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El tercer militarismo
LA CAÍDA DE LEGUÍA EN 1930 ABRIÓ PASO A UNA NUEVA ETAPA DE LA HISTORIA POLÍTICA DE NUESTRO PAÍS, SIGNADA POR LA INTERVENCIÓN DE LOS MILITARES Y EL CONSTANTE PÉNDULO ENTRE GOBIERNOS AUTORITARIOS Y DEMOCRÁTICOS.
Esta nueva etapa coincidió con un fenómeno general en la región, estimulado sin duda por la crisis de 1929, tal como lo explica Daniel Masterson en su libro Fuerza Armada y sociedad en el Perú moderno: un estudio sobre relaciones civiles militares 1930-2000, Lima: Instituto de Estudios Políticos y Estratégicos, 2001 pp. 55-58, donde dice:
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“La inestabilidad política fue el lugar común de estos días de desolación, mientras los gobiernos en todo el continente se derrumbaban a consecuencia de la crisis económica. En el sustrato de ese volátil clima político, se encontraban dos tendencias principales. A principios de la década de los treinta, Latinoamérica fue testigo de la formación de nuevas alianzas políticas a medida que grupos de la clase trabajadora y de la emergente clase media alcanzaban por primera vez algunos segmentos de poder político. El surgimiento del APRA, fundado por Víctor Raúl Haya de la Torre, fue un reflejo de este fenómeno. La crisis económica chilena, extraordinariamente aguda, también creó las condiciones para el crecimiento del partido socialista más viable de América del Sur, formado por Salvador Allende Gossens en 1933. Un segundo efecto de la depresión fue la evolución del modo de intervención de las instituciones militares en el proceso político de sus naciones. La milicia argentina fue la más activa en este aspecto. Luego que el golpe del general José Uriburu terminara con la presidencia del anciano Hipólito Irigoyen, en setiembre de 1930, no habría otro presidente civil libremente elegido hasta la presidencia de Carlos Menem, en julio de 1989. De manera similar, el ejército brasileño se convirtió en un activo elemento político, asociándose con Getulio Vargas para llevar a su fin a la Antigua República y dar lugar al Estado Novo durante la década de los treinta. Los militares brasileños se retirarían a sus cuarteles solo a mediados de los años ochenta ( ). El golpe de Estado de Sánchez Cerro, en agosto de 1930, fue un hito importante en la historia de las relaciones civiles-militares. La desmoralizante política partidaria del autócrata Leguía, que tanto había dividido a los oficiales, llegó así a su fin y se desataron nuevas fuerzas políticas que transformaron permanentemente tanto a las fuerzas armadas como a los políticos civiles. La revuelta que Sánchez Cerro inició en Arequipa abrió el camino a las masas de la nación para ingresar por primera vez a la política. Ayudado por el vacío producido por la casa liquidación que hizo Leguía de los partidos políticos tradicionales, Sánchez Cerro y Víctor Raúl Haya de la Torre, fundador e indiscutible líder del partido Aprista, sostuvieron una titánica lucha por el poder que solo terminaría con el asesinato del primero, en abril de 1933”.