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Fisonomía de Lima, las calles y las casas

LOS SERVIDORES DEL ORDEN

Además de la nueva Constitución, en 1839 se promulgó el Reglamento de Policía y Moralidad. En él se consignaba las normas que debían seguir los serenos y vigilantes de toda la República. Entre las funciones de estos personajes, además de vigilar el orden público, estaba la de anunciar la llegada de las diez de la noche y la de indicar el estado del tiempo. Esta acuarela pertenece a Pancho Fierro. ra; de los incendios e inundaciones; de las cosas ro badas y perdidas. IV. De la mo ral y del orden público. De los abusos contra la re li gión, la moral y la decencia pública; de los re quisi tos para mudar alojamiento; de las boticas, cafés, posadas y casas de concurrencia pública; del alumbrado público; de la segu ri dad y comodidad del tránsi to por las calles; de las plazas y luga res de abas to públicos; de las pesas y medidas; de las di versiones públicas; de los funerales, lu tos y toques de campana. V. De la salubridad, ornato y aseo público. De la salubri dad pública; del orna to de la población; del aseo público. VI. De los escla vos y de la policía de los va lles y en la comprensión de la provincia. VII. De los fondos de policía y de los juicios sobre las infracciones de es te Reglamen to.

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Contiene este Reglamento normas propias de una vida acompasada y patriarcal. Los serenos debían cuidar las calles desde el atardecer, anunciar la hora desde las diez de la noche, en voz alta e indicar si el tiempo estaba tranquilo, lluvioso o ventoso. Cada dueño de casa quedaba obligado a dar ra zón de su familia y de los inquilinos que tuvie re. Nadie podía salir de la ciudad sin pasaporte. Quienes ofendieren o encarneciesen públicamente a la religión del Estado, a la moral o a la decencia eran castigados severamente. A ningún taller público estaba permitido abrir en día de fiesta re li giosa o cívica. Sie te fa ro les iluminaban cada cuadra en la noche. La forma y las características de los escarbos generales y las limpias en las acequias regadoras que atravesaban la ciudad, daban lugar a reglas expresas. Había prohibición para bailes y reuniones bulliciosas en tiendas, callejones o calles después de las diez de la noche. Algunos artículos del Re glamento venían a tener un contenido peligroso en caso de ser aplicados por autoridades abusivas. La licencia para abrir imprentas podía ser negada si el empresario no presentaba las garantías necesarias para responder en los casos en que la ley le impusiera responsabilidad. Los impresos que por inmorales, irreligiosos o contrarios al orden fueren prohibidos por las leyes o por el Gobierno y sin embargo se publicasen, debían ser embargados por la policía y pues tos, con el impresor, a disposición del juez competente, previa una multa.

El Reglamento de Policía y Moralidad fue modificado por algunas enmiendas parciales y subsistió hasta 1877. Tienen relación con él sucesos políticos ocurridos durante la administración de Morales Bermúdez (1890-1894) y la segunda de Cáceres.

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FI SO NO MÍA DE LI MA, LAS CA LLES Y LAS CA SAS.- Lima no había cambiado desde los

últimos días del Virreinato. Carecía de nuevas calles, avenidas o plazas, salvo la plazuela, la calle y el portal del Teatro o de 7 de setiembre mandadas a eri gir en 1822 y construidas re cién en 1845. Tampoco había nuevos edificios públicos o particulares. La ciudad, con una población de 55.627 habitan tes en 1836, según la estadística de Córdova y Urrutia (En 1820 fue ron 64.000 dichos habitan tes) seguía formada por 3.380 casas, 56 iglesias y con ven tos, 34 plazas o áreas abiertas y 419 calles, la mayor parte de estas sin pavimento. Como característica general y con frecuentes cambios o alteraciones, podían fijarse ciertas normas sobre las casas. Constaban de uno o dos pisos y eran de adobe. A veces pre sentaban dos puertas: una, la principal, fren te al zaguán y, cerca de ella, la de la cochera. Encima de una u otra podía haber una pequeña habitación con una ventana. La fisonomía de ciertas calles, sobre todo las que daban acceso a la Plaza de Armas y las que formaban una zona privile giada entre ella y las plazuelas de San to Domingo, San Agustín, San Sebastián, San Francisco, San Pedro y la Inquisición, estaba embellecida por balcones de madera desde donde se podía atisbar sin ser visto, en curiosa semejanza con el traje de las limeñas. En muchos casos, del zaguán se pasaba al espacioso patio que, en sus cuatro lados, tenía habitaciones. Las que daban a la calle os tentaban re jas de hie rro que, a veces, tenían artística ornamentación. La sala y la cuadra, unidas por una puerta de vidrios, eran utilizadas para la vida de relación con amigos o parientes; el comedor, los dormitorios y otras habitaciones interiores tenían comunicación con un segundo patio, llamado el traspatio, cuyas

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