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El destino manifiesto estadounidense

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Bibliografía

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Capítulo 8 El destino manifiesto estadounidense

Debéis conducir vuestro gobierno del modo considerado constitucional de acuerdo con las teorías anglosajonas de la ciencia política. Que estas teorías os agraden o no, entendemos que son las mejores para vosotros, y que nuestro deber es obligaros a seguirlas. H.W. dodds. The United States and Nicaragua. Annals de la American Academy of Political and Social Science, CXXXII. (1927). p. 137

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No queremos que el vigor o la fuerza moral de nuestro país se agote, con interminables intromisiones y mediaciones en todas las disputas, grandes y pequeñas, que afligen al mundo. Nuestro ideal es hacer a Estados Unidos más fuerte, mejor y más excelso, porque sólo de ese modo, según creemos, puede prestar el mayor servicio a la paz mundial y al bienestar de la humanidad.

Cong. rec. 66. Cong. Primera sección. p. 3784

Albert K. Weinberg, afirmaba que el nacionalismo, rara vez es compatible con el respeto a los derechos ajenos. La expansión territorial, el engrandecimiento nacional, tiende a deteriorar la unidad, y la paz internacional. Este expansionismo, halló en el nacionalismo un poderoso estímulo, se basó en una ideología moral, que permitió este expansionismo sin sentirse en una posición herética.

La idea de un destino manifiesto cobró carácter general alrededor de 1820, mientras que la idea de un destino del dominio continental alrededor de 1840. Se creía en un “Derecho Natural”, el derecho de la naturaleza, deriva de una

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“ley natural”, eterna, universal de suprema obligatoriedad y dictada por Dios, como justificación moral del expansionismo estadounidense.

La primera doctrina que reflejó la teología nacionalista del destino manifiesto fue la idea de un decreto divino de independencia, a esta doctrina le siguió otra, la doctrina de una misión nacional que tuvo efectos perdurables sobre el nacionalismo estadounidense posterior.

Franklin, afirmó orgullosamente que la Providencia habría asignado a América un puesto de honor por la lucha de la dignidad y la felicidad de la naturaleza humana.

La misión humanitaria impuesta por la Providencia pareció tener doble carácter. Por una parte se asignaba a América la misión de perfeccionar la democracia, la misión de aplicar al gobierno la doctrina de los derechos naturales. La realización de esta excelsa tarea permitiría que América fuese inmediatamente [en palabras de Franklin] una suerte de refugio de quienes aman la libertad. (Destino Manifiesto, p. 29)

«El desarrollo de la democracia permitiría también como lo proclamó Nathan Fiske, que a su tiempo la “libertad” “extendiera” su “benigna influencia a las naciones salvajes, esclavizadas e ignorantes, y de ese modo reinase universalmente» (Weinberg, 1968, p. 29).

Esta misión nacional, conlleva ideales de carácter internacional. Se creía que todos los imperios antiguos se habían erigido por la conquista, sin embargo los Estados Unidos, este nuevo imperio era fundado en la “libertad” y consagrado a “la causa general de la humanidad”.

La extensión territorial, se relacionaba con la seguridad nacional, porque su amplitud mayor o menor, permitía o eliminaría respectivamente la adyacencia de un peligroso enemigo. En realidad, este poderoso deseo de expansión, que se traduce en desprecio, y odio son proyectados hacia el resto de la humanidad, temiendo que ésta haga lo mismo con el imperio expansionista.

Ha de suponerse que si se llegara a detener su expansión, otra nación será la que se expandirá sobre el imperio pasivo, por lo tanto, debe mantenerse una actividad expansionista constante. La seguridad y la garantía del imperio, se supone superior a los derechos legales de otras naciones. Surge otro derecho natural, el derecho a la libertad, este derecho no se prestaba al expansionismo, en cambio, el otro derecho que surgió sí se prestó: el derecho natural a la seguridad.

