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El gallinazo

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Bibliografía

Bibliografía

Dioses de Lambayeque cual, los recién nacidos deben ser muy protegidos por la madre, en especial deben de cuidar la cabeza pues el espacio sin cerrar del cráneo de un bebé puede ser puerta de ingreso del “daño” que es producido por un ave nocturna que le llaman “tijera”, que sobrevuela las casas del pueblo. Para hacer frente a este peligro, los bebés deben tener bajo la almohada una tijera abierta en forma de cruz para dar “la contra” al ave nocturna. Además deben tener seguros adicionales, especialmente en la cabeza, cubriéndola con una capa de algodón pardo bajo de un gorro tejido; semillas de guayruro colocadas en una cinta como brazalete o bolsitas de tela de color rojo con hierbas y “secretos” para mantener al niño libre de estas influencias negativas o malignas. Creemos que este tipo de evidencias etnográficas son 2 pertinentes y dignas de considerarse para propósitos de análisis. Como sabemos, las aves nocturnas están siempre muy relacionadas con temas vinculados a la muerte, la oscuridad o la luz de la luna en sus diferentes fases, con las cuales diversos personajes del mundo animal están relacionados o asociados.

Fig. 303

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Otra de las especies nocturnas que han sido representada en la cerámica lambayeque (Fig. 304, ML037451), aunque son muy raras en las colecciones de museos, es el chotacabras (Chordeiles acutipennis), que se mimetiza muy bien en los ambientes del bosque seco (Fig. 305). No disponemos de registros específicos procedentes de la tradición oral, aunque creemos que la creencia en relación a la “tijera” tucumana, puede adscribirse al chotacabras, cuyo vuelo es ágil y prolongado, parecido al del murciélago y el vencejo. Tiene la particularidad de cazar insectos en pleno vuelo, para lo cual debe volar con la boca abierta, tan abierta que puede formar un círculo. El término Chordeiles de su nombre científico, se Fig. 304 traduce en griego como “música en la noche” precisamente por los sonidos que emite en su prolongado vuelo. 2

Las historias relacionadas con buhos, luchuzas o chotacabras son abundantes en la tradición oral andina y americana en su conjunto, haciendo notar de modo reiterado su reiterada relación con eventos de crisis, siendo notables las referencias existentes en la iconografía moche, en la cual el buho, convertido en una deidad, adquiere control sobre la “rebelión de los objetos”, pues ellos adquieren vida castigando a los hombres, capturándolos para el sacrificio. Como sabemos, es bastante común la creencia de que el canto de un buho o lechuza es una forma de anunciar una muerte cercana.

Pellizzaro, 2012: 27-Fig. 305 46).

El gallinazo

2 Los buhos o lechuzas pueden expresar la presencia de un maestro curandero rival durante la ceremonia de una mesa en la costa norte del Perú, presencia que genera un conflicto ritual, que exige el uso de “artes“ apropiadas y con suficiente poder para alejar esta presencia. Por lo tanto son hombres convertidos en lechuzas, de allí el temor que pueden causar estos animales del reino de la noche en la población campesina. Esta relación con lo seres humanos es bastante interesante entre los shuar, pues consideran a los buhos –ampush- como la manifestación del espíritu de un familiar difunto, por ello no es permitido imitar su voz, pues de hacerlo se acercarán a la familia y pueden causar daño (Martínez y

Estas aves han sido protagonistas de varios temas en la iconografía costeña, especialmente en la civilización moche, en la que es común encontrarlas en relación a cuerpos desnudos a los que picotean, o con atuendos de mujeres relacionándose con varios personajes. Por alguna razón, los galinazos moche son identificados con el sexo femenino, como ha sido propuesto (De Bock,2003).

