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Los fenómenos naturales en la vida cotidiana de una región

Fueron estas últimas las que se han mantenido hasta nuestros días. Sin aceptarlas del todo, fueron explicaciones que incluso los estudiosos actuales han barajado como posible parte de un lapso crítico: que a las numerosas réplicas sísmicas se unieran las frecuentes lluvias y las inundaciones en el XVIII, o la ruptura de los canales de irrigación de la costa. Sería Flores Galindo quien centraría su atención en la "vieja polémica" y, tras reflexionar sobre las diferentes explicaciones de los de aquélla época, y también sobre la opinión de sus contemporáneos, terminaría por derribar el mito y resaltar el cúmulo de intereses que se encontraban en el trasfondo.() La confusión se provocó por haber recogido la narración de los sucesos y las explicaciones subsiguientes, abstrayéndolas de su momento y sin enmarcarlas en el conjunto de procesos que vivía el Virreinato del Perú. Se aceptó así, sin mayor duda, que el terremoto había arruinado las tierras costeñas para el cultivo del trigo y que, como consecuencia, los agricultores se habían visto obligados a cultivar caña de azúcar y alfalfa. Los relatos en torno al impacto del terremoto de 1687, sin embargo, se referían a las tierras cercanas a Lima, el norte chico,() y no necesariamente al resto de la costa, donde también se abandonaba rápidamente el cultivo triguero. No obstante, no está de más señalar que los hacendados del "norte chico" requirieron casi un siglo para consolidar la producción cañera en estos valles de la costa central y desplazar a la de los valles norteños. Si bien es verdad que, durante el siglo XVII, la producción de trigo de los valles de la costa había sido lo suficientemente significativa como para tener un amplio mercado que llegaba hasta Panamá, también lo es que desde mediados de la segunda mitad de ese mismo siglo hubo un fuerte auge de la agricultura comercial, con una demanda particular de azúcar. Aunque la principal atención del Estado colonial estuvo centrada en la producción y comercialización minera, desde los tempranos años coloniales se fue desarrollando una agricultura en los valles y regiones no mineras, como la costa peruana, cuyos productos se destinaban al consumo interno pero también para el mercado externo; había una creciente demanda de pujantes sociedades que se instalaban por todo el continente. Esa agricultura comercial, en constante incremento, tuvo un importante salto económico hacia la década de 1680. Desde esa época es visible la revigorización económica en los valles costeños, en particular en los del norte; en esta etapa se consolidó la presencia de las haciendas.() Para los hacendados costeños el terremoto de 1687 propició en realidad una situación favorable en lo mediato. No se niegan los daños producidos; también es posible que se produjera la plaga de la roya y destruyera la producción triguera de ese año y algunos siguientes. Pero tampoco hay que dejar de lado que las condiciones climáticas de la costa, sobre todo en la central y la norteña, no son las más apropiadas para el cultivo de trigo, como sí lo son las de la costa chilena. Rápidamente los hacendados costeños percibieron, de una parte, que aumentaba la demanda del azúcar en el mercado internacional y de la otra, que el caliente clima de la costa era propicio para la caña de azúcar. Aprovechándose de sus ventajas comparativas, reorientaron sus tierras al cultivo de la caña con gran éxito.() En el Perú, como en general en toda la América colonial, el prestigioso hacendado era también el gran mercader: unión de poder económico y prestigio social, a la que muchas veces se sumaba una presencia política reconocida.() Estos personajes constituían verdaderos grupos dominantes, que se aglutinaban bajo determinadas instituciones como el Tribunal del Consulado, en el caso de

