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La batalla de San Francisco
ENTRE LOS bATALLONES quE TREPARON EL CERRO ESTuvIERON LOS quE TENíAN CuADROS PREPARADOS EN LA ESCuELA DE CLASES, LOS FAMOSOS CAbITOS; ENTRE ELLOS EL LIMA N0 8 A LAS óRDENES DEL TENIENTE CORONEL REMIgIO MORALES bERMúDEz. ERAN CASI NIÑOS.
LA BA TA LLA DE SAN FRAN CIS CO.- Se gún Cáceres, después de dada la consigna de aplazar la batalla, surgió una provocación chilena con disparos de artillería a los que siguieron la arremetida de parte de las tropas peruanas y bolivianas. Quiroga afirma que, no obstante la contraorden, la primera línea continuó su avance de fren te, "en pocos minu tos llegó al pie del ce rro y, cuando menos lo creíamos, compro metió la batalla". En su opinión el Estado Ma yor no llegó a comunicarle la decisión adoptada, lo cual no pa re ce ve ro símil pe ro da una idea acerca de la pre cipitación con que se sucedieron los acontecimientos.
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Se gún Buendía (ratificado en es to por Suá rez) el primer dispa ro fue de rifle y pro vino de un sargen to boliviano. Eran las tres y pocos minu tos de la tarde.
Buendía, en un memorándum sobre la batalla (que ha utilizado Paz Soldán y que figura en el libro con sus documentos recientemente publicado) no menciona la contradicción entre las disposiciones adoptadas y afirma que se hi zo al to y se decidió que el ejérci to, que estaba ex te nuado, se retirase a descansar, comer y dormir, citándose a una junta en la noche de todos los comandantes generales y je fes de cuerpo. A los pocos minu tos (agrega) se oyó la de to nación de un ti ro disparado de un sargento de la compañía Illimani, boliviana, desplegada en guerrilla. "Corrí a impedir se hiciese fuego (sigue contando Buendía); pero mis esfuerzos, como los de todos, eran desatendidos y desoídas las cornetas que tocaban 'alto el fuego'".
Ya desde la mañana se había esparcido con rapidez prodigiosa la noticia de la retirada de Daza transmitida por uno de los propios enviados por Buendía para suplicarle que precipita se su marcha; esta información desmoralizó a las tropas bolivianas y llenó de recelo y encono a los peruanos. Tan desalentadora noticia, más que las fatigas y penurias de la campaña, sirvió como factor sicológico muy importante para explicar lo ocurrido en San Francisco. Iniciado el ti ro teo, como se ha vis to, sin una orden, al re dedor de las tres de la tarde, algunos je fes y tropas de infantería peruana y boliviana se lanzaron a combatir con arrojo temerario estimulados por los gri tos de: ¡Al cerro! ¡Al cerro!, mientras los fuegos de las compañías colocadas a retaguardia a veces he rían o mataban por la espalda a quienes buscaban al enemigo, por lo cual se produjo una gran confusión en la que el res to del ejérci to boliviano y la caballe ría peruana al mando del coronel Rafael Ramírez se dispersaron.
En condiciones muy desfavorables empezó así, sin plan previo, esta arremetida prematu ra de parte de la infantería peruana y boliviana contra treinta y dos cañones de campaña, teniendo los asaltan tes que atra ve sar una zo na mortí fe ra de 3 mil metros, bajo un sol abrasador. Algunos combatientes lograron escalar el cerro y acercarse a los cañones. Entre ellos se contó el hé roe máximo de la jornada, el co ro nel Ladislao Espinar, oriundo del Cuzco. De él se ha dicho que era un explorador sin pues to en el ejérci to, hombre de 38 años, al to, esbel to y arrogante. Notable por su impetuoso valor, Castilla le había hecho avanzar en su carrera des de soldado hasta teniente coronel. El día de la batalla estaba envuelto en un ancho albornoz africano que la daba a la distancia el aspec to de un monje. Al hablar del asal to a las alturas por los batallones Zepita e Illimani en medio de un diluvio de balas dice Vicuña Mackenna: "Conducíalos Espinar y desde a caballo impávidamente señalando con la espada a los soldados los sitios y hasta las personas a quienes debían tirar. Ca yó en ese momen to el caballo del atre vido peruano atravesado por una bala de carabina; pero, sacudiéndose el polvo del gabán y enjugándose el sudor del rostro, continuó la re pechada gritando a los que le seguían: '¡A los cañones! ¡A los cañones!', voces que en el fragor de la batalla oíanse distintamen te". Llegó hasta ellos. El mayor Salvo que manda la artillería dijo entonces en una carta particular: "Sucumbió (Espinar) gloriosamente a pocos pasos de donde yo me hallaba contestándole con mi revólver los fuegos que me hacía con el su yo".
Entre los batallones que treparon el cerro estuvieron los que tenían cuadros preparados en la Escuela de Clases, los famosos ca bi tos; entre ellos el Lima N° 8 a las órdenes del te nien te co ronel Re migio Morales Bermúdez. Eran casi niños.
