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En pro o en contra de la reubicación
de la naturaleza americana, es más bien la experiencia de una catástrofe anterior la que lleva a la población de un determinado lugar a considerar los peligros eventuales a los que se exponen. A los habitantes de Concepción de Chile, traumados por el temblor de 1751 y preocupados al ver que su nueva ciudad se edificaría en las orillas del turbulento río Bío Bío, los expertos designados por la municipalidad podían responder que, según sus cálculos, no había ningún riesgo de inundación: No hay riesgo de que sea inundada del río Bío Bío saliendo éste de madre, porque viniendo su corriente como viene a topar contra el cerro que llaman de Gualqui, 5 o 6 leguas distante de la población, toma su curso hacia el occidente con rapidez, cargando todo su caudal y corriente al lado opuesto de la ciudad, y aunque ésta es clara solución, hay otra no menos válida, y es que la ciudad está 10 varas más alta que las aguas de dicho río, el que tiene de ancho a lo menos 16 cuadras, las que para llenarse con 10 varas de altura es necesaria una creciente nunca vista. Y si ésta sucediese, no por eso inundaría la nueva ciudad, lo uno porque tiene el desagüe que llaman de Chepe; lo otro porque por el lado del río contrario a la ciudad hay un llano más bajo que ésta, por donde forzosamente se había de extender.(24) Los cálculos presentados por los expertos eran a menudo falsos, debido a que casi siempre se realizaban a "vista de ojos" y sin la ayuda de verdaderos instrumentos de medición. Sin embargo, en este caso específico, tienen la virtud de mostrar que se llevó a cabo un estudio serio y que las autoridades quisieron reducir al máximo el riesgo de una nueva catástrofe; se identificó la extensión máxima del lecho y las posibilidades de desagüe, claramente mencionadas, permiten suponer que en caso de una creciente excepcional la nueva ciudad quedaría resguardada de las aguas.
¿DESASTRE "NATURAL" O CASTIGO DIVINO?
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A pesar de todas las precauciones, que como vimos eran a menudo rudimentarias, ninguna ciudad americana puede considerarse como exenta de catástrofes, anunciadas o no, más o menos preparadas por la incompetencia de las autoridades y la inconsciencia de las poblaciones. Sólo quedaba una alternativa a los habitantes de la ciudad destruida: reparar los daños o buscar un sitio menos expuesto a los caprichos de la naturaleza. Al paso de los siglos, en numerosas ocasiones se tomó la decisión de reubicar a una ciudad tras conflictivos debates en los que se enfrentaban los partidarios y los adversarios del traslado. Cabe aquí evocar el caso de León , capital de la provincia de Nicaragua, fundada en 1524 y reubicada a unos 30 kilómetros después del terremoto de 1609. En Perú, la ciudad de Arequipa cambió dos veces de paraje antes de encontrar su emplazamiento definitivo. En el mismo virreinato, San Miguel de Miraflores, fundada en 1563 y anegada por un río de lodo en el siglo XVIII, fue abandonada por sus habitantes. Entre las ciudades más afectadas, destaca Santiago de Guatemala, aniquilada en 1541 por la famosa corriente de lodo que brotó del volcán de Agua, y que provocó la muerte de 600 personas, incluida la viuda de Pedro de Alvarado, doña Beatriz de la Cueva, que acababa de ser designada gobernadora de la provincia de Guatemala. A pesar de su reubicación en el valle de Panchoy, fue destruida en numerosas ocasiones, particularmente en 1575, 1607, 1651, 1689 y 1717. En 1773, un nuevo temblor dañó los principales monumentos de la ciudad y obligó a la Corona a decidir el traslado de los habitantes hacia un paraje considerado como menos peligroso, solución costosa
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pero que resultó necesaria ante las perpetuas destrucciones atribuidas a los volcanes situados en las cercanías.
Las respuestas de la ciencia española
Los españoles se sentían indefensos ante estas repentinas manifestaciones de la naturaleza, que solían interpretar como señales de la cólera divina. En 1607, los religiosos recordaban a sus feligreses que la ciudad de Santiago había merecido su castigo, ya que 60 años antes, en 1546, habían asesinado a su obispo. En el mejor de los casos, las medidas tomadas para intentar limitar sus efectos se inspiraban en teorías antiguas que ellos trataban de adaptar, mal que bien, a un nuevo mundo cuyo funcionamiento casi no entendían. Así, durante el temblor de 1651 las autoridades pidieron a los habitantes que cavaran hoyos en sus jardines.(25) Esta orden parece incomprensible si uno no sabe que, según Aristóteles (Las meteorológicas) y Séneca (Cuestiones naturales), los temblores son provocados por el aire a presión que circula por debajo de la corteza terrestre y que busca una salida hacia la superficie;(26) estas teorías fueron actualizadas por sabios como el padre jesuita Joseph de Acosta (Historia natural y moral de las Indias, 1591), e intentaban explicar las particularidades de la naturaleza americana. Acosta, en un texto realzado por abundantes giros metafóricos, hizo un balance de la ciencia de su época y explicó por qué el suelo de las Indias era particularmente propicio a los temblores:
En toda esta indiana tierra se hallan las condiciones y causas que son necesarias para que una tierra tiemble a menudo. Primeramente reina como causa eficiente en ella muy bastante calor por parte del sol, el cual con la rectitud y fuerza de sus rayos penetra hasta el propio abismo de la indiana tierra a levantar los sobredichos vapores y exhalaciones, que son los que hacen estremecer la tierra; hay así mismo bastante causa material de que los dichos vapores se levanten, porque como el centro de esta occidental tierra es cavernoso y lleno de agua, de la misma agua con cualquier calor y fuerza del sol se evaporan y revuelven infinitos vapores los cuales, así como van creciendo, se van estrechando y apretando en las mismas cavernas hasta reventar y respirar por alguna parte, así como revienta un huevo o una castaña cuando con el calor del fuego se engendra vapor de la humedad que dentro de sí tiene y éste hace reventar la cáscara, lo cual no hiciera si los poros de la misma castaña estuvieran abiertos, como lo están cuando el huevo o la castaña se cuece en el agua [...]. Pues digo ahora que como el indiano abismo es cavernoso y la parte superficial de la tierra muy densa y apretada, sucede que los vapores, que con la fuerza del sol se resuelven de la humedad del centro, muchas veces no pueden salir afuera, por cuanto con mucha facilidad se cierran y aprietan los poros de la tierra por donde habían de salir, y a esta causa, buscando salida y respiradero, hacen muchas veces temblar y estremecer la tierra; y esto se responde al problema.(27) Al pedir así a los habitantes de Guatemala que cavaran hoyos en sus jardines, las autoridades municipales pensaban ofrecer un paso a los violentos vientos que sacuden la superficie del suelo al tratar de perforar la corteza que los encierra. Estas excavaciones, concebidas como los poros de la piel, tenían una función de verdaderas válvulas de escape. Las mismas teorías científicas permitían a los observadores de la época explicar por qué la ciudad de Panamá no padecía temblores, al contrario de las otras ciudades de América Central. En efecto, según Juan Requejo
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