La seguridad reclama derechos político más amplios y justifica el expansionismo. Ante la amenaza externa, se refiere al mal y a la ponzoña de las otras

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naciones. Pero cuando es Estados Unidos el que arremete, se justifica porque el imperio está habilitado por una ley natural a la “seguridad”.

El expansionista tiene como consecuencia, un intenso miedo de ser conquistado, invadido, debilitado, menoscabado, la nación conquistadora teme sufrir el mismo daño que produce. Surge un tercer derecho mucho más amplio que los dos primeros: el «derecho natural a la persecución de la felicidad» (Weinberg, 1968, p. 43).

Considero la existencia de una “conducta nacional”, es decir, existen naciones introvertidas, extrovertidas, autoritarias, dependientes… La lectura de la historia de la justificación de carácter moral, nos permite apreciar la evolución del nacionalismo expansivo estadounidense.

Ya veremos el rasgo de carácter autoritario y alienado en el comportamiento de este imperio. Por un lado el interés propio nacional, es manifestado como altruismo internacional. Sin embargo detrás de dicho altruismo y preocupación por “guiar” a las naciones «que no pueden gobernarse a sí mismas», la política del “buen vecino”, se transforma en la racionalización de un profundo deseo de poder, de dominio, y odio, con el fin último para subyugar a los pueblos más débiles militarmente. Esta justificación es hipócrita e insincera, y el altruismo no adopta la forma de abnegación, sino de engrandecimiento propio, de tal manera que el crecimiento de uno, puede realizarse únicamente a expensas de otros, donde el crecimiento de un miembro de la comunidad, significa la obligada contracción del otro.

La moral nacional estadounidense se considera como autosacrificio, pero ante la moral internacional como auto-engrandecimiento. Podemos decir que en el imperio, “hacia adentro” existe una apariencia de preocupación por el bienestar universal de las naciones, sin embargo esta preocupación “hacia afuera” tiene un fin utilitario, y que apunta a la opresión y al despojo.

Albert Weinberg, afirmó que el Destino Manifiesto representa un lema expansionista mediante el cual se debía incorporar a Estados Unidos todas las regiones adyacentes. Esto se supone un deber inevitable, una misión moral encomendada por Dios, el Destino, o una fuerza impersonal superior. El expansionismo estadounidense es una ideología cuyo contenido puede ejemplificarse aunque no se agota en las ideas del Destino Manifiesto. Esta ideología expansionista es un abigarrado cuerpo de doctrinas de justificación:

1. Dogmas metafísicos sobre cierta misión providencial. 2. “Leyes” casi científicas relativas al desarrollo nacional. 3. Conceptos sobre el derecho nacional e ideales sobre el deber social. 4. Recionalizaciones, jurídicas e invocaciones a una “ley superior”.

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5. Propósitos de difusión de la libertad y planes de extensión de un absolutismo benévolo. (Weinberg, 1968, p. 16)

El imperio estadounidense mientras somete a las naciones más débiles, por el otro lado se somete a fuerzas impersonales. Este comportamiento nacional, es característico del carácter autoritario. Por un lado somete y por el otro se somete al designio de un Dios, un “Destino manifiesto” o “evidente” que el mismo imperio no puede explicar porque no existe una dilucidación racional. Dios lo ha querido así, y así deberá ser.

Sin embargo, y he aquí el detalle que queremos subrayar, el carácter autoritario se manifiesta a través del vínculo, y por lo tanto se necesita de la sumisión, de la pasividad y el sometimiento de “un otro”. Debemos detallar aquí que este mecanismo de evasión de la libertad, se manifiesta en forma inconsciente. Ya he mencionado la falacia de un imperio “libre”, porque al someter a las demás naciones ha perdido su libertad para atar y al mismo tiempo quedar atado a vínculos de dependencia. Por lo tanto la idea de libertad que tienen tanto el imperio estadounidense como las mismas naciones que están ligadas a él, ya sea por voluntad propia o no, es una idea ficticia de libertad, absolutamente falsa. Ninguno de ellos es libre, todos están encadenados mediante forzosos vínculos de dependencia. Muchas naciones también evaden la libertad al someterse temerosamente y pasivamente al imperio, en lugar de proponerse la unidad, los medios comerciales, económicos, y políticos adecuados para procurar la libertad. En lugar de intentar la unidad continental, permanecen aisladas unas de otras, contribuyendo de esta manera al robustecimiento imperial.