Dioses de Lambayeque Efectivamente, en varias escenas complejas, se muestra a mujeres-gallinazo que atienden de diversas formas a los personajes principales, grandes tinajas, que podrían haber contenido chicha de maíz. Hay mujeres gallinazo que también tocan tambores y son parte de las representaciones de coito entre una pareja mítica que da origen al “árbol de la vida”. Por lo tanto, el rol de las aves carroñeras es mucho más complejo que el que se pueda deducir de su propia naturaleza. Es interesante la existencia de una connotación semejante en Mesoamérica prehispánica, pues el ave se identifica con las Hpata Sisu que se traduce como “mujeres zopilote”, consideradas como símbolos sexuales, calientes, mujeres sensuales y lascivas. En la tradición oral, se ha registrado la figura de la Xtabay, un espíritu femenino con cabeza de gallinazo, que seduce a los hombres en el área rural, provocándolos y consiguiendo que la sigan, pudiendo causarles un estado de locura si es que llegara a abrazarlos (Limón y Batttcock, 2012: 147).

Debemos resaltar otro aspecto de especial importancia y se refiere al habitat de estas aves. Ellas prefieren anidar en las montañas pétreas de nuestra región convirtiéndolas en un recinto casi exclusivo. Este aspecto es mucho más notable cuando utilizan montañas consideradas sagradas como Cerro Chaparrí, o Cerro Purgatorio en las cuales pernoctan. Si bien es cierto que en el pasado prehispánico, hubo diversas actividades alrededor de estos cerros, incluyendo grandes esfuerzos en la construcción de enormes asentamientos, también es cierto que estas aves no se incomodan con el contacto humano al punto que pueden convivir en espacios urbanos. Cerro Purgatorio fue una montaña sagrada de la mayor importancia y tiene diversos sectores muy accidentados que nunca fueron ocupados y en donde es muy difícil construir. En este caso, las edificaciones existentes son consecuencia de la ocupación incaica, siendo muy probable que durante las épocas previas, fuera considerado como un sitio tabú, utilizado por un grupo muy reducido de personas relacionadas con el culto, razón por la cual fue amurallado alrededor de su base. De hecho, durante este tiempo, el cerro fue mucho más “salvaje” en el sentido natural o puro, siendo modificado solamente durante la época inca, época en la que se edificaron varios espacios para propósitos religiosos. En la cumbre, se construyó una gran plataforma con muros de piedra que podría tratarse de un espacio religioso de época lambayeque, reutilizado por los incas al final de la ocupación del lugar. Es evidente que la formación natural ha sido modificada, conviertiendo una cresta rocosa irregular casi vertical, en un espacio plano con evidencias de mucho uso. Este lugar, es utilizado hoy de modo permanente por los gallinazos del lugar, dejando una gruesa capa blanca de excremento. Las secciones más agrestes de esta montaña, no solo sirven como nidos de los gallinazos, sino son los espacios preferidos por los maestros curanderos que acuden de modo permanente a realizar diversos rituales, dejando evidencia de las ofrendas dejadas al cerro y los diversos materiales relacionados con cada tipo de trabajo.

En el caso lambayecano, nos ha llamado la atención el rol que cumple el gallinazo en relación con una deidad a la que lleva volando sobre su espalda, tema también observado en la cerámica chimú (Fig. 306, ML020301), en la cual no solamente aparecen ambos personajes, sino que debajo de ellos hay representaciones de los picos de las montañas, haciendo evidente un vuelo de altura. Esta escena es común en el imaginario moche, pues una deidad de grandes colmillos utiliza un ave para volar con ella a sus espaldas. Este personaje es de la mayor importancia puesto que en otros casos aparece con emblemas propios de una deidad lambayecana, con la clásica cara máscara y una corona de puntas horizontales sobre la frente, propia del “Huaco Rey”.

Fig. 306 El ave es sin duda un gallinazo por la forma de la cabeza “desplumada”. En este caso la vasija es 2 típica del estilo lambayeque, pero adiciona un elemento interesante: un asa que une la cabeza del personaje con la cola del ave, un asa con dos cintas paralelas y pegadas. Estos detalles deben formar parte de un mito relacionado a una deidad que se sirve del gallinazo para alzar vuelo en busca de un objetivo de otra forma inalcanzable.

ML100165).

