (Hodder 2007: 108)11. A menudo, las casas nuevas repetían la forma y distribución de ambientes, por lo que la organización espacial del asentamiento no variaba durante siglos, a diferencia de lo que ocurre con las trazas urbanas en el contexto de las dinámicas sociedades clasistas. Para Hodder, estas evidencias demuestran que «las actividades diarias al interior de las casas estaban envueltas en un complejo universo simbólico y, por medio de ellas, se formaba y reformaba el mundo de las relaciones sociales» (Hodder 2007: 108)12. Buena parte de estas actividades —en particular la construcción, la renovación y la decoración de los ambientes—, así como los ritos funerarios, tuvieron por finalidad crear y perpetuar la memoria de la comunidad. Las prácticas de reconstrucción y renovación de las viviendas y el culto de cráneos de ancestros no son exclusivos de Çatal Hüyük. Todo lo contrario, se registran durante todo el proceso de neolitización de Levante y fueron abandonados antes de la Revolución Urbana. Tampoco son exclusivos para Çatal Hüyük los temas iconográficos de caza de animales salvajes, violencia, sexo y muerte, los que aluden, probablemente, a rituales de pasaje (Hodder 2007: 114, 115). Desde la perspectiva expuesta, ni la fundación de asentamientos extensos ni el desarrollo de artes figurativas guardan relación con la formación de hipotéticas ciudades neolíticas y la legitimación de diferencias socioeconómicas supuestamente imperantes en ellas. Por el contrario, la arquitectura y el arte habrían desempeñado 11 Se han registrado 450 eventos en viviendas utilizadas entre 70 y 100 años. 12 «Embedded within a complex symbolic world, the daily activities within houses formed and reformed the social world».

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el papel de soportes de la memoria colectiva compartida por los miembros de una comunidad territorial. Sin el sentimiento de pertenencia al grupo unido por lazos de parentesco consanguíneo y ritual, las comunidades neolíticas no hubieran afrontado de manera satisfactoria el duro régimen de vida y de trabajo del agricultor incipiente, en todo caso mucho más exigente que la suerte de los cazadores-recolectores.zEl razonamiento de Hodder es plenamente aplicable para el caso del Periodo Formativo Precerámico y Cerámico de los Andes Centrales e, incluso, podría parecer más convincente en este contexto que en el de Anatolia o del Creciente Fértil. Los imponentes edificios de culto con amplias plazas están diseminados con variada densidad en áreas eriazas, en los lugares fronterizos entre áreas aptas para cultivo. En valles como el de Lurín (Burger 1992: 57-75; 2007) o Supe (Shady y otros 2000, 2006: 30-34, figura 2.1) estos monumentos se encuentran a distancia visual o siempre a menos de medio día de camino a pie unos respecto de otros. La apropiación del paisaje (Silverman 2002: 5-20; Dillehay 2004, 2007) y la creación de un espacio ceremonial en el que la memoria del grupo puede materializarse por medio de cantos, narraciones y bailes como parte de rituales en honor de los ancestros directos e indirectos parecen ser las principales razones del trabajo constructivo emprendido por una comunidad. Da la impresión de que los asentamientos que cuentan con mayor número de edificios de culto —y que, por lo tanto, merecen el calificativo de «urbanos», según algunos investigadores— tienden a ubicarse de manera estratégica respecto de los caminos tradicionales de penetración hacia la sierra y en quebradas desérticas a lo largo de la costa y, asimismo, estuvieron en uso durante un tiempo más largo que las demás. Este es, por ejemplo, el caso de Caral-Chupacigarro, ubicado en la parte del valle que en la actualidad posee menos área potencial cultivable en comparación con otras en toda la parte baja y media de la cuenca (Shady 2006: 30-34, figura 2.1). Su localización es estratégica respecto del litoral: a menos de un día de camino (23 kilómetros). Se ha demostrado que algunos grupos concurrentes a Caral traían productos del mar en abundante cantidad, mientras que otros llevaban consigo plantas y materias primas originarias de la sierra. También hay evidencias de materias primas destinadas a adornos y ofrendas, como conchas de Spondylus princeps, así como condimentos y semillas que provienen de largas distancias (Shady 2006: 48-49; tablas 2.3-2.5). 37


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Shady (2006: 52) sugiere que la presencia de todos estos bienes se debe a intercambios comerciales desarrollados entre los pobladores de Caral, los productores de algodón y los pescadores del litoral, además del intercambio de larga distancia. Dado que la existencia del comercio organizado (¿por el Estado?) en esta época no ha sido demostrada con argumentos empíricos convincentes, existe un escenario alternativo: la composición de los basurales —que se ubican en la vecindad de espacios ceremoniales apropiados para banquetes y contienen evidencias de una dieta muy rica en las preciadas proteínas animales de mar y de tierra— sugiere que se trata de vestigios de fiestas multitudinarias y no de simples desechos domésticos (véase más adelante). Cabe resaltar que cada edificio monumental en Caral difiere del otro en detalles importantes que fueron resaltados en su nomenclatura por Shady (2006: 3648) —plazas circulares hundidas, anfiteatros, recintos con nichos, altares circulares, huancas13, galerías con nichos—, además de existir diferencias en la distribución de ambientes respecto a atrios y patios, y en la forma del témenos. En varios de ellos se han comprobado múltiples reconstrucciones encima de los vestigios del edificio anterior, así como reparaciones de pisos y enlucidos (Shady 1999, 2006: 60-61). En este contexto, desde el punto de vista del autor, resulta muy probable que cada edificio fuese construido y mantenido por una comunidad asentada en algún lugar del valle de Supe, no necesariamente cerca de Caral. Si fuese así, en la organización espacial del sitio se reflejaría una organización político-religiosa confederativa, similar a la que fue planteada para el centro ceremonial de Cahuachi por Silverman (1993: 309-316; 2002). El trabajo corporativo mancomunado en la construcción y renovación de edificios de culto, y la organización de las fiestas religiosas periódicas emprendida en Caral y en otros sitios similares serviría, según esta propuesta, para cimentar lazos de parentesco real, consanguíneo y ritual. Gracias a múltiples lazos de parentesco, se habrían sustentado los derechos y obligaciones mutuos que facilitaban la movilidad, el trueque y el acceso a recursos en las zonas de control respectivo de cada grupo. 13 Voz quechua que se refiere a piedras paradas, las que fueron plantadas intencionalmente en el centro de áreas habitadas y cultivadas (huanca de abajo), áreas de pastoreo (huanca de arriba). Las huancas eran veneradas como huacas debido a su poder de fertilizar la tierra (Duviols 1979).

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Nuevas luces sobre la Revolución Urbana Tanto Shady como Haas se sirvieron de modelos y argumentos que tienen su origen en las propuestas de Childe (1974, inter alia), Adams (1966, 1981) y Service (1975) en sus interpretaciones del supuesto urbanismo del Norte Chico. Estas se originaron a partir de los resultados de las primeras investigaciones sobre el fenómeno de urbanismo en las cuencas del Éufrates y Tigris. La evidente relación entre el urbanismo mesopotámico, el origen de la escritura y la formación de las ciudades-Estado más antiguas en la historia de la humanidad ha hecho que el caso fuese y sea considerado paradigmático por muchos para el desarrollo de toda sociedad compleja, considerada «civilizada». Shady (Shady y otros 1999, 2000, 2003a, 2003b; Shady 2006: 61-63, inter alia), con un enfoque claramente ecléctico, adaptó a su manera la teoría de la Revolución Urbana de Childe (véase más adelante)14. En cambio, Haas (1987) tomó por sustento la teoría de Carneiro en su afán de fundamentar el surgimiento temprano de organizaciones políticas complejas en los Andes Centrales. En posteriores publicaciones, Haas (Haas y otros 2004b) retoma, en buena parte, las ideas de Shady. Los investigadores mencionados buscan explicar la difusión de arquitectura ceremonial con volúmenes piramidales, atrios elevados, fogones ventilados y plazas circulares hundidas a lo largo de la costa norcentral como efecto del supuesto surgimiento del Estado o de los Estados arcaicos, de sus capitales y de sus centros administrativos secundarios y terciarios. La propuesta pone a prueba los principios elementales de la lógica evolucionista empleada por la arqueología procesual, tanto la inspirada por Steward (Steward y otros 1955) como la influenciada por el modelo de la Revolución Urbana de Childe (1974). Numerosas preguntas sin respuesta llegan a la mente si se asume como posible el escenario mencionado: ¿Qué tipo de urbanismo pudo haberse desarrollado en el contexto tecnológico correspondiente a un Periodo Formativo Precerámico, anterior a la domesticación de camélidos, con una agricultura de nivel incipiente y sin medios de transporte? ¿Cómo imaginarse la vida urbana en asentamientos de traza dispersa, con el 70 por ciento del área construida destinada a fines ceremoniales, cuya área supuestamente 14 La perspectiva metodológica adoptada por Shady es comparativa, pragmática y axiomática a la vez.

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residencial, aunque también provista de ambientes de uso ritual, es similar a la de una aldea (menos de 4 hectáreas)? ¿Por qué la tradición arcaica de la arquitectura ceremonial desaparece al inicio del Horizonte Temprano —salvo en algunos centros de la sierra, como Chavín y Kuntur Wasi— y no se registran niveles semejantes de esfuerzo constructivo mancomunado en el ámbito local del Norte Chico hasta la conquista española? ¿Por qué el patrón de asentamiento del Periodo Precerámico Tardío, supuestamente urbano, guarda pocas similitudes con el urbanismo que se conoce en la Costa Norte durante el Horizonte Medio, un periodo en el que varios estados regionales cuya existencia está fuera de la discusión —por ejemplo, Moche, Wari, entre otros—, se habrían enfrentado en una lucha por hegemonía? Estas preguntas inspiran otras, más de fondo y de carácter metodológico: ¿Es admisible en todos los contextos preindustriales una definición del urbanismo europeo de la era moderna, con una rígida separación entre el campo, lugar de trabajo y de residencia del campesinado explotado, por un lado, y la ciudad, entendida como la residencia de élite, el centro de producción y de distribución de bienes no alimenticios, así como el principal escenario de lucha por el poder entre clases sociales, por el otro? ¿Puede ser operativa y acertada una definición trascultural y ahistórica del urbanismo, concebida, además, como fundamento de una sola línea evolutiva en la prehistoria e historia de la humanidad? Todas estas preguntas se vuelven aún más actuales en el contexto de trabajos recientes en Mesopotamia, los que invitan a una profunda reevaluación de los modelos del surgimiento de sociedades urbanas pre- y protohistóricas. El desarrollo de los centros urbanos de la cultura Uruk (hacia 4.000-3.100 antes de Cristo) antecede por más de mil años el uso generalizado de la escritura en la cuenca. Vista panorámica de las pirámides del sector alto, Caral, Lima.

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En los asentamientos urbanos del valle alto solo se han encontrado evidencias de sistemas contables (tokens, en inglés). Asimismo, es evidente que tanto la primera como la segunda «Revolución Urbana» —en la terminología usada, entre otros, por Akkermans y Schwartz (2003)— anteceden por varios siglos el incremento de la estratificación social y el surgimiento de la propiedad privada a fines del tercer milenio antes de Cristo (Trigger 2003). 41


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Diversos investigadores (Butterlin 2003; Yoffee 1993, 2005) destacan tanto el carácter relativamente igualitario de las primeras sociedades consideradas «urbanas» como el papel de la religión con ciertos matices «chamánicos» en su vida política. En la discusión surgieron dudas bien fundadas acerca de la validez del uso de criterios y conceptos acuñados para describir la realidad política y económica de los estados de la segunda mitad del tercer milenio antes de Cristo para describir los procesos del surgimiento de las sociedades complejas durante el cuarto milenio y, en particular, de los conceptos de la ciudad-Estado y del sistema-mundo, este último propuesto por Algaze (1993). Entre otros, se ha propuesto hacer un deslinde entre la aparición de centros administrativo-religiosos y el verdadero fenómeno urbano de la época histórica y caracterizar los desarrollos prehistóricos como «protourbanos» en esencia (Butterlin 2003). La comparación entre las seis subregiones en Mesopotamia15 y el valle del Nilo debajo de la Primera Catarata refuerza la impresión de que en el Cercano Oriente se observan varios tipos de urbanismo y varias secuencias de procesos aglomerativos tempranos, todos ellos condicionados por las características del medio ambiente en buena parte. Cada una de estas zonas es escenario de procesos diferentes respecto de las demás en cuanto a las características, los tamaños y la organización espacial de los asentamientos. La típica organización jerárquica, producto del proceso sostenido de nucleación, con la población concentrada en varios asentamientos muy grandes (mayores de 200 hectáreas) y grandes (mayores de 40 hectáreas), rodeados de aldeas medianas (mayores de 5 hectáreas) y pequeñas, dispuestas en las orillas de cursos de agua —que incluyen también una red de canales—, caracteriza solo a dos zonas intercuenca de Uruk-Warka y Nippur, aunque en el paisaje de esta última zona predominan asentamientos pequeños, con extensiones por debajo de 1 hectárea16. De manera acertada, Trigger (1985, 2003: 139, 140) ha sugerido que la historia del urbanismo en Egipto difiere diametralmente de la de Mesopotamia. El urbanismo 15 Según Ramazzotti (2003: 57-71), el Uruk-Warka (intercuenca baja del Éufrates-Tigris), el Ur-Eridu (cuenca baja del Éufrates suroeste), el Nippur (intercuenca media central del Éufrates-Tigris), el Diala (cuenca media del Tigris) y el Akkad (cuenca media del Éufrates). 16 En cambio, los asentamientos medianos (de 5 a 20 hectáreas, 90 por ciento de la muestra) caracterizan la zona de Akkad (Ramazzotti 2003). La zona de Ur-Eridu es un caso intermedio, con un solo centro grande, escasos centros secundarios (de 5 a 20 hectáreas) y un número más elevado de aldeas (de menos de 1 hectárea).

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en Egipto tiene carácter compulsivo y se origina como consecuencia del surgimiento y evolución del Estado territorial desde la última fase del Gerzeense (Nagada III). Los centros «urbanos» son capitales, centros administrativos y ceremoniales a la vez. Los más grandes de ellos (por ejemplo, Gizeh, Kahun), con diseño planificado y de trazo ortogonal, fueron construidos para los obreros y funcionarios encargados del mantenimiento de las necrópolis reales. La mayoría de la población vive en asentamientos pequeños de carácter rural e incluso los centros urbanos principales, como Hieracómpolis, poseen un área muy restringida. Diferente es también el lugar de la arquitectura ceremonial monumental en el contexto considerado urbano en ambos casos. En Egipto, las áreas residenciales de tamaño relativamente reducido en comparación con la envergadura de espacios públicos ceremoniales se construyen para albergar a los constructores y los funcionarios de las necrópolis y los centros ceremoniales. En la literatura existe un marcado consenso para considerar los casos de Egipto y Mesopotamia como ejemplos de dos desarrollos distintos en sus características y en cuanto a sus efectos: el brusco surgimiento de un Estado regional que da impulso a la fundación de centros urbanos en el primer caso, frente a la lenta evolución del sistema protourbano que anticipa la formación de múltiples entidades estatales de manera simultánea en el segundo (ciudades-Estado históricas preaccadienses). El deslinde entre el urbanismo evolutivo y el compulsivo resulta útil, también, para entender el contexto en el que aparecen complejos urbanos planificados, a menudo de traza ortogonal. Estos complejos, cuyos ejemplos son abundantes, se construyen debido a la decisión política de un gobernante y, por lo general, se abandonan con el colapso del sistema político responsable de su fundación. Los asentamientos de las necrópolis en Egipto, la traza de las colonias griegas, las ciudades helenísticoromanas (según los principios atribuidos a Hipodamo de Mileto y desarrollados por Vitruvio) y las fundaciones de la Corona española inspiradas por los textos teóricos del reconocido arquitecto romano, todos ellos, deben sus características particulares y su existencia a una decisión política. Las ciudades que se formaron en largos procesos evolutivos prístinos o inducidos carecen de traza planificada y se caracterizan por un laberinto de calles estrechas y sinuosas: Sevilla, Uruk, Damasco, Roma antes de Nerón, Atenas y miles de ejemplos 43


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más. Solo la ubicación del ágora, fórum o plaza de armas y el recinto de defensas traen recuerdos de un orden simbólico que, a veces, remite al rito de fundación.

Las interpretaciones acerca del urbanismo en los Andes Centrales El debate expuesto en el párrafo anterior ha tenido aún pocas repercusiones en las interpretaciones de asentamientos con arquitectura monumental en los Andes, pese a que dos de las cuatro propuestas que han orientado la discusión sobre el tema durante la segunda mitad del siglo pasado se inspiran en la lectura de las expresiones del urbanismo evolutivo registradas en las cuencas bajas del Éufrates, Tigris (Sumeria) y Karun (Susiana). Se trata de las propuestas de Collier (1955) y Lumbreras (1974, 1987). Ambas estuvieron articuladas a partir de la idea de que las características del urbanismo europeo de la era industrial tienen carácter universal y que sus antecedentes más remotos se encuentran en Mesopotamia. Ambas propuestas fueron concebidas a partir de evidencias registradas en la superficie o en sondeos, y sin que se conocieran a fondo tanto las funciones de la arquitectura como su contexto cultural y social. La propuesta de Collier podría denominarse «comparativa» y sus planteamientos (1955) fueron retomados por Schaedel (1966, 1978, 1980), quien realizó los primeros intentos de contrastarlos de manera sistemática por medio del uso de los criterios empleados por Adams (1966) para cruzar los resultados de prospecciones en las áreas respectivas de Uruk (Mesopotamia) y Teotihuacán (México). Los influyentes trabajos de Adams (1966, 1981; Adams y Nissen 1972) y de Schaedel convencieron a generaciones de investigadores —como Shimada (1994, acerca del urbanismo mochica) e Isbell (1988; Isbell y McEwan [eds.] 1991, inter alia, para 17

17 Según Collier (1955), el desarrollo cultural en la costa del Perú sigue la línea evolutiva que Adams y Wittfogel (Steward y otros 1955) creyeron haber definido en los restantes focos prístinos de civilización. Entre el fin del Periodo Formativo y el Periodo de Desarrollos Regionales, la introducción de sistemas complejos de riego por gravedad y el desarrollo de otras tecnologías (ganadería, metalurgia) posibilitó un marcado aumento de la población. Como consecuencia de ello, se habrían producido conflictos armados y apareció la élite guerrera, la que pronto había entrado en el conflicto latente con la vieja élite sacerdotal. Así, se habrían creado condiciones para que los señoríos teocráticos del Periodo Formativo se transformaran en Estados seculares, militaristas y expansionistas, como el wari. Aquella secuencia hipotética de estadios se vería fundamentada por la siguiente evolución de formas arquitectónicas: 1) centros ceremoniales del Periodo Formativo, 2) capitales de estados regionales: pueblos grandes, aglutinados alrededor de enormes templos-pirámide (Periodo de Desarrollos Regionales), 3) tipos urbanos de poblamiento planeado cuya aparición estaría relacionada con el estadio militarista (Wari) (Collier 1955).

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el urbanismo wari)— de que el proceso de evolución social y política relacionado con el surgimiento de la ciudad y del Estado en el área de Uruk se repite en otras áreas culturales, con variantes poco significativas. Con el supuesto de que el fenómeno urbano estuvo condicionado por la consolidación de estructuras administrativas del Estado, su presencia o ausencia podía ser inferida a partir de las relaciones jerárquicas y espaciales entre asentamientos: el tamaño y la diferenciación formal de conjuntos de arquitectura confrontados con la distribución espacial de sitios permitiría distinguir, conforme a los lineamientos del modelo, entre los rangos de capital, centro regional, provincial, distrital, entre otros. Para los seguidores del enfoque comparativo que trabajan el área andina, el fenómeno urbano es tardío: nace entre los siglos VII y IX después de Cristo y se relaciona de manera directa con la transformación de cacicazgos en estados expansivos. No obstante, Shady (Shady y Leyva [eds.] 2003; Shady 2006) no ha tenido reparos al retroceder esta fecha dos mil años atrás pues su enfoque se deriva, en gran medida, de la perspectiva axiomática de Lumbreras. Para Lumbreras y otros seguidores del enfoque axiomático en los estudios sobre el urbanismo prehispánico (Canziani 1987, 2003a, 2003b), inspirados en la obra de Gordon V. Childe (Lumbreras 1987), la existencia de extensos complejos de arquitectura monumental, diversificados formalmente y rodeados de áreas de vivienda, almacenaje y de producción, implica necesariamente un grado avanzado de complejidad socioeconómica llamado «urbano». En su opinión, el Estado despótico, con un aparato coercitivo desarrollado, y el urbanismo constituyen fenómenos tan universales como indisociables en los orígenes de la civilización. Según los lineamientos del materialismo histórico, la Revolución Neolítica habría creado, inevitablemente, las bases para la Segunda Revolución Urbana, siempre y cuando el sedentarismo generalizado hubiese estado sustentado por eficientes sistemas agropecuarios, capaces de generar excedentes posibles de almacenar. Shady (loc. cit.) tomó por suyo este argumento y lo aplicó al estudio del Periodo Arcaico —considerado por los marxistas como el escenario de la Revolución Neolítica— sobre la base de argumentos similares a los que esgrimía Robert Carneiro (1970; véase también Haas 1987). Gracias a ello, ha podido obviar los argumentos en contra de su hipótesis que se desprenden del axioma marxista en cuanto a la correspondencia necesaria entre las 45


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fuerzas de producción (densidad poblacional y tecnologías)18 y la superestructura (Estado). Para Carneiro, la formación del Estado es una consecuencia de conflictos por tierras de cultivo bajo riego, lo que puede manifestarse con relativa independencia del desarrollo tecnológico (fuerzas de producción) en cualquier estadio de evolución social, siempre y cuando se hubieran consolidado las condiciones de la vida sedentaria. Los habitantes de los valles fértiles y de las periferias semidesérticas fueron los protagonistas hipotéticos de estos conflictos. Cabe enfatizar el hecho de que ni Lumbreras (1987) ni Shady toman en cuenta los principios centrales del materialismo como sí lo hace, por ejemplo, Aidan Southall. Southall (1998: 8, 15 y passim) sugiere la existencia de diferentes tipos de urbanismo en cada uno de los modos de producción, en respuesta a dramáticos cambios de fuerzas y de relaciones de producción. Por su parte, Jonathan Haas (1987) se ha interesado, como los Pozorski (1987), en las consecuencias de la teoría de Carneiro para la interpretación de la arquitectura monumental temprana en los Andes, por lo que sus argumentos guardan cierta similitud con los de Shady (Haas y otros 2004a, 2004b). Ninguno de los dos ha empleado las propuestas heterárquicas, de las que la primera fue introducida de manera pionera en la discusión por John H. Rowe (1963). Según Rowe, ni la presencia de arquitectura ceremonial ni la distribución nuclear de asentamientos son, por sí mismos, diagnósticos para los sistemas urbanos, pues durante la antigüedad clásica se conocen tipos de organización acorítica (con asentamientos grandes y distanciados entre sí) y sincorítica (nuclear) en zonas 18 El incremento del excedente crea el sustento necesario para el número cada vez mayor de productores especializados y dirigentes según las propuestas neomarxistas. En estas condiciones, la aparición de las clases sociales con intereses antagónicos es inminente y, con ellas, el surgimiento del Estado con su aparato coercitivo. La clase dominante reside en la ciudad, la que se convierte también en la sede de los poderes del Estado. El desarrollo urbano es, desde esta perspectiva, el reflejo material de la formación de clases sociales. El incremento del excedente está condicionado por el desarrollo de fuerzas de producción, el aumento sostenido de la densidad poblacional, los cultivos altamente productivos gracias a técnicas de riego, y el uso de arados y medios de transporte. Pese a que en los Andes no existieron el arado, los animales de tiro, los botes de calado, los carros de dos ejes, ni las demás condicionantes de la revolución urbana de tipo mesopotámico, Lumbreras ha considerado que las condiciones tecnológicas fueron propicias para que se formaran clases antagónicas en la región de Ayacucho entre los siglos V y VI después de Cristo y, con ellas, las instituciones políticas del Estado expansivo wari. Los avances en los estudios sobre los periodos Arcaico (Precerámico) y Formativo (Periodo Inicial y Horizonte Temprano) lo han hecho cambiar de opinión y retroceder esta fecha, de manera coincidente con la propuesta de Rowe, hacia el fin del Periodo Formativo.

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mayormente rurales. La presencia de población permanente y la extensión de áreas residenciales respecto a la arquitectura pública permiten hacer la distinción entre una ciudad y un centro ceremonial, mientras que el tipo de ocupación, y no el tamaño, marca la diferencia entre una ciudad y un pueblo. La definición de «ciudad» de Rowe (1963) es pragmática y de orden funcional: se trata del lugar permanente de residencia de administradores, comerciantes, artesanos y militares. Desde esta perspectiva, los asentamientos que carecen de núcleos públicos formalmente diferenciados y ocupan un área menor de 4 hectáreas son de naturaleza aldeana. En un artículo posterior sobre las características particulares del Cuzco como capital del Tahuantinsuyo, Rowe (1967) abordó un tema que se puede considerar clave: el carácter particular de la ciudad andina reside en el hecho que esta cumple, al mismo tiempo, las funciones de centro ceremonial y de capital. De ahí que, como en el caso del Cuzco, el tejido urbano está formado, esencialmente, por templos y extensas áreas monumentales (por ejemplo, kallankas y canchas de los supuestos palacios). Estas áreas sirven de albergue y de lugar de reunión para las élites locales y foráneas cuando estas acuden al centro en las fechas festivas y para iniciar acciones bélicas. La población permanente es muy reducida, pues la mayoría de usuarios de los espacios públicos de la «ciudad sui géneris andina» vive dispersa en la cercanía de los campos de cultivo y de las pasturas. Los argumentos de Rowe se han visto reforzados por los resultados de excavaciones arqueológicas realizadas durante los últimos treinta años, los que alimentaron un cuarto enfoque del problema del urbanismo en los Andes, el enfoque funcional. A diferencia de los enfoques anteriores que sintetizan resultados de prospecciones y de reconocimientos de superficie, la perspectiva funcional se fundamenta en las excavaciones sistemáticas realizadas en presumibles conjuntos urbanos y es alimentada, con frecuencia, por la reflexión metodológica postprocesual. Las investigaciones en el enfoque funcional evidenciaron el carácter falaz de la dicotomía propia de los planteamientos procesuales: la sociedad teocrática, con sus centros ceremoniales vacíos y poblados rurales, frente a los estados prehistóricos seculares, con sus centros administrativos de carácter urbano. Los directores de proyectos arqueológicos en áreas monumentales potencialmente urbanas vieron, con sorpresa, que sus supuestos teóricos iniciales, formulados 47


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a partir de postulados procesuales, no se confirmaban en el transcurso de las excavaciones (por ejemplo, Silverman 1993; Anders 1986). En primera instancia, o no se lograba ubicar áreas claramente destinadas para la ocupación domésticas o, en otros casos, las áreas y estructuras residenciales que se han registrado no eran destinadas para poblaciones permanentes, sino, más bien, fueron concebidas para alojar temporalmente a mitimaes, pobladores venidos de zonas vecinas para realizar variados trabajos de producción, en cumplimiento de sus obligaciones para el Estado. Las construcciones monumentales asociadas tuvieron funciones ceremoniales, incluidas funerarias, y eventualmente administrativas. En las estructuras menores se encontraban depósitos y talleres de producción de parafernalia de culto. Estas características se revelaban no solo en los complejos planificados, hipotéticas capitales provinciales de imperios, sino también en asentamientos de crecimiento desordenado (por ejemplo, Cahuachi: Silverman 1993; Azángaro: Anders 1986, Wari y Conchopata: Isbell 1988, 2001, 2009, Huánuco Pampa: Morris y Thompson 1985). Con el peso de las evidencias, varios investigadores optaron por abandonar la hipótesis urbana y cambiar de terminología dado que el nombre del centro administrativo-religioso o del conjunto de palacios con anexos sintetizaba mejor las particularidades de forma y de función que fueron registrados durante las excavaciones. El impacto de la perspectiva funcional se incrementó en los últimos años y, con ella, el convencimiento de que el urbanismo andino tiene características particulares gana adeptos. A título de ejemplo se pueden citar las opiniones vertidas por Wilson y Kolata, investigadores cuyos planteamientos anteriores estuvieron estrechamente vinculados con la perspectiva epistemológica procesual. En un volumen dedicado a debatir los alcances de la hipótesis de Trigger (1985, 2003), Wilson (1997) y Kolata (1997) llegan a la conclusión coincidente de que en el registro no hay evidencias que permitan interpretarlas como pruebas de la formación de varias ciudades-Estado en competencia para el valle del Santa y la cuenca del Titicaca, respectivamente. Sus argumentos hacen pensar que las particulares expresiones del urbanismo andino guardan mayor similitud con el valle del Nilo que con el proceso de evolución urbana en Mesopotamia. En este contexto se sitúa mi propuesta (1996, 2002, 2008), formulada a partir de las observaciones y críticas de Rowe (1967), Morris y Thompson (1985), 48

Vista desde la gran plaza hacia la pirámide principal, centro ceremonial de Cahuachi, Nazca.

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Silverman (1993), Anders (1986), entre otros. Considero que el sistema andino fue, básicamente, «antiurbano», si se toman como referencia las características esenciales del urbanismo occidental (Kolata 1997). En los Andes, eficientes ideologías religiosas y nutridos calendarios ceremoniales regulaban desplazamientos anuales de grupos de población y, con ellos, de servicios y bienes requeridos (Von Hagen y Morris 1998). La arquitectura monumental, distribuida a lo largo de caminos y canales de riego, y agrupada en los centros ceremoniales de distinto rango, orientaba los flujos de mano de obra y de productos, convertía el paisaje profano en un escenario sagrado y otorgaba a los tributos, en trabajo y en productos, el carácter de obligación religiosa. Las preparaciones para la guerra y los intercambios comerciales no escapaban de este marco ceremonial. En todas las épocas, desde el Periodo Precerámico, la mayor parte de la población vivía en asentamientos dispersos, localizados fuera del límite de cultivos; su área promedio no sobrepasaba las 4 hectáreas, salvo los casos de las capitales regionales, probables lugares de residencia de la élite guerrera. Escasas aglomeraciones cuya extensión supera las 200 hectáreas —por ejemplo, las Huacas del Sol y de la Luna, Wari, Pampa Grande, Cajamarquilla, Chan Chan, Huánuco Pampa— deben su existencia al urbanismo compulsivo del Estado, pero ninguna de ellas sobrevivió a la coyuntura política que contribuyó a su fundación. Los complejos considerados cumplían la función de capitales, centros administrativos y ceremoniales. Desde la perspectiva de la historia de las instituciones políticas, el urbanismo andino podría definirse en primera instancia, como la materialización del poder difuso (Mann 1986) y, por lo tanto, como el medio y el escenario de transmisión de ideologías religiosas, así como el instrumento poderoso de la memoria social inscrita en el paisaje (Silverman 2002; Dillehay 2004). Las élites de los señoríos y de los Estados arcaicos emergentes (Yoffee 2005) hacen uso de estos mecanismos y recursos ancestrales para tejer redes de poder de carácter esencialmente hegemónico (D’Altroy 2002: 6-9). El desarrollo incipiente de medios de transporte marítimo y terrestre pone serias limitaciones para la organización territorial del poder hasta el Horizonte Tardío. Así, los instrumentos de análisis heterárquico, de uso reciente en la historia de las investigaciones (por ejemplo, Dillehay 2001; Vega-Centeno 2004), resultan de 50

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suma utilidad para comprender las características y funciones de los centros. La hipótesis de Makowski tiende a explicar las siguientes características particulares del urbanismo sui géneris andino: La inestabilidad del sistema de asentamientos: esta se refleja en la ausencia de tell19 urbanos estratificados con largos hiatos ocupacionales, los que se observan en la estratigrafía de asentamientos con ocupaciones múltiples y en cambios drásticos en la distribución espacial de sitios cada 400 a 600 años. El predominio de la arquitectura pública: que comprende, en promedio, más del 60 por ciento del área total del sitio y que incorpora a los espacios sagrados y margina a los espacios domésticos en todos los complejos considerados urbanos que se han documentado hasta el presente. La recurrencia de las formas de arquitectura ceremonial: por ejemplo, la plaza, el patio hundido, el recinto cercado, la plataforma escalonada y la pirámide con rampa (PCR), en los sitios calificados como centros urbanos o administrativos. Los antecedentes sorprendentemente precoces de varias formas de arquitectura ceremonial y del particular sistema andino de asentamientos, caracterizados en los numerales 1 a 3, en el Periodo Precerámico Tardío.

La ciudad y el centro ceremonial Más allá de las discrepancias, todos los autores reconocen la importancia del fenómeno del centro ceremonial en los Andes prehispánicos, y los conceptos de centro ceremonial poblado y vacío se constituyen en nociones claves en el debate sobre el urbanismo andino desde sus inicios. Este tipo de asentamientos con arquitectura monumental pública —y, eventualmente, con un reducido sector residencial asociado— se presenta de manera simultánea en la costa y en la sierra norte del Perú desde el cuarto milenio antes de Cristo [calib.] (Dillehay y otros 2004), mucho antes de la fundación de Caral-Chupacigarro, El Paraíso y otros asentamientos precerámicos a los que se atribuía características urbanas. Según estas evidencias, 19 Voz árabe sinónimo de hüyük (turco) y de magula (griego moderno) que define la particular rasgo cultural que transforma los paisajes del Mediterráneo: un montículo compuesto por decenas o cientos de capas sobrepuestas cada una correspondiendo a una fase de ocupación. Los montículos de este tipo se forman durante siglos y/o milenios enteros gracias a las reconstrucciones consecutivas de asentamientos temporalmente abandonados o destruidos por guerras.

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la aparición precoz de la arquitectura pública se manifiesta como parte medular del proceso de constitución de sociedades sedentarias agrícolas (Burger 1992; Dillehay, Bonavia y Kaulicke 2004; Dillehay, Rossen y Netherly 2005) y pastoriles (Bonnier y Rozenberg 1988; Bonnier 1997) en los Andes Centrales. Los partidarios de la idea de que los centros ceremoniales habrían sido parcialmente sustituidos por complejos urbanos recién entre el Periodo Intermedio Temprano y el Horizonte Medio usan los mismos argumentos esbozados por Collier (1955) hasta el presente. Estos argumentos se desprenden del convencimiento acerca del carácter paradigmático y universal de las características formales de la ciudad moderna, planificada, con traza continua y ortogonal —inspirada por los principios descritos por Vitruvio y atribuidos a Hippodames de Mileto (véase antes: enfoque comparativo)—, y que se organizaba por medio de calles y plazas (Ward Perkins 1974). La disminución de la importancia —o, incluso, la desaparición— de las construcciones piramidales en el paisaje, considerado urbano, por contar con parte de los atributos arriba mencionados, suele ser tomada como prueba empírica fehaciente de la existencia de las ciudades —sedes de poderes seculares de Estado— en una época y en un área concreta. Por ello, se atribuyen características urbanas a sitios que datan del periodo transicional entre el Horizonte Temprano y el Periodo Intermedio Temprano, como San Diego (Pozorski y Pozorski 1987; Burger 1992: 186, 187, figura 192), Cerro Arena (Brennan 1980) y Chongos (Peters 1987-1988), hasta Galindo, Pampa Grande, Marca Huamachuco, Cajamarquilla, Wari, Chan Chan, Pisquillo Chico, Huánuco Pampa, Pumpu, Cuzco, entre otras (Von Hagen y Morris 1998). El complejo de las Huacas del Sol y de la Luna fue reconocido como urbano — en lugar de ser considerado centro ceremonial poblado (Collier 1955)— recién cuando amplias áreas residenciales con arquitectura de traza ortogonal fueron descubiertas por medio de excavaciones sistemáticas (Chapdelaine 2002, 2003). Un área se encontraba adyacente a la Plataforma Uhle y la Pirámide de la Luna, y la otra a la Pirámide del Sol. Los defensores de la hipótesis reciente sobre la existencia de ciudades anteriores a las fases medias y tardías del Periodo Intermedio Temprano en los Andes Centrales 52

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consideran falaz la distinción entre ciudad y centro ceremonial, pues asumen que las áreas adyacentes a las pirámides fueron ocupadas por residencias de élite y viviendas de personal de servicio. La presencia de estructuras de crecimiento horizontal y de amplias áreas de basurales se convierte en el argumento empírico para contrastarla. Este es el caso de Caral-Chupacigarro (Shady 2006), Pampa de la Llamas-Moxeque (Pozorski y Pozorski 1991), Chavín (Burger 1992: 183-227), los complejos monumentales paracas-topará del valle bajo de Chincha y Cahuachi (Llanos 2007, cfr. Silverman 1993). Además, y con razón, los partidarios de esta hipótesis aducen que no se observan diferencias abismales entre los asentamientos con arquitectura monumental de los periodos Precerámico Tardío e Inicial, por un lado, y del Periodo Intermedio Temprano, Horizonte Medio y los periodos tardíos, por el otro. Desde el punto de vista formal, todos los tipos generales de sitios con arquitectura pública conocidos de los periodos posteriores están representados: la estructura ceremonial aislada (Las Haldas, La Galgada, Mina Perdida), el complejo de estructuras ceremoniales (Áspero, Salinas de Chao, Caral-Chupacigarro, TaukachiKonkán, Kotosh) y el complejo planificado y articulado alrededor de plazas y ejes de comunicación (El Paraíso, Moxeke). Hay otros aspectos comparables con los grandes complejos de periodos posteriores: 1. La costumbre de sepultar ritualmente los edificios ceremoniales y volver a construir otros similares en la cima. 2. Una extensión de hasta 220 hectáreas (por ejemplo, Caballo Muerto). 3. Impresionantes volúmenes construidos en adobe y piedra (por ejemplo, Sechín Alto, con 300 por 250 metros de extensión y 44 metros de altura). 4. La decoración figurativa de fachadas (por ejemplo, Garagay, Cerro Sechín) y de interiores (Templo del Zorro, valle del Chillón). 5. La diversidad formal —y potencialmente funcional— de la arquitectura (por ejemplo, Moxeke, Huaca de los Reyes). Los datos acerca de áreas domésticas y de depósitos están sesgados, pues se desprenden del avance de investigaciones de campo y del estado de conservación. Sin embargo, se han documentado algunas áreas habitacionales como componentes de los sitios pertenecientes en cada una de las tres categorías mencionadas (por ejemplo, Caral [cfr. supra], Cardal [Burger 2007], Monte Grande [Tellenbach 1986: 153-300] y Moxeke [Pozorski y Pozorski 1987, 1991]). 53


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En ambos casos, como se aprecia, el razonamiento de los investigadores se fundamenta en un paradigma: las estructuras techadas y abiertas de crecimiento horizontal y con altura de un solo piso asociadas a otras de crecimiento vertical y de forma piramidal, consideradas lugares de culto, cumplen necesariamente la función residencial. El alto estatus de sus hipotéticos habitantes se expresa en la traza ortogonal, en la mampostería de calidad, así como en los pisos limpios y gruesos. Como he señalado en otros estudios (Makowski 2005, 2006: 109-119, 124-128), la atribución mecánica de funciones ceremoniales a las estructuras piramidales y de funciones residenciales a las edificaciones cuyos cimientos no se elevan sobre una plataforma no siempre es cierta. Las excavaciones en numerosos sitios han demostrado que muchas estructuras de traza ortogonal con las características señaladas arriba fueron construidas con fines ceremoniales20. La presencia de zonas de basurales en las áreas adyacentes a estas estructuras tampoco es concluyente como argumento a favor del uso residencial permanente. Las reuniones masivas, prolongadas por varias semanas y repetidas varias veces al año, pueden dejar desechos similares en volumen que las actividades domésticas. No obstante, un análisis riguroso de las características de lo descartado suele revelar el verdadero origen de la basura. Por ejemplo, los instrumentos musicales y las vasijas para transportar y servir líquidos y sólidos, así como restos alimenticios con predominancia de ingredientes de comida festiva, rica en proteínas, indican que el basural se formó debido a repetidos banquetes ceremoniales (Anders 1986; Peters 1987-1988; Silverman 1993: 171-173; Swenson 2006; Ikehara y Shibata 2008). En los Andes Centrales es también frecuente la coexistencia de restos de banquetes y de desechos de trabajo especializado (Anders 1986; Rodríguez 2004), lo que se interpreta como una prueba de que los grupos humanos acudían periódicamente al espacio ceremonial para cumplir con la mita en un ambiente festivo y/o rendir honor a los ancestros. 20 Por ejemplo, Conchopata (Isbell 2001), Cerro Lampay (Vega-Centeno 2008), Cahuachi (Silverman 1993), Chongos (Peters 1987-1988), San Diego (Ghezzi, comunicación personal) y Cerro Baúl (Nash y Williams 2005; Williams y otros 2008). En todos los casos, los ambientes de los complejos ortogonales parecen haber servido de escenario de banquetes rituales y de otras ceremonias, ocasionalmente relacionadas con el culto de ancestros sepultados en la proximidad y dentro de la estructura (por ejemplo, Conchopata). Cabe recordar también el muy conocido papel de las kallankas con canchas como espacios ceremoniales incas, con el famoso Coricancha a la cabeza. Se ha postulado también que las pirámides pudieron cumplir funciones palaciegas en Batán Grande (Shimada 1995) y en Pachacámac (Eeckhout 1999, 1999-2000).

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Sostengo que es muy probable que los basurales excavados por Shady y sus colaboradores en Caral (Shady y Leyva [eds.] 2003; Shady 2006) tuvieron este origen. Lo indica tanto la importancia de productos marinos en la dieta, pese a que Caral está distante de cinco a seis horas de camino a pie del mar (25 kilómetros), como, sobre todo, el repertorio de materiales e insumos descartados. Shady (2006: 48-52) explica la presencia de insumos y alimentos procedentes de lugares distantes por medio de su hipótesis urbana que implica, entre otros, la existencia del comercio institucionalizado a larga distancia. Sin embargo, el peso de las evidencias la induce a emplear el adjetivo «sagrado» cuando califica al complejo monumental de Caral-Chupacigarro como «ciudad» (Shady y otros 2000). En efecto, la relación porcentual entre el área construida de pirámides (8 por ciento), el área supuestamente destinada para fines de residencia permanente (4,6 por ciento) y de las áreas descampadas entre edificios (87,4 por ciento) indica que el complejo cumplía funciones ceremoniales21. En esta misma dirección apuntan numerosos hallazgos de ofrendas que incluyen sacrificios humanos, estatuillas de arcilla sin cocer e instrumentos musicales (Shady y otros 57-58, figuras 2.9, 2.10, 2.11). Cabe resaltar que las ofrendas en pequeñas estructuras, especialmente preparadas para este fin («cajones»), fueron registradas en áreas de arquitectura considerada residencial (Shady y Leyva [eds.] 2003: 187-197), al igual que los altares-fogón ventilados (Shady y Leyva [eds.] 2003: 145). Además, el enterramiento ritual de las estructuras no es exclusivo de las plataformas y pirámides, sino que fue documentado por igual en sectores de arquitectura de piedra considerados de carácter residencial (Noel 2003). En mi opinión, en este contexto resulta improbable —además de incongruente con el contexto tecnológico y demográfico del Periodo Formativo Precerámico (Arcaico Superior)— que Caral-Chupacigarro haya sido una ciudad mercante con barrios de élite, barrios artesanales y zonas populares como lo propone Shady (ob. cit.). Se trataría, más bien, de un centro ceremonial poblado de notable prestigio en la región. Este prestigio se expresa en el número de estructuras de piedra, en 21 Se trata de 5,27 hectáreas frente a 3 hectáreas, lo que incluye áreas de arquitectura de materiales perecibles y de piedra que Shady considera como estructuras residenciales de élite (0,08 hectáreas) (2006: 34-48).

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el volumen estimado de movimiento de tierra y de materiales constructivos, en la larga duración del uso de algunas construcciones, así como en la dieta variada e importaciones exóticas (por ejemplo, Spondylus sp.). Numerosos grupos humanos del litoral y de la sierra habrían aportado su trabajo para la construcción de edificios que les servirían después como lugares de reunión en las fechas festivas. El número elevado y la notable variación de formas de edificios en el valle de Supe y en el propio Caral sugieren que las comunidades entablaban competencia, unas con otras, no solo durante los banquetes festivos, sino también para construir y ampliar las áreas destinadas al culto y a las reuniones. La importancia del trabajo mancomunado, la competencia entre vecinos y la probable relación entre la arquitectura y el paisaje (geografía sagrada, véase, por ejemplo, Dillehay 2001, 2004, 2007: 75-80, passim; Silverman 2002) se parecen, si se guardan las proporciones, al fenómeno megalítico del Neolítico europeo. Según el cuadro publicado por Shady (2006: 32-33, tablas 2.1, 2.2), Caral y Miraya, ubicadas en la margen izquierda del río, pudieron haber competido como centros ceremoniales con Pueblo Nuevo y Era de Pando, que destacan por el área total y el volumen de las estructuras en la margen derecha. No obstante, tanto en el valle de Supe como en todo el Norte Chico entre Chancay y Santa se construyeron centros ceremoniales con estructuras que varían en número y en tamaño. El autor considera probable que la distribución de estos centros guarde relación con las vías de comunicación, por un lado, y con las coyunturas variables de alianzas políticoreligiosas entre comunidades, por el otro. Desde la perspectiva del enfoque funcional, adoptada aquí, en la que se reconocen rasgos muy particulares del urbanismo en sentido amplio andino, la hipótesis planteada por Collier (1955) y sus seguidores sobre la transformación de los centros ceremoniales vacíos en poblados —y, finalmente, en ciudades planificadas— no solo no se comprueba en la confrontación con las evidencias, sino que su fundamento teórico no es operativo. Tal como lo planteaba Rowe para el Cuzco (1967), todos los asentamientos con arquitectura monumental en los Andes Centrales, lo que incluye aquellos que contienen instalaciones defensivas (por ejemplo, Chanquillo, Ghezzi 2006), comprenden vastos espacios de uso ceremonial y cuentan con un número reducido de residentes permanentes en comparación con su notable extensión y el volumen de construcciones. 56

Templo fortificado, Chanquillo, Casma, Áncash.

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Un porcentaje importante del área total construida estuvo destinada, además, para el uso de visitantes en la forma de plazas cercadas tipo cancha, salas hipostílicas o salas tipo kallanka. Los resultados de las investigaciones y polémicas recientes sobre las características arquitectónicas de Pachacámac ilustran bien el punto de vista que se presenta aquí. Gracias al cúmulo de relatos españoles del siglo XVI (Rostworowski 1992; Ravines s. f.) y de las investigaciones arqueológicas al interior del área monumental relativamente bien conservada, Pachacámac es y ha sido siempre considerado una referencia obligada para definir tanto a la capital de un curacazgo andino, con sus templos y palacios de élite (Tello 1960; Eeckhout 1999, 2008; Uhle 2003 [1903]), a un casco urbano planificado por los constructores wari e inca (Patterson 1966: 16; Shimada 1991), como a un centro ceremonial poblado (Rostworowski 1992: 78-87; Makowski [edit.] 2006, 2008; Ravines s. f.). Dado que el sitio adquiere características monumentales durante la fase Lima Medio (Patterson 1966; Shimada 1991, 2007) alrededor de los siglos V y VI después de Cristo, el tiempo en el que permanece en uso continuo o con ciertos hiatos es similar que en el caso de Caral-Chupacigarro, es decir, durante aproximadamente mil años. Las excavaciones recientes (Eeckhout 1999, 2008; Shimada y otros 2004; Makowski y otros 2008) evidenciaron que la traza actual se debe esencialmente a una actividad constructiva muy intensa durante el Horizonte Tardío. A comienzos de este periodo se inician las labores que darán la apariencia planificada, tras varias décadas, a buena parte del complejo. Ello se debe al trazado de un sistema de calles que se cruzan en ángulo recto y a la construcción de una imponente muralla perimétrica, conocida como la «Segunda Muralla». Esta muralla orienta el acceso al complejo monumental desde el valle, por medio de las únicas dos portadas que se abren en ella, vecinas una de la otra. A este mismo proyecto corresponde la Tercera Muralla, un corto segmento de muro de adobes con una amplia portada reforzada de un lado con un saliente a manera de «bastión» que da hacia el interior (Guerrero s. f.). El espacio entre las dos murallas fue considerado urbano desde los trabajos pioneros de Uhle (Shimada [ed.] 1991). No obstante, a la luz de las excavaciones de Guerrero (s. f.) y Makowski (Makowski [edit.] 2006, 2008), esta hipótesis debe descartarse: en lugar de la traza urbana, en el 58

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área se han encontrado campamentos para los trabajadores de la construcción, talleres de producción de adobes y de bloques de revestimiento de piedra, y áreas de producción artesanal, posiblemente de parafernalia de culto. El área fue utilizada exclusivamente durante el Horizonte Tardío, es decir, cuando se construyeron las murallas. Según los resultados de las excavaciones de Eeckhout (1999, 2008, inter alia) y Makowski (Makowski [edit.] 2006, 2008), las pirámides con rampa y los amplios recintos cercados del Periodo Ychsma Tardío fueron edificados uno tras otro, y varios de ellos estuvieron en uso intensivo y ordenado por un corto lapso. El sistema de acceso desde el valle fue modificado dos veces durante el Periodo Ychsma Tardío, lo que corresponde parcial (Eeckhout 1995, 1999-2000; Vallejo 2004) o totalmente (Makowski ob. cit.) al Horizonte Tardío. Al comienzo del Horizonte Tardío se construye la avenida Norte-Sur, la que dobla en ángulo recto para asegurar el acceso a la pirámide con rampa 2. La avenida brinda también acceso lateral a otras pirámides con rampa, como la 12 y la 1. Otra avenida fue trazada a lo largo de la Segunda Muralla. Al final del Horizonte Tardío, tras un movimiento sísmico que destruye parte de las murallas laterales de la vía, el acceso a la avenida fue clausurado y ocupado por las estructuras de los campamentos y talleres adyacentes a la pirámide con rampa 8, que acababa de construirse. En su lugar se construye una amplia portada alineada, por un lado, con la portada que se abre en la Tercera Muralla y, por el otro, con la pirámide con rampa 1. Esta última portada se comunica con amplios patios cercados ubicados frente a las pirámides con rampa 1 y 4. Como se desprende de lo expuesto, Pachacámac carecía de traza planificada antes del Periodo Horizonte Tardío. A fines del Periodo Intermedio Tardío el paisaje de Pachacámac estuvo dominado por la pirámide con rampa 3 (Eeckhout 1995, 1999, 2003), mucho más imponente que el Templo Pintado, el que reutiliza la pendiente de una pirámide lima —conocida como Templo Viejo— como si esta fuese un montículo natural. Entre estas dos pirámides había otras construcciones de menor envergadura, cada una con un sistema de ingreso independiente de las demás. Su cronología es materia de estudios recientes aún inéditos. La organización espacial de Pachacámac en el Periodo Intermedio Temprano y al inicio del Horizonte Medio no guarda relación con la del Periodo Intermedio Tardío: la pirámide 59


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del Templo Viejo domina al paisaje y diversas construcciones menores de traza ortogonal están dispersas alrededor de la laguna (Urpaihuachac). De manera clara, no hay ninguna relación de continuidad entre la organización espacial de la arquitectura monumental en los tres periodos. Cabe enfatizar que la apariencia de una «ciudad sagrada» se forma en Pachacámac, al parecer, gracias a la superposición de la traza planificada inca —con murallas, grandes plazas cercadas y avenidas delimitadas por murallas laterales— sobre los vestigios y ruinas de arquitectura de adobe de los periodos anteriores. Esta impresión aumenta gracias a las extensas áreas de campamentos y de basurales con desperdicios dejados tanto por los constructores como por los peregrinos. El Pachacámac preinca guarda cierto parecido con Caral-Chupacigarro debido tanto a la dispersión relativamente desordenada de edificios piramidales sobre una meseta arenosa que domina el valle como a la presencia de estructuras ortogonales de crecimiento horizontal en la cercanía de las pirámides.

