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Poemas de: Raúl Vallejo, Edwin Madrid, Robinson Quintero Ossa, Pablo Molinet, Víctor Gaviria, Guillermo Molina Morales
Raúl Vallejo [Manta, Ecuador, 1959]
trayectoria como educador promotor de las actividades en torno a la poesía UNIVERSITARIAS DE POESÍA, EN RAZÓN DE SU CUALIDADES LITERARIAS reconocida SE LE CONCEDIÓ AL POETA RAÚL VALLEJO LA DECANATURA DE LAS VII JORNADAS .
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Autorretrato, 2003
He sido en otras vidas parte de la transparencia condenada mancebo y aprendiz en academia de filósofo griego prostituta azotada en las cercanías de un templo repleto de mercaderes predicador escondido en catacumbas o expuesto en la arena de un coliseo bruja servida para saciar los escrúpulos de Torquemada adorador de huacas en tiempos del virrey Toledo negra en Alabama judío en Auschwitz poeta en Wall Street.
He sido lo que está al margen del camino y que el viajante escupe la basura que arrojan los decentes sin que nadie los vea el mal pensamiento de la anciana que no sabe bien por qué suspira la desenfrenada mano solitaria del quinceañero el espejo en donde mira el nacimiento de sus formas la núbil desconcertada las cartas de aquellos amantes que transgredían el espacio con papeles perfumados soga de ahorcado bola de cristal enmudecida piedra de sacrificio maya.
He sido aquello que el orden y el poder marcaron con fuego remero de galeón sacudido por el latigazo continuo en las espaldas enano y hazmerreír en castillos medievales crítico del mecenazgo en la Florencia renacentista monja de clausura ávida de mundo y con vocación para las ciencias curaca sublevado y seguidor de Túpac Amaru palafrenero de palacio concubina fea madrastra en cuentos de hadas.
He sido lo que se habla en voz baja, lo que está prohibido para menores lo que se acepta bajo la mesa, lo que se compra a hurtadillas muchacha adolescente de espectáculo nudista en Bankok inmigrante trasvestido en el Bosque de Bologna jinetera comunista en las noches del malecón de La Habana acompañante de ejecutivos de una agencia de Dupont Circle mulatillo que deambula madrugadas por las playas de Río vih positivo aprendiz de masajista amante del alcalde en pueblo chico.
Soy el mundo lapidado por los que arrojaron con rabia las primeras piedras.
De Crónica del mestizo 10
Vi durante aquel 28 de mayo de 1990 a decenas de indios con ardides de bisbiseos y rituales de silencio tomarse la Iglesia de Santo Domingo como si el alma itinerante del padre Las Casas volviera por sus alegatos Vi después del 4 de junio la caminata de tres mil comuneros de Simbagua rumbo a Pujilí y el susto en rostros amestizados como el mío
Vi a diez mil indios ocupando el estadio de Ambato y el disgusto ante la osadía de los runas en los entrecejos fruncidos como el mío Vi la llegada de ciento veinte comunidades bajando las lomas que rodean Guaranda y el asombro petrificado en los de piel blanquiñosa como la mía Vi la tozudez endurecida de siglos de veinte mil más que cercaban Latacunga y el atónito silencio de quienes sentimos a la patria y su pasado en el goloso degustar de chugchucaras, allullas y queso de hoja Vi también la ira estéril heredada de las encomiendas de antaño en las voces tronantes pero inútiles de quienes se consideran descendientes de la patria criolla, posta de la dominación
...declara su fe en la única nacionalidad constitutiva de la República del Ecuador, nacida del grandioso crisol del mestizaje hispano americano, del cual todo ecuatoriano debe enorgullecerse, aglutinando así la diversidad en la unidad...
Y todo lo visto lo estoy cantando con voz prestada
Final
¡Ah, estulticia ensoberbecida y mala poesía! ¡Ah, resquemor y tartamudeo frente a lo que no se entiende! ¡Ah, palabra cercenada por lo que escapa a las convicciones del corazón!