Esta ideología supone que la Divina Providencia había decretado desde antes de la fundación de este mundo la incorporación de todos las regiones adyacentes a los Estados Unidos. Ese misterio, inexplicable, impenetrable, enigmático por el cual la divinidad eligió al imperio para regir a la Humanidad, es el resultado de la transmutación histórica del puritanismo y el calvinismo monoteocéntrico, en la filosofía política del imperialismo, que a través de mecanismos inconscientes, y mediante largos procesos, ha transitado de un estado al otro.

Este “misterio” filosófico y político que ha entronizado universalmente al imperio por encima de las naciones, es el mismo “misterio” por el cual la divinidad calvinista no puede explicar racionalmente cómo es posible que la Providencia ha decidido predestinar al mundo en dos sectores: el uno para la salvación, y el otro para la condenación, y esta decisión divina, ha quedado establecida desde antes de la fundación del mundo. Por lo tanto creo haber demostrado que los términos “Destino manifiesto”, o “Destino evidente”, res-

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ponden a transmutaciones históricas construidas desde la época de la Reforma protestante, y son equivalentes del término “predestinación política”, propios de la predestinación calvinista.

A pesar de auto considerarse los “campeones de la democracia”, la ideología expansionista estadounidense, guarda cierta similitud con la doctrina nazi:

1. Ambas son expansionistas. 2. Ambas consideran que son predestinadas para “iluminar” la humanidad por una fuerza impersonal, llámese Dios, la Nación, la Divina Providencia, el Deber, el Destino, las leyes de la Naturaleza, la Historia… 3. Ambas odian la vida. 4. Ambas se ven a sí mismas libres e independientes, cuando en realidad han evadido la libertad al establecer vínculos de dependencia, sometiendo a otras naciones más débiles, a las cuales se desprecia y se “ama” simultáneamente. 5. Ambas son autoritarias, están imbuidas de un anhelo sádico de poder. 6. Las técnicas de opresión son las mismas: el militarismo, el belicismo, la publicidad falsaria, la mentira, la imposición del miedo, la intervención militar… 7. Ambas celebran la victoria del más fuerte y simultáneamente la opresión, la depredación, e incluso el exterminio del más débil. 8. Ambos desean poseerlo todo, la dominación mundial, tener control absoluto sobre todo y todos. 9. Ambas poseen fuertes tendencias hacia el racismo, la xenofobia, el sexismo. Ambas se auto consideran una cultura superior. 10. Ambas racionalizan el apetito de poder, al afirmar que lo hacen por el bien de la cultura y la democracia a nivel mundial. Ambas afirman luchar por la paz y la libertad, sus intentos de dominación no se interpretan como opresión, sino que suponen actos de defensa contra aquéllos que desean dominar. 11. Como hemos visto, ambas están inspiradas en la teoría del darwinismo social de la supervivencia del más apto. Si bien Darwin no expresó tan abiertamente-aunque lo hizo-una doctrina de carácter racista, el darwinismo social interpretado por Spencer y Bagehot, construyeron una realidad diferente. 12. Ambas expresan lo mismo: buscan el beneficio de la Humanidad, en cambio sus enemigos se oponen a tal notable empresa.

