ULRIKA 54 REVISTA DE POESÍA
Celebraciones y derrotas Doble homenaje a
ALBERTO RODRÍGUEZ TOSCA y JOTAMARIO ARBELÁEZ Aproximaciones de: Fernando Linero Montes, Guillermo Molina, Margarito Cuéllar, José Ángel Leyva, Claudia Cadena, Gustavo Adolfo Garcés, Jaime Londoño y John Fitzgerald Torres
Artista plástico invitado JOSÉ DEL CARMEN HERNÁNDEZ Libros y letras: Emilio Coco, Darío Jaramillo Agudelo, Federico Díaz-Granados, Claramercedes Arango y Robinson Quintero Ossa
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Ulrika
Revista de Poesía
Ulrika Editores Licencia Mingobierno No. 00918 ISSN 0120-7669
Director Rafael Del Castillo M. Consejo editorial
Jotamario Arbeláez, Miguel Silva, Luz Mary Giraldo, Juan Gustavo Cobo Borda, Fernando Linero Montes, Samuel Jaramillo, Robinson Quintero Ossa, Evelio José Rosero, Gustavo Adolfo Garcés, Pedro Badrán, Guillermo Martínez González, Armando Rodríguez Ballesteros, John Fitzgerald Torres, Federico Díaz-Granados, Guillermo Molina Morales, Leonardo Cano, Óscar Pinto Siabatto, Eugenia Gorriño, Rafael Del Castillo. Cuidado de la edición
Óscar Pinto Siabatto, Fundación El Aguijón.
Colaboradores
Colombia Miguel Méndez Camacho, Joaquín Mattos Omar, Armando Orozco, Eugenia Sánchez Nieto, Luz Ángela Caldas, Sara Del Castillo, Gloria Luz Gutiérrez, Maruja Vieira, Rafael Berrío, Ernesto Durán Strauch, Giovanni Gómez, Rosaura Mestizo, David Reinoso, Darío Sánchez Carballo, Claramercedes Arango, Dufay Bustamante. Argentina Rodolfo Alonso, Paulina Vinderman, Marcos Silber, Daniel Samoilovich, Jorge Ariel Madrazo. Brasil Affonso Romano de Santana. Costa Rica Rodolfo Dada, Oswaldo Sauma, Norberto Salinas, María Montero, Nerina Carmona. Cuba Pablo Armando Fernández, Efraín Rodríguez Santana, César López. Chile Eduardo Llanos, Jaime Quezada, Tomás Harris, Teresa Calderón. Ecuador Edwin Madrid, Iván Oñate, Iván Carvajal. España Luis Miguel Madrid, Jesús Munárriz, Jordi Virallonga, Rodolfo Häsler, Eduardo Moga, Sergio Laignelet, Juan Pablo Roa, Guillermo Molina Morales. Estados Unidos Armando Romero, Juan Carlos Galeano, Eduardo Chirinos, Mercedes Roffé, Fabián Sánchez Molina, Paola Cadena. México Marco Antonio Campos, José Ángel Leyva, Margarito Cuéllar. Perú Ricardo Silva Santisteban, Luis La Hoz, Enrique Sánchez Hernani. Uruguay Washington Benavides, Rafael Courtoisie. Venezuela Juan Calzadilla, María Antonieta Flores, Enrique Hernández D’Jesús. carátula Detalle del óleo sobre lienzo El solista 1, de la serie «La música va por dentro», de José del Carmen Hernández. Dirección de arte Gustavo Del Castillo M. Diagramación Vanessa Yepes S. Precio al público: $30.000.oo Los trabajos firmados se publican bajo la responsabilidad de sus respectivos autores, sin implicar necesariamente a la revista.
www.poesiabogota.org info@ poesiabogota.org
CULTURA, RECREACIÓN Y DEPORTE
Contenido EDITORIAL 4 6 ALBERTO RODRÍGUEZ TOSCA 7 9 14 17 18 22 24 32 jotamario arbeláez 33 34 38 42 46 varia
Celebraciones y derrotas
Carta a Alberto (porque las despedidas son los saludos que no se hacen a tiempo) claudia cadena Alberto Rodríguez Tosca, maravillosamente irracional fernando linero montes Todo lo que pasa y se oculta, Albelto john fitzgerald torres Querido Alberto Gustavo adolfo garcés Los espacios vacíos en Las derrotas jaime londoño El prostíbulo de mi imaginación: Casa de Citas/Caza de citas alberto rodríguez tosca Poemas de alberto rodríguez tosca
La Jota de Mario guillermo molina morales Jotamario Arbeláez, la fe nadaísta josé ángel leyva Saludo mexicano a Jotamario Arbeláez margarito cúellar Poemas de jotamario arbeláez
Poemas de 47 Clara Mercedes Arango
48 52 59 RESEÑAS 62 Índice de autores
Músicos somos todos: apuntes sobre una exposición de José del Carmen Hernández rafael del castillo matamoros Poesía para habitar el mundo. Sobre Las prisas del instante de Federico Díaz-Granados Marco Antonio murillo
Editorial
Celebraciones
y derrotas
Alberto Rodríguez Tosca Foto: casa de citas
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Viéndolo bien, optar por la poesía o por «habitar poéticamente el mundo» es elegir la derrota: los verdaderos poetas lo saben y lo asumen en su día a día, alejados de oropeles, «victorias» económicas y sociales aparentes o mediáticas. La victoria es impúdica y de suyo exige el bombo y el autobombo, las trompetas y el aplauso: qué pobre victoria la que no sube al podio o a los escenarios a exhibirse. No en contra de otra cosa Alberto Rodríguez Tosca –el poeta que en torno a la tristeza por su partida nos concita en este punto– tituló Las derrotas a uno de sus libros de poesía más contundente, personal y revelador. El alarido de la derrota, su manera de hacerse dolorosamente notoria, es la desaparición física, nunca la ética o la estética y menos aún la poética, en tanto que al no desvanecerse jamás, se erigen en el gesto irónico de su cantante. Los poetas auténticos dejan la victoria a los deportistas, los militares, los políticos, las vedetes de la farándula y el entretenimiento o las «reinas de belleza»: ellos asumen la derrota en toda su riqueza, en su proyección humana y estética, repitiéndose con Friedrich Nietzsche, «cómo podrías renacer sin antes haber quedado reducido a ceniza». Albertico –como le llamaban propios y extraños– llegó a Colombia invitado al Festival Internacional de Poesía de Bogotá
EDITORIAL
celebrado en 1994 por nuestra revista. Traía consigo esa sonrisa irónica pero amorosa con la que despistaba a sabiondos y falsos seguidores de la poesía, que son lo mismo; traía consigo esa sinceridad irreductible con la que alimentaba con pulso firme los pájaros de Las derrotas, sin preocuparse de que precisamente por hacerlo, el establecimiento, la Academia, la policía de migración y la cultura oficial, lo empujarían cada vez más lejos de sus deleznables y efímeras ovaciones. Y es que justamente esta actitud poética que le acompañaba era lo que se venía erigiendo de manera silenciosa como divisa de una nueva generación de poetas (colombianos y cubanos e iberoamericanos) que marcaron así las distancias debidas de la impostación de «los victoriosos», silbando el son sincero, eterno y glorioso de esas cifras sublimes de la derrota que vienen a ser, en últimas, la vida y la poesía. Como un saludo van en estas páginas de Ulrika poemas suyos, con recuerdos, con notas y ensayos breves en su torno, pero por sobre todo con toda nuestra amistad y una suerte de homnenaje tardío, tal y como él lo hubiera preferido. Celebrando así tanto la compañía como las calidades humanas de las que hizo gala el poeta Alberto Rodríguez Tosca, como la sinceridad e independencia de su palabra, en este caso casi que rondando la paradoja, queríamos también registrar una vez más el reconocimiento que por su vida y su obra le hace la Universidad de Zacatecas a nuestro querido y ya emblemático poeta Jotamario Arbeláez, a través del Premio Internacional de Poesía Ramón López Velarde 2015, con notas preparadas por los mexicanos José Ángel Leyva y Margarito Cuéllar, y también por el escritor español Guillermo Molina Morales, quien se vincula desde este número al comité editorial de Ulrika. Y como venimos haciendo desde hace varios números, bajo el nombre de «Varia»,
Jotamario Arbeláez Foto: J. D. GuzmÁn Montenegro (Tomada de internet)
ofrecemos a nuestros lectores reseñas sobre libros de poesía recientemente publicados, tal es el caso de Gatos de Darío Jaramillo Agudelo, Las prisas del instante de Federico Díaz-Granados, La máquina de cantar de Robinson Quintero Ossa y la antología de poesía colombiana Con il fuoco del sangue preparada por Emilio Coco, así como notas y muestras de artistas plásticos, en esta oportunidad acercándonos brevemente a algunos aspectos del trabajo del reconocido pintor santandereano José del Carmen Hernández, una de cuyas obras de su más reciente colección «La música va por dentro», la titulada El solista 1, ilustra la carátula de la presente edición.
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Este sentido homenaje a nuestro querido poeta y amigo cubano incluye tres semblanzas sobre su vida y obra, y dos notas sobre su libro Las derrotas, escritas por sendos amigos, respectivamente: Claudia Cadena, Fernando Linero Montes, John Fitzgerald Torres, Gustavo Adolfo Garcés y Jaime Londoño. A Jaime y Claudia Cadena, junto con Claudia Arcila y algunos de los amigos de las redes, agradecemos el material gráfico que ilustra este dossier.
Alberto Rodríguez Tosca Foto: zaida matilde (tomada de internet)
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CLAUDIA CADENA
Carta a Alberto (Porque las despedidas son los saludos que no se hacen a tiempo) por Claudia Cadena
«Si quiere no la lea, ¿pero me la guarda?», me decía Alberto en un correo de hace poco más de dos años, julio del 2013, para más señas y más vergüenza, y sí, Alberto, se la guardé, se la protegí de sus tan frecuentes accidentes tecnológicos; es más –qué íbamos a pensar (¿o usté sí sabía?)–, se la guardé hasta eso que suena tan lejos, tan largo, tan allá, que es la muerte. Y lo dejé esperando, para leerla y comentarle, hasta eso tan largo, tan lejos, hasta que se murió. Sodomas, se llama. Y esa espera suya tiene ahora su revancha: a quién le voy a preguntar si el que cuenta era usté; si ese miserable de Leopoldo… le hizo en verdad lo que le hizo, si le marcó el destino, si se metió en su casa para robarle la mujer y no contento lo mandó a la cárcel y luego al exilio, para asegurarse. Pero qué exagerado, pero qué grandilocuente, pero qué cubano cubano, ¿tenía que morirse para que, intentando traerlo adonde ya no está ni va a estar nunca más leyera su novela? «Todo nos llega tarde», sí, pero no la muerte, la suya incluida, que vino de madrugada y eso que avisó. «Todo nos llega tarde», sí, la llamada para despedirlo antes de su vuelta a La Habana y antes de su vuelta a vaya a saber dónde, donde no será más un apátrida, donde no sospecharán más de usté, donde, por fin,
tendrá su carné de identidad, ambos, el que le quitaron y el que nunca le dieron. Alberto, que es triste, pero que se burla, hace la faena así: de lo profundo («Mi búsqueda de la respuesta no va por el lado de la política sino de la estética, o de la teología, que es más o menos lo mismo, y aunque ya sé que ni el arte salva ni Dios se compadece, hay una pequeña asignatura pendiente a la que al menos por ahora no pienso renunciar... Dios nos mira pero no nos ve, se burla pero, burla burlando, no se compadece. Dios no se compadece, Hamlet no se compadece, Enrique Jorrín no se compadece, Lorca no se compadece, el Che no se compadece, Rimbaud no se compadece, María Teresa Vera no se compadece, Carlos Puebla y sus Tradicionales no se compadecen, nadie se compadece.»), de lo profundo, había dicho atrás, Alberto pasa a la fiesta, a la risa socarrona y descreída («—¿Alguien quiere un poema? –pregunta la joven poetisa de ojos atolondrados, que no toma ni cerveza ni tequila ni vodka ni vino ni whisky, ni nada. »A tiempo regresa el travesti con su bandeja de plata y la blanca mollera del Bautista convertido en polvo de gloria para la gloria del Señor. »—¡No sigan carajo que se les quita el hambre! –se escucha desde la cocina.») ULRIKA 54 |
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Esa tristeza que Alberto nunca va a dejar que le vean, aunque la veíamos porque le saltaba por los ojos y por esa sonrisa y por esa risa que si, burla burlando, como el estribillo de su novela, más bien parecían disculpa y ruego. Y va de lo uno a lo otro, de lo profundo, a la fiesta, como por un río que canta y que corre con palabras. Las palabras, Alberto, eran suyas. Alberto no tuvo nunca su carné de identidad en ninguna de sus dos patrias. «(Carné de Identidad, Carné de Identidad, todo el mundo luchando por un Pasaporte salvador y yo ahora suspirando por un miserable Carné de Identidad).» Y tal vez haya nacido para ser un expulsado, un nunca bien bienvenido, un apátrida de su patria, de la una, un apátrida de su patria, de la otra. «No llevo ni cinco horas en La Habana y ya he sido sospechoso dos veces... ¿A la tercera va la vencida? «¡eran las cinco en sombra de la tarde!» Alberto es así, más o menos: «Pero yo, ¿qué vengo siendo yo? Si no me lo preguntan, lo sé; si me lo preguntan, no lo sé (o no eres ni frío ni caliente, eres simplemente templado). Y huir de uno, huir de pocos, huir de muchos, huir de todos ¡huye huye / dónde está Mayor / donde está!, que es una de las más nobles maneras de intentar ser
Foto: JOSé ángel leyva
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más o menos bueno y quizás un poquito feliz. O de espantar el miedo, que es más o menos lo mismo.» Alberto es así, más o menos: «Mis cicatrices, o este tipo de cicatrices, como los grandes puentes, casi nunca se ven. Se esconden tras sus propias suturas de hilos invisibles para ocultar que alguna vez fueron heridas. Si las muestro le dañaría el espectáculo al espectáculo y eso es algo que no me perdonarían la joven poetisa, los dos ex-guerrilleros, y mucho menos yo, pues la arena sigue pidiendo sangre (más sangre) y lo único que yo tengo para dar son las memorias de un mulo a un paso de su abismo, y dos o tres cicatrices que no se ven. Lástima.» Alberto es, fue, más o menos así: «Hay un lado de Acá y hay un lado de Allá, tú estás en el centro, eres tierra de nadie, eres frontera...» Alberto ahora es de todas las tierras, ya no es más de acá o de allá, sino de todas partes, de todos sus amigos. De todos sus ángeles de la guarda, Claudia Arcila entre ellos, que usté sí alcanzó a saber, llegó a tiempo, no como esta carta, y le salvó la vida, pero sobre todo le salvó la muerte. Porque las despedidas son los saludos que no se hacen a tiempo.
