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La oratoria forense
estudIos de leGIslacIón procesal
Julián Guillermo romero, doctor en jurisprudencia, miembro de los colegios de abogados de lima y arequipa y fiscal suplente de la corte suprema, publicó esta obra a partir de 1914. se trataba de un profundo estudio sobre las leyes y los códigos de procedimientos civiles del perú. aquí vemos la portada del segundo tomo, aparecido en 1916.
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Contra los empeños, las injusticias y las arbitrariedades en estos nombramientos hubo diversas voces de protesta. Una de las más claras fue la de Manuel Vicente Villarán en su memoria como decano del Colegio de Abogados en 1915. “Nuestros Presidentes y Ministros (manifestó entonces) o se satisfacen con nombrar a los propuestos, quieren compeler a las Cortes a que venga propuesto el que se halla predestinado al nombramiento. Las Cortes—lo reconocemos y aplaudimos— se defienden valientemente; pero la presión de Palacio no cede, antes crece, reincide, es cada vez más exigente, tal vez acabará por hacerse invencible”. “La injerencia del Poder Ejecutivo –agregó– es incompatible con la independencia del juez o del vocal. Tiene en sus manos el Gobierno además de la potestad enorme del nombramiento, el privilegio exorbitante del ascenso. No se teme del Gobierno la destitución al amparo de la inamovilidad; pero se teme la postergación injusta, la retardación inmerecida de la carrera. Del Presidente depende cada vez más hacer vocal al juez, supremo al superior, propietario al interino; él en represalia de su altivez o en agravio a su modestia, puede dejar al magistrado digno languideciendo año tras año en los empleos oscuros de los pueblos y poner de un golpe en las posiciones brillantes de las capitales a abogados o jueves incógnitos y noveles. La carrera no existe, las expectativas mejor fundadas se desvanecen, el desaliento se generaliza, las más altas competencias se retraen”. “Nuestros Presidentes –agregó también Villarán– viven casi siempre dominados por engranajes políticos invencibles debatiéndose bajo la tiranía del diputado o senador adicto, del orador parlamentario peligroso, del amigo con cuenta abierta de servicios inamovibles, del cacique provinciano insaciable y amenazador, del director político columna del ministerio que necesita recompensar a sus adherentes y a los amigos y servidores de sus adherentes, recomendando, pidiendo, exigiendo, aprovechando angustiosos instantes para obtener nombramientos buenos a veces, otros desacertados o injustos, en cabio de votos, influencia, discursos y silencios”.
A pesar de todo, hubo no pocos magistrados capaces de integérrimos. Y la Corte Suprema gozó de gran prestigio en el país por su capacidad e independencia. No faltó quien la llamara la única institución nacional que podía inspirar respeto y orgullo. Hubo quienes a sus estrado llegaron por el conducto de esos favores políticos que tanto estigmatizaban los espíritus no contaminados; pero se producía como una palingenesia en ellos bajo el influjo del cargo que ejercían. Si bien después de 1921 aumentó la subordinación ante el Poder Ejecutivo, quedaron destellos del pasado esplendor.
la oratorIa forense.- He aquí lo que expresó a cerca de este asunto Julián Guillermo Romero en el tomo III de su libro Estudios de legislación procesal (1917): “Nuestro procedimiento judicial no se presta al desarrollo de la elocuencia forense, decía hace pocos años uno de los más inteligentes abogados del foro nacional: La médula espinal de nuestra profesión la constituyen los alegatos escritos que hacen crecer rápidamente el volumen de los expedientes y su número. El informe oral es un accidente de la defensa y aunque algunas veces el éxito de la causa depende de la frase nutrida y convincente de un bien orador nadie parece preocuparse de la mayor o menor facilidad de expresión de un letrado para entregarle la defensa de sus intereses, y por este y otros motivos la vida profesional que hacemos no nos brinda ocasiones de formarnos hombres de palabra, ni nos facilita el ambiente adecuado al perfeccionamiento de nuestras aptitudes oratorias” (Emilio Castelar y Cobián, discurso necrológico de Emilio Forero, pronunciado en el Ilustre Colegio de Abogados el 22 de setiembre de 1908 e inserto en El Derecho, año XVIII, N° 364).
“La importancia de los temas debería –agregaba Romero después de su cita de Castelar y Cobián– dar vida a los debates estimulando la elocuencia de los defensores, muchos de los cuales se exhiben con aptitudes sobresalientes en la oratoria política; pero la soledad que casi siempre acompaña a las audiencias, la forma descarnada y árida con que se realizan, el hastía
o el cansancio manifestado con frecuencia por jueces que dormitan o revelan en su fisonomía el deseo de acabar pronto, la poca o ninguna importancia que se viene dando a los debates orales, el prurito de exigir que los abogados sinteticen sus defensas lo más que sea posible, la poca o ninguna simpatía con que se mira la invocación de otras autoridades jurídicas y el deseo exagerado de abreviarlo todo, quitan a la palabra sus recurso y al defensor su libertad, aunque ella le esté garantizada por un precepto de la ley escrita”.