Conclusiones La comparación entre Pachacámac y Caral, así como otros elementos de juicio expuestos en el presente artículo, refuerzan la impresión del autor de que las hipótesis que atribuyen contenidos urbanos a los centros ceremoniales poblados de los periodos Precerámico Tardío e Inicial (Formativo Precerámico) no explican de manera adecuada las funciones de la arquitectura monumental y menos las razones por las que este fenómeno se manifiesta de manera tan excepcional y «prematura» en los Andes Centrales. Estas propuestas tampoco ayudan a entender la organización social y económica subyacente, pues atribuyen a las poblaciones de constructores características que difícilmente pudieron tener: alta densidad poblacional, plena estabilidad sedentaria, con poca movilidad tanto en el sentido físico (desplazamientos regulares) como en el metafórico y social (clases sociales antagónicas), y un papel decisivo del comercio institucionalizado para asegurar el abastecimiento de la hipotética «población urbana». En la alternativa de interpretación que se acaba de plantear con el pleno respaldo de las evidencias se esboza un escenario distinto.

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en el culto: banquetes, ayunos, bailes, presentación de tributos a la comunidad del templo, ofrendas, sacrificios, rituales de iniciación, espacios de oráculo, entre otros. Las diferencias en la extensión, volumen construido y duración de uso continuo tanto entre los edificios del mismo complejo como entre diferentes centros ceremoniales no guardan relación proporcional directa con el número de eventuales habitantes permanentes, pero sí con el número de visitantes periódicos y, por ende, con su prestigio religioso y político. La construcción de manera mancomunada —por parte de una comunidad o por una alianza de varias comunidades del espacio ceremonial y monumental—, su mantenimiento y eventuales ampliaciones se constituyen, en este contexto, en el mecanismo de materialización de la memoria sobre los lazos de parentesco ritual establecido por este medio, legitimado de manera periódica mediante rituales compartidos. Es probable que esta clase de parentescos determinara, en buen grado, las alianzas matrimoniales, garantizara intercambios permanentes de ciertos productos y materias primas, derechos de paso por territorio ajeno y, eventualmente, de cultivo en áreas controladas por otra comunidad confederada. Visto desde esta perspectiva, el fenómeno de la arquitectura monumental temprana puede ser entendido como el antecedente del particular sistema «antiurbano» de los Andes Centrales en la definición que acabo de exponer.

La diversidad formal de ambientes arquitectónicos de los que se componen los edificios monumentales tempranos se explicaría por las necesidades involucradas 60

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Ciudad, templo y palacio en los Andes

Capitales de los reinos de la Costa Norte1 Las obras públicas emprendidas por los Estados norteños de los periodos Horizonte Medio e Intermedio Tardío han transformado el paisaje de la Costa Norte de manera duradera con la construcción de la red de canales intervalle y de los conjuntos de arquitectura de barro, que impresionan por extensión, volumen, complejidad de trazo y sofisticada decoración con pinturas murales y relieves. Entre estas obras, destacan las supuestas ciudades-capitales de Estados que surgieron sucesivamente entre los valles de Piura y Huarmey. Su comparación da resultados de algún modo sorprendentes, tanto por la poca afinidad con la organización del espacio urbano según los principios de la cultura occidental, como por el hecho de que todos los asentamientos son diferentes. Algunos rasgos permiten establecer características regionales compartidas. La tarea de comparación se complica por el hecho de que no hay dos edificios iguales. Cada construcción es única. La ausencia de calles bien establecidas, salvo algunas excepciones, y de la planificación que organiza el casco urbano es otro hecho que merece énfasis. El asentamiento Batán Grande, la capital del reino Sicán según Shimada (1985, 1990, 1995, 2014), se compone de ocho pirámides grandes (huacas Rodillona, Oro o Loro, Ingeniero, Las Ventanas, La Merced, Corte y dos sin nombre) y medianas, así como de aproximadamente 15 plataformas chicas (como Huaca Botija) que se extienden en medio del denso bosque seco de algarrobos, en un área de 1,9 kilómetros por 1,1 kilómetros. La relación entre la localización del asentamiento 1 La primera versión de este texto fue publicada por primera vez en inglés, en 2006 «Late Prehispanic Styles and Cultures of the Peruvian North Coast: Lambayeque, Chimú, Casma». En: K. Makowski, A. Rosenzweig y M. J. Jiménez (eds.), Weaving for the Afterlife, vol. II, 103-138, Ampal/Merhav Group of Companies, Tel Aviv, 2006.

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Huaca Rajada, valle de Lambayeque.

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y la bocatoma del canal Túcume en el río la Leche es evidente. Las construcciones grandes no son equidistantes. Hay una agrupación central alrededor de la Huaca Las Ventanas y dos complejos distantes alejados de ella unos 900 metros, las huacas Rodillona y Corte. Las pirámides poseen planta rectangular, la que en algunos casos quedó modificada por el adosamiento de otras plataformas (por ejemplo, en la Huaca Corte). Las rampas de acceso perpendiculares al cuerpo de la pirámide suelen localizarse de lado oriental. No hay evidencias de la ocupación doméstica densa en la proximidad de las pirámides ni tampoco de la arquitectura monumental intermedia. Se presume que las salas con techos sostenidos por las columnas y otros ambientes en la cima cumplían funciones residenciales de élite, además de ceremoniales. Elera (2008) y Shimada (2014b) sostienen que la ubicación de cada pirámide, que correspondería al palacio y al templo de culto funerario de otro linaje gobernante, fue premeditada. Se ha deseado dibujar en el paisaje la forma de cuchillo ceremonial (tumi) orientado según el eje que unía el lugar de desembarco del mítico fundador de la dinastía Naylamp con las montañas donde nacen los cursos de agua.

Recorrido laberíntico ritual que precede la entrada a la sala de trono en la residencia de élite de la Huaca Chornancap, Lambayeque. El corredor adopta la forma de una ola geométrica articulada al elemento escalonado. Vista vertical.

El entorno arquitectónico de las pirámides lambayeques está igualmente bien conservado en el complejo Chotuna-Chornancap, quizá correspondiente a la leyendaria capital de Naylamp, Chot, como lo sospecharon Rowe (1948, 1993) y Donnan (1990b). Chornancap es un sitio con una sola pirámide de planta rectangular, orientada según puntos cardinales, con una rampa perpendicular al cuerpo que lleva a la cima atravesando una plataforma intermedia. Un complejo de recintos y plazas está adosado de lado norte. Una de las plazas conserva cerca de la cúspide del alto muro que la rodea un largo friso pintado en seis colores de origen mineral: rojo, amarillo, verde oscuro, verde claro, negro y blanco. El friso representa a guerreros con dardos y cabezas humanas cortadas. Chornancap, situado a 1,5 kilómetros al Oeste de Chotuna, fue excavado recientemente por Wester (2014, 2016). En el transcurso de estos trabajos, se ha expuesto de manera integral dos conjuntos de arquitectura horizontal de aparente carácter palaciego, ambos situados a poca distancia de las conocidas pirámides con rampa. Uno de ellos destaca por contar con un recinto para un trono doble, así como por la decoración del segundo patio 66

Recorrido laberíntico ritual con la sala de trono en la Huaca Chornancap, Lambayeque. Vista oblicua.

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con un friso continuo pintado que representa a guerreros con armas y cabezas cortadas (Wester 2016: 116-127, figuras 48, 50). La otra estructura palaciega comprende la singular forma de signo escalonado y de una ola estilizada a manera de voluta. El signo construido como volumen configura así, de manera extraña y sofisticada, el pasadizo de acceso al ambiente donde se encuentra el pórtico sobre una plataforma con rampa (Wester y otros 2014). Con esta excepcional arquitectura, se relacionan dos entierros de élite sucesivos, ambos al parecer correspondientes al periodo definido como Lambayeque Tardío. En el ajuar de entierro masculino, más antiguo, hay una botella asa-estribo Moche V. En cambio, las ofrendas posteriores a la clausura del entierro femenino ubicado encima del anterior comprenden un cántaro escultórico chimú-inca, así como botellas chimús. Estas últimas ofrendas sugieren que la memoria sobre los dos personajes sepultados se ha mantenido luego de la conquista chimú. Chotuna se compone de dos pirámides grandes de planta casi cuadrada, una con la rampa de acceso desde el Este (Huaca Susy) y la forma similar como la de Chornancap: la otra (Huaca Mayor) posee una rampa que asciende desde el Oeste por el perímetro de la construcción. Un recinto con evidencias de talleres artesanales es contiguo al corredor que da acceso a la rampa. Un gran cerco de 400 por 220 metros une las dos pirámides por sus partes traseras.

Vista general de residencia de élite al sur de la Huaca Chornancap, Lambayeque.

En el cerco se encuentra una tercera pirámide de tamaño menor, la Huaca Gloria (Donnan 1990a; 2011: 233-244). Varios recintos se adosan a ella del Norte, Este y Oeste. Uno de ellos es conocido por la decoración en relieve que adorna sus paredes. El recinto se compone de patio, de banqueta techada y de una rampa central que permite acceder a ella. Dos otras plataformas menores se encuentran afuera del cerco. A juzgar por los estilos cerámica Casma impreso y tricolor, los trabajos de construcción en Chotuna se iniciaron en el siglo IX. El asentamiento fue ocupado hasta el Horizonte Tardío y la época colonial. En el caso de la tercer posible capital de los señores Lambayeque, Túcume, la intensa actividad constructiva relacionada con la indudable importancia del asentamiento durante las fases chimú e inca hace difícil reconstruir su aspecto en los tiempos del reino Sicán. Tampoco es fácil determinar cuales construcciones seguían en uso en los tiempos chimús. Las excavaciones de Sandweiss y Narváez evidenciaron que Túcume se ha convertido en un importante centro administrativo inca. 68

Reconstrucción en 3D de la residencia de élite de la Huaca Chornancap, Lambayeque (Wester).

Reconstrucción en 3D de fase intermedia en el patio del trono de la residencia de élite en la Huaca Chornancap, Lambayeque (Wester).


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En estado actual, Túcume es el impresionante complejo de pirámides que circunda el cerro solitario (Narváez 1996, Narváez y Delgado 2011). No se percibe ningún rasgo ni criterio de planificación previa, o de regulación a posteriori, tampoco hay ejes de comunicación o murallas compartidas. Cada conjunto tiene orientación diferente y guarda poca relación con los demás. Podría decirse que hay una cierta tendencia a orientar los ejes de las construcciones en dirección hacia la cima del cerro en cuyas faldas y alrededores se distribuyen. Narváez y Delgado (2011) consideran que el cerro organizaba el espacio circundante en dos mitades divididas cada una en dos. No se trataría, por supuesto, de una planificación urbana sino, como en el caso anterior, de Batán Grande, de reglas estructuradas de percepción y vivencia de un paisaje sagrado, La cuarta de las capitales de Lambayeque, Pacatnamú (Donnan 1986a, 1986b), tiene el carácter muy diferente de las demás quizá por su ubicación en el valle bajo de Jequetepeque, en una tradicional frontera de influencias entre reinos. El control de Jequetepeque ha sido según las fuentes históricas y arqueológicas una de las primeras aspiraciones de los señores de Chan Chan. El general Pacatnamú habría tomado el control del valle y quizá fundado el centro administrativo de Chimor en Farfán. El asentamiento Pacatnamú está fortificado por la naturaleza y por el arte humano, lo que es un rasgo excepcional en la costa, compartido solo con Pachacámac: ocupa un espolón rocoso entre el mar y el valle cultivable. Los escarpados barrancos lo defienden de estos lados. En cambio, la base del espolón está protegida por murallas y por un profundo foso al pie de ellas. En total, hay tres trazas de murallas paralelas de los cuales la externa nunca fue terminada. Otra muralla protege el tope del espolón. Las murallas tienen entre 5 y 7 de alto y la fosa llega a 2 metros de profundiad. El espacio contenido entre las murallas supera 1 kilómetro cuadrado. Al interior, 53 plataformas rectangulares medianas se distribuyen sin un orden preestablecido aparente, pero guardando la misma orientación Norte de la entrada. Hay además unas 69 plataformas menores. Como han demostrado las excavaciones en las huacas 4 (por Richard W. Keatinge: Donnan 1986a) y 23a, 49 y 50 (por Christopher Donnan 1986a), las plataformas forman parte integral de varios complejos planificados y cercados de muros perimétricos rectangulares, los que comprenden patios y espacios techados. 70

Complejo arqueológico de Túcume, valle La Leche, Lambayeque.

Complejo arqueológico de Pacatnamú, Pacasmayo, La Libertad.

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Según Donnan, las plataformas fueron construidas antes que los recintos. Las rampas sirven de ejes de acceso a las partes elevadas. La existencia de los altares en los patios frente a las plataformas confirmaría su función como lugares de culto. Se ha encontrado también entierros de mujeres. Se supone que los recintos construidos al ras del suelo tuvieron la función de habitaciones de élite, pero esta hipótesis no ha podido ser comprobada. Desde la tierra o desde el aire, destaca en medio de las ruinas de Pacatnamú una gran unidad planificada rectangular que se asemeja a los palacios-‘ciudadelas’ de Chan Chan. El recinto denominado Huaca 1 (Donnan 1986b) es todo un laberinto de ambientes organizados alrededor de un gran número de patios y plazas; comprende también dos altas plataformas. Una de ellas situada en la parte central del complejo tiene la envergadura de pirámide. Tres rutas alternas llevan al visitante por medio de las plazas y conjuntos de ‘audiencias’, es decir, cuartos con plataformas elevadas en forma de la letra U que contienen en sus paredes nichos techados. El conjunto cuenta también con una plataforma funeraria, pero esta difiere por completo en forma y en envergadura de las de Chan Chan. El complejo tiene apariencia palaciega y si bien no se esclarecieron las funciones de los conjuntos de ambientes, algunos tuvieron claro propósito ceremonial. Por ejemplo, el ‘patio de la audiencia’ contó con tres cámaras funerarias que contenían entierros de adultos y subadultos con ofrendas de conchas de Spondylus sp. y Conus sp. Los entierros fueron alterados por huaqueros. Uno de los hallazgos más espectaculares fue el fragmento de un tapiz que representa el dios alado de Lambayeque, pero con los ojos redondos, sentado debajo de un techo monumental y rodeado de un número de personajes humanos con ofrendas. Christpher Donnan (1986a) cree que la mayoría de construcciones proviene del periodo posterior al Mega-Niño del siglo XI. El asentamiento se desarrollaba en su opinión entre 1100 y 1370. La cronología de Pacatnamú está también fundamentada por las formas de adobes y por la composición de desgrazantes (arenas y aditivos orgánicos agregados a la arcilla durante su producción). Las adobes previos a la conquista chimú son moteados, cóncavos y hechos a mano. Los adobes chimús, en cambio, son paniformes o rectangulares hechos con conglomerados, y arena de variada grosor. 72

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Chan Chan es, sin duda, la más impresionante de las capitales prehispánicas de la costa, tanto por la extensión que bordea los 6 kilómetros cuadrados (20 kilómetros cuadrados con canales, campos hundidos y pirámides) como por la envergadura de los diez palacios-‘ciudadelas’ que forman su núcleo monumental (Moseley y Day 1982; Ravines 1980a; Moseley y Cordy Collins 1990; Ravines 1980a; Campana 2006). Tanto el nombre Chan Chan, conocido desde el siglo XVII y posteriormente difundido por Ernst Middendorf, como el término ‘ciudadela’ son modernos. El desconcierto que causa en todos los visitantes de ayer y de hoy la compleja arquitectura monumental de Chan Chan se refleja en esta denominación común, y en otros nombres y funciones que se la atribuía. Middendorf ([1894] 1974) estuvo impresionado por las altas murallas que creía defensivas, y les dio el nombre de ‘ciudadelas’, a diferencia de Rivero y Tschudi (1851), quienes asumían que se trataba de palacios. Antes de los trabajos sistemáticos emprendidos por el Proyecto Valle de Moche-Chan Chan, dirigido por Michael Moseley, las opiniones en la literatura estaban divididas. Kosok (1965), Bennett (1937) creían que cada recinto con funciones residenciales y ceremoniales fue construido por un grupo étnico, un clan u otra clase de comunidad territorial o de parentesco. Horkheimer (1944) y Day (1972, 1982) poblaban los recintos con gremios de artesanos, y enfatizaban el papel divisorio de las murallas que separaban a los grupos sociales. Schaedel (1966, 1978), en cambio, consideraba que solo linajes nobles tenían derecho de residir en las ‘ciudadelas’. Schaedel con razón observó que el complejo urbano comprende no solo los famosos palacios. En los espacios adyacentes a las ciudadelas de Chayhuac y Uhle, por un lado, y a la ciudadela Velarde, por el otro, se extienden aglomeraciones de arquitectura ‘palaciega’ menor y barrios residenciales con casas habitacionales, residencias para transeúntes, talleres (véase la discusión en Topic 1990). Varias pirámides están diseminadas al este del complejo urbano, en medio de los campos bajo riego y campos hundidos (huachaques). No existen evidencias de algún tipo de planificación previa. Los ejes largos de los recintos de las ciudadelas tienen orientación similar, aproximadamente NorteSur, pero no idéntica. Masato Sakai (1998) piensa que han sido trazados gracias a un sistema de triangulación con el punto de observación principal situado en la 73


Plano general de Chan Chan, Trujillo, La Libertad (Kolata, 1990). Vista panorámica oblicua desde el este, Chan Chan. Trujillo, La Libertad.

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cima de la plataforma de la ciudadela de Chayhuac. Vistas desde ahí, las cimas de cerro Prieto y cerro Blanco ayudan a trazar un ángulo recto referencial gracias a la proyección sobre el suelo de los ejes visuales que apuntan hacia ellos. La línea que une el centro de la plataforma funeraria de Chayhuac con la cima del cerro Prieto servía para trazar el eje Nor-Sur del complejo. Con la observación de la puesta de las Pléiades desde el cerro Blanco, se habría definido el eje transversal (aproximadamente Este-Oeste) de la ciudadela Uhle. En cambio, la observación de las salidas de Orión sirvió según Sakai (1998) para definir la dirección del este celestial, la que quedó marcada en el paisaje por la construcción de la pirámide El Higo. La localización de la plataforma funeraria de cada ciudadela, de las pirámides construidas a lo largo del río Moche y la orientación de los muros perimétricos habría sido producto de un sistema relativamente complejo de observaciones cruzadas y simultáneas.

Recreación en 3D del recinto Tschudi, Chan Chan (Tavera).

Desde Chayhuac se fijaba las direcciones de las salidas heliacales de Orión (hacia Cerro Blanco), Canis Mayor, Pez Austral, Cola de Scorpio y la Cruz del Sur, en el cuadrante sudeste del cielo. Para fijar la localización de la futura edificación, los constructores reproducían sobre la tierra el ángulo entre la dirección del Este celestial y la salida de la constelación dada, en la proyección espejo, sobre la superficie de la pampa al Norte de Chayhuac. Por ejemplo, la dirección hacia la salida heliacal de la delta Crucis (Cruz del Sur) desde Chayhuac es Sur 55,5° y el eje proyectado hacia la Huaca El Dragón es Norte 56,5°-56,5°. La hipótesis de Masato Sakai es especulativa, pero verosímil desde el punto de vista técnico. Cálculos de ejes arquitectónicos, de complejidad similar o mayor a la planteada, realizaban los constructores egipcios o mayas con instrumentos muy sencillos. El sistema de torres de observación, sukankas, utilizado para cálculos calendarios en el Cuzco inca, y estudiado por Tom Zuidema (2010: 100-208, 773-804), Anthony Aveni (1981), Brian Bauer (1998), Brian Bauer y David S. P. Dearborn (1995) y Carlos Williams (2001), se fundamenta en los principios similares de la observación de ángulos en el horizonte.

Recreación en 3D de la Huaca del Dragón (Tavera).

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Aveni (1980) recuerda en sus trabajos que el glifo maya relacionado con la observación astronómica del cielo representa a un hombre, el que echado de espaldas sobre el suelo ha formado una mira en forma de la letra V con sus propias 77


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piernas levantadas hacia el firmamento y cruzadas, un instrumento de simplicidad completamente desproporcionada en comparación con la conocida sofisticación de cálculos astronómicos mayas. Bastones, horcones-miras y cordeles solían bastar a los constructores antiguos para fijar orientaciones con precisiones a veces asombrosas, y logradas gracias a la experiencia de mirar y la extraordinaria nitidez de los firmamentos preindustriales. Las constelaciones que Masato Sakai (1998) tomó en cuenta servían de puntos de referencia para los pescadores tradicionales entrevistados por Gary Urton. Algunas de ellas están explícitamente mencionadas por el cronista español padre Antonio Calancha en el siglo XVII, cuando se refería a las creencias indígenas. Tampoco es improbable la hipotética razón que habrá motivado a los constructores para realizar las complejas mediciones astronómicas, a saber el deseo de establecer un lazo de parentesco entre el monarca divinizado, posiblemente sepultado en la plataforma-mausoleo y un cuerpo celestial. Desafortunadamente, no se pudo comprobar si parte de la plataforma funeraria de Chayhuac fue efectivamente destinada para un observatorio. En cualquier caso resulta claro para todos que cada palacio fue concebido como una unidad independiente de las demás. Fundarlo fue como fundar una ciudad. Ninguna calle ni plaza articula las entradas a los conjuntos palaciegos grandes y chicos (mencionados en los textos arqueológicos como ‘arquitectura intermedia’), salvo un excepcional caso documentado en el complejo Laberinto-Las Avispas. Los barrios habitacionales son más desordenados aún, y tampoco guardan relación con las ciudadelas vecinas. No las rodean de manera sistemática ni tampoco bordean un camino de acceso al palacio. Su forma caótica sugiere que se destinaba áreas libres fuera de los recintos de manera algo improvisada para estos fines, y se dejaba que los barrios crezcan, guardando las proporciones, como los pueblos jóvenes de las ciudades peruanas del siglo XX. De manera sorprendente los caminos Este-Oeste y Norte-Sur que organizan el espacio circundante bajo cultivo dando asimismo acceso a los lugares sagrados (huacas) no se proyectan al interior de la traza urbana (Campana 2006: 156, 157, figura 124). Las excavaciones en área y los levantamientos detallados han brindado algo de información sobre la posible función de las formas arquitectónicas y sobre el paisaje agrícola de antaño. Se ha intentado asimismo reconstruir tentativamente 78

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la historia del crecimiento del complejo urbano. A diferencia de las otras capitales de la Costa Norte, Chan Chan fue construido en medio de campos de cultivo. Es cierto que estas áreas adyacentes al mar eran menos consideradas por el alto grado de salinidad que los suelos tierra adentro, pero el ingenioso sistema de campos hundidos constituía un posible remedio contra este mal. El sistema de huachaques consistía en levantar las capas superficiales del suelo hasta llegar a niveles cercanos a la napa freática que lleva agua con menor grado de salinidad. Además, se puede evacuar en bloques la costra salina que se forma en la superficie (método no comprobado para la época Chimú) o utilizar un sistema de drenaje debajo de la napa. La inversión de trabajo en preparar estos campos era sorprendente. El mayor de los campos hundidos, el Huachaque Grande, tiene una extensión aproximada de 580 hectáreas según Ravines (1980; véase también Campana 2006: 114-137). Algunos de los huachaques conservan sus muros perimétricos de hasta 3 metros de altura, así como las terrazas de cultivo y las plataformas con probables depósitos en la esquina sudeste. En la hipótesis de Moseley (Moseley y Deeds 1982) se trataría de los huachaques reales construidos al fin de la existencia de Chan Chan para contrarrestar el déficit de suelos cultivables. Sin embargo, John Topic y Theresa Topic Lange (1980) sugieren, que en vista de la falta de pruebas de que el sistema de desalinización fue realmente eficaz, los huachaques eran destinados principalmente para el cultivo de totora, la materia prima tan preciada e importante en la vida diaria de los habitantes de la Costa Norte. Recordemos su uso en la construcción de paredes, techos, embarcaciones, trabajos de cestería, etcétera. Las tierras al norte de los huachaques en la Pampa Esperanza estuvieron bajo riego con las aguas llevadas por un canal troncal de la margen derecha del río Moche. El canal fue dañado por El Niño del siglo XI y reconstruido con recorridos diferentes dos veces. Hubo también el intento de ampliar el volumen de aguas con la construcción del canal intervalle Moche-Chicama de 70 kilómetros, pero este nunca llegó a llevar agua por un probable error de cálculo de gradiente, como lo habían demostrado Ortloff (y otros 1980) y Kus (1973). Moseley y Deeds (1982) sospechaban que la obra fue dañada por los movimientos tectónicos. Estos intentos de ampliar la frontera agrícola a toda costa son significativos, porque indican el 79


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muy alto grado de dependencia de la población urbana respecto a recursos agrícolas producidos localmente, a las puertas de la ciudad. Existe un consenso que la construcción de Chan Chan se inició con la ciudadela Chayhuac en la mitad meridional del complejo. La mayoría de investigadores considera que las ciudadelas Bandelier, Velarde, Tschudi y Rivero han sido construidas como las últimas del complejo y que, por lo tanto, el crecimiento de la ciudad no seguía ninguna dirección predeterminada. En la propuesta de Kolata (1982, 1990), coincidente con la de Carlos Williams Léon (1986-1987), Chan Chan habría atravesado cinco etapas del desarrollo, caracterizados por el uso de técnicas constructivas específicas (Tabla 1). No se dispone de evidencias suficientes para correlacionar esta secuencia preliminar con los palacios menores (arquitectura intermedia) y los barrios residenciales. Las características de estos últimos han sido definidos por Klymyshyn (1987) y Topic (1990) para el periodo en el que Chan Chan se convirtió en la capital de un imperio costeño (aproximadamente 1350-1470 después de Cristo).

Tabla 1 1400-1470 Ciudadelas Rivero y Tschudi

adobe alto y tapia

1300-1400

Ciudadelas Bandelier y Velarde, Huacas Toledo y El Dragón*

1200-1300

Ciudadelas Squier y Gran Chimú Huaca Las Conchas*

adobe alto o parelelipípedo, de corte cuadrado

1100-1200

Ciudadelas Laberinto y Tello Huaca Tacaynamo*

adobe paralelipípedo, cuadrado o paralelipípedo, plano

900-1100

Ciudadelas Uhle y Chayhuac Huacas El Olvido* y El Higo

adobe paralelipípedo plano

adobe alto y tapia

* La cronología de las construcciones piramidales, las ‘huacas’, no concuerda necesariamente con otras propuestas, como la de Schaedel y Donnan para la Huaca El Dragón, y se fundamenta en materiales constructivos.

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Detalle de muros de audiencias en la ciudadela de Tschudi, Chan Chan, Trujillo, La Libertad.


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Hay una coincidencia interesante en las secuencias de Kolata (1990) y de Caballaro: en cada periodo se habría construido dos imponentes recintos-ciudadelas. Estas parecen formar parejas, una ubicada al Este de la otra. Una plataforma-mausoleo constituye el elemento arquitectónico central de siete ciudadelas, Chayhuac, Uhle, Gran Chimú, Bandelier, Velarde, Rivero y Tshudi. El mausoleo albergaba el o los cuerpos de gobernantes muertos, rodeados de su harén, según lo ha demostrado Conrad (1982). Dos plataformas funerarias más, Las Avispas cerca de Laberinto y la plataforma adosada a Squier, se encuentran afuera de las murallas. Existe, por ende, un consenso en la literatura reciente del tema (Pillsbury y Banks 2004) que las ciudadelas cumplían función palaciega durante vida del rey, quien la había mandado a construir, y de mausoleo y templo funerario después de su muerte. Para Pillsbury (2008: 202), «en su periodo de vigencia, los palacios costituyeron formas arquitectónicas dinámicas que experimentaron transformaciones: los activos centros administrativos, rituales y residenciales devinieron en mausoleos y lugares de pública veneración. Lo que ahora vemos es la fase final, el resultado acumulado de esas transformaciones». Es posible que cada uno de los dos palacios potencialmente coetáneos haya sido construido para uno de los dos cogobernantes, lo que respondería a un esquema dual de organización de poder, conocido como diarquía. Múltiples ampliaciones (anexos) y modificaciones sugieren asimismo que el palacio estuvo habitado por los parientes del rey aún después de su muerte. Algunas ciudadelas, particularmente las más antiguas pudieron haber servido de residencia a varios señores. Si la función ceremonial del complejo está bien fundamentada por las características de arquitectura y por los hallazgos, no ocurre lo mismo con las hipotéticas funciones administrativas y residenciales de élite. Todas las ciudadelas difieren unas de otras en la organización interna. No hay dos iguales. Sin embargo, se repiten algunos principios de organización de espacio y varias formas de ambientes techados. Todas las ciudadelas están subdivididas en recintos internos por medio de grandes murallas. Las ampliaciones (anexos) implican también el adosamiento de nuevos extensos recintos a los ya existentes. Con el tiempo, a juzgar por la secuencia de Williams León (1986-1987) y Kolata (1982, 1990), se generaliza una tendencia a dividir el palacio en tres grandes recintos, de los cuales el central circunda a la plataforma funeraria. Los espacios 82

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al interior de estos recintos que contienen arquitectura pública albergan a su vez recintos menores, que restringen acceso a patios, y a conjuntos de pequeños ambientes modulares techados repetidos en configuraciones preestablecidas. Hay dos tipos de ambientes modulares techados: ‘audiencias’ y ‘depósitos’. Los nichos alineados y agrupados en la cima de una banqueta en U recibieron el nombre de ‘audiencia’. Se la comparaba con las pinturas moches tardías y con las maquetas chimús, en las que construcciones techadas sobre una plataforma sirven para que se pueda sentar en la sombra un sacerdote o un mandón que presenciaba o dirigía una ceremonia. Cabe observar, sin embargo, que las audiencias de Chan Chan no siempre dan a un espacio abierto. Muy a menudo están accesibles desde un corredor. Las audiencias no son exclusivas de las ciudadelas: aparecen también en las construcciones planificadas ‘de élite’ tanto en la capital como en los supuestos centros administrativos provinciales (por ejemplo, Farfán en Jequetepeque) y locales (por ejemplo, Milagro de San José). Hay también algunos casos no muy frecuentes de audiencias construidas al lado de talleres de producción en los barrios ‘populares’ de Chan Chan. Por ello, se ha sugerido que estas misteriosas construcciones se relacionaban con el ejercicio del poder político y, en particular, con el pago de tributo. Varios investigadores compartieron la idea de que numerosos funcionarios cómodamente sentados bajo techo, al interior de los nichos, controlaban el flujo de visitantes, quienes se dirigían hacia depósitos cargando canastas, bolsas, u objetos. Así, se estaría asegurando el control numérico de tributos y ofrendas entregadas al rey por artesanos, campesinos y sus mandones. Jerry Moore (1996a) ha demostrado con un fino análisis de distribución, respaldado por sólido manejo estadístico, que este escenario tan convincente carece de fundamentos empíricos. Las audiencias, por lo general, no colindan con los depósitos y tampoco se ubican en el camino que lleva hacia ellos. El número de casos de asociación directa entre audiencia y depósitos no sobrepasa el 20 por ciento de la muestra. Las excavaciones de 30 entre 178 audiencias registradas en Chan Chan tampoco arrojaron vestigios a favor de la hipótesis burocráticoadministrativa. Se ha confirmado la existencia de techos, pero el interior estaba completamente limpio. Mención aparte merece el hallazgo de entierros de mujeres jóvenes, potencialmente sacrificadas y sepultadas debajo de los pisos de 83


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las audiencias con ofrendas de Spondylus princeps, semillas selváticas, huesos de llama, recipientes de cerámica. Los hubo en varias ciudadelas (Gran Chimú, Bandelier, Tschudi, Uhle y Rivero). Se refuerza así la sospecha de que la función de las audiencias no fue tan secular como se creía inicialmente. En varios casos resulta claro que el conjunto de audiencias fue concebido como el destino al final de un largo camino por medio del laberinto arquitectónico del palacio (Topic 2003). Cuando las audiencias son varias y colindantes, el sistema de accesos las ordena de modo que para llegar a la siguiente hay que pasar por la anterior. En mi opinión, el contexto arquitectónico de las audiencias, documentadas en relación con zonas de producción y con pequeños centros administrativos de provincias, sustenta de manera convincente la hipótesis de que las audiencias eran destinadas para los curacas de diferentes rangos y funciones. Es una forma arquitectónica en la que se materializa el rango del individuo, que puede ocupar el asiento techado en ciertas circunstancias relacionadas con el ejercicio de su función. No cabe duda tampoco que los conjuntos de audiencias ofrecían condiciones para una cómoda reunión en la sombra. En el caluroso clima que reina en el valle de Moche, la mayor parte del año el contraste entre amplios espacios abiertos bajo el sol ardiente y la sombra de los pórticos es muy fuerte. El sol y la sombra trazarían una frontera contundente separando los gobernados de los múltiples gobernantes. Nos parece significativo que el alto número de audiencias hace la diferencia entre las diez ciudadelas y las supuestas residencias palaciegas menores aglutinadas en espacios intermedios entre las ciudadelas. Andrews (1974) registra 101 audiencias en las ciudadelas, 33 en palacios menores, 47 en arquitectura intermedia de variada envergadura y función. La razón de ser de las audiencias queda entonces de algún modo esclarecida, pero la finalidad de las reuniones para los que servían no lo es. No creemos que hubo necesariamente una sola razón para construirlas. Todo lo contrario, la variedad de espacios y ubicaciones de las audiencias respecto a áreas de reunión (pequeños patios), de tránsito (grandes patios), y de aislamiento (corredores apartados), y también respecto a zonas de preparación de alimentos (como en Milagro de San José), y de producción especializada (barrios de Chan Chan), sugiere una diversidad de funciones ceremoniales y administrativas, incluido, por ejemplo, ambientes destinados para el ayuno ritual mencionado por los cronistas y también ‘salas de 84

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trono’, plataformas de mando, e incluso rituales en presencia de fardos como en la maqueta chimú de la Huaca de la Luna. Campana (2006: 210-211) cita al respecto una reveladora obervación de Squier, quien visitó, guiado por el huaquero coronel La Rosa a las audiencias decoradas de pinturas polícromas y ubicadas probablemente en las ciudadelas Velarde o Squier: «Casi todos tienen nichos en costados o enfrente de las entradas, Dos o Tres, tienen dos hileras de nichos, unos sobre otros. Encontramos que esqueletos y cuerpos desecados, primorosamente vestidos y emplumados y acompañados por adornos de oro y plata y diversas insignias de rango ocupan los nichos de todos estos aposentos o bóvedas» (Squier 1974: 77). Si esta observación de viajero es extrapolable a todas las audiencias, habría que pensar que en cierto momento de la historia de cada palacio cada nicho podía convertirse en el lugar de sepultura de un personaje de importancia. En el caso de Chan Chan llama atención el frecuente aislamiento de conjuntos de audiencias. Da la impresión que se quería crear ambientes de reunión separados para grupos de curacas y/o cabezas de linajes. Cada grupo disponía de su propio recinto. La ubicación respecto al acceso guardaba quizá relación con el lugar que sus potenciales usuarios ocupaban en la compleja jerarquía social, fundamentada, entre otros, por los lazos de parentesco y por los deberes de la función política. Kolata (1990) observa que las audiencias de los palacios construidos en los tiempos posteriores a las grandes conquistas realizadas por el reino de Chimor en el siglo XIV (Velarde, Bandelier, Tschudi y Rivero) tienen formas estandarizadas con cuatro o seis nichos. En cambio, en los casos anteriores la forma de la audiencia y el número de nichos internos varía sustancialmente de un palacio a otro: dos, tres, cuatro, cinco, seis, ocho, nueve. ¿Quizá la estandarización numérica es un reflejo de la organización del sistema del poder en el etapa imperial? Según la hipótesis que acabamos de plantear, los conjuntos de las audiencias habían sido diseñados de acuerdo con la configuración coyuntural de los sistemas de mandos sustentados por lazos de parentesco entre la nobleza gobernante. El análisis realizado por Moore (1996a) indica además que los tres caminos que se iniciaban en la única entrada a la ciudadela, y seguían por corredores y patios, se bifurcaban para dar acceso a conjuntos concretos de ambientes con funciones diferentes. Una de estas bifurcaciones llevaba, por ejemplo, al espacio ceremonial delante de la plataforma funeraria. Otras bifurcaciones permitían el acceso a las 85


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audiencias, otras más a los depósitos. Estos últimos tienen un tamaño estandarizado y están dispuestos por filas. Los hay de dos tipos:  Pequeños cuartos techados de tamaño estandarizado (2 × 2,5 × 2 metros), alineados a lo largo de un corredor y accesibles por medio de la puerta con un umbral inusualmente alto.  Ambientes cuadrangulares sin puerta, accesibles desde arriba y ordenados a manera de celdas en un panal. Es muy probable que sirvieran para almacenar diversos tipos de productos. En los palacios considerados más antiguos, como Chayhuac o Uhle, los depósitos se concentran en la cercanía de la plataforma funeraria. Estas dos ciudadelas tienen también inusualmente bajo número de depósitos (67 Chayhuac y 68 Uhle). Posteriormente los almacenes se distribuían en varias agrupaciones al interior de los recintos septentrional y central. Su número promedio oscila alrededor de 200. Las variaciones del área de almacenamiento se deben, según la interpretación de Alan Kolata (1990), a dos factores: a la duración de la ocupación de palacio y sus remodelaciones, y a las necesidades de un Estado que inicia la lucha por hegemonía regional. A este último factor se atribuye la inusual envergadura de áreas de depósito, superiores a 9.000 metros cuadrados, al interior de los palacios Laberinto y Gran Chimú, cuando, en los conjuntos restantes, el área total promedia oscila entre 2.000 y 6.000 metros cuadrados. Las áreas específicamente residenciales y de preparación de alimentos nunca han sido bien definidas. No se puede, por ende, estimar la cantidad de habitantes permanentes de cada complejo ni precisar el lugar donde vivía el rey y sus familiares. Kent Day (1982) menciona grandes cocinas en las partes relacionadas con el acceso principal en los sectores norte y central del palacio Rivero. Parece tratarse, sin embargo, de dependencias de las áreas públicas, quizá destinadas para banquetes en el marco de lo que los antropólogos llaman ‘la política de comensales’, tan recurrente en los Andes prehispánicos. Los estudiosos de Chan Chan sugieren que las áreas domésticas se ubicaban en el Sector Sur, detrás de la plataforma funeraria y que estaban constituidas por modestas construcciones de materiales perecibles. Mención aparte merecen los estanques y los pozos muy recurrentes en los sectores a los que se atribuye la función residencial. 86

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En resumen, el diseño de los palacios parece estar subordinado a las funciones ceremoniales por medio de los cuales se ejercía la administración del Estado y se fundamentaba los derechos dinásticos gracias al culto de ancestros divinizados. La mayor parte de espacio cercado se destinaba a las reuniones masivas. Nos referimos a las grandes plazas y patios con ciertos tipos de audiencias para dignatarios y con plataformas donde podían sentarse mandones de menor rango. Las actividades relacionadas con el culto funerario ocupan posiblemente el segundo lugar en cuanto el uso del espacio. Es probable, pero difícil de demostrar empíricamente, sin excavaciones en área a gran escala, que las audiencias y los depósitos del sector adyacente al mausoleo tuvieron también que ver con el culto póstumo, como es evidente en el caso de Chayhuac, gracias a una asociación directa. Las dependencias para proveer las actividades de alimentos, almacenes y fuentes de agua se asocian a estos dos sectores principales. En todo caso, el análisis del sistema de comunicación por Moore (1996) brinda un cómodo sustento para nuestra hipótesis. Es revelador que todas las vías convergen a manera de árbol genealógico en una sola entrada y salida. Hay pocas comunicaciones transversales internas. Ello sugiere, desde mi punto de vista, que los complejos fueron diseñados como espacios destinados para visitas periódicas. La arquitectura ordena y clasifica grupos de visitantes según rango, función y destino. Grupos sociales definidos adoptaban los caminos indicados hacia espacios concretos en los tiempos previstos, quizá guiados por guardias. La extrema, laberíntica complejidad de organización arquitectónica interna no es propiedad exclusiva de las diez ciudadelas, como podría pensarse. En los espacios intermedios entre ellas hay conjuntos muy similares de menor envergadura. Según Ulana Klymyshyn (1982), tres de estos complejos, construidos al final de la historia de Chan Chan, se caracterizan por la subdivisión tripartita y poseen todos los elementos y rasgos de las ciudadelas. ¿Podría tratarse también de residencias reales? Otras seis carecen de subdivisiones (como la ciudadela Chayhuac) y de plataformas funerarias (como las ciudadelas Laberinto y Tello), pero cuentan con patios, pozos, estanques, audiencias y almacenes. Seis complejos más poseen organización interna variada, una extensión considerable, pese a que solo algunos componentes de la arquitectura pública, que 87


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acabamos de enumerar, están presentes, además del pozo de agua. Otros siete se asemejan a los anteriores pero carecen de fuente de agua visible sobre la superficie. Las construcciones descritas, que suelen ser interpretadas como residencias palaciegas de nobleza, se ubican en la mitad meridional de Chan Chan, en el área central (entre Tschudi, Uhle y Laberinto), al Oeste de Rivero y al Sur de Tschudi. La imagen de la capital sería incompleta sin las extensas dependencias (conocidas bajo siglas inglesas de SIAR, small, irregular, aglutinated room, pequeños cuartos irregulares y aglutinados, lo que describe bien una de las características recurrentes). Según John Topic (1980), las casas unifamiliares aglutinadas a lo largo de senderos y pasadizos se agrupan en verdaderos barrios. Los hay por lo menos cinco, de crecimiento desordenado. Algunos invaden áreas de entierros. Los barrios residenciales se alinean en una franja casi continua, en las periferias Este y Sudeste del área monumental. Es posible que cada barrio guarde relación con uno de los cementerios cercados de doble muro que se encuentran en su vecindad. Por ello, Topic (1980) piensa que cada barrio podía corresponder a una comunidad territorial de parentesco tipo aillu. A las casas se entra por la cocina que puede convertirse en taller. Varios ambientes, depósitos y dormitorios se intercomunican con ella (Topic 1982, 1990). Es una distribución similar que en aldeas chimú, pero el área promedio es más grande que la de una casa campesina. Un porcentaje relevante de los habitantes de las unidades excavadas eran artesanos que trabajaban madera, fibras, tejidos y metales. Las casas contaban con acceso a un pozo de agua común.

Modelo de recinto ceremonial chimú con representación de episodios de culto a los muertos, Huacas del Sol y de la Luna, Trujillo, La Libertad.

Distribución de personajes en la maquetamodelo con organización simétrica dual (Moore 2006).

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Núcleos no muy extensos de arquitectura doméstica de otro carácter están diseminados en la parte central del área monumental, y ocupan áreas no cercadas (al lado de las ciudadelas Velarde, Squier, Bandelier, Uhle y Chayhuac) entre las ciudadelas y la arquitectura intermedia (Topic 1990). Se distinguen por ser construidos encima de plataformas. Algunos de los conjuntos se componen de casas habitacionales alternadas por áreas de actividad artesanal y cuentan con sus fuentes de agua y cocinas. Otras construcciones parecen ser destinadas exclusivamente como ambientes de trabajos especializados de varios individuos bajo la supervisión. Las cocinas en estos sectores pueden abastecer a más de una casa. Las audiencias y los puestos de vigilancia, conocidos como arcones, se relacionan con áreas 89


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de producción especializada y con los accesos a agua. Las alacenas asociadas a las unidades domésticas y de producción carecen de manera significativa de características que se encuentran en los depósitos de alimentos de las áreas rurales, y parecen haber sido destinados para almacenar objetos producidos. Por ende, resulta probable que los ocupantes de las casas estuvieron mantenidos por el Estado y se dedicaban a la producción de objetos encargados por sus curacas. Un tercer tipo de construcciones fue localizado al sudeste de Chayhuac y El Higo y al norte de Tello. Se trata de un edificio con varias banquetas que suelen servir de cama en las casas habitacionales, la cocina tiene varios fogones y está destinada para abastecer a un alto número de personas. Ofrendas de camélidos jóvenes, los que se encontraron debajo de una plataforma con el carácter de altar, sugieren que la ocupación de los residentes estuvo estrechamente relacionada con estos animales. En las ofrendas hay además plumas y semillas de la selva. Topic (1990) supone que el edificio, que carece de fuentes directas de agua, servía de hotel para los arrieros de las caravanas que abastecían a la capital de productos foráneos. Calcula, asimismo, en aproximadamente 600 camas la capacidad de los hoteles-caravanseraï. En su estimación, 12 mil artesanos habrían trabajado en los talleres de Chan Chan y en sus casas durante el periodo del apogeo de Chimor. Se supone que la producción estaba destinada para abastecer a los palacios y a los templos. La mayor parte de producción servía de ofrenda funeraria. La preocupación por elucidar la organización del poder y de la producción ha hecho que la arquitectura con la función claramente religiosa no fue estudiada, salvo la Huaca El Dragón, excavada por Richard Schaedel (1966b) y restaurada. Son seis los volúmenes piramidales más importantes de formas variadas en el paisaje de Chan Chan: El Dragón, Toledo, las Conchas, Tacaynamo, El Olvido y El Higo. La Huaca El Dragón tiene forma de pirámide de dos escalones, la altura total de 7,50 metros y está cercada por una muralla. Sus paredes estuvieron decorados con relieves. Decoración similar en el relieve tuvieron las Tres Huacas y El Higo. Todas las pirámides se encuentran dispersas en los campos de cultivo, algunos de ellos cercados, al este y nordeste del complejo monumental (Campana 2006: 181-198).

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Asentamientos, paisaje y sociedad2 La distribución de asentamientos, los cambios en las formas arquitectónicas y en las técnicas de construcción forman una fuente privilegiada de información sobre posibles transformaciones sociales y políticas para el Periodo Intermedio Tardío, preferida por arqueólogos que hacen del seguimiento comparativo de procesos evolutivos el objetivo principal de su quehacer. Las modificaciones en el paisaje cultural que anteceden este periodo y continúan en los primeros siglos del segundo milenio después de Cristo son fáciles de percibir, pues, por un lado, se desprenden de grandes obras de riego y, por el otro, de una revolución conceptual en la tecnología de construcción de edificios monumentales. La región de Lambayeque destaca en particular por haber sido integrada a través del más grande sistema de riego forzado en la costa del Perú prehispánico. Se ha comprobado que este sistema se fue desarrollando entre los periodos Moche Tardío y Lambayeque, a partir de los antecedentes mucho más modestos (Castillo 2010; Dillehay 2001; Eling 1987; Shimada 1990). El esfuerzo mancomunado, en el que el trabajo corporativo era un valor en sí y la inversión del tiempo social no importaba, se materializaba en la arquitectura pública desde el Periodo Arcaico hasta los tiempos mochica. Los adobes mochica, hechos de gavera y marcados, así como la técnica de levantar volúmenes con columnas de miles de ladrillos contravienen principios de eficiencia y economía de tiempo. El trabajo era tan importante como su efecto. Al igual que en el Periodo Arcaico, pero a escala incomparablemente mayor, comunidades organizadas bajo el mando de curacas juntaban el esfuerzo para construir o, más a menudo, ampliar y renovar sus espacios ceremoniales, adyacentes a las moradas de dioses ancestrales. Con esta participación reafirmaban su identidad, y los lazos de obediencia y respeto que debían a las autoridades. A partir de la estratigrafía de la Huaca Fortaleza en Pampa Grande, Shimada y Caballaro (1986, Shimada 1990) han demostrado que a fines de la historia moche (Moche V) este sistema ancestral fue reemplazado por otro, diferente y mucho más sencillo: plataformas de cuartos de relleno. El sistema 2 La primera versión de este texto fue publicada en inglés, como «Late Prehispanic Styles and Cultures of the Peruvian North Coast: Lambayeque, Chimú, Casma». En: K. Makowski, A. Rosenzweig y M. J. Jiménez (eds.), Weaving for the Afterlife, vol. II, 103-138, Ampal/Merhav Group of Companies, Tel Aviv, 2006.

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consiste en levantar recintos cuadrangulares de adobes a manera de panal de abejas y rellenarlas con arena, adobes fragmentados y enteros, y otros materiales. El sistema tiene la ventaja de crear elevaciones y volúmenes impresionantes en poco tiempo, con la utilización de un número grande de trabajadores manuales inexpertos y bajo conducción de dirigentes especializados. A diferencia de Moche, en la arquitectura lambayeque se utilizan adobes hechos en serie, pero a mano y de formas variadas regionalmente. En Chimú entra también en uso generalizado la técnica tapial, que permite levantar muros con mayor rapidez. Howard Tsai (2012) ha reconstruido recientemente el sistema de construcción de adobe utilizado en el Periodo Chimú en Farfán (Complejo IV), tomando en cuenta todas las etapas de la cadena operativa desde la producción de ladrillos hasta su colocación en el muro, y puesto en evidencia notables diferencias en comparación con los periodos anteriores. Los muros chimús están construidos de tal manera que ladrillos de diferentes características en cuanto a la textura, el desgrasante y el tamaño se encuentran en el mismo tramo-tarea. Ello contrasta con el sistema mochica. Este último fue reconocido para las Huacas de la Luna y del Sol, incluida la «zona urbana» por Hastings y Moseley (1975) y Moubarac (2002). Sus características son las siguientes.

La Huaca El Dragón, conjunto de plataformas escalonadas en las afueras de Chanchan.

