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La actividad artística

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(1755), es un tratado clásico en materia de economía política aplicada al ámbito del Virreinato. Finalmente, la defensa de la gestión gubernativa de un mandatario fue objeto de un opúsculo de Peralta Barnuevo (1714), y la reivindicación del crédito de la Universidad de San Marcos impulsó a Diego de León Pinelo a consignarla en una curiosa apología (1648). N o fueron escasos los impresos relativos a cuestiones médicas, como el de Francisco de Figueroa, sobre la difteria (1616); el de Porres, sobre consumo de bebidas frías (1621); el de Navarro, sobre el momento más apropiado para sangrar o purgar (1645); el de Juan de Figueroa, sobre la aplicación de la astrología a la terapéutica (1660); el de Ossera, sobre ética profesional (1691); el de Alvarado, sobre prevenciones sanitarias contra epidemias (1694); el de Bermejo y Roldán, sobre el sarampión (1694); el de Rivilla, sobre un caso teratológico (1695) ; el de Bottoni, sobre la circulación de la sangre (1723); los de Petit, sobre cáncer de mama (1723) y la sífilis (1730), y el profiláctico, de Llano Zapata (1744). Las ciencias no fueron desdeñadas: Vázquez de Acuña divulgó las teorías de Galileo (1650), Ruiz Lozano (1665) y Llano Zapata (1744) echaron su cuarto a espadas sobre los cometas, y el ingeniero Coninck dio a la publicidad sus especulaciones sobre la duplicación del cubo (1696) . Aunque todavía hoy parezca empírico, Barrenechea encaró la posibilidad de predecir los movimientos sísmicos (1725 y 1729). Los manuales facultativos gozaron de amplia acogida: Montesinos (1633), Rojas (1650), Corro (1676), Hidalgo (1684), Orozco (1737), La Torre (1738) y Coquette (1792) divulgaron mediante las prensas los resultados de sus experiencias sobre procedimientos para beneficiar minerales, y el mismo año en que se descubría erí Colom bia el platino se editaba en Lima un estudio sobre ese metal. Problemas de índole militar ventilaron Vázquez de Silva (1651), Heredia (1660), Rocha (1675), Peralta (1740) y Bracho (1764). Maroto estampó el arancel para la valoración de inmuebles (1669), y Belveder (1597), Garreguilla (1607) y Martí (1696) prepararon tablas para la conversión de medios de cambio. Para los notarios el manual de Pérez Gallego (1649) representó un eficaz auxiliar. No faltaron, por cierto, los trabajos de índole genealógica, como el de Mexía de Ovando (1621) y el de Vera (1635); disertaciones sobre el origen de la población autóctona de América, como la de Rocha

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(1681); cartillas para aprender esgrima, como la de Santos de la Paz, (1712) o para iniciarse en el canto, como la de La Cadena (1763), inventor también de una máquina para moler caña de azúcar, y Rodríguez editó una geografía peruana (1778). El acceso a la mentalidad del indígena se posibilitó mediante los catecismos, compendios de doctrina cristiana y diccionarios, editados en profusión por su utilidad como elementos de evangelización, sobre todo en los siglos xvi y xvn. Se compusieron en quechua, aymara, yunga o mochica, araucano, puquina, y para no dejar a los esclavos fuera del conocimiento de la verdadera fe, se sabe de un repertorio de un idioma de Angola. Por su interés etnográfico merece recordarse la monografía del jesuíta Arriaga sobre los cultos supersticiosos (1621). N o quedaría completo este sucinto repaso de la tipografía limeña, si no se diera cuenta también de los pasquines contra autoridades (1720, 1776...); del Planetas indorum\ de anónimos injuriosos (1752...); de ataques contra las corridas de toros (1766); de impresos burlescos como la Carta latina irrisoriamente cursada por el rey Federico II de Prusia a una dama limeña, doña María Josefa de Silva (1772), y de ediciones fraudulentas, como el Lazarillo de ciegos caminantes, de Carrió de la Bandera, supuestamente tirado en Gijón (1773).

Los MEDIOS DE COMUNICACIÓN

En los anales de la imprenta en Lima hay que señalar con piedra blanca la aparición de las publicaciones periódicas por sus alcances no sólo como mero elemento de información, sino sobre todo como instrumento de difusión cultural, científica e ideológica. El elenco se inició con una publicación eventual: la Gazeta de Lim a (1715?-1780), de hecho el primer periódico en América del Sur. En el último decenio del siglo, el desarrollo que había alcanzado el Virreinato, la magnitud de los acontecimientos políticos ocurridos en Europa con el estallido de la Revolución Francesa y las guerras subsiguientes, tornaron verdaderamente imperiosa la aparición de publicaciones que con determinada regularidad mantuviesen a sus lectores rectamente informados. Fue la primera el Diario de Lim a (octubre de 1790 a septiembre de 1793), cuyo subtítulo, con cuatro adjetivos —curioso, erudito, económico y comercial— manifiesta a las claras el propósito que perseguía su

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editor, Jacinto Calero (su verdadero nombre era Jaime Bausate y Mesa), de proporcionar variada información. La intencionalidad era nada menos que los esclavos aprendiesen a leer en ese papel y que circulase aun hasta en las escuelas de párvulos. En estilo similar el Semanario crítico (junio a septiembre de 1791) tenía como objetivo alcanzar a sus suscriptores lectura en materia de educación, costumbres públicas, espectáculos teatrales y noticias varias. De muy otro género fue el Mercurio Peruano (enero de 1791 a diciembre de 1794), con toda justicia reconocido por propios y extraños como expresión fidedigna del nivel cultural de los miembros de la Sociedad Académica de Amantes de Lima. Su principal finalidad, proclamada ya en el artículo que abre sus páginas,

[..] en hacer más conocido el País que habitamos, este Perú contra el qual los Autores extrangeros han publicado tantos paralogismos [...].

Reflejo del despertar nacional y nacionalista coetáneo, en Europa suscitó tan unánime admiración, que Humboldt se llevó una colección a Berlín y Goethe solicitó la traducción de ciertos artículos.

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Rasgo inseparable de Lima como ciudad cortesana y opulenta lo constituye el acervo de las selectas obras de arte que en cantidad y calidad inigualada se acumularon en iglesias, conventos y mansiones. Tras una influencia iniciada de los patrones sevillanos, con el Barroco logró perfilar una identidad estilística propia, enriquecida con la importación de un nutrido caudal de valiosas piezas procedentes de los talleres de los principales artistas no sólo de España, sino del resto de Europa principalmente Flandes e Italia. Com o enumerar la totalidad del repertorio pictórico, de artes plásticas y de arquitectura que se concentró en nuestra ciudad serviría sólo para deplorar cuanto ha desaparecido, nos limitaremos a una reseña de lo que se ha salvado al cabo de los tiempos.

9 J. Chichizola, E l m anierism o en L im a, Lima, 1983.

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