“Audiencias hay donde solo concurren dos o tres desocupados, de esos que van a pasar el tiempo, esperando el momento de hacer algo; y sin auditorio en la galería ni acogida simpática en los jueces, es imposible que exista verdadera elocuencia forense por mucho que a ella se preste la cuestión controvertida”.
“En otra época probablemente no pasaba de ese modo y entonces Paulino Gómez Roldán, Manuel Ortiz de Zevallos, José Manuel de la Puente, Antonio Arenas, Fernando Casós y muchos otros tuvieron ocasión de lucir sus dotes oratorias, arrancando por virtud de su palabra fallos destinados no solo a que imperara la justicia sino a consolidar el prestigio merecido del foro peruano”.
“Por ese camino siguieron después Luciano Benjamín Cisneros, Juan Francisco Pazos, Emilio Forero, Isaac Alzamora, Cipriano Coronel Zegarra, Mariano Nicolás Válcarcel, Manuel Pablo Olaechea y varios más que aún conservaban en alto la reputación de la tribuna forense, pero en seguida y como si un soplo de desaliento hubiera invadido el espíritu de los defensores, el interés de los debates va languideciendo cada día y solo se ven concurridos y animados con rara intermitencia cuando van a defender a su clientela: Eleodoro Romero con su vasta erudición y sus abrumadores argumentos, J. Matías Manzanilla con su florido lenguaje y la incomparable seducción de sus imágenes, Carlos Espinoza con sus arrogancias de estilo y sus convicciones arraigadas, Manuel Vicente Villarán con esa mezcla de moderación ene l tono y solidez en el concepto que hacen de él un argumentador formidable, J. Matías León con su temible espíritu analítico, Manuel Augusto Olaechea con los entusiasmos de su noble carácter y su tendencia a la minuciosa anatomía del proceso, Javier Prado Ugarteche con sus hábitos de literato por instinto y de profesor por vocación, y algunos otros también; aunque no muchos, porque casi todos se retraen desalentados de una función que debería tener estímulos mayores y constituir para la vida profesional uno de sus más grandes atractivos”.
El Código de 1920 prescribió el procedimiento oral para los juicios criminales; pero ello no hizo mejorar la oratoria forense tanto como hubiera sido deseable.
La costumbre que tenían estudiantes y abogados jóvenes de acudir al Palacio de Justicia de Lima para escuchar y admirar los informes de los juristas prestigiosos, se extinguió lentamente después de 1930. la costuMbre Que tenÍan estudiantes y aboGados Jóvenes de acudir al Palacio de Justicia de liMa Para escucHar y adMirar los inForMes de los Juristas PrestiGiosos, se eXtinGuió lentaMente desPuÉs de 1930.
[ TOMO 17 ] [ toMo 17 ]
[ adenda: breves notas relacionadas con la educación, la ciencia y la cultura entre 895-1933 ]breves notas relacionadas con la educación, la ciencia y la cultura entre 1895-1933 ]
capítulo 12 ● I La obra de Federico Villarreal ● El sepelio de Sebastian Barranca ● II Pedro E. Paulet ● III La Sociedad de Ingenieros ● IV Carlos I. Lissón y el surgimiento de la escuela geológica peruana ● V La obra de Augusto Weberbauer sobre botánica peruana ● VI Los Andes del sur del Perú, de lsaiah Bowman ● VII El observatorio Unanue ● VIII Los estudios sismológicos de Scipión E. Llona ● IX Antonio Lorena ● X La enseñanza de la química: Velásquez Morales, Pozzi-Escot, García, Noriega del Águila ● XI La homeopatía ● XII Las ciencias médicas y la Facultad de Medicina ● Ricardo L. Flórez ● Ernesto Odriozola ● Maximiliano González Olaechea ● Los estudios sobre la enfermedad de Carrión. Alberto L. Barton. La teoría peruana sobre la verruga ● Juan M. Byron. El dispensario antituberculoso y Anibal Corvetto ● Manuel O. Tamayo, Oswaldo Hercelles, Julio César Gastiaburú y Guillermo Almenara ● Edmundo Escomel ● Ramón E. Ribeyro ● La Medicina Social ● La peste bubónica ● Los notables progresos de la cirugía ● Enrique Febres Odriozola y la obstetricia ● Juan Voto Bernales ● La construcción del local de la Morgue de Lima. Leonidas Avendaño y la enseñanza de la Medicina Legal ● La asistencia de los alienados ● El asilocolonia de Magdalena. Víctor Larco Herrera, Baltazar Caravedo y Hermilio Valdizán ● Otros aspectos de la obra de Hermilio Valdizán ● Ángel Maldonado. La medicina popular peruana ● Honorio Delgado ● Los estudios de Carlos Monge Medrano y Alberto Hurtado sobre patología de altura ● Carlos Enrique Paz Soldán ● Luis D. Espejo ● Américo Garibaldi ● Fortunato Quesada ● Estanislao Pardo Figueroa y la ley N° 5604 ● Las tres generaciones que actuaron entre 1895-1930 ● El “606” en Lima ● La Escuela de Enfermeras ● XIII La odontología ● XIV La investigación agronómica ● La estación experimental agrícola