Esta crónica inconclusa es el testimonio de mi fracaso de mi azoramiento de mi nada inscrita en la estrechez de un verbo que no se hizo ni en el sufrimiento ni en la fiesta ni en las rebeldías escrita con trazos en deshabitados soliloquios mientras afuera distinta vida fluye
No soy la voz de otras voces que pueden hablar por sí mismas Tan solo eco de mis personales angustias y estrechos límites Imposibilidad de mirar con ojos que no sean los que me obsequian de limosna estas miopes ansiedades No soy sino la palabra del vecindario que para mí he fabricado en deuda por siempre con aquellos que no son yo ni lo que cercanamente me rodea
Soy lo único que puedo ser y sin traiciones y hasta de eso dudo pero en ello persisto necio Voz de mi voz y mi personal profundidad de soledades y nada más que este pobre palabreo mío.
Dos tazas de café sobre una mesa
Un café siempre es un pretexto para otro café entre uno y otro la vida despierta en las palabras medidas para cada taza. En la borra del café primero leo enterrados tantos lechos en los que soy olvido despertares con el alma cercenada cuerpos felices, yertos en la memoria. Las tazas vacías sobre la mesa albergan tanto costado desgarrado en cada derrota confesiones paridas en primaveras dolientes. Las tazas del segundo café aguardan nuestras palabras ancladas en el fondo de esa turbulencia secreta que nos asfixia. Emergerán sabias, añejadas en tanta renuncia dispuestas a la vida de otro café.
Edwin Madrid [Quito, Ecuador, 1961]
Entendí la delicadeza de ser un espectro porque la caída de mi sombra fue una delicia Esa noche vagaba por la ciudad de Aqiev donde el más leve movimiento es un sonido exacto Había descubierto que para mí el tiempo tocó su fondo Mis muertos se levantaron de la tumba e invadieron la ciudad No había duda era un cadáver más que compartía con ellos cada uno de los placeres: comíamos niños abandonados en las calles degollábamos a las viejas gordas y mientras bebíamos whisky surgían de nuestros labios serpientes enloquecidas contando historias del pasado: Win afirmaba ser el hombre más buscado por la policía Drid acariciando su demacrado rostro relataba sus romances con niñas de 7 años yo reía estrepitosamente porque pasé toda mi vida escribiendo poemitas Cuando salíamos de los bares entrábamos en velorios que no eran el nuestro o caminábamos como zombis alrededor de los cementerios hasta quedar dormidos en una fosa común y empezábamos a soñar: Ed cenaba en una lujosa mansión acompañado de la vampiresa diana Ma emergía de la neblina laberíntica con una paloma muerta entre sus manos yo apaciguaba la revolución nudista Pero llegó el sol y Ed Win Ma y Drid somos desagradablemente un poco de huesos metidos en una caja.
Muchacho de corazón amarillo
me imaginas durmiendo entre tus cartas recordando la lujuriosa ruta de nuestros orgasmos desnudo y prendido de tu cuello haciéndote revelaciones para que me digas que crees en la felicidad si estoy atado a tu cuerpo nutriéndome de tus pechos como rómulo y remo muchas gracias de veras pero ya no soy el muchacho de corazón amarillo mirando confundido la sombra de tus nalgas en las fiestas esa frágil marioneta que se movía a medianoche por la cocina llevándote café en la tetera blanca ni siquiera soy el vagabundo que te escribía poemas en las puertas de los baños públicos nunca más seré una patata frita en la sartén de mi suegra aunque para ella no deje de ser el ebrio atropellado por la húmeda luz de un camión ahora estoy sufriendo la magnificencia de la gracia del señor vivo al margen a la orilla de tu sed en Aqiev esa región invisible de la muerte donde apolo y afrodita
son perfectamente humanos donde la lluvia se quiebra en los siete colores del sol y las mujeres se tienden en las riberas como si nunca hubieran pertenecido a estas cuevas o avenidas.