FERNANDO LINERO MONTES
Alberto Rodríguez Tosca,
Foto: rafael espinosa (tomada de internet)
maravillosamente
irracional
(Artemisa, 1962- La Habana, 16 de setiembre de 2015) «no soy digno de decir lo que digo. Pero la madrugada será larga y nadie llamará para decir que no soy digno de decir lo que digo.»
Por Fernando Linero Montes Escribo estas líneas desde la amistad, hoy que Alberto no está para nadie: «…mi sombra y yo… no estamos ni para Dios si llega con sus perros a llevarse mi sombra.»; hoy que con sus galas de extranjero estará paseándose orondo, con una risa de sorna
entre los labios, por los pasillos de la vasta mansión. Desde el afecto trato de organizar una imagen que pueda resumir todo lo que Alberto significó para los amigos: su presencia en nuestras calles; su maravilloso encanto de estudioso; su capacidad de ULRIKA 54 |
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hacernos sonreír con sus pullas demoledoras y su humor propiciador de la sorpresa poética. Desde mediados del siglo xviii muchos poetas cubanos han emigrado o se han exiliado en países distintos de América y Europa, cuidándose de permanecer intelectualmente laboriosos, permitiendo de este modo que su poesía deje huellas. Cuando José Martí llegó a los Estados Unidos en 1880 se encontró con un gran número de escritores cubanos ejerciendo su oficio. De ello dan noticia las antologías allí publicadas El laúd desterrado (N.Y., 1858) y El arpa del proscripto (N.Y., 1856). Es de entender que, por lo general, la poesía escrita así está rubricada por la oscura experiencia del exilio y la consiguiente ausencia de sitios y seres queridos. La opresión de la soledad es mayor cuando uno se encuentra en el extranjero. Es igual que habitar un hotel desconocido y estoico.
Gracias a esa conjunción de delirantes astros que lo trajo, aquí vivió la experiencia de la nada; aquí vio el fin de su destino pequeño y modesto; aquí intentó limar sus ansiedades; aquí cuidó en medio de la borrasca la llamita de sus anhelos Éste, aunque de distinto modo, es el caso de mi amigo Alberto, que hasta donde yo entiendo no tenía propósitos de abandonar la isla y mucho menos de fijar su residencia en Bogotá; no obstante de algún modo su llegada a Colombia responde a esa diáspora de los años noventa que algunos llaman «exilio rosado» o «exilio de terciopelo», por cierta tácita anuencia de parte del Estado que lo permitió. La apertura de los años ochenta beneficia nuevas pero tímidas propuestas, dotadas de una mayor flexibilidad. La obra de los poetas de esta década por fortuna está libre de los estertores revolucionarios que propendían por un coloquialismo que rápidamente se 10
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desgastó. Su poesía es más individualista, menos comprometida con lo colectivo. Así los textos de Alberto se centran en una reflexión que con un efecto narrativo, y lejos de las prédicas y conjeturas de una época, pertenecen al tiempo de las redefiniciones; al de la réplica de ciertos preceptos y patrones hegemónicos, sin dejar de lado los temas de siempre, los fundamentales, los del hombre: el enfado, la aflicción, la incredulidad, el tiempo, la muerte, el amor, la palabra, la existencia. Alberto llegó a Colombia en 1994 invitado por el Festival Internacional de Poesía Ciudad de Bogotá cuando ya su obra gozaba de cierto reconocimiento –había sido premiado en Cuba con el premio David de poesía del año 1987–. Atrás quedaba la isla, que es lo mismo que la niñez, la mamá, el cobijo, el afecto: crees que pueda volar sobre los cerros y atisbar una isla crees que pueda tocarla aún rozarla con la lengua besarla con los dedos secar sus hombros con las más húmedas mejillas… Vino a una ciudad de cielos y de lloviznas recurrentes; de anarquía, de brumosa desazón; una ciudad entrañablemente próxima pero tan tristemente remota. Gracias a esa conjunción de delirantes astros que lo trajo, aquí vivió la experiencia de la nada; aquí vio el fin de su destino pequeño y modesto; aquí intentó limar sus ansiedades; aquí cuidó en medio de la borrasca la llamita de sus anhelos: …duélenos menos ciudad procura ser reciente si te salvas nos salvas si nos salvamos prometemos perpetuar tu nombre después de las lluvias… Llegó a mostrarnos con esa extraordinaria aventura del alma humana –lo que fue su vida– como se reinventa a la poesía:
FERNANDO LINERO MONTES
…regresar cada mañana a la misma solitaria estación a ver pasar el tren (decirme adiós) y luego volver a casa acostarme en el suelo con una botella de vino entre las piernas y aguardar el rostro del desconocido en la ventana para señalarme en el reloj de arena los desmanes del día y la hora del morir. En esta ciudad con paciencia obedeció el dictado de la poesía, supo construir con rigor, dolor y hondura, un espacio para ella dándole forma a su pesadilla personal llena de revelaciones: Las vidas tranquilas del dolor. Vienen y van como cometas perdidos en una galaxia enemiga. Arden en la fragancia de los trinos y no se comprometen sino con sus propias estelas de agua. A propósito de eso, esto expresó Jorge Luis Mederos en un artículo publicado en Cuba en el periódico Vanguardia de marzo de 1990: «Su desgarramiento no es el desgarramiento de moda que tanto se está vendiendo últimamente; sus preguntas constituyen la contrapartida exacta del temor y no vacila en anunciarlo: ¡Qué clase de viajero es el que no se extravía!...». Y es precisamente ese desgarramiento el que lo destaca dentro del espectro de su generación, el que lo convierte en la figura más destacada de la década de los ochenta en Cuba. Como olvidado por el mundo, aquí en Bogotá se adentró en un territorio taciturno y adverso, incierto y resentido, esperando un llamado que nunca llegó, empero entusiasmado, nimbado de una ironía cargada de furia, con la luminosidad que da entender que eso de ser poeta es un ensayo absurdo; que eso de pretender encerrar a la perpetua realidad entre los lindes de un poema es una locura. Sin duda una opción, pero una aventura que resulta enormemente ardua y con seguridad fatal.
Con esa incoherencia escribió su poesía; con una energía dedicada a conservar el rumbo en medio de la agitación del turbión y de la oscuridad; rendido a la absurda sensualidad del síncope; así estableció casi que una alianza con el dolor, de la que surgen sus poemas llenos de tanta fortaleza, de tanta sustancia humana: «Escribir es la única forma de llorar que vence todas las formas de morir.» Y es cuando nos asalta la pregunta ¿De qué recónditos espacios surge esta desgarradora poesía? La noche no responde. No responde el cartero y la golondrina moja sus alas en un vaso de sangre recién servido. ¿De dónde surgen esas resplandecientes imágenes que fundan para nosotros esa otra temporada en el infierno?: «…es el tiempo (la gran derrota) el laborioso ventanal por el que nos asomamos a la nada…»
escribió su poesía con una energía dedicada a conservar el rumbo en medio de la agitación del turbión y de la oscuridad; rendido a la absurda sensualidad del síncope; así estableció casi que una alianza con el dolor, de la que surgen sus poemas llenos de tanta fortaleza, de tanta sustancia humana Siempre será muy difícil arribar al misterio definitivo del talento creador. Ni él mismo tiene certeza de lo que sucederá finalmente: ¿Crees que pueda la poesía crees que pueda? Brutalmente sarcástico –probablemente como respuesta frente a la hostilidad del ambiente–, entendía que los poetas son perdedores: «¡Gracias señor! Por estas pérdidas pues a ellas les debo que le hayan nacido alas de barro y oro a mi pequeño ULRIKA 54 |
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ALBERTO RODRÍGUEZ TOSCA
Alberto Rodríguez Tosca en las calles de La Candelaria, en Bogotá, 2013 Foto: JAIME LONDOÑO
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corazón,…»; «Pero ahora no vas a responder, pues debes regresar a la primera noche con el vago fervor de quien regresa de una gran derrota: Recuerda: eres el derrotado. Alégrate por eso. Y llora.»; sabía que los poetas son de la misma casta de esos «reyes que no saben qué hacer con su dolor y su corona»; que el creador sólo sabe que los dioses le mienten «nadie sabe que existo nadie sabe que lloro en silencio / y que estoy solo.»; y que entonces se rinde a la loca fruición del tropiezo, con la absoluta claridad que le advierte que todo es tan tenue, tan fugaz: la patria, la casa; eso de buscar la madriguera en las negruras; la emoción fogosa, el delicado y esplendoroso amparo en medio de la cerrazón; entonces se doblega ante la voluptuosidad que sienten los héroes en las peores y más difíciles circunstancias del duelo, cuando ya nada puede insinuar la
conciencia y cuando nuestro atrevimiento se agita en el confuso imperio de la sangre y sus impulsos. Pero es que el hado seduce a quien quiere extraviarse en los enredos del abismo, convirtiéndolo en una especie de paladín al revés, entonces es inevitable escribir, al menos para eso, para hacer perdurar lo efímero: una corazonada, un amor quizá: No enloquece sólo quien se sirve del aire y yo me sirvo amiga lo zahiero desde el borde de una rabia inspirada y dejo que roce mi esqueleto con su cofia de antiguas mieles heridas… Existe en la memoria de las gentes una expresión que se le atribuye a Simón Bolívar y que reza: «el arte de vencer se aprende en las derrotas». Sin haber terminado de pasar el trago amargo de su muerte, esa expresión me viene a la mente, hoy que vuelvo a leer Las derrotas, esa extraordinaria radiografía de un dilema con un miedoso eco de «obra final». Anticipándose al fin, con la esperanza de exorcizar acaso esos períodos atormentados y áridos, desarmados y grises, agarrándose con su voz apenas a los bordes últimos de la realidad; intuyendo acaso los pasos cercanos de la muerte, Alberto escribió Las derrotas, casi que como una especie de testamento. Como si después de la agobiante discordancia de vivir empezara a posesionarse de la lucidez que prepara para la partida hacia la gran morada. Y es así que es capaz de poner, casi desde la otra orilla, la siguiente dedicatoria: «a mis amigos, que hoy descansan de mí». Refiriéndose al libro, Rafael Alcides dice: «es tan bueno que asusta». Allí Alcides ve «todas las culpas, todas las dudas, todos los miedos, todas las melancolías, todo el infierno, en fin (en él) está el hombre secreto que va con cada hombre.» Y remata diciendo: «más que grito, alarido de fiera herida.»
