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El tejido social

Capítulo III

L a ev o lu ció n d em og ráfica 1

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Com o consecuencia de la aplicación de módulos de muy variada estructura, desprovistos de rigor estadístico, sólo de un modo aproximado es posible esbozar una panorámica del volumen de vecinos de Lima a lo largo de los siglos virreinales. El diminuto contingente que participara en la fundación fue aumentando, aunque a decir verdad con lentitud. A partir del centenar de españoles que debió de congregarse sumando los grupos procedentes de Jauja, de Sangallán y de los que se arraigaron de la hueste de Alvarado, la población ascendía hacia 1574 a unos 2.000 vecinos aproximadamente (se entiende cabezas de familia, cada una de las cuales a su vez debía de comprometerse de unos cuatro o cinco miembros dependientes), a los que deben de añadirse los elementos auxiliares indígenas, mitayos temporeros, y ciertamente los esclavos. De los conventos, el de Santo Domingo albergaba a 50 religiosos, el de San Agustín a 30 y el de San Francisco a unos 20. En todas las recensiones del cuerpo social llama siempre la atención el elevado número de religiosos, muy explicable desde luego en los primeros tiempos para hacer frente a la evangelización, mas cuya persistencia ya en los siglos xvn y x v iii acusa la decadencia económica del país, pues únicamente en los conventos podía encontrarse un medio de vida que no era fácil arbitrar en otros ámbitos.

1 S. I. Rubén Vargas Ugarte, «Lima a través de su historia», D e la C onquista a la

República (A rtículos históricos), Lima, 1942, pp. 137 y ss.

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Entre los factores que incidían sobre los altibajos de la población hay que señalar las epidemias, como las de sarampión y viruelas en 1589, de difteria en 1611-1612; el sarampión causó en 1694 nuevamente estragos; entre 1719 y 1722 unas fiebres mortíferas produjeron muchas bajas y en 1758 la gripe se hizo presente, con una segunda oleada en 1764. El empadronamiento de 1600 que incluyó los arrabales, arrojó un total de 11.059 almas (2.151 hombres útiles para empuñar las armas; inválidos por la edad, lisiados y religiosos, 403; 2.454 mujeres; 2.185 menores de doce años; negros y mulatos, 3.428 y 438 indígenas). Tres lustros después, gobernando el virrey marqués de Montescla- ros se numeraron 26.087 habitantes: 5.271 españoles y 4.359 españolas; 894 religiosos y 826 religiosas, más 425 criadas de los monasterios; 1.287 indios nativos de Perú y 630 indias; 37 araucanos y 45 araucanas; 4.529 negros y 5.857 mujeres de color; 326 mulatos y 418 mulatas y 97 mestizos y 95 de igual origen. Es curioso registrar la gente de procedencia exótica: 23 filipinos y 15 filipinas; 9 japoneses y 11 japonesas, y 34 originarios de la India portuguesa (Macao, Malaca, Bengala, Cam- boya), con 22 mujeres. No es aventurado suponer que un incremento del orden del 140 % con relación al censo de 1600 en el lapso de 15 años sólo puede explicarse por un defectuoso empadronamiento en este último, mayormente si se coteja con los resultados que a continuación se exponen. De 1619 data una matrícula desglosada por parroquias, que permite entrever la distribución urbana: la catedral contaba con 15.693 feligreses (6.293 españoles y mestizos; 7.864 negros; 895 indios y 641 mulatos); Santa Ana con 4.483 (1.941 españoles y mestizos; 2.024 negros; 320 indios y 198 mulatos); San Sebastián con 2.641 (1.357 españoles y mestizos; 121 indios y 1.163 negros) y San Marcelo con 2.174 (1.072 españoles y mestizos; 70 indios; 946 negros y 86 mulatas). T otal, 24.991, con advertencia que no entraron en cuenta ni los avecindados en el barrio de San Lázaro ni los negros distribuidos por los fundos aledaños, cuyo número era otro tanto como el de los domésticos. El censo de 1700 merece plenamente crédito, dentro de las limitaciones de los métodos utilizados entonces, toda vez que se practicó registrando a los moradores casa por casa. Así se llegó a un total de 36.558 personas, que se distribuían de la siguiente forma: 95 en pala-