Los hermanos
un ropero donde los trajes cuentan una fantasía cronológica una cómoda que guarda utensilios urbanos una mesita con una lámpara anclada a media luz una ventana por la que se entremira dos sapos jugando una cama al filo de la cual estoy parado contemplando el sueño de mi hermano el sube y baja de una araña en la esquina de la habitación se da vuelta sueña con una mujer horrible saca la pierna de las cobijas ella lo acosa patalea le toma por el cuello aprieta sus manos estruja su cuello despierta
me abraza con ternura dice que ya no debería beber y me lleva a mi habitación un ropero del que cuelgan trajes con un hoyo en el corazón una cómoda que guarda cadáveres frescos de hormigas y mariposas una mesita con algunas historias sobre los hombros una ventana que deja ver dos unicornios pastando en el patio una cama donde estoy durmiendo y al filo de la cual mi hermano contempla mi sueño el subir y bajar de mis arañas me doy vuelta sueña con una mujer horrible saco los brazos de las sábanas lo acosa lloro como un niño despierto
abrazo con ternura a mi hermano y le llevo a su habitación.
Una montaña
Ella se enamoró del gigante y el gigante también de ella. Era maravilloso cuando el gigante bajaba la mano para que ella subiera a su palma y, llenándola de besos, la elevaba. Se sentía segura en sus brazos. El gigante, loco de alegría, apenas contrajeron matrimonio construyó un castillo con puente levadizo y todo. Era un gigante cariñoso. Su amor lo entregaba gigantemente. Pero un día que tuvo que ausentarse, apareció un enano que hizo muchas promesas a su mujer, incluso que le construiría un castillo más bonito. La mujer del gigante se sintió halagada y le pareció divertido agacharse a besar al enano. El enano construyó el castillo y puso unos dragones para que la cuidaran. Cuando el gigante regresó, miró que su mujer divertida se agachaba a besar a un enano y que juntos entraban en un castillo custodiado por dragones. El gigante entristecido se sentó frente al castillo del enano y de sus ojos brotaron lágrimas gigantes cada vez que la mujer se agachaba a besar al enano. El gigante nunca se levantó y poco a poco fue convirtiéndose en una montaña, que en el invierno se cubre de nieve y que, en el verano, los amantes, la escalan para mirar cómo se derrite la nieve, porque dicen que el gigante vuelve a llorar, al mirar a los amantes que se besan.
Robinson Quintero Ossa [Caramanta, Antioquia, 1959]
Pintura con pájaro
Todo el color del lienzo es nieve.
Nieve sobre las cumbres, por las colinas, en los bajos tejados de la casa solitaria.
En el camino que se curva y que nadie recorre, nieve.
Y en el recodo de un río, un árbol pelado de hojas sostiene apenas sus varas.
Y sobre una de las varas una pequeña mancha roja.
Poema con naranjas
para Luz Eugenia Sierra
Las naranjas en el aguacero perladas de resbalosas gotas como suspendidas en la bruma
No pierden su llamarada
Más amarillas irrumpen en el verde en las húmedas varas en el color del agua
Me acojo a su alegría que escampa Amo este sol entre la lluvia
Peluquero
Sólo ante un dios inclina uno la cabeza y cierra confiado los ojos Sólo ante un dios entrega uno sus pensamientos indefenso y sin miedo
El poema es el oficio de las manos de un hombre
Un dios sostiene firme el pulso del peluquero
Una historia
Y aprendimos del yolofo, el pájaro azul turquí que canta sólo cuando vuela, nunca posado en los árboles.
Del pájaro ubus-ubus, de una sola ala, que para volar necesita del ala de su pareja.
Del pájaro septicolor, de tramadas transparencias en el viento de un poema.
Del pájaro Gipaeto, cuyos ojos son escarapelas.
Y sentados, le oíamos largamente, mientras de su boca volaban más pájaros extraordinarios. Y entre más maravillosos parecían, más felices escuchábamos…
Y aprendimos que si alguien dice algo según su sueño, alguien otro lo oye desde el suyo.