La edificación se hace con adobes de gavera de tamaños variados, las que se apilan fijándolos con argamasa, formando columnas constructivas. Los adobes de tamaños similares suelen concentrarse en ciertas partes de la construcción. Estas columnas adosadas una a la otra crean el volumen sólido de las plataformas moche. Dado que un porcentaje alto de los adobes lleva marcas que son recurrentes en ciertas partes del edificio, Hastings y Moseley (1975) han concluido que algunas comunidades bajo el mando de sus curacas y de los especialistas estuvieron a cargo del proceso productivo de adobes y estos mismos se desempeñaban como albañiles en una parte del edificio dado. Los adobes fueron producidos y secados lejos separadamente en las áreas de origen de cada grupo. Ni la producción de adobes ni la mampostería fueron normadas y supervisadas por los representantes del poder estatal. En el caso de las construcciones Sicán Medio y Tardío (900 -1375 después de Cristo) queda, en cambio, claro que las tareas de albañilería y de la producción de adobe (Tsai 2012) están a cargo de grupos separados. Los productores apilan los adobes

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secos cerca del área de la construcción. Los mandones supervisan directamente el avance en la producción de cada grupo, por lo que el marcado de adobes ya no es necesario. Los albañiles escogen adobes de características variadas sin fijarse en ellos, dado que ellos también trabajan bajo la supervisión directa (Tsai 2012). Las consecuencias de cambios en la organización de construcción se perciben tanto en las capitales como en las residencias de curacas y centros administrativos dispersos en las provincias. La corta duración y la remodelación muy frecuente caracterizan a la arquitectura. El número de estructuras de variado tamaño supera a las tazas establecidas para los periodos anteriores. En la costa de Lambayeque, aproximadamente un 30 por ciento de asentamientos de los periodos Lambayeque y Chimú, los que han sido localizados durante las prospecciones arqueológicas intensivas, cuenta con una construcción de carácter público. La extensión de algunos complejos, como Chan Chan, Pacatnamú o Túcume, tampoco tiene precedentes en los periodos anteriores. Si bien los primeros canales fechados con seguridad provienen del Periodo Formativo, y la agricultura de inundación es posiblemente tan antigua como la vida sedentaria en la costa, nunca antes había existido una red de riego de tanta envergadura como la de la Costa Norte en el Periodo Intermedio Tardío. Kosok (1965) fue el primero en percatarse en sus vuelos del origen prehispánico y gran complejidad del sistema de irrigación actualmente en uso, el que no solo cuenta con troncales a lo largo del curso de la cuenca, sino que interconecta tres valles: Leche, Zaña y Lambayeque. Dos de estos canales, el Taymi y el Reque, se confunden con ríos por su ancho y por su caudal. Los estudios realizados en los valles de Piura, La Leche, Lambayeque y Jequetepeque sugieren que los primeros trabajos a gran escala que tuvieron por objetivo unir a diferentes cuencas se iniciaron durante las fases tardía y terminal de la cultura Moche. Estas fases se caracterizan por la presencia de la característica cerámica Moche V, al lado de varios otros estilos influenciados por las tradiciones sureñas Wari (Shimada 1990, Castillo 2010). Del periodo mencionado provienen los canales que unen el valle norteño de Chancay con Zaña: Collique y Reque. Esta suposición se desprende, entre otros, de la notable continuidad, la que se observa en varios asentamientos, los que fueron fundados en el Horizonte Medio 94

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en las cercanías de las orillas de los canales y se mantuvieron poblados de manera continua o con reocupaciones sistemáticas hasta la conquista inca. El sistema que interconecta las cuencas de La Leche y de Chancay-Reque en la forma que aún está en uso, es decir, por medio de los canales Taymi y Raca Rumi fue construido durante la fase Sicán (Sicán Medio) de la cultura Lambayeque. El desarrollo tecnológico, particularmente la metalurgia de bronce arsenical, ha favorecido eventualmente los ambiciosos trabajos de ingeniería, gracias a nuevas herramientas. En el marco del Proyecto Alto Piura, Anne Marie Hocquenghem (Hocquenghem y Vetter 2005) ha identificado un imponente canal troncal a lo largo del valle. La relación entre este canal y los sitios administrativos Lambayeque de la fase Sicán es probable. Makowski (1994) ha estudiado un sistema de represas que cerraban las quebradas del cerro Vicús para distribuir el agua de lluvias acumuladas hacia los campos. Las represas fueron construidas posiblemente en el siglo XI por los pobladores que utilizaban la cerámica local en estilo Piura. Las evidencias de Piura son relevantes para definir en qué medida el reino Lambayeque ha tenido la capacidad administrativa para organizar obras de envergadura en los valles conquistados al norte de La Leche y así evaluar mejor el indudable aporte posterior chimú a la expansión de la frontera agrícola. Los sistemas de riego, una vez creados, dejaron una impronta duradera en la manera como se distribuía la población sedentaria en cada valle, y, por lo tanto, también en los sistemas políticos. Las capitales y los centros locales, las residencias de señores y de los curacas subalternos suelen situarse cerca de las bocatomas de canales troncales, verbigracia Batán Grande. El asentamiento de Úcupe (Alva y Meneses 1984), con sus famosos murales que representan a varios personajes con los atributos de la ‘deidad Sicán’, puede servir de ejemplo de una probable residencia de una importante autoridad local que quería enfatizar su parentesco directo con los reyes de Batán Grande. Las informaciones etnohistóricas son en este caso completamente compatibles con las evidencias arqueológicas. En el estudio de la organización del poder desde la perspectiva arqueológica los estudiosos toman en cuenta la extensión de los asentamientos, la diversidad formal de las construcciones, y el parecido entre ciertas formas de arquitectura pública de la capital y de los supuestos centros provinciales y locales. Este método ha servido bien para demostrar que el reino de Chimor ha extendido toda una red de centros 95


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administrativos regionales, como Farfán en el valle Jequetepeque, Manchan en el valle de Casma (Mackey 1987, 2004, 2006, 2009; Mackey y Klymyshyn 1990) y, probablemente, Tamarindo en el valle de Chira. La frontera meridional del Imperio chimú se extendió quizá hasta el valle de Casma, dado que ni en el valle de Culebras ni en Huarmey se han registrado evidencias de la presencia política de Chimor, menos huellas del control directo. Por el contrario, la población local mantiene incólumes sus tradiciones en cuanto a la arquitectura y la cerámica (Przadka 2012; Makowski y otros 2012; Giersz y otros 2014).

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Como lo demuestran los estudios de Willey (1953) y Wilson (1988, 1990) en los valles de Virú y Nepeña, los asentamientos grandes de los periodos posteriores al Horizonte Medio 2, cuya extensión puede superar las 15 hectáreas, se construyen siempre fuera del área de cultivos sobre la andenería ascendente por las laderas de quebradas laterales y sobre espolones que bordean el valle. El real impacto de la dominación chimú en el desarrollo de agricultura y en la densidad demográfica está en discusión. Wilson está observando la disminución del número de asentamientos con la arquitectura pública durante el Periodo Intermedio Tardío.

En los complejos monumentales provinciales de Chimor se repiten los patios amurallados, y los conjuntos de ‘audiencias’, similares a los que caracterizan la arquitectura de Chan Chan. En Farfán está presente también la plataforma del culto funerario. Richard W. Keatinge (1974, 1975, 1980) ha estudiado centros locales chimús en el valle de Moche, y en las quebradas adyacentes entre Moche y Chicama. El Milagro de San José en la quebrada del río Seco a 9 kilómetros al norte de Chan Chan es un buen ejemplo de un centro regional de envergadura relacionado con el canal El Milagro. Con su extensión 55 por 45 metros estaría muy por debajo de Farfán en escala de importancia. Contiene siete conjuntos de audiencias, dos patios, una amplia cocina y patios anexos, además de la monumental entrada principal. La entrada cuenta con rampa que lleva a los visitantes a la plataforma y luego a un vestíbulo de acceso restringido.

No disponemos aún de evidencias suficientes para entender a profundidad qué implicancias haya tenido la consolidación de poderosos Estados regionales expansivos en la vida social y económica de las provincias sometidas. Los resultados de los trabajos de Harmuth Tschauner (2001, 2009, 2014) en Lambayeque y de Klaus Koschmieder (2012) en Casma, quienes excavaron de manera intensiva y sistemática pequeños asentamientos del Periodo Intermedio Tardío, hacen entrever las potenciales debilidades de modelos interpretativos propuestos. Es cierto que las tipologías formales de centros administrativos, la envergadura y la suntuosidad de la arquitectura pública invitan a tomar en consideración mecanismos de control burocrático directo y omnipresente por parte de las capitales sobre las áreas rurales dominadas.

El pequeño centro local de la quebrada del Oso contiene solo un conjunto de audiencias en el eje de dos patios. El recinto de la quebrada de Katuay es aún menor. Estos estudios comparativos de formas arquitectónicas sirvieron para demostrar empíricamente que el reino de Chimor, como cualquier estado, contaba con centros administrativos de más de cuatro rangos de magnitud y complejidad, y que en este sistema las audiencias simbolizaban la autoridad delegada (Keating y Conrad 1983; Keating y Day 1973).

Pampa de Burros en Lambayeque (Tschauner 2001, 2009) podría interpretarse como asentamiento de élite y un centro administrativo local, a juzgar por el carácter planificado de la arquitectura del pequeño complejo, el que cuenta en el interior del recinto cuadrangular con un laberinto de recintos techados y patios. Las excavaciones demostraron que las construcciones servían de residencia en dos periodos sucesivos, Sicán-Lambayeque y Chimú, a dos comunidades de artesanos especializados, de metalurgistas y de alfareros.

En los valles al sur de Moche el fin del Horizonte Medio se relaciona también con intentos de extender al máximo la superficie de cultivos. La morfología de la costa con varias cadenas que separan a las cuencas hacía imposible interconectar los canales con uno transversal, de trasvase, similar al moderno Chavimochic. Estas limitaciones fueron parcialmente superadas de otra manera, con el ahorro de la tierra cultivable.

Se ha excavado un área residencial para varias familias, una cocina común, además del área de producción compartida. Sorpresivamente no se ha encontrado evidencias de relaciones de dependencia con los centros administrativos regionales y centrales, ni de la producción por encargo de élites. Los resultados de las investigaciones apuntan hacia la amplia independencia y el carácter autosuficiente de las economías rurales.

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Las investigaciones sobre los cambios en la organización de asentamientos desde Sicán Medio hasta los tiempos incas, realizadas por Tschauner (2014) en el área de los señoríos Túcume y Cinto, aportan datos significativos para repensar las relaciones entre los poderes locales y foráneos, tal como estas se reflejan en la arquitectura y en la distribución espacial de asentamientos. El sistema de asentamientos Sicán Medio tiene carácter centralizado alrededor del complejo de pirámides de la Vista Florida en el valle bajo. Tras la desaparición de Vista Florida, tres centros periféricos, que tuvieron carácter secundario por breve tiempo, ascendieron al rango más alto en la jerarquía de asentamientos. Hacia el final de Sicán Tardío, dos asentamientos grandes, Pátapo y Mocce, se perfilan como centros políticos en el sur del área. Al norte no se ha encontrado poblados de mayor extensión, pero en la vecindad inmediata está el área monumental de Túcume. Tschauner observa que el corredor deshabitado entre las áreas norte sur corresponde exactamente a la frontera entre dos señoríos, Cinto-Pátapo y Túcume, documentados en las fuentes coloniales (Netherly 1990).

Pirámides de Túcume, Lambayeque.

La conquista de Lambayeque por los chimús no ha implicado cambios sustanciales en la organización espacial de los asentamientos. No obstante, no se observa la correlación típica para Sicán Medio Tardío entre el volumen de las pirámides de adobes y el tamaño de asentamiento. El dominio chimú no se expresa en este tipo de arquitectura, sino en la construcción de cuatro centros fortificados ubicados encima de cerros a lo largo del canal de Taymi. Otra cadena de centros similares, pero más pequeños, fue hallada en la margen sur del valle. La arquitectura de dichos centros es típicamente chimú, con las características audiencias. Por otro lado, la intrusión chimú no ha modificado la geografía de asentamientos secundarios. El dominio chimú se expresa de manera diferente en la arquitectura de los dos centros administrativos principales, Túcume y Pátapo. En Túcume se amplía considerablemente el volumen de la Huaca Larga para construir en su cima la réplica de las «ciudadelas» chimús del valle de Moche. En Pátapo se construye un gran asentamiento en la cima con arquitectura chimú mientras que abajo sigue en uso el asentamiento lambayeque. No se observa ni fusión de las tradiciones arquitectónicas ni comunicación entre ambos sectores del asentamiento. Varias conclusiones de interés para el debate sobre el sistema de poder fueron formuladas por Tschauner a partir de sus investigaciones de campo. Una de

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ellas concierne a la probable cronología de los señoríos a los que alude el mito de Naylamp (Shimada 1990, Makowski 1994), cuya formación se originaría en el ocaso del estado Sicán. La administración chimú e inca al parecer se han contentado de controlar las cabezas de los curacazgos. Los estudios sobre la producción y el uso de la cerámica y de otros productos sugieren asimismo que los señoríos fueron ampliamente autosuficientes y que hacían poco intercambio incluso con los vecinos inmediatos. Según Tschauner (2014: 356), la administración chimú de ninguna manera corresponde «al modelo burocrático de una economía comandada». Los centros chimús no estaban involucrados en la distribución y dependían de los señores locales de rango medio. Todas las funciones administrativas, incluido el sistema de irrigación y el reclutamiento de mano de obra, fueron delegados a grupos de rango menor y sus líderes (Netherly 1990: 481). Eran ellos que negociaban con sus súbditos las condiciones en el marco de festividades y banquetes con abundante consumo de chicha.

Residencia de élite de la Huaca Las Balsas, Túcume, Lambayeque.

En las investigaciones que he presentado en un apretado y necesariamente incompleto resumen, se vuelve cada vez más evidente que el modelo de estados despóticos y burocráticos cuya organización administrativa se reflejaría en la jerarquía de núcleos «urbanos» de cuatro o cinco niveles no asegura la adecuada interpretación de las evidencias. La extensión de los asentamientos, supuestas capitales, sedes del poder de curacas y señores supremos, no se desprende del número de pobladores permanentes, sino de la envergadura de espacios del poder, plazas y patios destinados para congregar los súbditos, negociar su colaboración y tras la muerte del mandón convertirse en el lugar del culto funerio de él o ella y, eventualmente, de sus descendientes. Esta clase de funcionalidad se desprende del análisis de palacios-templos de Chornancap (Wester 2014, 2016), Dos Cabezas (Templo Sacrificial, Lambayeque: Donnan y Cordy-Collins 2015), Huaca de las Balsas de Túcume (Narváez y Delgado 2012) y de Úcupe (Alva y Meneses 1984). Las aglomeraciones de palacios-templos y de plataformas de culto en un solo espacio restringido, como Chan Chan y Túcume, cuya traza aparentemente regular invita a una fácil comparación con los urbanismos de otros tiempos y otras áreas culturales, no es un fenómeno recurrente. Por el contrario, su formación parece obedecer a coyunturas particulares.

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Pachacámac, Chan Chan y los patios cercados en la arquitectura pública de los Andes3 La recurrencia de patios cercados (canchas), ‘audiencias’ y pórticos, lugares destinados para albergar largas filas de personas sentadas de manera cómoda a la sombra de techo y de espaldas a una pared, y de plataformas accesibles por medio de rampas o escaleras cuentan entre los rasgos que definen el carácter peculiar de la arquitectura de los periodos tardíos en los Andes, un aspecto difícil de interpretar desde el punto de vista de la función. Estos rasgos poseen, además, amplios antecedentes en las épocas anteriores. La mayoría de características arquitectónicas mencionadas arriba se manifiesta ya en el Periodo Precerámico Tardío (Moore 1996a, 1996b), y caracteriza por igual las estructuras consideradas ‘templos’ o ‘centros ceremoniales’, como las que cumplirían, tentativamente, las funciones de residencias de élite o de edificios de carácter administrativo. Los casos de Pachacámac (Eeckhout 1999) y Chan Chan (Moore 1996; Topic 2003; Pillsbury y Banks 2004; Mackey 2006, Makowski 2006b, inter alia) son particularmente ilustrativos al respecto: el primero resulta paradigmático para el concepto del centro ceremonial, mientras que el segundo concierne a la capital de un Estado andino mejor conservada y estudiada. En Pachacámac, el conocido templo y oráculo del dios del mismo nombre en el valle de Lurín, la discusión sobre las funciones de la arquitectura monumental se ha centrado en las pirámides con rampa. Este peculiar tipo de arquitectura pública está representado en un considerable número de asentamientos de periodos tardíos en la costa central, en las áreas definidas por la distribución de los hallazgos de cerámica ychsma (Vallejo 2004) y chancay (Krzanowski 1991). Se trata, por lo general, de pequeñas estructuras, cuyo diseño pone énfasis en la plataforma con rampa que ocupa la parte central. Solo en Pachacámac, y en menor grado en el valle de Chancay, las estructuras adquieren dimensiones monumentales. Debido a su dispersión en el área, en la que —según las fuentes escritas coloniales— se distribuían tierras del dios Pachacámac y de las comunidades que lo reconocían 3 La primera versión de este texto fue publicada como la contribución del autor al artículo más largo en K. Makowski y otros [2005] 2008, «La plaza y la fiesta: reflexiones acerca de la función de los patios en la arquitectura pública prehispánica de los periodos tardíos». En: Boletín de Arqueología de la PUCP, 9, pp. 297-333.

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como deidad suprema (Rostworowski 1992, 2000, inter alia), se ha interpretado a las pirámides con rampa como templos de «hijos e hijas de Pachacámac» (Jiménez Borja y Bueno 1970; Jiménez Borja 1985). Peter Eeckhout (1999, 2004) ha puesto en duda la validez de los planteamientos mencionados y ha sugerido que se trataba, en realidad, de residencias palaciegas de los señores ychsmas, por lo menos en el caso de las pirámides monumentales construidas en Pachacámac. Su argumento se sustenta, básicamente, en dos premisas: una de orden formal y la otra cronológica. En primera instancia, hay evidentes diferencias en el diseño del templo del dios Pachacámac (Templo Pintado, cfr. Ravines s. f.: 13-18; Dulanto 2001) y el de las pirámides con rampa en cuanto a la ubicación de plazas y patios, la configuración del sistema de accesos y la morfología de la fachada. En el Templo Pintado, los patios cercados se ubican en la cima y un laberíntico sistema de accesos lleva al estrecho recinto donde se hallaba la imagen de la divinidad. El espacio frente a la pirámide fue convertido en cementerio. En las pirámides con rampa, en cambio, un alto muro rodea tanto el cuerpo elevado como el amplio patio que se extiende al pie de la fachada. Una rampa frontal o lateral interconecta el patio con las terrazas de la pirámide y con los ambientes en la cima. La premisa cronológica de la hipótesis de Eeckhout se desprende de la comparación de la serie de fechados radiocarbónicos que, en su lectura, sugieren que las pirámides con rampa estuvieron en uso un corto tiempo luego de que fueran construidas sucesivamente una después de la otra. De ahí se desprende un supuesto, aún no demostrado empíricamente, de que el palacio se convertía en el mausoleo luego de la muerte del soberano y, por lo tanto, perdía su función inicial residencial para adquirir una nueva, de carácter ceremonial. Los críticos de la hipótesis de Eeckhout (por ejemplo, Farfán 2004; Villacorta 2004) señalan que la ausencia de evidencias claras de recintos residenciales y de actividades domésticas, así como el tamaño reducido de las pirámides con rampa registradas en los valles del Rímac y Lurín fuera de Pachacámac ponen en tela de juicio su función como morada permanente del gobernante. La serie de fechados radiocarbónicos tampoco es concluyente. Por otro lado, Franco (2004) menciona evidencias de sepulturas al interior de la pirámide con rampa 103


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2 en Pachacámac, así como de vestigios relacionados con el consumo masivo de comidas y bebidas en los patios. Investigaciones recientes en Pachacámac (Makowski 2006) han aportado datos a favor y en contra de la hipótesis de Eeckhout. Se han reunido evidencias estratigráficas contundentes en cuanto a la creación del sistema de accesos a los complejos de pirámides con rampa a través de la Segunda Muralla y por medio de portadas y avenidas que llevan a extensos patios cercados. Estos trabajos edilicios ocurrieron en el transcurso del Periodo Horizonte Tardío. Los resultados mencionados coinciden con los de Ponciano Paredes (1988) y Jesús Ramos, quienes consideran que los elementos estructurales de las pirámides con rampa 1 y 2, en la actualidad visibles sobre la superficie, corresponden al Periodo Horizonte Tardío. A esta fase se asignan también superficies de uso de los patios y recintos, si bien en algunos casos se registran eventos y construcciones anteriores, es decir, del Periodo Intermedio Tardío. Una opinión parecida, si bien con reservas, presenta Régulo Franco (1998, 2004) para la pirámide con rampa 2. El sistema de comunicación comprendía a la avenida Norte-Sur, la que fue construida —según Makowski (ed. 2006, 2016b)— para dar acceso a la pirámide con rampa 2. Además, la avenida aseguraba la comunicación con el área de depósitos en la parte trasera de las pirámides con rampas 1 y 12. Luego la avenida atravesaba una extensa depresión y terminaba en un patio hundido frente al cuadrángulo. El hecho de que se permitiera que la avenida se enarenara y su subsiguiente clausura durante el Periodo Horizonte Tardío (Makowski ed. 2006) concuerdan con el postulado de la corta duración del uso de las pirámides con rampa propuesto por Eeckhout (1999). No obstante, la construcción —o, por lo menos, el uso intensivo, previa reconstrucción— de cuatro (1, 2, 10, 12) e, incluso, seis pirámides con rampa —entre las que estaban las pirámides 8 y 5 fuera de la Segunda Muralla y al lado de la entrada a la avenida— durante el Periodo Horizonte Tardío llama la atención en el contexto del escenario interpretativo esbozado por Eeckhout. Para mantener vigente su hipótesis, habría que asumir que bajo la dominación incaica se habrían construido dos tipos de residencias de élite, formalmente distintas en su diseño, como las pirámides con rampa y el Palacio de Tauri Chumbi (Ravines s. f.: 38, 39), y que el Tahuantinsuyo estuvo interesado en invertir en los símbolos tradicionales de poder de los señores de Ychsma. 104

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El segundo ingreso a través de la Segunda Muralla, excavado por Makowski (ed. 2006), daba acceso a un conjunto de dos extensos patios alineados frente a las fachadas respectivas de las pirámides con rampa 1 y 10. Debido al alineamiento con la portada en la Tercera Muralla y a la existencia de un puquial apropiado para abluciones en los patios mencionados, el segundo acceso pudo haber sido el principal por donde ingresaba todo aquel que tomaba el camino del valle de Lurín durante el Periodo Horizonte Tardío. Ello implica, a su vez, que cada complejo amurallado en Pachacámac funcionaba como un recinto independiente con su propio sistema de accesos. En su interpretación funcional de las pirámides con rampa, Eeckhout (1999, 2004) se ha inspirado en una de las hipótesis propuestas años atrás para el caso de Chan Chan. Todos los postulados acerca de las funciones de las ciudadelas de Chan Chan se fundamentaron en el seguimiento comparativo de tres componentes de su diseño arquitectónico: los corredores y recintos con las ‘audiencias’ alineadas, las filas de depósitos y las plataformas funerarias. La existencia de estas últimas sustenta empíricamente la propuesta de la transformación del palacio en mausoleo y templo de culto funerario administrado por la extensa familia del gobernante muerto (Conrad 1982; Kolata 1990; Pillsbury y Banks 2004). Los depósitos, cuyo número, volumen y ubicación varían de ciudadela en ciudadela, han sido utilizados como una variable para evaluar la eficiencia del sistema administrativo chimú y, al mismo tiempo, como argumento central a favor de un uso secular y administrativo del complejo. Los recintos con múltiples nichos techados, llamados ‘audiencias’, habrían servido, supuestamente, como lugares de control del flujo de contribuyentes, los que llevaban bienes hacia depósitos determinados bajo la supervisión de funcionarios cómodamente sentados uno dentro de cada nicho, a la sombra de los techos (Topic 2003; Pillsbury y Banks 2004). Esta hipótesis ha sido sometida a la crítica por Moore (1996) mediante el análisis del sistema de comunicación. Moore demostró que los sectores de depósitos y las audiencias estaban alejados uno del otro y carecían de conexión directa por el mismo eje de comunicación. En todos los palacios-templo de culto funerario, los tres caminos que se iniciaban en la única entrada a la ciudadela, y seguían por corredores y patios, se bifurcaban para dar acceso a conjuntos concretos de ambientes con funciones diferentes. 105


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Una de estas bifurcaciones llevaba al espacio ceremonial delante de la plataforma funeraria. Otras bifurcaciones permitían el acceso a las audiencias, mientras que otras más lo hacían a los depósitos. En otra publicación, he propuesto (2006b: 109-135) que las audiencias se deben interpretar como áreas de recepción de dignatarios y parientes del gobernante. Estas podían usarse durante ayunos, así como antes y después de las ceremonias que se desarrollaban en espacios abiertos colindantes. Su carácter, más ceremonial que administrativo, se desprende tanto de la ubicación alejada de los depósitos como de la presencia de restos óseos humanos depositados intencionalmente debajo del asiento en algunas audiencias. Por ende, el número y el ordenamiento espacial de las audiencias corresponderían directamente a la organización del poder y al sistema de parentesco consanguíneo y simbólico que unía al gobernante supremo, residente en el palacio, con los demás ‘mandones’. Las áreas específicamente residenciales y de preparación de alimentos nunca han sido bien definidas, por lo que no se puede estimar la cantidad de habitantes permanentes de cada complejo ni precisar el lugar donde vivían el gobernante y sus familiares. Kent Day (1982) menciona grandes cocinas en las partes relacionadas con el acceso principal en los sectores Norte y Central del Palacio Rivero. Parece tratarse, sin embargo, de dependencias de las áreas públicas, quizá destinadas para banquetes en el marco de «la política de comensales». Se ha sugerido también que las áreas domésticas se ubicaban en el sector sur, detrás de la plataforma funeraria, y que estaban constituidas por modestas construcciones de materiales perecibles.

Recreaciones en 3D del Templo del Sol, Pachacámac (Pinasco, 2016).

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En resumen, el diseño de los palacios parece estar subordinado a las funciones ceremoniales por medio de las cuales se ejercía la administración del Estado y se fundamentaban los derechos dinásticos gracias al culto de ancestros divinizados. La mayor parte del espacio cercado estaba destinada a las reuniones masivas. La constituyen las grandes plazas y patios, con ciertos tipos de audiencias para dignatarios y con plataformas donde podían sentarse mandones de menor rango. Las actividades relacionadas con el culto funerario ocupan, posiblemente, el segundo lugar en cuanto al uso del espacio. Si bien es difícil de demostrar empíricamente mediante excavaciones en área a gran escala, es probable que las audiencias y los depósitos del sector adyacente al mausoleo estuvieran también 107


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relacionados con el culto póstumo, como es evidente en el caso de Chayhuac gracias a una asociación directa. Los espacios potencialmente destinados para almacenar alimentos o parafernalia de culto que se consumían o usaban en las ceremonias, así como para dotar a sus participantes de fuentes de agua (estanques) se asocian a estos dos sectores principales. En todo caso, el análisis del sistema de comunicación de Moore (1996) brinda un cómodo sustento para la hipótesis presentada aquí. Es revelador que todas las vías convergen, a manera de «árbol genealógico» en una sola entrada y salida. Hay pocas comunicaciones transversales internas. Ello sugiere que los complejos fueron diseñados como espacios destinados para visitas periódicas. La arquitectura ordenaba y clasificaba grupos de visitantes según el rango, función y destino. Grupos sociales definidos estaban conminados a tomar caminos que les correspondían hacia espacios concretos y en los tiempos previstos, quizá guiados por guardias. Pese a evidentes diferencias, las pirámides con rampa de Pachacámac y las ciudadelas de Chan Chan comparten muchos aspectos esenciales: a. Cada complejo cercado —ciudadela o templo con rampa— posee un ingreso independiente y no se vislumbra un sistema de comunicación entre ellos. b. Un complejo sistema de entradas restringidas guiaba el flujo de visitantes desde los patios de acceso a una serie de patios internos cuyo ingreso estaba restringido por medio de pasadizos (Chan Chan) o rampas (Pachacámac). c. En ambos casos existen plataformas desde las que los participantes de mayor estatus o rango podían presenciar o dirigir las ceremonias que se desarrollaban en espacios abiertos. d. En los dos existen espacios techados de acceso restringido y sectores de depósitos. e. Hay indicios para sugerir que determinadas ceremonias de culto de ancestros se desarrollaban periódicamente en su interior. La comparación entre Pachacámac y Chan Chan revela las dificultades objetivas que surgen a la hora de hacer un deslinde entre las formas arquitectónicas que corresponderían, respectivamente, al templo y al palacio en los Andes. Recientes 108

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volúmenes dedicados al tema del palacio en América prehispánica (Pillsbury y Banks 2004; Vaughn, Ogburn y Conlee 2005; Christie y Sarro 2006) lo confirman con creces. Una parte de estas dificultades se debe al estado de conocimientos: no son muchos los potenciales complejos palaciegos excavados en área y debidamente publicados. Por ende, solo en pocos casos se cuenta con información sobre contextos y sobre el material asociado a superficies de uso que puedan aportar al esclarecimiento de la función de los patios y de los ambientes techados que los rodean.

Los palacios y el templo de Pueblo Viejo-Pucará4 Las investigaciones realizadas en Pueblo Viejo-Pucará en el marco del Proyecto Arqueológico-Taller de Campo Lomas de Lurín, bajo la dirección de Makowski desde 1999 hasta el presente, aportan datos valiosos a la discusión del tema dado que han abarcado más de 6.000 metros cuadrados de superficie excavada en cuatro de los cinco sectores del sitio, incluidas dos estructuras residenciales de élite de carácter palaciego y un templo sobre una de las elevaciones vecinas, denominado Templo de la Cima. Con sus 12 hectáreas de construcciones, sin contar el área asociada de andenes y sitios menores en la periferia que se extienden sobre aproximadamente 26 hectáreas, Pueblo Viejo-Pucará es el asentamiento de carácter habitacional más extenso entre los que fueron habitados tras la conquista inca en el valle bajo de Lurín y que se han conservado hoy. Se ubica en el laberíntico sistema de quebradas laterales que atraviesan las primeras estribaciones de los Andes en la margen izquierda del río Lurín y sus coordenadas UTM correspondientes son 18304211 E y 8650496 N. Gracias a su localización con respecto a los cerros más altos (Lomas de Pucará y Manzano), en la cercanía del litoral marino y entre 400 y 600 metros sobre el nivel del mar, circunstancias que favorecen la manifestación del fenómeno de loma costera durante la época del estiaje, toda la zona se cubre de un espeso 4 La primera versión de este texto fue publicada como la contribución del autor al artículo más largo en K. Makowski y otros [2005] 2008, «La plaza y la fiesta: reflexiones acerca de la función de los patios en la arquitectura pública prehispánica de los periodos tardíos». En: Boletín de Arqueología de la PUCP, 9, pp. 297-333,. Aprovecho por agradecer a los coautores por la invalorable colaboración en el campo y en el gabinete durante las excavaciones en Pueblo Viejo-Pucará

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manto de gramíneas y arbustos, en los periodos junio-julio y octubre-noviembre. Hay también escasos árboles de tara (Caesalpina tinctoria) y guarango (Acacia macracantha), pero, en el pasado, las laderas estuvieron forestadas, además de estos, por árboles de lúcumo (Pouteria lucuma; Moutarde 2006), algarrobo (Prosopis limensis), papaya silvestre o mito (Carica candicans) y boliche o choloque (Sapindus saponaria; Mendoza y Eusebio 1994; Chevalier 2002). De la parte más alta del asentamiento se domina visualmente el acceso al famoso templo y oráculo de Pachacámac desde el sur. Se ha determinado que el complejo de vestigios arquitectónicos prehispánicos de piedra, hoy conocido como Pueblo Viejo-Pucará, corresponde al asentamiento principal del aillu Caringas de Huarochirí, cuyos señores administraban la margen izquierda del valle, con la extensa área de lomas que se extiende hasta el vecino valle de Chilca (Makowski 2003; Makowski y Vega-Centeno 2004). Es probable que el nombre de «Caringas de Huarochirí» fue dado, en el periodo colonial, a los descendientes de pobladores serranos desplazados sucesivamente por la administración inca y por la administración española. Este grupo habría estado emparentado con los checas, cuyas costumbres, ceremonias y deidades se conocen en detalle gracias a testimonios que recogió De Ávila hacia 1600 después de Cristo. En estos relatos, los checas afirman que Pariacaca, su dios tutelar, fue el único aliado de los incas del Cuzco, lo que, sin duda, remite a una relación política privilegiada de los serranos de Huarochirí durante la conquista inca (Salomón y Urioste 1991; Taylor 1999).

Barrio central (Sector 3), vista de sur a norte, Pueblo Viejo-Pucará, valle bajo de Lurín, Lima.

El hallazgo de dos cuentas de vidrio en la capa de abandono de una de las estructuras monumentales, probable residencia del curaca principal, y la ausencia de cerámica vidriada demuestran que la población dejó el asentamiento poco después de la aparición de los conquistadores españoles en el valle de Lurín. Por otro lado, hallazgos de cerámica diagnóstica inca provincial en el primer nivel de ocupación sobre el estrato estéril, tanto en los conjuntos habitacionales como en los basurales asociados, dejan en claro que el asentamiento fue construido durante el Periodo Horizonte Tardío. Las dos fases definidas de manera estratigráfica en la mayoría de sectores corresponden a esta etapa (aproximadamente 1470-1560 después de Cristo).

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Un terremoto que causó el colapso de buena parte de las estructuras marcó el fin de la primera fase. Luego, el asentamiento fue reconstruido y se mantuvo la misma tradición arquitectónica y la organización general del espacio. La característica distribución de núcleos de arquitectura en las cimas intermedias y la localización del sitio en la zona de pasturas —utilizada hasta hoy por los pastores serranos de Santo Domingo de los Olleros—, la mampostería de piedra en modalidades desconocidas en la costa central, pero difundidas en las alturas de Huarochirí, la organización modular de espacios domésticos, los comportamientos funerarios y la presencia del componente serrano en el repertorio de estilos de cerámica indican que el asentamiento fue construido y habitado por los pobladores serranos desplazados como mitimaes hacia la costa desde las alturas del valle. Hay, por lo tanto, una plena coincidencia con las evidencias etnohistóricas que mencionan a los caringas de Huarochirí como una de las dos parcialidades del macroaillu indígena asentado sobre la margen izquierda de Lurín. Estos caringas fueron bautizados con los incas de Sisicaya y mantuvieron una posición privilegiada con respecto a la otra parcialidad, los ychsma-caringas. A juzgar por el nombre, esta última parcialidad estuvo integrada por la población costeña (Makowski 2002a). La organización espacial del asentamiento, reconocida en detalle por el Proyecto Lomas de Lurín, posee también las características recurrentes en la sierra. Una mitad del asentamiento se extiende en las cimas y la otra mitad en la parte baja, al fondo de dos quebradas paralelas que se bifurcan partiendo de la quebrada de Río Seco, conocida también como Pueblo Viejo. La apariencia inexpugnable de la mitad alta, fortificada por obra de la naturaleza, le ha valido el nombre quechua de ‘lugar fuerte’ o ‘pucará’. La otra mitad recibió el mismo nombre que cientos de asentamientos de la población indígena abandonados por orden de la administración colonial española a raíz de la política de las reducciones: «Pueblo Viejo». No obstante, esta mitad es también fácil de defender pues el camino hacia ella lleva por medio de un laberíntico sistema de cauces que cortan las terrazas fósiles de la quebrada de Río Seco-Pueblo Viejo. Estas terrazas, similares en su forma a las morrenas glaciares, constituyen verdaderas murallas que esconden bien el acceso al asentamiento. Pequeños asentamientos de vigilantes, escondidos cerca del 112

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acceso desde las dos quebradas principales, y un sistema de puestos fortificados de observación o atalayas completan el sistema defensivo. Los depósitos de proyectiles y los talleres de producción de porras, muy frecuentes en las casas habitacionales excavadas, confirman la vocación guerrera de la población y, por ende, su papel como fuerza militar que tuvo a su cargo el valle y el santuario. El asentamiento se compone de cuatro aglomeraciones de arquitectura doméstica distantes unas de otras entre 200 y 300 metros en promedio, además de dos complejas estructuras de diseño ortogonal con patios internos y amplios espacios de almacenamiento que poseen características de residencias palaciegas. Por su extensión y complejidad, una de estas últimas podría considerarse, eventualmente, el quinto barrio residencial. Dos aglomeraciones y una de las dos residencias se encuentran en la parte alta del sitio, desde donde se domina la costa con la entrada al valle. Las dos aglomeraciones restantes y la más monumental de las dos residencias palaciegas están escondidas en el fondo de las quebradas tributarias de la quebrada de Pueblo Viejo, al abrigo de dos pucarás (los sectores IV y V, ubicados en dos cumbres intermedias vecinas). Tanto en las residencias palaciegas como en las áreas residenciales comunes se han localizado áreas de entierros humanos. Algunas partes de las estructuras habitacionales, y en particular los depósitos, fueron transformadas en cámaras mortuorias para recibir variado número de individuos. La organización espacial del asentamiento evoca quizá una organización social frecuente en la sierra (Makowski 2003): dos mitades, una alta y una baja, cada una con dos barrios (¿aillus comunes?), además de una gran residencia de carácter palaciego con tres anexos, de los que uno comprende estructuras domésticas comunes agrupadas alrededor de un patio secundario, el otro es un edificio de tendales y depósitos y el tercero se compone de dos grandes plazas cercadas para ceremonias (¿residencia del quinto aillu gobernante?). Esta suposición se desprende tanto de la organización espacial del asentamiento como de la distribución de las zonas de entierro al interior de las unidades-patio. Cada una de las cinco aglomeraciones residenciales se compone de varias unidadespatio, de tres a cinco casas de planta rectangular, varias de las cuales están alineadas y unidas por sus paredes laterales cortas. Las entradas dan al espacio abierto común, cuya forma es irregular y ocasionalmente cuenta con un cerco de 113


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pirca que cierra el acceso en las partes no ocupadas por la arquitectura doméstica. El pórtico con una banqueta a lo largo de la fachada caracteriza la arquitectura palaciega y está presente también en las casas de familias de mayor estatus. La arquitectura de las casas comunes y de las residencias de élite tiene el mismo diseño modular. Un módulo se compone de dos ambientes rectangulares intercomunicados por un pasadizo y de uno a tres depósitos que comprenden dos cámaras sobrepuestas a manera de dos pisos con una altura aproximada de 1 metro cada uno y cuyas dimensiones son, en promedio, 3,90 por 1,90 metros. El depósito o los depósitos se levantan, por lo general, en la parte central de la casa, entre los dos ambientes rectangulares. Las cámaras eran accesibles desde el exterior por medio de pequeñas ventanas cerradas con lajas. En algunos casos, se construye un tercer depósito en lugar de una de las paredes cortas. La construcción de cada conjunto doméstico se iniciaba con el complejo de los depósitos. Estos no solo separaban las ambientes y a veces también las casas contiguas, sino también ofrecían apoyo a los techos, los que estaban ligeramente inclinados en configuración a dos aguas y se formaban de materiales perecibles. La entrada desde el patio externo daba al interior de uno de los dos ambientes rectangulares que constituían el módulo. La forma más recurrente en el asentamiento es la de un módulo completo; sin embargo, existen modestas viviendas compuestas de medio módulo: un ambiente rectangular adosado a un solo depósito. Las estructuras palaciegas cuentan en su diseño con los mismos elementos de los que se componen los módulos residenciales comunes, a saber, depósitos de dos pisos, ambientes techados rectangulares que se adosan a ellos, plataformas destinadas como lugares de descanso, depósitos subterráneos y canaletas con hoyos alineados en su fondo para empotrar, en fila, grandes cántaros de almacenamiento. La gran diferencia está en la extensión del conjunto, en el número, las dimensiones y la diversidad funcional de ambientes y, sobre todo, en el diseño planificado: todas las unidades de vivienda se distribuyen en tres de los cuatro lados de un patio central con el que se comunican por medio de pórticos. El cuarto lado está ocupado por espacios no destinados a fines residenciales y, en particular, por el área de cocina. Se adosan a este lado espacios ceremoniales en 114

Palacio del Curaca del Sector 2, Pueblo Viejo-Pucará, valle bajo de Lurín, Lima.

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forma de plazas cercadas o abiertas. A diferencia de las unidades-patio comunes, las estructuras palaciegas fueron construidas con sus patios y plazas en un tiempo breve y su diseño planificado se mantuvo hasta el final del uso sin modificaciones mayores. Su traza es aproximadamente ortogonal, pero adaptada al relieve del terreno. La estructura ubicada en el Sector II de la mitad baja del asentamiento es incomparablemente más extensa que la de arriba y, sin duda, fue destinada como residencia del curaca principal. Dos extensas plazas alineadas y cercadas de muros anchos se adosan a su fachada. Las plazas poseen una sola entrada desde la fachada lateral que es común para ambas y completamente independiente del único acceso al palacio. Una estrecha puerta conduce de una plaza a la otra. Los muros, de una altura aproximada de 2 metros, impedían ver lo que pasaba alrededor del palacio en los espacios del otro lado del cerco perimétrico, salvo las actividades que se desarrollaban en una plataforma elevada del ushnu5 colindante con las plazas y en la alejada terraza del Templo de la Cima, al sur del edificio (compárese con los ushnus de los sitios de La Puruchuca y San Juan de Pariachi en Villacorta 2005: 117, 118, figuras 18-21). La plataforma, interpretada como ushnu, se ubica al lado de la cocina del palacio, en el lugar donde el muro que separa las dos plazas llega a la fachada. Un estrecho pasadizo con una escalera permitía descender a las plazas a la persona que dirigía las ceremonias o realizaba una ofrenda desde la plataforma. Esta persona pudo haber estado sola o con acompañantes, quienes podían haber sido congregados previamente en el patio central del palacio. La función ceremonial de las plazas se desprende no solo de la falta de conexión con los sectores domésticos, la presencia del ushnu y la vista que se extiende al Templo de la Cima. Lo sugieren también los hallazgos de fragmentos de concha Spondylus sp. esparcidos en la superficie y la presencia de una gran roca cerca del centro de la segunda plaza, similar a la que recibía culto en el templo mencionado.

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se encuentra al sur de la gran residencia palaciega, frente a su fachada principal. El otro conjunto se encuentra contiguo al límite norte del Sector I, el que comprende una aglomeración de unidades residenciales excepcionalmente grandes. Cada una de ellas cuenta con un patio interno y, por lo menos, con cuatro habitaciones techadas y ocho depósitos de dos pisos. Los corrales del Sector I tienen cámaras funerarias asociadas. Las pasturas de Pueblo Viejo-Pucará son consideradas como de las mejores por los pastores de Santo Domingo de los Olleros, en Huarochirí, quienes cada año traen su ganado en la época de estiaje. Este hecho y la muy alta recurrencia de huesos de camélidos y de venados en los basurales contiguos a áreas habitadas sugieren que los habitantes del asentamiento pudieron tener a cargo el abastecimiento de animales de sacrificio para el santuario-oráculo de Pachacámac. El Templo de la Cima se encuentra en una cumbre plana ubicada entre dos picos de la cadena montañosa Lomas de Pucará, desde donde se controla gran parte del asentamiento, en particular de los sectores II y III. La plataforma del ushnu, las dos plazas de la gran residencia palaciega en el Sector II, la huanca y el altar en medio de los corrales, y el templo no solo están alineados a manera de ceque en el eje Norte-Noroeste-Sur-Sudeste, sino que de cada uno de estos lugares se puede avizorar los restantes con toda claridad (Makowski y Ruggles 2011).

El palacio real y la cancha inca6

Un énfasis aparte merece la relación espacial directa entre las dos áreas residenciales de familias de mayor estatus y los corrales para ganado. Un conjunto de corrales

El Cuzco prehispánico monumental —el que se extendía al pie de Sacsayhuamán entre los ríos Tullumayu y Saphi— estaba compuesto de edificios que fueron considerados palacios de los sucesivos incas de Hanan Cuzco, además de algunos templos con el famoso Coricancha a la cabeza, del Yachaywasi y del Acllahuasi. Los terremotos y la destrucción intencional para conseguir las piedras canteadas y construir nuevos edificios han dejado en la superficie solo algunos imponentes trazos de muros perimétricos o divisorios (Mar y Beltrán Caballero 2014b, Santillana 2001; Bauer 2004: 98-157).

5 Voz quechua que define a un lugar apropiado para realizar ofrendas líquidas (libaciones), vertiéndolos del vaso (kero) en el orificio de una piedra oradada o de un cántaro empotrado dentro de rellenos permeables. En numerosos casos este dispositivo se encontraba en la cima de plataformas piramidales construidas especialmente para tal fin durante el Periodo Horizonte Tardío. El ushnu fue el lugar de rituales de mayor importancia en el calendario ceremonial inca.

6 La primera versión de este texto fue publicada como la contribución mía a un artículo más largo, escrito en colaboración con Carla Hernández: K. Makowski y C. Hernández, «Las casas de Sapa Inca». En: K. Makowski (ed.), Señores de los imperios del Sol, pp. 173-183. Lima: Banco de Crédito del Perú.

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Sacsayhuaman. Complejo ceremonial de Illapa, la deidad del Trueno. Vista 119desde el norte hacia terrazas monumentales en zigzag y en segundo plano la ciudad de Cuzco.


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Varios de estos tramos fueron reutilizados como cimientos o paramentos bajos de las construcciones coloniales. Las excavaciones no muy frecuentes, de poca envergadura y su registro gráfico limitado, no ayudan tampoco a revelar en detalle cómo se organizaba el espacio palaciego7. Los cronistas españoles y mestizos (Murúa [1605] 2004; Garcilaso de la Vega 2007) parecen atribuir a las residencias de los incas la apariencia de los palacios ibéricos, y, en todo caso, resaltan las características que le parecían de algún modo familiares. Entre estos rasgos mencionan lo elaborado de la mampostería, las altas murallas, los accesos restringidos y celosamente protegidos por guardias, la existencia de varios patios con funciones definidas (Burger y Salazar 2004; Christie 2006: 359-363; Hernández 2009; Kendall 1985: 239; Morris 2004). Los andenes que rodean al Cuzco monumental se convierten en sus narrativas en jardines palaciegos y los recintos con jaguares y algunos otros animales de la selva en refinados jardines zoológicos. En ausencia de buenas fuentes materiales, varios arqueólogos tomaron estas descripciones como punto de partida para intentar de definir las características de la arquitectura palaciega en los Andes. Por ejemplo, en un lúcido e influyente estudio, Morris (Morris y Thompson, 1985; Morris 2004) se sirvió de las descripciones de Murúa ([1605] 2004) para identificar el palacio en Huánuco Pampa, capital provincial y centro administrativo inca en la sierra norte del Perú. En un análisis acerca de la traza de los vestigios arquitectónicos con la crónica en la mano, Morris ha concluido que la única construcción que se parece a las descripciones de Murúa es la que cuenta con tres patios alineados. Los ambientes agrupados en la segunda cancha-patio destacan por la calidad de mampostería, así como por el acceso restringido, y, por lo tanto, es ahí donde se ubicarían los ambientes de recepción y residenciales del inca en el hipotético palacio.

Mosaico de ortofotos de drone del área monumental de Wari, Nótese que salvo excepciones la traza arquitectónica está cubierta por aluviones y la vegetación de cactáceas.

En cambio, Isbell (2001: 11, 12; 2004; 2006) sugiere que las mismas características mencionadas hayan tenido palacios de los reyes Tiahuanaco, Wari e, incluso, residencias de los señores del hipotético reino Ychsma, construidas en Pachacámac. El análisis de Morris (2004), sin embargo, resalta las dificultades que se presentan cuando se usa de manera algo acrítica las percepciones necesariamente eurocéntricas de los cronistas españoles. 7 Entre otras, se han realizado excavaciones en Casana, Coracora, Amaru Kancha, Pukamarca, Colcampata, Hatun Rumiyoc y Kiswar Kancha (Makowski y Hernández 2010: 173, nota 1, Hernández 2009).

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En primera instancia, la estructura supuestamente palaciega no difiere de manera clara ni en forma ni en aparejo de otras estructuras ceremoniales o administrativas, como de hecho era el caso de palacios respecto a castillos, iglesias, conventos, barrios residenciales de ciudades o villas en el paisaje ibérico. El supuesto palacio no destaca tampoco en comparación con otras formas de la arquitectura pública ni por acabado ni por monumentalidad. Por otro lado, Morris (2004) hace entrever que la existencia de tres patios podría corresponder a razones que se explicarían bien solo en los contextos andinos. Según él, los tres patios alineados segregarían a los usuarios y visitantes en igual número de grupos: collana (miembros del linaje real con el derecho de acceder al patio del fondo), payan (parientes, acogidos en el patio intermedio), cayao (otros visitantes ilustres no emparentados y admitidos solo en el patio de la entrada).

Puerta trapezoidal de doble jamba en Huánuco Pampa, valle de Vizcarra, Huánuco.

Las dificultades que se presentan al investigador que desea guiarse de las crónicas para identificar a edificios públicos y asignarles diferentes funciones refuerzan la impresión de que los cronistas españoles no solo se sirvieron de los conceptos europeos de realeza, de transmisión del poder en el interior del linaje patrilineal (Rostworowski 1970; Zuidema 2004; Pärssinen 2003). Ellos adoptaron también criterios tipológicos enraizados en su cultura de origen para describir paisajes arquitectónicos andinos y asignar funciones conocidas a los edificios monumentales extraños. La mejor prueba de ello está en el vocabulario quechua, lengua que sirvió de medio de comunicación entre poblaciones que manejaban idiomas maternos distintos tanto en el Tahuantinsuyo como en la época colonial, y, por supuesto, entre los conquistadores y los indígenas. Como lo han notado Salazar y Burger (2004), Diego González Holguín (1989: 613) en su Vocabulario de la lengua general de todo el Perú (1608) no consigna ningún término quechua para decir ‘palacio real’ y tiene que recurrir a una larga traducción descriptiva del concepto castellano. El ‘palacio real’ se traduce al quechua —según Holguín (1989: 613)— ‘çapay ccapakpa huacin: palacio real’. Es decir, ‘la casa única/del único rey’. Similar problema con la traducción del concepto español y de la definición del palacio tuvo Guamán Poma de Ayala ([1615: 329-330] 1987: 332), quien sí llama «Cuyosmango» al «palacio real». En seguida agrega una lista larga de edificios de forma

122 Huánuco Viejo (Gasparini, 1980).

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y función variada. Todos ellos —enfatiza el cronista— sirven como aposentos del inca o guardan relación estrecha con diferentes funciones y actividades del gobierno. Hay, por ejemplo, en esta lista, además del ya citado «Cuyosmango», el dormitorio (Punona Uaci), cuartos reservados (Quinco Uasi), dos casas circulares (Muyouaci y Suntoruaci), casa de tres paredes como corredor (Carpauaci), casa de solo dos recintos (Marca Uaci), casa para recibir visitas (Uaruya Condo Uaci). Guamán Poma (loc. cit.) menciona también a casas para depósitos, para cuidar cosas de valor, para preparar chicha, para funcionarios y sirvientes y para los parientes lejanos (y/o) pobres (Uccha Uaci). En el dibujo que acompaña el texto (Guamán Poma 1615: 329) se aprecian cinco de estas «casas del rey» (Incapuaci) representados como edificios independientes, las que, incluso, como los depósitos que figuran al fondo, pudieron haber sido localizados lejos de los demás, en diferentes partes del centro monumental del Cuzco. El cronista observa, asimismo, que las casas del inca no se diferenciaban en forma, pero sí en dimensiones y acabado, de construcciones en las que se manifestaba el poder de otros señores del imperio. En el caso del término «la casa única/del único rey» queda claro que cuando los españoles trataron de averiguar qué era un palacio para los nativos, entendido como la vivienda del gobernante, sus informantes indígenas tradujeron literalmente al quechua la frase ‘casa del rey’. Llama poderosamente atención el énfasis doble en lo único. Este doble énfasis se entiende bien desde la perspectiva española del siglo XVI, pero no desde la perspectiva andina. A diferencia de la Edad Media, y sin duda a diferencia de los Andes prehispánicos, el poder supremo, tanto terreno como divino, se encarnaba en la monarquía española en el cuerpo individual vivo del ‘único rey’ y su legitimidad descansaba en el derecho de sucesión. No lo disputan ni el clero ni el Papa ni los poderosos vasallos. Tampoco era ya vigente la autoridad del emperador, heredero del imperio de Constantino. El único soberano representaba en la tierra, dentro de los límites de su reino, al único Dios. Desde el siglo XIV aproximadamente, se ha realizado en Europa una gran transformación en todos los ámbitos de la vida social entre cuyos efectos políticos relevantes para nuestra discusión están la consolidación de las monarquías hereditarias, el inicio del largo y el complejo proceso de formación de identidades 124

Ilustración de Felipe Guamán Poma de Ayala [1615]1987: palacios reales.