FERNANDO LINERO MONTES
Los escritores Juan Manuel Roca, Alberto Rodríguez Tosca e Iván Darío Álvarez Foto: Tomada de revista la otra
Desde antes de su llegada a Colombia, su obra ya se enmarcaba en un espacio dominado por la desilusión, la apatía y el escepticismo. Asuntos que inevitablemente se robustecen y profundizan con su permanencia en este país por más de veinte años, donde sufrió muchas temporadas sin trabajo, huidizo, esperando alguna indicación, algún instante de entusiasmo, para caer de nuevo en la amargura y el dolor: Compro un boleto para el Porvenir y justo sobre la altura del Presente se descarrila mi vagón. Como dije al principio, esta nota es un intento, desde el afecto, de fundar una imagen suya; con ella intento acogerme a algunos de sus gestos o expresiones –los que sobreviven en la memoria– con la esperanza de que originen por un momento el prodigio de hacer presente su inteligencia única; así sea por un breve, inasequible y terrible momento; de la misma manera
que nos sucede a veces con alguna fragancia, o con una canción escuchada inadvertidamente, asuntos que nos regresan a la sospecha de una presencia querida. Pero Albertico (al que los amigos colombianos «a traición» lo declaramos «ciudadano colombiano sin su consentimiento ni el de las altas esferas sociales» –como dijo Juan Manuel Roca– en el acto informal de la declaratoria); el que nunca se quitó sus galas de extranjero; «en cada esquina me aseguro de que aún llevo / la isla en peso doblada en el bolsillo,»; el que no se distrajo con la euforia de los triunfadores; el que jamás se creyó heredero de nada: «no heredé ningún don salvo el de una escritura que huye.»; es ahora un pájaro que vuela hacia lo desconocido, surcando el mismo aire que le estimuló su vocación de derrotado; cruzando el mismo viento que nos mostró con suficiencia, para fortuna nuestra, lo maravillosamente irracional que era la persona-poeta de Alberto Rodríguez Tosca. ULRIKA 54 |
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ALBERTO RODRÍGUEZ TOSCA
Todo lo que pasa y se oculta,
Albelto
por John Fitzgerald Torres
Cuando a comienzos de 1992, Rafael, Armando y yo decidimos convocar por primera vez el Encuentro Internacional de Poesía en Bogotá, desde los diferentes países de Hispanoamérica nos llegaron paquetes de libros con muestras de los poetas vivos más representativos de cada uno de ellos. De Cuba nos remitieron entonces, junto a varias antologías, libros de poetas ya consagrados como Pablo Armando Fernández, Roberto Fernández Retamar, Fina García Marruz, Cintio Vitier, César López y Luis Marré, y de otros de autores más recientes e, incluso, primeros libros de autores muy jóvenes.
nos fue grato reconocer en su presencia la misma confianza afectuosa de un amigote de siempre [...] desenfadado, tranquilo [...] poseedor de un humor agudísimo y permanente, entre el sarcasmo y la celebración, entre la ironía y el chiste feliz. Lectores juiciosos como éramos en esa época, durante semanas nos dimos a la tarea de despajar lo que más nos gustaba entre tanto verso. Entre todo lo enviado desde la isla nos llamó enormemente la atención la discreta edición de un libro que apenas unos años atrás había recibido 14
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allí el prestigioso Premio David de Poesía de la Uneac. Su título, un enigmático verso de León Felipe: Todas las jaurías del rey. Su aire, entre íntimo y admonitorio (una constante en muchos poetas de su generación que pese a todo persistían en legitimar para la historia su actitud de nación insumisa, desbordados de valor y dignidad), pero sin declaraciones de guerra, ni definiciones palmarias, ni certidumbres ni arengas, sino sobre todo cargado de percepciones cruzadas, de paradojas, de aseveraciones relativas, de rostros múltiples, polifónico, nada complaciente, insumiso a su manera personal. Su autor, un muchacho cubano que remitía su libro acompañado de un casete con su voz, una voz pausada, calma, tropical, que se detenía en las erres para pronunciarlas como eles, con un tono que recordaba la voz de Fayad Jamís que alguna vez habíamos también escuchado en medio similar, quizás menos ansiosa; su nombre, Albelto Rodríguez Tosca. Decidimos cursarle invitación y meses después nos fue grato reconocer en su presencia la misma confianza afectuosa de un amigote de siempre, como si ese cubanito recién llegado hubiera sido un antiguo compañero de colegio o de universidad, o de barrio, desenfadado, tranquilo, de
JOHN FITZGERALD TORRES
Alberto Rodríguez Tosca presenta al también poeta cubano Pablo Armando Fernández, en Casa de Citas, en Bogotá, 22 de noviembre de 2007 Foto: CASA DE CITAS
frente reluciente, orejas de radar, mirada analítica y aire de gnomo inteligente. Y en especial, poseedor de un humor agudísimo y permanente, entre el sarcasmo y la celebración, entre la ironía y el chiste feliz. Desde ese momento su entusiasmo celebratorio se hermanó para siempre con el nuestro, y al año siguiente regresó al país para proseguir entre nosotros la fiesta y la dulce ebriedad. Por las siguientes dos décadas no regresaría a Cuba, salvo por unos días a recibir el Premio Nacional de la Crítica en 2006. Creo que entre los múltiples trabajos que desempeñó aquí, como periodista, tallerista, editor, corrector, fue el de profesor el que le supuso eventualmente alguna certeza económica. En 2003, habiéndome vinculado yo desde tiempo atrás como Director del Departamento de Comunicación y Humanidades de una institución universitaria de alguna prestancia académica, incorporé a Alberto en mi nómina de docentes en las cátedras de redacción y lectoescritura para periodistas, que hasta ese momento había manejado nuestro
amigo el poeta Armando Rodríguez Ballesteros, quien tuvo que abandonarlas entre muchas otras cosas para exiliarse en Costa Rica perseguido por la sevicia criminal disfrazada de intolerancia política. Con cursos en la mañana y en la tarde (no demasiados, puesto que su condición de «extranjero» no se lo permitía), Alberto emprendió allí su labor docente con entusiasmo prolijo, aunque por supuesto no faltaron en alguna ocasión sus ausencias y retardos. Un tiempo después, en una lectura que organicé en esa institución, Alberto me compartió un poema en el que intentaba descifrar la existencia de esas criaturas casi incoloras pero en plena explosión hormonal que diariamente se reunían con él en los salones de clase. Más tarde, mediando el semestre siguiente, se me acercó una tarde con aire un tanto grave y preocupado, como temiendo decir lo que iba a decirme, y luego de un breve preámbulo sobre el desarrollo de su clase me manifestó su molestia: «es que no logro entender qué coño es lo que estos muchachos vienen a ULRIKA 54 |
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ALBERTO RODRÍGUEZ TOSCA
hacer aquí». Como en realidad era un interrogante más o menos recurrente entre ciertos profesores (claro, sin el «coño») preocupados por el rumbo impreciso que parecían demostrar aquellos estudiantes, trivialicé el comentario y luego de acordar alguna estrategia de motivación para continuar con el proceso, Alberto tomó su camino hacia el salón. No obstante, en los días finales de semestre recibí de nuevo la visita del poeta cubano, pero en esta ocasión sus palabras, que parecían continuar la conversación de meses atrás, si bien con inevitable tono de congoja pero con cierto alivio de su parte, llevaban ahora una especie de secreta certidumbre: «Hermano, soy yo el que no sé qué coño estoy haciendo aquí, de todas maneras gracias». Luego de decirme aquello, como si me hiciera entrega de unas armas tristes, puso sobre mi escritorio sus listados, sus marcadores y sus apuntes. Después nos tomamos un café y nos despedimos. En adelante coincidiríamos en otros escenarios de manera bastante irregular.
Los poetas Alberto Rodríguez Tosca y Robinson Quintero Ossa, durante la presentación del libro El país imaginado, mayo de 2012. Foto: @bunkerglo (tomada de internet, letraaletra.co)
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Pero aquella especie de renunciamiento inesperado de nuestro amigo hubiera quedado en eso, un evento más de «todo lo que pasa y yerra y triunfa y se oculta / en presencia y en ausencia» nuestras, si no es porque con el tiempo aquellos interrogantes mismos fueron abriéndose campo entre mis días con la fuerza de una certeza que, sin embargo, no conseguía deslindar del todo. Debió pasar casi una década después de esto para darme cuenta de que tampoco yo sabía qué «coño» estaba haciendo allí, para comprender que también yo debía tomar una decisión al respecto, lo que al fin hice entonces sin el menor sentimiento de pesar. Confieso que en aquel momento en que abandoné los escenarios académicos para siempre me hubiera gustado tener a mano este poema de Albelto para enrostrarlo a quienes me miraban partir: Y si sobre los cobardes no se ha escrito nada se va a escribir ahora. Y se va a escribir por ejemplo que soy cobarde. Tan cobarde que ayer no lo pudiera haber escrito. Esto es un arranque de valor, un instante de relativa lucidez, y si me da vergüenza es por la cobardía de no haberlo gritado antes. Los engañé a todos. Les hice creer un cuento y era otro. Y si me da vergüenza es porque nunca me engañé yo mismo, siempre tuve conciencia de mis disfraces, con ellos evadí infinitos campos de batalla y seguí recibiendo las mismas ganancias en la victoria. Que nadie me perdone ni me diga lo que tengo que hacer […] Gracias, mi querido Albelto, por su amistad y por su poesía, se lo digo ahora que podemos hablar en silencio, y porque de algún modo gracias a usted aquella ha sido quizás una de las mejores decisiones que he tomado en mi vida. Bogotá, diciembre de 2015
GUSTAVO ADOLFO GARCÉS
Querido Alberto: Por Gustavo Adolfo Garcés [Texto enviado por correo electrónico a principios de 2007]
Primera edición de Las derrotas, Ediciones Unión, Cuba, 2008
Hoy es domingo y he estado dos horas con tu libro; debo suspender para dedicarle un rato a un documento de la oficina, pero quiero decirte que durante esas dos horas, muy pocas, por cierto, tu libro me atrapó. ¡Qué ambicioso y abarcador! Hay una suerte de barroquismo en Las derrotas: un caudal que empuja sueños, reflexiones morales, paisajes, objetos, asuntos de amor. El desasosiego es tal vez la fuente de ese caudal (¿un desasosiego tranquilo?); y la carga de extrañeza no impide que las situaciones sean precisas. Tu yo, ahí, es individual, pero también plural –diverso, metamorfoseado–; te miras a ti mismo y a los otros; logras un retrato personal y social. El tuyo es un barroco que construye atmósferas; con la interacción de muchos elementos logras un resultado muy visual, nunca abstracciones huecas. La fuerza de Las derrotas me dice que no se van a desvanecer fácilmente tus palabras, éstas con que das noticia del desvarío, tu vigilado juego de azar, tu riesgo, la fábula del pájaro carpintero (¿fábula del pájaro, del tiempo, de los dioses, de la amistad?), el exilio, la inconmensurable realidad, la fiesta de los náufragos, la inolvidable visita de la tarántula… ¡Vaya aventura, viejo Alberto! ULRIKA 54 |
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ALBERTO RODRÍGUEZ TOSCA
Los espacios vacíos en
Las derrotas Por Jaime Londoño
Desde la partícula más ínfima hasta el grupo de gases, cometas y planetas con las que está formada la galaxia nada es para siempre y todo es el espejo de todo, recuerdo que dice Hermes Trimegisto en La tabla esmeralda. Pero el sabor que dejan Las derrotas se queda por fuera. Perduran en la mente las esencias que rodean al libro, a Alberto Rodríguez Tosca. Ambos están protegidos contra esa movilidad, contra el cambio que conduce al olvido. Tanto en el libro como en el autor se mantiene el vigor de la mirada que reta. Ahora lo observo corrigiendo una y otra vez mes tras mes durante dos años el libro. Nunca supe qué deseaba cambiarle,
Portada de la segunda edición de Las derrotas, Editorial Domingo Atrasado, Bogotá, 2013. 18