Tres versos
para Fernando Linero y Rafael del Castillo
Tres amigos que caminan juntos en silencio tienen un mismo corazón
Flotas
Jorge Ortiz –artista plástico– ama los buses pintados completamente de amarillo
Los ama también desbordados de rojo azul y verde de blanco negro y gris
Pero a la hora de viajar prefiere las relucientes flotas de tonos amarillos
Limón retama u oro sin franjas ni bordes de otras tintas
Los buses que cruzan incendiando la noche
Los lienzos vistos en sueños
Ayudantes
Desde niño admiré su osadía de viajar colgados del borde de las puertas de los buses asidos a una manija por una mano de aire
Equilibristas de la carretera a quienes el viento les ceñía una máscara
Trotamundos que sortean el filo de los precipicios
Ubus-Ubus: pájaros de una sola ala los llamaría Apollinaire
El poeta da una vuelta a su perro
1
Las patas de mi perro están hechas de un arte grácil: su belleza es el aire de la forma. Las patas de mi perro son hermosas como este poema que escribo, si este poema que escribo llega a ser tan hermoso como las patas de mi perro: las patas de mi perro cantan; mi poema, a veces, late. Las patas de mi perro son como versos de Esenin: pasea en su andar, si se escucha bien, una melodía.
2
Tiene mi perro un estilo de pasear que lo distingue, un paso fluido que despierta la admiración de la gente, un ir plácido por las aceras que da gusto mirarlo, un vagar distraído que dan ganas de seguir su rastro; su andar pisa entre más firme más suelto, su trote queda en el aire después de que pasa, su correteo da vueltas en redondo y pone a girar las calles. Se escucha, en lo que escribo, su paso. Con quiebres de gozque, sin lazo de atar, va mi perro en su paseo de olores.
3
El poema camina según el perro que lo pasee. Mi poema, por ejemplo, apenas puede poner su paso, difícilmente encuentra su cadencia, su estilo propio de andar la calle, si sale de ronda con mi perro. Son las patas de mi fiel amigo las que ponen el ritmo, el movimiento que le da porte a la forma, las patas de mi perro caminero las que marcan los acentos y las pausas, las que dejan su rastro en la andadura del verso. Escuchen, escuchen bien: pisa mi perro la melodía que me escribe.
Pablo Molinet [Ciudad de México, 1975]
La máscara de llorar
Para entrar donde habita mi asesina prendo una veladora y me pongo la máscara de madera musgosa, casi tierra.
Mansión sin techo, muros fracturados. Vigas llenas de hongos se pudren en el pasto.
Se acerca mi asesina. Huele a pájaros muertos en el ático. Por la ventana rota de su cara veo ese patio donde siempre llueve. No tiemblo cuando roza mis mejillas ese tacto tan húmedo y tan ávido. El capullo vibrátil de la llama es más firme que toda fortaleza. Este filo brillante, mi sonrisa debajo de la máscara, de todo me resguarda.
Así armado le digo: “Presencia de las ruinas, rapaz, depredadora, no me doy a tu pálido resplandor ni a tu perfume negro, no me trajiste tú, comedora de lágrimas, mi voluntad me trajo, no soy más tu presa. Si vine de tan lejos fue para oírte cantar.”
Responde con los pájaros del ático que añoran para siempre el emplumado corazón del viento: Morí. Morí. Morí.
Calla. El canto se sostiene solo, después se desvanece. Para volver de ahí aferro a la veladora mi atención como hacen los muertos en su día.
La máscara se cae. Los pájaros del parque destellan en mi oído como el último Sol sobre la fuente quieta.
Águilas
Charcos en el cemento donde lavábamos la ropa. Charcos sobre liquen marrón que el primer Sol transfiguraba. Escamas de una bestia fabulosa en cuya presencia el clan del box cumplía su ceremonia a cinco pasos del cemento, sobre un pasto tan verde como el paraíso.
Arroja una moneda al polvo. Agáchate hasta tocarla con el índice y gira muy rápido hasta que todo se vuelva un cono acuático. Para. Respira. Anda derecho. Gánale a tu vértigo.