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nacionales —por ejemplo, los capetingios se llamarán a sí mismos reyes de los franceses y no reyes de los francos como lo hacían siglos atrás los merovingios—. En el contexto mencionado vuelve a consolidarse el papel del centro, de la capital del reino, y del palacio real en la capital. Este palacio, a diferencia de otras residencias del rey, se constituye en el centro del espacio soberano, el centro en el que se manifiesta el poder del rey vivo y se realizan todos los actos políticos relevantes. La palabra ‘palacio’ en castellano, como en otros idiomas europeos, viene del latín ‘palatium’, derivado de una de las siete colinas de la campiña romana —el Palatino, donde la leyenda situaba el palacio de Rómulo y, posteriormente, se construyeron los palacios de Augusto, Tiberio así como la imponente Domus Flavia; la Domus Aurea de Nerón se extendía al pie de la famosa colina— (Alessio 2006). La palabra ‘palatium’ como denominación del lugar desde donde se ejerce el poder entra el vocabulario del latín medieval a partir del siglo VII después de Cristo y se difunde en toda la Europa cristiana con el canon arquitectónico carolingio y con el programa ideológico de la renovación del Imperio romano, cuyos orígenes en las personas de Julio César y Augusto, residentes en el Palatino, se entrelazaban en la memoria histórica con los de la cristiandad. El palatium carolingio, según el modelo de la residencia de Aquisgrán, la ‘cuarta Roma’, se componía de una amplia sala con columnas, la aula palatina, el lugar de reunión del rey con sus señores, de la galería que daba a los aposentos laterales y de la monumental capilla en el extremo opuesto del complejo (Hubert y otros 1968). Los emperadores y los reyes de la Europa medieval construían palacios en todos sus feudos para atender en constantes viajes las necesidades de las más alejadas provincias y limitar las ambiciones de sus vasallos. Palacios similares construían también los obispos. Por cierto, los palacios edificados en el siglo XVI por los reyes de España distaban mucho del palatium carolingio no solo en forma. Su macizo trazo de cuadrilátero con uno o varios patios internos, numerosos pisos y torres en las esquinas dominaba orgullosamente el paisaje (véase El Escorial o el Alcázar de Toledo). Cientos de habitaciones permitían albergar y atender toda la numerosa corte, a la guardia y a cientos de sirvientes. Su sólido aspecto defensivo es heredero de la tradición de castillos urbanos, una solución híbrida, entre castillo y mansión palaciega, aunque 126

Garu, región Huánuco, provincia de Yarowilca, distrito de Choras, uno de los sectores residenciales del asentamiento construido durante el Periodo Intermedio Tardío (1100-1470 d.C.)

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Los cronistas españoles que llegan a los Andes podían, por supuesto, guardar también el recuerdo de otras formas ibéricas de la residencia real y, en particular, del palacio morisco, heredero de las villas helenístico romanas, todo un pueblo de patios, pórticos, aposentos, espacios rituales y de producción. La Alhambra y la ciudad palacio de Medina Azahara, construida por Abderramán III son sus mejores exponentes.

poder, y donde el gobernante no solo aparecía en público sino también moraba por lo menos temporalmente. A esta forma la denominamos «palacio», que, en primera instancia, es un espacio público, y a nivel secundario, un espacio privado, si bien a menudo este adjetivo no se aplica bien ni siquiera al área de vivienda (Moore 2005). Sin embargo, no tiene por qué existir un patrón universal de palacios, dado que son la manifestación del poder y la estructura de este varía entre las distintas sociedades, tanto en el tiempo como en el espacio. La historia y la arqueología comparadas de la arquitectura considerada palaciega en el mundo, dentro de los complejos urbanos o fuera de ellos, revelan una gran diversidad de formas desde relativamente sencillas hasta extremadamente complejas.

Esta tradición se encontrará en la península con otra más reciente, pero también de raíces helenístico-romanas, la de villas palladianas, ubicadas siempre, como las de Roma en el campo, separadas de la hacienda contigua por un vistoso jardín. Al llegar al corazón político de Tahuantinsuyo, los conquistadores parecen haber captado cierto parentesco funcional entre esta clase de residencias reales y los palacios-haciendas de los incas en las cercanías del Cuzco, como la de inca Pachacútec en Ollantaytambo y Machu Picchu (Burger y Salazar 2004; Protzen 2005: 23; Rowe,1990) o de Huayna Cápac en Quispeguanca (Farrington y Zapata 2003) y Yucay (Makowski y Hernández 2010: 176, nota 17; Hernández 2009).

En el grupo de las formas sencillas están los tipos de arquitectura destinadas esencialmente a brindar residencia al señor, eventualmente a su linaje, y su guardia personal: por ejemplo, el palatium, los castillos medievales. En muchos casos las funciones residenciales y de recepción se realizan en el mismo ambiente techado y relativamente monumental. En el otro extremo se sitúan laberínticos complejos, verdaderas ciudades con múltiples patios y recintos en las que la parte residencial se pierde o incluso está ausente, como en el palacio principal de Amarna en Egipto. Esto se debe al hecho de que el palacio es concebido como la imagen materializada del orden cósmico y el escenario legítimo de todas las actividades políticas del Estado.

¿Cómo se explica en este contexto la ausencia de un término simple y tradicional para la residencia oficial del gobernante? Una probable y sugerente explicación está en la manera de concebir el poder real en Tahuantinsuyo, distinta de la europea del siglo XVI, la que a su vez repercute directamente en las formas arquitectónicas en las que este poder pueda manifestarse, realizarse y legitimarse. Por cierto, desde una aproximación comparativa (Christie y Sarro 2006; DeMarrais y otros 1996; Evans y Pilsbury 2004; Moore 1996b, 2005) resulta lícito asumir que todas las sociedades complejas preindustriales contaban con formas de arquitectura monumental pública en las que se materializaban algunas de las ideas rectoras de la ideología del

El templo o la capilla suele ser incluido en el complejo o, por lo menos, colinda con él. La gran tradición de los palacios de la Edad de Bronce en Mesopotamia, Egipto y el mundo egeo —recuérdese el famoso laberinto de Minos, el palacio de Cnosos en Creta, o la ‘ciudad prohibida’, el palacio de los emperadores chinos— son buenos ejemplos de esta segunda manera de concebir el palacio. La diversidad mencionada a su vez deriva de las diferencias sociales, políticas, ideológicas y de organización económica.

no se resigna a perder los elementos característicos de las antiguas fortificaciones cuyos cánones se han formado desde el siglo XIII en Italia (Soraluce 2008: 272) y durante el siglo XV en España8.

8 El surgimiento de los castillos en España ocurrió en el marco de la guerra civil de Castilla, en el siglo XV, cuando los señores oligárquicos buscan retomar el control de las ciudades en su lucha contra los reyes de la dinastía Trastámara. Sus fortificaciones se convirtieron en los primeros castillos militares de España. Los castillos señoriales eran edificios compactos y jerarquizados, con una planta rectangular delimitada por dos torres hacia los extremos. En el centro se encontraba la torre de honor, estructura de mayor tamaño que controlaba el acceso a un patio porticado (Cobos Guerra y Castro Fernández 1990).

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El modo como la violencia se institucionaliza y ejerce con fines políticos, así como el desarrollo tecnológico de la guerra y de la construcción, es, por supuesto, igual de relevante. Por ejemplo, las subsiguientes etapas de la evolución de la residencia política de élite mediterránea, la villa-hacienda tardo-romana (desde siglo IV después de Cristo), el palatium carolingio (desde siglo IX después de Cristo), y la torre residencial, conocida como torre de homenaje, defendida por un cerco de murallas, el castillo rural y el castillo urbano (desde el siglo XIII/XIV 129


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después de Cristo), y el palacio de la aristocracia y la casa-hacienda de la nobleza (manor, en inglés), generalmente no fortificados (desde el XVI después de Cristo), corresponden directamente a los siguientes estadios de la transformación social y política en Europa preindustrial: el sistema económico del colonato romano vinculado con la doctrina del emperador como dominus-ac-deus (señor y dios, en latín), el feudalismo señorial de la alta Edad Media, el feudalismo mercantil y las monarquías absolutas protonacionales de la baja Edad Media, y la consolidación del primer sistema-mundo en el Renacimiento con la progresiva consolidación de monarquías parlamentarias. Con esta línea de razonamiento, las dificultades para definir tipológicamente el palacio en las tradiciones arquitectónicas andinas se explican por las particularidades del sistema social y político imperante en el Perú prehispánico. A diferencia de las monarquías europeas del siglo XVI, la soberanía del sapa inca, su realeza, no se manifestaba nunca y bajo ninguna perspectiva, en el cuerpo vivo de un mortal con nombre propio, predestinado para gobernar por derecho de sangre, sucediendo a su padre o hermano y por la voluntad de un solo dios. Como los dioses del panteón cuzqueño, Inti-Punchao, Huanacuari, Illapa y Viracocha (Makowski 2001; 2015; Ziólkowski 1997), el sapa inca podía desdoblarse y, de hecho, sus poderes terrenal y divino se manifestaban en diferentes cuerpos ‘consustanciales’ como bultos, mallquis, huauques y segundas personas. A lo largo de su vida, el sapa inca cambiaba de nombre (D’Altroy 2010; Houston y Cummins 2004; Ziólkowski 1997a, 2010). Por otro lado, las características hegemónicas del sistema del poder requerían que el gobernante esté en un constante movimiento dentro del valle del Cuzco y fuera de él, incluso tan lejos como en la nueva capital fundada en la sierra septentrional de Ecuador. Sus movimientos obedecían a los mandamientos del calendario ceremonial, del oráculo y de la política (Ziólkowski 1997a). El inca acompañaba a sus capitanes en la gesta de la conquista, en persona o más a menudo por medio de uno de sus cuerpos ‘cosustanciales’. El poder de sapa inca, electo entre varios descendientes de Manco Cápac, no solo se negociaba en el momento de la elección sino que estaba puesto a prueba durante su vida y requería a menudo de un fino juego político con los nobles incas y foráneos. 130

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Por último, no hay que olvidarse que ni los palacios ni los rebaños ni las tierras de cultivo eran propiedad exclusiva de un individuo. Las posesiones incaicas tuvieron carácter corporativo (D’Altroy 2002: 263-286; Murra 1980; Ziólkowski 1997b; Zuidema 2004). Por las características tecnológicas e ideológicas de la guerra ritualizada, que enfatizaba la destreza individual del guerrero y el combate mano a mano, las defensas necesarias en el caso de asedio con máquinas no formaban parte del diseño de las residencias de élite inca. Como se desprende de lo antedicho, no había en esta realidad política lugar para la ‘casa única del único rey’. Coricancha, el templo y el lugar de culto de los ancestros del linaje de Manco Cápac y no el palacio de Pachacútec se constituía simbólicamente en el centro del cosmos imperial. El poder itinerante y ubicuo del soberano necesitaba de múltiples espacios sacralizados de manifestación: plazas cercadas (canchas) y aulas techadas (kallankas). Su vida familiar y privada, como hombre de carne y hueso, no estaba expuesta a la vista y curiosidad de cortesanos y de la familia como era el caso de Europa renacentista. Todo lo contrario, se desarrollaba en espacios reservados y sacralizados como corresponde al representante de la deidad mayor en la tierra, de manera similar como en muchas monarquías antiguas. Las características particulares del poder y de su materialización en forma de la arquitectura palaciega que observamos en el Cuzco son en buena parte extensivas a otras regiones de los Andes y también a las épocas precedentes al Tahuantinsuyo (Campana 2006; Chapdelaine 2006; Christie y Sarro 2006; Isbell 2001b, 2004, 2006; Mackey 2003, 2006; Moore 2003; Makowski y otros 2005; Pillsbury 2004, 2008; Pillsbury y Leonard 2004; Salazar 2004; Salazar y Burger 2004; Houston y Cummins 2004; Villacorta 2003, 2004, 2010).

Cuzco, una ciudad diferente9 Las diferentes fuentes del siglo XVI señalan que los incas a partir de Viracocha, antecesor de Pachacútec, al que se atribuye la creación del imperio, construían, 9 La primera versión de este texto fue publicada con mi contribución a un artículo más largo, escrito en colaboración con Carla Hernandez: K. Makowski y C. Hernández, «Las casas de Sapa Inca». En: K. Makowski (ed.), Señores de los Imperios del Sol, pp. 173-183. Lima: Banco de Crédito del Perú.

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cada uno, varios complejos palaciegos: por lo menos uno en el caso del Cuzco monumental y varios fuera de la capital, generalmente en los valles aledaños como el de Urubamba (Hernández 2009, Makowski y Hernández 2010). En comparación con las propiedades de las provincias, los palacios del Cuzco ocupaban una extensión relativamente limitada. Pese a ello, sus recintos amurallados formaron al cabo de aproximadamente cinco generaciones la traza del núcleo monumental urbano de la capital. Este núcleo se constituía eventualmente en el cuerpo del felino imaginario cuya cabeza está integrada por el imponente complejo ceremonial, y defensivo, de Sacsayhuamán, dedicado quizá entre otros al dios del trueno y del cielo nocturno Illapa, y la cola por la unión —tinkuy— de dos riachuelos que dan origen al río Huatanay (Rowe 1967; Santillana 2001). En la base de la cola se encuentra Coricancha, el famoso templo de culto dinástico dedicado en primera instancia al Sol, Apu Punchao, y considerado el centro simbólico de Tahuantinsuyo. Hay que enfatizar el hecho de que la tradición señala por la boca de Sarmiento de Gamboa (1988: cap. XIII, p. 59) a este mismo complejo como el lugar donde residían los gobernantes anteriores a Inca Roca. Es ahí donde el leyendario Manco Cápac al fundar el Cuzco habría construido su palacio, el Inticancha. La misma ambigüedad se repite en el caso del palacio de Inca Viracocha, Kiswar Kancha, que ha sido también señalado como el templo del dios Viracocha. En los tiempos de la conquista española, el conjunto de palacios se extendía alrededor de una gran plaza, Hanan Aucaypata, que se encuentra en la actual Plaza de Armas. Del lado Sur-Oeste la plaza se abría hacia el conjunto de andenes, Cusipata. Otras plazas alineadas —Intipampa (Chiquipampa), Hurin Aucaypata y Limacpampa— separaban la zona de la residencia de los gobernantes incas del área de Coricancha-Inticancha, donde según la tradición moraban sus antecesores, cuando el Cuzco era la capital de un pequeño señorío local. Desde la plaza Hanan Aucaypata, se ingresaba a los palacios de Huayna Cápac (Casana), de Inca Roca (¿?) o Túpac Yupanqui (Cora Cora), y de Huáscar (Amarucancha), ubicados respectivamente en sus esquinas Noroeste y Norte. Del lado opuesto, estaba el Acllahuasi. En el lado este de la plaza, se encontraba el templo de Viracocha y/o el palacio del inca de mismo nombre (Bauer 2004: 111-137; Makowski y Hernández 2010: 178-179, notas 28-32). 132

Recinto principal al interior del Coricancha, Cuzco.

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Cabe enfatizar las características muy particulares del Cuzco como la capital del imperio y como el complejo urbano. Estas características lo diferencian de las ciudades españolas del siglo XVI. Las primeras diferencias están en la relación entre el campo y la ciudad, así como entre los espacios públicos con los palacios reales, por un lado, y los espacios residenciales de élite y del pueblo, por el otro. A diferencia de una ciudad de Castilla o de Andalucía, cuyo casco compacto está separado material, social y simbólicamente del campo, entre otros, por el cerco de las murallas —como lo era también el Cuzco colonial— en el Cuzco de los incas este límite no existe. Los andenes, los campos-pampas, se entreveran con las áreas de uso urbano. Las recientes investigaciones sobre el paisaje modificado de la cuenca alta de Huatanay (Mar y Beltrán 2014a, 2014b) han demostrado que las actividades de construcción del casco urbano fueron siempre precedidas por obras de gran envergadura, mediante los cuales no solo se ampliaba la red de canales, sino se modificaba completamente el relieve de terreno creando amplios andenes. Su complejidad y la calidad de mampostería guardaba relación directa con la importancia del edificio que soportaba (véase Coricancha). El diseño de la traza urbana era condicionado por el resultado de estas obras de ingeniería. Por otro lado, al cruzar, como lo hizo Rowe (1967, 1990), las fuentes etnohistóricas con las arqueológicas, se descubre con sorpresa que tampoco se puede definir el centro como un espacio donde se manifiestan y se concentran todos los poderes del Estado. Ningún castillo, palacio o templo, ninguna plaza en la que convergen todas las calles principales marca en el paisaje este estratégico lugar. Los aillus del Cuzco, tanto los nobles descendientes de Manco Cápac, los incas, como las comunidades autóctonas subyugadas, los incas de privilegio, residen de manera dispersa entre campos y canales alrededor del núcleo monumental. Sus casas no forman barrios, se trata de aldeas y estructuras aisladas, edificadas a distancia visual una de la otra y cercanas a los campos de cultivo. Los caminos y ante todo los sistemas de canales organizan el espacio de la cuenca de Huatanay (Bauer 2004; Rowe 1967; Sherbondy 1982, 1986). Por otro lado, la vida religiosa de los habitantes de la capital tampoco transcurría en un templo mayor del centro, en la plaza delante de él y en los templos de los barrios, como después de la conquista española (Flores Ochoa 2009). Los complejos ceremoniales que sorprenden aún hoy por su monumentalidad y envergadura, 134

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Intihuatana, Machu Picchu, Cuzco.


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Sacsayhuamán y Coricancha se sitúan, como hemos visto, en dos extremos opuestos del centro. Tres principales fiestas del Tahuantinsuyo, el Cápac Raymi, el Inti Raymi y Situa, cuya función política al lado de la religiosa queda fuera de duda, pues se pone de manifiesto en ellas el origen divino del poder del sapa inca, no se celebraban en Hanan Aucaypata, sino en los templos solares alejados del centro monumental e implicaban amplios recorridos a través de la campiña (Zuidema, 2004; 2010). En realidad, la mayor parte de las ceremonias en el frondoso calendario ceremonial imperial tuvieron por escenario lugares sagrados (huacas) —328 o más de 350— diseminados por toda la cuenca de Huatanay dentro de la línea de horizonte y fuera de ella (Bauer 2000; Zuidema 2010). Es necesario también subrayar que, hasta donde sepamos, no se ha llegado a formar en la prehistoria incaica una forma canónica del templo, similar a la basílica cristiana, estupa budista, pirámides de Teotihuacán o el templo grecorromano en sus múltiples variedades de planta y pórticos de columnas (perístasis). La lista de lugares sagrados dentro del núcleo monumental del Cuzco y fuera de él (sistema de ceques) pone en claro que una imagen de culto, un ídolo encerrado en el espacio techado de algún recinto sagrado, no ha sido el objeto de veneración recurrente. La lista de huacas (Rowe 1979) está integrada por las fuentes y rocas modificadas enmarcadas en la arquitectura muy variada de plazas y recintos, por los accidentes de relieve de terreno y rocas en las cimas y en las pendientes de los cerros, por las piedras de formas especiales expuestas en nichos y plazas, los fardos que contenían cuerpos de los incas muertos o bultos hechos con partes incineradas de estos con parte del cuerpo (pelos y uñas; Bray 2015). Las menciones de formas figurativas son completamente excepcionales. Solo un reducido porcentaje de las huacas se ubicaba en el núcleo monumental. La piedad de los fieles se expresaba más en recorridos, carreras, peregrinajes, procesiones que tuvieron por escenario el paisaje de la campiña que en las reuniones en espacios abiertos y cerrados, aunque las ofrendas, los bailes y los banquetes requerían, por supuesto, también de ellos. No obstante, ni unos ni otros tuvieron por el lugar preferente el espacio urbano y menos su centro. Ello no quiere decir que el espacio urbano tuviese carácter secular, a diferencia de la campiña. Todo lo contrario, la distinción entre los espacios sagrados y seculares 136

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no resulta operativa. No solo hay huacas importantes en forma de piedras, bultos o fuentes dentro de los palacios, sino que los importantes rituales del Estado se desarrollaban en las dos plazas principales. Ambas plazas contaban con los ushnus, altares de libación, en los que el sapa inca ofrecía chicha al Punchao, el dios Sol diurno, protector de la dinastía de Manco Cápac. El espacio de Hanan Aucaypata fue ocupado originalmente por una laguna y luego convertido en un símil del mar (cocha) cubriendo la superficie de la futura plaza de una capa gruesa de arena del mar, traída ex profeso (Santillana 2001: 260, 261). Los principales ritos se realizaban de manera alterna en una de las plazas, durante los meses cruciales para la agricultura, respectivamente, durante la estación de las lluvias en Hanan Aucauypata y durante la estación seca en Hurin Aucaypata. La disposición de los participantes vivos y muertos (fardos transportados en literas) en la plaza, sus acciones, movimientos y gestos se estructuraban al parecer de tal manera que se expresaban en ellos los principios cosmológicos del orden natural y social. Por ejemplo, durante la fiesta de Situa los representantes de los aillus del Cuzco con sus fardos se agrupaban según los puntos cardinales en dos mitades y cuatro parcialidades frente el Sapán Inca parado en la cercanía del ushnu, en cuyo orificio vaciaba llegado el momento el sagrado brebaje (Zuidema 1980). Los agudos análisis de los relatos de los cronistas, de los documentos judiciales y de los relatos etnográficos hechos por Zuidema (2004, 2010 inter alia), Sherbondy (1982, 1986), Urton (1981, 2004) y Pärssinen (2003), entre otros, evidencian que estos mismos principios regían en términos ideales —como modelo de referencia— sobre la organización del sistema de riego, de los espacios cultivados y pastoriles, del cielo nocturno, de la sociedad y del poder. Solo conociéndolos se puede entender, por lo menos en parte, las razones que impulsaban a los habitantes del Cuzco de transformar el paisaje del valle modelando y puliendo inmensas rocas (Van der Guchte, 1990) e ubicar la mayoría de templos y residencias fuera del núcleo urbano monumental. Desde la perspectiva de la cosmología inca, la que se expresa en primera instancia en la geografía sagrada y en las características particulares de la capital, el conjunto de palacios se encuentra en la mitad superior de un todo que es el valle, cerca del lugar preciso donde se une el río de arriba (hanan), el que recibe innumerables confluentes, y 137


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el río de abajo (lurin o hurin: Cerrón Palomino, 2002), el que a diferencia del anterior no recibe sino distribuye el agua por medio de canales a los campos de cultivo. Un río similar, la Vía Láctea, se encarga en repartir el agua por el universo desde su fuente primigenia, el mar primordial siguiendo el ciclo de las dos estaciones. En la percepción indígena, los dos segmentos del valle se diferencian uno del otro también por el tipo de cultivos. Por ejemplo, los tubérculos altoandinos versus el maíz y la coca. Según este modelo ideal, cada valle en este y en el otro mundo posee la misma organización en la que las dos mitades complementarias, pero diferentes (hanan y hurin o lurin) se dividen en veinte amplias parcelas (‘barrios de agua’) de acuerdo con el recorrido de canales y la distribución de manantiales (puquios). Cada parcela está usufructuada por otra comunidad o linaje noble, de ahí el número canónico de aillus comunes y nobles (panacas) del Cuzco (Sherbondy 1982, 1986). Es cierto, la realidad política ha modificado este modelo ideal de organización. En este contexto, no debe extrañar que las fuentes de agua superen en el número a todos los tipos restantes de los lugares sagrados en el listado de las huacas del Cuzco, transmitido por Cobo (Rowe 1979). En este listado quedó registrado un complejo sistema, conocido como el sistema de ceques, el que otorgaba sustento religioso a los derechos de usufructo de agua y de suelos, así como de otros derechos políticos y económicos. En el listado se respeta todas las reglas cosmológicas que acabo de exponer: la división del espacio en dos mitades complementarias, del tiempo en dos estaciones y quizá en meses de calendarios ceremoniales, de la sociedad en aillus y panacas ordenadas en tres categorías de parentesco (Zuidema 2004, 2010), cada una, con sus huacas tutelares, sus ancestros convertidos en piedras o rocas y sus fuentes. Así, los derechos históricos de las comunidades y de los incas estuvieron inscritos en el paisaje de la ciudad y de la campiña por medio de los lugares sagrados (huacas). Cabe por supuesto preguntarse con Rowe (1979, 2003b) y con Rostworowski (2006, 2007), cómo se llegaba a coincidir la realidad política cambiante que contaba en cada generación con nuevos actores, incas y sus panacas, con un modelo rígido ideal del orden natural y social establecido supuestamente para siempre en los tiempos de Manco Cápac y eventualmente reformado por Pachacútec, fundador 138

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del imperio. Creemos que luego de cada elección por medio de negociación o imposición se llegaba a acomodar la nueva realidad en el marco los principios generales del ideal político-religioso. La versión transmitida por Cobo a partir de un registro de las huacas sobre quipus es, de hecho, una de las más recientes versiones y se dejan leer en ella compromisos, negociaciones e inevitables omisiones. Según las reglas de geografía sagrada que acabamos de describir, Coricancha e Inticancha, los palacios-templos de los incas legendarios y semilegendarios, forman el centro y desde ellas hacia afuera los informantes de Polo de Ondegardo y de Cobo trazaron las líneas imaginarias que correspondían a los cordeles de los quipus en los que estaban anotadas nudo por nudo las subsiguientes huacas, con sus características, con sus ofrendas y con sus devotos. Respecto al resto de palacios, el área de Coricancha e Inticancha se clasifica como la mitad subordinada, dado que sus residentes principales temporales y permanentes correspondían a los linajes nobles lejanamente emparentados, a través de las generaciones pretéritas, con los incas en ejercicio. Como recordamos, el conjunto de las plazas de Hurin Aucaypata separaba la parte ‘baja’ (Hurin Cuzco), consagrada en mayor grado a cultos agrarios y de origen, de la parte ‘alta’ (Hanan Cuzco), donde pernoctaban a menudo los incas en ejercicio y sus parientes más cercanos. La parte alta con su plaza era escenario de ritos de guerra y de propiciación de lluvias. Como se desprende de lo expuesto en el acápite anterior, ni el concepto tipológico y funcional renacentista del palacio, ni tampoco el del templo, estos mismos que siguen en alguno modo vigentes en la cultura del Occidente hasta hoy, resultan operativos cuando se los usa en los análisis de la arquitectura monumental, «pública», cuzqueña. Tampoco resulta útil el modelo ideal manierista de la ciudad como una villa fundada ab novo —véase Lima o el Cuzco colonial— sobre la traza ortogonal de manzanas con su organización en zonas concéntricas y claramente separadas unas de otras: el castillo o el palacio en el centro o en el promontorio, la Plaza de Armas y las manzanas vecinas con los palacios urbanos, luego las manzanas burguesas, las periferias de la plebe y, finalmente, la campiña. La mera similitud formal del núcleo compuesto entres los ríos Saphi y Tullumayu con este tipo de traza, así como la mención sobre la obra de Pachacútec como el gran urbanista hicieron que generaciones de historiadores de arquitectura dejaban de lado las evidentes particularidades del Cuzco prehispánico. 139


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Ciudad y centro ceremonial1

Los descubrimientos de las últimas décadas del siglo XX pusieron en tela de juicio el valor universal de los modelos procesuales clásicos del desarrollo urbano, fundamentados por los estudios pioneros de patrones de asentamientos en las cuencas bajas del Éufrates, Tigris y Karún, por un lado, y en la planicie mexicana, por el otro (Marcus y Sabloff 2008). Los Andes Centrales proporcionan una perspectiva particularmente cómoda para evaluar los alcances del debate, debido a las características únicas del urbanismo en sentido amplio que se desarrolla en el Perú prehispánico y la sorprendente fecha precoz de sus orígenes en el primer milenio de la vida plenamente sedentaria, aún sin conocimiento de cerámica, desde la segunda mitad del cuarto milenio antes de Cristo. El propósito de este capítulo es definir al urbanismo andino en su contexto tecnológico y social propio. Asimismo demostrar que sus principios rectores se oponen en varios aspectos a las características esenciales del sistema urbano, tal como este se manifiesta en Mesopotamia o en el área de interacción de Teotihuacán. Para ello, se evaluarán los alcances de la discusión sobre la arquitectura monumental pública en el Periodo Precerámico Tardío. Luego se revisará las aproximaciones teóricas subyacentes en el debate. El análisis comparativo de las características de asentamientos considerados urbanos en los Andes Centrales, con el énfasis en las expresiones del urbanismo inca en el valle de Lurín, servirán de sustento para fundamentar la apreciación general que resumimos a continuación. Considero que el urbanismo andino se ha desarrollado en el contexto tecnológico completamente diferente en comparación con los demás urbanismos de la antigüedad: sin medios de transporte de grandes volúmenes de bienes por mar, por la vía fluvial o la vía terrestre (salvo caravanas de camélidos), sin animales de tiro y sin herramientas que puedan reemplazar la fuerza de brazos humanos en el trabajo Galería subterránea en el templo de Chavín de Huantar, Áncash.

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agrícola, como el arado, sin guerras tecnológicamente sofisticadas por el uso del arco, ballesta, máquinas de asedio, armas ofensivas y defensivas de bronce y hierro, así como de algún tipo de caballería. Además, este desarrollo tiene por escenario un medio ambiente desértico y agreste que dificulta tanto la comunicación, como la producción agrícola a gran escala. Todas estas características condicionan las tendencias a mantener el patrón disperso de asentamientos residenciales de extensión menor de 4 hectáreas, con los promedios oscilando alrededor de 1 hectárea, a lo largo de la secuencia y desde las primeras fases de sedentarización hasta la conquista española. Los asentamientos considerados urbanos por los estudiosos tienen características de centros ceremoniales, incluso cuando se constituyen en capitales políticas y en centros administrativos. Por lo general, carecen de defensas, salvo atalayas y templos fortificados. La arquitectura monumental, tanto la que se concentraba en estos asentamientos como la que fue distribuida a lo largo de caminos y canales de riego, orientaba a los flujos de mano de obra y de productos, convertía el paisaje profano en un escenario sagrado, y otorgaba a los tributos, en trabajo y en productos, el carácter de obligación religiosa. Las preparaciones para la guerra y los intercambios comerciales no escapaban de este marco ceremonial. El paisaje organizado por medio de la arquitectura cumplía asimismo el papel del soporte material de la memoria social compartida, un soporte indispensable para una sociedad ágrafa.

El debate sobre el hipotético urbanismo precerámico en el Norte Chico El urbanismo prehispánico es uno de los temas más polémicos en la arqueología de los Andes Centrales, con posiciones discrepantes en cuanto al concepto mismo, a la cronología del proceso, a la función de los complejos supuestamente urbanos, y a las características del contexto social y económico. Las discrepancias y las contradicciones se han exacerbado aún más en la última década cuando la sorprendente arquitectura monumental del Periodo Precerámico Tardío (2.7001.800/1.500 antes de Cristo) en la costa centro norte del Perú fue reinterpretada por Ruth Shady (Shady 2006; Shady y Leyva 2003; Shady y otros 2001) como la evidencia de procesos de nucleación, característicos para las ‘revoluciones urbanas’ de la prehistoria. 144

Centro ceremonial inca de la Fortaleza de Paramonga, valle bajo del Rímac, Lima.

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Shady (2000) considera que el desarrollo de la agricultura de riego al interior de los valles y de la pesca con redes en las zonas costeras hayan condicionado el desarrollo precoz de una civilización urbana en el área de interacción que comprende la costa y la sierra entre los valles de Santa y de Chillón, con las cuencas colindantes de la vertiente oriental. El sitio de Caral, conocido antes como Chupacigarro Grande (Burger 1992: 76; Engel 1957, 1987; Kosok 1965: 223; Williams 1985), se hubiera convertido, según el tenor de esta misma hipótesis en la capital urbana de un Estado territorial, cuya organización basada en hunos, sayas y pachacas anticiparía el orden administrativo del Tahuantinsuyo (Shady 2000, 2003a, 2003b, 2006). La hipótesis de Shady se fundamenta en apariencia sobre sólidas evidencias empíricas. Hasta la fecha cerca de cuarenta conjuntos arquitectónicos monumentales precerámicos se han identificado a lo largo de los valles Fortaleza, Pativilca, Supe y Huaura, tanto en el litoral del océano Pacífico como tierra adentro. Sin duda, se trata de sitios cuya extensión y complejidad arquitectónica no fue superada en ninguno de los periodos posteriores. Hasta el presente, muchos de ellos dominan el paisaje semidesértico de las márgenes de los oasis costeros, como la única obra del pasado visualmente perceptible. Por otro lado, desde el punto vista formal, sus componentes, como pirámides aterrazadas, plataformas, plazas circulares hundidas, anticipan a la imponente arquitectura ceremonial de los periodos Inicial y Horizonte Temprano, de los que constituyen además el antecedente inmediato. Es más, se ha comprobado que la introducción de la cerámica no se relaciona con ningún otro fenómeno cultural de relevancia, de modo que el término cronológico ‘Periodo Arcaico Tardío’ debería ser sustituido, por otro, que describe mejor el contexto cultural de la época, a saber ‘Formativo Precerámico’ (Makowski 1999, Lumbreras 2006).

Pirámide de Caral, Sector H, valle de Supe, Lima.

La similitud evidente entre los conjuntos monumentales del Periodo Precerámico y los centros ceremoniales posteriores, como Cahuachi en el valle de Nazca, a los que algunos investigadores atribuyen características urbanas (por ejemplo, Rowe 1963, Canziani 2009), refuerza la hipótesis de Shady. Las diferencias en la extensión entre un sitio precerámico y otro, y la complejidad de la arquitectura pública, brindan asimismo el sustento para la aplicación de clásicos modelos jerárquicos en la intrepretación de la organización espacial de asentamiento en cada valle. Por consiguiente, Caral como el hipotético centro administrativo primario estaría a la 146

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cabeza de una vasta red de centros secundarios y terciarios, distribuidos en Supe e incluso en los valles vecinos. No obstante, la polémica que se ha desatado acerca de los factores que desencadenaron el proceso, y acerca de los contenidos sociales y políticos sociales que están detrás, evidencia que la pregunta si el fenómeno de arquitectura monumental tiene o no características urbanas no resulta operativa, y no lleva a respuestas convincentes. Ello se debe a amplias discrepancias en cuanto a lo que puede considerarse justamente como tales características. Estas discrepancias inducen al alto margen de arbitrariedad en las interpretaciones. Por ende, resulta aconsejable sustituir la pregunta ¿si los asentamientos son no urbanos? por la pregunta ¿cómo entender las múltiples posibles funciones sociales de la arquitectura pública, incluidas las dimensiones políticas y religiosas, en el contexto de las primeras fases de la vida sedentaria del Periodo Arcaico Tardío? La propuesta de Shady constituye, sin proponérselo, una especie de reductio ad absurdum (‘reducción al absurdo’) de los planteamientos tradicionales y consagrados de la arqueología procesual, tanto aquella inspirada por Steward (Steward y otros 1955) como la influenciada por el modelo de la revolución urbana de Childe (1974). En ambas propuestas el desarrollo urbano está condicionado por el desarrollo tecnológico que posibilita el incremento exponencial y sostenido de la densidad demográfica. El desarrollo de un complejo agropecuario de alto rendimiento en cuanto a valores energéticos de carbohidratos y proteínas de origen animal y vegetal, y la aparición de medios eficientes de transporte, en particular fluvial y marítimo (Mesopotamia), pero también terrestre (caravanas de camélidos en los Andes), están entre los factores decisivos para que las ciudades, populosas aglomeraciones humanas, aparezcan y sean viables. Con estas premisas, Canziani (2009: 181-309) ubica en una monografía reciente la construcción de las primeras ciudades en los Andes Centrales recién en su periodo de Desarrollos Regionales Tempranos (500 antes de Cristo-700 después de Cristo), el que se iniciaría con el ocaso de Chavín y de la tradición de centros ceremoniales tempranos y terminaría con la expansión Wari. Siguiendo la propuesta marxista, Childe (1974) otorgaba también el papel crucial a otras innovaciones tecnológicas que afectaban profundamente a la organización y al rendimiento de la producción (fuerzas de producción) y a las relaciones entre seres humanos (relaciones de producción). 148

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La domesticación de animales de tiro, el invento del arado y de la trilladora jugaban en este razonamiento el papel central, pues sin ellos no se hubieran podido transformar las relaciones comunitarias basadas en la reciprocidad y el trabajo mancomunado, lo que originaba una sociedad estratificada en clases con la propiedad privada de la tierra y del ganado, la explotación de mano de obra y la apropiación de excedentes por la élite como principios del nuevo ordenamiento (modo de producción asiático; véase la discusión crítica del término en Godelier 1969, 1975). Los arqueólogos procesualistas, seguidores de neoevolucionismo de Leslie White y James Steward (1955 inter alia), a su vez, ponían mayor énfasis en el desarrollo de la agricultura tecnificada de riego y en la domesticación avanzada de plantas de alto rendimiento, como el maíz. En el debate sobre la urbanización en Mesopotamia papel a parte se atribuía a la institucionalización de la violencia y a la tecnificación de la guerra, en el contexto del creciente conflicto endémico entre las ciudadesEstado nacientes. El uso del nuevo costoso armamento, espadas, hachas y dagas de bronce, cascos y armaduras, así como carros de batalla y luego máquinas de asedio, ha dotado a las élites del poder coercitivo, ha revolucionado las estrategias de la guerra y tuvo notable repercusión en la arquitectura de ciudades (murallas, fosas y puertas fortificadas). La difusión tardía de la metalurgia de bronce a partir del siglo IX después de Cristo (Lechtman y Farlane 2006; Lechtman 2007) no ha provocado resultados similares en los Andes. La formación de élites guerreras (Chamussy 2009; Makowski 2010) fue tomada en cuenta por varios investigadores del pasado prehispánico del Perú para encontrar las causas del proceso urbano y también para definir las razones por las que las formas menos complejas de la organización de poder, como las jefaturas y los señoríos, fueron sustituidos por el Estado (por ejemplo, Carneiro 1970; véase también el resumen en Arkush y Tung 2013). Cabe acotar que la formación de las élites guerreras no es el origen de la violencia, pero sí implica su institucionalización y notable incremento respecto a periodos anteriores (Keeley 1996). Arkush y Tung (2013) demuestran que la formación de las culturas guerreras al fin del Horizonte Temprano y al inicio del Periodo Intermedio Temprano se correlaciona directamente con un claro incremento de huellas de violencia en individuos adultos y que antes los niveles de violencia interpersonal 149


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tienen niveles poco significantes. En las épocas posteriores, la violencia disminuye en tiempos y áreas donde arqueólogos ubican a complejos estados territoriales y se incrementan en las zonas y periodos de fragmentación de poder (por ejemplo, Periodo Intermedio Tardío y la costa de los Andes Meridionales).

urbanas, guarda tan pocas similitudes con las formas urbanas que se conoce en la Costa Norte durante el Horizonte Medio, un periodo en el que varios Estados regionales, cuya existencia está fuera de la discusión, por ejemplo, Moche, Wari, etcétera, se habrían enfrentado en una lucha por la hegemonía?

Shady (y otros 1999, 2000, 2003a, 2003b; Shady 2006: 61-63, inter alia) visiblemente no cree que las estrategias de subsistencia basadas en agricultura aún incipiente, pesca, recolección y caza (por ejemplo, Dillehay y otros 2004), y la ausencia de todos los demás factores condicionantes del desarrollo de la tecnología, demografía, transporte y comercio, hayan sido el impedimento para que Caral y otros centros ceremoniales del Norte Chico tuvieran carácter de aglomeraciones urbanas. Según ella, en el caso de los Andes ya en los inicios de la vida sedentaria (Arcaico Medio y Temprano) se hubiera producido la separación de destinos históricos.

El tenor del debate sobre el hipotético urbanismo precerámico demuestra que no se tienen respuestas claras a estas preguntas y tampoco hay consensos. Jonathan Haas y los miembros del Proyecto Norte Chico (Haas y otros 2004a, 2004b; Ruiz y otros 2007) consideran que la arquitectura monumental del Periodo Precerámico es la expresión material de competencia política no exenta de violencia, entre líderes de las poblaciones costeras, cuya subsistencia depende de la pesca y marisqueo, y líderes de las poblaciones de agricultores tierra-adentro. Estas últimas poblaciones cultivan el algodón indispensable para la producción de redes y, por lo tanto, preciado por los vecinos del litoral. El conflicto contribuye en afirmar liderazgos locales. No obstante, dado el desarrollo tecnológico y la densidad demográfica no se dan aún las condiciones para la formación de jefaturas complejas (complex chiefdom) y menos de Estados territoriales. Los asentamientos con la arquitectura pública tuvieron carácter y función de centros ceremoniales.

Algunas poblaciones, las de la cultura Caral, entraron en la senda de la civilización mientras que las asentadas fuera de este polo privilegiado se quedaron en el estadio de la barbarie. Los lectores que optan por dar crédito a su hipótesis se pueden topar con la sorpresa al enterarse que el vertiginoso desarrollo de las «ciudades sagradas» no ha continuado, cuando al inicio del primer milenio después de Cristo las tecnologías agropecuarias, y los avances de domesticación de animales y plantas —implicando el mejoramiento genético en relación con usos alimenticios o de materia prima que se les daba— adquirieron niveles comparables con los que se registran en los siglos XV y XVI después de Cristo. Por el contrario, la tradición arcaica de la arquitectura ceremonial se ha extinguido al inicio del Horizonte Temprano, salvo en algunos centros de la sierra, como Chavín y Kuntur Wasi (Burger 1992, 2008; Fux 2015; Conklin y Quilter 2008; Onuki 1995; Rick 2008; Seki 2014). Es más, en el valle de Supe y en los valles aledaños del Norte Chico no se registraron niveles semejantes del esfuerzo constructivo mancomunado hasta la conquista española. La arquitectura pública de etapas posteriores a los periodos Arcaico y Formativo Temprano es tan modesta que su presencia poco se nota en el paisaje. Ningún punto de comparación con la envergadura de pirámides y plazas tempranas. Queda también en el tintero la pregunta: ¿Por qué el patrón de asentamiento del Periodo Precerámico Tardío, al que Shady (ob. cit.) atribuye características 150

A medida que avanzan las investigaciones se incrementan las voces críticas en contra de los modelos procesuales mencionados a partir de las lecturas de las evidencias de corte heterárquico. Rafael Vega-Centeno (2008a, 2008b, 2010), a partir de sus excavaciones en el cerro Lampay y de las prospecciones en el valle de Fortaleza, enfatiza en el carácter y en la función eminentemente ceremonial de la arquitectura. Recuerda, asimismo, que los tipos de edificios se repiten tanto en los asentamientos que cuentan con un solo monumento aislado, y que, por lo tanto, no suelen ser catalogados como urbanos, como en los sitios que los tienen varios. El montículo-plataforma con una plaza circular hundida es la forma más recurrente tanto en el valle de Fortaleza como en las otras cuencas del Norte Chico. Los resultados de las excavaciones en el cerro Lampay coinciden con los de Caral en varios aspectos de importancia primordial. La plataforma se está constituyendo cuando un edificio queda intencionalmente sepultado con rellenos y sellos. Cuando sobre la plataforma se construye otra estructura, la que también puede resultar sepultada intencionalmente, el montículo resultante adopta la forma piramidal. Por otro lado, los recintos abiertos y techados de cerro Lampay, como los de Caral, 151


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fueron construidos en un esfuerzo mancomunado de grupos compuestos por sus posteriores usuarios, y carecen de accesos restringidos. Todo lo contrario, el flujo libre, pero ordenado de visitantes, está asegurado. Alejandro Chu (2008) demuestra a su vez en Bandurria que los asentamientos con la arquitectura monumental precerámica, construidos en la costa por las poblaciones, cuya subsistencia dependía en buen grado de pesca y de marisqueo, no difieren en complejidad, ni tampoco formalmente de los sitios situados tierra adentro. Ambas investigaciones apuntan a la conclusión de que cada comunidad territorial solía construir su edificio ceremonial, de forma aislada, en el centro del espacio controlado, o al lado de otros edificios similares en el centro ceremonial compartido con los vecinos o aliados. Como bien lo observa Vega-Centeno (2008b: 39), «las diferencias de escala entre estructuras —mínimas en ciertos casos, notables en otras— podrían explicarse de diversas formas: por el número de remodelaciones y ampliaciones experimentadas, como producto de la mayor o menor longevidad de los edificios, por la escala de grupo comunal involucrado o por distintas contingencias dentro de la trayectoria de dicho grupo. A esto habría que añadir la observación de que varias estructuras de mayor escala en los complejos de Fortaleza han sido construidas sobre montículos naturales, con lo que adquirieron su volumen actual». Las conclusiones de Vega-Centeno coinciden con las críticas a las que Makowski (2000, 2008) ha sometido la propuesta de Shady (2003a, 2003b, 2006). Caral está descrito y documentado por la investigadora (Shady 2006: 34-48) como un conjunto de agrupaciones de arquitectura pública y residencial diseminadas sobre un área de 66 hectáreas. Las construcciones de forma piramidal y plataformas asociadas a plazas circulares suman 5,27 hectáreas de área construida, mientras que las estructuras residenciales de élite ocupan 0,08 hectáreas de área construida, según Shady (2006; cfr. Shady y otros 2001). Las edificaciones de menor envergadura, en las que las funciones residenciales parecen también combinarse con las ceremoniales, suman no más de 3 hectáreas del área construida. Estas edificaciones se encuentran ubicadas sobre las laderas de los cerros aledaños en la periferia del núcleo monumental.

Pirámide del Anfiteatro, Sector L, Caral, valle de Supe, Lima.

Las 58 hectáreas restantes corresponden a los descampados entre y alrededor de espacios construidos. Las estructuras de Caral se distribuyen en dos grupos 152

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Urbanismo andino. Centro ceremonial y ciudad en el Perú prehispánico

ubicados en la cercanía de dos de las siete edificaciones claramente ceremoniales cuyos volúmenes dominan el paisaje. Shady (ibídem) reconoce que por lo menos parte de los ambientes en las estructuras consideradas de élite tuvieron funciones rituales. Debido a las asociaciones encontradas, y en particular por la limpieza ritual de pisos, queda abierta la interpretación alternativa de estos ambientes como lugares destinados para reuniones festivas y todo tipo de actividades ceremoniales —ayunos, ritos de iniciación y banquetes— las que requieren de espacios techados, provistos de plataformas y banquetas.

En todo caso, incluso asumiendo que la extensión del área construida no haya variado en Caral a lo largo de los siglos de su existencia, lo que es muy poco probable, un asentamiento con 5,27 hectáreas de la arquitectura ceremonial pública y con 3,08 hectáreas de construcciones supuestamente residenciales, difícilmente amerita el adjetivo de urbano. Por estas y otras razones, Canziani (2009), en una reciente historia de urbanismo andino, tilda el fenómeno de la época de Caral de ‘urbanismo incipiente’, y la propia Shady siente la necesidad de agregar el adjetivo ‘sagrada’ al nombre de ciudad cuando se refiere a sus excavaciones.

Si bien las áreas entre edificios —en particular el área central, llamada «plaza» por Shady (2006: 36)— fueron, seguramente, utilizadas como espacios de comunicación e, incluso, pudieron servir como lugares para la realización de actividades, no hay evidencias de una traza planificada con plazas y/o avenidas; tampoco hay indicios que la mayoría de edificios fue localizada y construida con el mismo proyecto urbanístico. Shady (ibídem) sugiere lo contrario, pero a partir de un solo argumento no muy convincente: la supuesta división del conjunto en dos mitades, alta y baja, separadas por un accidente geomorfológico, el borde de una terraza fósil.

El debate sobre Caral se parece en más de un aspecto a la discusión que se ha desencadenado a raíz del descubrimiento de Jericó y de Çatal Hüyük (Makowski 2000, 2008 y este volumen). Ambos asentamientos paradigmáticos, respectivamente, para el Neolítico Precerámico y Neolítico Temprano del Creciente Fertil, y en particular el segundo, fueron caracterizados como ‘urbanos’ por sus descubridores con todos los contenidos socioeconómicos —clases sociales, comercio a larga distancia, entre otros— que este adjetivo suele implicar. Sin embargo, tras algunas décadas de estudios avanzados, los resultados contradijeron esta primera impresión (Wason 1994, Hodder 2007 inter alia). Tanto Jericó como Çatal Hüyük resultaron muy distantes en aspectos económicos y sociales, y también en cuanto al sustento tecnológico, de las ciudades de la Edad de Bronce, que se desarrollaron en este mismo territorio varios miles de años después.

