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del siglo XIX

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Bibliografía

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Capítulo 5 El pesimismo intelectual europeo del siglo XIX

No hay duda de que todas las naciones son agresivas; Es la naturaleza del hombre. Lord palmerston

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La civilización “occidental” había prosperado notablemente. Durante el siglo XIX se creyó cada vez con mayor intensidad que el desarrollo científico por sí mismo iba a generar la felicidad humana. Los progresos en las ciencias naturales, el poder de la técnica, el conocimiento de los procesos biológicos, los progresos en la medicina, el descubrimiento de los microorganismos, la ley de la conservación de la energía, el desarrollo de la electricidad, la teoría atómica en la química, la teoría física del átomo, los avances en la astronomía, y la teoría de la evolución. Ya no faltaba nada, el ser Humano tenía todo, había descubierto los misterios que lo embargaban, sin embargo, no muy lejos le estaba esperando las grandes guerras que pusieron en jaque su propia existencia y su vanidoso concepto de “hombre civilizado”: la Primera Guerra Mundial, y la Revolución Rusa.

En efecto, el desarrollo económico de la sociedad burguesa —expresa A. Huxley— cuyos aspectos más deshumanizados habían sido denunciados por el conjunto del movimiento socialista, principalmente, condujeron a una conflagración mundial sin parangón alguno hasta entonces en la historia. El desarrollo de la técnica y su aplicación en la consecución de efectos mortíferos, se manifestó con crueldad, y no dejó dudas a las posibilidades que el “progreso” ofrecía a los estados para aniquilar, destruir, sembrar la muerte. (Huxley, s.f, p. 8)

Por su parte, Carl Jung escribe: «A pesar de nuestro orgulloso dominio de la naturaleza, aún somos sus víctimas, pues ni siquiera hemos aprendido

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a dominar nuestra propia naturaleza. Lenta y, al parecer, inevitablemente, estamos rondando el desastre» (Jung, s.f, p. 101). Sin embargo, a pesar de esta realidad flagrante aún persistimos en creer en la falacia que el egoísmo, y el individualismo competente, son medios que harán emerger al ser Humano a la superficie.

El ser Humano estaba construyendo el “progreso” y al mismo tiempo su propia destrucción. En la medida en que lograba controlar a las fuerzas naturales se fue ensoberbeciendo, pensando que era posible gracias a la ciencia superar todas sus calamidades, y se descuidó a sí mismo. Se pensó en un progreso ilimitado omnipotente, omnisciente, y se creyó que la riqueza y la satisfacción inmediata de los deseos, traería la felicidad, sin embargo, este sistema se ha engañado a sí mismo, establecido una brecha entre pobres y ricos, hombres y mujeres, entre tener y ser. El peligro de la contaminación planetaria y de una guerra mundial atómica y biológica a gran escala. La búsqueda de un sentido a la vida en los placeres sensuales, y en el efímero efecto de las drogas como anestésico ante la impotencia, como un mecanismo para asfixiar un insoportable sentimiento de soledad y de incertidumbre. La jerarquización de lo material y lo efímero por sobre el ser en sí mismo, la exaltación de lo que está muerto por sobre lo que vive. El egoísmo, la falta de sentido a la vida, la necesidad de cambios radicales en nuestros valores, en nuestra estructura social y en todas sus manifestaciones.

El concepto de “progreso” aparece desvinculado de la solidaridad, del altruismo, la esperanza y el amor, por lo tanto ha de terminar inexorablemente en un rotundo fracaso social. En “Occidente” necesitamos aprender el sentido “Oriental” de unidad, el sentido de interdependencia cosmogónica, de una vida integral, como nos han enseñado nuestras naciones originarias. Jerarquizamos la materia, y las cosas muertas por sobre las que viven y respiran, por lo tanto, es necesario retroceder para avanzar; rescatar del pasado la sabiduría que subestimamos, los paradigmas integrales arcaicos que hemos soslayado históricamente, cuyos grandes sabios son los mismos “indígenas” a los cuales hemos expoliado y aniquilado.

