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La modernización de la vida colectiva

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El cuadro diplomático del Perú republicano se había configurado de Jacto por las misiones de los países involucrados en las campañas de la Independencia, dando por sentado el reconocimiento recíproco de la autonomía: así, el primer agente colombiano llegó a Lima a fines de 1822; su colega ecuatoriano se acreditó en 1831.

La nom encla tu ra d e las calles

En 1861, la Municipalidad, considerando enrevesada la tradicional denominación de las vías públicas, decretó implantar un sistema racional que terminara con la maraña de nombres, que si bien consagrada oficialmente en 1786, no era ya compatible ni con la expansión urbana que se apuntaba ni condigna por su anarquía con la prestancia de una urbe moderna. A mayor abundamiento, en Lima había arraigado una modalidad probablemente única entre sus congéneres del mundo entero, a saber: cada tramo, de esquina a esquina, y no toda la extensión de la carrera, poseía un nombre específico. De ahí surgió el limeñismo de «cuadra» para señalar esa fracción de la arteria 3. Por ejemplo, el que a partir de 1861 pasaría a denominarse Jirón de la Unión, estaba segmentado en diez cuadras: Palacio, Portal de Escribanos, Mercaderes, Espaderos, La Merced, Baquíjano, Boza, San Juan de Dios, Belén y Juan Simón. Hasta entonces las calles —una por una, como queda ejemplificado— se diferenciaban por cualquier distintivo emanado del arbitrio popular. Podía ser por el edificio más importante (iglesia, convento, sede oficial de algún organismo), por el nombre del título nobiliario o el apellido del vecino de mayor categoría en ella afincado, por la ubicación de algún gremio (los Plateros de San Pedro y los de San Agustín, Espaderos, Petateros, Guitarreros...), por alguna originalidad —Peña horadada, Mascarón (tres), Acequia alta, Acequia de Islas (sic, por Guisla), Molino quebrado...— o, por último, a raíz de cualquier suceso insólito —Milagro (por el que ocurrió el 27 de noviembre de 1630, consignado por el diarista Suardo), Quemado, Gigante, Huevo, Ya parió...—. Com o

3 A. Miró Quesada Sosa, «Calle, cuadra, jirón», en Boletín de la A cadem ia P eruana de la Lengua, Lima, 1967, núm. 3, pp. 135-139.

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consecuencia de la misma falta de fijeza, los nombres se iban sucediendo al compás de la modificación de esas características, o por el contrario, se arraigaban convencionalmente, sin que en el primer caso tales variaciones llegasen a consolidarse por su misma fugacidad, ni en el segundo obedeciesen a un designio sistemático. De resultas de todo ello el callejero ofrecía una onomástica caótica y pintoresca: Mármol de bronce (sic) (posteriormente Piedra, por el apellido de una familia en ella radicada) y Mármol de Carbajal (posteriormente Gallos, y cuyo nombre primitivo provenía de haber estado en ese lugar un monopolito infamante de la memoria de Francisco de Carbajal, «el demonio de los Andes»); apelativos picaros como Cuatro Cositas (luego Monopinta), Barraganes, Mariquitas, Arremangaenaguas y Capón (en esa calle tenía su residencia el Canónigo don Manuel Artero de Loaysa —Madrid, 1630-Lima, 1692—, que sufría de esa deficiencia orgánica); jocosos, como Trapitos (en donde perdió trágicamente la vida el virrey Conde de Nieva en 1564), Contradicción, Come Sebo, Ya parió, Corcovado, Pití, Siete jeringas y Colmillo; terroríficos, como Matasiete y Faltriquera del diablo (hoy Portal Cela de la plaza San Martín); fantasmales, como Ánimas, Animitas, La manita (anteriormente La viuda) y Alma de Gaspar; religiosos, como Mandamientos y Penitencia; botánicos, como Naranjos, Chirimoyo (dos con el mismo nombre), Aromo, Aromito, Pacae, Sanee, Higuera, Lechugal y Limon- cillo; enigmáticos, como Expiración, Suspiro y Sirena; zoológicos, como Leones, Tigre, Caballos, Borricos, Perros, Pato, Pericotes (ratones), Chupajeringa (colibrí), Gallinazos, M ono y Pejerrey; institucionales, como Minería (por el Tribunal del ramo), Aduana, Correo, Universidad, Colegio Real (el de San Felipe), Moneda (por la Casa en ella todavía existente), Estudios (de los jesuitas), Noviciado (de los mismos), Filipinas (por la sucursal de la Compañía de comercio con esas islas que en dicha calle tenía su oficina), Gremios (por estar situada en dicha calle la delegación de los Cinco Gremios Mayores de Madrid),