Tampoco está claro qué porcentaje de las construcciones estuvieron en uso simultáneo durante los mil años o más de la existencia del centro ceremonial o ciudad sagrada planteados por Shady. Obviamente, las características del material lítico no permiten construir cronologías relativas finas. En la larga lista de fechas calibradas (Shady 2006: 60, tabla 2.7) llama la atención la posible relación entre el inicio de la construcción de la Gran Pirámide y de la Pirámide Cuadrada, por un lado, y el uso de unidades residenciales en los sectores A e I (pisos de ocupación y áreas de descarte), por el otro. Ambos hechos se podrían situar entre 2.600 y 2.500 antes de Cristo (calib.). De hecho, la Gran Pirámide sigue en construcción hasta, por lo menos, el siglo XXI antes de Cristo (calib.). Las fechas relacionadas con los rellenos de plataformas de otros dos edificios monumentales, las pirámides del Anfiteatro y del Altar Circular, son posteriores y corresponden al lapso entre 2.300 a 2.000 antes de Cristo (calib.). Por lo visto, la extención y la apariencia monumental de Caral hoy parece ser el resultado de acumulación de eventos de construcción que se sucedieron durante por lo menos seiscientos años. 154

No obstante, se ha demostrado que las primeras épocas de vida sedentaria también tienen sus dimensiones de complejidad. Una de estas dimensiones que parece manifestarse también en los Andes Centrales se relaciona con el culto de los ancestros. Sin la proliferación de las ‘casas de memoria’ (Hodder 2006), profusamente decorados con relieves y pinturas decorativas, que Mellaart (1967) y Gimbutas (1991) erróneamente consideraban templos, el aglutinado Çatal Hüyük que carece de calles, plazas, y edificios públicos en sentido estricto, quizá nunca hubiese sido tildado de ciudad. Hodder (2006, 2007) y su equipo han demostrado que estas casas fueron alguna vez residencias comunes de familias extensas, y luego se transformaron en lugares de culto de muertos por parte de los descendientes. Recientes descubrimientos en Göbekli Tepe, y algunos otros sitios vecinos de Anatolia (Schmidt 2009), demuestran que los primeros ejemplos de la arquitectura ceremonial de notable complejidad que 155


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se conocen en la historia de humanidad, no se relacionan con algún tipo de sociedad urbana, y ni siquiera fueron hechos por sociedades sedentarias. En Göbekli Tepe, Schmidt ha documentado una larga tradición de construcciones que se parecen a kivas de los indios Pueblo, y que cuentan con un círculo de monolitos en forma de la letra ‘T’ dispuestos en círculo ovalado, al interior de cada estructura. Los monolitos están decorados en relieve con diseños figurativos variados en bajorrelieve. La tradición se inicia en el Periodo Epipaleolítico y continúa en el Neolítico Precerámico (PPNA), entre el undécimo y noveno milenio antes de Cristo (C 14 cal.). La interpretación que el investigador da a este sorprendente hallazgo aporta nuevas luces a la discusión teórica acerca de las relaciones entre el poder, la religión y sus expresiones materiales en arquitectura y en iconografía. Según Schmidt (2009: 264), «los cazadores-recolectores dependían de territorios muchos más extensos para su subsistencia comparados con los campesinos [...]. En ese sentido, las reuniones cíclicas fueron imprescindibles para la sociedad subdividida en grupos reducidos. En estas reuniones se intercambiaban objetos que los grupos pequeños no podían adquirir o producir por su propio esfuerzo. De este modo se comprende la relevancia fundamental de ciertos sitios que, en su función de lugares centrales, garantizaban este modo básico de comunicación para sociedades preneolíticas». El razonamiento de Schmidt coincide en varios aspectos con el tenor de discusión sobre el fenómeno megalítico en Europa neolítica. Recordemos que los asombrosos monumentos monolíticos fueron hechos por poblaciones asentadas en áreas menos favorecidas en cuanto a la calidad de suelo y el clima en Europa, poblaciones que experimentaban la transición del mesolítico al modo de vida neolítico (Sherratt 1995). Como en el caso citado, se trataba de grupos numéricamente reducidos y en varios casos aún no sedentarios. Las razones para invertir el tiempo social en la talla, en el transporte y en la construcción de tumbas con entierros múltiples, así como de espacios ceremoniales, debieron ser tan variados como las formas de edificaciones, y como sus orientaciones respecto a los puntos relevantes del paisaje circundante. El encendido debate y la abultada literatura del tema lo sugieren. Hay un relativo consenso en cuanto a la 156

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relación directa entre estas actividades edilicias y la conservación de memoria y de identidad por parte del grupo involucrado (Tilley 1994, 2004 inter alia). Por medio de rituales, las historias de origen, los mitos compartidos se inscribían en el paisaje organizado mediante construcciones megalíticas. Al margen de los debates sobre el abanico de posibles funciones sociales del monumento y su relación comprobable con el paisaje (Barrett y Ko 2009), el fenómeno del megalitismo en la prehistoria europea invita a revisar paradigmas de uso común en la arqueología andina. Uno de ellos concierne al supuesto y esperado vínculo causa-efecto entre el surgimiento de sistemas políticos de carácter jerárquico y coercitivo, por un lado, y la inversión del tiempo social en la construcción de edificios públicos, por el otro (Scarre 2012). Se suele asumir que la ideología de élites emergentes, o ya establecidas, se materializa de manera preferente en la arquitectura (por ejemplo, DeMarrais y otros 1996). Por ende, la presencia/ausencia de esta clase de la arquitectura pública es considerada como un indicador de intereses antagónicos y de mecanismos de dominación en las relaciones entre actores sociales, y en particular de la presencia/ausencia de la estratificación, de la ciudad y del Estado (véase adelante). Por supuesto, el razonamiento descrito no se aplica a los casos que acabamos de presentar, los que demuestran que el postulado carece de valor universal. Se ha visto, como en los Andes del Periodo Arcaico, en Europa y en Asia de los Periodos Mesolítico y Neolítico Precerámico, ciertas comunidades territoriales compuestas de grupos numéricamente restringidos, realizaban el esfuerzo mancomunado para construir tumbas para sus ancestros y/o centros y lugares ceremoniales y/o para inscribir en el paisaje vestigios materiales de su memoria compartida y fijar relaciones de poder entre poblaciones y líderes (Scarre 2012). Hay una clara relación inversa entre esta particular estrategia y el desarrollo tecnológico. Con el progreso en materia de agricultura y ganadería, las poblaciones del área donde se manifestaba el fenómeno megalítico dejaron de construir nuevas estructuras, y sus líderes eventualmente volvieron a usarlas de manera oportunista. Es significativo que los vecinos de los pueblos que cultivaban la tradición megalítica tampoco desarrollaron esta clase de arquitectura, a pesar de que se trataba de grupos plenamente sedentarios, ocupando mejores suelos de Europa, y considerados exitosos pioneros de neolitización. 157


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Fenómenos y condicionamientos similares se observan también en el Nuevo Mundo fuera del área centroandina, como en el valle de Misisipi y en la baja Amazonía. Hole (2012) concluye con convicción en el capítulo de conclusiones del volumen consagrado al contexto social en el que aparece la arquitectura monumental en las sociedades del Periodo Arcaico y Formativo de ambas Américas (Burger y Rosenzweig 2012): «Monumentos se presentan en amplia gama de diferentes tamaños y sirven para propósitos variados en el caso de las sociedades cuyo rango de complejidad varía desde cazadores-recolectores a Estados. Queda claro a partir de las contribuciones en este volumen que el nivel estatal y el poder coercitivo no son necesarios para que la gente sea inducida a emprender labores de construcción de envergadura monumental»1. Resulta, por ende, necesario, desde el punto de vista metodológico, hacer un deslinde entre la construcción de espacios ceremoniales y el fenómeno urbano. Por cierto, ambos espacios son lugares en los que se materializa la cultura (‘To materialize culture is to participate in the active, ongoing process of creating y negotiating meaning’: DeMarrais y otros 1996: 16), negocia el poder y se establecen relaciones cruciales para la subsistencia. No obstante, para entender bien los mecanismos de poder, puede ser muy útil la distinción que hace Mann (1986) entre los poderes autoritario y difuso. Las características de organización de las sociedades en vía de sedentarización y del neolítico (formativo) precerámicos, y de la arquitectura ceremonial misma, sugieren que las ideologías religiosas ampliamente compartidas, los rituales inclusivos, son las fuentes del poder de convencimiento que manejan los líderes. Es, por lo tanto, el poder difuso el que se materializa, no el poder autoritario. En cambio, la aparición posterior de monumentales palacios, de los templos con el acceso restringido, y más aún de los templos-mausoleos del culto del gobernante único, a menudo honrado con la imagen y con la inscripción que lo perennizan e inmortalizan, deificándolo, hechos que ocurren en el contexto de procesos de urbanización evolutiva o compulsiva (Makowski 1999, 2002, 2008a, 2008b véase adelante) son expresiones claras de un poder autoritario que busca el equilibrio con el poder difuso, para garantizar su legitimidad.

Pampa de las Llamas-Moxeque, Casma, Áncash.

1 «Monuments occur in vastly different sizes and serve different purposes amog societies that range from hunter-gatherers to states. It si clear form the essays in this volume that state level society and physical coercion are not necessary to induce people to undertake monumental works» (Hole 2012: 457).

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Por otro lado, varios prehistoriadores consideraron necesario recurrir, con razón, a las propuestas teóricas de Bourdieu (1977) para entender las dimensiones económicas en el contexto de sociedades fragmentarias, preestatales. Los conceptos de capital simbólico, en forma de honor, honradez, solvencia, entrega, de capital cultural objetivado, que se vuelve visible en la acumulación de objetos extraordinarios, de capital social, conseguido a través de la red de relaciones que establece cada agente, son de utilidad para captar la esencia de los juegos de competencia entre líderes y entre linajes en los espacios ceremoniales. La capacidad de organizar los banquetes en los que se sellan los pactos y legitimizan las jerarquías incipientes entre líderes frecuentemente elegidos de manera democrática, y, por un tiempo determinado, ha sido reconocida en las últimas décadas como uno de los aspectos centrales en la manifestación de poder en las sociedades preindustriales (Bray 2003a, 2003b; Dietler y Hayden 2001; Jennings y Bowser 2008; Kaulicke y Dillehay 2008). El capital económico acumulado por las comunidades con sus líderes se transforma en estas fiestas en los capitales simbólico y social.

Las teorías y los modelos relativos a la ciudad en los Andes La polémica sobre el urbanismo andino se originó a partir de tres propuestas, formuladas respectivamente por Collier (1955), Rowe (1963) y Lumbreras (1974, 1987), las que se desprendían, respectivamente, de las definiciones comparativa, pragmática, y axiomática del fenómeno urbano. Similar diversidad de enfoques caracteriza a la discusión del fenómeno urbano también en otras áreas del mundo (Marcus y Sabloff 2008). Según Collier (1955), el desarrollo cultural en la costa del Perú sigue la línea evolutiva que Adams y Wittfogel (ibídem) observaron en los restantes focos prístinos de civilización. Entre el fin del Periodo Formativo y el Periodo de Desarrollos Regionales, la introducción de riego forzado y el desarrollo de otras tecnologías (ganadería, metalurgia) posibilitaron un marcado aumento de población. En consecuencia, se habrían producido conflictos armados, apareció la élite guerrera, la que pronto había entrado en el conflicto latente con la vieja élite sacerdotal. Así, se habrían creado condiciones para que los señoríos teocráticos del Formativo se transformen en Estados seculares, militaristas y expansionistas, por ejemplo, Wari. Aquella secuencia hipotética de estadíos se vería fundamentada por la siguiente evolución de formas arquitectónicas: 160

Castillo de Huarmey, Cultura Wari, Costa norte.

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1. Centros ceremoniales del Formativo. 2. Capitales de Estados regionales: pueblos grandes, aglutinados alrededor de enormes templos-pirámides (Desarrollos Regionales). 3. Tipos urbanos de poblamiento planeado (los términos son de Collier 1955), cuya aparición estaría relacionada con el estadío militarista (Wari). Los planteamientos de Collier (1955) fueron retomados por Schaedel (1966, 1978, 1980), quien ha hecho los primeros intentos de contrastarlos de modo sistemático con los criterios empleados por Adams (1966) para cruzar los resultados de prospecciones en las áreas respectivas de Uruk (Mesopotamia) y Teotihuacán (México). Los influyentes trabajos de Adams (1966, 1981, 1988; Adams y Nissen 1972) y de Schaedel convencieron a generaciones de investigadores que el proceso de la evolución social y política relacionados con el surgimiento de la ciudad y del Estado en el área de Uruk se repite en otras áreas culturales, en variantes poco significativas. En los Andes el enfoque comparativo fue adoptado posteriormente, entre otros, por Shimada (1994) para el caso de urbanismo mochica, Isbell (1988, Isbell y McEwan 1991 inter alia) para el caso de urbanismo wari). Isbell y sus colaboradores aplicaron la metodología elaborada por Adams (ob. cit.), Wright y Neely y Wright (1994). Con el supuesto que el fenómeno urbano estuvo condicionado por la consolidación de estructuras administrativas del Estado, su presencia o ausencia podía ser inferida a partir de las relaciones jerárquicas y espaciales entre asentamientos; el tamaño, y la diferenciación formal de conjuntos de arquitectura, confrontada con la distribución espacial de sitios permitiría distinguir, según los lineamientos del modelo, entre los rangos de capital, centro regional, provincial, distrital, etcétera. Para los seguidores del enfoque comparativo que trabajan el área andina, el fenómeno urbano es tardío; nace entre el siglo VII y el IX después de Cristo, y se relaciona de modo directo con la transformación de cacicazgos en Estados expansivos. A diferencia de Schaedel, Rowe (1963) no le dio mucha importancia a criterios formales, demográficos y de organización espacial. Según él, la distribución nuclear no es por sí sola diagnóstica para los sistemas urbanos, pues se conocen tipos de organización acorítica (con asentamientos grandes y distanciados entre sí) y sincorítica (nuclear), en zonas mayormente rurales durante la antigüedad clásica. Su definición de la ciudad es pragmática y de orden funcional. La define 162

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como el lugar permanente de residencia de administradores, comerciantes, artesanos y militares. La presencia de la población permanente permite hacer la distinción entre una ciudad y un centro ceremonial, mientras que el tipo de ocupación, y no el tamaño, marca la diferencia entre una ciudad y un pueblo. Desde esta perspectiva, que podría ser caracterizada como pragmática, los asentamientos que carecen de núcleos públicos formalmente diferenciados, y ocupan el área menor de 4 hectáreas, son de naturaleza aldeana. Las evidencias sugeridas para determinar si un asentamiento fue una ciudad, un centro ceremonial o un centro administrativo, a saber la ocupación de las élites residentes, no se consiguen por supuesto sin las excavaciones sistemáticas en área y a largo plazo. Por consiguiente, los partidarios del enfoque pragmático usan a menudo los tres términos que acabamos de mencionar alternativamente, como sinónimos o como términos compuestos. Por ejemplo, ciudad sagrada, centro ceremonialadministrativo, centro ceremonial poblado. Siguiendo los planteamientos de Rowe y sus propuestas cronológicas, Burger (1992) interpretó el crecimiento del área circundante el templo de Chavín de Huántar, en los siglos IV y III antes de Cristo como la expresión de un urbanismo incipiente. Algunos autores intentaron retroceder la fecha del inicio del urbanismo en los Andes mucho más hacia atrás, al segundo o incluso tercer milenio antes de Cristo (Pozorski y Pozorski 1987; Shady 2003a, 2003b, 2006; Haas y Creamer 2004; Haas y otros 2004a, 2004b). Sus propuestas se fundamentaban en la relativa frecuencia con la que rasgos considerados diagnósticos para centros administrativos y/o urbanos se manifiestan en la costa del Perú desde del Periodo Precerámico Tardío, y durante el Periodo Inicial, a saber: 1. Diseño espacial planificado u ordenado. 2. Complejidad formal y diferenciación funcional de la arquitectura monumental. 3. Presencia de zonas de vivienda, y de preparación de alimentos, en la vecindad de arquitectura monumental. 4. Área total que frecuentemente supera 10 hectáreas y puede llegar a 220 hectáreas (Caballo Muerto, Pampa de las Llamas-Moxeque; véase la síntesis en Seki 2014). 163


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La teoría de Carneiro fue evocada por Haas (1987) como sustento teórico para fundamentar el surgimiento temprano de organizaciones políticas complejas. Shady (Shady y Leyva 2003) prefirió, en cambio, adaptar a su manera la teoría de la revolución urbana de Childe, y enfocar el tema desde la perspectiva ecléctica, comparativa, pragmática y axiomática a la vez. Los usuarios de la acepción axiomática asumen que la existencia de extensos complejos de arquitectura monumental, diversificada formalmente y rodeada de áreas de vivienda, de almacenaje y de producción, implica necesariamente el grado avanzado de complejidad socioeconómica, llamado urbano (Southall 1998). En su opinión, el Estado despótico, con el desarrollado aparato coercitivo, y el urbanismo constituyen fenómenos tan universales como indisociables en los orígenes de la civilización. En la arqueología andina estos planteamientos se introdujeron a raíz de una interpretación del modelo de Collier (Steward y otros 1955) por Lumbreras (1974, 1986, 1987) y su alumno, Canziani (1987, 2009, 2010), siguiendo las pautas de Childe. Sus ideas han calado profundamente en la percepción del fenómeno de urbanismo por arqueólogos peruanos, del mismo modo como las de Collier y Schaedel en las investigaciones de estudiosos estadounidenses. Según los lineamientos de materialismo histórico, la revolución neolítica inevitablemente estaría creando bases para la segunda revolución urbana, siempre y cuando el sedentarismo generalizado estuviese sustentado por eficientes sistemas agropecuarios, capaces de generar excedentes almacenables. El incremento del excedente crea, conforme con la propuesta, el sustento necesario para el número cada vez mayor de productores especializados y dirigentes. En estas condiciones, la aparición de las clases sociales con intereses antagónicos es inminente, y con ellas el surgimiento del Estado con su aparato coercitivo. La clase dominante reside en la ciudad, la que se convierte también en la sede de los poderes del Estado. El desarrollo urbano es, desde esta perspectiva, el reflejo material de la formación de clases sociales. Originalmente, Lumbreras relacionaba el origen del fenómeno urbano en los Andes Centrales con las causas que hicieron surgir el Estado expansivo wari en la región de Ayacucho, entre el siglo V y VI después de Cristo. Los avances en los estudios sobre los periodos Arcaico (Precerámico) y Formativo (Periodo Inicial y Horizonte Temprano) lo 164

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han hecho cambiar de opinión y retroceder esta fecha, de manera coincidente con la propuesta de Rowe, hacia el fin del Periodo Formativo. Canziani (2009), a su vez, asume en el contexto del debate sobre la arquitectura del Periodo Precerámico que paradójicamente la ‘revolución urbana’ tuvo en los Andes un carácter evolutivo con cambios lentos y acumulativos. El proceso de urbanismo se iniciaría a fines del cuarto milenio antes de Cristo y demoraría más de tres mil años consolidarse al compás del surgimiento de élites sacerdotales y luego de élites guerreras cuyas relaciones con el campesinado habrían adquirido con el tiempo características antagónicas. A diferencia de los tres enfoques anteriores, la perspectiva funcional no se inspira en los resultados de prospecciones y de reconocimientos de superficie. Por el contrario, sus propuestas se fundamentan en las excavaciones sistemáticas, realizadas dentro de presumibles conjuntos urbanos, y están alimentadas, con frecuencia, por la reflexión posprocesual en arqueología. Aquellos resultados entraron en abierta contradicción con supuestos teóricos iniciales. Se ha investigado tanto los complejos planificados, hipotéticas capitales provinciales de imperios (por ejemplo, Azángaro wari: Anders 1986 o Huánuco Pampa inca: Morris y Thompson 1985), como asentamientos de crecimiento relativamente desordenado (por ejemplo, Cahuachi nazca: Silverman 1993, o Wari y Conchopata: Isbell 1988, 2001, 2009). En ambos casos se ha encontrado pocas áreas estrictamente residenciales, cuya extensión total estuvo en desproporción flagrante (por debajo de 10 por ciento del área total) respecto a la gran extensión de recintos abiertos y techados para reuniones, calles, pasadizos y plazas. Los asentamientos planificados del Horizonte Medio resultaron ser muy distantes en cuanto al uso y a la organización del espacio urbano de las colonias griegas o ciudades helenístico-romanas de traza supuestamente inspirada en las obras de Hipodamo de Mileto y/o descrita por Vitruvio. Por ende, los seguidores del enfoque funcional prefieren guardar mayor prudencia a la hora de usar conceptos de la ciudad y del urbanismo, los que están relacionados de manera indisociable con la reflexión histórica sobre el origen y el desarrollo de la cultura occidental. La perspectiva funcional implica un reto: hay que afrontar la reconstrucción del contexto cultural indígena a partir de las evidencias recuperadas en la excavación sistemática, y 165


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de la lectura crítica de fuentes históricas provenientes del Periodo Colonial Temprano. Este difícil camino fue de algún modo trazado por Rowe (1967) en el precursor artículo sobre las características particulares del Cuzco como capital de Tahuantinsuyo. Lo siguieron también John Murra y Craig Morris cuando se enfrentaron al reto de entender uno de los centros administrativos inca de mayor complejidad, fundado en medio de la puna, el de Huánuco Pampa (Morris y Thompson 1985).

¿Urbanismo o urbanismos?: la universalidad de modelos procesuales en tela de juicio Tanto la perspectiva comparativa, de inspiración neoevolucionista, como la perspectiva que llamamos axiomática, de corte neomarxista, se fundamentaban sobre el supuesto de carácter paradigmático que el proceso de formación de ciudades y luego de Estados e imperios, reconstruido a partir de las prospecciones y excavaciones en la cuenca baja del Éufrates y Tigris, tiene el carácter universal y se repite, por lo tanto, con mínimas variantes en todas las áreas del mundo donde se orginaron las civilizaciones prístinas. Las diferencias ambientales, tecnológicas e históricas no tendrían, por lo tanto, relevancia y no afectarían por nada la lógica de dicho proceso (Childe 1974; Adams 1966, 1981; Service 1975; Schaedel 1966, 1978, 1980). La falacia de este supuesto se evidenció en las últimas décadas a raíz del vertiginoso avance de las investigaciones arqueológicas en el Oriente Próximo. Se ha demostrado que: 1. El proceso de formación de primeras ciudades en Mesopotamia ocurrió mil años antes de la ‘revolución urbana’ descrita por Childe, esta misma que hoy recibe el nombre de la ‘segunda revolución urbana’ (Frangipane 2001; Akkermans y Schwartz 2003; Butterlin 2003; Yoffee 2005). 2. El proceso no se circunscribe a la cuenca baja sino que abarca tanto a la cuenca alta como a las cuencas vecinas, las que forman el centro dentro de una gran área de interacción que amerita por la primera vez en la historia de humanidad el nombre de ‘sistema mundo’ (Algaze 1993, 2001; Rothman 2001). 3. La evolución del patrón de asentamiento durante el tercer milenio antes de Cristo en el área de ‘Uruk countryside’ (Adams y Nissen 1972) no puede considerarse universal porque no se aplica a otras partes de la misma cuenca, ni tampoco a otras cuencas, como el valle del Nilo. 166

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4. El paisaje urbano de las cuencas del Éufrates y Tigris varía también en diacronía, pues dos otras ‘revoluciones urbanas’ suceden a la ‘segunda’, conforme cambia la organización económica, social y política durante el segundo y primer milenio antes de Cristo, antes de la conquista persa (Ramazzotti 2002; Ur 2010). Hoy cabe poca duda que, durante Chalcolítico Tardío y Bronce Temprano (cuarto y tercer milenio antes de Cristo), el tamaño promedio y la organización espacial de asentamientos guardaban relación directa con la calidad de suelos, el balance y características de recursos hídricos (Córdova 2005). Ramazzotti (2003) distingue cinco regiones en la parte media y baja de la cuenca de dos ríos (véase también Wilkinson 2000, 2003). Cada una posee características diferentes respecto a las demás en cuanto a la organización espacial de asentamientos. La típica organización jerárquica, producto del proceso sostenido de nucleación (Adams 1966, 1981) con la población concentrada en varios asentamientos muy grandes (mayores de 200 hectáreas) y grandes (mayores de 40 hectáreas), rodeados de aldeas medianas (mayores de 5 hectáreas) y chicas dispuestos en las orillas de cursos de agua, incluida la red de canales, caracteriza solo a dos zonas entrecuencas de Uruk-Warka y al área de Nippur, aunque en el paisaje de esta última zona predominan asentamientos chicos por debajo de 1 hectárea. Algunas de las cinco regiones estuvieron periódicamente alteradas por sequías, otros (cuenca baja) por incrementos de salinidad a raíz del riego intensivo. Por consiguiente, ninguno, salvo el valle de Diyala, gozaba de estabilidad, y las secuencias de cambios en el patrón de asentamientos durante el cuarto y tercer milenio son marcadamente diferentes. No se dispone de datos analizados con esta misma metodología para la parte alta de la cuenca del Éufrates y Tigris. No obstante, las evidencias de las excavaciones sistemáticas realizadas en los últimos 25 años sugieren que se trata de una evolución que posee también características particulares (Ur 2010) y no es comparable con los procesos observados en la cuenca del Uruk (Uruk countryside), pese a la indudable interacción, particularmente fuerte en el periodo Uruk. En este último periodo acontece una rápida transformación del sistema de asentamientos en el alto Éufrates y Tigris, gracias la fundación de colonias Uruk, como Habuba Kabira, y el crecimiento de centros locales cuya 167


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cultura material es también fuertemente influenciada por la cultura Uruk, como Tell Brak (Rothman 2004; Akkermans y Schwartz 2003). La comparación entre estas seis áreas en Mesopotamia y el valle del Nilo refuerza la impresión que varios tipos de urbanismo y varias secuencias de procesos aglomerativos tempranos se observan en el Oriente Próximo, todas en buena parte condicionadas por las características del medio ambiente y también por respuestas tecnológicas a los retos que este impone a las sociedades sedentarias y pastoriles. Por otro lado, la comparación mencionada invita a reconsiderar las relaciones entre el proceso de urbanismo (revolución urbana) y el surgimiento el Estado. Varios egiptólogos (Kemp 1989; Midant-Reynes 2000; Wilkinson 2001) han coincidido en observar que el Estado territorial que se forma en la cuenca del Nilo carece de antecedentes de ciudades-Estado como ocurrió en la vecina Mesopotamia. Trigger (1985, 2003) ha sugerido de manera acertada que la historia de urbanismo en Egipto difiere diametralmente de la de Mesopotamia. El urbanismo en Egipto tiene carácter compulsivo y se origina como consecuencia del surgimiento y evolución del Estado territorial. El origen del Estado fue tradicionalmente ubicado a fines de Nagada III, pero hoy se dispone del número creciente de evidencias, en particular procedentes de los cementerios de élite, que sitúan los inicios de este proceso muchos siglos antes (Seidlmayer 2009). Los centros ‘urbanos’ son capitales, centros administrativos y ceremoniales a la vez. Los más grandes de ellos (por ejemplo, Saqqara), con diseño planificado, de trazo ortogonal, fueron construidos para los obreros y funcionarios encargados del mantenimiento de las necrópolis reales. La mayoría de población vive en asentamientos chicos de carácter rural, e incluso los centros urbanos principales, como Hieracompolis, poseen un área muy restringida (Butzer 1976; Seidlmayer 1996; Wilkinson 1996; Trigger 1995, 2003: 139-140). Diferente es también el lugar de la arquitectura ceremonial monumental en el contexto considerado urbano en ambos casos. En Egipto, las áreas residenciales de tamaño relativamente reducido en comparación con la envergadura de espacios públicos ceremoniales se construyen para albergar a los constructores y los funcionarios de los palacios, de los templos o de las necrópolis. En Mesopotamia la arquitectura monumental, tanto de los templos como de los palacios, aparecen tarde en la secuencia (Uruk Tardío) tras varios siglos de 168

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crecimiento sostenido de los asentamientos, y los espacios urbanos están ocupados mayormente por densa arquitectura residencial (Liverani 2006; Stone 1997, 1999; Crawford Harris 2004; Van De Mieroop 1997). Los recientes trabajos en Mesopotamia están invitando también a una profunda reevaluación de la definición de la revolución urbana propuesta por Childe. El desarrollo de los centros urbanos de la cultura Uruk (hacia 4.000-3.100 antes de Cristo) antecede por más de mil años el uso generalizado de la escritura en la cuenca. En los asentamientos urbanos del valle alto solo se han encontrado evidencias de sistemas contables (tokens). Es asimismo evidente que tanto la primera como la segunda revolución urbana anteceden por varios siglos el incremento de la estratificación social y el surgimiento de la propiedad privada a fines del tercer milenio antes de Cristo (Steinkeller 2007; Trigger 2003). Los investigadores destacan tanto el carácter relativamente igualitario (Yoffee 2005) de las primeras sociedades consideradas ‘urbanas’, como el papel de la religión con ciertos matices ‘chamánicos’ en su vida política (Butterlin 2003). En la discusión surgieron dudas acerca de la validez del uso de criterios y conceptos acuñados para describir la realidad política y económica de los Estados de la segunda mitad del tercer milenio antes de Cristo para definir los procesos del surgimiento de las sociedades complejas durante el cuarto milenio, y, en particular, del concepto de la ciudad-Estado y del sistema-mundo (Algaze 1993, 2001). Se ha propuesto, entre otros, diferenciar entre una aldea grande que cumple el papel del centro y una ciudad, y caracterizar los desarrollos prehistóricos Obeid y Uruk como protourbanos en esencia (Butterlin 2003; Ur 2010), en vista de contrarrestar el sesgo mencionado. Por otro lado, el concepto de jefatura (chiefdom) como de señorío (complex chiefdom) tampoco ayudan a definir con precisión la diversidad de sistemas políticos complejos que emergen en Mesopotamia del cuarto milenio (Stein 2001; Frangipane 2001). Los investigadores enfatizan también las características particulares del urbanismo autóctono emergente en alta Mesopotamia y en Anatolia colindante (Stein 2001), como la ausencia de la arquitectura ceremonial monumental, comparable con los templos de Uruk (Liverani 2006). En algunos asentamientos, como en Arslan Tepe se registra en cambio primeros ejemplos de arquitectura palaciega y de las tumbas de élite guerrera (Frangipane 2001). 169


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Estas nuevas evidencias invitan una vez más repensar la aplicabilidad de influyentes modelos comparativos propuestos en el siglo XX por Steward y otros (1955), Adams (1966) y Service (1975). En Mesoamérica, como en Mesopotamia, la nucleación y la aparición de la arquitectura pública ocurrieron, por lo general, de manera simultánea. En ambos casos, el proceso de desarrollo ‘urbano’ tuvo carácter evolutivo, ha antecedido por varios siglos el uso de la escritura y abarcó regiones diferentes desde el punto de vista ecológico.

Se ha visto líneas antes que grandes diferencias se observan también cuando se compara los casos de Mesopotamia y de Egipto (Cowgill 2004). Trigger (1985, 1995, 2003) ha sido el primero en exponer estas evidencias y proponer un modelo alternativo de interpretación: relativamente brusco surgimiento de un Estado regional que impulsa la fundación de centros urbanos (Egipto: Kemp 1977, 1989) versus lenta evolución del sistema protourbano que anticipa la formación de peer polities, primeras ciudades-Estados históricos, preaccadienses (Mesopotamia).

Los estudios recientes ubican los orígenes del proceso en el Preclásico Temprano (Clark 2009), entre 1.600-900 antes de Cristo C14 (cal.), en el contexto político y social, interpretado como el periodo de formación de jefaturas que antecedieron al Estado olmeca. La arquitectura y las estatuillas de élite, incluidas las imágenes de jugadores de pelota, ofrecen un cómodo sustento para esta interpretación. Hay que enfatizar también en el papel de la plaza para juego de pelota que forma el centro de asentamientos protourbanos. Uno de ellos, el Paso de la Amada en Chiapas, llega a tener 140 hectáreas de extensión y cuenta con arquitectura ceremonial de carácter monumental en su centro (Clark 2009).

Desde la perspectiva teórica propuesta por el autor, esta diferencia se puede describir también de otra manera. El urbanismo egipcio posee características de un urbanismo compulsivo, promovido por el Estado territorial más antiguo del Oriente Próximo. De ahí la fuerte recurrencia de asentamientos planificados. En cambio, el urbanismo mesopotámico se constituye en el caso paradigmático del urbanismo evolutivo. Wilson (1997) y Kolata (1997) han intentado utilizar esta propuesta de Trigger (ob. cit.) para definir mejor la relación entre el urbanismo y el Estado en los Andes.

A juzgar por estas evidencias, más allá de las similitudes aparentes, hay también notables diferencias cuando se comparan los procesos urbanos en ambas áreas nucleares de desarrollo de civilizaciones prístinas. En Mesopotamia, la inversión del tiempo social en la construcción de templos se incrementa gradualmente con el desarrollo de la ciudad-Estado. El centro ceremonial, a menudo cercado con murallas, que comprende la pirámide escalonada-zigurat, otros templos de traza horizontal, y un palacio, llega a ser componente universal del paisaje urbano recién a partir de la Segunda Revolución Urbana (Crawford 2004).

Ambos coinciden en que no hay evidencias en registro que permitan interpretarlas como pruebas de la formación de varios ciudades-Estado en competencia, respectivamente para el valle de Santa y la cuenca del Titicaca. Sus argumentos hacen pensar que las particulares expresiones del urbanismo andino guardan mayor similitud con el valle del Nilo que con el proceso de evolución urbana en Mesopotamia. No obstante, es menester tomar en cuenta que el Estado territorial egipcio carece de antecedentes de más de cuatro mil años de desarrollo de sociedades complejas con características de jefaturas, jefaturas complejas y Estados, como el Tahuantinsuyo.

Cabe recordar, sin embargo, que en varias ciudades-Estado de la cuenca alta, como Ebla o Mari, el palacio y no el templo se constituía en el centro del tejido urbano. Los antecedentes de la arquitectura pública ceremonial en los periodos Obeid y Uruk (Primera Revolución Urbana) son modestos. El edificio de culto repite en Mesopotamia del Sur el plano de una casa multifamiliar. Por otro lado, la mayoría de investigadores que trabajan en Mesopotamia (por ejemplo, Frangipane 2001; Stein Klein 2001; Yoffee 2005) están de acuerdo con que la ‘revolución urbana’ ha condicionado desarrollos sociales y políticos que carecen por completo de rasgos comunes con jefaturas.

A su vez, es posible seguir cambios sociales y vaivenes de la coyuntura política, auges y crisis, de un Estado despótico por intermedio de la impresionante arquitectura pública del Egipto Antiguo: necrópolis, centros ceremoniales, templos fuera del ámbito urbano, ciudades, fortalezas. Los antecedentes de esta arquitectura en la época predinástica, cuando el poder estuvo repartido entre jefes de varias comunidades territoriales en competencia, son más que modestos (Seidlmayer 1996; Wilkinson 1996; Middant-Reyes 2000). Se presume que los espacios ceremoniales se creaban mediante construcciones de materiales perecibles días antes de las fiestas para desmontarlas luego total o parcialmente.

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A medida que la discusión del fenómeno urbano por arqueólogos e historiadores abarca nuevas áreas de América indígena, África y Asia, antes no incorporadas en el discurso sobre el origen de la civilización, el debate se vuelve más encendido, la diversidad de procesos urbanos y también de características de asentamientos y sus redes es más evidente (Marcus y Sabloff 2008). La idea de que el concepto de urbanismo es una herramienta comparativa para describir una rica diversidad de destinos históricos no es nueva. Tampoco es nuevo el convencimiento de que, dada esta diversidad, el urbanismo no se debe circunscribir a una sola imagen paradigmática, acuñada a partir de la realidad moderna, la que se forja con el capitalismo mercantil del fin de la Edad Media y consolida con la Revolución industrial. Sospecho que la intuición más o menos consciente de la diversidad de urbanismos fue compartida por generaciones de historiadores, de arqueólogos clásicos y de medievalistas desde Foustel de Coulanges. Para todos ellos quedaba muy en claro cuán diferentes eran, por ejemplo, las poleis griegas de tiempo de la gran colonización, en comparación con las ciudades helenísticas y romanas, y estas con complejo urbanismo medieval. A lo largo de siglos cambiaban drásticamente las relaciones entre la ciudad y el Estado, entre los habitantes de las ciudades y las clases dominantes, las que no necesariamente residían de manera permanente en el casco urbano. El seguimiento de estas diferencias fue siempre relevante en la historiografía marxista de ayer y hoy. Por ejemplo, en una síntesis de historia de urbanismo reciente, escrita desde la perspectiva de materialismo histórico, Aidan Southall (1998: 8, 15 y passim) enfatiza las diferencias abismales de relaciones entre la ciudad y el campo que se manifiestan en diferentes lugares y épocas históricas que Marx consideró diagnósticas para la definición de sus modos de producción, a saber el Oriente Próximo, Grecia, Europa medieval, la Era Moderna (véase el cuadro): Si bien la redefinición de los modos de producción y la caracterización del urbanismo grecorromano por Southall son discutibles, la idea de fondo es convincente. En cada urbanismo se materializan los mecanismos económicos, las relaciones sociales y las instituciones políticas vigentes en el lugar y en la época. Asimismo, cada tipo de paisaje urbano es un poderoso elemento activo 172

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Modo de producción asiático Modo de producción antiguo

Ciudad y campo indisociables (unity of town and country) Ruralización de la ciudad (ruralization of the city)

Modo de producción feudal

Relaciones antagónicas entre la ciudad y el campo (antagonism town y country)

Modo de producción capitalista

Urbanización del campo (urbanization of the country)

del sistema, en tanto como infraestructura, como expresión del poder y como la materialización de los múltiples capitales (Bourdieu 1977), acumulados por los actores sociales, y también como vehículo de la memoria compartida. Es evidente, por ejemplo, para todo visitante culto, la relación cambiante en el paisaje mediterráneo entre las múltiples tipos de residencias de élite, rurales y urbanas, fortificadas o no, por un lado, las ciudades de distinta traza, planificadas o no, por el otro, y templos así como conventos, a medida que transcurren los siglos y cambian los condicionamientos tecnológicos y socioeconómicos. El conocedor de la historia descubre diversos paisajes culturales sobrepuestos desde los tiempos romanos hasta nuestros días. La cambiante estructura de tenencia de tierra, condicionada por las tecnologías agrícolas está también inscrita en el paisaje (por ejemplo, Vermeulen y De Dapper 2000). Por otro lado, para Marx y varios de sus seguidores posmodernos (por ejemplo, Mann 1986, Wolf 1982), el tipo de urbanismo como todo el sistema económico están condicionados por el desarrollo tecnológico y en particular por los medios de transporte marítimo, fluvial y terrestre. Desde la perspectiva delineada, resulta obvio que el urbanismo que nace en el seno de la variante andina del modo de producción basado sobre parentesco, con un sistema económico caracterizado por la propiedad corporativa y por el monopolio de Estado en intercambios a larga distancia (Murra 1980; Burger 2013; Goldstein 2013; Topic 2013; Stanish y Cohen 2013), y además con serias limitaciones en cuanto al volumen de bienes que se podrían transportar, debería poseer características singulares que lo distinguieran de los demás. 173


Las particularidades del urbanismo andino Tras recoger las observaciones y críticas de Rowe (1967), Morris (1972), Morris y Thompson (1985), Silverman (1993), Anders (1986), entre otros, sugerí (1996, 1999, 2000, 2002, 2008) que el sistema andino fue en su esencia antiurbano, si se toma por referencia las características esenciales del urbanismo occidental. El mismo término usó de manera independiente Kolata (1997) para referirse a las características de las capitales de Tiahuanaco.

Plano general de las Huacas del Sol y de la Luna (Proyecto Arqueológico Huacas del Sol y de la Luna, 2010).

En los Andes Centrales, la mayor parte de población en todas las épocas, desde el Precerámico, vivía en asentamientos dispersos, localizados fuera del límite de cultivos. Su área promedia no sobrepasaba 4 hectáreas, salvo casos de capitales regionales, probables lugares de residencia de élite guerrera. Muchos de los sitios grandes y medianos de tamaño mayor de 4 hectáreas deben su tamaño al crecimiento horizontal durante fases sucesivas en las que asimismo se abandona zonas previamente usadas. Escasas aglomeraciones cuentan con amplias zonas residenciales comprobadas y cuya extensión supera 200 hectáreas. Por ejemplo, las Huacas del Sol y de la Luna, Wari, Pampa Grande, Cajamarquilla, Chan Chan y Huánuco Pampa deben su existencia al urbanismo compulsivo del Estado (Morris 1972). Ninguna sobrevivió a la coyuntura política que ha contribuido en su fundación. Los complejos considerados urbanos cumplían la función de capitales, centros administrativos y ceremoniales. En los Andes, eficientes ideologías religiosas y nutridos calendarios ceremoniales regulaban desplazamientos anuales de grupos de población, y con ellos de servicios y bienes requeridos, por ejemplo, la descripción del sistema inca por los cronistas españoles (Rowe 1967; Von Hagen y Morris 1998). La arquitectura monumental, distribuida a lo largo de caminos y canales de riego, y agrupada en los centros ceremoniales de distinto rango, orientaba a los flujos de mano de obra y de productos, convertía el paisaje profano en un escenario sagrado y otorgaba a los tributos, en trabajo y en productos, el carácter de obligación religiosa.

Levantamiento 3D de la Huaca de la Luna (Tavera en Gavazzi, 2010).

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Plano de la Huaca de la Luna (Proyecto Arqueológico Huacas del Sol y de la Luna, 2010).

Las preparaciones para la guerra y los intercambios comerciales no escapaban de este marco ceremonial. Desde la perspectiva de la historia de instituciones políticas, el urbanismo andino podría definirse en primera instancia como la materialización del poder difuso (Mann 1986) y, por lo tanto, como el medio 175


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y el escenario de transmisión de ideologías religiosas, así como el instrumento poderoso de la memoria social inscrita en el paisaje (Silverman 2002). Élites de los señoríos (complex chiefdoms) y de los Estados incoados emergentes utilizan estos mecanismos y recursos ancestrales para tejer redes del poder de carácter esencialmente hegemónico (D’Altroy 2002). El desarrollo incipiente de medios de transporte marítimo y terrestre pone serias limitaciones para la organización territorial del poder hasta el Horizonte Tardío. De ahí, los instrumentos de análisis heterárquica de uso reciente en la historia de investigaciones (por ejemplo, Dillehay 2001; Vega-Centeno 2004, 2008; Janusek 2010) resultan de suma utilidad para comprender las características y funciones de los centros. Mi hipótesis tiende a explicar las siguientes características particulares del urbanismo sui géneris andino: 1. La inestabilidad del sistema de asentamientos. Esta se refleja en la ausencia de los tell urbanos, estratificados, en largos hiatos ocupacionales, los que se observan en la estratigrafía de asentamientos con ocupaciones múltiples, y en cambios drásticos en la distribución espacial de sitios cada 400 a 600 años. 2. La predominancia de la arquitectura pública (en promedio, más de 60 por ciento del área total del sitio) que incorpora a los espacios sagrados, y margina a los espacios domésticos, en todos los complejos considerados urbanos, y documentados hasta el presente. 3. La recurrencia de las formas de arquitectura ceremonial, por ejemplo, la plaza, el patio hundido, el recinto cercado, la plataforma escalonada, la pirámide con rampa, en los sitios calificados como centros urbanos o administrativos. 4. Los antecedentes sorprendentemente precoces de varias formas de arquitectura ceremonial y del particular sistema andino de asentamientos, caracterizado en los numerales 1-3, en el Precerámico (Periodo Arcaico) Medio y, sobre todo, Tardío.

Huacas del Sol (primer plano) y de la Luna, vista desde el Oeste hacia el Cerro Blanco; entre las dos pirámides se extienden área residenciales.

La mayoría de autores relaciona orígenes del urbanismo andino con el particular tipo de asentamiento extenso que corresponde a la definición del centro ceremonial poblado. Este tipo de asentamiento con arquitectura monumental pública y 176

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reducido sector residencial asociado aparece de manera simultánea en la costa y en la Sierra Norte del Perú, desde el Precerámico Tardío (aproximadamente 2.700-1.800/1.500 antes de Cristo). Aislados antecedentes en el periodo anterior (Precerámico Medio: Dillehay y otros 1997) y la relación cronológica directa con el fin del proceso de domesticación de la mayoría de cultígenos, insinúan que la aparición precoz de la arquitectura pública forma parte del proceso mismo de constitución de sociedades sedentarias, agrícolas (Burger 1992, 2007; Dillehay y otros 2004, 2005) y pastoriles (Bonnier y Rosenberg 1988) en los Andes Centrales. El papel de uso de recursos marinos, aunque importante (Chu 2008), no parece tener relevancia que le atribuía Moseley (1975, 1985). Lo demuestran tanto los estudios recientes sobre la dieta (Dillehay y otros 2004), como el desarrollo precoz de la arquitectura monumental en la sierra, lejos del litoral marino (Dillehay y otros 2005; Bonnier 1997; Bonnier y Rosenberg 1988). Cabe enfatizar que las variadas formas de arquitectura ceremonial, entre plataformas, pirámides, recintos techados y abiertos, plazas circulares, con gradería o sin ella, las que se combinan en Caral (Vega-Centeno 2004, 2010), y deciden sobre su apariencia ‘urbana’ aparecen aisladas o combinadas de manera de lo más variada, tanto en el valle de Supe como en los valles vecinos. Para Vega-Centeno (2008b: 47), «dos recintos articulados, con accesos frontales, laterales y uno posterior, con banquetas en las zonas posterior y lateral, y con un fogón cerca de la zona frontal» suelen esconderse en un montículo artificial bajo o sobreponerse en una pirámide. La asociación con una plaza circular es frecuente. Hay por lo menos un asentamiento de este tipo en cada segmento del valle. Por otro lado, el número de estructuras monumentales en cada asentamiento varía entre una, la situación más frecuente (por ejemplo, Cerro Lampay: Vega-Centeno 2004, 2008) y casi dos decenas, sin algún patrón numérico particularmente recurrente (Shady 2003a, 2003b, 2008).

Templo Las Haldas, Casma, Áncash.

Como bien lo ha observado Vega-Centeno (2008, 2010), la variación de extensión del sitio, del número de estructuras monumentales y del volumen de muros y rellenos movilizado durante la construcción parecen guardar relación con factores de orden heterárquico, como la ubicación del centro ceremonial respecto a caminos intervalles y a áreas de cultivo, la duración del uso de este espacio para reuniones de uno o varios grupos humanos, etcétera. 178

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El área con la comprobada ocupación doméstica es ínfima respecto al área pública de uso ceremonial incluso en el caso de Caral, no superando 1 por ciento. En este contexto, resulta muy probable que la extensión y la complejidad es el resultado del crecimiento a lo largo de siglos, en el que algunas estructuras quedaron abandonadas, otras adaptadas, otras construidas sobre las anteriores en desuso, otras nuevas levantadas en espacios vacíos. Las tazas del uso simultáneo de los espacios construidos durante por lo menos mil años de existencia de Caral quedan por establecer. La introducción de la cerámica no implica cambios culturales de importancia y las tradiciones arquitectónicas originarias del Periodo Precerámico continúan desarrollándose aproximadamente 800 antes de Cristo C 14 cal. (Donnan 1985; Burger 1992; Kaulicke y Onuki 2010; Seki 2014). Desde el punto de vista formal, todos los tipos generales de sitios con arquitectura pública, conocidos de los periodos posteriores, están representados: la estructura ceremonial aislada (Las Haldas, La Galgada, Mina Perdida), complejo de estructuras ceremoniales (Aspero, Salinas de Chao, Caral-Chupacigarro, Taukachi-Konkan, Kotosh), complejo planificado y articulado alrededor de plazas y ejes de comunicación (El Paraíso, Moxeke). Hay otros aspectos comparables con grandes complejos de periodos posteriores: 1. La costumbre de sepultar ritualmente edificios ceremoniales y volver a construir otros similares en la cima. 2. La extensión de hasta 220 hectáreas (por ejemplo, Caballo Muerto). 3. Impresionantes volúmenes construidos en adobe y piedra (por ejemplo, Sechín Alto, 300 por 250 por 44 metros). 4. La decoración figurativa de fachadas (por ejemplo, Garagay, Cerro Sechín, Cerro Ventarrón, Limoncarro). 5. La diversidad formal, y potencialmente funcional, de arquitectura (por ejemplo, Moxeke, Huaca de los Reyes).

La Galgada, Pallasca, Áncash.

Los datos acerca de áreas domésticas y de depósitos están sesgados, pues se desprenden del avance de investigaciones de campo y del estado de conservación. Sin embargo, se han documentado algunas áreas habitacionales como componente de los sitios pertenecientes a cada una de las tres categorías mencionadas. Por ejemplo, Caral, Cardal, Monte Grande, Moxeke (Burger 1992, 2007; Pozorski y Pozorski 1987, 1991; Tellenbach 1986). Todas estas evidencias a favor de la fecha 180

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temprana para el inicio del urbanismo, en sentido estricto, en los Andes se ven contrarestadas por el contexto socioeconómico. La imagen de una sociedad relativamente igualitaria y pacífica se desprende de las costumbres funerarias. Entre los hipotéticos jefes, hay personajes de ambos sexos y a veces de edad muy avanzada para la época. El ajuar funerario enfatiza sus destrezas como chamanes o diestros cazadores y pescadores (Burger 2008; Chapdelaine y Pimentel 2008). Si bien pueden haber materias primas u objetos exóticos (conchas de Spondylus sp., plumas y semillas de la selva), los ajuares de los jefes son muy modestos en comparación con los ajuares de élites provenientes de los periodos posteriores. La época de la construcción de grandes centros ceremoniales que se originó en el Periodo Precerámico culmina de manera abrupta tras tres mil años de vigencia en algunas zonas. Resulta paradójico que el ocaso de esta tradición acontece en el contexto de importantes adelantos tecnológicos, estos mismos que suelen ser considerados factores que propician la diferenciación social y la ‘revolución urbana’ en los influyentes modelos procesuales de Steward (Steward y otros 1955), Childe (1974), Service (1975) o Schaedel (1978, 1980). A partir de la primera mitad del primer milenio antes de Cristo, aproximadamente, se intensifican de manera gradual intercambios a larga distancia de materias primas (obsidiana, oro, Spondylus sp., lana de camélidos) y de parafernalia de culto (cerámica, textiles, adornos de oro; Burger 1988, 1992, 1993). Se difunde de Sur al Norte la crianza de camélidos (Uzawa 2010) y se dan los principales inventos tecnológicos en materia de producción textil, de metalurgia y de orfebrería, cuya relevancia se aprecia en el resto de la secuencia prehispánica. No cabe duda que la estratificación social se incrementa (por ejemplo, tumbas de Kuntur Wasi: Onuki 1995) y los liderazgos se institucionalizan y cambian de carácter a partir de este periodo. Las evidencias de conflictos bélicos (armas y estructuras defensivas: Topic y Topic 1997; Ghezzi 2004, 2008a; Chamussy 2009; Arkush y Tung 2013) se vuelven notorios durante el Horizonte Temprano (Formativo Medio, aproximadamente 800-200 antes de Cristo). La iconografía y los ajuares funerarios no dejan lugar a duda que la preparación para el combate es una de las principales condiciones para que un individuo pueda ascender en la escala social e integrar al estrato de 182

Pintura mural en Huaca Ventarrón, valle de Reque, Pomalca, Lambayeque.