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si tal como estaba ya había recibido el Premio Nacional de la Crítica, en su querida Cuba, que siempre llevaba en el Bolsillo. Entre corrección y corrección tomábamos «verde» mientras me hablaba de la novela que estaba escribiendo sobre José Asunción Silva. Ciegas son las horas que bailan sobre el mantel impelidas por el desahucio, algo de cuchara trunca las lleva por el zapateo hacia la calle que bosteza, como si la muerte fuera cierta. No obstante, con los buenos escritores no hay muerte que valga. En los espacios vacíos que han construido se cruzan universos y tiempos. Por esas cartografías, gracias a los versos, es posible establecer puntos de encaje por donde se deslindan los pasos de Alberto. La magia y el asombro que cada uno posee son un recurso inagotable que, salvo los niños, pocos han explorado. El asombro y la magia que talla Alberto en Las derrotas son circulares, poseen el tiempo del retorno, el constante fluir hacia el inicio. Si en narrativa no se expresa todo lo que se observa, muchos menos en poesía. Los buenos lectores, aquellos que disfrutan con la invención de la palabra, se asombran de lo que no es explícito, de lo que ha dejado el autor para el regocijo de la mente. A esos intersticios por donde se cuela la matriz de la sapiencia original que linda con el conocimiento de la totalidad, con el conocimiento que escritores como Ouspensky y Gurdieff han denominado espacios de saber, yo los denomino espacios
JAIME LONDOÑO
El poeta Alberto Rodríguez Tosca y Eduardo Rodríguez, tesorero de la Casa Silva, en la Fonoteca de esa institución. Foto: celedonio orjuela
vacíos. En Las derrotas es posible entrever los intersticios de otra realidad, aquella que no es referida directamente por los poetas, sino que subyace tras bambalinas en los textos. Alberto no escribe bajo reglas rígidas, la poesía no es un arte mecánico. Justamente intervienen otros elementos que van más allá de lo formal, de las simples recurrencias simbólicas que producen sonidos. Tras las sonoridades se oculta otra verdad que se conecta con diversas emanaciones que difieren de la materia. «Si todo pensamiento admite una jugada de dados / por qué los míos no juegan o se retiran», afirma en Domingo. Dentro de los límites de las percepciones dadas se puede errar en mayor o menor grado. No obstante, cuando el autor ha adquirido el conocimiento que le ofrendó la poesía, el errar es mínimo ya que la palabra se conecta con esencias más profundas y diversas. Es preciso aclarar que hay dos clases de conocimiento: el objetivo y el Objetivo. El primero, es el que nos ha inculcado la
ciencia y la educación occidental, es el conocimiento tomista de ver para creer, es el conocimiento de que si lo toco existe y lo puedo experimentar. Que si le puedo realizar una disección me es factible hallar sus partes. El problema con este tipo de saber es que solo llega hasta la materialidad. El otro es el conocimiento Objetivo, el que brinda la poesía, esa facultad que permite desdoblar la realidad hasta tornarla ironía. El conocimiento Objetivo da cuenta no solo de la materialidad, sino además de las otras esencias de los diversos universos que se entretejen para poder darle vitalidad a lo que la ciencia exacta llama materialidad. El conocimiento Objetivo permite discernir pasado, presente y futuro en un solo instante. Cada conocimiento produce una clase de mente: la objetiva y la Objetiva. Es importante no confundir los espacios vacíos con los silencios. Estos simplemente nos hacen referencia sobre algún aspecto del tema tratado porque para qué decir lo evidente, lo que el texto ya tiene. Por ejemplo, la elipsis es un silencio. Los ULRIKA 54 |
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ALBERTO RODRÍGUEZ TOSCA
Alberto Rodríguez Tosca y Jaime Londoño Foto: CELEDONIO ORJUELA
espacios vacíos, por el contrario, son grandes construcciones en las que hay una falta absoluta de toda significación directa con la realidad inmediata a la que hace referencia el texto poético o narrativo, como acontece en Jueves, en donde la forma del instrumento dibujada con la palabra hacha es precedida por el pareado inicial «el leñador llega al bosque una hora antes del alba / y encuentra intacto el árbol de la vida». A través de los espacios vacíos que ha trabajado Alberto es posible ver hacia el interior de los recintos donde su mente habitaba los días. Y sirve como herramienta, porque justamente en esa construcción vacía de los versos subyacen elementos más profundos de su trasegar.
Los elementos de la realidad de Las derrotas fueron moldeados como una cerámica muy fina, casi transparente, para que los pueda percibir quien viene a ver la otredad. 20
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En Las derrotas la memoria se desliza por los espacios vacíos, como si la intención de Alberto fuera que lo intuido por el lector jamás se olvide, pues la esencia de sus poemas no radica solamente en la letra, sino en conexiones sutiles que vibran. Luego de la memoria viene el asombro, y el poema empieza a generar atmósferas, sonidos propios de otros espacios y entornos. Esto posibilita que el lector entre contacto con el autor, y empiece a formar parte de la vida simple, empiece a buscar en el corazón de la verdad. Si no fuera por el aporte de los espacios vacíos el poema se percibe saturado de elementos. Y esa saturación impide la transmisión de los estremecimientos, de las vibraciones que producen Las derrotas. Bien lo expresa Valéry en Teoría poética y estética: «La poesía absoluta sólo puede proceder por maravillas excepcionales: las obras que compone constituyen enteramente lo que se advierte de más raro e improbable en los tesoros imponderables de una literatura». Más adelante compara el vacío con la pureza última del arte de la poesía. Aldo Pellegrini nos informa en el prólogo a la Antología de la poesía viva latinoamericana: «El poeta no se limita a recobrar esos momentos intensos de su vida personal: se convierte en antena que recoge toda la vida auténtica que lo rodea, por más solitario que parezca participa en la vida colectiva, la siente como ninguno, y se transforma en la voz que expresa todo. La poesía está en todas partes…». Claro que el poeta recoge, pero es preciso que sepa plasmar. No siempre lo escrito lleva la comunicación del envés de la materialidad. Alberto nos permite vislumbrar en Las derrotas que el funcionamiento de los espacios vacíos puede proceder de disquisiciones meramente racionales o de sensibilidades que abren puertas a otros espacios.
JAIME LONDOÑO
Los elementos de la realidad de Las derrotas fueron moldeados como una cerámica muy fina, casi transparente, para que los pueda percibir quien viene a ver la otredad. El centro del poema se troca en otro, y gracias a esas no materialidades tórnase parte del saber emocional que se manifiesta en el subconsciente y nos charla de un nivel diverso del cotidiano, ordinario y habitual de la vida del hombre. Entonces ya el concepto poema stricto sensu no alcanza para analizar el fenómeno. Es que en el espacio vacío, bien lo dice su nombre, no se escribe nada, no se lee nada, solo se percibe con los centros emocionales de conciencia, que son a los que va dirigido el Conocimiento. Estos espacios permiten dilucidar lo que no está escrito. Por esta razón es que en vez de estar bien informados más vale estar bien despiertos. Despiertos no bajo el concepto de vigilia al que nos vimos sometidos por la escolaridad. Despiertos en el sentido uitoto de la experiencia cognitiva de leer con los oídos el universo de las no palabras. Despierto en el sentido sufí, en el sentido zen. Ahora recuerdo los Hainteny. Harinirinjahana Rabarijaona afirma: «En lengua malgache, “hain” significa saber y “teny” significa palabra. Hainteny o hain-teny significaría, por tanto, “ciencia” o “conocimiento de la palabra”»; es decir, poema que debe ser compuesto a partir de un conocimiento profundo de las palabras. Esos poemas tan breves de origen malgache también están construidos con base en los espacios vacíos, «condensan en metáforas extraordinariamente densas y con juegos de palabras y de sonidos sumamente sofisticados, conceptos, sentimientos y efectos poéticos de gran complejidad fónica y semántica». Algo similar ocurre con los koanes: series de trampas para la razón que le dan los maestros zen a sus discípulos para que se despierten. Pienso que José Saramago se equivoca en el comentario crítico Bestias en un
Celedonio Orjuela y Alberto Rodríguez en la Casa de Poesía Silva. Foto: celedonio orjuela
hotel de paso al afirmar que “No hay espacios vacíos en la poesía de Jorge Boccanera”. Se equivoca ya que el poeta mide el tiempo en versos y entre verso y verso hay infinitas eternidades, quien pretenda rellenar esos espacios contando todo lo que pueda de la realidad no hará otra cosa que fragmentar la vivencia en miles de escenarios incomprensibles. Vuelvo a releer Las derrotas y me dirijo al frente de su casa. Le timbro a Alberto, parece que no está. Por los raros andamiajes de mi vida vienen sus dichos, lo traen de vuelta, regresa como el viento evaporado, como el evaporado viento que teje añoranzas en el aire. Los trazos de su juego lo vierten en los ojos como dibujado bajo la boina que también pensaba el furtivo urdir de la memoria. Se deslíe la mañana como las líneas de azur entre las hojas, me siento frente a su casa y nombro su rostro y nombro su tiempo. Su volátil trasegar me trae las imágenes que cuidaba adentro en los poemas. Ahora pasan estudiantes y busetas. Desde aquí observo la Biblioteca Nacional. Me siento en el andén a presentir los pasos de sus sueños. ULRIKA 54 |
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ALBERTO RODRÍGUEZ TOSCA
Casa de citas/Cita cazada
El prostíbulo de mi imaginación REPRODUCIMOS AQUÍ UN PAR DE TEXTOS ESCRITOS POR ALBERTO RODRÍGUEZ TOSCA CON MOTIVO DE LOS ANIVERSARIOS 20 Y 10 DEL CAFÉ-BAR-RESTAURANTE «CASA DE CITAS», AL QUE FUERA CERCANO EL POETA. EL 15 DE DICIEMBRE DE 2015 SE OFRECIÓ ALLÍ UNA SERENATA EN SU MEMORIA. Por Alberto Rodríguez Tosca
Mi primera reacción fue de súbita y ner viosa perplejidad: «Esta noche le toca leer en una Casa de Citas». Sucedió el 27 de septiembre de 1994, durante el III Encuentro de Poetas Hispanoamericanos de Bogotá. Y aunque sabía qué era una Casa de Citas, nunca había entrado a una (en Cuba no hay) y por lo tanto nunca había visto a una puta en mi vida. En libros sí, en películas sí, en pinturas sí, en las calles sí (en Cuba sí hay calles con putas), pero nunca en una Casa de Citas.
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Camino al «prostíbulo» de mi imaginación, pregunté a mis compañeros de viaje –colombianos y extranjeros– si eso era normal en Colombia y en sus respectivos países. Los extranjeros, entre expectantes y atónitos, respondieron que no; los colombianos, sin pensarlo dos veces, respondieron que sí. Cual vulgar Pantaleón, guiaba el guía a sus visitadores; los visitadores, poemas en mano, se aprestaban a descifrar el jeroglífico y a exorcizar la profecía. «Canonicemos a las putas. Santoral del sábado: Bety, Lola, Margot, vírgenes perpetuas, reconstruidas, mártires provisionales llenas de gracia, manantiales de generosidad», susurré yo, con Jaime Sabines, mientras llegábamos a la Casa-Tierra prometida y de nadie. Nada de Margot, nada de Lola, nada de Bety. Las mártires provisionales, las vírgenes perpetuas, se tradujeron de súbito al gran lenguaje de la generosidad, la bohemia, el juego, el chiste, la polémica y, sobre todo, a la magia de la buena conversación. Ese sábado, el sortilegio de las palabras nos dio liebre por gato y a una hora en punto de la noche reemplazó su santoral: dos pisos repletos de gente reunida para, entre otras cosas, escuchar poesía. Entre la música y el baile, el son y el jazz, la cerveza y el whisky, señoreaban las palabras, en la voz alta de los poetas o en la voz baja de los
PUBLIRREPORTAJE CASA DE CITAS
Los pianistas Chucho Valdés y Edy Martínez acompañados del poeta cubano Alberto Rodríguez Tosca. Casa de Citas, sede Javeriana, mayo de 1997. Foto: casa de citas
contertulios que, desde la complacencia de sus mesas, construían pirámides, cavaban catacumbas y hasta erigían Torres de Babel. A partir de esa noche de septiembre de 1994, Casa de Citas dejó de ser una Casa de Citas para convertirse en una casa, mi casa –con amorosas y familiares minúsculas escribo la palabra «casa»–, aunque no la visite con la frecuencia que quisiera. El «prostíbulo» de mi imaginación seguirá
siendo, veinte años después, el «prostíbulo» de mi imaginación, y de mi corazón, pero sobre todo el corazón y la imaginación de una casa en que he conocido a amigos, me he reencontrado con amigos, y en donde me han intoxicado para siempre las delicias de la música, el cariño, la compañía, el baile, la poesía, el silencio y la amistad. Carlos lo sabe, Lina lo intuye, Emiliano lo sabrá.