Fig. 307

2 En la tradición oral del ciclo del zorro en el valle La Leche de Lambayeque, el zorro es llevado sobre la espalda de un gallinazo de cabeza roja (Cathartes aura) al que se conoce localmente con “Llame” o “Ñame”, de modo que es probable la subsistencia de un mito en el que un ave ayuda a un personaje llevándolo a territorios lejanos sobre sus espaldas.Tal vez una de las representaciones más interesantes en el arte prehispánico relacionado a este tema, es un objeto de oro chimú de la colección del Museo Larco que muestra a un animal considerado en el catálogo del museo como un zorro, suspendido del pico de un ave representada de pié. Es difícil indicar la especie del ave, en todo caso, la relación entre ambos está implícita (Fig. 307,

En la tradición oral campesina de Túcume, una de las más hermosas historias es la de Sebastián de la Gracia, cuya largo relato podemos resumirlo como sigue: el personaje va en busca de su amada, cautivada en un poderoso cerro encantado, muy lejano, al que solamente puede viajar volando sobre un ave, por lo tanto se trata de un mundo celeste ajeno al nuestro. En el largo vuelo, el ave requiere de comida para lograr el objetivo, devorando partes del cuerpo de su eventual pasajero. Milagrosamente, cada una de las partes devoradas era regenerada, colocando en las partes seccionadas una pluma que el personaje había recibido de las aves de presa y carroñeras, como recompensa por una buena obra en este mundo. Así logra su cometido, encontrando a su amada y quedándose finalmente con ella para toda la eternidad (Narváez, 2000).

El canto del Ñame adquiere actualmente una connotación bastante interesante en el valle de La Leche, pues se considera indicador de lluvias o abundancia de agua. Este tema se conoce además en la tradición oral del área de Huarochirí, pues el gallinazo (Suyuntuy) forma un grupo de estrellas con el condor (Kuntur) y el halcón (Huaman), que aparecen juntas en una línea recta. Cuando estas estrellas se muestrabn opacas, habrá tiempo de sequía, si lucen mucho brillo, habrá tiempo de abundante agua para beneficio de los campos (Tavera, Lizardo: http://www.arqueologiadelperu.com.ar/yacana.htm).

La relación entre el gallinazo y el agua se hace notoria también en la tradición oral de la región de Jaén en el nororiente peruano, que relata la historia de un afamado brujo perseguido por la población, que logra desaparecer convertido en gallinazo. Este brujo logra su cometido, al arrojar una pata de animal (aparentemente de venado) en una laguna. Esto dio origen al desborde del agua y la aparición de mayores fuentes y chorrillos alrededor (Gamonal, 2010: 250).

Fig. 308 Esta relación con el agua, se reitera en la mítica amazónica, pues los shuar consideran que hubo un tiempo que el gallinazo Chuank tiene una larga cabellera con muchos piojos. Cuando quería pescar, se sacaba la cabellera y la sacudía sobre el río, consiguiendo con los piojos el mismo efecto que el barbasco, pues se aturdían los peces y siempre tenía abundancia para invitar a sus mujeres y suegras, pues tenía varias mujeres. Cuando finalmente es descubierto en el río, sin su cabellera, es espantado, volando con la cabeza descubierta, olvidando su cabellera para siempre (Pellizaro y Martínez, 2012: 219-225). Este relato es bastante interesante, pues el gallinazo es sacralizado por su larga cabellera y los piojos generan alimento y subsistencia. Este es uno de los atributos más importantes de los dioses andinos: mientras más piojos, mayor cantidad de población o abundancia de productos (Narváez, 2000). Existe la imagen de una deidad moche, con rostro arrugado y grandes colmillos, que sacude su cabellera suelta sobre un medio en el que los protagonistas son los peces y rayas (Fig. 308).

El rol de los gallinazos va más allá de nuestra tendencia natural a relacionarlos rápidamente con 2 cuerpos en descomposición, que son su alimento, cumpliendo al mismo tiempo un rol de limpieza, dejando la estructura ósea libre de todo tejido blando. La arqueología ha podido demostrar la presencia de estas aves como parte de un contexto sacrificial en el sitio de Pacatnamú, ocupado

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