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La muralla

E l apogeo virreinal

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en el plazo de dos años construyó el que actualmente aún sigue utilizándose. En las noches de verano servía de desahogo al nutrido concurso de viandantes, coches y calesas que acudían a gozar del frescor de las aguas; se armaban tiendas y cajones precarios en donde se expendían dulces, fiambres, ensaladas y picantes, y una vistosa iluminación contribuía a hacer más agradable el lugar. A propuesta del virrey marqués de Montesclaros, en 1609 se comenzó la obra de la alameda. Com o el mandatario había sido anteriormente asistente de Sevilla, se inspiró en el modelo de la Alameda de Hércules, con el mismo número de calles, ocho hileras de árboles y cuatro fuentes. Esa obra de ornato quedó terminada en 1611, y los días de paseo concurrían los virreyes a realzar con su asistencia el ir y venir de carruajes y jinetes en airosas cabalgaduras. A mediados del siglo xvn, el casco urbano abarcaba el área que se extendía desde el referido Cercado, al oriente, dilatándose el espacio de 25 manzanas hasta el extremo opuesto, y al través desde el río hasta la ermita de Guadalupe —otras 14—, comprendiéndose en ese circuito unos 2.500 inmuebles, a los que habría que añadir los dos centenares del Cercado y alrededor de 600 en la plana de San Lázaro. Aparte de la plaza Mayor, existían las de Santa Ana (en cuyas inmediaciones estaban los hospitales de San Andrés, Santa Ana y San Bartolomé), de Santo Domingo (o de María de Escobar) y de la Inquisición (denominada alegóricamente también de las tres virtudes: Fe —por el Tribunal de Santo Oficio—, Esperanza —por las expectativas cifradas en los estudiantes de la Universidad— y Caridad —por el hospicio para mujeres pobres, cuyos respectivos locales ocupaban los lados de la misma—. Además, se contaban varias menores, o plazuelas, por lo general compases de iglesias o conventos (conservadas en el Com pás de la C on cepción), como la de San Francisco, San Pedro, San Sebastián, San

Marcelo y Santa Catalina. La plaza Mayor se hallaba (entonces como todavía hoy), rodeada por el palacio de los virreyes —actualmente denominado de Gobierno—, la catedral —de cuya primitiva fábrica retiene la portada (1625- 1660)— con el palacio arzobispal adyacente, y por último, en el lado de poniente, el local de la Municipalidad. El palacio virreinal —lo consignan todos los viajeros con extrañeza— carecía de prestancia alguna, y sólo merecía ese nombre por el de la invesdura de quien lo ocupaba.

En su interior existían los estrados de la Audiencia, la capilla, la cárcel

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