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El horóscopo de Lima y de los limeños

Los albores de la ciudad

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de los Reyes quedaría reservado a los documentos oficiales, y en la práctica fue reemplazado por el autóctono de Lima, de etimología ignorada hasta el presente. Al estar en una tradición muy arraigada, el nombre tendría su origen en el del río a cuya ribera estaba emplazada la ciudad. Según Gar- cilaso (VI, XXX) el topónimo era una corrupción por los españoles de la voz rimac, participio de presente que significa en castellano «el que habla», en razón de que en el emplazamiento de Lima existía un oráculo muy venerado por los regnícolas, y que por extensión se aplicó a todo el valle y a su río. Por su parte, el mencionado padre C obo arguye que la alteración del vocablo databa ya de antiguo, pues los indios de la costa (o yungas), incapaces de sonorizar la r, convertían la consonante alveolar vibrante r en la consonante líquida /, y por tanto pronunciaban limac. Se impone, pues, ventilar tan curioso problema atendiéndose no a interpretaciones insostenibles, sino a la luz de referencias ilustrativas de solvencia. La tesis que hace derivar el nombre de la corrupción de un término del quechua (o runa simi) no es de recibo, primeramente porque no se ha proporcionado una explicación satisfactoria que ponga en calor el paso del acento prosódico de rimac (agudo) a rimac (grave), y, en segundo lugar, porque es lógico que el topónimo proviniese del habla local y no reconociera su etimología en el vocabulario impuesto por los incas, que habían avasallado la región sólo cuatro o cinco décadas atrás, lapso en el que no hubo espacio para el arraigo del idioma imperial y el desplazamiento del vernáculo; a mayor abundamiento, en quechua «hablador» es simi gapa (cfr. fray Domingo de Santo Tomás, Lexicón, Valladolid, 1560). Por otra parte, la caída de la c final, que no se explica acudiendo a retorcimientos prosódicos, concuerda por el contrario con la desidencia ma que ocurre, asimismo, en el nombre del ídolo venerado en Pachacámac (Ichma), por donde cabe inferir que la partícula era propia de la lengua local. La información inédita y desconocida permite zanjar esta cuestión en forma inobjetable. Las actas notariales extendidas en el «Protocolo ambulante» conservado en el Archivo General de la Nación 3, apar-

Revista del Archivo N acion al del Perú, 17, 1944, pp. 52 y ss.

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