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El golpe de Estado del comandante Jiménez
EL gOLPe de esTAdO deL COmAndAnTe JImÉnez.- Entre Elías, presidente de la Corte Suprema convertido en presidente de la República, y la Junta de Arequipa, iniciáronse negociaciones. Federico More en su opúsculo Zoocracia y canibalismo da cuenta de una reunión convocada el 4 de marzo en la noche por Elías en Palacio, a la que asistieron veintisiete personas entre las que estuvo él. Allí Elías mostró las pruebas de que Arequipa no aceptaba la Junta Transitoria y veintidós de los presentes acordaron entregar el poder sin condiciones a David Samanez Ocampo, el jefe nominal de los insurrectos del sur, para lo cual fue este llamado por telégrafo. En la reunión el coronel Ruiz Bravo, jefe del Estado Mayor, afirmó que no podía confiar en la guarnición de Lima y ni siquiera en la guardia de Palacio, lo cual dio lugar a una imprecación de José de la Riva-Agüero y Osma.
More censura acremente a los ciudadanos que aconsejaron la renuncia de Elías. Alguno de ellos eran juristas distinguidos y miembros de la Acción Republicana. Sin embargo, su actitud tiene una explicación. Ante la negativa de los rebeldes del sur para reconocer la autoridad gubernamental del presidente de la Corte Suprema, tenían prisa para evitar nuevo choques, mayor cizaña, la amenaza de la guerra civil. Era ilusorio pretender hacer una campaña sobre Arequipa con el fin de imponer a Elías por la fuerza. El prestigio de la figura de Samanez Ocampo hacía presumir con fundamento que él podría dirigir, por fin, la vuelta del país a la constitucionalidad que era el objeto fundamental de aquellos juristas. Al día siguiente de esta reunión, 5 de marzo, debían desembarcar el comandante Gustavo Jiménez y sus tropas y, según parece, algunos políticos decidieron tentarlo, cosa que no resultaba muy difícil. Entre esos políticos, la maledicencia pública señaló a Arturo Osores y a Gerardo Balbuena, sin embargo alejados de toda influencia sobre Jiménez en los tiempos que sobrevinieron. El comandante Vinces pretendió que dichas tropas desembarcaran desarmadas; peor el comandante Jiménez protestó por la ofensa que, según dijo, la Armada pretendía hacer al ejército y obtuvo lo que buscaba. Las unidades que obedecían al comandante bajaron a tierra en el Callao peor no marcharon a sus cuarteles sino quedaron emplazadas en las calles de Lima. Jiménez fue al Palacio de Gobierno y exigió a Elías que saliera de ese lugar(1). Elías, inerme, accedió y se retiró a su domicilio inmediatamente; según se dijo tomó un automóvil de alquiler en la Plaza de Armas para dirigirse a Miraflores. Su caso fue el de los gobernantes civiles interinos, dignos de la más alta consideración, víctimas del poder militar: Salazar y Baquíjano desplazado por La Fuente en 1829, el mismo por Salaverry en 1835, Menéndez por Torrico en 1842. No debe olvidarse que ya, prácticamente, la condición de Elías era la de un dimisionario. La impresión general fue que se había producido una restauración sanchezcerrista. Los directores y redactores de El Perú interrumpieron sus tareas. Las masas partidarias del presidente de la
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(1) El médico chiclayano Mario Bocanegra me contaba en Berlín en 1932 que el día en que ocurrieron los sucesos aquí narrados, él encontró al entonces comandante José Vásquez Benavides posesionado de la Plaza San Martín con la policía y otras fuerzas antes de que llegar Jiménez a Lima. “Zambo, le dijo, métete a Palacio y cuando llegue Jiménez lo amarras”. A Vásquez Benavides, según este relato, no le pareció disgustar mucho la idea; pero contestó: “Cholito, no tengo manifiesto”. En él tenía mucha influencia el manifiesto de Sánchez Cerro en Arequipa.