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Luis Thenon

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De los autores

De los autores

LUIS THENON (1955)

VI

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Así nace mi cuerpo penitente destrozado en el alma roto a golpe en la noche que se prolonga de vientos ascendentes la pura resonancia en cada piel marcada tan viva y sola tan dejada en el vientre de los pueblos tan encallada en sus costas y arrecifes que nace de la tierra una marea inmensa una ola determinada una constelación brillando en la bóveda turbia de mis ojos.

VII

Tolvanera de brazos al unísono resonando en la tierra la airada tierra del pasado reconozco la aurora que despierta la vasta soledad de tus estirpes cargada de hermandades y silencios. Ese día comienza a despertarme. Y así desde la única soledad que puedo vuelvo al mundo marchito de mis ojos porque todo renace en este encuentro y el campesino que mi memoria nombra se heredó de todas las multitudes asombradas para decir al viento la dimensión de la mañana. Rústicas voces en el principio de los labios fecundo y perentorio sufrimiento cargado de secretos o de místicas lunas de ríos generosos en la planicie como una médula de azúcar una semilla blanca cayendo al infinito lugar donde la siembra. Ese hombre y esa mujer tienen en sus manos el origen de la primavera la ofrecen al sol del mediodía

la distribuyen entre las hierbas abundantes para que nazca el pan la carne de los hornos la espiga que amanece de estar el rostro impávido y la cintura férrea dibujando una aurora con soles y con lluvias y un porfiado legado de horizontes en el mismo lugar que les dijeron. Qué lucha interminable la vida en cada surco en cada tierra ajena y arbitraria. Y el labrador que lleva con sus manos sin destino ni lumbre su mancera busca un despertar de savias en su sangre madura una cálida mesa en que sentarse a amar. y muere en su desencajada procedencia que baja hasta la noche y se estremece en vidas nuevas un páramo de cunas abandonadas sin preguntar siquiera la distancia del viento. Pero esos labradores el campesino austero la mujer de los hornos

llevan también entre sus manos una lumbre final un perentorio acuerdo de sentarse a la sombra para excavar terrones abandonados y resecos hasta el máximo intento que la cosecha aúna y determina. Presentes en la hilera una mujer y un hombre tejen la imagen de tu aurora Una mujer callada la siembra entre los vientos un hombre la acaricia en la frente de cada sol ardiendo hasta quedarse para siempre en la tierra fecunda. La huerta tiene apremio de manos la siembra suma en la vertiente de sus vidas ese amargo mandato de cosechas.

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