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Lima: poderosísima entidad que, gracias al monopolio comercial, en el siglo XVII y hasta principios del XVIII había logrado controlar diferentes circuitos mercantiles del espacio sudamericano.() El sismo que nos ocupa fue la oportunidad para que esos grandes mercaderes pudieran también controlar la comercialización y, de paso, la producción de trigo en la Capitanía General de Chile y en el resto del espacio sudamericano colonial. La "dependencia" de los limeños del trigo chileno no era tal; por el contrario, el tráfico del azúcar, sobre todo de los valles de la costa norte, pero también de la central por el trigo sureño, prácticamente convirtió a la Capitanía en una subcolonia (económica) peruana.() Pero ese cambio de cultivos a raíz del terremoto de 1687, también tuvo otro tipo de repercusión. Lo que sucedió en las tierras cercanas a Lima fue sólo una pequeña muestra de lo que estaba ocurriendo en el resto de la costa norte. A nivel regional los cultivos de caña impulsaron una incipiente jerarquización socio-económica de los diferentes espacios norteños, claramente visible para la segunda mitad del siglo XVIII.() Cada región de ese espacio aprovechó sus ventajas comparativas, explotando diferentes cultivos e "industrias". El cambio del trigo por la más rentable producción cañera, si bien favoreció a los grandes mercaderes limeños también fundamentó el poder de la élite norteña que, a pesar de verse afectada y transformada por situaciones peculiares del siglo XVIII, no dejaría de crecer. Sin embargo, también determinó la jerarquización de esta élite de acuerdo a su mayor o menor vinculación con la actividad más rentable, y que se vio sancionada por la estructura administrativa virreinal. Con la creciente demanda de azúcar en el XVII, en particular Trujillo y Lambayeque se interesaron rápidamente en producir caña de azúcar y dejaron de lado los cultivos de granos y de pan llevar y, sobre todo, una importante actividad como la ganadería. Concentradas estas dos regiones en la producción de azúcar, dieron oportunidad para que otras zonas como Cajamarca, en la sierra, y Piura, en la costa, se dedicaran prácticamente sin competencia a la crianza de ganado. Entre 1650 y la década de 1720, los años del auge de la caña,() la cría de animales fue un importante rubro que en la zona serrana se combinó con los obrajes,() mientras que se convirtió en el motor de la economía local de la región costeña. En particular, los vastos despoblados del extremo norte fueron utilizados para la cría extensiva de caprinos: algunas veces, eran vendidos en pie hacia los valles del sur, pero el grueso de los animales eran beneficiados en las casas-tina de la ciudad de Piura. El jabón y los cordobanes que se obtenían, se comercializaban en los múltiples circuitos mercantiles que articulaban intra e interregionalmente la costa norte.() El trigo, que anteriormente se enseñoreaba en las cálidas tierras norteñas, pasó a ser cultivado de manera marginal en algunas regiones de sierra baja como Huancabamba,() y a abastecer de manera igualmente restringida al área piurana y a los valles de Lambayeque y Trujillo. En resumen, un fenómeno por completo natural como un terremoto, sirvió para encubrir un fenómeno económico de mayor magnitud: el auge de la agricultura comercial y la reorientación de las tierras a un cultivo mucho más rentable, como lo era el azúcar. A nivel del conjunto del Virreinato peruano, el terremoto posibilitó una coyuntura en la que el poderoso sector mercantil logró controlar los diferentes circuitos de comercialización de productos de fuerte demanda, como el azúcar y el trigo. Gracias a esto y a pesar de que el gran hacendado y gran mercader se reunían en un mismo núcleo de poder, este auge de la agricultura comercial determinó el predominio económico del sector comercial frente al hacendado. El sismo fue la excusa perfecta para hacer creer en la "dependencia" de la capital para con la producción triguera de Chile,

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cuando la situación probó que ocurrió exactamente lo contrario: se estableció una relación económica peculiar entre Lima y sus mercaderes y la Capitanía General de Chile, que se mantuvo a lo largo del resto del periodo colonial.

El terremoto de 1746 y los censos "incobrables"()

Una cita como la siguiente, puede resultar muy esclarecedora para pensar en cómo el impacto de los terremotos nunca se queda simplemente en el campo de lo material o de lo inmediato: proceden lo más de dietas que el transcurso del tiempo, muerte de los principales deudores y sus fiadores, y los accidentes de terremotos y esterilidades han puesto en la línea de incobrables."() En efecto, el fenómeno natural puede convertirse en un desastre social en más de un aspecto: dañando las estructuras materiales de un conjunto humano, pero también afectando las relaciones sociales establecidas en el tiempo. El sismo en cuestión fue la causa del enfrentamiento de grupos poderosos con intereses contrapuestos. El 28 de octubre de 1746 a las 10:30 pm, ocurrió uno de los terremotos más fuertes de la época colonial; se le ha calculado una duración de alrededor de 4 minutos. De la capital poco quedó; se cayeron 13,240 habitaciones de puerta a la calle, es decir 150 manzanas de la ciudad, a las que, añadidas 30 del suburbio de San Lázaro y 27 casas-huertas del cercado, sumaban en total 207 manzanas destruidas.() En el puerto del Callao el mar se salió más de un cuarto de legua "arrancando de sus cimientos sus edificios y sus fábricas, los sepultó en su seno con más de 9 mil de sus habitantes", y como continúa la relación de Llano y Zapata, sólo se salvaron 20 en un trozo de muralla y 200 que fueron arrojados a playas y puertos aledaños. De 22 barcos que había en ese momento en la bahía, se hundieron 19 y tres terminaron varados también a un cuarto de legua de la playa, junto con 40 embarcaciones pequeñas entre balsas y canoas. Puertos como Cavalla y Guañape al sur, fueron "absorbidos" por el mar,() y hasta nuestros días prácticamente se mantienen en el recuerdo. Rápidamente, el virrey Manso de Velasco tomó el control de la situación nombrando jueces a manera de alcaldes de barrio para proteger las propiedades del robo y del saqueo, en particular la Casa de Moneda. El desorden podía generalizarse y volverse en un verdadero quebradero de cabeza: Aunque el mar se retiró con cuanto contenía la población del Callao y parece que estaba demás el cuidado porque no había de guardar fue bien grande el que me ocasionó este suceso, porque las playas a lo largo de una y otra costa se llenaron de lo que después arrojaron las aguas, y como la extensión era grande, fue más fácil el robo.() Se temía, sobre todo, la posible desbandada de mestizos pero, en particular, de mulatos y libertos. Un miedo que se complicaba con la desorganización de la vida cotidiana, con gente viviendo en las plazas públicas y en los campos vecinos a la ciudad, al que se sumaron las enfermedades "que tomaron en poco tiempo tanto aumento, que los que fallecían eran muchos más que los que acabó el temblor".() Las réplicas fueron igual de aterradoras, no sólo porque se expandieron a lo largo de dos años sino porque