Ponte en cuclillas. Abre los brazos. Avanza a saltos: en ese andar con piernas
cortadas, vuelo. Se llaman “águilas”.
En guardia zurda la pierna izquierda es la pata picuda del compás; el brazo derecho jabea al frente para que el zurdo sea mayal del gancho filo del upper lanza del cross
Sumérgete y pega abajo, emerge de repente y dale arriba, encaja su revancha de cruzados y directos.
Si te adivina a la izquierda aparécete fantasma a su derecha, si te sabe a la derecha asáltale la izquierda; si se aleja acércate, si se acerca aléjalo cánsalo, sacúdelo, “¡tiempo!”, grita el réferi. Eres una cosa de poleas e ingenios giratorios lanzada al abordaje y si los puños del otro desbordan tu torpeza repliégate e inténtalo otra vez, no anheles el tercer minuto, no desees que todo acabe, suplica que siga para siempre.
Y así cumplía su ceremonia sudorosa el clan del box. Irreales en la luz acuática, erguidos sobre el altozano bermejo del dolor.
Brillaba la malla ciclónica como recién escupida por una araña de metal. Y estar presos era escalar un guijarro de ocho mil metros.
Así nos abandonaba la mañana y el mediodía se desplomaba casa de vidrio sobre la tarde y nosotros andábamos con sus escombros en los ojos.
Hoy era hoy y mañana igual. Las celdas como grutas submarinas, los pasillos acechados por murenas.
Hoy. La columna de Sol y de aserrín que descendía por la claraboya del taller como una niña que bailaba sola.
Hoy. Los baños donde el dios de las violaciones levantaba la cabeza.
Hoy. El gigante acorazado a las puertas de la vida.
Y la tarde era un ternero degollado cuya sangre nos bañaba.
A esa hora en que todo el negro del mundo se agolpa en el cielo y la garganta, un cetrero soltaba sus dos águilas en el baldío junto a los muros del penal.
Arrojadas a la inmensidad, boomerangs angélicos giraban sobre el patio.
Y a esa hora en que el encierro avanzaba en guardia, todo se desvanecía, salvo las águilas.
Víctor Gaviria [Medellín, 1955]
Memoria de los muertos
Me enteré de que los muertos olvidan muy rápido a los vivos. Una vez muertos, piensan muy poco en ellos, no gritan, no se tiran al suelo desmayados por el dolor de la separación, ni los enceguece la pena de no volverse a ver. ¡Qué poca falta les hacen los vivos! Se olvidan de ellos, como si estuvieran enfermos de ingratitud o no recordarán nada, o no les importara haber estado vivos, como nos importa a nosotros, que somos los novios de los días fugaces. Sólo algunos de ellos, muy pocos, se demoran en darse cuenta de que están muertos, y vuelven a la casa, a la cama, a la ropa inolvidable del cuerpo, y siguen conversando con las mujeres vivas más hermosas: qué espigadas están de pie, qué fuerza las impulsa hacia arriba, ninguna belleza del agua o del aire se parece a sus gestos de estar sentadas con la barbilla en la mano abandonada. Sin darse cuenta espantan a los vivos, los rodean de fantasmas que entran hasta el fondo del pensamiento. Entre tanto los demás muertos no tienen nostalgias ni embellecen sus años de vivos, no sienten haber perdido nada valioso hasta las lágrimas, viaje que alguien hace dormido en un bus durante la noche. Cuando un vivo piensa en ellos sin cesar, por remordimiento o por amor, ellos lo miran simplemente, sin sentimiento ni intención, y le hablan en sueños: pero cuando dicen “sí” en el sueño se traduce como “no”, y cuando dicen “bailar” se nos aparece como quietud, y todo es tan al revés que nadie entiende nada, y entre los vivos y los muertos hay una pared gruesa de tierra olorosa que distorsiona todo: gritos de ayuda por gemidos de amor, susurros por golpes de piedra. Sólo el dolor de los vivos llama su atención, dolor incierto que no enseña nada, dolor que no abre ningún camino. ¡Que oscuro es para ellos el mundo de los vivos, qué negros los paisajes!