Palabras escritas por Alberto Rodríguez Tosca con ocasión de los 10 años de Casa de Citas. ULRIKA 54 |
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ALBERTO RODRÍGUEZ TOSCA
Poemas de Alberto Rodríguez Tosca [Artemisa, 1962-La Habana, 2015] Nada de lo que escribes es real lo que escribes te lo impone la página en blanco como penitencia de lúgubre profesor de geografía porque no sabes dónde desemboca el río Nicodemo en el mapamundi de su horror. No es real la porfía de tu mano por escalar abismos como si fueran cataratas en celo: nadie te está esperando al final de ese laberinto que tampoco existe. No son reales las trompetas que proclaman a la entrada del muro la aparición de una palabra tuya. Porque no es tuya la palabra y tampoco de quien la dejó abandonada en tu memoria para que la escribieras. Quien lo hizo, quienes lo hicieron, quienes lo hacen todavía, se desquitan contigo. No creas que estás solo en este trance de burlas y deslealtades en donde cada cual se defiende como puede. (No hay que aborrecer a los canallas... debes planear algo peor) Sin embargo no escribas, no te defiendas escribiendo, porque nada de lo que escribes es real y los fantasmas del papel suelen ser tan temibles como los canallas de la realidad que, por supuesto, tampoco son reales. Son más reales las tinieblas en donde se extravían cuando salen en busca de una canción para cantarse a sí mismos porque se sienten solos.
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Ninguna soledad justifica la escritura. Ninguna lluvia, águila o sol; barco ebrio a la deriva o puente que no se ve. Nada la justifica. Cuando escribes ya no estás más solo, cesa la lluvia, el águila funda nido en la luna, el barco en la bahía y el puente se hace visible para que lo desandes y puedas dar contigo... No das contigo porque escribes: clavas las uñas en la página para no derrumbarte y entras en la bruma con un farol prestado y ya no regresas. (Adiós) Una rosa no es una rosa no es una rosa no es... El jardín donde “no es” no es un jardín sino una cárcel. La cárcel donde puja por ser es un pliego de agua tendido sobre un tablero de ajedrez donde ahora mismo escribes una rosa no es una rosa no es una rosa no es... (¿«Escribir para no morir», Maurice Blanchot?) Nada de lo que escribes es real, ni siquiera la metáfora aquella que te salvó una vez de morir engullido por un tigre o (no recuerdas muy bien) devorado por un frontón de lava intercambiando ultrajes con las piernas de una mujer desnuda; ni aquel verbo que jamás escribiste por temor a que estallara la Tercera Guerra o se incendiara el mar. (Era posible entonces: ya no, ya no)
poemas de alberto rodríguez tosca
A qué horas te volviste coleccionista de cadáveres, a qué horas violador de tumbas ya violadas, desvergonzado a qué horas y a qué horas miembro de número de un coro hinchado por el ego de Dios y por su ego
Viéndolas llegar a la Universidad Cuántas de estas muchachas amanecieron hoy en brazos de otro, después de haber hecho el amor una y otra vez en el largo delirio de la infancia crecida.
(de Dios, del coro) idiota, idiota... Idiota a qué horas, dime, inofensivo y útil, como aquel niño que escribía palabras inocentes en la arena e ignoraba totalmente el arte de escribir. En escribir no hay arte, hay vértigo. Hay alucinación en lo que escribes y cuando irrumpe el arte con su mano de seda, entonces hay espasmo: colapsan los espejos y entran los cómicos ataviados con máscaras de antiguos cabalistas y hablan de la belleza y de la reina de Saba y de los manuscritos y de Gregorio de Nicea y de la apocatástasis, y hablan de ti en hebreo para que no lo entiendas porque saben que aún no estás listo para verle la cara a ese resplandor. Es real la página en blanco y ese resplandor, no la página en blanco y tu insistencia por transformarla en algo que no es, porque es campo baldío y engendra lilas de la tierra muerta y si no te apresuras a admitirlo corres el riesgo de ceder a su irresistible adulación de proxeneta tomando el sol en el techo del mundo y apuntalando con hieles en el índice la próxima línea que debes escribir.
Cuántas reventaron de fiebre esta mañana mientras yo convalecía de mí y me abrazaba a mis sudores como un náufrago se abraza a un tronco para soñar con una orilla. Con cuántas orillas y frutas y veranos soñaron estas muchachas hoy al final de la ruda faena. Yo las veo subir las escaleras de la Universidad y se me parte el alma. ¡Cómo envidio a ese otro que esta mañana deambuló en sus senos, se ahogó en sus labios y murió en sus caderas! Cuántas de estas muchachas imaginan que en la ciudad un hombre se muere por ellas y madruga sólo para verlas subir y deletrear con letras ciegas las habilidades de sus cuerpos desnudos contoneándose al ritmo del tic tac de un reloj. ¡Si supieran estas muchachas lo que vaga ese hombre al verlas pasar con el pelo aún mojado y la sonrisa del placer todavía desarmándose en sus bocas! Si lo supieran, dejarían de subir las escaleras y correrían a comprar una cuerda para llegar a su balcón y secarle esa lágrima que corre sólo por ellas que amanecieron hoy en brazos de otro haciendo el amor una y otra vez en el largo delirio de la infancia crecida.
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ALBERTO RODRÍGUEZ TOSCA
Toda la dicha está en una cabina de teléfono y toda la mugre y todo el desamparo. Ningún sitio mejor para iniciarse en el conocimiento de las grandes ausencias: aquí está el hombre solo y ni siquiera el otro lado es alguien. Yo soy el hombre solo y tú eres Dios y yo soy de nuevo el hombre. No hay diferencia entre tu palabra y la mía, salvo que nuestros interlocutores son sordos. No hay diferencia entre tu sordera y la mía, salvo que nuestros interlocutores hablan demasiado. Asoma tu nariz a la nube y di si me faltan motivos cuando gasto tiempo y monedas en vaciar en tu barba encrespada un poco de este horror. Señor, yo no creo en Ti, pero te pido que me defiendas esta noche de los dioses en los que creo. Míralos caminar entre los hombres disfrazados de hombres. Reconócelos por su seguridad: están seguros. Remontan calles, clubes, oficinas y los persigue la seguridad
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como una sombra. Y si llueve les sirve de paraguas y de pañuelo si hace sol. No necesitan tu perdón pues “saben lo que hacen”. No se dan cuenta de que los has abandonado y por eso no preguntan “¡Dios mío Dios mío!” No es por soberbia sino por ignorancia que no preguntan, Señor. La tierra sigue girando a tu pesar. Los tigres todavía respiran, se aluniza en la luna y el corazón de mi madre se rompió como cáscara de huevo el día más injusto de 1993. No te culpo por eso. Al fin y al cabo, alguna noche su hijo menor tenía que aprender a caminar herido y con los ojos abiertos por entre riscos untados de sangre, candilejas rebosantes de nieve y otros arduos caminos de tu divina creación. Infelices las multitudes que nunca han entrado a una cabina de teléfono. Pobrecitas Dios mío lo saben todo: se conocen ellas y me conocen a mí que soy el hombre y no me conozco. Pero no se preocupe, Señor: la ciudad no conoce a sus padres los hijos no conocen a sus hermanos los hermanos compran alcohol en los suburbios y se emborrachan con un niño demente que lo conoce todo y siempre está en silencio. Yo estoy más cerca de todo eso que los padres que los hijos que los
poemas de alberto rodríguez tosca
hermanos y hasta que el niño demente. Y me emborracho más y estoy más en silencio, sólo que ya es muy tarde para limpiar el buen nombre de esta sabiduría venida a menos. ¿Se comprende que hablo por mí, que no comprometo a nadie, que soy el hombre solo y tú eres Dios y que soy de nuevo el hombre, alzado sobre dos piernas y hablando por mí, luego de soportar durante tantos años que las palabras de otros me definieran?
refugiados en mí desde que me enamoré del olor de la sangre y aprendí a respirar sin tus pulmones) no haber crecido al ritmo de mi edad cuando mi edad crecía al ritmo de un meteorito perseguido por una mariposa insistir en inventarios de lo que nunca tuve o fui regresar cada mañana a la misma solitaria estación a ver pasar el tren (decirme adiós) y luego volver a casa acostarme en el suelo con una botella de vino entre las piernas y aguardar el rostro del desconocido en la ventana para señalarme en el reloj de arena los desmanes del día y la hora de morir.
Ni temprano ni tarde para nada ¡Ah si ser el hombre y Dios y ser de nuevo el hombre significara algo! Si estar aquí si hablar si resistir callado. Pero nada de eso significa. Perdemos el tiempo, Señor. Se me acabaron las monedas. Adiós.
Naufragios no haber podido pronunciar más de tres veces el nombre de esa mujer sin que descendiera de una nube su implacable dedo índice para culparme de su odiosa levedad temer a la multitud y a las alturas dormir hasta las once y despertarme con la nefasta sensación de haber perdido las uñas de las manos y el tiempo rodar como una roca por mis propias palabras y estrellarme contra un muro de gente hablar más de la cuenta y de lo que no conozco mentir sobre los dones que heredé (no heredé ningún don salvo el de una escritura que huye) tocar la puerta equivocada siempre abrir la puerta siempre a la hora equivocada soñar todas las noches el mismo sueño con los mismos monstruos (monstruos de la vida real espantajos
ya es domingo mi amor demasiado tarde para vivir demasiado temprano para morir qué hacemos ahora con este instante en que no es ni temprano ni tarde para nada qué hacemos dime conozco varias formas de agonizar (he agonizado en ellas) pero eso no salvará la incertidumbre de este día qué hacemos para calmar estas ansias de claridad en medio del hastío quizás soplar una mansa ventisca sobre la voz de los turpiales y aguardar su réplica de sabios eremitas quizás volver a caminar sobre las aguas para sentir la sedosa dentellada de los peces amaestrando nuestros pasos con sus torvos venenos quizás pintar la nieve con la sangre del cuervo que ayer graznó en la casa (nunca más nunca más nunca más graznará el cuervo) quizás rodar desasosiego abajo hasta tocar el fondo compartir migajas del pan ácimo (arrebatárselo al magnate y al mendigo) con el anciano ciego que a veces llora que a veces piensa que a veces se equivoca de hambre y engulle los fuegos los vientos las mareas quizás dinamitar un puente afilar un hacha contener un vómito reabrir una herida entregar esta canción y nuestras venas a una gran ampolleta de dietilamida de ácido lisérgico y... ULRIKA 54 |
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ALBERTO RODRÍGUEZ TOSCA
hasta quizás un beso pero qué hacemos dime ¿acaso como cada domingo cerrar la puerta cruzar los brazos y esperar en silencio la inminente sucia peligrosa indeseada aparición del lunes?
Todos los días lo mismo todos los días lo mismo levantarse tomar café bañarse vestirse salir a caminar lo mismo todos los días lunes martes miércoles la misma brutal resurrección después de una madrugada de muerte todos los días saludar beber comer besar a una mujer (desear la del prójimo) sentir envidia por el que sonrió jueves viernes sábado pagar cuentas comprar mitologías bajar la cabeza ante los reyes soñar con túneles hablar por hablar callar por no mentir domingo lunes martes despedir amigos masturbarse con rabia vender el alma al diablo negar asentir (no señor sí señor) redactar burdas lamentaciones que no conducen sino a todos los días lo mismo burlar las leyes acatarlas sortear deudas dudar durar reír llorar huir pedir perdón arrepentirse hojear la prensa arrepentirse escuchar la radio arrepentirse (se acaba el mundo) miércoles jueves viernes vagar como alma en pena por calles de otros tropezar en ellas con lánguidos transeúntes enceguecidos por la indiferencia del ser la inmortalidad del miedo y la rueda dentada de la repetición todos los días lo mismo todos los días lo mismo todos los días.