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A finales del siglo XIX, y principios del XX, se levantó una generación de jóvenes intelectuales: Manuel Ugarte, Eduardo Prado, César Zumeta, José Enrique Rodó, José María Vargas Vila, Rufino Blanco Fombona, Santos Chocano, Jaime Freyre, Leopoldo Díaz, entre otros, que vieron la amenaza de un posible protectorado estadounidense en nuestro continente, el temor de una intervención armada, la política del Gran Garrote de Roosevelt , y su corolario a través del cual se estableció el derecho de injerencia de la doctrina Monroe, su vigencia como instrumento de una dominación económica y política. Se veía amenazada la autonomía y el porvenir de la Patria Grande de Ugarte.

Quiero recordar a esta generación del 900, valorando su amor a la libertad, su entereza, su sentido de responsabilidad y compromiso con las generaciones futuras entre las cuales nosotros formamos parte. Rodó se dirige a la juventud de nuestro continente instándole a abandonar el utilitarismo angloestadounidense, la vida sin propósitos, sin ideales, para valorar el amor a la vida, a la libertad, rechazando el dogma del triunfo del más fuerte y del imperialismo, para impedir la asimilación de la cultura “yanqui” en el continente y no dejarse impresionar por las luces que emanan de este imperio, ni por sus cantos de sirena.

Transcribiré las expresiones de José Enrique Rodó que aparecen en el folleto de Juan José López Silveira, en Imperialismo yanqui en América Latina (1961), sobre la política intervencionista de Estados Unidos, escrito en 1915, donde los Estado Unidos se proponía interferir en la revolución agraria mejicana como medida ejemplarizante para los demás países de nuestro continente.

El gobierno de los Estados Unidos del Norte —según informaciones telegráficas de estos últimos días— ha propuesto a la consideración de los representantes diplomáticos de las naciones latinoamericanas ante aquel país la conveniencia continental que podría haber en una acción conjunta de los pueblos de América para intervenir en la lamentable situación interna de Méjico y procurar una solución que la normalice.

En nuestra condición de país comprendido dentro de los que han sido objeto de esa delicadísima consulta, nos importa que la cooperación de nuestra diplomacia en las deliberaciones a que aquella dé lugar se inspire en una seria reflexión y tenga en cuenta toda la complejidad de intereses, morales y materiales, que afecta para la América entera, y singularmente para nosotros, la consideración de esa propuesta.

En principio, toda intervención extranjera en asuntos internos de un estado soberano, máxime cuando estos asuntos no tienen complicaciones de hecho que hieran directamente las inmunidades o la dignidad de otros Estados, debe excluirse y repudiarse con resuelta energía, haciendo de esa

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exclusión uno de los fundamentos esenciales de toda política internacional americana. Aceptar transacciones o condescendencias en la aplicación de ese principio, significaría un gravísimo precedente, que, más que a nadie, debería alarmar a las naciones de escasa extensión territorial, condenadas-si ese criterio quedase autorizado-a la afrenta de las intervenciones de afuera, siempre que la apreciación, justa o injusta, de sus vecinos poderosos creyera llegada la oportunidad de inmiscuirse en sus querellas internas.

La política internacional de los Estados Unidos del Norte tiene antecedentes conocidos, en cuanto a su injerencia en las cuestiones domésticas de los pueblos de este Continente. El propósito de intervención que ahora se insinúa, resultaría en cualquier caso lógico y consecuente con esa orientación histórica de la política norteamericana, pero para los demás pueblos del Nuevo Mundo- consultados con cortés oficiosidad- se presenta la ocasión de resolver si les toca cooperar, directa o indirectamente, al desenvolvimiento de una norma internacional que tienda a establecer, en América, algo como una tutela protectora y filantrópica de los fuertes y ordenados sobre los débiles y revoltosos.