Divorciadas (por el recogimiento para las que tramitaban su separación o la habían obtenido por la vía canónica), y para concluir, en donde se expendían determinados artículos, Aldabas, Polvos azules (añil), etcétera. En el año indicado la corporación municipal dispuso rotular las arterias a todo lo largo de su ringlera con el término de Jirón, y para éstos, los que discurrían de norte a sur (o sea los de travesía) con el

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nombre de provincias de Perú, expuestos en planchas amarillas, y los de este a oeste (anteriormente las «calles derechas») con el de Departamentos, en planchas azules, combinados de tal suerte que el Jirón con nombre de provincia se cruzase en alguna intersección con el de su correspondiente departamento. De eje divisor —el cardo de los castra romanos— serviría el que pasó a denominarse Jirón de la Unión, a partir del cual, a uno y otro flanco, arrancaban la numeración de los jirones. Ya se deja entender que el sistema solamente pudo tener vigencia en el interior del llamado «damero de Pizarro», toda vez que ya dicho eje dicótomo no se prolongó fuera del espacio abarcado hasta 1868 por el recinto amurallado.

La m o d ern iza ció n de la v id a co lectiv a

El ritmo de renovación alcanzó los más diversos órdenes de la actividad local. En octubre de 1855, 81 limeños distinguidos acuerdan constituir el Club Nacional, institución que desde entonces ha sido lugar de reunión de sus socios, pertenecientes a los más elevados círculos sociales. En 1858 se abrió el primer establecimiento de coches de alquiler, en gracia a que

aunque la capital no sea una ciudad demasiado extensa, sin embargo para las personas ocupadas y que deseen practicar sus diligencias con prontitud no dejan de ser grandes algunas distancias y fatigoso recorrerlas en los calurosos dias del verano.

En los comienzos sólo se podía disponer de seis vehículos, pero muy poco después veinticinco eran insuficientes, más «dos ómnibus pequeños que atraviesan la capital en determinadas direcciones». Aparte de dichos carruajes circulaban 11 calesas de servicios públicos más 102 de propiedad privada, 91 coches de particulares y 69 birlochos. En ese mismo año, en el óvalo al final de la Alameda de Acho (que ya anteriormente había recibido algunas mejoras) se erigió un monumento a Cristóbal Colón, que al cabo de varios traslados halló su emplazamiento definitivo en el lugar que hoy ocupa en el paseo de su nombre.

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Entre los timbres de honor más señalados del segundo gobierno de Castilla (1855-1862) descuella la decidida protección dispensada al quehacer intelectual. En 1859, bajo los auspicios del Estado, se imprimen seis volúmenes con las relaciones de los virreyes, y en 1861, con el mismo apoyo, se reedita el Mercurio Peruano, en nueve volúmenes. En 1860 se crea la Escuela de Artes y Oficios. En 1862 la lánguida vida académica de la Universidad de San Marcos recibe una inyección que la proyecta hacia el futuro. Se define a esa Casa de estudios como la reunión de las facultades de teología, de medicina, de jurisprudencia, de literatura y filosofía y de matemáticas y ciencias naturales, siquiera estas tres últimas continuasen funcionando adscritas al Convictorio Carolino. En el programa de nuestras disciplinas que se imparten figuran materias como derecho administrativo, economía política y estadística. En 1870 se estructura la Facultad de Ciencias Económicas, con profesores contratados en Europa. En 1862, por iniciativa del belga Francisco Watteau quedó constituido el primer banco republicano, que giró bajo la denominación de «La Providencia. Sociedad Anónima General del Perú». Tenía una sección dedicada a contratar seguros de vida. En 1864 se efectuó la primera reunión hípica en Bellavista, en el camino a Callao; en 1870 corrieron caballos importados de Estados Unidos, y al año siguiente el emprendedor Enrique Meiggs facilitó los terrenos para construir un hipódromo con las instalaciones indispensables para cumplir su fin. Adversidad merecedora de recuerdo por sus trágicas consecuencias fue la epidemia de fiebre amarilla que contagió con gran virulencia a vastos sectores de la población, especialmente los de menos recursos económicos. Ante los estragos de la peste, se procedió a la canalización subterránea de las acequias que hasta entonces discurrían a cielo abierto por arroyos arrastrando los repugnantes detritos, sustituyéndolas por alcantarillas. Se cegaron, asimismo, las que corrían por el interior de los inmuebles. Don Manuel Pardo, presidente de la Sociedad de Beneficencia Pública, improvisó lazaretos, organizó ambulancias, distribuyó elementos de desinfección y adoptó las medidas de salubridad pública que la ciencia de la época tenía por más congruentes. De esta calamidad surgió la idea de construir el hospital que llevaría el nombre de «Dos de Mayo» (en homenaje al combate librado en esa fecha de 1866 contra la escuadra española en aguas chalacas). Proyectado por

Craziani, su construcción se inició el mismo año en que el azote de la

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