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la única esperanza es el próximo trago (a la manera de malcolm lowry) no el libro no el hombre no el crítico la única esperanza es tu cuerpo alado cayendo sobre el mío como un pájaro decapitado en pleno vuelo la única esperanza es otra vez tu cuerpo y otra vez la esperanza de reanimar la condición primera (la inocencia perdida la ignorancia ultrajada) no este inútil bregar con las palabras que ponen en peligro los días de tu vida las vidas de tu día no esta congoja de tímido agrimensor que surca el aire mientras escribe un verso no un verso es la única esperanza no la agónica resurrección del ave sobre la distraída ruina de los mitos no el mito de las ruinas no la llegada a un puerto o la salida a un campo (no una campana de algodón doblando a herido es la única esperanza) no el labio ansioso sino la risa enferma no el sueño traicionero sino el insomnio atroz no el beso sino el frío no el llanto sino el viento no el taller no la oficina sino el mar sino el bar (no el libro no el hombre no el crítico) la única la última esperanza es el próximo trago... y después el otro.
17 No me gusta tu rostro cuando hacemos el amor. Estás fingiendo. Yo sé que estás fingiendo. Yo también finjo a veces. (Todo poeta es un fingidor. De lo contrario no sería poeta.) Finjo, por ejemplo, ser bueno. Mis amigos lo creen y me quieren por eso. Soy Jano. Finjo estar triste y finjo ser feliz. Reparto mis dos caras entre el día y la noche como un camión de hiel y otro de miel que dejan sus mercancías a la hora justa en los almacenes de las lunáticas ciudades. Finjo ser tierno y sabio y buen amante y por eso de vez en
poemas de alberto rodríguez tosca
cuando las muchachas salen, hablan y se acuestan conmigo. Me agradan las mañanas con sol y finjo que las odio porque un poeta serio tiene que comulgar con las mañanas turbias. Detesto la ópera y finjo tener todos los discos de María Callas, Caruso, Kiri Te Kanewa y por supuesto varias versiones de La Traviata, Tosca, Aída y todo Donizetti y Verdi y Leoncavallo. Colecciono los libros de José Santos Chocano pero finjo que es malo porque los que juzgan aseguran que es malo. Finjo saber de todo un poco cuando en verdad sé muy poco de nada. Finjo ir a teatro no me gusta el teatro finjo ir a galerías me aburre la pintura finjo ir a conciertos me fatiga la música y hasta finjo que finjo este poema. Pero no importa. El caso es que no me gusta tu rostro cuando hacemos el amor. Porque estás fingiendo. Yo sé que estás fingiendo.
El extranjero Hoy me puse mis galas de extranjero para salir a caminar. Esta ciudad no es mía. La recorro sin prisa. Dejo que me recorra como lo haría la mano de una niña abandonada en una caja de cartón ante la puerta de un prostíbulo. La ciudad ignora que yo existo. Me escurro entre portales, columnas, puentes, autos, muros, gente. Soy un fantasma aferrado a su túnica como al último madero de un bosque a punto de zozobrar entre las ruinas de un suburbio en llamas. En cada esquina me aseguro de que aún llevo la isla en peso doblada en el bolsillo. Asechan los ladrones. Los asesinos cumplen su ronda alrededor de los ensueños del paseante solitario. Despiertan exhaustos los amantes al regreso de la dura faena. Si algo le pasara a la isla en peso que llevo en el bolsillo, la lluvia que ha empezado a caer quedaría congelada en el aire y tendríamos que abrirnos paso por entre espadas de hielo. Si algo le pasara (¡ah, Virgilio!) a la isla... Me resguardo en la barra de un bar del barrio La Concordia y pido una cerveza y un reloj. Busco el aturdimiento en el reloj y la hora exacta en la cerveza. Escribo este poema al dorso de la carta donde me advierten que debo seis meses de alquiler. ¿Será muy tarde ya para rendirle cuentas de las derrotas de anoche a
la noche de las derrotas de mañana? En la mesa contigua un hombre llora, otro habla con la sombra de un barco que navega desconsoladamente en la pared. Yo pago la cerveza y vuelvo a la intemperie de un mundo que gira a la velocidad de un lirio. Sí, esta ciudad no es mía, pero tampoco de quienes la heredaron. Es del alba, es del sueño, es de la noche. Por eso hoy todos nos pusimos las galas de extranjero para salir a caminar.
los nuevos mandamientos y otros pecados capitales haz del pecado de la ebriedad y la fornicación un santuario de ciega hechicería no lo cambies por nada hazlo deflagrar en tu cabeza como una pesadilla a punto de convertirse en sueño no te dejes desorientar por la retórica del orden (no hay orden no hay ley no hay brújula) no hay entre este mundo y el otro sino tu propio ardido corazón ardiendo siempre hallarás más respuestas en el clítoris de una puta que en los 33 tomos de la summa theologiae de santo tomás de aquino siempre hallarás más preguntas en los pezones de una colegiala que en el credo quia absurdum de quinto septimio florencio tertuliano y todos los padrecitos juntos y aunque siempre es invierno en el verano de los guardianes de las causas perdidas y aunque siempre es otoño en sus cabezas no renuncies al más natural de los peregrinajes comparte el cuerdo arrebato de los locos la arrebatada locura de los cuerdos no renuncies al miedo sé temeroso y grita sé indiferente y llora desobedece y vuelve a confiar en tus instintos de ser orgánico y crepuscular no huyas de tu antepasado vivo abjura de tu sobreviviente muerto escribe con las uñas en las alas de un pájaro las palabras que deberán surcar los mares y encontrarse contigo del otro lado del océano bebe come mata miente roba jura en vano sé iracundo lujurioso adúltero envidia las glorias de tu mejor ULRIKA 54 |
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ALBERTO RODRÍGUEZ TOSCA
amigo fornica desea con ganas a la mujer del prójimo y al final no te sientas arrepentido y huérfano no te sientas sucio y extraviado (no te sientas piensa mira) hay un camino que conduce a la piedra rústica que es la filosofal que es la piedra en el bolsillo la cabeza y el zapato la misma piedra con la que tropezamos todos los días todos los días todos los días de regreso a casa.
Desayunos es sábado me despierto a las seis ya huele a desayuno por las rendijas de la ventana se filtra un aire negro que carga otros hedores pronto vendrán por mí los funcionarios de inmigración y todavía no decido dónde guardar tu foto me pregunto qué estará haciendo ahora mi padre allá en la isla seguramente duerme o sueña o se prepara para morir tan solo como lo dejé hace siete años acompañado de una soledad que ya lo acompañaba la radio es una ametralladora de malas noticias los periódicos otra y me pregunto qué habrá desayunado hoy el señor presidente hace frío a las seis y me despierto imaginando cosas cocodrilos que cantan serpientes que agonizan mujeres que huyen de mí como de un temblor o una epidemia ¡no huyan! les grito pero del otro lado una voz hermosa como gemido de sándalo les ordena correr desvanecerse entre la bruma para que yo no pueda retenerlas (no las retengo) a esta hora las prostitutas se retiran a dormir trabajaron con ganas les pegaron con ganas pero llegaron a la pieza con lo del desayuno huele a desayuno a las seis y me pregunto qué habrá desayunado hoy el capitán de corbeta y su señora buenos días mundo buenos días aguja de coser entra en mis ojos y hazme portador de una 30
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ceguera amable (ya vi lo suficiente gracias) si hay un jardín de las delicias no es mi jardín si hay una felicidad no es mía (perdonen la tristeza sucede cada tanto a las seis) me sirvo el primer trago mi desayuno que sabrá amargo como resina de eucalipto el próximo sabrá a sudores tuyos ahora confundidos con sudores de otro bajo qué sábanas te estarás despertando esta mañana amor mío.
aire griego vete con él amiga él te necesita más que yo dúdalo un segundo y vete déjame solo con mi pequeña maleta de cuero y el cincel con que habré de socavar el aire enfadado y descalzo el aire me dirá (te juro) todo lo que debo saber el aire es sabio el aire es griego (créeme) lo descubrí una mañana en que volvía del ágora y anaximandro me invitó a una copa el aire (dijo) el aire es el principio y el centro y el fin y es la rubia cabellera de la hermana de dios batiendo sobre el mundo como las aspas enloquecidas de un molino no enloquece sólo quien se sirve del aire y yo me sirvo amiga lo zahiero desde el borde de una rabia inspirada y dejo que roce mi esqueleto con su cofia de antiguas mieles heridas tengo miedo es cierto el aire es sabio y griego pero también es arduo y estricto con sus leyes no temas tú no temas vete con él y si algún día decides regresar no me busques no en el mismo sillón pues habré salido de viaje.
no te mates (a la manera de carlos drummond de andrade) «no te mates alberto no te mates» dijo la voz que antes susurró en los oídos de un tal carlos «calma el amor es eso que estás viendo hoy se besa mañana no pasado mañana será domingo y nadie sabe
poemas de alberto rodríguez tosca
qué sucederá el lunes» dijo la voz y el pez volvió a dormirse se rompió el florero y una mujer se arrodilló ante mi indefensa cremallera «no te mates alberto» dijo y me dio un beso entonces no me mato sobrevivo a la tarde de este viernes sin sol y vuelvo a mi escondite como un hábil ladrón que se ha robado un huevo (me robé un huevo le mordí los pezones a una diosa y me negué tres veces antes que los gallos del alba me negaran) elijo una cimitarra al azar y reto a duelo a un niño él me deja ganar yo lo dejo mentir él me deja morir yo lo dejo matar «no te mates alberto no te mates inútil insistir» volvió a decir la voz y ya no insisto no rebajo mi angustia a un lloriqueo no elevo mi tristeza a un desamparo busco tus ojos en las calles de ayer y le duelo al dolor (a mí el dolor me duele) no sé qué hacer con este día dónde poner sus horas cómo desviar hacia otra mortal oscuridad la intimidante voz la voz ¡vuelve la voz! ¡la noche! «la noche pasó en ti y las frustraciones sublimándose allí dentro un barullo inefable rezos vitrolas santos que se persignan anuncios del mejor jabón barullo que nadie sabe de qué para qué» no te mates carlos no te mates alberto ustedes son «tú eres la palmera tú eres el grito que nadie escuchó en el teatro y las luces se apagan».
27 Tendrías que vivir en mi cuerpo para entender sus noches. Tendrías que morir en mi alma para urdir sus mañanas. Son tercos cuerpo y alma y ocultan sus vastos horizontes detrás de mis temblores. Sabotean cada paso que das para acercarte. No te acerques. Quédate donde estás, mirando al cielo. Si de una nube se descuelga una palma y de sus bordes gotea la imagen de un relámpago abrazada con desesperación a la posibilidad de un trueno, ésa será la constatación de que estoy vivo y te elijo entre todas las que ayer pretendieron salvarme del abismo que hoy te salva de mí. No me doliera
tanto este dolor si no te acompañara por acompañarme. Pero no me acompaño, amor. También me dejo solo, tirado por ahí, como una piel de víbora abandonada antes de hora en un potrero. Y el potrero soy yo. Y mi cuerpo y mi alma y a los tres les temo. No insistas. Aún estás a tiempo de huir hacia el próximo llamado de otro cuerpo, aunque no sé si hacia los inevitables cortejos de otra alma. La mía te requiere, aunque ahora mismo te esté diciendo adiós con un collar de fuego en la cabeza.
28 Con qué sutiles distracciones nos derrota el tiempo. Qué triquiñuelas arma para dejarnos sin caminos, para llenarnos de caminos. Abruma la certeza de sus pasos, desconcierta el aspaviento de sus vivas. Fuente de todo augurio y toda desazón, el tiempo urde las trampas, nosotros caemos en ellas. Nos estrellamos contra el mundo y celebramos junto al fuego como bestias hipnotizadas por el dedo de un dios destituido por Dios que goza con el frágil candor de la distraída Criatura. No volveré al camino. Lo esquivaré como se esquiva un perro con rabia o a una mujer traidora. A campo traviesa encontraré una piedra y sobre ella proferiré mi grito de rencor para que sólo lo escuche la lombriz que desde el fango conversa con la luna y no le hace tanto duelo a su dolor. Quiero recuperar el tiempo perdido, restituir el tiempo ganado, quedarme temporalmente sin tiempo. Prófugo del tiempo y de mí, hasta que cese la algarabía de unas manos ajenas huyendo de la tierra con mis manos. Me declaro en huelga de tiempo. Interrumpo los latidos del corazón con una diadema de espinas. Me niego a hacerle el juego a este desordenado festín de soledades que tan altivamente nos prepara para la muerte súbita. Me volveré a morir, pero sin muerte. Me volveré a quejar, pero sin miedo.