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se siguió una continua plaga de temblores en que se observaron hasta 800; y en los dos meses de noviembre y diciembre fueron tantos y tan gruesos los vapores y hálitos sulfúreos-nitros que exhalaba la movida tierra y que ocupando la atmósfera, no apareció astro alguno ni se dejó ver la luna en casi tres meses.() No es casual que premiaran a Manso de Velasco convirtiéndolo en conde.() Tal como lo describen los documentos, la situación de la "cabeza" del Virreinato del Perú era verdaderamente caótica. Las pérdidas fueron muy cuantiosas y sumamente difícil retomar el orden normal. El emprendedor virrey comenzó a tomar las necesarias providencias para la reconstrucción de Lima, previniendo que "era preciso tomar precauciones en adelante para no exponerse al peligro de otro igual terremoto", por ejemplo, no construyendo casas de dos pisos. Pero a pesar de creerse que la sociedad lo apoyaría, tuvo que luchar contra una fuerte oposición: la gente más pobre se había ya establecido en plazuelas y calles y no querían reubicarse, mientras que las clases algo más holgadas habían gastado en la construcción de ranchitos en los alrededores y los más ricos en sus casas de campo. Inversiones que no querían perder, primero por los "caudales deteriorados" y luego porque las nuevas fábricas serían costosas al no haber suficientes materiales de construcción.() Pero por encima de todo, como veremos, tuvo que afrontar un problema mucho mayor: el enfrentamiento entre censatarios y censualistas, es decir, entre aquéllos que habían gravado sus propiedades con un censo y la Iglesia. Uno de los instrumentos más comunes y de uso generalizado durante toda la Colonia fueron los censos y capellanías, que sólo recientemente han comenzado a despertar el interés de los estudiosos.() De manera genérica puede decirse que el censo era la compra-venta de una renta, mientras que la capellanía era lo mismo salvo que se imponía por vía testamentaria y su renta estaba destinada a la manutención de un religioso, encargado de decir un determinado número de misas al año por el difunto y/o su linaje. Si bien su vinculación con la Iglesia proporcionaba prestigio y estatus social al imponente, su importancia real radicaba en que fue un modo de acceder a capitales. Como contraparte, el beneficiario o censatario "imponía" la cantidad sobre un bien inmueble (casas, haciendas y hasta ganado). Y si bien es cierto que este mecanismo era accesible sobre todo a reputados personajes o individuos miembros de la élite colonial, para mediados del siglo XVIII su uso amplio y extendido cruzaba ya los intereses de muchos sectores de la población. Los bienes inmuebles "impuestos" quedaban bajo la estrecha vigilancia del convento o del capellán que había aceptado al imponente; ellos participaban directamente de las decisiones que el propietario tomara con respecto del bien gravado. Si se ponía a la venta, el comprador tenía la obligación de reconocer los censos que gravaban el bien; si se pleanteaba algún tipo de reforma o modificación al bien, los censualistas tenían el derecho a oponerse. En muchas ocasiones los capellanes interpusieron demanda para protegerse de alguna acción que pudiera atentar contra sus intereses. Sin embargo, la obligación de pagar la renta estaba vinculada a la existencia del bien impuesto. Pero ¿qué sucedía si éste desaparecía? Ello era bastante improbable; los censualistas tenían siempre atenta la mirada sobre cualquier posible deterioro del bien de su interés. No obstante, lo improbable, podía suceder y de hecho sucedió en 1746.

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