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élite (Makowski 2010). Las élites se autodefinen asisimismo por sus atuendos y atributos como guerreras. Se ha intentado correlacionar estas tendencias de desarrollo socioeconómico, con la ampliación gradual del área circundante al templo de Chavín de Huántar (Burger 1992, 1993 inter alia) y con la aparición de sitios con arquitectura de diseño ortogonal (por ejemplo, San Diego: Pozorski y Pozorski 1987; Huambacho: Chicoine 2006, 2010), como expresiones de un urbanismo incipiente. Sin embargo, no fue posible aún demostrar en Chavín que los cambios mencionados se deben efectivamente al incremento de la población permanente, y no se desprenden de funciones ceremoniales específicas. Campamentos de peregrinos, recintos para banquetes rituales, talleres de producción de parafernalia de culto, etcétera, pueden dejar vestigios similares que un asentamiento protourbano. En el caso de Huambacho (Chicoine 2006) y de San Diego (Pozorski y Pozorski 1987) no cabe duda de que la razón de la construcción de edificios fue ceremonial (Ghezzi, información personal). Los edificios de traza ortogonal, repetidos con variaciones y diferencias de escala, erigidos uno al lado del otro, se componen de patios con pórticos, banquetas y nichos decorativos en los muros. Las vasijas para ofrecer bebida y alimentos y los instrumentos musicales son los hallazgos particularmente recurrentes. Es de suponer que cada edificio podía albergar en los días festivos a un grupo concreto de oficiantes y participantes de rituales. Chanquillo, si bien destaca por su complejidad y envergadura, es representativo para el nuevo tipo de asentamientos con la arquitectura pública, que se construyen durante y luego del ocaso de Chavín de Huántar en el Norte Chico, y en la Costa Norte, al sur del valle de Moche, hasta el Norte Chico (Brown-Vega 2010). En términos generales, el asentamiento se compone de un templo fortificado en la cima de la montaña cercada con imponentes murallas concéntricas, y de un gran complejo de traza ortogonal que se extiende de ambos lados de una fila de trece torres, al pie del templo. El complejo ortogonal comprende plazas y recintos con pocos espacios techados.

Chanquillo, torres para la observación del movimiento anual del Sol y de la Luna, valle de Casma, Áncash.

Las investigaciones realizadas demuestran que el asentamiento pese a su apariencia fue un gran centro ceremonial en el que se realizaban varias fiestas al año, incluidos 184

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combates rituales. Los participantes reunidos en las plazas podían participar en las ceremonias en las que se establecían fechas importantes mediante observación del desplazamiento del Sol y de la Luna en sus salidas y puestas respecto a la línea demarcada por las torres. El templo cumplía también la función del refugio en el caso de conflictos bélicos reales y de hecho fue clausurado cuando sus usuarios fueron derrotados, posiblemente por vecinos (Ghezzi 2004, 2008a, 2008b; Ghezzi y Ruggles 2011). Como se ha visto, las grandes tradiciones norteñas de arquitectura ceremonial precerámica y formativa no constituyen un antecedente directo para los centros ceremoniales y urbanos del Periodo Intermedio Temprano y Horizonte Medio (200 antes de Cristo- 900 después de Cristo). En el Norte, el ocaso de las culturas Chavín y Cupisnique implica una ruptura de continuidad cultural, que se manifiesta con particular fuerza en el diseño de arquitectura y en las técnicas constructivas. Entre el siglo II antes de Cristo y II después de Cristo, el patrón predominante de asentamientos es disperso, las construcciones de probable carácter defensivo son más frecuentes que estructuras ceremoniales. Estas últimas, por lo general de poca envergadura, salvo excepciones (por ejemplo, Chanquillo) combinan componentes de posible función ceremonial en el interior con múltiples recintos defensivos (Topic y Topic 1997). La aglomeración de Cerro Arena (cultura Salinar: Brennan 1980) constituye un caso excepcional del gran asentamiento solo habitacional, con características defensivas y barrios de élite. Como se desprende de lo expuesto, entre el Horizonte Temprano e Intermedio Temprano, en la mitad norte de los Andes Centrales acontecen dramáticos cambios en la manera de invertir el tiempo social. La inversión en la arquitectura ceremonial disminuye drásticamente restringiéndose a centros políticos principales. En cambio, se incrementa el tiempo consagrado por las poblaciones para producir materias primas y artefactos —en particular, vestidos, tocados y adornos— que se consideran indispensables en la realización de rituales supracomunitarios. Estos mismos artefactos son depositados en los entierros como símbolos de poder y eventualmente medios de su legitimación mediante la figura de ancestralización o deificación del gobernante (Makowski 2005b, 2010). En estas mismas cuencas donde antes se construía cientos de centros ceremoniales en el fondo del valle 186

Templo fortificado de Chanquillo y el observatorio solar, Casma, Áncash.

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a lo largo del río, poblaciones (Horizonte Temprano) levantan laboriosamente murallas y recintos fortificados en las cimas de los cerros, a partir de fases finales del Periodo Formativo. Poca duda cabe para mí que el ocaso de Chavín marca un antes y un después para dos estrategias diferentes de poder. En la más antigua, relacionada posiblemente con el periodo mismo de sedentarización, las relaciones políticas entre grupos aldeanos se negociaban en medio de fiestas compartidas. Las ideologías religiosas que brindaban sustento para la convivencia esencialmente pacífica —salvo casos excepcionales como el del cerro Sechín con las imágenes de sacrificio humano masivo— se inscribían en el paisaje mediante construcción y remodelación cíclica de centros ceremoniales. En cambio, en los periodos subsiguientes, los pobladores de aldeas construían edificios que servían de escenarios para las batallas rituales y las contiendas bélicas, así como para las ceremonias de iniciación y de instrucción de guerreros. Se ha incrementado dramáticamente la competencia entre las poblaciones vecinas por acceso a recursos, tierra, agua, áreas de caza, recolección, marisqueo, pesca, lo que explica las manifestaciones tan contundentes de la violencia institucionalizada. En el Sur, las tradiciones regionales de arquitectura monumental nacen con dos mil años de atraso respecto al Norte, a partir del Periodo Horizonte Temprano (Silverman 2009), y se proyectan manteniendo sus características formales y funcionales hacia el Periodo Intermedio Temprano (equivalentes de manera aproximada al Periodo Formativo de la cuenca del lago Titicaca). Las expresiones más antiguas se conocen del altiplano del Titicaca (Chiripa y Pucará: Stanish 2003; Tantaleán 2010). En la costa, el bajo Chincha (s. V-IV antes de Cristo) y el centro ceremonial las Ánimas de Ica (Paracas Cavernas siglos III-I antes de Cristo) podrían considerarse como antecedente de Cahuachi (cultura Nazca, siglos II-V después de Cristo).

Foto aérea de Pikillacta, centro administrativo wari, Cuzco.

Los tres complejos arriba mencionados se componen de plataformas escalonadas con recintos rectangulares y espacios techados en la cima. En los tres casos, hay evidencias de ampliaciones y de sepultura intencional del edificio más antiguo dentro de la plataforma que sirve de base para una estructura nueva (Gavazzi 2010). En el caso de Cahuachi, los constructores modifican asimismo mediante 188

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muros de contención y rellenos el relieve natural de terreno. Silverman (1993, 2003) y Orefici (ed. 2009) demostraron en sus excavaciones que Cahuachi fue un centro ceremonial vacío o con poca población permanente (Llanos 2009), construido por el esfuerzo de varias comunidades. Cada una de ellas contribuía en la ampliación de su recinto. Del mismo periodo se conoce una serie de sitios con arquitectura ortogonal y de gran extensión (Chongos, Paracas 54 hectáreas, Ventilla, 200 hectáreas, Dos Palmas, Cordero Bajo: Peters 1987-1988; Tello 1959, Tello y Mejía Xesspe 1979: 251-261, figura 2 76, 78, 81; Rowe 1963, plano I; Massey 1986). Algunos de ellos son claramente domésticos (por ejemplo, Cordero Bajo: Massey 1986), pero otros (por ejemplo, Chongos: Peters 1987-1988) parecen haber cumplido funciones públicas, ceremoniales, dadas la dimensión de recintos y las características de hallazgos. Similares tendencias aglomerativas se observan a partir del segundo siglo después de Cristo en la Costa Norte (Wilson 1988). Los sitios se distribuyen de manera bipolar: extensos asentamientos alrededor o lado de los templos monumentales erigidos sobre plataformas escalonadas, estuvieron localizados en el litoral, uno por valle (por ejemplo, Grupo Gallinazo y Huancaco, Moche-Huacas del Sol y de la Luna, huacas Cao, Maranga: Canziani 2009); aldeas, asentamientos de élite y estructuras defensivas formaban aglomeraciones discontinuas en las laderas atarazadas, valle adentro, cerca de las bocatomas de canales (por ejemplo, valles de Virú y Santa: Willey 1953; Wilson 1988). La mayoría de estudiosos coincide en la opinión que las primeras ‘ciudades’, en sentido estricto, aparecen en los Andes Centrales al fin del Periodo Intermedio Temprano y durante el Horizonte Medio (hacia 400-1.000 después de Cristo, C14 cal. Collier 1955; Schaedel 1966, 1978, 1980; Lumbreras 1974, 1975, 1987; Shimada 1994; Von Hagen y Morris 1998; Canziani 1992, 2009). Entre los argumentos principales que lo respaldan se suele citar la intempestiva y generalizada aparición de grandes aglomeraciones, así como la supuesta difusión de trazo planificado. El primer argumento es convincente. Complejos de apariencia urbana y crecimiento parcialmente desordenado, compuestos de amplios núcleos de arquitectura ceremonial, de talleres de producción, de áreas de preparación de alimentos a gran escala, de depósitos, de residencias de élite y de barrios habitacionales de población dependiente (por ejemplo, Galindo, Pampa Grande, Marca Huamachuco, 190

Urbanismo andino. Centro ceremonial y ciudad en el Perú prehispánico

Cajamarquilla, Wari, Tiahuanaco) fueron construidos con notable rapidez a partir del siglo VI después de Cristo (Von Hagen y Morris 1998; Shimada 1991, 1994; Mogrovejo y Segura 2001; Isbell 2001; Janusek 2004; Canziani 2009). Dado el contexto de calamidades climáticas (prolongadas sequías y un meganiño) y de conflictos políticos, que preceden y acompañan la expansión wari, es probable que este fenómeno constituya una respuesta a la situación de crisis política en el caso de la costa. Las aglomeraciones cercanas a las bocatomas de canales principales permitían mantener concentrada a la élite guerrera en un punto estratégico central respecto al sistema de riego y, por lo tanto, disponible para defender sus linderos. La premisa de trazo planificado se está formulando sin duda, a partir de la comparación implícita con el trazo de damero de las ciudades mediterráneas, construidas según el ordenamiento tradicionalmente atribuido a Hipodamo de Mileto (Ward Perkins 1974) e incorporado en la teoría del urbanismo de tiempos modernos gracias, entre otros a Vitruvio. Dado que el trazo del damero, característico para las ciudades que la Corona española funda ab novo tanto en la Península Ibérica como en las colonias, se ha difundido en ambas Américas, numerosos investigadores (por ejemplo, Collier 1955; Schaedel 1966, 1978, 1980; Hardoy 1999) lo consideran una característica imanente de toda ciudad, no obstante que este tipo de trazo no se manifiesta en las ciudades que hayan conocido una evolución larga (por ejemplo, Uruk, Roma, Atenas, Sevilla y tantos otros casos de ciudades medievales: Buko y McCarthy 2010). Todo lo contrario, en los casos citados del urbanismo evolutivo, y en tantos otros más, las aglomeraciones urbanas con calles estrechas y sinuosas suelen crecer de manera más o menos caótica, limitadas solo por las áreas públicas, y eventualmente por el cinturón de murallas. El criterio de planificación según la traza ortogonal, como supuesta propiedad de todo asentamiento urbano, resulta a nuestro juicio inaplicable a los contextos andinos por varias razones, tanto empíricas como teóricas. En primera instancia, en ninguno de los asentamientos considerados urbanos que cuentan con varias fases ocupacionales sobrepuestas, correspondientes a más de un periodo en la secuencia regional, se ha podido demostrar que haya existido un plano regulador inicial, y que este plano haya condicionado la organización espacial del asentamiento. Durante décadas se ha mantenido vigente en la arqueología andina la hipótesis de que ambos imperios, el hipotético Imperio wari y el Tahuantinsuyo, fundaron capitales y 191


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centros administrativos de carácter urbano, según la traza ortogonal, similar a las fundaciones españolas (Schaedel 1978, 1980; Isbell 1988; inter alia; Hyslop 1990). La hipótesis no se ha confirmado en las posteriores excavaciones en área, que se iniciaron en estos mismos centros. Se ha descartado la posibilidad que la apariencia planificada de los asentamientos de la Costa Norte (por ejemplo, Pacatnamú, Galindo, Pampa Grande, Pacatnamú o Chan Chan: Bawden 1982; Shimada 1994; Donnan y Cock 1986; Moseley y otros 1990; Campana 2006) y los de la Costa Central (por ejemplo, Cajamarquilla, Pachacámac) se haya originado con su fundación por los hipotéticos constructores waris. En ciertos casos (por ejemplo, Pachacámac, Makowski (ed.) y otros 2006, 2008b, 2010b, 2011 y este volumen) esta apariencia es el resultado de la intervención inca, en otros, la organización espacial del sitio obedece a cánones claramente locales, previos o posteriores al Horizonte Medio 2 (por ejemplo, Cajamarquilla, Mogrovejo y Makowski 1999, Mogrovejo y Segura 2001, Narváez 2006). Se ha puesto incluso en tela de juicio de manera justificada el origen wari de la traza de algunos complejos urbanos de la sierra norte (por ejemplo, Marcahuamachuco: Topic 1991, Topic y Topic 2001; Honcopampa: Tschauner 2003). Por otro lado, tanto en las tradiciones regionales como en las tradiciones imperiales, los principios de la planificación que se registran empíricamente carecen de parecido con las reglas y procedimientos que rigen en el urbanismo moderno. En el urbanismo occidental con indudables orígenes grecorromanos, las calles como ejes de comunicación entre zonas residenciales y de producción, por un lado, y las áreas públicas articuladas alrededor de las plazas, por el otro, se constituyen asimismo en ejes naturales de planificación. En cambio, en el urbanismo andino del Horizonte Medio y de los periodos tardíos, la apariencia planificada se crea, por lo general, cuando se construyen secuencialmente, uno a lado del otro, recintos amurallados. La complejidad comprendida en los recintos varía regionalmente y temporalmente. Las cercaduras en la Costa Norte, las ciudadelas como las de Chan Chan y las canchas en la arquitectura inca (Hyslop 1990) pueden citarse entre ejemplos mejor conocidos. En la mayoría de casos, cada recinto es independiente del otro en cuanto a su traza y orientación precisa. Los recintos difieren también uno del otro en tamaño y en la organización espacial interna. 192

Paccha inca con representación de la típica cancha, Cuzco.

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No obstante, debido a su traza cuadrangular y, a veces también posiblemente por los coincidentes principios de orientación astronómica para algunos edificios (por ejemplo, Chan Chan: Sakai 1998; Tiahuanaco: Benítez 2009), se crea la impresión falsa de un ordenamiento espacial preconcebido. No obstante, en todos los casos paradigmáticos de las grandes capitales prehispánicas estudiadas por medio de excavaciones en área, como Chan Chan (Kolata 1982, 1990; Campana 2006), Tiahuanaco (Vranich 2006, 2009), Wari (Isbell 2001, 2004, 2009; Ochatoma y Cabrera 2010) y Pachacámac (Makowski [ed.] 2006, 2008, 2010, 2011; Eeckhout 1999, 1999-2000, 2004a, 2004b), los recintos, o los recintos sobre plataformas como en el caso de Tiahuanaco, se construían rápido, se usaban en un tiempo relativamente corto y se volvían a construir nuevos, al lado o encima de los anteriores. Es cierto también que la mayoría de los centros administrativos provinciales waris, como Pikillacta (Mc Ewan 2005), Viracochapampa (Topic 1991), Azángaro (Anders 1986, 1991) o Jincamocco (Schreiber 1992), fueron edificados según un diseño previamente concebido, diáfano en su rigurosa geometría y en la lógica de combinaciones de formas arquitectónicas. Es más, tanto la traza marcada en el terreno para la edificación posterior de muros como los edificios en diversas etapas de avance de la construcción, nunca terminada, se han conservado bien (Topic 1991, Mc Ewan 2005).

Pikillacta, departamento de Cuzco, centro administrativo provincial del Imperio Wari. Vista oblicua con un sector de canchas, nótense muros con hastiales consevados.

Isbell (Isbell 2004, 2006) ha propuesto que la planificación se organizaba respecto a la traza del patio central. A la unidad patio central se adosaba unidades cuadrangulares similares. Mc Ewan (2005), a su vez, ha demostrado que los constructores combinaban un repertorio reducido de formas arquitectónicas techadas, para organizar el espacio interno de las unidades-patio adosadas una a la otra. Anders (1986, 1991) ha sugerido para Azángaro que las ideas cosmológicas muy complejas incluyendo conteos calendáricos se materializaban en el número y en la ubicación simétrica de ambientes. Cabe enfatizar, sin embargo, todos los centros administrativos waris son diferentes en tamaño, organización y formas de unidades modulares techadas y abiertas (Schreiber 1992; Schreiber y Edwards 2010). Algunos, como Conchopata (Isbell 2001) o Cerro Baúl (Nash y Williams 2005; Williams y otros 2008), carecen de traza claramente planificada. Por otro lado, llama atención el hecho de que las calles, cuando existen, como en Wari o en Pikillacta, no se configuran en ejes de comunicación y de acceso a 194

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numerosas residencias. Todo lo contrario, se trata de vías amuralladas que separan a dos complejos que comprenden plazas y patios internos, y permiten acceso a un tercero y eventualmente a algunos más. Da la impresión que la intención de los constructores ha sido encausar al movimiento de gente hacia un espacio arquitectónico concreto, en lugar de crear un verdadero eje de comunicación entre múltiples espacios urbanos. Esta particularidad no es exclusiva del urbanismo wari. La observamos también en arquitectura inca (por ejemplo, Pachacámac: Makowski 2006, 2008). Recientemente Campana (2006: 156, figura 124) ha llamado atención que varias vías paralelas se dirigen hacia el núcleo monumental de Chan Chan desde el Este y desde el Norte. Es notorio, sin embargo, que estas vías no organizan ni la arquitectura de recintos-ciudadelas, ni menos la aquitectura residencial intermedia (SIAR), como ocurre en las ciudades del Mediterráneo o en Teotihuacán. En todos los casos, en los que sectores residenciales estuvieron visibles sobre la superficie, o fueron excavados en área, en las zonas contiguas a complejos monumentales cercados, resultaba notorio que la arquitectura doméstica tanto en el Horizonte Medio como en los periodos tardíos, no estuvo planificada en el sistema de damero ni tampoco se distribuía a lo largo de calles. Todo lo contrario, en la Huaca de la Luna (Chapdelaine 2002, 2003), Galindo (Bawden 1990), Pampa Grande (Shimada 1994), Tiahuanaco (Aldenderfer 1993; Aldenderfer y Stanish 1993; Bermann 1994; Couture 2003; Escalante 2003), Chan Chan (Topic 1990), Pueblo Viejo-Pucará (Makowski 2004; Makowski y otros 2008; Makowski y Ruggles 2011), para citar algunos ejemplos mejor estudiados, las casas habitacionales formaban unidades-patio aglutinadas o diseminadas.

Viracochapampa, distrito de Huamachuco, provincia de Sánchez Carrión, departamento de La Libertad. Centro administrativo del Imperio Wari abandonado en proceso de construcción.

Por lo general, da la impresión que nunca se ha impuesto una planificación de conjunto o por barrios, como se oberva en los complejos monumentales cercados. Las orientaciones de cada unidad pueden variar adaptándose al relieve de terreno. En Chan Chan, por ejemplo, no se percibe ningún tipo de asociación preferente con un eje de comunicación o con las ‘ciudadelas’, o con ‘recintos de élite’ secundarios. Resulta ilustrativo que la única calle en el complejo urbano de la Huaca de la Luna separa la zona contigua al templo, de carácter ceremonial, del área residencial y de producción. A grupos de casas se accede por medio de callejones sin salida que terminan en pequeños patios que dan acceso a unidades de vivienda (Chapdelaine 2002, 2003). 196

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Gavazzi (2010) ha sugerido de manera coincidente con nuestros planteamientos (Makowski 1996, 2002) que la organización de espacio en la arquitectura andina obedece a fundamentos conceptuales diametralmente distintos si se la compara con la arquitectura occidental y con sus orígenes en la antigüedad clásica. Según Gavazzi (2010), la concepción del espacio arquitectónico en general, y del espacio urbano en particular, en la tradición occidental, es antropocéntrica. La ciudad está concebida como el lugar de residencia sustraído del paisaje circundante, y separada de él por murallas, por pomoerium2, por cinturón de jardines, dramáticamente opuesto al ámbito aldeano. La oposición entre la ciudad y su contorno natural se materializa con particular nitidez en el caso de cascos previamente planificados. El arquitecto sustrae del entorno natural, considerado salvaje y desordenado, una porción del espacio a la que impone el orden distinto, civilizado, y crea ejes de comunicación, y de percepción visual, nuevos, previamente inexistentes. En la ciudad occidental, todas las orientaciones y sistemas de comunicación están supeditados a facilitar las relaciones interhumanas, incluidas las del poder. Las calles principales convergen en la plaza o las plazas, donde se concentra la arquitectura pública que comprende edificios seculares (por ejemplo, palacio municipal, boulé-edificio del consejo municipal) y espacios religiosos, templos y altares. En cambio, los complejos urbanos andinos se rigen por una organización cosmocéntrica (Gavazzi 2010). Para su fundación se escoge lugares variados, casi siempre fuera del área cultivable. Algunas de las locaciones sorprenden al visitante europeo por su inaccesibilidad (por ejemplo, Machu Picchu, Choquequirao) o por inhospitalidad aparente del entorno natural (por ejemplo, Tiahuanaco, Huánuco Pampa). Otro aspecto llamativo es la frecuente ausencia de articulación clara entre edificios y grupos de construcciones. A menudo, cada edificio parece ser y es independiente de los demás. Cuando se trata de un espacio arquitectónico de carácter público, las investigaciones específicas suelen revelar que las orientaciones de las principales ejes visuales apuntan hacia las salidas o puestas heliacales de Sol, Luna y algunas constelaciones, como las Pléiades, el Alfa Centauri, y/o hacia picos montañosos, abras, nacientes de ríos, fuentes, rocas de forma particular, visibles en el horizonte, etcétera (por ejemplo,

Entorno paisajístico del palacio del inca Pachacúti en Machu Picchu, Cuzco.

2 Voz en latín: fosa que delimita el trazo de las ciudades romanas durante la ceremonia de su fundación.

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Bauer y Dearborn 1995; Benítez 2009; Janusek 2010; Ruggles y Ghezzi 2011; Makowski y Ruggles 2011). Por ende, la razón de alinear construcciones no se desprende del imperativo de correlacionar un edificio con un otro, mediante ejes e incluso ilusiones visuales, como ocurre en el urbanismo occidental, regido por principios antropocéntricos, sino se trata de integrarlas con el espacio natural circundante, incluido el cielo nocturno. A las conclusiones muy similares a las de Gavazzi (2010) llegó recientemente Janusek (2010: 55), para el caso concreto de los asentamientos de la cuenca de Titicaca: «El crecimiento urbano de Tiahuanaco no fue similar al del urbanismo occidental, en abstracción y en desmedro del contexto ambiental adyacente. La intención de los constructores fue reproducir los componentes del paisaje animado que podrían darles la oportunidad de controlar o por lo menos influenciar las fuerzas de la naturaleza» (2010: 55). «En la percepción de gobernantes y de los súbditos, el bienestar social y la legitimidad del poder dependían de fuerzas y ciclos naturales perceptibles por medio de sus manifestaciones en el cielo (astros) y en la tierra (rasgos del paisaje natural, ritmo estacional). Mantener vigentes estos ciclos y animar estas fuerzas se constituía en un imperativo político primordial» (Janusek 2010: 40). El tema de la planificación de los asentamientos urbanos y de la función de la arquitectura pública, sin cuya presencia los sitios no merecerían nombre de ciudades, guarda relación con dos otros paradigmas polémicos en el que se sustenta la mayoría de propuestas procesuales. Uno de ellos concierne al supuesto carácter secular de toda sociedad urbana, y el otro al hipotético carácter universal del binomio templo-palacio, el templo con la obligada forma piramidal en oposición a la extensa planta horizontal y ortogonal del palacio. Desde los escritos de Collier (1955), Schaedel (1966) y Lumbreras (1974, 1987) se mantiene vigente la idea de que el surgimiento de la ciudad y del Estado implica el avance en la secularización.

Rocas aflorantes talladas, Machu Picchu, Cuzco.

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La ciudad remplazaría, se supone, al centro ceremonial, el palacio desplazaría al templo. Se creía asimismo que la gran transformación de este tipo en los Andes haya ocurrido en los periodos posformativos. Hoy muchos investigadores (por ejemplo, Rappaport 1999), incluido quien escribe (Makowski 2000, 2001, 2005a, 2005b, 2008, 2010) consideran que la idea de secularización se basa en la generalización de las características sociales y políticas de la modernidad extrapolándolos de manera mal justificada hacia las sociedades preindustriales. 201


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En esta dirección apuntan las investigaciones de Janusek (2010 inter alia y de Gavazzi 2010), y la mayoría de estudios serios sobre el sistema del poder y sobre el urbanismo en el Tahuantinsuyo. En términos empíricos, los partidarios de modelos procesuales suelen considerar que las pirámides escalonadas y, eventualmente, plataformas simples o compuestas de varias terrazas, poseen siempre funciones ceremoniales, mientras que las construcciones planificadas de traza ortogonal, extendidas horizontalmente tienen carácter secular y eran destinadas para las residencias de élite o para funciones de carácter administrativo, desligado de culto. La validez de estas premisas no se han comprobado en las excavaciones de ningún complejo urbano. Bastan solo algunos ejemplos para comprobarlo. Entre las tres capitales regionales del Periodo Intermedio Tardío en la Costa Norte, SicánBatán Grande (Shimada 1995) está compuesto de grandes pirámides dispersas con entierros de familias reales, Túcume (Heyerdal y otros 1995) es un conjunto aglutinado de estructuras piramidales con arquitectura intermedia, y solo Chan Chan tiene diseño planificado de trazo ortogonal.

Ushnu en Vilcashuamán, Ayacucho.

Según la interpretación bien fundamentada de Moseley, Conrad (Moseley y Day 1982; Moseley y otros 1990) y Topic (1990; Topic y Moseley 1983), el sector residencial de Chan Chan, caracterizado por un crecimiento desordenado, agrupaba casas, talleres y otras áreas de servicios de templos y de palacios. Las ciudadelas palacios se convertían en santuarios de culto funerario, tras la muerte del soberano. El trabajo de los artesanos y de los agricultores, residentes en Chan Chan y fuera de él, se destinaba en buena medida a cubrir las necesidades rituales de la capital. Varios segmentos de la arquitectura palaciega de Chan Chan se repiten en los centros administrativos de provincias (por ejemplo, Manchán, Farfán: Mackey 2006; Moore y Mackey 2008), particularmente estos que podrían relacionarse con el cobro de impuestos (recintos, audiencias, depósitos) y con las ceremonias de calendario religioso estatal. La imagen del Cuzco esbozada por los cronistas no parece muy distante: palacios de los linajes (panacas) reales dedicadas al culto de las momias de sus fundadores, mausoleos y templos distribuidos alrededor de dos plazas conforman el núcleo monumental, rodeado de terrazas de cultivo y aldeas dispersas. El Cuzco fue, asimismo, el corazón del sistema centralizado de culto estatal (Bauer 2004), cuyas 202

Templo del Sol, Machu Picchu, Cuzco.

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funciones profanas y religiosas estuvieron entrelazadas. Lo sugiere no solo la importancia política del sistema de ceques que sacraliza el entorno geográfico de la capital (Zuidema 2010; Bauer 1998). En los grandes centros administrativos de provincias (por ejemplo, Huánuco Pampa, Pumpu: Morris y Thompson 1985; Matos 1994), unidos por el gran camino Cápac Ñam, en los centros administrativos secundarios, en las residencias de los incas (por ejemplo, Vilcashuamán, Machu Picchu: Burger y Salazar 2004) e, incluso, en tambos, la plaza con el ushnu forma el elemento central del complejo arquitectónico. Su planificación, siempre adaptada a la morfología y, por lo tanto, única e irrepetible, puede adoptar esquemas de cuadras, de ejes radiales, y hacer coincidir los contornos del núcleo monumental con la forma de un animal mítico (Hyslop 1990; Kendall 1985; Gasparini y Margolis 1980). Los principales ejes visuales demarcados por la arquitectura monumental apuntan a rocas, apachetas, sucancas, picos, lagunas, y a salidas y puestas del sol en cénit, nadir, solsticios y equinoxios (Ziólkowski y Sadowski 1992; Bauer y Dearborn 1995; Pino 2010; Ziegler y Melville 2011). Las razones de la elección no son pragmáticas y tienen que ver con la ubicación del asentamiento respecto a los lugares sagrados y a los caminos ceremoniales. El debate desarrollado a partir de las excavaciones sistemáticas en la arquitectura monumental de los periodos tardíos ha evidenciado la dificultad de aplicar términos y definiciones de las formas de arquitectura vigentes en la tradición moderna occidental a la realidad andina (Makowski y Hernández 2010). Ello concierne en primera instancia a la posibilidad de asignar la función del palacio o, por el contrario, la del templo a partir de la forma del edificio (Eeckhout 1999, 1999-2000, 2003; Isbell 2004). Como se ha visto, es cierto que en los periodos tardíos se construyen estructuras de gran envergadura y complejidad de trazo, destinados esencialmente como lugares donde los representantes de élite y con el gobernante supremo o los gobernantes supremos aparecen en público durante las ceremonias. A diferencia de los templos de los periodos Arcaico y Formativo, estas edificaciones, que implicaron notable cantidad de trabajo social invertido, no crecieron durante siglos inscribiendo en el paisaje la marca del prestigio de la comunidad, sino fueron construidos, usados y abandonados en un tiempo breve, de una o pocas 204

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generaciones, dado que fueron dedicados a la gloria de un solo linaje. En varios casos, como en Batán Grande (Shimada 1995) o Chan Chan (Pillsbury y Leonard 2004), se ha comprobado que en estas mismas construcciones se sepultaba a gobernantes supremos y se realizaba su culto póstumo a cargo de los miembros sobrevivientes del linaje. Numerosos investigadores (Christie y Sarro 2006; Pillsbury 2004; Evans y Pillsbury 2004) han considerado apropiado llamar a estos edificios ‘palacios’, término nuevo en la arqueología andina. No obstante, no hay que perder de vista que en la idiosincrasia andina el paisaje animado es el escenario de rituales. Este no se circunscribe por nada a templos y plazas al interior de una urbe como ocurrirá luego de la conquista española (por ejemplo, Swenson 2004 para el caso Moche; Zuidema 2010; Bauer 1998 inter alia para el caso del Cuzco inca). En el paisaje se inscriben por igual espacios ceremoniales destinados al culto de soberano vivo o muerto y de las huacas, deidades y ancestros de múltiples rangos y orígenes (véase Dillehay 2004, 2007; Silverman 2002).

Pachacámac y el urbanismo inca en el valle de Lurín Las polémicas recientes sobre las características arquitectónicas de Pachacámac en el contexto de las investigaciones sobre los asentamientos del Horizonte Tardío que se desarrollaron en las últimas dos décadas en el valle de Lurín ilustran bien el punto de vista que se presenta aquí. Gracias al cúmulo de relatos españoles del siglo XVI (Rostworowski 1992; Ravines s. f.) y de las investigaciones arqueológicas al interior del área monumental relativamente bien conservada, Pachacámac es y ha sido siempre considerado una referencia obligada para definir tanto a la capital de un curacazgo andino, con sus templos y palacios de élite (Uhle 2003, Tello 1960; Eeckhout 1999, 2008), como a un casco urbano planificado por los constructores wari e inca (Patterson 1966; Shimada 1991), y a un centro ceremonial poblado (Ravines s. f.; Rostworowski 1992: 78-87; Makowski y otros 2006, 2008). Dado que el sitio adquiere características monumentales durante la fase Lima Medio (Patterson 1966, Shimada 1991, 2007; Makowski 2016), alrededor de los siglos V y VI después de Cristo, el tiempo en el que permanece en uso continuo o con ciertos hiatos es similar que en el caso de Caral-Chupacigarro. Es decir, de aproximadamente mil años. 205


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Las excavaciones recientes (Eeckhout 1999, 2008; Shimada y otros 2004; Makowski [ed.] 2006, 2008, 2010, 2011, este volumen; Ramos y Paredes 2010) han evidenciado que la apariencia monumental que el santuario de Pachacámac tiene hoy se debe esencialmente a la actividad constructiva muy intensa durante el Horizonte Tardío. Las edificaciones incas no se limitan, como se creía antes, a la Pirámide del Sol (Templo de Punchao), a la Plaza de los Peregrinos, al acllahuasi y al Palacio de Taurichumbi (Eeckhout 1999; Ravines s. f.), sino comprenden también a las calles, murallas perimétricas y varios recintos rectangulares con las pirámides con rampa. Es menester observar que la apariencia planificada se debe justamente a la presencia de calles y murallas. Tres calles, una Norte-Sur y dos Este-Oeste se cruzan en ángulo recto. Una imponente muralla perimétrica, conocida como la Segunda Muralla, orienta el acceso al complejo monumental desde el valle, hacia dos portadas, vecinas una de la otra. A este mismo proyecto corresponde la Tercera Muralla, un corto segmento de muro de adobes con una amplia portada reforzada de un lado con un saliente a manera de «bastión» que da hacia el interior (Guerrero s. f.). El espacio entre las dos murallas fue considerado urbano desde los trabajos pioneros de Uhle (Shimada 1991). No obstante, a la luz de las excavaciones de Guerrero (s. f.) y Makowski (Makowski [ed.] 2006, 2010, 2011), esta hipótesis debe descartarse: en lugar de la traza urbana, en el área se han encontrado campamentos para los trabajadores de la construcción, talleres de producción de adobes y de bloques de revestimiento de piedra, y áreas de producción artesanal, posiblemente de parafernalia de culto. El área fue utilizada solo durante el Horizonte Tardío, cuando se construyeron las murallas. La Primera Muralla, que cerca parcialmente la Pirámide del Sol, el Templo Pintado, la plataforma de Uhle y El Templo Viejo, ha sido construida también en el Horizonte Tardío, quizá al final del periodo, a juzgar por la estratigrafía. Las características de sus vestigios en varios tramos excavados de lado sur indican con claridad que el proyecto nunca fue terminado. Ha quedado definitivamente descartado que haya existido algún antecedente de esta muralla de lado del litoral marino en la época previas a la conquista inca (Makowski [ed.] 2010, 2011). Ello implica que no se puede hablar de un recinto sagrado, témenos, como un espacio especialmente delimitado con rasgos arquitectónicos. 206

Plano general de Pachacámac (Uhle, 1905).

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Según las excavaciones de Eeckhout (1999, 2008, inter alia) y las mías (Makowski y otros 2006, 2008), las pirámides con rampa y los amplios recintos cercados del Periodo Ychsma Tardío/Horizonte Tardío fueron edificados uno tras otro, y varios de ellos estuvieron en uso intensivo y ordenado por tiempo corto. Luego llegó un periodo de paulatino abandono. El sistema de acceso a la arquitectura monumental de Pachacámac desde el valle fue creado y luego modificado durante el Periodo Ychsma Tardío (Vallejo 2004), el que corresponde parcial (Eeckhout 1995, 19992000, Feltham y Eeckhout 2004); Vallejo 2004) o totalmente (Makowski y otros 2008b; Ramos y Paredes 2010) al Horizonte Tardío. En todo caso, la presencia de material del Horizonte Tardío en los cimientos y sobre estéril, las características de pisos y de canales asociados dejan poco lugar a duda que ambas entradas monumentales, y, por ende, también las murallas en las que se abren, fueron edificadas por iniciativa de la administración inca. La más antigua de las dos entradas da acceso a la calle Norte-Sur, la que corre entre dos murallas laterales. Estas murallas corresponden a recintos rectangulares que rodean los patios con las pirámides con rampa colindantes de ambos lados de la vía Norte-Sur. Su aparejo aparejo es uniforme y coincidente con el de las portadas y de la Segunda Muralla. La estratigrafía de la portada sugiere que las pirámides con rampa cuyas murallas perimétricas bordean a la avenida Norte-Sur de lado este fueron construidas antes de la calzada. En cambio, las pirámides con rampa 1 y 4, cuyo muro perimétrico delimita la calle desde el oeste forman parte del mismo proyecto que la traza de la avenida. Desde la publicación de trabajos de Uhle, se ha asumido que la calle Norte-Sur se cruza con su similar de orientación Este-Oeste, de manera similar como lo hace el cardo con el decumano en las ciudades planificadas romanas. Se ha considerado también (Patterson 1966: 115; Eeckhout 2008) que esta misma calle fue la principal avenida ceremonial que orientaba el flujo de visitantes desde el ingreso por las portadas de la tercera y la segunda murallas hasta el recinto sagrado de los templos y la Plaza de los Peregrinos. A juzgar por los resultados de mis excavaciones en 2016, la calle Norte-Sur atraviesa la depresión creada por una cantera antigua, y llega hasta un gran patio hundido. Su recorrido Norte-Sur termina en una portada que se abre al interior de un gran recinto casi cuadrado, construido durante el Horizonte Tardío. Su nombre 208

Vista del Templo del Sol desde el suroeste, Pachacámac, valle de Lurín, Lima.

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tradicional «Cuadrángulo» se debe a la forma y a la ausencia de una pirámide con rampa reconocible en su interior. Muy probablemente es un edificio de culto. A diferencia de la calle Este que tuvo calzada bien conservada y el recorrido recto, encausada por dos murallas paralelas y con entradas a los patios de varias pirámides con rampa, la calle Oeste, en los tiempos de Uhle y hoy, se compone de espacios irregulares con montículos de desmonte y de basura orgánica, acumulada en la antigüedad entre muros traseros ciegos. La supuesta calle no conduce a ningún lugar. Lo observó bien Ravines (s. f.). Su superficie actual se encuentra más de 3 metros por debajo de la calzada del cruce entre la calle Norte-Sur y la calle Este y coincide con el fondo de la cantera. Resulta, por ende, claro que nunca se ha pensado ordenar el espacio de Pachacámac con el trazo de dos avenidas principales. La calle Norte-Sur en lugar de continuar hacia el Templo Viejo, hacia una plaza contigua a la Peregrinos, dobla en ángulo recto para asegurar el acceso a la pirámide con rampa 2 (Franco 1998; Paredes 1988; Ramos y Paredes 2010). La avenida brinda también acceso lateral a otras pirámides con rampa, como la 12 y la 1. Otra vía, paralela a la calle Este-Oeste, fue trazada a lo largo de la Segunda Muralla en la parte externa de esta, pero nunca se terminó. Parece que corresponde al mismo proyecto que la vecina pirámide con rampa 8. Al final del Horizonte Tardío, tras un movimiento sísmico que destruyó parte de las murallas laterales de la vía, el acceso a la avenida fue clausurado y ocupado por las estructuras de los campamentos y talleres adyacentes a la pirámide con rampa 8, que acababa de construirse. En su lugar, se había construido una amplia portada alineada, por un lado, con la portada que se abre en la Tercera Muralla, y, por el otro, con la pirámide con rampa 1. Esta última portada se comunica con amplios patios cercados ubicados frente a las pirámides con rampa 1 y 4. Como se desprende de lo expuesto, Pachacámac carecía de traza planificada antes del Periodo Horizonte Tardío y su organización del espacio cambiaba de manera dramática de un periodo a otro. A fines del Periodo Intermedio Tardío, el paisaje de Pachacámac estuvo dominado por el volumen de la pirámide con rampa 3 (Eeckhout 1995, 1999, 2003), mucho más imponente que el Templo Pintado. Este último templo adoptó la forma escalonada en su fachada conservada que data del Horizonte Tardío y está decorada con pinturas murales. El edificio reutiliza 210

Vista panorámica del sector de pirámides con rampa en la esquina superior izquierda, Templo Viejo, Templo Pintado y Templo del Sol, Pachacámac, valle de Lurín, Lima.

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la pendiente de la pirámide lima —conocida como Templo Viejo—, como si esta fuese un montículo natural (Paredes 1985; Franco y Paredes 2000; Franco y Paredes 2016). Durante el Periodo Intermedio Tardío, el Templo Pintado era una plataforma relativamente modesta. En el espacio entre la pirámide con rampa 3 y el Templo Pintado había otras construcciones de menor envergadura, cuyos muros se encuentran hoy debajo de la construcciones del Periodo Horizonte Tardío (Pavel 2011), así como núcleos funerarios (Shimada y otros 2004). Es de suponer que cada estructura contaba con un sistema de ingreso independiente de las demás dado que no se ha probado la existencia de vías monumentales de acceso como en el Horizonte Tardío. La cronología de vestigios del Periodo Intermedio Tardío claramente preinca es materia de estudios recientes aún inéditos. La organización espacial de Pachacámac en el Periodo Intermedio Temprano y al inicio del Horizonte Medio no guarda ninguna relación con la del Periodo Intermedio Tardío: la pirámide del Templo Viejo domina al paisaje y diversas construcciones menores de traza ortogonal están dispersas alrededor de la laguna (Urpaihuachac: Shimada 2007). Por lo visto, no hay ninguna relación de continuidad entre la organización espacial de la arquitectura monumental en los tres periodos. Cabe enfatizar que la apariencia de una «ciudad sagrada» se forma, al parecer, en Pachacámac gracias a la superposición de la traza planificada inca con las murallas, grandes plazas cercadas y avenidas delimitadas por murallas laterales sobre los vestigios en ruinas de arquitectura de adobe de los periodos anteriores. Esta impresión aumenta gracias a las extensas áreas de campamentos y de basurales con desperdicios dejados tanto por los constructores como por los peregrinos. El Pachacámac preinca guarda cierto parecido formal con Caral-Chupacigarro debido tanto a la dispersión relativamente desordenada de edificios piramidales sobre una meseta arenosa que domina el valle como a la presencia de estructuras ortogonales de crecimiento horizontal en la cercanía de las pirámides. En los últimas dos décadas se ha demostrado que los asentamientos prehispánicos prospectados que los investigadores asignaban inicialmente al Periodo Intermedio Tardío (Feltham 1983; Eeckhout 1999), debido a las características locales, y no cuzqueñas de su arquitectura, y la recurrencia de la cerámica utilitaría del Ychsma Tardío, fueron en realidad construidos por la iniciativa de la administración inca 212

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(Feltham y Eeckhout 2004; Makowski y otros 2008b; Álvarez-Calderón s. f.; Ramos y Paredes 2010; Pavel 2011). Como en Pachacámac o Túcume, los obreros de origen local usaron sus conocimientos para cumplir con las obligaciones impuestos en la mita y construir residencias para curacas y poblaciones privilegiadas, lugares de reunión, depósitos y templos. La mayoría de estos edificios conservaba las características regionales, por ejemplo, la recurrencia de las plataformas con rampa (a los que se suele incluir en la categoría formal de pirámides con rampa de manera independiente de su tamaño: Eeckhout 1999), de ahí la confusión cronológica inicial. La consecuencia de la revisión de la cronología ha tenido serias repercusiones para la comprensión del carácter de la presencia inca en el valle de Lurín. Hoy resulta claro que la administración imperial promueve trabajos de construcción a gran escala que transforman el paisaje del valle creando nuevos asentamientos o transformando por completo los antiguos. Pachacámac es, por supuesto, el asentamiento con mayor extensión y envergadura de edificaciones en todo el valle. Es posible que todos los otros asentamientos del Horizonte Tardío registrados en la cuenca del Lurín cupieran en el área delimitada por sus murallas. No obstante, no se ha encontrado hasta el presente barrios con la arquitectura residencial destinada para la población permanente. Solo el Palacio de Taurichumbi y algunas estructuras dispersas en la parte oriental pudieron haber cumplido con funciones residenciales de élite. Los recintos con las pirámides con rampa en uso durante el Horizonte Tardío estuvieron destinados como lugares de encuentro para numerosos grupos de visitantes. Algunos de ellos traían bienes alimenticios y otros productos en tributo o como ofrendas. Estos bienes se depositaban en amplios depósitos que suelen ocupar la parte trasera de las pirámides. La presencia de cocinas y de gran cantidad de fragmentos de cerámica utilitaria relacionada con la preparación y el expendio de chicha (Feltham y Eeckhout 2004) sugiere que se organizaban agasajos. Por su lado, numerosas ofrendas —pagos— depositados en hoyos (Farfán 2004), así como la frecuente reutilización de depósitos como lugares de entierro brindan pruebas del carácter sagrado de estos espacios arquitectónicos. En un caso la pirámide 3 se adosa a un templete (Templo del Mono). La ubicación privilegiada de las pirámides con rampa 1 y 4, 2 y 12 con sus extensos patios respectivos, a los que 213


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se puede acceder desde las portadas en las murallas perimétricas de Pachacámac directamente (como la 1 y 4) o por medio de la vía monumental de acceso (como la 2 y 12), no deja lugar a duda que estas han sido las edificaciones previstas para la recepción de visitantes que ingresaban al santuario de lado del valle. Todas las pirámides con rampa registradas (Eeckhout 1999, 1999-2000) difieren, una de la otra, en diseño general y en la distribución de ambientes techados y abiertos, así como de depósitos. Sin embargo, todas las edificaciones de esta clase reproducen con variantes la misma idea general de organización funcional de espacios. Los ambientes techados de carácter monumental suelen distribuirse en la plataforma más elevada y estar separados de la zona de depósitos. El núcleo central de cada edificio está constituido por una plataforma o varias plataformas escalonadas e intercomunicadas por una rampa central. El conjunto está cercado por alto muro perimétrico. Se forma así, frente a la plataforma un amplio patio que, por lo general, cuenta con un solo ingreso (Eeckhout 1999, 1999-2000, 2003). Resulta evidente de esta descripción que se trata de edificios que proporcionan un marco casi teatral a las reuniones multitudinarias de gente con el claro énfasis en las diferencias de estatus tanto por medio de podios y plataformas como por medio de los pórticos que protegían del sol a algunos de los participantes. Por otro lado, es recurrente una organización de espacio que podría insinuar organizaciones duales de poder, tan recurrentes en la costa central (Rostworowski 1983): dos pirámides dentro del mismo recinto con orientaciones diferentes (1 y 4), dos patios y dos plataformas (1 y 2). Esta clase de organización dual se observa en edificios de mayor envergadura. Queda también en claro que durante el Horizonte Tardío varios recintos estuvieron en uso simultáneo e incluso contaban con una vía de acceso común: el circuito de las calles Norte-Sur y Este. Hay que recordar también que no todos los recintos cuadrangulares cuentan con pirámides con rampa. Su uso parece ser, por lo tanto, diferenciado de un caso al otro. Sin embargo, todas estas observaciones llevan a una sola conclusión. Los recintos monumentales de traza ortogonal de Pachacámac fueron concebidos para constituirse en destinos para grupos humanos de diferente procedencia y estatus. Es posible también que la razón de la presencia de cada grupo no ha sido la misma. 214

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Sospechamos, por los contextos hallados por Eeckhout (1999, 2004a, 2004b), Farfán (2004), Franco (1998), Ramos (2011, información personal), Paredes (1988), que había tareas diferenciadas para grupos alfareros, de productores de chicha, de pastores de camélidos que cuidaban animales y los seleccionaban para sacrificio, etcétera. La compleja arquitectura organizaba los movimientos de la gente de acuerdo con su origen de una provincia, mitad, parcialidad e incluso aillu, y según tareas específicas. Por otro lado, el autor concuerda con Eeckhout (1999, 2004b) que Pachacámac es el escenario de una febril actividad constructiva. No se dispone aún de la cronología fina de Ychsma Medio y Tardío para tener una visión de consenso en cuanto a la secuencia de crecimiento de Pachacámac y la historia de cada edificio. En todo caso, resulta muy probable que cada Sapán Inca haya promovido la construcción de edificios o vías concretas. Hay que tomar también en cuenta la posibilidad que los cambios en las relaciones de poder entre los curacas y grupos étnicos residentes en la costa central, antes y después de la conquista, hayan dejado su propia huella en la organización espacial del sitio. Al margen del debate cronológico, queda claro para mí que las alternativas presentes en la discusión sobre las pirámides con rampa —palacios o templos de deidades locales (Eeckhout 1999, 1999-2000)— no brindan escenarios convincentes para explicar sus funciones. Poca duda cabe que se trata de lugares sagrados —huacas— apropiados para depositar ofrendas, sepultar los muertos y venerar a los ancestros. Por otro lado, la arquitectura ofrece escenarios perfectos para las manifestaciones públicas de gobernantes en el contexto festivo. En cambio, queda muy poco probable que las pirámides con rampa fueran construidas como residencias principales y menos permanentes de los curacas (Villacorta 2004, 2010). Visto desde esta perspectiva, Pachacámac carece de características de una populosa capital, de un centro urbano. El término ‘centro ceremonial poblado’ describe mucho mejor que el de la ciudad su papel en el sistema de asentamientos durante el Horizonte Tardío. Los resultados de las múltiples prospecciones realizadas en la cuenca de Lurín dejan en claro (Patterson y otros 1982, Feltham 1983) que la población del valle de Lurín desde inicios del Periodo Intermedio Temprano vivía en aldeas dispersas de reducida extensión, y equidistantes, ubicadas en clara relación con 215


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áreas de cultivo. En el Horizonte Tardío el paisaje quedó transformado con la construcción de asentamientos de mayor extensión, que superan con frecuencia 10 hectáreas. Estos asentamientos suelen componerse de varias unidades residenciales-patio. Muchos de ellos, como Pampa de las Flores (Eeckhout 1999; 2003) o Panquilma (López-Hurtado 2010, 2011; López y Nesbit 2010), se distinguen de los demás por la presencia de pirámides con rampa en ciertos aspectos formales semejantes a las de Pachacámac, pero de tamaño reducido. Las recientes excavaciones sistemáticas en tres asentamientos, Panquilma (López-Hurtado 2010, 2011), Huaycán de Cieneguilla (Álvarez-Calderón s. f.) y Pueblo Viejo-Pucará (Makowski 2004, Makowski y otros 2008a y 2008b), evidencian las variadas características de estos complejos indudablemente residenciales, a menudo calificados en la literatura de urbanos, debido a la relativa monumentalidad y la presencia de la arquitectura pública. López-Hurtado evalúa la extensión total de Panquilma en 30 hectáreas (LópezHurtado 2010, 2011). El asentamiento se compone de tres sectores a juzgar por las características de la arquitectura. El primero, ubicado en la parte central del sitio, entre las dos áreas restantes, comprende tres pequeñas pirámides con rampa asociados a un laberinto de recintos habitacionales aglutinadas, interpretadas como zona residencial de élite. El segundo, el más extenso se compone de 15 unidades residenciales multifamiliares aglutinadas. Cada unidad cuenta con un numero elevado de recintos techados, cámaras funerarias y varios pequeños patios; esta separada de las demás por un muro perimétrico. No hay diferencias claras entre las estructuras cercanas a las pirámides y las demás. Entre algunas unidades hay espacios irregulares sin construir que no llegan a constituir calles, en sentido estricto. El asentamiento parece haber crecido sin planificación previa. López-Hurtado (2011) considera que cada casa se expandía hacia afuera según el crecimiento de la familia. Andenes para tendales, posibles áreas domésticas de población de menor estatus social, y áreas de actividad con batanes y depósitos circundan la mitad alta de asentamiento distribuyéndose sobre las laderas y en el cauce de la quebrada. Según López-Hurtado, la ocupación se divide en dos fases estratigráficas con el material cerámico Ychsma Tardío. El porcentaje de cerámica inca provincial se incrementa de una fase a la otra. 216

Templo con rampa 1, vista del oeste, Pachacámac, valle de Lurín, Lima.