"Las Fuerzas del ejérci to aliado (escri bió Belisa rio Suá rez en su par te oficial del 23 de noviembre de 1879) en completa dispersión, sin orden, sin que nada autorizara ese procedimiento, rompieron un fuego mortífero para nuestros soldados e inútil para el enemigo. El campo se cubrió de esos soldados fuera de filas que disparaban desde largas distancias, avanzaban a capricho o escogían un lugar para continuar quemando sus municiones sin dirección ni objeto; en cada sinuosidad del terreno, tras de cada montón de caliche y aun entre cada agujero abierto por el trabajo, había un grupo que di ri gía sus fuegos sin concier to, sin fru to y produciendo un ruido que aturdía y una confusión que no tardó en en vol verlo to do". Agregó Suá rez que él in tentó contener este desborde y, asimismo, dirigir el ataque a la altura; "pero (confesó) tuve que abandonar también ese empeño a ruego de los soldados he ri dos por la espalda mientras combatían denodadamente".
Después de casi dos horas de lucha, en las que dispa ró la artille ría chilena 815 cañona zos, según testimonios de esa nacionalidad, y en que participó también la infantería para defender el ce rro, se hi zo eviden te a las cinco de la tarde la suer te ad versa de los aliados. El comando no logró evitar el desorden en ningún momento.
El general Pe dro Bustaman te, je fe de una de las divisiones, a quien (según él dijo en un manifies to que luego publicó en Lima) se le dio la orden de avanzar para to mar la artille ría enemiga, tu vo que retro ceder y, al notar que la pampa se hallaba re gada de dispersos, op tó por retirarse y, con parte de sus tropas, como cuatrocientos hombres aproximadamente, llegó a Arica antes que el grueso del ejército, sin haber combatido en Tarapacá.
Buendía llegó a negar el nombre de batalla al ti ro teo de San Francisco: "¿Qué de rrota hemos podido sufrir los que no fuimos atacados por el enemigo (exclama); ni qué victoria alcanzaron los que desde el ce rro en que estaban posesionados nos di ri gían sus ti ros de cañón sin haber bajado al campo? Lo que hubo en San Francisco fue una dispersión pre parada, arreglada y ejecutada en esos momen tos en que se encontró oportuna la ocasión y la hora, por una tro pa cansada, disgustada, alucinada y conturbada por las noticias recibidas en la mañana de ese día". Fue la suya la misma versión de Suárez, muy antiboliviana. Seguramente ambos exageraron al considerar como un plan lo que fue efec to del desgobierno.
Pero las consecuencias de esta jornada –cañoneo en las alturas, dispersión en la planicie– fueron trascendentales. El ejército de Tarapacá quedó grandemente reducido, no por las bajas (calculados en 220 muer tos y 76 he ri dos) sino por la dispersión de to das las fuerzas bolivianas (cu yo núme ro ascendió, según se ha anotado, a poco más de 3.000) y de algunas unidades peruanas. Los chilenos tuvieron, según Encina, 60 muertos y 148 heridos, casi el doble de las bajas confesadas.
Los ven ce do res no hi cie ron pri sio ne ros y per ma ne cie ron en sus mismas po si cio nes. Ni ellos ni el ge ne ral Es ca la que llegó esa misma tarde pre ce di do, según cuenta José Fran cis co Ver ga ra en sus me mo rias, del "es tan dar te de la Virgen del Car men" (su di vi sión de 3.000 hom bres se hi zo pre sen te en la noche) tu vie ron sos pe chas de la mag ni tud del triunfo. Hasta la ma ña na si guiente lo creyeron un re co no ci mien to. Cuerpos de in fan tería chi le nos des can sa dos hu bie ran po dido lan zar se a la carga después de la ba ta lla, en vez de quedar re te ni dos en tor no al ce rro y (se gún tes ti mo nios de esta na cio na li dad) des ha cer a los restos del ejér ci to aliado. Los mis mos ase ve ran que, des pués de ha ber to ma do el man do el ge ne ral Es ca la, ni él ni el co ro nel So to mayor, al di vi sar la co lum na de polvo que mar ca ba la re ti ra da del ene mi go por el de sier to, su pie ron lan zar la ca ba lle ría para exter mi nar lo o ren dir lo. Sin ha ber lo es pe ra do, se en con tra ron con que tenían en su poder heridos y ar ma men tos pe rua nos y bo li via nos. Ver ga ra dice: "Ha bía mos obteni do una vic to ria sin sa ber lo y solo porque Dios lo había que ri do".
Singular interés ostenta, en relación con la batalla de San Francisco, la exposición que publicó el coronel Manuel Velarde en El Comercio del 9 de diciembre de 1884. Es te je fe se reti ró del lugar del combate y acusó a Buendía. Lo mismo hizo, en otro manifiesto, el general Pedro Bustamante (La Patria, 19 de ene ro de 1880). ERASMO ESCALA (1826-1884)
El militar chileno se incorporó al ejército de su país como alférez en 1837. Luchó en las batallas que pusieron fin a la Confederación Perúboliviana entre 1838 y 1839. Siguió una brillante carrera por lo que en 1872 se le nombró director de la Escuela Militar. Durante la guerra del Pacífico, participó en la batalla de Tarapacá como general de brigada. El 29 de julio de 1879 fue nombrado general en jefe del ejército chileno. En diciembre de ese año, sin embargo, sufrió una apoplejía que lo obligó a renunciar al cargo en marzo de 1880.