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La religiosidad y sus manifestaciones
E l apogeo virreinal 95
responsabilidad y agentes a quienes se empleaban en comisiones delicadas. Los lanceros, como su nombre indica, empuñaban lanzas y embrazaban escudos, cabalgando a la jineta; los arcabuceros iban en muía, a la brida, con morriones y armas de fuego.
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No inferior realce se granjeó Lima como sede arquiepiscopal, privilegio que le dispensó la Santa Sede en 1546, considerándola como primada del mapa eclesiástico que abarcaba en sus inicios las diócesis de Nicaragua, Panamá y Cuzco, a las que con el correr de los años se fueron agregando las de Quito, Popayán (adscrita desde 1585 al arzobispado de Santa Fe), Asunción del Paraguay (o Río de la Plata), Tu- cumán, Charcas (o La Plata), Santiago de Chile y La Imperial (o C o n cepción), Arequipa, Trujillo y Huamanga. En consonancia con esta capitalidad, las órdenes religiosas instalaron también en Lima sus casas matrices y los centros de formación de sus respectivas provincias eclesiásticas. Por último, la ciudad pudo jactarse de haber albergado a los primeros bienaventurados del Nuevo Mundo. Dicho está, por tanto, que desde ella se coordinó la vida religiosa, eclesiástica y espiritual del área que comprendía desde Centroamérica hasta el Río de la Plata, y en consecuencia se convirtió en punto de arranque de la tarea misional, quehacer cuyos protagonistas fueron sobre todo los miembros del clero regular (cada instituto según las características propias de su organización interna y métodos pastorales), articulados en la provincia de San Juan Bautista (dominicos), de los Doce Apóstoles (franciscanos, por haber sido otros tantos seráficos los que pusieron pie en Perú por vez primera), de la Natividad de María (mercedarios), de los agustinos y desde 1568, de los jesuitas. De la magnitud que cobró en Lima la atención sacramental y el culto divino es testimonio que en 1554 fuera necesario erigir la parroquia de San Sebastián, en 1570 la de Santa Ana, en 1584 la de San
Marcelo, y ya en el siglo xvn, en 1612 la de los Huérfanos y en 1626 la de San Lázaro. Entre templos, iglesias conventuales y ermitas, se llegaron a contar 43, a los que se añadían unos 200 oratorios privados y capillas particulares.