Los días del olvidadizo
Mi locura es ante todo el desorden de las cosas que acumulan los años: me hacen bajar los brazos de desánimo verdadero, y no sé qué está primero, si el día de ayer o el de mañana, si este pensamiento minúsculo como el polvo de oro de la tarde, envasado en la penumbra del cajón, o las cartas de amor que prometí. ¿Quién está primero o último? Necesito el costal del indigente donde guarda sus cosas primordiales, todas en orden cualquiera sea el lugar, o el costal del ladrón antiguo que saltaba los patios y que desconoce el tesoro que reunió en la oscuridad. Necesito una mesa tan grande como la arboleda de mi primer colegio, una mesa de fiebre que no tiene bordes, para que estén todas las cosas-novias de mis días de olvidadizo, unas junto a las otras como un herbario sin clasificar, como un rostro saludable, donde mis cosas estén bajo la misma dulce mirada del Dios de los rebujos, que iguale el valor de la cosas dispares como si se tratara de hombres.
Guillermo Molina Morales [Zaragoza, España, 1983]
Uno
Quedó la ventana. Para ver los anuncios Pasar. Y los pastores: amarás a todas las cosas. También: a las mujeres (vos, mirando). A Los hombres (yo, él, ellos). Amarás Como se ama a los aviones. Sus palabras Cayendo sobre nuestras cabezas. Ya no queda Ni una casa que tirar. Tan sólo
Quedó la ventana. Y las palabras que pisamos Porque no son las nuestras, porque a veces Es mejor pisar la rosa que así es la rosa y seguir Mirando. Mirar, soñar, gritar acaso: te amo a través De los cristales, tantos, tan densos, no hay: una forma De escapar. Tus cuadros: cristales. Mis palabras: Cristales. Mira ahí: abajo: es Wall Street, el
Miedo. Quedó la ventana. Para llorar por Grecia, por los parados, por ejemplo. Son como nubes Y son el viento. Luego escribiréis en el cielo palabras de Humo. Palabras como Nike, Coca-Cola, Comunismo. Palabras como PIB, Bolívar, Ornitorrinco. Las sirenas Con sus luces azules y rojas nos disfrazan de personas. Para ser persona hay que haber nacido aquí.
Aquí, la ventana. Cada uno en su ventana, y Dios En su ventana, mirando. El rumor de la hierba, el golpe Del sílex, el despegue del Columbia. Eran nuestros anuncios, Las aves espaciales: augurios. Entonces dijo Dios: Primero serán las vacas gordas, después los cerdos. Lo pasaron en el intermedio: de un programa Sobre mesías y fines del mundo. Después Sólo quedó la ventana. Y los padres, sus pancartas: son azules O son rojas. Era bonito, pero duró. Como dura el progreso, El estipendio, la persona. Si cambias de vela, volamos: Que caminen los ciegos, que anden los sordomudos, Que los calvos paseen, es posible. Que se borre La Deuda que escrita está en el cielo: No Es Posible. Y además no existe el cielo.
Sólo existe la ventana. Y la hierba que no pisamos Porque es un cuadro de Monet. Y sus lagos: no Podrás lavar tus manos, llenas de tinta. Nunca Tocaste un solo nenúfar. Nunca has amado. Mejor Es caer a un arroyo, a una guillotina. Estoy hablando De cristales transparentes, de empresas de limpieza. Como Siempre, hablando. Y la casa, todas las casas, ya las tiraron.
Quedaron las ventanas. Que no son de nadie, de quien las mira. O, más bien, de lo mirado. Amarás a todas las cosas. Como se ama a los aviones, el día del desfile, los soldados, A todos os tuve una noche: a nadie he amado. Era lo justo que Te fueras, si es que existe lo justo, si es que alguna vez te fuiste Cuando yo estaba: mirando la ventana. Quedó, el hueco: Quedaba. Un hueco en medio del vacío.
Y alguna palabra falsa en mi corazón.