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Años de zozobra

Los albores de la ciudad

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¡Mueran, mueran los enemigos del Gobernador Pizarro, Y vivan él y sus amigos, que embarrancada es la vaca! ¡Viva la gala del Marqués [Pizarro] que la vaca dió al través! ¡Viva la gala! ¡Viva la gala! ¡que la vaca es abarrancada!

Los almagristas, perdida la última esperanza de alcanzar el desquite, decidieron como única alternativa eliminar a Pizarro, infligiéndole alevosa muerte. Así, ese domingo salieron los conjurados del local en donde se habían reunido, sito en la calle hoy llamada de los Judíos (al costado de la catedral, pues como en sus muros solía exhibir el Tribunal del Santo Oficio los retratos de los sentenciados por observar la ley mosaica se hizo común el nombre para designar esa vía pública), y a los gritos de «¡Viva el rey! ¡Muerte al tirano!», tras atravesar la plaza, penetrar tumultuosamente en el recinto gubernativo, dejar atrás una explanada y flanquear un macizo portón, salvaron un desnivel e irrumpieron en el patio interior al cual caían los aposentos del marqués, situados, como en páginas atrás se ha expuesto, sobre una ligera eminencia. Allí, el brioso anciano, asistido apenas por unos pocos íntimos y familiares, pues la mayoría de los que se encontraban acompañándole se escabulleron vergonzosamente, unos ocultándose debajo de los muebles, otros refugiándose en las recámaras vecinas y no faltando los que presas de pavor se descolgaron por los balcones, sucumbió cosido a estocadas y puñaladas que le asestaron con ensañamiento los agresores. El cadáver fue recogido por fieles servidores, que lo sepultaron en la iglesia fronteriza, envuelto en el manto santiaguista. Aquella misma tarde la turba saqueó el recinto y quemó los enseres y papeles de su finado propietario. Almagro el Mozo se hizo con el mando e instalándose en la residencia se proclamó, al son de clarines, la suprema autoridad en Perú. Para atajar el desborde de las pasiones del populacho, tuvieron que salir los religiosos mercedarios, en solemne procesión, con el Santísimo 2.

2 Porras Barrenechea, «El asesinato de Pizarro», P izarro, Lima, 1978, capítulo 7, pp. 583-605.

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