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Presentamos aquí tres semblanzas de nuestro emblemático Jotamario Arbeláez, escritas por los poetas Margarito Cuéllar, José Ángel Leyva y Guillermo Molina Morales, para celebrar el premio Premio Internacional de Poesía Ramón López Velarde 2015, en reconocimiento a su obra, que le fue concedido el presente mes de diciembre en México.
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GUILLERMO MOLINA MORALES
La Jota de Mario Por Guillermo Molina Morales ¿De parte de cuál de mis antepasados me pondré contra cuáles?
A Mario lo conocemos. Mario viene de Santa Librada. Pero no de Santa Librada College, «laberinto // en tu piscina / me bañé desnudo / como un ángel». Mario viene de Santa Librada, virgen inmisericorde que para mantener la pureza se hizo crecer el vello y la barba. Mario es Santa Librada, su barba lo demuestra. Es patrón de las malcasadas, a quienes ofrece su cálido consuelo. Patrón de las malas estudiantes, de las malas compañías y las poetas malas. Cuenta la Legenda aurea que Mario ejercía su labor patronal «en un barrio obrero, en una casa vieja, en pantuflas». Era un tiempo en que «corría mucha sangre y mucho sancocho de gallina». Su célebre metamorfosis, de virgen a barbudo, no había pasado desapercibida para el profeta de aquel tiempo, Gonzalo Arango. Una noche, el profeta le visitó, exaltado, le hablaba sobre «el suicido eléctrico del pensamiento», sobre «el asombro de una flor teñida de púrpura», y sobre ir a tomar unas polas, parce, que yo invito. El resto ya es historia patria, y una entrada en la Wikipedia. Lo llaman «corriente vanguardista», «versión latina del existencialismo», «oposición literaria y filosófica». Sus protagonistas lo definen con un «qué buena estuvo esa vaina». A Mario lo siguen reverenciando en las antologías, los festivales y las cantinas. Hace poco le dieron el premio Ramón López Velarde, por ser «una de las más originales propuestas poéticas contemporáneamente escritas». A Mario, que ya había perdido la cuenta de sus infortunios. Las «señoras aseñoradas» aplauden la iniciativa, prenden velas de esperma en su nombre y ofrecen a sus nietas en muselinas de organdí.
Jota es otro cuento. Jota no es José. No es Jacinto, no es Jonás, ni tampoco Jeremías. Jota es lo que esconde una letra, y luego cuatro que son la misma. A Jota le mamaron gallo, como a Santa Librada. Querían casarlo con un pretendiente horrible, la poesía. Lo cuenta en sus memorias en verso, «Poeta de salón», de niño declamaba a la madre, a la patria, a la madre patria, a la luna. «Ya del Oriente en el confín profundo / La luna aparta el nebuloso velo». Y, claro, detestó la poesía. Su estrategia, como la de Santa Librada, fue hacerle crecer los pelos y las uñas. Y así la salvó, la salvaste. Con «la frescura de tu pobreza», con «el arrebato, la irreflexión y la impaciencia», con los «amigos de la risa en la espuma del sifón», con la desmesura, el juego. «Salvación para los salvajes», para la poesía, en un país donde los versificadores escriben con guantes y corbata. Escribiste sobre el culo («lujoso lulo para la lujuria»), la vulva («creadora de enervamiento»), sobre la reina de los inadaptados («entre los espejos y el espejismo / del amor»), sobre la alegría del fracaso, sobre señores mendigos y «señoras aseñoradas, llenas de remiendos y sin ninguna puntada». Escribiste sobre nosotros, todos nosotros, al fin y al cabo. Por eso, Jota, más allá de tu leyenda y de los premios, queremos darte las gracias por tu gracia al escribir versos, por hacer de la poesía algo más real y humano. Y divertido. Porque el juego y la risa revelan más verdades que las sombras y simas de los poetas de la ceniza. Gracias por devolver la vida a la poesía. Porque así, con uñas y pelos, y «esa pasión malsana por los sifones», es que podemos, de nuevo, amarla. ULRIKA 54 |
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jotamario arbeláez
Jotamario Arbeláez,
la fe nadaísta Por José Ángel Leyva
Nativo de Cali, hijo de sastre, heredero directo y albacea del nadaísmo concebido por Gonzalo Arango, Jotamario es aún creyente de la irreverencia y el doble sentido, según su coetáneo y camarada Jaime Jaramillo Escobar, o X-504 –autor de un utilísimo Método rápido y fácil para ser poeta, en dos tomos, además de una obra reconocida en su Antioquia natal y Colombia entera–. En su poema «Jotamario de Cali» lo describe: «Entre los nadaístas, Jotamario es el cuento de nunca acabar. / Gonzalo Arango lo quería más que a sus mujeres, / Y mucho más que a sí mismo, pues varias veces arriesgó su vida por la de él, / Y pasó muchas noches escribiéndole sus mejores cartas / Con ese amor que Gonzalo tuvo por sus amigos, por lo cual ellos le amaron asimismo. / Más que a sus mujeres y sus amantes y que a su patria, / Porque la patria son nuestros amigos –no son unas piedras–.» Jotamario Arbeláez y Jaime Jaramillo Escobar «X-504», Medellín, mayo de 1990. Foto: beatriz múnera, cortesía de juan carlos vélez escobar, tomada de internet: gonzaloarango. com
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Cuando María Mercedes Carranza llamó a los poetas locales y foráneos a su oficina para que compartieran un whisky previo a mi lectura en la Casa de Poesía Silva, anunció: «El poeta Jotamario Arbeláez». En el quicio de la puerta aparecía un hombre de barba recortada, gorra marinera y abrigo de capitán de barco. Sonriente hasta las orejas hizo un saludo general a los presentes y a mí me propinaba tremendo abrazo como si nos hubiésemos dejado de ver por mucho tiempo, pero era la primera vez que nos identificábamos: «Hermano, hermanito, no sabes el gusto que me causa este encuentro. Queeeé verraquera, hermano. Alforja es la heredera del Coño Emplumado, así bautizamos acá al Corno, y qué me dices de Pájaro Cascabel. Nooo, hermano, qué maravilla tenerte en Bogotá. Veo a Sergio Mondragón y Margaret Randall, a Thelma y a Efraín Huerta. Bienvenido a esta que es tu tierra.» Se sentó en la primera fila muy atento para escuchar la lectura de poemas; desde la mesa no pude evitar un juicio: sus botas lilas desentonaban con el atuendo marinero. Después de ese saludo en el 2002, apareció en México su primer libro, Paños menores, publicado por Alforja (2006) y premiado en la Venezuela de Hugo Chávez con el Internacional de Poesía Víctor Valera Mora en el 2008, dotado de cien mil dólares. Por supuesto, las reacciones en su país no fueron menores que los paños y
JOSé ÁNGEL LEYVA
hubo quienes intentaron revocar el dictamen. El fallo fue inapelable. Alguna vez en la Feria Internacional del Libro de Bogotá, Nicolás Suescún, poeta y traductor de grandes autores de las lenguas francesa e inglesa, en una presentación de Alforja dedicada a la poesía colombiana, en la que Henry Luque Muñoz y Margarito Cuéllar fueron los artífices, comenzó elogiando la fidelidad de Jotamario al nadaísmo y recordaba los tiempos en que el de Cali vivía modestamente y asumía actitudes radicales y contestarias, escandalosas. Para Suescún, el Jotamario de los nuevos tiempos era un señor con un lindo y espacioso departamento y una biblioteca envidiable, que había cambiado el escándalo por los obsequios de la publicidad. No obstante, fiel a la descripción de X-504, goza picando crestas con su buena fortuna y su estatus de pequeño burgués, con sus notas periodísticas plenas de humor y buena prosa en las que se burla de unos y de otros, pero sobre todo se comporta como un camaján (especie de pachuco o pandillero) de la crónica y va y viene en sus historias personales, sus opiniones y sus aventuras eróticas que fecha por prudencia en el distante pasado, pero con orgullo presente. Gonzalo Arango publicó su manifiesto nadaísta en 1958 y comenzó a reclutar jóvenes para su causa entre Cali y Medellín con la idea de que el movimiento representaba «un estado del espíritu revolucionario que excede toda clase de previsiones y posibilidades». Colombia no podía quedar al margen del espíritu que embriagaba a los jóvenes de los años sesenta con la Revolución Cubana de por medio, la generación beat, el jipismo y otros movimientos vanguardistas que brotaron en América Latina como El Techo de la Ballena en Venezuela o los Tzántzicos (reductores de cabeza) en Ecuador, Los Brujos de Buenos Aires, y las revistas mexicanas El Corno
Portada de la revista Alforja xviii, de otoño de 2001, dedicada a la «Nueva poesía colombiana» .
