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La primera universidad

Los albores de la ciudad

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Arrona, si bien su cuerpo superior fue modificado por otro arquitecto, el catalán Pedro Noguera. Lo más valioso de la catedral fue —y por fortuna sigue siendo— la sillería del coro (trasladada en 1895 desde su emplazamiento litúrgico tradicional hasta el que hoy ocupa, en el presbiterio). La talla fue obra conjunta del mismo Noguera, del ensamblador Luis Ortiz de Vargas (que a su regreso a España extremaría la destreza de su gubia en el retablo de la capilla de la Virgen de los Reyes en la catedral de Sevilla y en la sillería del coro de la de Málaga), y del escultor Martín Alonso de Mena, estos dos últimos artífices andaluces de la escuela de Martínez Montañés. La colocación del Santísimo Sacramento en la basílica definitiva se festejó con gigantes, cabezudos, tarasca y danzas de negros angoleños, el 19 de octubre de 1625. En este proceso de organización institucional, despliegue de la campaña evangelizadora y construcción de locales para el culto no se quedaron a la zaga las congregaciones religiosas de Lima. De esas tres vertientes del quehacer de los tonsurados, dentro de una perspectiva de la evolución urbana interesa hacer hincapié sobre todo en la última. Com o puntualiza el tratadista Bernales Ballesteros, ya desde el siglo xvi fue imponiéndose en Lima un estilo arquitectónico con caracteres y rasgos peculiares. Lamentablemente, y debido a factores climáticos (ausencia de lluvias, temperaturas moderadas), el material que se utilizó era friable (adobe, caña enlucida con barro enjalbegado), por lo que escasos ejemplares de ese entonces han llegado hasta nuestros días.

Los seísmos aconsejaron desechar tejados y techumbres, reemplazándolos por simples alfarjes, y sustituir las bóvedas de cañón y de material noble por madera, que también se empleó en la estructura interna (vigas y soportes). El ladrillo quedó reservado para edificaciones de lujo y portadas. La pobreza de aquellos materiales condujo a disimular su escaso empaque con suntuosas decoraciones y colores vivos, para contrastar con el cielo encapotado que difumina la luz en Lima desde mayo hasta octubre: azul añil, ocre, rosa, verde, que suele descubrirse tras gruesas capas de pintura posterior en los miradores (denominados balcones en Lima, de clara raigambre morisca) y celosías4.

4 J. Bernales Ballesteros, «Estilos en el siglo xvi limeño», L im a. L a ciudad y sus monumentos, Sevilla, 1972, capítulo primero.

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