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La nomenclatura de las calles
Siglo X IX
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nos, y enrumbaba hacia Callao. Seis años más tarde ambas localidades se acercaban aún más gracias a una línea del entonces llamado «telégrafo eléctrico». Perú reducía así su aislamiento del mundo. Curiosamente, entre 1827 y 1839 ya había circulado un periódico llamado E l Telégrafo. El tendido de la vía férrea no fue fácil, pues hubo que proteger a los ingenieros y trabajadores de las iras de los dueños de coches de alquiler y carros, que veían amenazado su porvenir, desplazados por la competencia del nuevo medio de transporte. En 1858 se establece el enlace ferroviario con Chorrillos, el tercer servicio de este ramo en el país. Tanto la línea a Callao como ésta a Chorrillos redundaron gruesas utilidades económicas a sus constructores. Junto con el ferrocarril y el telégrafo, el correo: el 1 de diciembre de 1847 se implanta el uso de «timbres de porte franco»; o sea, sellos de franqueo postal, valederos entre Lima y Chorrillos al principio, y posteriormente ampliados al país entero. De este impulso se benefició en medida apreciable el ambiente urbano. En dicho año de 1847 comenzaron a enlosarse con lajas las aceras de las calles centrales, con un ancho de 1,25 metros. En 1851 se firmó la contrata para instalar 500 puntos de luz de gas en las vías públicas, en lugar de los antiguos faroles de aceite; el sábado 7 de mayo de 1855, en medio del clamoreo popular, el presidente Castilla encendía por primera vez los fanales de la plaza de Armas. En corto plazo se multiplicó la iluminación por el resto del casco urbano, y en 1857 se contaban 2.203 farolas con 5.219 luces distribuidas en calles y en algunas viviendas de prestancia. También en 1851, en el área expropiada al convento de la Concepción, se edifica el primer mercado de abastos capitalino, con 60 tiendas, desapareciendo así los pueblerinos catu o tiánguez (vocablos quechua y azteca, respectivamente, para designar vendeja, feria) que afeaba la plaza de Armas y la de Santa Ana. En 1856, como una nota de buen gusto, se remodeló la antañona Alameda de los Descalzos, dotándola de un estanque con un airoso surtidor, con un quiosco para ofrecer música los días de paseo, y adornándola con doce estatuas de mármol italiano y cien jarrones de hierro; la novedosa iluminación con faroles de gas permitía que la concurrencia pudiese disfrutar de los andenes hasta avanzadas horas nocturnas durante la temporada estival. El citado año de 1856 arrancó la construcción de un establecimiento carcelario, según proyecto francés pero inspirado en
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el modelo panopticum de inspiración norteamericana, que se concluyó en 1862 (hoy derruido). En 1857 se comenzaron a sustituir los frágiles conductos de agua por tuberías de hierro que suministraban el líquido elemento tanto a los pilones públicos como a los inmuebles de particulares. Con ello se eliminó a los aguadores, negros que extraían el agua de las fuentes y piletas para ofrecerla al vecindario, a razón de dos pequeñas pipas por un real. Finalmente, entre las obras de ornato daremos cuenta de la inauguración, en 1858, del monumento a Bolívar, obra del escultor Adan Todolini. La expresión más sonada de este clima de bonanza lo constituyó un acontecimiento social de relieves nunca vistos. El 15 de octubre de 1853 tuvo lugar, en la quinta perteneciente a la esposa del presidente de la República, doña Victoria Tristán de Echenique, el sarao más fastuoso del siglo. La concurrencia llegó a un total de 2.000 invitados. Algunas damas tuvieron que ir escoltadas por guardaespaldas en custodia de las fortunas que llevaban encima. Una de ellas ostentaba en la cabeza un tocado consistente en una redecilla que en cada nudo tenía un solitario; otra lucía sobre el pecho un águila con las alas exployadas, que le tocaban los hombros: una verdadera coraza de diamantes. Era la exteriorización la orgía financiera. C on esta prosperidad Lima recobró su antigua tradición de ágora continental y en dos oportunidades sirvió de foro propicio para reafirmar la ilusión de una solidaridad americanista. El primer evento de dimensión continental, pues la invitación extendida por el Gobierno peruano para «fijar las bases de la futura tranquilidad y seguridad de los pueblos de Sudamérica» incluía a los Estados Unidos de América y al
Brasil, abrió sus sesiones en diciembre de 1847, con asistencia de representantes de Bolivia, Chile, Colom bia y del país anfitrión. El segundo se reunió precisamente en el mismo local que hoy ocupa el Ministerio de Relaciones Exteriores —el Palacio de Torre Tagle—; los debates se extendieron desde octubre de 1864 hasta marzo del año siguiente, con la participación de representaciones oficiales de la Argentina, Bolivia, Colombia, Chile, Ecuador, Guatemala, Perú y Venezuela. El propósito de este cónclave había sido «declarar a América una sola familia». Aunque se proyectó un tercer certamen para 1867, sólo diez años más tarde pudo reunirse un Congreso de Jurisconsultos, cuyas deliberaciones de índole técnica se vieron interrumpidas en 1880.