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ció; 42 en el arzobispal; 36 en el local del Tribunal del Santo Oficio; en los 11 cuarteles en que se parceló el casco urbano 28.617; 333 en el Cercado; 1.209 en los hospitales (enfermos y personal de servicio); 2.155 en los conventos de religiosos y en los de clausura, 3.865, y, finalmente, 206 en los beateríos. El terremoto de 1746, entre los que sucumbieron bajo los escombros y los que posteriormente perdieron la vida por las epidemias, disminuyó el gentío entre 6.000 y 8.000 personas, con lo que la población quedó reducida a un total de 54.000 moradores, aproximadamente. Casi un siglo había corrido desde que el conde de la Monclova ordenara su censo, cuando el activo Gil de Taboada dispuso un nuevo empadronamiento capitalino, con distinción de clases, estado y profesión. Así resultan, en 1790, 47.796 seglares (23.182 varones y 24.614 mujeres); 3.287 se inscribieron bajo el estado de religiosos (1.392 conventuales y 1.895 en monasterios femeninos y beateríos); 1.544 fueron matriculados en diversas instituciones (277 en colegios; 1.086 en hospitales y 181 recluidos en cárceles), y finalmente se registraron 8.784 esclavos (4.847 varones y 3.937 mujeres); en total 61.411 almas, aunque el virrey tiene cuidado de prevenir que supuesto el recelo con que eran contemplados estos recuentos, dicha cantidad global podía incrementarse en unas 2.000 unidades más. En 1812 se calculaba la población en número de 63.900 moradores (18.210 españoles, 10.643 indios, 4.897 mestizos, 10.231 pardos, 17.881 negros esclavos y 2.056 de otras castas).

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Eclipsada y a mediados del siglo xvi la heroica figura del conquistador y muy venida a menos o en trance de desaparecer poco después la del pudiente encomendero, rezago semifeudal, ocupan su lugar en el escenario social otros tipos humanos: el funcionario, el alto clero, el comerciante, el terrateniente. A la par se insinúa el amanecer de una conciencia nacional en colectivos que «nunca han conocido al rey ni esperan de conocello», dos grupos generacionales —el criollo y el mestizo («montañés» o «genízaro»)— cuyas primeras expresiones no dejaron de inquietar a las autoridades.

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C on la presencia del virrey, de magistrados y del aparato gubernativo en sus diversas instituciones, poco a poco se va configurando Lima como una ciudad de tipo cortesano y dentro de ella emerge una incipiente aristocracia, heredera de los arrestos del conquistador y del derecho premial del encomendero, con la que a su vez entronca la clase superior, integrada por el elemento estatal (oidores, altos funcionarios de la administración pública), hidalgos reconocidos en tal investidura con arreglo a ejecutorias que se registraban en el archivo municipal, individuos de las órdenes nobiliarias, corregidores... Pronto aparecen, asimismo, rasgos indiciarios de la sociedad estamental: los vínculos y mayorazgos de Agüero, Aliaga, Ampuero, Carvajal y Vargas, Ríos... Esa nómina de funcionarios activos en Lima pasa de 199, en 1700, a 426, en 1790. Hasta el primer tercio del siglo xvn no se conocieron en Lima otros títulos de Castilla que los de algunos virreyes, mas como era cumplidero a una corte virreinal, no se hizo esperar de la Corona la concesión de una dignidad en este orden. El primer título dispensado a un vecino de Lima fue el del conde del Puerto, a don Juan de Vargas Carvajal, en 1632. En total fueron 58 los marquesados otorgados durante la dominación española; las dignidades condales ascendieron a 44. El último a quien se dispensó título de marqués fue en 1817 a don Tomás Muñoz y Lobatón, que recibió el de Casa Muñoz, y el postrero entre los condes fue el de Casa Saavedra, don Francisco Arias de Saa- vedra, en 1820, ambos limeños. La ciudad, sede archiepiscopal, concentra, asimismo, una proporción selecta de la clerecía, tanto en la jerarquía, desde el propio metropolitano y el Cabildo eclesiástico hasta los superiores de las distintas congregaciones religiosas, como en los frailes espectables de estas últimas. Finalmente, se articula al lado de las precedentes también una aristocracia del saber, compuesta por los catedráticos sanmarquinos, el profesorado de los colegios mayores, los escritores de nota y los que ejercían profesiones liberales: en 1700 había 15 abogados, 11 médicos; en 1790 los primeros ascendían a 91, los facultativos a 21 y los notarios a 58. En el siglo xviii la clase dominante de los vinculados a los intereses rurales cedió el paso de la figuración a los comerciantes mayoristas, bien entendido que muchos integrantes de la nobleza terrateniente se deslizaron hacia actividades mercantiles (conde de Premio Real, de

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