ENTRE LOS bATALLONES quE TREPARON EL CERRO ESTuvIERON LOS quE TENíAN CuADROS PREPARADOS EN LA ESCuELA DE CLASES, LOS FAMOSOS CAbITOS; ENTRE ELLOS EL LIMA N0 8 A LAS óRDENES DEL TENIENTE CORONEL REMIgIO MORALES bERMúDEz. ERAN CASI NIÑOS.
24
PERÍODO 4
[ CAPÍTULO 3 ]
LA BATALLA DE SAN FRANCISCO.- Según Cáceres, después de dada la consigna de aplazar la batalla, surgió una provocación chilena con disparos de artillería a los que siguieron la arremetida de parte de las tropas peruanas y bolivianas. Quiroga afirma que, no obstante la contraorden, la primera línea continuó su avance de frente, "en pocos minutos llegó al pie del cerro y, cuando menos lo creíamos, comprometió la batalla". En su opinión el Estado Mayor no llegó a comunicarle la decisión adoptada, lo cual no parece verosímil pero da una idea acerca de la precipitación con que se sucedieron los acontecimientos. Según Buendía (ratificado en esto por Suárez) el primer disparo fue de rifle y provino de un sargento boliviano. Eran las tres y pocos minutos de la tarde. Buendía, en un memorándum sobre la batalla (que ha utilizado Paz Soldán y que figura en el libro con sus documentos recientemente publicado) no menciona la contradicción entre las disposiciones adoptadas y afirma que se hizo alto y se decidió que el ejército, que estaba extenuado, se retirase a descansar, comer y dormir, citándose a una junta en la noche de todos los comandantes generales y jefes de cuerpo. A los pocos minutos (agrega) se oyó la detonación de un tiro disparado de un sargento de la compañía Illimani, boliviana, desplegada en guerrilla. "Corrí a impedir se hiciese fuego (sigue contando Buendía); pero mis esfuerzos, como los de todos, eran desatendidos y desoídas las cornetas que tocaban 'alto el fuego'". Ya desde la mañana se había esparcido con rapidez prodigiosa la noticia de la retirada de Daza transmitida por uno de los propios enviados por Buendía para suplicarle que precipitase su marcha; esta información desmoralizó a las tropas bolivianas y llenó de recelo y encono a los peruanos. Tan desalentadora noticia, más que las fatigas y penurias de la campaña, sir vió como factor sicológico muy impor tante para explicar lo ocurrido en San Francisco. Iniciado el tiroteo, como se ha visto, sin una orden, alrededor de las tres de la tarde, algunos jefes y tropas de infantería peruana y boliviana se lanzaron a combatir con arrojo temerario estimulados por los gritos de: ¡Al cerro! ¡Al cerro!, mientras los fuegos de las compañías colocadas a retaguardia a veces herían o mataban por la espalda a quienes buscaban al enemigo, por lo cual se produjo una gran confusión en la que el resto del ejército boliviano y la caballería peruana al mando del coronel Rafael Ramírez se dispersaron. En condiciones muy desfavorables empezó así, sin plan previo, esta arremetida prematura de par te de la infantería peruana y boliviana contra treinta y dos cañones de campaña, teniendo los asaltantes que atravesar una zona mor tífera de 3 mil metros, bajo un sol abrasador. Algunos combatientes lograron escalar el cerro y acercarse a los cañones. Entre ellos se contó el héroe máximo de la jornada, el coronel Ladislao Espinar, oriundo del Cuzco. De él se ha dicho que era un explorador sin puesto en el ejército, hombre de 38 años, alto, esbelto y arrogante. Notable por su impetuoso valor, Castilla le había hecho avanzar en su carrera desde soldado hasta teniente coronel. El día de la batalla estaba envuelto en un ancho albornoz africano que la daba a la distancia el aspecto de un monje. Al hablar del asalto a las alturas por los batallones Zepita e Illimani en medio de un diluvio de balas dice Vicuña Mackenna: "Conducíalos Espinar y desde a caballo impávidamente señalando con la espada a los soldados los sitios y hasta las personas a quienes debían tirar. Cayó en ese momento el caballo del atrevido peruano atravesado por una bala de carabina; pero, sacudiéndose el polvo del gabán y enjugándose el sudor del rostro, continuó la repechada gritando a los que le seguían: '¡A los cañones! ¡A los cañones!', voces que en el fragor de la batalla oíanse distintamente". Llegó hasta ellos. El mayor Salvo que manda la ar tillería dijo entonces en una car ta par ticular: "Sucumbió (Espinar) gloriosamente a pocos pasos de donde yo me hallaba contestándole con mi revólver los fuegos que me hacía con el suyo". Entre los batallones que treparon el cerro estuvieron los que tenían cuadros preparados en la Escuela de Clases, los famosos cabitos; entre ellos el Lima N° 8 a las órdenes del teniente coronel Remigio Morales Bermúdez. Eran casi niños.