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Daniel García Helder

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De los autores

De los autores

DANIEL GARCÍA HELDER (1961)

Barranca del este

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Sentado como un bonzo sobre mis talones, una barcaza verde y otra blanca se alejan en sentido contrario. Solo que extendiendo un mantel sobre la hierba el bonzo no vería ninguna conexión, decididamente no mezclaría unas cosas con otras en el espacio de su mente despejada. Picos de montañas azules o nubes en el horizonte es una falsa disyuntiva –diría para sí mismo, destapando una botella. Disueltas, en efecto, como el humo las apariencias, no hay paisaje.

15 de enero San Pablo Ermitaño

No clarea y ya se oye un cacareo. De nuevo, lo que ayer era mañana, ahora es hoy. El que está descalzo, en la cocina, le arranca una fecha al almanaque pensando con lo que soñaba recién. Hojas sin número siempre verdes, espinas y solitarias, perfumadas flores de azahar en las ramas donde tiene, más oído que visto, su percha Rufo el zorzal. No ahora, pero algún día habrá que hablar de cuando, en una vida suya anterior, quiso valerse de la rivalidad entre César y Pompeyo. Por lo pronto hay que decir una brisa sacude todo eso, incluso los limones que por descuido, todavía verdes, faltó mencionar más arriba entre flores, espinas y hojas.

8 de la mañana en el viaducto

Las flores de membrillo abiertas en el cielo de Piscis, un tejido de alambre para incipientes rayos verde rosa que no buscan un punto sino la resistencia, casi nula, de pistilos, estambres o de hojas picoteadas por mandíbulas de oruga. Y trenes. Pero no más trenes de los que puede soñar un maquinista vendado ante dos filas de cuarenta fusileros cada una. Las luces del barrio inglés que estuvieron prendidas toda la noche entre los pobres cedros de nuestro Líbano, pedazos de botella sobre un tapial y las ramas en lento balanceo cuando sonó la sirena. Una valva de almeja debió servir de molde a estas nubes que se disputan un lugar de privilegio cerca del sol.

La Misión del Marinero

Para devolvernos la conciencia del agrio devenir y de la sed, un viento tórrido secó las palmeras de la antigua fonda para marineros. Aquí, amigos nuestros festejaron sus bodas: Jorge y Marta Inés, Carlitos y Sandra, Juan y Agustina... Clausurada, un bando de ratas anidó en el sótano. El jardín al que salíamos, de a uno, escapando del ruido y de las luces, por una maraña silvestre fue invadido. Contra la pared del fondo quedan botellas rotas, palos de escoba, retorcidos cajones de alambre. Un resplandor de mediodía se cierne sobre las viejas chapas, y a la sombra de un árbol de hueso cicatrices negras marcan la tierra.

Treinta segundos de ingravidez

Sabía que las ramas arriba llevan una vida más libre, aisladas unas de otras, casi abstracta; pero ahora es distinto, yo también vivo arriba, la cabeza perdida entre las hojas, y hasta siento y pienso como algo que está solo, absolutamente aislado, sin tronco ni raíces.

Madrigal

Todavía con briznas y agujas de pino en el pelo y ya con bolsas debajo de los ojos, el lirón tranca con piedras la entrada de su madriguera. Habiendo saltado toda la primavera en una pata, todo el verano en dos, ya ni puede caminar. Los ojos de su madre, para quien ahora es un completo extraño, brillan sobre la hierba unos instantes en su rudimento de memoria. La vigilia duró bastante tiempo, pero el sueño puede ser eterno.

A un doble involuntario de Marcello Mastroianni, i. m.

Por tu querida presencia, Marcello, en horas vacías, mesas blancas de la vereda del Astral en noches que a lo largo de una cinta continua y sin accidentes se repetían, reflejándose en la vidriera, como los taxis vacíos por la avenida del centro. Nada que decir, nada que pensar, como ardillas trotando sin solución adentro de un cilindro, era lógico que tu presencia, en ausencia del modelo, fuera el centro de nuestra atención vacía.

Dado un sistema post mortem de tres plantas no te hago, cuanto menos por la higiene de puños y solapas, más que en la de arriba, siempre cerca del barman, impasible tras tus cristales fotocromáticos y tan cabalmente asumiendo que no somos nada que te importa poco ser tomado por otro. Así que no te olvides de nosotros, Marcello, los vacíos, ahora que tu boca prueba la ambrosía de una copa que está siempre llena.

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