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Como Panquilma, Huaycán de Cieneguilla se extiende sobre el cono de deyección de una quebrada lateral. Se ubica sobre la margen opuesta, izquierda del río Lurín, y sus vestigios ocupan aproximadamente 18 hectáreas. Se ha comprobado que todas las fases constructivas y ocupacionales corresponden al Horizonte Tardío (Álvarez-Calderón 2009). Una parte de arquitectura prehispánica fue destruida y cubierta por deslizamientos de lodo (huaico). A primera vista los dos asentamientos se parecen. Huaycán se compone de aproximadamente 15 grandes unidades residenciales multifamiliares que cuentan con cámaras funerarias y depósitos. En las ruinas se conservan aún plataformas con rampa. Las laderas y la parte de mayor elevación están ocupadas por tendales, áreas de actividad y eventualmente estructuras habitacionales de población de menor estatus. No obstante estas similitudes, hay también notables diferencias. La principal concierne al papel de la plataforma con rampa. Este rasgo no se encuentra incluido en edificio de carácter público, ceremonial como en Panquilma. En Huaycán los patios centrales de estructuras habitacionales de mayor complejidad arquitectónica albergan en su interior bajas plataformas con rampa. Álvarez-Calderón (2009) ha comprobado que el acceso desde afuera a estos patios fue muy restringido de manera intencional. Más bien, se trataba de espacios intercomunicados por puertas y pasadizos con los demás ambientes de cada casa. Parece entonces que estos particulares espacios fueron destinados para realizar ceremonias internas organizadas por cada familia extensa residente. Pueblo Viejo-Pucará con sus 12 hectáreas de espacios construidos dispersos, sin contar andenes y sitios menores en la periferia que suman unos 26 hectáreas, es el asentamiento de carácter habitacional más extenso entre los que fueron habitados después de la conquista inca en el valle bajo de Lurín y se conservaron hasta la actualidad. Se ubica en el laberíntico sistema de quebradas laterales que atraviesan las primeras estribaciones de los Andes en la margen izquierda del río Lurín. Gracias a su localización respecto a los cerros más altos (Lomas de Pucará y Manzano) en la cercanía del litoral marino, y la altura entre 400 y 600 metros que favorece la manifestación del fenómeno de loma costera durante la época del estiaje en junio-julio y octubre-noviembre, toda la zona se cubre de espeso manto de gramineas y arbustos, como el mito, y la papaya silvestre. Hay también escasos 218

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árboles de tara y guarango. En el pasado, las laderas estuvieron forestadas por los Acaciaciae, Lucuma obovata y Prosopis juliflora (Moutarde 2006). Las excavaciones que se realizaron en el Proyecto Arqueológico-Taller de Campo Lomas de Lurín (hoy Valle de Pachacámac), Convenio Cementos Lima S. A. (hoy UNACEM)-Pontificia Universidad Católica del Perú, con mi dirección, desde 1999 hasta el presente, han abarcado más de 12 mil metros cuadrados de superficie en los cinco sectores del sitio. El hallazgo de dos cuentas de vidrio en la capa de abandono de una de las estructuras monumentales, probable residencia del curaca principal, y la ausencia de cerámica vidriada demuestran que la población ha dejado el asentamiento poco después de la aparición de los conquistadores españoles en el valle de Lurín. Por otro lado, hallazgos de la cerámica diagnóstica inca provincial en el primer nivel de ocupación sobre el estéril, tanto en los conjuntos habitacionales como en los basurales asociados, dejan en claro que el asentamiento fue construido durante el Horizonte Tardío. Las dos fases definidas estratigráficamente en la mayoría de sectores corresponden al Periodo Horizonte Tardío y las primeras décadas del Periodo Colonial (aproximadamente 1470-1560 después de Cristo). Un terremoto que ha causado el colapso de parte de las estructuras marcó el fin de la primera fase. Luego, el asentamiento ha sido reconstruido manteniendo la misma tradición arquitectónica y la organización general del espacio. La característica distribución de núcleos de arquitectura en las cimas intermedias y la localización del sitio en la zona de pasturas utilizada hasta hoy por los pastores serranos de Santo Domingo de los Olleros, la mampostería de piedra en las modalidades desconocidas en la Costa Central, pero difundidas en las alturas de Huarochirí, la organización modular de espacios domésticos, los comportamientos funerarios, la presencia del componente serrano en el repertorio de estilos de cerámica, indican que el asentamiento fue construido y habitado por los pobladores serranos desplazados hacia la costa desde las alturas del valle como mitimaes. Hay, por lo tanto, una plena coincidencia con las evidencias etnohistóricas que mencionan a los caringas de Huarochirí como una de las dos parcialidades del macroaillu indígena asentado sobre la margen izquierda de Lurín. Estos caringas fueron bautizados con los incas de Sisicaya y mantuvieron una posición privilegiada respecto a la otra parcialidad, los yschsma-caringas (Makowski 2004). 219


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La organización espacial de asentamiento reconocida en detalle posee también las características recurrentes en la sierra. La mitad del asentamiento se extiende en las cimas y la otra mitad en la parte baja, al fondo de dos quebradas paralelas que se bifurcan partiendo de la quebrada de Río Seco, conocida también como la de Pueblo Viejo. La apariencia inexpugnable, fortificada por la naturaleza de la mitad alta, le ha valido el nombre quechua de un lugar fuerte, ‘pucará’. El asentamiento se compone de cuatro aglomeraciones de arquitectura doméstica distantes unos de otros 200-300 metros en promedio, además de dos complejas estructuras de diseño ortogonal con patios internos y amplios espacios de almacenamiento, que poseen características de residencias de élite (Makowski y otros 2008a). Hay también dos pequeños sitios-satélite en los caminos de acceso desde la sierra. Dos aglomeraciones de arquitectura doméstica y una de las dos residencias de élite se encuentran en la parte alta del sitio. Desde las cimas colindantes al Sector IV, se domina visualmente la costa con la entrada al valle y el acceso al santuario de Pachacámac desde el Sur. Las dos aglomeraciones restantes y la más monumental de las dos residencias palaciegas están escondidas en el fondo de las quebradas tributarias de la quebrada Pueblo Viejo, al abrigo de las dos pucarás y protegidos por la muralla natural formada por terrazas fósiles, cuya forma recuerda la de las morenas laterales del paisaje glacial. La ubicación es estratégica tanto desde el punto de vista ofensivo como defensivo. Cada aglomeración residencial se compone de varias unidades-patio con tres a cinco conjuntos de casas cuyas entradas dan al espacio abierto común. La forma del patio es irregular y puede estar parcialmente cercado. Además en cada aglomeración, hay un número variable de unidades de mayor extensión y complejidad que tienen características de residencias de élite. Depósitos de dos pisos en el centro de recintos residenciales, Sector 3, Pueblo Viejo-Pucará, valle bajo de Lurín, Lima.

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La arquitectura de las casas comunes y de las residencias de élite tiene el mismo diseño modular. Un módulo se compone de dos ambientes rectangulares intercomunicados por un pasadizo, y de dos depósitos de dos pisos cada uno, por lo general dispuestos en fila en el centro entre ambos recintos con un corto pasadizo en el medio. No obstante, es frecuente también la ubicación de uno de ellos en uno de los lados cortos, en L. La construcción de cada conjunto doméstico se iniciaba con el complejo de los depósitos. Los depósitos no solo separaban las 221


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ambientes y a veces también las casas contiguas, sino también ofrecían apoyo a los techos, ligeramente inclinados a dos aguas, de materiales perecibles. Pequeñas ventanas cerradas con lajas de pizarras una por piso constituían únicos accesos a las cámaras de los depósitos. La entrada desde el exterior daba al interior de uno los dos ambientes rectangulares que formaban parte de cada módulo. La forma más recurrente en el asentamiento es la de un módulo completo. Algunas casas compuestas de un solo módulo, pero con ubicación privilegiada en la unidad patio, poseen una terraza-pórtico con banqueta en el frontis, como las unidades residenciales de élite. Las residencias de élite se componen de dos a seis módulos habitacionales con terrazas-pórticos cuyas entradas dan al patio interno, con acceso restringido desde el exterior. El patio forma parte del mismo proyecto constructivo y fue edificado con los recintos techados que lo rodean. Esta es una principales diferencias entre las casas de élite y las casas comunes que se aglomeran alrededor de un patio compartido preexistente. Las estructuras de élite son también las únicas que poseen una gran cocina asociada al patio, con evidencias de preparación de bebida y comida para una cantidad importante de comensales. La más grande de las estructuras excavadas tiene aire monumental de residencia palaciega. A su fachada se adosan dos patios que carecen de conexión con los sectores domésticos y cumplía quizá funciones ceremoniales, a juzgar por los hallazgos de conchas de Spondylus sp. y la presencia de una gran roca en el centro. En la mayoría de conjuntos residenciales se han localizado áreas de entierros humanos. Algunos de los depósitos fueron transformados en cámaras mortuorias para recibir variado número de individuos. Las evidencias expuestas permiten formular tres hipótesis acerca de las relaciones sociales imperantes en el asentamiento urbano: 1. Los habitantes de un conjunto de habitaciones cuyas entradas dan al mismo patio parecen haber sido unidos por lazos de probable parentesco no necesariamente consanguíneo lo suficientemente fuertes para que se justifique su sepultura en este mismo conjunto e, incluso, en la misma cámara. 2. Habría una relación directa entre la posición política de los residentes y la cantidad de personas (¿parientes?) que convivían bajo el mismo techo: a 222

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mayor número de residentes, mayor estatus de la cabeza de la familia. Esta conclusión se desprende también de calidad y de la cantidad de artefactos indicadores de estatus cuyo número se incrementa drásticamente en las estructuras extensas y planificadas de trazo ortogonal. 3. Sobre las dos primeras hipótesis se fundamenta una tercera. La organización espacial del asentamiento evoca una organización social frecuente en la sierra: dos mitades, alta y baja, cada una respectivamente con dos barrios (¿aillus comunes?), además de la gran residencia de carácter palaciego con dependencias (¿residencia del quinto aillu gobernante?). La conclusión acerca de la procedencia serrana de los constructores de Pueblo Viejo-Pucará se fundamenta no solo en la organización espacial del asentamiento y en los rituales funerarios. A la misma conclusión lleva la comparación con otros sitios que comprenden arquitectura monumental del Horizonte Tardío en el valle bajo como Panquilma y Huaycán de Cieneguilla. Pueblo Viejo-Pucará no se parece a ninguno de los sitios antes citados, ni en aparejo ni en el diseño arquitectónico. En cambio, sí a la arquitectura de la vecina sierra de Huarochirí. Las características de cada una de las aglomeraciones de arquitectura doméstica sugieren que sus residentes tuvieron ocupaciones diferentes respecto a los demás. A conclusiones similares llevan los estudios bioantropológicos aún inéditos. Los grupos de mayor estatus residen la estructura palaciega (Sector II) y en el barrio del Sector I, ambas ubicadas en la parte baja de asentamiento, al lado de corrales para el empadre y selección del ganado. Consideramos muy probable que se trata de poblaciones encargadas en el manejo del ganado del templo de Pachacámac, dada la cercanía del asentamiento tanto a excelentes pasturas en la época de estiaje como al santuario y su ubicación en el camino hacia los pastos de Huarochirí (Watson 2012; Kolp-Godoy 2014) . Las extensas áreas de actividades comunitarias con tendales y depósitos en el Sector II, el segundo barrio de la mitad inferior del asentamiento, sugiere que la población estaba dedicada esencialmente a actividades agrícolas. Los talleres de producción de porras de piedra y quizá de metal, y los depósitos de proyectiles muy recurrentes en el del Sector IV, así como la ubicación claramente defensiva en la cima del cerro, hacen pensar que los residentes formaban unidad militar de élite. La ubicación de dos 223


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extensas estructuras habitacionales de élite con el diseño del interior muy particular, al lado de un templete en la cresta de la montaña, es quizá un indicio del estatus especial, sacerdotal, de sus ocupantes. Estas estructuras forman el Sector V. Las estructuras de carácter público no se concentran en un solo sector. El corazón de la vida pública está constituido por el palacio de la mitad inferior, residencia del curaca mayor. La residencia cuenta con dos amplias plazas cercadas e intercomunicadas en la fachada occidental del edificio. Una plataforma ushnu domina visualmente las dos plazas. Desde la plataforma se podía observar la aparición de la constelación de Llama entre los dos torreones del templo de la cima (Makowski y Ruggles 2011). Las plazas están conectadas con el patio central del palacio, lugar de banquetes festivos (Makowski y otros 2008). Desde el ushnu se ve también el altar con la huanca de abajo, situada al lado de los corales. Una gran plaza en el Sector III, bordeada por plataformas y estructuras techadas para reuniones es el segundo lugar público en importancia. Tenemos sospecha que esta plaza se ha convertido en el centro público de asentamiento durante el Periodo Colonial Temprano, justo antes del abandono, cuando el palacio se ha transformado en un barrio más, siendo el ushnu y las plazas clausuradas. Los principales eventos festivos parecen haberse desarrollado entre el palacio y el templo. Este último se ubica en la cima plana entre dos picos de la cadena montañosa Lomas de Pucará. La ubicación le permite tener un control visual sobre gran parte del asentamiento. El templete de la cima está constituido por una plataforma y dos estructuras circulares. El carácter sagrado de ambas pequeñas estructuras está confirmado por los hallazgos de ofrendas compuestas por láminas y algunos pendientes de metal, cuentas y fragmentos de conchas de Spondylus sp., huesos desarticulados de camélidos y vasijas fragmentadas usadas para preparar (ollas), servir (cántaros) y consumir alimentos (cuencos y platos). Estas ofrendas fueron depositadas ex profeso en las cavidades y nichos creados mediante talla en el afloramiento rocoso. De igual manera, al nivel del piso se han hallado diversos fragmentos de valvas de conchas Spondylus sp., así como pequeñas piezas de metal. Plano de Pueblo Viejo-Pucará. Las dos ejes dibujadas entre los sectores II y IV corresponden a ejes visuales desde el ushnu en el palacio principal hasta las estructuras circulares del Templete de la Cima.

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El palacete del Sector IV, posible residencia del curaca de la mitad superior, dada su localización en la cima más elevada, con sus patios interno y externo es el tercer 225


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núcleo de la vida pública. Como el palacio principal (Sector II) cuenta con amplia cocina, extensos depósitos y evidencias de multitudinarios agasajos. Los tres casos de asentamientos, que acabamos de analizar brevemente, ilustran bien las características del patrón de asentamiento impuesto por la administración inca. Las diferencias en las características y en la distribución espacial de ambientes al interior de las estructuras habitacionales se constituyen en prueba fehaciente que los gobernantes inca han movido hacia el valle poblaciones diversas como mitimaes, algunas de ellas, como los de PuebloViejo Pucará desde la sierra cercana, otros posiblemente de valles vecinas de la costa central. Familias extensas agrupadas en comunidades territoriales y de parentesco, a juzgar por las evidencias del culto de los muertos compartido en cada asentamiento o unidad residencial, quedaron a cargo de amplios espacios cultivables y de pastoreo.

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apu de los pueblos serranos, Pariacaca con la deidades de los yungas venerados en Pachacámac (Farfán 2010). Las obligaciones para con el Estado estuvieron, sin duda, enmarcados en el calendario de fiestas. Estas mismas fiestas, locales en la residencia de cada curaca y regionales en Pachacámac, ofrecían la oportunidad de realizar trueques, depositar ofrendas y hacer regalos. No hay ciudades donde residen administradores, nobles, artesanos a tiempo completo y aldeas de humildes campesinos. Por cierto, se dejan percibir diferencias en cuanto al estatus político y las condiciones de vida. Las familias más numerosas, con mayor número de parientes, y con la residencia de mayor extensión poseen más poder, que se expresa en su capacidad de agasajar a los demás y honrar a sus ancestros. En Pueblo Viejo-Pucará las casas de estas familias ‘pudientes’, con residencias compuestas de cuatro a seis ambientes habitacionales techados y un patio interno están presentes en todos los barrios (sectores I, III, IV y V).

Los residentes de los extensos asentamientos de apariencia urbana no se diferenciaban del resto de la población por el carácter de sus actividades. Todos los residentes estuvieron involucrados en las actividades típicas para la vida campesina. Es muy probable que en los trabajos de cosecha y secado estuvieran involucrados todos los habitantes. No obstante, los almacenes se ubican en cada casa de la familia extensa. No cabe duda que tanto las pirámides con rampa en el caso de Panquilma como las residencias de curacas principales y de sus segundas personas eran los lugares donde se almacenaba los productos requeridos como impuestos por el imperio. Suponemos que buena parte de estos productos terminaba en Pachacámac, donde estaba redistribuida o usada en las ceremonias multitudinarias.

Conclusiones

Los artesanos especialistas a tiempo completo no parecen residir de manera permanente ni en Pachacámac ni menos en los asentamientos del valle. Los estudios de la producción de cerámica, tejidos y metales hasta el presente sugieren que ciertos linajes, individuos o comunidades se dedicaban a estos menesteres de manera preferencial apoyados por otros miembros de sus familias. A esta conclusión lleva el análisis de las tradiciones alfareras (Makowski y otros 2015) y también de la producción metalúrgica (Béjar 2015). El paisaje de Lurín, uno de los valles que cuenta con mayor densidad de vestigios ‘urbanos’ en el Tahuantinsuyo es, por lo tanto, esencialmente ‘rural’. El ramal de Cápac Ñan conecta al gran

El seguimiento comparativo de las supuestas expresiones del urbanismo en los Andes, en Mesoamérica y en el Oriente Próximo me ha llevado a conclusiones en parte similares a las de Cowgill (2004; Smith 2003), en el sentido de la gran diversidad de casos que corresponden a organizaciones sociopolíticas y organizaciones económicas de los más diversas, por lo que la definición de lo que es urbano o no pierde por completo filo y deja de ser operativa: «Ningún criterio único, como el tamaño o el uso de la escritura, es más adecuado que el otro. Parece mejor establecer una definición algo difusa en lugar de demarcar claramente los linderos de distinción entre las ciudades y las no ciudades. Defino

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Los estudios comparativos aún inéditos sugieren hasta el presente que no hay grandes diferencias de acceso a bienes suntuarios y alimentos entre estas élites y los demás habitantes. Notables diferencias se perciben a la hora comparar el registro de hallazgos en el palacio principal (Sector II) con las evidencias recogidas de otras zonas. No obstante, incluso en este caso se tiene la impresión que los curacas se esforzaban para acumular bienes que estuvieron posteriormente repartidos entre las cabezas de familias influyentes durante numerosas fiestas y banquetes.

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de una manera algo vaga a una ciudad como un asentamiento permanente en el centro del territorio más extenso donde viven un número significativo de residentes cuyas actividades, roles, prácticas, experiencias, identidades y actitudes difieren de modo significativo en comparación con los miembros de otras sociedades a los que se puede definir como rurales y cuyos hábitats se extienden en las afueras»3 (ibídem: 526). Incluso esta amplia y muy pragmática definición de Cowgill no se aplica al caso que acabamos de analizar del valle de Lurín inca. No hay tal división entre la población urbana y la rural en los Andes prehispánicos. Basta leer crónicas y expedientes judiciales coloniales para percatarse que las altas élites cuzqueñas, los miembros de panacas, tienen varias residencias siempre fuera del casco de la capital y están plenamente involucradas en las actividades del campo (Sherbondy 1986; Makowski y Hernández 2010). No es una casualidad que el calendario festivo estatal esté estrechamente vinculado con el calendario de trabajos agrícolas en la obra de Guamán Poma de Ayala y de otros cronistas (Ziolkowski y Sadowski 1989; Zuidema 2010). Estas características particulares de la capital del imperio, expuestas de manera precursora por Rowe (1967), se repiten con variantes en otras regiones y en otros periodos de rica prehistoria andina. La comparación entre Pachacámac, Cuzco y Caral, así como otros elementos de juicio expuestos en el presente capítulo, refuerza mi impresión de que las hipótesis que atribuyen contenidos urbanos a los centros ceremoniales poblados de los periodos Precerámico Tardío e Inicial (Formativo Precerámico) no explican de manera adecuada ni las funciones de la arquitectura monumental, ni menos las razones por las que este fenómeno se manifiesta de manera tan excepcional y «prematura» en los Andes Centrales. Estas propuestas tampoco ayudan a entender la organización social y económica subyacente, pues atribuyen a las poblaciones de constructores características que difícilmente pudieron tener: alta densidad poblacional,

Palacio del curaca, Sector 2, vista del ala sur del patio central con el ushnu, Pueblo Viejo-Pucará, valle bajo de Lurín, Lima.

3 «No single criterion, such as sheer size or use of writing, is adequate, y it seems best to use a somewhat fuzzy core concept rather than to try to establish criteria that will clearly demarcate all cities from all noncities. I vaguely define a city as a permanent settlement within the larger territory occupied by a society considered home by a significant number of residents whose activities, roles, practices, experiences, identities, y attitudes differ significantly from those of other members of the society who identify most closely with ‘rural’ lands outside such settlements».

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plena estabilidad sedentaria, con poca movilidad tanto en el sentido físico (desplazamientos regulares), como metafórico, social (clases sociales antagónicas) y en el papel decisivo del comercio institucionalizado para asegurar el abastecimiento de la hipotética ‘población urbana’. En la alternativa de interpretación que se acaba de plantear con el pleno respaldo de las evidencias se esboza un escenario distinto.

de ancestros, no están subordinados a la traza urbana ni tampoco necesariamente concentrados solo en el centro monumental de una capital. Todo lo contrario, cada edificio es independiente de los demás con su propia lógica de orientación, de manera frecuente vinculada con los ejes visuales, los que apuntan hacia lugares sagrados en el paisaje, y también hacia direcciones en los que aparecen sol, luna o las constelaciones.

La diversidad formal de ambientes arquitectónicos de los que se componen los edificios monumentales tempranos se explicaría por las necesidades involucradas en el culto: banquetes, ayunos, bailes, presentación de tributos a la comunidad del templo, ofrendas, sacrificios, rituales de iniciación, espacios de oráculo, entre otros. Las diferencias en la extensión, volumen construido, duración de uso continuo, tanto entre los edificios del mismo complejo como entre diferentes centros ceremoniales, no guardan relación proporcional directa con el número de eventuales habitantes permanentes, pero sí con el número de visitantes periódicos y, por ende, con su prestigio religioso y político. La construcción de manera mancomunada —por parte de una comunidad o por una alianza de varias comunidades del espacio ceremonial y monumental—, su mantenimiento y eventuales ampliaciones se constituyen en este contexto en el mecanismo de materialización de la memoria sobre los lazos de parentesco ritual establecido por este medio, y legitimado periódicamente mediante rituales compartidos.

Cada edificio parece ser construido y mantenido además por el grupo de sus usuarios. Su ciclo de uso es corto y las modificaciones frecuentes. Nada está terminado ni definitivo. Ni la arquitectura pública ni los lugares de culto se concentran necesariamente en los asentamientos poblados, como ocurre en el urbanismo antropocéntrico occidental. Todo lo contrario: la arquitectura ayuda a organizar el paisaje como el escenario de las ceremonias religiosas. Este sistema tan particular guarda plena coherencia con las realidades sociales y las dimensiones tecnológicas y económicas de la vida en los Andes.

Es probable que esta clase de parentescos determinara, en buen grado, las alianzas matrimoniales, garantizara intercambios permanentes de ciertos productos y materias primas, derechos de paso por territorio ajeno y, eventualmente, de cultivo en áreas controladas por otra comunidad confederada. Visto desde esta perspectiva, el fenómeno de la arquitectura monumental temprana puede ser entendido como el antecedente del particular sistema «antiurbano» de los Andes Centrales en la definición que acabo de exponer. Lo demuestra la relativa similitud entre los centros ceremoniales precerámicos y Pachacámac inca. En ambos casos y en todos los analizados en el presente texto, las capitales y los santuarios oraculares comparten características de un centro ceremonial poblado.

Es la expresión material de una vida social en la que el desarrollo tecnológico no ha conducido al ocaso de la organización comunitaria de las principales actividades de subsistencia y de producción, ni tampoco ha impuesto al individuo, al padre de una familia nuclear —pater familias— por encima de las relaciones de parentesco tanto en la política como en la economía. Se percibe también debida coherencia entre el sistema ‘antiurbano’ andino y la organización económica en la que el trueque, la redistribución por parte del Estado y los regalos sustituyen de manera eficiente al comercio a cargo de mercaderes que invierten su propio capital. En este mismo sistema andino, toda propiedad de tierra o ganado es necesariamente corporativa. Considero necesario entender a plenitud las características excepcionales del ‘urbanismo andino’ para apreciar como lo merecen los aportes tan originales de las civilizaciones andinas a la compleja historia de la humanidad, y tomar distancia de modelos que sirvieron al Occidente para apropiarse de ella.

Este urbanismo sui géneris centroandino es, de hecho, cosmocéntrico. Los edificios públicos de uso esencialmente ceremonial, templos, palacios, monumentos de culto 230

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La transformación del paisaje sagrado en el valle bajo de Ychsma (Lurín) durante la ocupación inca1

La interpretación de los vestigios arquitectónicos de los periodos tardíos que se conservaron en Pachacámac y en el valle bajo de Lurín se fundamentaban hasta el presente en los resultados de las investigaciones etnohistóricas (Rostworowski 1972, 1992 inter alia; Eeckhout 1999b). Los cronistas españoles se referían a este valle bajo diferentes nombres: Ychsma, Ishma o Irma, transcripciones en español de una voz aimara (Cerrón Palomino 2002), ‘el valle de Pachacámac’ o ‘el valle de Manchay’, topónimos de origen quechua (Espinosa 2014). El valle ubicado en la costa central destaca entre contadas regiones andinas en las que se puede desarrollar estudios en el campo de arqueología prehistórica y protohistórica, por la particular abundancia de fuentes incluidos los testimonios indígenas de primera mano y los relatos de primeros conquistadores y evangelizadores españoles (Eeckhout 1999b; Espinosa 2014; Rostworowski 1972, 1999, 2002a, 2000b; Salomon y otros 2009; Spalding 1984). No obstante, esta abundancia se ha convertido en el factor limitante para que la información arqueológica alimente las interpretaciones y ayude a desarrollar la 1 La anterior versión del presente texto fue previamente presentada en español, en el Congreso de Americanistas de Viena, 2012. Se espera su publicación en Estudios de antropología y arqueología, volumen I. El concepto de lo sagrado en el mundo andino antiguo: espacios y elementos panregionales (Alden Yépez, Viviana Moscovich y César Astuhuamán, compiladores). Quito: Centro de Publicaciones de la Universidad Católica de Ecuador. El autor agradece a los editores por el permiso de incluir el texto en el presente volumen. Otros avances sobre el mismo tema o temas vinculados fueron presentados en inglés, en el encuentro del Institute of Andean Studies, Berkeley (2007), y en las mesas redondas de Dumbarton Oaks Library and Collection, Harvard University (2011), sobre el concepto de la huaca y sobre la arqueología de Pachacámac (Makowski 2016, s. f. 1, s. f. 2).

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Vista aérea oblicua desde el norte, Pachacámac, valle de Lurín, Lima.

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debida crítica de las fuentes escritas. A menudo, la crítica interna brilla por su ausencia y una simple mención por algún cronista es tomada a la letra, sirve a punto de partida para formular influyentes hipótesis y fundamenta las interpretaciones arqueológicas, incluso en desmedro de las evidencias materiales. A base de lecturas poco críticas de las fuentes escritas se ha afirmado que: 1. Los invasores incas dejaron de intervenir en la organización política del valle por respeto a la autoridad del oráculo de Pachacámac. Por ende, la arquitectura y el paisaje no sufrieron importantes modificaciones. 2. Con sus hipotéticas áreas urbanas al pie del templo oracular, el plano de Pachacámac se habría formado lentamente y de manera continua durante mil años previos a la conquista española. Su traza de apariencia planificada remontaría a los inicios del Horizonte Medio. 3. Pachacámac tuvo carácter urbano y, como tal, cumplía función de la capital de un señorío indígena. No obstante, los resultados de las excavaciones realizadas en los últimos años por mí y por otros investigadores sugieren que las políticas imperiales incas han transformado por completo el paisaje del valle. La reorganización no solo ha implicado la construcción de nuevos asentamientos urbanos para las poblaciones trasladadas de otros lugares de la sierra y, posiblemente, de la costa, sino también la creación de nuevos lugares sagrados —huacas— y nuevos espacios ceremoniales.

Mapa de sitios arqueológicos en el valle de Lurín, Lima.

Como era de esperar, las actividades edilicias de mayor envergadura se han realizado en Pachacámac. El centro ceremonial local, relativamente modesto, quedó transformado mediante la construcción de calles amuralladas, recintos cercados, plazas, además de los templos y del acllahuasi. Se construyeron nuevas pirámides con rampa. No se ha encontrado, en cambio, populosos barrios de traza urbana. Los estudios sobre la distribución y las funciones ceremoniales de huacas en la capital imperial (Rowe 1979; Bauer 1998, 2004; Zuidema 1980, 2008, 2010) demostraron que los principales rituales del calendario ceremonial no ocurrieron en las zonas monumentales del casco urbano del Cuzco, sino en áreas distribuidas a lo largo y ancho del valle. La doctrina religiosa del imperio y su historia fueron inscritas en el paisaje modificado (Van der Guchte 1990). Rocas esculpidas o no, fuentes, elementos de arquitectura se convirtieron en huacas, lugares sagrados y referentes de memoria socialmente compartida (Bray 2015; Kosiba 2015). 236

Plano del Templo del Sol con el recinto de la Primera Muralla, valle de Lurín, Lima.

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Desde mi perspectiva (Makowski 2015), la estrategia del imperio en el caso del valle de Lurín seguía las mismas pautas y similares procedimientos. Pachacámac y Pueblo Viejo-Pucará formaban parte de esta nueva geografía sagrada con la que el imperio ha pretendido legitimar sus derechos de gobernar la costa. Por falta de espacio, y también debido al estado de investigación, no es posible discutir en estas páginas a fondo el tema la geografía sagrada del valle de Lurín con su eje principal, el camino de Pachacámac a Pariacaca (Farfán 2010). Dos casos estudiados a profundidad por mí mediante investigaciones de campo, el de Pachacámac y el de Pueblo Viejo-Pucará, servirán para fundamentar la hipótesis que acabamos de esbozar. Las excavaciones desarrolladas por el autor y sus colaboradores en el valle de Lurín se han focalizado en la problemática del Horizonte Tardío: las características de la administración imperial inca en el valle y los primeros cambios que se dieron a raíz de la conquista española. Las imitaciones de la cerámica inca y de otros estilos imperiales asociados se seguían produciendo y usando hasta bien avanzada la segunda mitad del siglo XVI. La mayoría de asentamientos indígenas en el valle fueron, sin duda, abandonados de 1560 a 1580. Los trabajos se realizaron gracias al generoso apoyo de la Asociación Atocongo, Cementos Lima S. A., hoy UNACEM, en el marco de dos proyectos consecutivos: el Proyecto Arqueológico Lomas de Lurín y el Programa-Escuela de Campo Valle de Pachacámac. Las investigaciones sobre el Horizonte Tardío en el valle se iniciaron con la excavación de la entrada monumental a Pachacámac desde el Norte a través de la Tercera Muralla, realizada en 1994-1995 por Hernán Carrillo y Daniel Guerrero (figura 1: mapa de Lurín), y con los trabajos a largo plazo emprendidos en 1999 en Pueblo Viejo-Pucará. A juzgar por la evidencias etnohistóricas, los comportamientos funerarios registrados, y la típica arquitectura doméstica serrana, Pueblo Viejo-Pucará, ubicado a distancia visual de Pachacámac, fue el asentamiento principal de los caringas de Huarochirí, y la residencia de los señores de esta parcialidad (Makowski 2002; Espinosa 2014). La comparación entre la arquitectura pública de Pachacámac y de Pueblo ViejoPucará evidencia las limitaciones y falacias que se desprenden inevitablemente de las rígidas clasificaciones tipológicas como estas que intentan deslindar por separado entre las funciones políticas y religiosas oponiendo hipotéticos palacios 238

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a supuestos templos. Estas clasificaciones no describen con propiedad la variedad de formas y usos de espacios sagrados y objetos de culto (Makowski y Hernández 2010). En Pueblo Viejo-Pucará, la residencia del curaca principal sirve asimismo de escenario de libaciones y otros rituales en las plazas adosadas a su fachada occidental (Makowski y otros 2005). En Pachacámac, el debate sobre la función de las pirámides con rampa, supuestos palacios de los señores ychsma (Eeckhout 1999b, 1999-2000) evidencia el papel de estos complejos como lugares en los que se reunían y quizá acampaban los peregrinos, eventualmente luego de haber tributado a la administración imperial inca (véase infra). A diferencia de las tradiciones griegas, romanas o cristianas, en los Andes prehispánicos, los rituales no se realizaban preferentemente en el edificio, a menudo en un ámbito urbano, sino en ciertos lugares del paisaje transformado o no. En medio del paisaje se ubican también los objetos de veneración y culto, los que solo excepcionalmente adoptan la forma de imagen. Estos objetos de culto se clasifican en documentos referentes a las creencias indígenas como huacas, un concepto casi equivalente a lugares y objetos sagrados, rocas, fuentes, lagos, picos montañosos y nevados entre variados rasgos del paisaje (Bray 2015; Allen 2015). En Pachacámac y en Pueblo Viejo-Pucará la arquitectura ceremonial se asocia a los rasgos del paisaje sacralizado, sean yacimientos rocosos, cerros y promontorios al borde del mar o fuentes (puquios) y lagunas en el litoral. La arquitectura pública monumental asociada a lugares sagrados cumplía múltiples funciones de carácter tanto ceremonial como político y económico. Las plazas y los recintos cercados servían para reuniones masivas. Pachacámac no difiere desde este punto de vista del templo en las islas del lago Titicaca, el segundo en importancia después de Coricancha (Stanish y Bauer 2004).

Las transformaciones imperiales del paisaje sagrado de Pachacámac Escenarios interpretativos variados fueron trazados por arqueólogos e historiadores durante el siglo XX, desde Max Uhle ([1903] 2003) hasta Arturo Jiménez Borja (1985), Thomas Patterson (1966, 1985), María Rostworowski (1999, 2002a) y Peter Eeckhout (1995, 1998, 1999a, 1999b, 2003a, 2003b, 2004a, 2004b, 2004c, 2005, 2008, 2009, 2010). En opinión de Uhle ([1903] 2003), Pachacámac debe su planificación y la construcción de la mayoría de edificios monumentales a 239


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la administración inca. En cambio, otros investigadores relacionaron el diseño planificado del famoso santuario y oráculo con el Horizonte Medio (Shimada 1991; Lumbreras 1974: 154, 165). Estas ideas se derivaban de las propuestas de Dorothy Menzel, autora de la influyente cronología estilística del Horizonte Medio. Menzel (1964, 1968, 1977) estaba convencida de que la difusión de imágenes e ideas wari se debía al naciente prestigio de Pachacámac. Algunos investigadores como Régulo Franco (1993a, 1993b) hicieron, incluso, retroceder la fecha de las primeras construcciones monumentales hasta el Periodo Formativo. De esta época habría procedido la primera fase del Templo Viejo, escondida debajo del edificio lima. Los trabajos de campo realizados en las recientes décadas han alimentado nuevas hipótesis. Si las confrontamos con las anteriores, se obtiene cuatro interpretaciones diferentes de los vestigios arquitectónicos de Pachacámac: 1. Pachacámac habría sido un centro ceremonial con un templo mayor, el del dios Pachacámac, identificado con el Templo Pintado, al que se agrega en tiempos inca el templo del Sol. El gran recinto con ambos templos estuvo rodeado de muchos templos menores en forma de las pirámides con rampa, que habrían sido construidos antes de la conquista inca por las etnias sentadas en la costa y en la sierra (por ejemplo, Jiménez Borja 1985; Rostworowski 1999, 2002a; véase también el resumen del debate en Eeckhout 1999: 405-408). La comparación con Delfos es implícita en esta hipótesis. 2. Pachacámac fue el principal centro administrativo y ceremonial en el valle de Lurín, y quizá en la costa central del Perú, desde por lo menos el Periodo Lima Medio (Lima 4-5, Periodo Intermedio Temprano). Su traza ‘urbana’ planificada es obra de la administración Wari (por ejemplo, Patterson 1985; Bueno 1970, 1974-1975) y en todo caso su núcleo monumental más antiguo corresponde a las fases Maranga de la cultura Lima, en el inicio del Horizonte Medio (Marcone 2010). 3. Pachacámac fue la capital de uno de los señoríos de mayor importancia en el Periodo Intermedio Tardío y, por ende, un centro urbano. En esta época se construyeron palacios en forma de las pirámides con rampa. Estos característicos edificios, lejos de haber sido edificados para fines solo ceremoniales, como templos de deidades regionales, habrían sido 240

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concebidos como residencias de gobernantes (Eeckhout 1999b, 2003a; Uhle [1903] 2003 y Tello [1940-1941] 2009 han formulado hipótesis similares). Según la hipótesis de Eeckhout (ob. cit.), tras la muerte del gobernante, la pirámide con rampa como la ciudadela de Chan Chan (Kolata 1982, 1983, 1990; Campana 2006), se hubiera convertido en el recinto de su culto funerario póstumo. Dada la ausencia de estilos foráneos de cerámica en el Periodo Intermedio Tardío en Pachacámac, recientemente Eeckhout (2008) ha puesto en tela de juicio el papel del centro suprarregional de peregrinaje en el Periodo Intermedio Tardío (Periodo Ychsma Temprano, Medio y Tardío A). 4. La traza ‘urbana’ planificada de Pachacámac y buena parte de su apariencia monumental se debe a la gran inversión de trabajo humano, realizada por la administración inca (Uhle [1903] 2003). De manera coincidente con Uhle ([1903] 2003), para Hyslop (1990: 255-261) «Pachácamac es quizá el ejemplo más monumental del planeamiento inca en el que se ha ajustado y adaptado el diseño a la organización espacial preexistente»2. Las contradicciones que aparecen con claridad cuando se confronta una de estas lecturas con la otra y con los resultados de las excavaciones recientes, incluidas las mías (Eeckhout 1995, 1999a, 2004b, 2010; Shimada, 2003, 2004, 2007; Shimada y otros 2004, 2010; Makowski 2007, 2013, 2015), hacen pensar en un quinto escenario. No hay argumentos firmes para creer que Pachacámac fue el centro oracular y de peregrinaciones desde tiempos tan remotos, como el comienzo del Periodo Intermedio Temprano (fin del Periodo Formativo). En todas las excavaciones recientes se vislumbran, es cierto, tres a cuatro periodos que dejan huellas sobrepuestas en el paisaje arquitectónico y en las estratigrafías registradas en el complejo:  Periodo Lima (segunda mitad del Intermedio Temprano y la primera mitad del Horizonte Medio; la secuencia se subdivide en los periodos Lima Medio (Playa Grande, Lima 4-5) y Lima Tardío (Maranga, Lima 6-9, según Patterson 1966, 2014).  Periodo Ychsma (Periodo Intermedio Tardío).  Periodo Inca (Horizonte Tardío). 2 «Pachacamac is probably the most monumental example of Inka planning that coordinated y adjusted its design to a pre-existing layout».

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Contrariamente a lo esperado por varios estudiosos, no se observa continuidades ni en el diseño arquitectónico ni en la traza, a lo largo de los cuatro periodos. Cada uno parece caracterizarse por tipos diferentes de arquitectura que el otro. Cambia también la organización espacial del conjunto. No solo no se perciben continuidades cuando se compara la traza de ejes de comunicación y los planos de los principales edificios, construidos respectivamente en cada uno de los periodos mencionados, sino que además se registran hiatos de variada duración. La arquitectura Lima se diferencia a primera vista de las construcciones posteriores, debido al uso de dos tipos muy característicos de adobes. Se trata de adobe mediano (Makowski y Vallenas 2016) y adobitos, a menudo ordenados a manera del librero, como en el Templo Viejo (Franco y Paredes 2016), o como en las estructuras alrededor de la laguna de Urtpaihuachac. Hay que enfatizar que en el Periodo Lima se usa también el revestimiento de piedra en los cimientos y las paredes, tal como sucede en los periodos posteriores. La ocupación Lima Medio (4-5) se concentra en las laderas de los cerros frente al litoral y alrededor del edificio piramidal del Templo Viejo (Makowski 2016a; Makowski y Vallenas 2016; Makowski [ed.] 2011, 2012). En cambio, desde el fin de Lima Medio las evidencias de asentamientos se desplazan hacia el Norte, concentrándose alrededor de la laguna Urpaihuachac, que contenía en estos tiempos el agua dulce según Shimada y otros. Varias actividades constructivas se realizaron también en la cima del Templo Viejo, donde se han hallado recintos ceremoniales y contextos de ofrendas, debajo del sello de abandono (Franco y Paredes 2016; Makowski 2016a). Los edificios Lima quedaron abandonados durante el Horizonte Medio 2, hacia el 800 después de Cristo (C14 cal.). Todas las interpretaciones de los vestigios de Pachacámac, incluidas las recientes (Eeckhout 1995, 1999a, 2004b, 2010; Shimada, 2003, 2004, 2007; Shimada y otros 2004, 2010) se fundamentan, sin duda, en la percepción de las siguientes características de su organización espacial:  La presencia de calles amuralladas cuya traza da apariencia de un diseño planificado. Las dos calles principales, las únicas terminadas parecen cruzarse bajo ángulo recto en el centro del complejo.  La presencia de dos murallas monumentales, conocidas como la Segunda y la Tercera, las que impiden el acceso al recinto sagrado-témenos (Primera Muralla) desde el Norte. 242

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 El contraste entre la apariencia de dos espacios colindantes, el que se extiende entre las murallas Primera y la Segunda, y el que está delimitado por la Segunda y la Tercera. Pirámides con rampa y otros edificios de adobe se aglomeran en las afueras de la Primera Muralla. En cambio, salvo algunas excepciones, el espacio en las afueras de la Segunda Muralla carece de la arquitectura monumental, pero si hay huellas de construcciones de materiales perecibles y de intensas actividades en su superficie. Uhle ([1903] 2003) fundamentó su hipótesis acerca del carácter urbano de Pachacámac sugiriendo que las élites moraban en sus residencias construidas en el espacio interno, mientras que los estratos populares tuvieron viviendas en las afueras de la Segunda Muralla.  La traza continua de la Primera Muralla que rodea los volúmenes del Templo Viejo y del Templo Pintado, supuesto lugar de culto del dios Pachacámac, e impide el libre acceso a la entrada principal de la Pirámide del Sol, que se abre en la fachada Noreste de este templo de Punchao. El mal estado de conservación de esta muralla sugería su notable antigüedad y la presencia misma daba sustento a la idea de un solo recinto sagrado, témenos, concebido como tal en los orígenes de la historia del famoso santuario. Además, desde Uhle hasta nuestros días, todos los investigadores asumían que un solo nivel, el penúltimo, en las secuencias estratigráficas de Pachacámac corresponde a la ocupación inca, dada su duración reducida que se estimaba en unos sesenta años (1470-1532 después de Cristo). Desde que reinicié trabajos en Pachacámac en 2005, se ha puesto por objetivo verificar el fundamento empírico de estas aseveraciones mediante excavaciones en área y sondeos localizados en lugares estratégicos. Una parte de las unidades de excavación, así como amplias áreas de prospección con el radar de penetración de suelos y con los magnetómetros de Cesio y Flux Gate, ha sido distribuida entre las murallas Segunda y Tercera, donde Uhle ubicaba barrios residenciales correspondientes a estratos sociales menos acomodados. Se ha comprobado en todas las unidades que la zona estuvo ocupada solo durante el Horizonte Tardío para fines de campamento (Makowski 2015). Otras unidades de excavación permitieron reconocer la cronología de la entrada principal a través de la Segunda Muralla con la calle Norte-Sur. En este caso 243


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también firmes asociaciones de cerámica diagnóstica del Horizonte Tardío indicaban que la parte investigada de la Segunda Muralla y la entrada monumental fueron construidas por la administración inca, inmediatamente tras haber asumido el control del valle (Makowski 2015a, 2015b). Luego hemos centrado nuestra atención en la secuencia estratigráfica de la entrada principal al Templo del Sol-Punchao y de la fachada Noreste de este edificio piramidal atarazado. De manera sorprendente, tomando en cuenta la corta duración estimada para la ocupación inca en la costa central, de poco más de seis décadas, se ha registrado dos fases de construcción, separadas por huellas de un movimiento telúrico destructivo y seguida por la clausura de la entrada. A esta se sobreponían vestigios de, por lo menos, tres episodios de la destrucción intencional de arquitectura perecible dispuesta sobre las terrazas del templo. Los vestigios, parcialmente quemados fueron depositados en montículos de ambos lados de la entrada y sobre las laderas. Esta compleja estratigrafía se repetía en la unidad ubicada al pie del muro de la terraza inferior del templo y trazada de tal manera para documentar en detalle el perfil de la trinchera realizada por Strong y Corbett (Makowski 2011, 2013, 2015, 2016). Finalmente, sondeos y unidades de mayor extensión ubicadas en todas las posibles entradas a través de la Primera Muralla y de ambos lados de esta construcción me han permitido definir con precisión la fecha de la construcción del hipotético témenos, descartar la existencia potencial de otras murallas, construidas antes y abordar el tema de eventuales relaciones funcionales y cronológicas entre este importante rasgo arquitectónico y las estructuras colindantes con él. En la luz de las evidencias reunidas, quedó claro que la construcción de la Primera Muralla se ha iniciado con la segunda fase del Templo del Sol. La mayor parte de tramos proviene del fin de la época inca o del comienzo del Periodo Colonial. La tarea de construcción nunca fue terminada y quizá los últimos tramos fueron hechos con la intención de impedir el acceso a los templos. En el transcurso del Periodo Horizonte Tardío fue construido también el imponente edificio conocido como el Cuadrángulo (Makowski [ed.] 2015; Makowski 2016b). Como se desprende de lo expuesto, ninguna de las cuatro premisas resultó acertada en la confrontación con las evidencias materiales obtenidas hasta el presente. En casi todas las unidades excavadas se ha registrado una secuencia estratigráfica 244

Conjunto de PCR en Pachacámac (Eeckhout, 2004).

PCR 12B, Pachacámac (Eeckhout, 2004).

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sorprendentemente compleja en la parte del Horizonte Tardío, a juzgar por la recurrencia de fragmentos de las imitaciones de cerámica Cuzco polícromo y de otros estilos imperiales diagnósticos. Los resultados invitan a repensar los alcances de la actividad edilicia emprendida por la administración inca en Pachacámac y, por consiguiente, la revisión de las interpretaciones de la organización espacial del santuario-oráculo se hace también necesaria. Quedó establecido con firmes bases estratigráficas que tanto las tres murallas como las calles fueron construidas durante el Horizonte Tardío (Makowski [ed.] 2011, 2013, 2015; Makowski 2016b). Este nuevo trazo carece de antecedentes en los periodos anteriores, contrariamente a lo que se suponía en la literatura del tema. La calle Norte-Sur jugaba un papel particularmente importante en el sistema de comunicación establecido por la administración inca. Antes del terremoto que la afectó seriamente, la calle dirigía los pasos de los visitantes hacia diferentes destinos:  Al patio frente a la pirámide con rampa 4.  Al patio interno de la pirámide con rampa 1.  A los depósitos en la parte trasera de la pirámide con rampa 1.  Al patio hundido en el extremo Sur, donde terminaba su recorrido.  Y, paralelamente, a un pasadizo en el lado oriental del patio hundido que llevaba hasta el Cuadrángulo Tello. Desde el patio hundido, un sistema de accesos restringidos permitía acceder hacia la Plaza de Peregrinos frente al Templo Pintado, considerado por la mayoría de investigadores templo de Pachacámac. Por otro lado, existe un cruce de la calle Norte-Sur con su similar perpendicular, Este-Oeste. Como bien lo han observado previamente Paredes (1991) y Ravines (1996), la calle Este-Oeste tiene características de un camino pavimentado o afirmado entre murallas, tan típico para la arquitectura inca, solamente en el segmento al Este del cruce. El segmento occidental, en cambio, se compone de espacios descampados trapezoidales que se ubican en las partes traseras de pirámides con rampa. Estos espacios no se comunican mediante puertas con recintos circundantes y están parcialmente cubiertos por grandes montículos de basura evacuada desde el interior de las pirámides con rampa. En cambio, el segmento oriental de la calle Este-Oeste parece llevar ex profeso al ingreso principal de una de las estructuras ceremoniales 246

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de mayor extensión, la pirámide con rampa 2. En una de las murallas laterales de la calle se abre también la entrada al recinto de la pirámide con rampa 12. Cabe enfatizar que no todas las pirámides con rampa estuvieron interconectadas mediante las calles amuralladas. Fuera de este sistema se encuentra la pirámide de mayor volumen y extensión, construida según Eeckhout algunas décadas antes de la incorporación del valle de Lurín en el Tahuantinsuyo, la 3, y también algunas otras plataformas con rampa de dimensiones mucho más modestas, como las 9, 10, 14, ubicadas todas en la parte occidental del complejo, cerca del borde elevado del valle. Todas las pirámides interconectadas por el sistema de calles amuralladas fueron quizá construidas, o por lo menos ampliadas y transformadas (Pavel Svendsen 2011), cuando Pachacámac se ha convertido en el gran oráculo del Tahuantinsuyo (Curatola 2008). Hay argumentos firmes para ello en el caso de las pirámides con rampa 1, 2 y 4. Es cierto que los sondeos realizados por Paredes, Franco e Eeckhout (Pavel Svendsen 2011) han revelado la existencia de otros niveles de ocupación con el material Ychsma Tardío y también algunos vestigios arquitectónicos debajo del nivel de cimientos de estructuras expuestas en la superficie. No obstante, no se ha demostrado que estos muros y pisos formaban parte la pirámide con rampa en su fase fundacional. Parecen más bien relacionarse con otro proyecto arquitectónico. Dada la baja recurrencia de fragmentos de cerámica correspondientes a las imitaciones de estilos cuzqueños en la primera mitad del Horizonte Tardío, su ausencia en la estratigrafía dentro de un sondeo de tamaño limitado no necesariamente justifica ni siquiera la conclusión de que se trata de un episodio ocupacional preinca. Hemos comprobado en varias excavaciones arriba presentadas que las capas de nivelación debajo de los cimientos de muros del Horizonte Tardío contienen material cerámico mezclado de varias épocas desde el Horizonte Tardío hasta fines del Horizonte Medio. Por supuesto, tanto el material cerámico diagnóstico como los fechados C14 provenientes de la capa de nivelación ofrecen solo un terminus post quem3 para las estructuras. De todas estas observaciones se desprende la posibilidad que las construcciones que se asocian a estratos que contienen la 3 Fecha que determina el tiempo previo al evento que queremos datar.

