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El emporio económico
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El impulso inicial lo brindaron en el arte de la pintura cuatro ma- nieristas italianos: el hermano jesuita Bernardo Bitti (en Lima desde 1575), Mateo Pérez de Alesio, que intervino en la decoración de la C apilla Sixtina y cuyo monumental fresco de San Cristóbal puede todavía hoy admirarse en la catedral de Sevilla (en Lima desde 1590), Pedro Pablo Morón (en Lima desde 1592) y Medoro Angelino (en Lima desde 1599). Desde entonces no cesaron a afluir a la capital del Virreinato obras de mérito; el claustro del convento de Santo Domingo estaba adornado con lienzos del sevillano Francisco Pachecho; Pedro de Reinalte Coello, hijo de Sánchez Coello, el pintor de cámara de Felipe II, se radicó en Lima y ejerció su oficio como miniaturista, y aunque su vás- tago de Martínez Montañés también estuvo en nuestra ciudad, no se tienen noticias de que hubiese heredado la habilidad de su progenitor. De Zurbarán se conserva un apostolado (15 cuadros) y la serie, originalmente de 30 reducida hoy sólo a 13, de fundadores de las distintas congregaciones religiosas (en la actualidad en el convento de la Buena Muerte). En cuanto a muestras de arte de la escultura, algunas tan tempranas como las imágenes de Roque Balduque de la llamada Virgen de la Evangelización en la Catedral y la Virgen del Rosario en la iglesia de Santo Domingo, Lima pudo —y afortunadamente todavía puede— enorgullecerse de poseer el retablo de San Juan Bautista (hoy restaurado en la catedral) de Martínez Montañés —una de las obras maestras de la imaginería sevillana—, de cuya gubia es, asimismo, el Crucificado del Auxilio, en la iglesia de la Merced. Del cordobés Juan de Mesa es otro Crucificado, el de la capilla de la Penitenciaría del convento de San Pedro, cuyo rostro no desmerece del dramatismo de otra pieza insigne suya, la efigie de Jesús del Gran Poder, en Sevilla. Finalmente, a Gregorio Hernández le encargaron los franciscanos otra talla para su templo. La obra de mayor volumen en toda América —hay quienes la consideran en su orden como de las mejores que por entonces se labraron en el ámbito entero del Imperio español— es la sillería del coro de la catedral, trabajo conjunto de Pedro Noguera, Luis Ortiz de Vargas y
Martín Alonso de Mesa, tres artistas formados en la escuela montañe- sina. A su lado no desmerecen las de San Francisco (uno de cuyos fragmentos puede admirarse también en The Hispanic Society, en
Nueva York) y de Santo Domingo, cuyos autores se desconocen, ni la