La metamorfosis de Frank Kafka, expresa desde los aspectos inconscientes, el pesimismo europeo de finales del siglo XIX. Kafka se erige como uno de los últimos portavoces del siglo, denunciando el malestar social, situación que puede determinar graves consecuencias. La sociedad ha sufrido la pérdida de identidad, de sensibilidad. Se expresa un sentido de culpa, vergüenza, impotencia, soledad, desesperanza, incertidumbre, humillación, aislamiento; el temor a abrirnos a los demás para que no sepan lo que en realidad somos, y por temor a ser dañados por ellos. Una sociedad lúgubre, ensimismada, opri-

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mida, encapsulada, fatigada, enferma, que no siente placer por la vida, y que vive como si fuera libre sin serlo. Estas condiciones la llevarán a la pérdida de sus logros materiales y espirituales. La “Metamorfosis” de Gregorio, es en definitiva la metamorfosis de una sociedad cuyo destino es el derrumbe de sus estructuras. Se han perdido las cualidades Humanas, las personas se han convertido en animales, y lograr mantener esa trágica condición en el tiempo implica un esfuerzo insoportable. Se vive disimulando lo que realmente se es, lo que realmente se siente, sin valorarse a sí misma, ni valorar al otro. La muerte es la única salida para poder terminar con los sufrimientos

He llamado con el nombre de “intuición psíquica” al mecanismo por el cual el sujeto nos advierte que algo puede ocurrir en base a lo que está ocurriendo. Esa advertencia es generalmente inconsciente, donde el artífice, a través del arte, la literatura, u otros medios, intenta advertirnos de peligros potenciales, y cómo lograr evitarlos. Es importante leer este mecanismo, estas “expresiones proféticas” y artísticas, que, del mismo modo que Kafka, fueron planteadas al mismo tiempo en la novela La raza futura de Bulwer Lytton, escrita en 1871, en la cual Lytton pone en tela de juicio la supuesta democracia y los valores europeos y estadounidenses de libertad. El mundo estaba sentado sobre un barril de pólvora, y al parecer eran muy pocos los que podían ver esa realidad. No pasó mucho tiempo para que después de estas percepciones se produjera la Primera Guerra Mundial. Si la sociedad de la época hubiese comprendido la importancia de estas reflexiones y expresiones artísticas, podría haber cambiado la dirección de esa realidad histórica.

La paulatina idealización de la razón, la creencia que la tecnología y la ciencia resolverían todos los problemas Humanos, la soberbia, y autosuficiencia del pensamiento filosófico, y científico, la poca o nula piedad hacia la pobreza, el concepto del determinismo científico sobre la crueldad de la naturaleza, el desprecio hacia la mujer, la explotación, la pérdida paulatina de la trascendencia humana, lo cual engendró una sociedad pesimista, un sentimiento profundo de soledad, duda, y desesperanza que terminaron dando a luz los grandes conflictos posteriores.

Si bien los avances tecnológicos crearon una situación de esperanza consciente superficial, el Humano vivía sumido en un estado de profunda desesperanza inconsciente. Orgulloso de la creación de sus manos, pero internamente desposeído, esta esperanza consciente, ocultaba detrás de una pantalla, su verdadero contenido. Se nos hace difícil comprender que pueden cohabitar en una misma sociedad afectos contrapuestos, sin embargo, el pesimismo europeo del siglo XIX, está marcado por estos procesos ambivalentes. Este pesimis-

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mo se expresó con mayor fuerza en el mundo intelectual, en la burguesía y la aristocracia.

Los notables descubrimientos, las nuevas tecnologías, la compulsión por el trabajo, la sociedad ansiógena, el “arte del motor” del cual más tarde hablará Paul Virilio, o la “sociedad fax” y “la era del vacío” de Gilles Lipovetsky, han producido cambios en el concepto del tiempo, de manera que percibimos la velocidad como eficaz, y la lentitud como un impedimento para el desarrollo. El “hombre-cosa” de Ernesto Sábato, es el resultado de la jerarquización de lo que está muerto sobre lo que vive, de la materia por encima de la vida misma. A principio de la década del cincuenta, Ernesto Sábato expresaba lo siguiente:

Los Estados Unidos son el resultado directo y puro de la expansión capitalista europea que pudo realizarse sin trabas espaciales y tradicionales en el vasto territorio virgen de la América Septentrional. Allí surgieron de la nada ciudades capitalistas que desde su mismo origen tuvieron el sello de la cantidad, y del funcionalismo hasta el punto de numerar sus calles. Así se convirtió en el país de los fabricantes en serie, de las diversiones en serie, de los asesinatos en serie, porque hasta las románticas bandas de forajidos sicilianos se convertían allí en sindicatos capitalistas.

Hombres que habitan en “máquinas de vivir” construidas en ciudades dominadas por los tubos electrónicos, han inventado esa extraña ciencia que se llama cibernética que rige la fisiología de los “cerebros electrónicos” y que, en días próximos servirá para controlar los ejércitos de robots.

