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Los agitadores

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dismo?, ¿tertulias clandestinas?—. En resolución, no es todavía fácil delinear el perfil global de todos los factores que entraron en juego en una Lima que desempeñó papel primordial en los eventos que desembocaron en el desmembramiento de los dominios españoles. En definitiva, cuando se practique un análisis cuidadoso de este cúmulo de concausas, se podrá vislumbrar por qué los conventículos que se reunieron en el interior de sus murallas no alcanzaron a colmar los designios que abrigaban los implicados; por qué no estalló una sublevación, si ya no de las proporciones de la del Cuzco en 1814, a lo menos similar a los conatos de Tacna en 1811 y 1813 o al levantamiento de Huánuco en 1812, y, sobre todo, por qué en Lima no se constituyó en 1810 una junta gubernativa, como ocurrió en Chuqui- saca, La Paz, Quito, Caracas, Buenos Aires, Bogotá, México y Santiago de Chile.

E l reform ism o ilu strad o

La actitud crítica, de sesgo todavía académico, fue el genuino exponente del espíritu que predominaba en la segunda mitad del siglo xvm, libre aún de dogmatismo. Se advierte una viva inquietud por las reformas y se desea y se aspira al cambio en muchos órdenes de cosas, y los pensadores de la Ilustración, en Perú como España, hallan en ese proceder el enunciado más expresivo de su misión de intelectuales. La táctica que conducirá a la larga al colapso del sistema inicia su acción sembrando en la opinión pública ideas resquebrajadoras del sentido reverencial que debe inspirar el poder legítimamente constituido. En esta línea florecerán los escritos de talante fiscalizador de la política en abstracto. Por su parte, el Despotismo Ilustrado hace .el juego, abriendo cauce a la difusión del pensamiento de los enciclopedistas, o por lo menos a la ideología implícita en esa corriente. Mas el paso decisivo hacia el ansiado desenlace lo daría el propio Carlos III al decretar el extrañamiento de la Compañía de Jesús. Los planteles de enseñanza superior quedan huérfanos de su magisterio, y el Colegio de San Martín ha de ceder su lugar al Convictorio Carolino. Tan firme sostén de la integridad del Imperio eran las doctrinas profesadas oficialmente en los institutos regentados por los ignacianos, que bastó una generación desprovista de esa formación para que precisamente quienes la in-

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tegraban, educados ahora al compás de los criterios infiltrados por Rodríguez de Mendoza en el Convictorio, asumieran el papel de protagonista de la ruptura con la metrópoli.

Baquíjano y Carrillo 2 La primera manifestación pública de la aludida corriente censoria, susceptible de rotularse bajo el marchamo de erudita o especulativa, puede establecerse en el discurso que leyera el catedrático de Derecho de la Universidad de San Marcos, doctor José Baquíjano y Carrillo (1751-1817), con ocasión del recibimiento oficial en esa casa de estudios del virrey Jáuregui (1781). La oración panegírica de ritual le dio pie para endilgarle al mandatario una desaprobación abierta y paladina del régimen. El denunciante era un limeño, hijo del conde de Vista

Florida, que tras una estancia en la metrópoli (1773-1780), se había reintegrado a su patria. Las circunstancias para pronunciar una requisitoria con tales aristas críticas no eran ciertamente las más propicias para anatematizar el comportamiento del gobierno: sólo tres meses atrás acabada de ser debelada la revolución de Túpac Amaru, y el país aún no había recobrado la tranquilidad alterada por movimientos anteriores en la Sierra (Huaraz, Huánuco...) o en Arequipa y Lambayeque, en los cuales estuvieron comprometidas personas de alguna significación social. Tampoco se daba el ambiente ideal para protestar por la coincidencia con el descontento popular producido por las imprudentes medidas tributarias puestas en ejecución por el visitador Areche. El tono de la alocución es fuerte, casi agresivo. Lejos de ser una pieza retórica o de cortesía, el Elogio adopta los contornos de una soflama política. De los labios de Baquíjano y Carrillo afloraron términos tales como «tiranía», «sangrienta política», «humillación», «el destrozo y lamentables trofeos de la muerte» (aludiendo a la represión del levantamiento de Túpac Amaru), «las armas que sólo rinde el miedo, en secreto se afilan, brillan y esclarecen en la ocasión primera que promete ventajas...», «el bien mismo deja de serlo, si se establece y funda contra la opinión del público», y clama contra «los envejecidos absurdos de la escuela». En el texto aparece el término «ciudadano» para

2 Colección D ocum ental de la Independencia del Perú, Lima, 1976, t. I, vol. III.

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identificar a los insurrectos, y el orador insiste en que la vida de cada individuo es «preciosa y respetable», clara alusión a los Derechos Humanos conculcados seguramente en el proceso de pacificación de la comarca cuzqueña. Pero aún más inquietante es espulgar las notas de la pieza oratoria, en las que abundan citas de los autores que representaban la flor y nata del Enciclopedismo: Marmontel, E l Espíritu de las Leyes, de Mon- tesquieu, Raynal... Por lo demás, sabemos que entre sus libros tenía el Diccionario de Bayle, y la misma Enciclopedia luce sin disimulo en el armario de la biblioteca que se aprecia detrás de su retrato más conocido.

El desagrado que provocó ese discurso, calificado «entre los papeles más perniciosos y subversivos» por las autoridades del Virreinato, motivó que se ordenara recoger la tirada entera (1783) y fue tal el revuelo, que Baquíjano y Carrillo se retractó de la destemplanza de sus asertos. La evolución posterior de su línea ideológica le aproximó a tendencias que cristalizaron en los grupos reformistas de la Universidad de San Marcos y del Mercurio Peruano, y finalmente, arrepentido del todo, no ocultó su adhesión al Antiguo Régimen. Sus últimos años transcurrieron oscuramente en España.

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Tras la etapa inicial, de tono académico, cuyo exponente más aventajado fuera Baquíjano y Carrillo, adviene una promoción, asimismo procedente de la aristocracia, que tendrá empero como característica la gestión activa en la campaña desestabilizadora del sistema político. En otros términos, dan un paso adelante y franquean la barrera que separa la beligerancia intelectual de la acción práctica.

Riva-Agüero 3 El limeño José de la Riva-Agüero (1783-1858), primer presidente de la República (1823), era hijo de un distinguido funcionario de la

3 Colección D ocum ental de la Independencia del Perú, Lima, 1976, t. XVI.

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