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Néstor Fenoglio
NÉSTOR FENOGLIO (1964)
Dios de las cosas, oscuro señor de lo innombrable, habita también aquí, en este ser creado para buscarte, en este mendigo que atraviesa la noche cantando, desafiando tu firme consolidación occidental y cristiana, tu toga púrpura y tu presunción de universo. Yo sé que estás impreciso, no formulado, disuelto en la algarabía del caos, ese siempre posible no traducido a la imagen, no consolidado tras la iconoclasta barba benéfica, viril y mansa: demasiado perfecta para lo que verdaderamente sé de ti.
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Sé de ti que mueres en los límites de todo como una ola interminable,
pero anulada ya desde su principio. Sé también que danzas y tiemblas, que desciendes hasta el fango y que te embarras con pulcritud divina, con clara conciencia de casta. Y sé que coqueteas como una prostituta vieja, que suplicas ya sin dignidad posible para ser finalmente habitado. Yo sé que te quemas helado en el vacío lleno de todo que eres, en esa pretendida existencia de las enumeraciones, nombres puestos a designar las partes de tu cuerpo. Sé que te balanceas insomne por la noche, acosado por los perros y sé que huyes de ti y caes a este rincón donde te escribes, donde formulas un lamento seco y vuelves luego hastiado a sostener la trama del universo.
Ser como la noche, no apretado, no cerrado, no concentrado ni esquivo, sino sólo extenso, habitable por cualquier sitio, hospitalario y hostil, leve e intenso, dulcemente disgregado participando en medio de todo.
Avanza desde el fondo de mí, inevitable, el fantasma de mí mismo. Vengo desde mi guarida, con dientes filosos, cortando el pasado, ese aliento húmedo, ese vacío de maderas y peces.
A dentelladas como un perro salvaje, vengo derrumbando rostros, uno a uno caídos bajo mis garras.
Vengo desde el fondo, puro latido de fuego, y traigo el aire atrapado de la oscura caverna, donde moran murciélagos y nombres olvidados.
Traigo también, recién alumbrada, mi cara más reciente, arrastrada por corrientes subterráneas, derramada y fresca, suave guiñapo de sangre que la fiera ofrece redimida. Después me vuelvo hasta el fondo de mis ojos,
me repliego saciado y repaso prolijo las heridas que yo mismo abrí con mis dientes.
Yo sólo soy este pobre animal suelto que vaga por mi cuerpo.
Para cazar al armiño lo espantan hacia la ciénaga: el animal nunca ensuciará su piel blanca.
Veleidad, supervivencia, el mandato oscuro de lo claro, de lo profundo, de lo que no puede mancharse, quién de ustedes
puede cuestionar las razones del armiño?
Quiero ser este temblor y este inclinarme definitivo, quiero pasar como una espada de luz entre los inocentes.