Que, valida la superioridad de su fuerza, la poderosa nación del Norte haya ejecutado sus intervenciones desenmascaradas, como en Cuba y Panamá, y ejerza una intervención constante y encubierta en los negocios públicos de otros Estados hispanoamericanos, es cosa que no constituye gran baldón para las demás repúblicas del Continente, si se considera que no les es exigible con justicia una acción internacional proporcionada a los medios y recursos de su enorme vecino. Pero que todo eso vaya a continuar y completarse con el asentimiento expreso y la colaboración complaciente de los propios pueblos de la América Latina, es una aberración que jamás podría disculparse y contra la cual deben prevenirse seriamente los gobiernos consultados para dar formas al propósito interventor de que se habla.

Nos referimos en todo lo que va dicho, a cualquier género de intervención material, a cualquier injerencia que tenga por manera de manifestarse la cooperación de fuerzas extranjeras a favor de uno u otro de los partidos que se disputan, en Méjico, el gobierno. No aludimos a las intervenciones de orden moral, consistentes en los bueno s oficios que puedan ofrecerse par a la solución de la espantosa crisis, con propósitos de conciliación y sobre la base indeclinable de la conformidad espontánea y expresa del pueblo desgarrado por la guerra civil.

Lo primero es radicalmente inaceptable; lo segundo obedecería a un sentimiento de solidaridad continental —y aun más, de solidaridad humanitaria— que no podría suscitar sino adhesiones y aplausos; pero es necesario cuidar de que no se traspase en lo más mínimo la línea que separa estas intervenciones amistosas de aquellas imposiciones deprimentes. (José Enrique Rodó, El Telégrafo, Montevideo, 4 de agosto de 1915)

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Por otro lado recordemos al argentino Manuel Ugarte, el precursor de la lucha antiimperialista en nuestra “Patria Grande”, que como un profeta, y antes de los estallidos de las grandes guerras imperialistas vio de antemano el peligro “yanqui” expansionista y destructor. Esa “Patria Grande” mencionada por Ugarte19 .

Manuel Ugarte escribió más de cuarenta volúmenes y sin embargo, jamás pudo tener en vida la satisfacción, de ver tan sólo una de sus obras editada en su propio país. Recién el 1953, la Editorial Indoamericana reeditó El porvenir de América Latina. Ugarte denunció la acción imperialista, y propugnó la unidad nacional de nuestras desunidas repúblicas, y finalmente murió en 1951 sin ver tan solo un texto suyo publicado en Argentina.

El gran poder bélico y prepotente del imperio estadounidense paralizó a los oponentes, generó miedo en el espíritu de las naciones subyugadas y más débiles, produciendo como consecuencia una fuerte resistencia ante la confrontación y la desobediencia nacional. Este miedo generalmente inconsciente, se traduce a menudo como sometimiento, resignación, imitación, indiferencia e incluso admiración por el agresor, poniéndole sordina a los discursos de libertad y soberanía nacional.

Construyendo una interpretación ingenua del agresor, al negar sus intenciones expansionistas e injerencistas. Este desinterés por saber, por profundizar y comprender, nos habla de la resistencia a la oposición y al cambio. En el fondo se conoce muy bien las intenciones del agresor, pero se le pone sordina para permanecer ausentes de toda implicación, y evitar la ansiedad que genera defender la soberanía nacional de la colosal tiranía expansionista del agresor. El resultado de esto es el sometimiento, la inacción, y el establecimiento de vínculos de dependencia. La admiración por el agresor, la negación de su violencia expansiva y el miedo hacia su poder destructor, se manifiestan simultáneamente.

Es una tarea muy difícil la de admirar al agresor, sin sospechar en ningún momento, y sin llegar a advertir jamás su flagrante prepotencia, expoliación, injerencia, odio racial, intervencionismo, muerte y destrucción expansionista. Nos llama la atención que aún muchos intelectuales con una profunda capacidad de auto escrutinio, lleguen al grado de admirar a las fuerzas que agreden a sus propias naciones, a sus conciudadanos y como si fuera poco, éstos mismos intelectuales se arrebujan en las banderas de las potencias colonizadoras que subyugan a sus propias naciones. Si bien es verdad que esta conducta puede

19  Ugarte, Manuel. (1960). La patria grande. Buenos Aires: Editorial Coyoacán. Fue también el ideal de Simón Bolívar, San Martín, Castelli, Moreno y Monteagudo.