En este país no sólo se ha llegado a medir los colores y olores, sino los sentimientos y emociones. Y esas medidas convenientemente tabuladas han sido puestas al servicio de las empresas mercantiles. En un libro titulado Cómo anunciar para vender, de W.B. Dygert aparece una tabla en que se clasifica entre 0 y 10 el poder de atracción de los anuncios según los sentimientos que utilizan: Hambre: 9.2 Amor a los hijos 9.1 Atracción sexual 8.9 Afecto a los padres 8.9 Respeto a Dios 7.1 Cordialidad 6.5 Temor 6.2 (Sábato, 1951, p. 54)

El concepto de “individuo” es un concepto relativamente “nuevo” en la historia del mundo “occidental”. Erich Fromm demostró la existencia de un profundo sentimiento de soledad en las sociedades que emergieron de la Edad

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Media en Italia en el período del Renacimiento. Esa privación de libertad del hombre medieval no lo dejaba solo y aislado, a pesar de eso su vida poseía un significado debido a que continuaba arraigado en su estructura social, de tal manera que no había lugar para la soledad y la duda. No existía el individualismo en el sentido moderno es decir la posibilidad de elegir muchos modos de vida posibles, por lo tanto:

el “individuo” no existía todavía; el hombre estaba aun conectado con el mundo por medio de sus vínculos primarios. No se concebía a sí mismo como un individuo, a excepto a través de su papel social [que entonces poseía también carácter natural]. El hombre era consciente de sí mismo a través de su raza, de su pueblo, partido, familia o corporación, no se había desarrollado la conciencia del propio yo individual, del yo ajeno, y del mundo como entidades separadas. (Fromm, s.f, p. 60)

Needham, haciendo alusión a Andreas Corsalis, el cual en 1515 le escribe a Lorenzo de Medici desde China, describiendo a los chinos como gentes di nostra qualitá con idéntica aptitud que nosotros. Un auténtico cumplido para los occidentales. Sea como fuere, cuarenta años de íntima relación con amigos chinos me ha enseñado más allá de toda duda razonable, que como escribiera Andreas Corsalis quien estaba profundamente convencido de la infundada arrogancia de los hombres occidentales de su comportamiento similar al de los necios de las Sagradas Escrituras, empeñados en afirmar que «nosotros somos el pueblo, y la sabiduría ha nacido con nosotros». Incluso Arnold Toynbee ha caído en la aceptación del completamente erróneo aforismo de que los griegos y los europeos se distinguen de todos los demás pueblos por su “inclinación técnica”. Gradualmente fui percatándome de por qué nuestro trabajo resultaba tan enojoso para los occidentales de mentalidad convencional, los logros de la ciencia y la tecnología modernas, son el mayor título de orgullo para ellos. En consecuencia, recordar como hiciera el Obispo sirio Severo Sebokth ya en el siglo VII, que «además de los griegos, hay otros pueblos que conocían uno o dos cosas, equivalía a hurgar donde realmente duele» (Needham, 1978, pp. 261-377).

El concepto eurocéntrico de “civilización” y “barbarie” impide la posibilidad de concordia, integración, solidaridad y amor entre los seres, porque suponemos a priori que la Humanidad está fragmentada en Humanos “superiores” e “inferiores” dependiendo respectivamente si éstos son europeos o si no lo son. Por lo tanto, influenciado en cierta medida por este pensamiento:

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Freud nos induce a interpretar las creencias y prácticas extrañas como críticas a las nuestras y eso nos hace reaccionar negativamente a ellas. Cuando estudiamos una tribu de costumbres y lenguaje desconocido, causa incomodidad. Ego, el creer que uno comprende más de lo que en realidad comprende no permite objetividad. No toma en cuenta el desacuerdo. Ejemplo, una defensa contra la ansiedad, es la de ciertos helenistas que insisten en que la cultura griega debe analizarse exclusivamente en función de los conceptos griegos.

Otro escollo a la objetividad, es un apego ansioso a unos hechos, y una negativa total a interpretar los hechos de otra manera que la más “obvia”. Porque esa interpretación la puede tolerar y no otra u otras. Las ansiedades movilizan las defensas. Las reacciones de defensa en el científico del comportamiento distorsiona su material. (Devereux, s.f)

Es imposible tener una posición objetiva por más desapasionado y honesto que sea el narrador de los hechos históricos, y su desinterés por las banderías. Creo en la existencia de un punto ciego que impide tal “objetividad”. En el historiador los mecanismos de defensa se actualizan cuando este tiende a percibir al personaje histórico analizado, bajo el influjo inconsciente de simpatía o antipatía. Cuando proyecta sus deseos sobre el personaje, cuando cree saber lo que éste siente, o lo que piensa. Cuanto mayor sea su carga emotiva, mayor será la distorsión ocasionada por sus propios deseos La admiración o la antipatía contribuyen a realizar un análisis condicionado, por la ansiedad que provoca ciertas prácticas sociales que van a contra pelo de nuestras convicciones morales, religiosas e ideológicas. Estos personajes históricos van cambiando de apariencia a medida que transcurren los siglos, pasando de villanos a héroes o de héroes a villanos.

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