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cerámica Ychsma Tardío pudieron haber sido construidos por el mandato de gobernantes cuzqueños. La eventual ausencia de fragmentos de la cerámica IncaLurín o Chimú se desprende a menudo de factores coyunturales, pues este tipo de cerámica abunda solo en ciertos contextos ceremoniales, en entierros y en zonas de culto imperial (Templo del Sol, Acllahuasi). Pavel Svendsen (2011: 155, 156) ha reunido argumentos contundentes que las pirámides 6, 7b, 8, 14 fueron construidas durante el Horizonte Tardío. Por otro lado, en todas las excavaciones publicadas y también en la superficie hay múltiples pruebas de la intensidad de uso de los espacios arquitectónicos de Pachacámac durante la administración inca. Montículos de desechos de producción y de banquetes acumulados frente a las entradas a las plazas y detrás de los muros, en los descampados, y los restos de basura esparcida en la superficie de las plazas dan testimonio del número de participantes y cantidades de alimentos y bebidas consumidas durante los rituales. No hay evidencias similares de uso muy intensivo y multitudinario de espacios de tránsito y para reuniones en las capas que se han formado en los periodos precedentes al Horizonte Tardío. Cabe observar que tanto la Segunda Muralla como los muros laterales de las calles no forman parte de un solo proyecto constructivo con la calzada, a juzgar por el segmento descubierto de la avenida Norte-Sur, pues formaban parte, segmento por segmento, tarea por tarea, de recintos cuadrangulares construidos alrededor de las pirámides con rampa y de otros edificios de carácter monumental. Algunos de estos recintos existieron antes de que se haya hecho la primera calzada de dicha calle. Nuestras excavaciones en la portada de acceso de la calle Norte-Sur a través de la Segunda Muralla y en el cruce de esta con el camino Este-Oeste, trazado en las afueras de la Segunda Muralla y nunca terminado, han demostrado que la calzada, el canal que la atraviesa, la portada y las murallas laterales que se extienden hacia el Norte en las afueras de la muralla de ambos lados de la calle Norte-Sur sí fueron construidos en el mismo momento al inicio del Periodo Horizonte Tardío. Tras años de uso intenso en el transcurso de los cuales la calzada se ha cubierto de capas de arena eólica afirmada, un fuerte movimiento telúrico ha causado el colapso de parte de los muros laterales. Estos nunca fueron reconstruidos y, por lo contrario, en ciertos segmentos fueron desmantelados, ladrillo por ladrillo, hasta los cimientos para recuperar el material constructivo. El cruce y la principal 248

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entrada a Pachacámac en el eje de la calle Norte-Sur quedaron condenados. La calzada de la calle extramuro fue ocupada para las construcciones de quincha en la espalda de la pirámide con rampa 8, cuya construcción se ha iniciado en esta época. Una nueva portada en el eje de la rampa de la Pirámide 1 se convirtió en el principal y quizá único acceso al santuario desde el Norte, desde el valle de Lurín. Por este acceso los visitantes accedían consecutivamente a los patios que se extendían frente a las pirámides con rampa 4 y 1 y luego podían acceder a la calle Norte-Sur a través de dos puertas abiertas en el muro lateral Oeste de este camino. Los resultados de nuestras investigaciones conducen a la conclusión que la interpretación de la historia de Pachacámac dominante en las publicaciones del tema, incluidas las guías turísticas y guiones museográficos no concuerda con las evidencias y merece una revisión. La administración inca es la responsable de transformar un pequeño centro de culto de importancia local o regional en un santuario y oráculo imperial con apariencia planificada y de monumental envergadura. Su obra no solo incluye la construcción del Templo del Sol, de acllahuasi y de la plaza de peregrinos con ushnu, así como la ampliación de la pirámide escalonada de Pachacámac, sino la construcción de las tres murallas y de las vías amuralladas, con un buen número de las pirámides con rampa. Los sectores residenciales, los edificios destinados al almacenamiento y a la producción así como campamentos provienen también del Periodo Inca. El desarrollo de este complejo monumental no responde, sin embargo, a la realización de un solo programa arquitectónico. Todo lo contrario. Se trata de varios proyectos no siempre concordantes. Es probable que cada inca haya aportado con sus actividades edilicias a cambio en la organización arquitectónica del santuario. Resulta más bien dificultoso imaginarse sobre la base de evidencias firmes cuál ha sido la apariencia de Pachacámac preinca. Da la impresión que al norte de la pequeña pirámide escalonada de Pachacámac se construían otras plataformas, tanto bajas y planas como escalonadas, las que a su vez estuvieron rodeadas de extensas áreas de cementerio (Uhle [1903] 2003; Eeckhout 1999: 78, figura 5.1). Shimada (2003, 2004; Shimada y otros 2004, 2010) ha excavado sucesivos pisos y superficies de uso en las plazas abiertas que eventualmente rodeaban a las pirámides y ocasionalmente estuvieron también usadas para fines funerarios. El Templo del Mono, excavado por Eeckhout (1999a, 1999b: 128-192, 2003a, 2003b; Michczynski y otros 2007; Feltham e Eeckhout 2004) es un buen ejemplo 249


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de esta arquitectura ychsma. Poco antes de la llegada de los incas (Michczynski y otros 2003, 2007) se ha iniciado la construcción de uno o dos cuerpos de la pirámide con rampa 3 que llegó ser el edificio más imponente en todo Pachacámac de su época. Eeckhout (2008) quizá tiene razón cuando duda de la presencia en Pachacámac de peregrinos originarios de tierras lejanas en los periodos previos a dominación presencia inca. En efecto, ni en los entierros ni en los contextos potencialmente ceremoniales fechados del Periodo Intermedio Tardío (Ychsma Inicial y Medio (Ychsma Inicial y Medio: Bazán 1990, 1992, 2008; Vallejo 2004, 2008, 2009; Feltham e Eekhout 2004) se encuentra la cerámica o textiles en estilos exóticos (Eeckhout 2008). El profundo carácter provincial de la iconografía y de la tecnología de producción de vasijas y telas en el estilo ychsma no se condice con el esperado contexto de presencia de numerosos grupos foráneos. Esta situación de aislamiento cambia dramáticamente recién durante el Horizonte Tardío. Las crónicas (Curatola 2013; Eeckhout 1999b, 2008; Espinosa 2004; Rostworowski 2002a) no dejan lugar a duda que Pachacámac atraía a peregrinos y que fue un centro oracular. Reconstrucciones en 3D de estructuras en las plataformas del Templo del Sol, Pachacámac (Pinasco, 2010).

Es difícil, sin embargo, detectar su presencia efectiva en los contextos arqueológicos. Resulta poco probable que los peregrinos se hayan desplazado con piezas de cerámica fabricadas en su terruño. Más creíble, en todo caso, sería la importación de piezas textiles como vestidos ceremoniales y/o como ofrendas. No obstante, la determinación de la procedencia de una pieza tejida es muy complicada durante el Horizonte Tardío debido a desplazamientos generalizados de tejedores y las políticas del imperio que promovían las migraciones forzadas de poblaciones enteras (mitimaes). Durante la administración cuzqueña, Pachacámac carecía de las características de una populosa urbe medieval o renacentista, europea o asiática, según mis investigaciones. No existían barrios residenciales, en sentido estricto. Las casas habitacionales, incluido el hipotético palacio del curaca principal, estaban dispersas cerca del borde de la terraza que dominaba el valle cultivado y también al pie del cerro Gallinazo. El complejo carecía de murallas perimétricas. Nada impedía el acceso al santuario desde el lado del mar. No obstante los caminos desde el valle del Rímac o siguiendo del ramal de Qhapac Ñan a lo largo de la cuenca del Rímac

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se dirigían, sin duda, hacia las dos portadas simbólicas, la de la sierra en el sector de las Palmas (Paredes y Ramos 1994) y la de la Tercera Muralla. Había que atravesar campamentos extensos y desordenados para llegar a las dos portadas en la Segunda Muralla, construidas y habilitadas secuencialmente, una tras otra. Tras atravesar las portadas los visitantes se dirigían hacia los recintos determinados. El complejo de las pirámides con rampa 1 y 4 sugiere que la división en dos a tres grupos fue uno de los principios empleados para organizar a los advenedizos. Tres pirámides (1a, 1b y 4) con rampas y con patios externos comparten un espacio común con una fuente de agua dulce hoy tapada con desmonte. Luego de haberse preparado con ayunos algunos de peregrinos podían acceder a los templos después de haberse congregado en la plaza frente al Templo Pintado. Hay una diferencia interesante en cuanto a la modalidad del acceso a los lugares sagrados, incluido el oráculo. Los que subían a las plataformas del Templo Pintado podían ser observados en su ascenso a los patios de la cima. Este no fue el caso del Templo del Sol. Aparentemente los escogidos tuvieron que ascender hasta la mitad de la pendiente de la montaña, donde se encontraban las entradas a la primera y segunda terraza. La puerta que hemos excavado, la que está flanqueada por dos salientes de la terraza, lleva una simple superficie afirmada por pisadas. No hubo rampa ni escalera. Si bien el circuito completo de comunicación desde la entrada queda aún por descubrir, queda bien claro que los visitantes del templo desaparecían de la vista y tampoco se podía observar la cima del templo, el destino final del ascenso. Corredores laberínticos y escaleras, parcialmente descubiertos primero por Tello, y luego durante trabajos de limpieza y conservación posteriores, realizadas durante el siglo XX, conducían sucesivamente de una terraza a la otra hasta llegar a la entrada ubicada simétricamente en el centro de la pared Noreste del patio de la cima. Las estructuras que contenían, entre otros, la imagen de culto (Estete [1535] 1968) se encontraban en el centro de este patio. Las apariencias creadas por la arquitectura ychsma con sus tipos de adobe y la preferencia por la forma de la pirámide con rampa esconden las características del diseño, muy característicos para los centros ceremoniales y administrativos incas. La impronta imperial inca se expresa no solo en las redes de caminos amurallados y de canales, así como la monumental plaza de Peregrinos, sino ante todo en el 252

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manejo de las características particulares del paisaje. Se ha escogido dos lugares especiales para erigir edificios de mayor importancia para el culto dinástico de estirpe de Manco Cápac y de Pachacútec. El acllahuasi fue construido, recordemos, al borde de la laguna de Urpaihuachac, que recibió un marco monumental de revestimiento de bordes con muros de piedras canteadas, además de estanques pequeños para afloramientos de agua. Una red de canales que atraviesan recintos de algunas pirámides con rampa y siguen el trazo de algunas calles complementa esta red de fuentes de agua junto con los afloramientos naturales como el puquial frente a la pirámide con rampa 1. La colina rocosa prominente entre las lagunas y el océano fue escogida para levantar el templo mayor del culto imperial, la Pirámide del Sol. Al pie del templo se extendía la gran plaza y luego canchas, construidas y/o reutilizadas, donde se podían reunir los peregrinos. Estas canchas recibieron en la literatura el nombre de ‘pirámides con rampa’. He sustentado recientemente (Makowski 2015b) que un complejo contenido religioso de carácter sincrético, promovido por la administración imperial, se ha materializado en el imponente programa arquitectónico que acabamos de describir. El argumento de María Rostworowski (1999, 2002a) y varios otros investigadores (Franco 1993a, 1993b, 2004; Franco y Paredes 2004, 2016; Paredes y Franco 1988; Shimada 1991), quienes aseguran que el culto del dios Pachacámac se ha desarrollado sin interrupciones ni cambios durante por lo menos mil años se sostiene sobre premisas empíricas relativamente endebles, a saber:  La proximidad de tres edificios de culto, conocidos como Templo Viejo, Templo Pintado y Templo de Punchao o Pirámide del Sol.  La existencia de la Primera Muralla, que rodea los tres edificios creando supuestamente el témenos del santuario. A estos dos argumentos Franco y Paredes (Franco s. f.; Franco 1993a, 1993b, 2004; Franco y Paredes 2004, 2016; Paredes y Franco 1988) agregaron dos más. Hay una parcial superposición de muros entre las estructuras que corresponden, respectivamente, a una de las fases del Templo Viejo y el primero de los tres edificios consecutivos del Templo Pintado. Cabe recordar que la superposición de diferentes vestigios de arquitectura pública, los que fueron edificados sucesivamente uno al lado o parcialmente sobre el otro entre la primera mitad del Periodo Intermedio 253


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Temprano y el Horizonte Tardío, es un fenómeno muy frecuente en los valles de la costa central del Perú. Basta citar casos conocidos de Maranga o Cajamarquilla (Segura y Shimada 2010). No obstante, la superposición en ninguno de los casos implica necesariamente que se haya mantenido durante siglos la continuidad de formas, funciones y usos del edificio más antiguo en la secuencia. En el caso de que se trata de una secuencia de remodelaciones de un solo templo (por ejemplo, Mina Perdida: Burger y Salazar, 2009; Huaca de la Luna: Uceda, Mujica y Morales 1997; Uceda 2001, 2008), hay que disponer de evidencias adicionales iconográficas y contextuales para afirmar que los usos que se dieron al área investigada y aún más la características de culto no hayan cambiado a lo largo de los siglos. En Pachacámac no se dispone de argumentos convincentes ni para asumir que el Templo Viejo y el Templo Pintado formaron parte del mismo proyecto, ni que este fue modificado lentamente durante varios siglos, ni que ambos templos estuvieron dedicados a la misma deidad. Uhle ([1903] 2003: 101, 129; figuras 3, 4, 5) ha documentado tres fases sucesivas de construcción en el Templo Pintado, de las cuales la primera se levanta sobre la superficie de un área de uso funerario con los entierros del Horizonte Medio 2 (Kaulicke 2001, Marcone 2010). El famoso ídolo de madera bifronte, fechado del Horizonte Medio 2b o 3 con criterios estilísticos (Lyon 1978, Dulanto 2001), y hallado fuera de su contexto original, en un relleno arquitectónico correspondiente a la tercera fase, suele brindar el argumento central en la literatura del tema para relacionar la primera plataforma del Templo Pintado con la problemática wari. La tercera y última fase del templo se relaciona, sin duda, con la presencia inca en el valle de Lurín (Bonavía 1985, Dulanto 2001; Pozzi Escot 2013). Cabe resaltar que el programa iconográfico de la pintura mural que cubre las paredes escalonadas del Templo Pintado no coincide con lo esperado en el santuario de un Pachacámac, la deidad que animó el universo y moraba inmóvil desde el nacimiento del mundo en las entrañas de la tierra. Las pinturas murales tuvieron al parecer el propósito de transformar la fachada de la pirámide en la imagen de una isla con campos de maíz en medio del océano con peces, la que concordaría mejor con la personalidad de Urpaihuachac, diosa del mar y creadora de peces, que con la de Pachacámac (Rostworowski 2002a). 254

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Templo del Sol e islas de Cahuillaca, Pachacámac.


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A su vez, el ídolo de madera representa a dos deidades que miran en sentidos opuestos y tienen diferente carácter. Una de ellas, quizá de sexo femenino, ostenta atributos que la relacionan con la tierra y con el maíz (Lyon 1978). La otra deidad en cambio parece tener dominio sobre los cielos (Dulanto 2001). Las características iconográficas sugieren que el famoso ídolo podría representar a Viracocha Cuniraya y a su amante tomada por engaño, Cahuillaca. La diosa y su hijo se transformaron en islas frente a Pachacámac en la huida desesperada de Cuniraya (Salomon y Urioste, 1991; Taylor, 1999). No parece improbable en nuestra opinión que Pachacámac fue venerado junto con Punchao en el Templo del Sol, siendo el Templo Pintado consagrado a dioses ancestrales del valle. El mito de Cuniraya y Cahuillaca, con la historia de Urpaihuachac, fue evocado por medio de las islas rocosas o lagunas y su memoria se encontraba inscrita así en el paisaje a diferencia de la de Pachacámac. Por otro lado, la decoración del ídolo de Pachacámac (Dulanto 2001) está estrechamente relacionada con la iconografía de los periodos tardíos en la Costa Norte, en particular con los relieves de las huacas del Dragón en el valle de Moche, y Chotuna en Lambayeque (Donnan 2011), así como con los motivos impresos de molde en la cerámica Casma (Shimada 1991; Carrión Cachot 1959). Rostworowski (2002a: 66-69) ha señalado a partir de los convincentes datos de archivo que la Huaca del Sol en Trujillo llevaba el nombre de Pachacámac. A la luz de evidencias presentadas en este artículo parece probable que el culto de Pachacámac, una deidad norteña fue traída al valle de Lurín, para crear bases de un culto imperial al sustento de los derechos sobre nuevos territorios conquistados por los soberanos cuzqueños.

La sacralización del paisaje en el asentamiento de los mitmaquna: Pueblo Viejo-Pucará Evidencias de la sacralización intencional del paisaje bajo la administración inca hemos encontrado no solo en Pachacámac, sino también en un asentamiento que carece de características de un centro ceremonial. Pueblo Viejo-Pucará ha sido, a juzgar por el cruce de evidencias históricas y arqueológicas, el asentamiento principal del aillu de los caringas (Makowski 2002a). El nombre de Caringa llevó el señorío de mayor extensión sobre la margen izquierda del valle de Lurín (Ychsma), renombrado como valle de Pachacámac tras la conquista inca (Espinosa 2014). 256

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Pueblo Viejo-Pucará se ubica en la distancia visual de aproximadamente 15 kilómetros de Pachacámac, escondido en el laberíntico sistema de quebradas laterales que atraviesan las primeras estribaciones de los Andes y desaguan hacia las quebradas del Río Seco y Pucará, tributarias del Lurín. Gracias a su localización respecto a los cerros más altos (Lomas de Pucará y Manzano) en la cercanía del litoral marino, y la altura entre 400 y 600 metros de altitud que favorece la manifestación del fenómeno de loma costera, durante la época del estiaje entre junio-julio y octubre-noviembre toda la zona se cubre de espeso manto de gramíneas y arbustos, como el mito, la papaya silvestre (Carica candicans). Hay también escasos arboles de tara (Caesalpinia spinosa) y guarango, en el norte conocido como algarrobo (Prosopis pallia). En el pasado, las laderas estuvieron forestadas por los Acacia, en especial Acacia macracantha y Prosopis, así como la especie cultivada del árbol frutal, usado, sin embargo, también como fuente de combustible, el lúcumo (Lucuma obovata; Moutarde 2006: 182-196). Todos los niveles estratigráficos excavados, desde la capa estéril hasta la capa de abandono contienen cerámica diagnóstica inca, como en Pachacámac, siempre en un porcentaje muy reducido respecto a los estilos locales de la costa central. En algunos sectores el último nivel de uso contenía osamentas de grandes mamíferos europeos e, incluso, una cuenta de Cádiz, hecha de vidrio. Por ello, no cabe duda de que el asentamiento fue construido por iniciativa de la administración inca en la fase inicial del Horizonte Tardío y fue abandonado por 1560, en todo caso antes de la visita de Cantos de Andrade (Rostworowski 1999) y antes de las reducciones toledanas, dado que no está mencionado en ninguno de los documentos coloniales de la segunda mitad del siglo XVI. El lugar para construir el asentamiento fue cuidadosamente escogido como pensando en las preferencias de habitantes procedentes de la sierra en cuanto al relieve y al clima. Una mitad del asentamiento se ubica en las cimas intermedias, localización que permite controlar visualmente dos quebradas laterales de la margen izquierda del río Lurín. La otra mitad está escondida en el fondo de dos quebradas que bajan de las laderas del cerro Lomas de Pucará hacia la quebrada del río Seco. El asentamiento no se avistaba desde la quebrada y el acceso fue restringido por la terraza fósil en el borde de quebrada que se levanta a manera de altas muralla asemejándose en forma a una morrena glacial. 257


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Un sistema de dos asentamientos satélites y de atalayas formaba un anillo de protección y vigilancia alrededor de Pueblo Viejo-Pucará. El clima de loma estimula el crecimiento de pastos sobre las laderas del cerro en el periodo de estiaje. Los pastores de la comunidad de Cucuya (Santo Domingo de los Olleros en la cabecera del valle de Chilca) a la que pertenece toda esta zona vienen cada año a pastar sus rebaños de bóvidos y óvidos. Cuando el fenómeno de loma se debilita, es el turno de pastores de caprinos. La presencia de cercos para el manejo de ganado, incluido empadre y separación de crías, en dos sectores de Pueblo Viejo (Watson 2012; véase también Kolp-Godoy y otros 2014) sugiere que la riqueza de las pasturas ha sido una de las razones para la fundación del asentamiento. La otra razón probable fue la necesidad de garantizar la defensa de Pachacámac, en el caso de algún conflicto, como el que enfrentó a los incas con el señorío Huarco de Cañete (Rostworowski 1978-80). La recurrencia de proyectiles de honda y la producción de cabezas de porra, con varios ejemplares acabados encontrados a lo largo del asentamiento, refuerzan la hipótesis mencionada. Pueblo Viejo-Pucará, con sus 12 hectáreas de espacios construidos, sin contar el área asociada de andenes y sitios menores en la periferia de aproximadamente 26 hectáreas, es el asentamiento de carácter habitacional más extenso entre los que fueron habitados tras la conquista inca en el valle bajo de Lurín y se conservaron hasta la actualidad. Gracias a las excavaciones en el área que suman cerca de 6.000 metros cuadrados, realizadas en todos los cinco sectores con la arquitectura residencial y la limpieza de vegetación y de escombros superficiales de un poco más de 30 por ciento de la superficie construida, seguida por el levantamiento detallado de los vestigios arquitectónicos se dispone de la información detallada sobre la organización espacial del sitio, así como sobre las características y las funciones de arquitectura y los comportamientos funerarios de los habitantes. La organización espacial del asentamiento evoca una organización social frecuente en la sierra: dos mitades, alta y baja, cada una respectivamente con dos aglomeraciones de arquitectura a manera de barrios (¿aillus comunes?), además de la gran residencia de carácter palaciego con dos anexos de servicios, la que se transforma en la morada del quinto aillu en el Periodo Colonial Temprano, con lo que se tuguriza y pierde por completo su carácter original. Un segundo palacio de tamaño mucho menor que el precedente se encuentra en la cima intermedia de Lomas de Pucará (Sector IV), dominando visualmente en los días despejados la entrada desde la orilla del océano Pacífico hasta la quebrada de Pucará (Makowski y otros 2005, 2008). 258

Palacio del curaca principal, Sector 2, durante la época de estiaje cuando las neblinas favorecen la aparición del fenómeno de loma, Pueblo Viejo-Pucará, valle bajo de Lurín, Lima.

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Según toda probabilidad, se trata de la residencia de la segunda persona, el curaca subalterno sobre la gente de la mitad superior. Las estructuras palaciegas cuentan en su diseño con los mismos elementos de los que se componen los módulos residenciales comunes, a saber, depósitos de dos pisos, ambientes techados rectangulares que se adosan a ellos, plataformas destinadas como lugares de descanso, depósitos subterráneos y canaletas con hoyos alineados en su fondo para empotrar, en fila, grandes cántaros de almacenamiento. La gran diferencia está en la extensión del conjunto, en el número, dimensiones y diversidad funcional de ambientes y, sobre todo, en el diseño planificado: todas las unidades de vivienda se distribuyen en tres de los cuatro lados de un patio central con el que se comunican por medio de pórticos. El cuarto lado está ocupado por espacios no destinados a fines residenciales y, en particular, por el área de cocina. Se adosan a este lado espacios ceremoniales en forma de plazas cercadas o abiertas. A diferencia de las unidades-patio comunes, las estructuras palaciegas fueron construidas con sus patios y plazas en un tiempo breve y su diseño planificado se mantuvo hasta el final del uso. Su traza es aproximadamente ortogonal, pero adaptada al relieve del terreno. La estructura ubicada en el Sector II de la mitad baja del asentamiento es incomparablemente más extensa que la de arriba y, sin duda, fue destinada como residencia del curaca principal. Dos extensas plazas alineadas y cercadas de muros anchos se adosan a su fachada. Las plazas poseen una sola entrada desde la fachada lateral que es común para ambas y completamente independiente del único acceso al palacio. Una estrecha puerta conduce de una plaza a la otra. Los muros, de una altura aproximada de 2 metros, impedían ver lo que pasaba alrededor del palacio en los espacios del otro lado del cerco perimétrico, salvo las actividades que se desarrollaban en una plataforma elevada del ushnu colindante con las plazas y en la alejada terraza del Templo de la Cima, al sur del edificio (compárese con los ushnus de los sitios de La Puruchuca y San Juan de Pariachi en Villacorta 2005: 117, 118, figuras 18-21). La plataforma, interpretada como ushnu, se ubica al lado de la cocina del palacio donde el muro que separa las dos plazas llega a la fachada. Un estrecho pasadizo con una escalera permitía descender a las plazas a la persona que dirigía las ceremonias o realizaba una ofrenda desde la plataforma. Esta persona pudo haber estado sola o con acompañantes, quienes podían haber sido congregados antes en el patio central del palacio. La función ceremonial de las plazas se desprende no solo de la falta de conexión con los sectores domésticos, la presencia del ushnu y la vista que se extiende 260

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al Templo de la Cima. Lo sugieren también los hallazgos de fragmentos de concha Spondylus sp. esparcidos en la superficie y la presencia de una gran roca cerca del centro de la segunda plaza, similar a la que recibía culto en el templo mencionado. Un énfasis aparte merece la relación espacial directa entre las dos áreas residenciales de familias de mayor estatus y los corrales para ganado. Un conjunto de corrales se encuentra al sur de la gran residencia palaciega, frente a su fachada principal. El otro conjunto se encuentra contiguo al límite norte del Sector I, que comprende una aglomeración de unidades residenciales excepcionalmente grandes. Cada una cuenta con un patio interno y, por lo menos, con cuatro habitaciones techadas y ocho depósitos de dos pisos. Los corrales del Sector I tienen cámaras funerarias asociadas. La arquitectura de las casas comunes tiene el mismo diseño modular que las residencias de élite. No obstante, en el caso de la unidad residencial común, se trata de un solo módulo compuesto de dos ambientes rectangulares intercomunicados por un pasadizo, y de dos depósitos de planta rectangular alargada, por lo general dispuestos en fila en el centro entre ambos recintos originalmente techados, con un corto pasadizo en medio de ambos. Sin embargo, es frecuente también la ubicación de un depósito en uno de los lados cortos de la estructura, en L. La construcción de cada conjunto doméstico se iniciaba con los depósitos que suelen tener dos pisos de altura aproximada de 1 metro cada uno. Los depósitos no solo separaban las ambientes y, a veces, las casas contiguas, sino también ofrecían apoyo a los techos, ligeramente inclinados a dos aguas, y hechos de materiales perecibles. Pequeñas ventanas cerradas con lajas de pizarras una por piso constituían únicos accesos a las cámaras de los depósitos. La entrada desde el exterior daba al interior de uno los dos ambientes rectangulares que constituían un módulo. La forma más recurrente en el asentamiento es la de un módulo completo de dos depósitos y dos recintos rectangulares. Las plataformas para descanso, los depósitos subterráneos, los fogones y áreas de quema, los vestigios de actividades encontradas en los pisos y las capas de ocupación encima no dejan lugar a duda que la mayoría de recintos rectangulares tuvieron funciones residenciales y eran escenario de toda clase de actividades de vida diaria. Algunas casas con ubicación privilegiada poseen una terraza-pórtico con banqueta en el frontis. A juzgar por los hallazgos en los pórticos este espacio era destinado 261


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para recibir, consumir y producir. Las casas comunes fueron construidas de dos a tres lados de un patio, parcialmente cercado de un muro pircado, creando una especie de unidad vecinal. En todos los casos investigados, la formación de una unidad-patio se inicia con la construcción de una a dos casas a las que se agregan otras después de algún tiempo. En la mayoría de las unidades-patio se han localizado áreas de entierros humanos. Algunos de los depósitos fueron transformados en cámaras mortuorias para recibir variado número de individuos. Los cuerpos sentados en posición flexionada fueron quizá sepultados con un envoltorio simple y vestidos puestos a juzgar por la posición de elementos óseos y de adornos. Solo en algunos casos valvas de Spondylus princeps y pocas vasijas utilitarias constituyen la única ofrenda. Los textiles no se conservaron. La posición y la desarticulación parcial o total de algunos individuos indican frecuentes desplazamientos en la cámara para hacer sitio a nuevos cuerpos. Hemos podido comprobar que las funciones funerarias adoptan depósitos concentrados en un área dentro de cada conjunto de edificaciones construidas alrededor de los patios comunes. Ello ocurre tanto en las agrupaciones de casas comunes como en conjuntos residenciales de carácter palaciego. El espacio destinado para los entierros pierde sus funciones originales del área habitacional y queda adaptado para fines funerarios. Frente a los depósitos transformados en cámaras se encuentra con frecuencia vasijas-ofrenda empotradas en el piso, así como conopas. Ocasionalmente se construía también cámaras especialmente para el uso funerario. Tales cámaras se encontraron en ambos palacios. Los hay también en algunas unidades-patio y adosados a cercos de ganado. En todos los sectores donde se concentran las casas comunes hay también viviendas mucho más extensas antes mencionadas que comparten varias características con los dos palacios y, como ellos, poseen un patio central construido con dos a tres módulos residenciales, dispuestos por lo general alrededor, salvo que la pendiente lo impida. Ciertos ambientes en las unidades modulares suelen ser adaptados a funciones no residenciales, como depósitos, cocinas y otras áreas de actividades productivas. El número de depósitos de dos pisos es también elevado en comparación con las unidades habitacionales comunes, y el coeficiente depósito/recinto residencial es siempre mayor que 1:1. La distribución de entierros y su composición demográfica (Watson 2012) no deja lugar a duda que los residentes se sepultaban al lado de los 262

Detalle de arquitectura doméstica con características de depósitos, Sector 3, Pueblo Viejo de Pucará, valle bajo de Lurín, Lima.


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lugares donde transcurrió su vida. Como es común en la sierra, en los periodos tardíos (Salomon 1995) los vivos realizaban sus tareas diarias al lado de las sepulturas de sus familiares y vecinos. La comparación entre viviendas de élite y las viviendas comunes invita a considerar que el estatus de los residentes de Pueblo Viejo-Pucará se sustentaba en la capacidad de mantener bajo el mismo techo un número importante de familiares y allegados, así como poder agasajar periódicamente un número aún mayor.

elegida para que desde su plataforma se pueda observar el astronómico Sur en el espacio preciso entre dos estructuras circulares de los que se compone un santuario de la cima y en el sentido opuesto la cima del cerro de mayor altura y relieve muy característico, un probable apu. En esta misma dirección en las noches despejadas de noviembre y diciembre cuando, en la sierra se intensifican las lluvias, la constelación andina de la llama se veía en todo su esplendor desplazarse entre las dos estructuras mencionadas (Makowski y Ruggles 2011).

Durante las excavaciones, se ha encontrado un volumen considerable de artefactos potencialmente suntuarios, como conchas de Spondylus princeps, artefactos de plata y aleaciones de cobre, objetos de piedras duras talladas como morteros, cerámica decorada fina en estilos Cuzco Polícromo A (imitaciones locales), IncaLurín, Chimú-Inca en todos los sectores del asentamiento. Buena parte de estos objetos fue depositada en entierros como ofrenda dentro de las cámaras funerarias y afuera de ellas, así como en algunos casos como ofrenda de fundación y clausura de espacios domésticos4.

El templete está constituido por una plataforma y dos estructuras circulares que cuentan con dos entradas cada una. La función ceremonial del conjunto se desprende tanto de las características de la arquitectura como de las ofrendas asociadas a lo que según toda probabilidad constituía el lugar de culto. La plataforma fue creada mediante la construcción de un muro de contención de aproximadamente 1,5 metros de alto —por el norte— de lado del asentamiento. El lado opuesto y los lados laterales fueron apenas delimitadas, pues se ha aprovechado la morfología plana de la cima.

No obstante, la distribución de estos objetos resultó sorprendentemente uniforme al comparar el sector residencial de carácter ‘popular’, el Sector III, con el palacio del curaca principal (Sector II; Alexandrino 2015). En el Sector III hay solo una unidad residencial de élite frente a una plaza para reuniones y ceremonias. La casa estuvo en uso en la parte final de la historia del asentamiento, cuando el palacio principal se tugurizó, sus plazas y el ushnu quedaron clausuradas. Pudo haber correspondido, por lo tanto, al curaca principal. En cambio, los sectores I y V (Makowski y Lizárraga 2011) se componen solo de unidades de vivienda de élite. Por la ubicación cercana al santuario de la cima los residentes del sector V, pudieron haber sido especialistas religiosos. Las únicas dos unidades domésticas poseen, además, organización espacial muy particular (Kolp-Godoy y otros 2014). Los habitantes del Sector I estarían quizá a cargo de los rebaños de camélidos (Watson 2012), dada la cercanía a extensas cercaduras para ganado en la quebrada adyacente.

En el muro se abre el único acceso formalizado, y de carácter más bien simbólico, porque no existía ningún obstáculo para acceder al área ceremonial desde los tres lados restantes. Este acceso está formado por una escalera monumental de ocho peldaños, de 1,80 metros de ancho. La escalera se ubica de tal manera que está perfectamente visible desde la plataforma del hipotético ushnu y desde las dos plazas ceremoniales en la residencia palaciega principal (Sector II). También se ven desde el palacio los edificios circulares. Se trata de las únicas estructuras circulares en todo el asentamiento Pueblo Viejo-Pucará. El grosor de sus muros hace pensar en una altura aproximada de unos 2 metros. No obstante, el área alrededor está casi limpia de derrumbe. Puede ser que las estructuras fueron demolidas ex profeso en el marco de la extirpación de idolatrías. En todo caso, la presencia de dos accesos desde el lado Este, distantes un poco más de medio metro uno a lado de otro, en cada una de las dos pequeñas estructuras, sugiere que las paredes hayan tenido originalmente cierta altura, quizá la de la estatura humana.

Las plazas adosadas a la fachada del palacio principal y el patio de este mismo edificio formaban el lugar donde se desarrollaban los rituales comunitarios. Existen premisas para pensar que la localización del altar para libaciones —el ushnu—, el que domina visualmente las dos plazas cercadas dentro, fue cuidadosamente 4 Véase la página www.valledepachacamac.com.

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Una de las estructuras circulares (EA-67) rodea un promontorio rocoso trabajado intencionalmente. La segunda estructura (EA-65) contiene una impronta circular central de una posible huanca. El espacio interno de ambas estructuras es tan reducido que no se podría caminar fácilmente ni alrededor de la huanca ni 265


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menos alrededor del afloramiento rocoso. La iluminación desde las direcciones preestablecidas se perfila, por lo tanto, como la única razón posible de la entrada doble que posee cada estructura. El seguimiento del avance de la luz y de la sombra que se proyectaba por medio de una entrada estrecha sobre la superficie de nichos o ambientes reducidos contaba entre los métodos utilizados para definir el tiempo ceremonial en la arquitectura inca (Ziólkowski y Sadowski 1992: 46-64). Es también probable que la ubicación de dos estructuras circulares en el horizonte Sur-Sur-Este respecto a la plataforma del ushnu tuvo un significado astronómico, relacionado, por ejemplo, con la observación de la Cruz del Sur y de Alfa Centauri (Llamacñawin), dos constelaciones de crucial importancia en la astronomía indígena. Cornejo (1995) identifica varios santuarios de altura del Periodo Horizonte Tardío en el valle medio del río Lurín y los relaciona con la administración cuzqueña: Aviyay, Nieve Nieve y Chaimayanca. Estos santuarios difieren formalmente de la plataforma con dos estructuras circulares de Pueblo Viejo. Cabe mencionar que las diferencias formales no necesariamente son relevantes, dada la gran diversidad de templos y lugares sagrados registrados en el sistema de ceques en el Cuzco imperial (Van der Guchte 1990, Bauer 2000). La función de huaca que tuvieron tanto el afloramiento rocoso, como las dos huancas, se desprende tanto de las asociaciones como de los paralelos en las fuentes etnohistóricas. La estructura circular que rodea el afloramiento rocoso (EA-67) se asemeja a las descripciones hechas para los sitios ceremoniales —huacas, epifanías de los apus locales— de la sierra de Lima (Taylor 1999; ver también Duviols 1979). Cabe mencionar que promontorios rocosos trabajados y dispuestos al interior de estructuras arquitectónicas también han sido registrados en varios sitios incas del valle del Cuzco (por ejemplo, Intihuatana de Písac: Van der Guchte 1990: figura 8). Espacios de culto similares han sido reportados por el licenciado Polo de Ondegardo cuando recopilaba información acerca de la religión y gobierno de los incas en el siglo XVI (Polo 1916: III-189 [1571]). El culto de las huancas, voz quechua que significa ‘piedra muy grande’, según Bertonio ([1612] 1984:sub voce) o ‘piedra labrada dura’ (Anónimo [1586] 1951, sub voce), está también documentado en las fuentes etnohistóricas concerniente a la sierra de Lima. Según lo ha comprobado Duviols (1973, 1979), las huancas son siempre dos y marcan el centro de cada una de los dos mitades de los cuales 266

Detalle de arquitectura doméstica con características de depósitos. Sector 3, Pueblo ViejoPucará, valle bajo de Lurín, Lima.


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se compone el espacio ceremonial de una comunidad de la sierra en los Andes Centrales en los siglos XVI y XVII. Está organización dual carece, por supuesto, de vinculación con el modo de concebir el espacio por los conquistadores españoles. Una de las huancas, vinculada con el ancestro fundador y protector del núcleo urbano (huanca marcayoc), se erguía en los puquios, acequias, entradas y en cualquier otra creación del fundador: «Cómo se llama el marcayoc o marcachara, que es como el patrón y abogado del pueblo, que suele ser algunas veces piedra, y otros cuerpos de algún progenitor suyo, que suele ser el primero que pobló aquella tierra, y así se les ha de preguntar si es piedra o cuerpo» (Arriaga 1999: 128).

Vaso decorado con mazorcas, período Inca, Pueblo Viejo-Pucará, valle bajo de Lurín, Lima.

Mortero de piedra en forma de cabeza de camélido, periodo Inca, Pueblo Viejo-Pucará, valle bajo de Lurín, Lima.

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En el caso de Pueblo Viejo-Pucará está función cumplía probablemente la huanca conservada en el centro del asentamiento, en medio de corrales para el ganado y en la cercanía de la residencia en la que vivía, según toda probabilidad el curaca-cacique principal. En los alrededores hay varios grandes afloramientos de roca. La contraparte del huanca marcayoc la constituye la huanca chacrayoc (Arriaga 1999 [1621]: 121; Duviols 1973, 1979). Esta, como el nombre lo indica, se ubicaba en medio de los campos de cultivo y su presencia aseguraba buenas cosechas según Arriaga (loc. cit.). En la sierra andina, el pueblo (quechua: marca) se encuentra localizado, por lo general, cerca de las fuentes de agua, en el fondo del valle o en el borde de la terraza que domina al valle encañonado. En cambio, los campos de cultivo ascienden las laderas casi hasta el límite de las pasturas. Así, se impone una oposición natural entre el centro de la mitad productiva de arriba y el centro de la mitad poblada de abajo. En un esquema clasificatorio recurrente en la realidad cultural andina, uno de estos centros se relaciona con un ancestro masculino, el otro con la figura ancestral femenina. En el Cuzco imperial y en muchos otros centros de la sierra, la deidad ancestral femenina propicia la fertilidad de los campos: por ejemplo, la pampa de Pachamama en el Cuzco (Rowe 1979: 36, An-7:1, Ayllipampa; véase también Mariscotti de Görlitz 1978) en las chacras cercanas al pueblo. En cambio, el ancestro principal masculino domina el paisaje desde la cumbre de uno de los cerros: por ejemplo, Huanacuari, que se fusiona con la huanca marcayoc del Cuzco (el tercero de los hermanos Ayar) y de Zañu (el ancestro no inca, Urbano 1981).

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En Pueblo Viejo-Pucará, es muy probable que la huanca de abajo, una deidad protectora de ganado, sea masculina. En tal caso, la organización del espacio habría seguido lo habitual en el Chinchaysuyo costeño en lugar de adaptarse a la lógica de organización recurrente en los suyos serranos (Hocquenghem 1984). Esta lógica invertida, en la que los ancestros y las habitantes de las tierras bajas mandan sobre los habitantes y las deidades de las tierras altas, está insinuada también por el hecho de que la residencia palaciega más grande, de aspecto realmente monumental, se encuentra en la parte inferior del asentamiento. El hipotético palacio del curaca de la mitad de arriba es más chico en comparación con el de abajo. Nuestros hallazgos en las dos estructuras circulares y en la vecindad de ellas concuerdan bastante bien con el repertorio de ofrendas a la huacas mencionado por los cronistas y por los religiosos, encargados de la extirpación de idolatrías, como Polo de Ondegardo ([1571] 1916) y también en la lista de Cobo ([1653] en Rowe 1979). Se trata de láminas y algunos pendientes de metal, cuentas y fragmentos de conchas de Spondylus sp. Mención especial amerita una conopa de piedra con forma de maíz (zarapconopa), así como valvas, cuentas y fragmentos cortados de conchas Spondylus sp. La calidad de ofrendas y las dimensiones del templo son plenamente comparables con los que caracterizan a uno de los santuarios de las cimas mas famosos en el Tahuantinsuyo, el santuario de Catequil. En las ruinas del pequeño edificio cuadrangular John y Theresa Topic (Topic y otros 2002) encontraron valvas de Spondylus sp. y algunas ofrendas de vasijas chimú-incas e incas, incluidos aríbalos. Los hallazgos de huesos desarticulados de camélidos y vasijas fragmentadas usadas para preparar (ollas), servir (cántaros) y consumir alimentos (cuencos y platos) sugieren que en la proximidad de la huaca el afloramiento rocoso y de la huanca-piedra vertical en Pueblo Viejo-Pucará se realizaban actividades que implicaron consumo de carne e ingesta de bebida, posiblemente chicha.

Conclusiones

Escalera de comunicación entre agrupaciones de recintos alrededor del patio común, Sector 3, Pueblo Viejo-Pucará, valle bajo de Lurín, Lima.

La evidencia recogida por el autor a partir de casi 25 años de investigación de campo en dos asentamientos en el valle de Lurín (Ychsma), que destacan por su importancia, la que se expresa en tamaño y en la complejidad arquitectónica — Pachacámac y Pueblo Viejo-Pucará— invita a reconsiderar las interpretaciones de estrategias políticas inca en la costa central. 270

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Según Rostworowski (1972, 1999, 2002a, 2002b; véase también Espinosa 2014), quien ha reconstruido estas estrategias a partir de las fuentes históricas del siglo XVI, la administración inca, no ha alterado ni la estructura política y religiosa, ni tampoco la organización económica del señorío costeño cuyas tierras se extendían entre la margen derecha de Chillón y las lomas de Lurín. La razón ha sido el supuesto prestigio panandino del dios Pachacámac y de su oráculo. Siguiendo el tenor de esta interpretación, varios arqueólogos han asumido erróneamente que todos los edificios de los periodos tardíos en el valle de Lurín, donde no hay préstamos formales claras o mampostería de arquitectura Cuzco, fueron construidos antes de la conquista cuzqueña. El caso de las pirámides con rampa (Eeckhout 1999a, 1999b, 1999-2000, 2010 inter alia) es el más conocido (véase también López-Hurtado 2010, 2011). Los resultados de mis investigaciones contradicen de plano esta hipótesis. La mayoría de los edificios construidos en Pachacámac durante el Horizonte Tardío y la totalidad de las construcciones de Pueblo Viejo carece de características consideradas diagnósticas para la arquitectura imperial del Cuzco de piedra y adobe. No obstante, las asociaciones firmes con la cerámica inca provincial no dejan lugar a duda acerca la fecha de la construcción y del uso. Estos resultados invitan a volver a interpretar los vestigios de la aquitectura de los periodos tardíos con una nueva conclusión acerca del impacto que ha tenido la conquista inca en el valle bajo de Lurín. Resulta evidente que los invasores incas se apropiaron del paisaje sagrado de un relativamente modesto centro ceremonial de Cuniraya Viracocha, Urpaihuachac y Cavillaca y lo ha transformado por completo, para crear en el lugar un nuevo culto imperial, del dios Pachacámac, el que anima el mundo. El valle de Luren Ychsma cambió de nombre por el del valle de Pachacámac. El viejo nombre se ha conservado solo en las denominaciones tradicionales de los aillus (Makowski 2002; Espinosa 2014). La deidad, que residía según las fuentes en las entrañas de la tierra y controlaba los movimientos telúricos (Rostworowski 2002a; Eeckhout 2008) ha tenido quizá también la faceta de ser contraparte nocturna de Punchao (Conrad y Demarest 1984: 108). La administración imperial estableció también un nuevo asentamiento urbano militar, con mitimaes de Huarochirí en Pueblo Viejo-Pucará y sometía a las poblaciones de Lomas, llamadas Caringas, al poder de los señores de las montañas, de sus aliados. Esta fundación fue parte de una política cuyo propósito aparente era reorganizar la gestión de Lurín de tierras y recursos, convirtiendo al valle en una 272

Vista panorámica hacia los sectores 2 y 3 con el probable apu-pico montañoso en el horizonte, Pueblo Viejo-Pucará, valle bajo de Lurín, Lima.


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despensa de Pachacámac. Las nuevas fundaciones como Huaycán de Cieneguilla (Álvarez Calderón 2008) se diferencian unos de otros en cuanto a las características de la arquitectura pública y doméstica, lo que probablemente se relaciona con el origen de los residentes desplazados por la administración imperial. Sigue siendo un tema de debate si, y en qué medida los asentamientos que se caracterizan por la presencia de plataformas con rampa, formalmente comparables a las pirámides con rampa de Pachacámac fueron fundadas por el gobierno inca o este se haya limitado a construir nuevas áreas de viviendas y arquitectura pública (Eeckhout 1999b, 2009, 2010; Makowski 2002a, Makowski y otros 2008). Este es, por ejemplo, el caso de la Pampa de las Flores (Eeckhout 1999b) y Panquilma (López Hurtado 2012). En cualquier caso, está claro que la distribución espacial de los asentamientos con la ocupación de viviendas durante el Horizonte Tardío está estrechamente relacionada con las zonas principales de cultivo y de pastoreo en el valle y con el amplio conjunto de lomas que se extienden entre Lurín y Chilca. Pachacámac ha cambiado por completo el aspecto, siendo transformado por las labores de construcción emprendidas quizá por cada uno de los incas. Se ha construido la Tercera Muralla, que delimitaba los campamentos, la red de calles pavimentadas y de canales, las fuentes de agua y estanques en un marco arquitectónico, la Pirámide del Sol con la plaza de Peregrinos, el Cuadrángulo, el acllahuasi, la mayoría de pirámides con rampa, el edificio conocido como Palacio de Taurichumbi. Los cercos perimétricos de las pirámides con rampa han creado un barrera para el acceso desde el valle: la Segunda Muralla. El Templo Pintado fue ampliado y su fachada decorada con pinturas murales. Es más que probable que la construcción de las pirámides con rampa y la eventual reutilización de algunas ya existentes durante el Horizonte Tardío fue la parte medular del proyecto imperial en Pachacámac. Se trataba no solo de asegurar el lugar para que los grupos de peregrinos y tributarios con el origen determinado puedan reunirse y encontrar el albergue sino ante todo crear un espacio de tributación y de legitimación de la administración local en el ambiente religioso y festivo. Los visitantes entraban al recinto de Pachacámac inca a través de las puertas en la Segunda Muralla y se reunían en las plazas frente a las plataformas escalonadas con rampa, donde probablemente se congregaban las autoridades, cada uno de acuerdo con su posición jerárquica, el curaca y sus allegados en la terraza superior bajo la sombra. 274

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Un sistema especial de accesos permitía descargar los tributos en los almacenes situadas en la parte trasera de las pirámides. Durante las excavaciones se ha obtenido abundante evidencia acerca de la preparación de bebidas y comidas para banquetes. Los recintos de las pirámides con rampa tuvieron sus propias fuentes de agua, gracias a canales y puquios. El curaca y sus subordinados —mandones— podían presidir actos ceremoniales desde la plataforma elevada después de que los visitantes hayan depositado sus dones y sus impuestos en forma de productos alimenticios en el almacén en la parte trasera del edificio. Plataformas similares en miniatura se encuentran en un número notable de asentamientos a lo largo de la costa central. Tanto las plataformas como las pirámides con rampas carecen de ambientes domésticos claramente estructurados (Villacorta 2004). Por otro lado, hay un número relevante de pruebas sobre el carácter sagrado de los espacios arquitectónicos (Farfán 2004). Los edificios cuya función palaciega fue debidamente apoyada, como Puruchuco (Villacorta 2004, 2010) o Pueblo Viejo-Pucará (Makowski y otros 2005), tienen características diferentes en comparación con las pirámides con rampa y se caracterizan por la presencia de extensas zonas residenciales, como así como depósitos, zonas apropiadas para recepción y banquetes así como espacios para ceremonias religiosas. Ante las pruebas presentadas, debe quedar claro que los intentos de distinguir tipológicamente y desde el punto de vista formal los edificios con la función de templos, de los que son solo palacios, están condenados al fracaso (Makowski y Hernández 2010). En Lurín, como en otros valles de los Andes Centrales, todo el paisaje, con la arquitectura monumental o sin ella, se convertía en el escenario de las ceremonias de propósitos múltiples. No es posible, como en las sociedades industriales y posindustriales, separar dos cosmovisiones y dos esferas de la vida: la secular y la religiosa. Tanto la política como la economía, y también la guerra, necesitaban de sanción y de fundamento en la religión y en el culto. No es de extrañar, por ende, que luego de la conquista la administración inca juzgara necesario transformar el paisaje, promover nuevos lugares de culto y de fiesta. Así, mediante la incorporación de dioses imperiales y de sus rituales en el sistema de creencias locales de la costa, se esperaba lograr la aceptación del poder del Cuzco sobre las tierras yungas de la vertiente occidental de los Andes.

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Krzysztof Makowski

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