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responder a intereses económicos, no desestimamos que al mismo tiempo responda a un miedo profundo e irracional hacia ese mismo agresor admirado.

Ciertas convicciones las cuales defendemos con tesón, a menudo se construyen en base al miedo. Las vivimos como nuestras, cuando en realidad son impuestas desde exterior. ¿Cómo podemos desconocer la Doctrina Monroe, la doctrina del Destino Manifiesto, la injerencia del Imperio irrumpiendo en nuestras naciones, los golpes de estado que han organizado conjuntamente con las fuerzas militares de nuestras propias naciones, y la muerte que han provocado en nuestros pueblos? ¿Qué personas pueden ser capaces de blandir la bandera del agresor y al mismo tiempo su propia bandera nacional, sabiendo que su pueblo ha sido asesinado, perseguido, humillado, y saqueado por ese agresor cuya bandera flamea en sus manos? El miedo al agresor conduce frecuentemente a la negación del agresor. No hay un agresor, no existe un agresor, son patrañas, mentiras, de algunos que nos quieren infundir miedo. Esta negación se manifiesta como mecanismo de defensa, de resistencia: en el fondo no se acepta la existencia de un agresor. Se suprime todo intento de cuestionamiento y se le da otra interpretación adicional en la cual el agresor reaparece como protector. Sin embargo, el miedo e incluso la hostilidad hacia el agresor a menudo permanecen reprimidos, interpretándolo como un aliado en lugar de un enemigo, y renunciando a la confrontación para unirse a sus pretensiones expansionistas

El análisis descolonizador, y su comprensión dimensional mediante el estudio de los procesos históricos bajo la interpretación inconsciente, nos ayudará a vislumbrar aún más la influencia colonizadora. El estudio del inconsciente nos revelará una dimensión arcana sobre las causas genuinas, generalmente racionalizadas, reprimidas o negadas, que son muy difíciles de detectar desde la superficie consciente. Podemos vivir en un medio secularizado, y al mismo tiempo ignorar completamente que estamos siendo afectados por fuerzas centenarias, cuyos contenidos místicos se han integrado sucesivamente a diversos conocimientos sustitutivos.

El pensamiento colonialista expansionista está impregnado de un profundo odio hacia la vida, de fuerzas compulsivas donde no es posible detenerse, donde se desea poseer cada vez más, y donde nada obtenido es suficiente. Su concepto industrializado del tiempo, tiende a ver con celeridad la existencia, juzgando a las demás naciones como estáticas, pasivas, infantiles. Se hace necesario tenerlo todo, poseerlo todo, dilatar cada vez más lejos los límites territoriales hasta abarcar todo el mundo si fuera posible. Nada logra saciar el apetito desmedido y rampante de poder y posesión. Si se detiene ese proceso expansivo, se corre el peligro inminente que otras naciones tomen su lugar, por lo tan-

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to, es necesario mantener viva la llama de la expansión para evitar la expansión de “un otro sobre nosotros”.

Las ideologías expansionistas están impregnadas de un profundo odio, racismo, xenofobia, desprecio, oponiéndose a todo intento de unidad y concordia entre las naciones más débiles. Enarbola todo lo que representa poder, posesión y siente un profundo desprecio hacia las minorías inermes, hacia la pobreza, la diversidad, a los hombres y mujeres más desprotegidos y vulnerables. Presenta oposición y temor ante la búsqueda de unidad de las naciones a las cuales quiere verlas disgregadas y en constante confrontación, para poder subyugarlas aisladamente. El altruismo adopta la forma de engrandecimiento propio, y la extensión física del territorio adquiere una justificación moral. El expansionismo adopta una manifestación de altruismo internacional.

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