Emplumado y Pájaro Cascabel, además del ya extinto grupo La Espiga Amotinada. Jotamario evoca a su maestro como un Enviado, una persona con poderes sobrenaturales. «Su mirada era incandescente y su voz cautivadora al hacer sus prédicas al margen de una lógica cartesiana. Sus conferencias eran tan convincentes en sus críticas contra la burguesía que los ricachos nos invitaban a sus casas y nos ofrecían licores, nos permitían fumar marihuana y coquetear con sus mujeres y sus hijas. La izquierda ortodoxa nos criticaba y afirmaba que éramos los bufones de la burguesía. Gonzalo no quería cambiar el mundo, deseaba terminar de desintegrarlo. Lo que más irritaba a la sociedad antioqueña era nuestra negación de Dios y del trabajo. Jotamario Arbeláez y Gonzalo Arango, 1969. Foto: tomada de internet: gonzaloarango. com
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jotamario arbeláez
Eduardo Escobar, Jotamario Arbeláez y Elmo Valencia en El Café de los Poetas, 1976. Foto: tomada de internet: gonzaloarango. com
Pero no tanto el ateísmo como el llamado a la holganza, porque allí, en la meca industrial de Colombia, el trabajo es religión.» En su visita a México en el 2012, en la Feria del Libro de Monterrey y Poetas del Mundo Latino, se declaró devoto de la Virgen de Guadalupe, visitó la Basílica y llevó consigo imágenes del símbolo más venerado por los mexicanos. Luego publicó una crónica en la que da fe del milagro concedido por la Virgen de salvar a su hermana de un cáncer terminal. Este custodio del nadaísmo contaba en Monterrey que al escribir el prólogo al libro Oleajes de la sangre –cartas de Gonzalo Arango a su madre y a sus dos hermanas monjas– el autor trataba de tranquilizar a su familia afirmando
Portada de la revista Nadaísmo 70, No. 8, 1971. 36
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que el nadaísmo era un azote contra los escribas y fariseos de la Iglesia, falsa oficina de Cristo en la tierra. «Este nuevo Evangelio de la oscuridad pretendía desmoronar la falsa moral y la hipocresía.» Por eso se hacía llamar a sí mismo profeta y monjes a sus colegas y discípulos. En el fondo de esas cartas, afirma Jotamario, hay una larva religiosa alimentada por un espíritu crístico. Quizás por ello abdicó del nadaísmo en 1971, luego de conocer a su segunda mujer, Ángela Mary Hickie, Angelita, de origen inglés –la primera fue una gringa que tenía un instituto de enseñanza de inglés y era poeta, a la que llamaba Rosa Girasol, Rosemary Smith, con quien vivió unos 12 años–, afirmando que el nadaísmo había sido un error, un camino equivocado que conducía a los jóvenes por el desfiladero. Los nadaístas se quedaron literalmente colgados de la brocha sin su profeta cuando intentaban ese mismo año, en la capital del país, darle vida a la revista Nadaísmo 70. Días antes de morir su líder, en 1976, los nadaístas se reunieron por casualidad en Bogotá. Fue una tertulia de reconciliación, estuvieron presentes Amílcar Osorio –quien acaba de regresar de Estados Unidos y había mantenido con Arango una
JOSé ÁNGEL LEYVA
Aspecto de la concesión del Premio Internacional de Poesía Ramón López Velarde a Jotamario Arbeláez, diciembre de 2015, Universidad de Zacatecas. A la derecha en la foto, el poeta José Ángel Leyva, autor de esta nota. Foto: tomada de internet
larga desavenencia–, Eduardo Escobar, Jaime Jaramillo, Elmo Valencia, Darío Lemos, Arango y Angelita. Antes de separarse, Jotamario le pidió autorización a Gonzalo para publicar, como prontuario del aniversario luctuoso de su padre, una carta de despedida que éste le había enviado a su progenitor y él había depositado en el ataúd, pero aún conservaba para sí una copia. El 25 de septiembre del mismo año, cuando se celebraba en Cali la misa en memoria de su padre, llegó agitado a la iglesia un tío para darle la noticia que había escuchado en el taxi. «Ay, mijo, qué pena, su amigo Gonzalo Arango acababa de morir en la carretera a Tunja.» En medio del dolor, Jotamario recordó que le había suplicado al viejo sastre, en su lecho de agonía, que dentro de un año exacto le hiciera una señal desde el más allá. La respuesta fue que no jodiera con vainas espiritistas porque podía perturbar su reposo. Pero el chico nadaísta insistió en su demanda. De inmediato entendió que la muerte de Gonzalo Arango, en la que no hubo un golpe sólido, apenas un impacto de aire en la cabeza, era la señal paterna o de un espíritu colérico. Ya antes, otra casualidad fatídica le había causado desasosiego. En 1960, los nadaístas cometieron el sacrilegio de entrar a una iglesia para escupir en el cáliz y pisar las hostias. Tiempo después, a Darío
Lemos le fue amputado un pie. Jotamario preguntó al mutilado anticristo si la gangrena había surgido en la misma extremidad que aplastó la oblea. Lemos contestó: «Sí, pero ¿es tan infeccioso lo sagrado?» Con tantas señales divinas, Jotamario se declara ya un poco menos ateo, nadaísta y guadalupano. Los versos de Jaramillo Escobar lo reafirman: Con un sombrero de judío errante y unas botas largas de mujer Atravesó los peores inviernos de la capital y con los mismos el verano, Pero siempre él mismo en verano y en invierno. Violento hasta el delito y tierno hasta las lágrimas, Sobrio o borracho está siempre ebrio de todo, Y gira a la velocidad de los planetas Que parecen dormidos como un trompo hasta que de pronto cabecean. Ingenioso y brillante, inteligente y ruidoso, siempre en contravía, También la Tierra ha chocado con él como cuando le arrebató a María de las Estrellas, Pero Jotamario: «Esa puta Tierra me las pagará, Yo soy Jotamario». ULRIKA 54 |
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jotamario arbeláez
Saludo mexicano a
Jotamario Arbeláez Por Margarito Cuéllar
Cuando José de Jesús Sampedro me hizo la invitación para hacer la presentación del poeta colombiano, a propósito de la entrega del Premio Internacional de Poesía Ramón López Velarde, no dudé en declinar un compromiso en un festival de cine que en estas fechas se realiza en Bogotá. Los organizadores del festival de cine me querían ahorcar, pero siento que es tanta mi deuda con la poesía colombiana que no podía perder la oportunidad de estar presente en la ceremonia de premiación de un cofundador del nadaísmo. Desde que conocí al poeta Jotamario Arbeláez en el verano de 1999, gracias a las virtudes de María Mercedes Carranza para congregar a propios y extraños en la Casa de Poesía Silva, no deja de sorprenderme su vitalidad, su sentido del humor –que puede ir desde la ironía más fina al escarnio–, su capacidad para traducir la vida en versos, y su aire de joven aguafiestas de todo lo que 38
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tenga que ver con la solemnidad. Entonces la Casa Silva era un espacio único en Latinoamérica para el goce de la poesía y Jotamario iba por las calles de Bogotá glorificado por sus amigos, leído por sus lectores y minimizado por sus enemigos. Y a propósito de enemigos, dice el poeta: «Enemigos no tengo. Ellos me tienen a mí. Soy tan mal enemigo que ni siquiera siento su odio. Que podría ser desastroso, si les funcionaran sus tretas por desprestigiarme. Cuando el enemigo no es lo suficientemente fuerte –así sea un rufián– uno se hace indestructible. Ya han muerto varios solitos, víctimas de su propio veneno.» Tanto los disparos como los discursos de paz se oían cerca, pues las Farc estaban a 200 kilómetros de Bogotá y el gobierno de Andrés Pastrana había cedido un amplio territorio de distensión para los diálogos por la paz. Menciono esto porque Colombia vive ahora un proceso similar, quizás más avanzado que aquel, y porque el poeta Jotamario Arbeláez no es ajeno al tema ni México como país tampoco.
MARGARITO CUÉLLAR
Jotamario recibe el Premio Internacional de Poesía ramón López Velarde, otorgado por la Universidad Autónoma de Zacatecas, justo cuando el movimiento al que se suma siendo un mozuelo, el nadaísmo, cumple 55 años. Edad suficiente para ser juzgado por la historia, aunque los juicios sobre el nadaísmo, tanto los lapidarios como los que le hacen justicia, se han manifestado desde los orígenes. «Si el nadaísmo fuera algo bueno, ya lo habrían inventado en mi tiempo», decía la abuela de Jotamario. Para los profesores del colegio en el que el poeta estudiaba, Santa Librada College, el nadaísmo era «una cosa abominable». Sin embargo, había quienes, tomando a Jotamario como médium, le soplaban al oído: «Vamos a hacer el mayor escándalo en la historia de este país. No lo dudes un solo instante. Te lo dice San Nicolás Tolentino.» De esta manera empieza el terrorismo verbal constituido con lo mejor del dadaísmo y el surrealismo y lo peor del existencialismo de Jean Paul Sartre, según cuenta el propio Jotamario en el libro Nada es para siempre, memorias de un nadaísta (Aguilar, 2002). Así presentó Gonzalo Arango, fundador del nadaísmo, a Jotamario en los rituales de iniciación: Les presento a Jotamario, no un poeta cualquiera, sino el más joven gigoló de la poesía colombiana, 20 años, hijo legítimo de don Jesús Arbeláez, sastre de Cali, con un humilde taller que funciona en la sala de recibo de su residencia en un barrio obrero, donde se dedica a la pequeña industria para sostener a su innumerable familia, de la cual Jotamario es el hijo mayor, y la mayor deshonra por su rara manera de existir, y por dedicarse a actividades tan sospechosas e improductivas como ésta de la poesía […] Jotamario es el mal ejemplo para sus hermanitos y el escándalo para los vecinos del barrio que a veces lo ven como un sonámbulo que viniera de habitar la metempsicosis, con su detonante borrachera, la mirada iracunda, el alma pintada de rouge, y su estrella negra de elegido, símbolo de la enfermedad que padece, enfermedad mortal y divina como la peste.
«Nada», según los precursores del movimiento, es cualquier enunciado fuera la razón. Es decir, la no razón o la irracionalidad. Una Nada indeterminada
que se expresa. Nadaísta es quien rompe con el pensamiento y el tiempo, es decir, con la razón y la temporalidad, le da un portazo rotundo a la sumisión y rechaza a la sociedad de consumo y la propaganda. De acuerdo con Brahiman Saganogo, del Centro de Investigaciones Filológicas de la Universidad de Guadalajara, la estética nadaísta se caracterizaba básicamente no sólo por la implantación del caos, sino también por la violencia de las imágenes, la espontaneidad en la creación de las mismas y un alto sentido lúdico. Los manifiestos del nadaísmo no eran menos desparpajados que otros de las vanguardias latinoamericanas: He venido a cambiar misterio por aguardiente, poemas libres por amor libre, aventuras maravillosas por cigarrillos extranjeros, he venido en fin, para nada, o para cambiar la razón de mi vida por cualquier locura […] Declaramos la guerra a muerte al poder de vuestras máquinas, vuestras armas, vuestras constituciones, vuestras chequeras, vuestras razones de estado, vuestros verdugos, hasta hundir en los infiernos el arca monstruosa de la civilización con todos sus crímenes tecnológicos y pecados capitalistas, vamos a destruir con alegría lo que nos impide vivir con honradez […]
Otro nadaísta, Armando Romero, afirma que «el nadaísmo es una respuesta violenta a la violencia, la cual en 1948 se había desatado por todo el país debido al asesinato en pleno centro de Bogotá del líder liberal-socialista Jorge Eliecer Gaitán». Jotamario es uno de esos personajes que siempre están en la punta del grito, pero que no desmayan en su empeño por hacer de la poesía un canto de paz y un alerta de guerra. Lo recuerdo leyendo su poema «Un día después de la guerra» en una plaza pública de Chía. El público le aplaudía como a un profeta en su tierra. Cómo olvidar los altos y fraternales momentos compartidos con amigos, y sobre todo amigas, comunes, tanto en México como en Colombia. Cómo no decir que en su país los mexicanos nos sentimos mejor que en casa y que el tono rufianesco de sus poemas, tanto los de juventud como los de ahora, su destello crítico, su entorno autobiográfico, la fluidez de su palabra y el tono lúdico de sus textos me marcaron para ULRIKA 54 |
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Jotamario salió de Cali al mundo para desanudar el nudo de la corbata de la poesía y dejar la voz del poema en el puro hueso, pero con sustancia nadaísta, es decir, con un efecto más allá de lo sonoro. siempre. Sus poemas son a veces como el hierro que se les ponía antes a los caballos o como un tatuaje; uno va por la vida repitiéndolos o leyéndoselos a las muchachas, porque esa costumbre de alumbrar los caminos de la vida con versos de los amigos es sumamente efectiva. Que lo diga el poeta Jotamario, de verbo ágil y actuar semejante. Cuando escuché, hace un par de años, a un rapero colombiano ganarse el pan del día improvisando con el nombre de Jotamario en un bus de Bogotá, reafirmé que Jotamario salió de Cali al mundo para desanudar el nudo de la corbata de la poesía y dejar la voz del poema en el puro hueso, pero con sustancia nadaísta, es decir, con un efecto más allá de lo sonoro. De tal forma que el Premio Internacional de Poesía Ramón López Velarde nos corresponde un poco a sus amigos, sin otro mérito que ese, el de ser sus amigos, pero sobre todo al poeta que ha mantenido en vilo el nombre del nadaísmo y de la poesía colombiana, pese a los vendavales, a las lenguas viperinas y al tiempo, que siempre nos vuelve a una realidad en la
Jotamario en 1964, al pie de su casa en el barrio Obrero. 40
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que la poesía, aunque no nos salve, nos permite levitar por el mundo. Dice el poeta Jotamario: Antes de su muerte, Gonzalo Arango me dejaba instalado en el reino de la publicidad, en el que no era que creyera de a mucho, de la mano de Gonzalo Meza y de Álvaro Arango, bendito. Ante una circunstancia tal que rebasa lo razonable, debo declarar que la poesía y las artes bien pueden derrumbar las hipotéticas fronteras e ir de la mano con la publicidad, convertida para ellas en generosa benefactora. Oí al poeta Álvaro Mutis declarar que encuentra más poesía en algunos textos publicitarios que en los libros de sus falsos y oprobiosos colegas. A William Ospina y a mí nos trataron de desalojar del Olimpo con las cárdenas y aparentemente agraviantes acusaciones de que éramos publipoetas. Hasta Gabo hizo eslóganes ante el reclamar de la vida. La radiante obra de Fernando del Paso, Palinuro de México, es una apoteósica descripción de ese círculo dantesco que es la publicidad. El protagonista de la más alta obra de la literatura moderna es un publicista. Y casi todo poeta es copy ad honórem del peor cliente, él mismo.
Cito este párrafo por varias razones, entre otras porque menciona a Fernando del Paso, y porque cuando empecé a redactar estas notas estaba en Guadalajara, donde se recibió con júbilo la noticia del
MARGARITO CUÉLLAR
premio Cervantes para el autor de Palinuro de México y Noticias del imperio. Desde el frío de Zacatecas, nada que no se aligere con un poco de mezcal, la poesía de Jotamario irá por los callejones como un mensaje que nos lleva a pensar que si bien los tiempos que vivimos no son los mejores, si son al menos los más divertidos y que obras poéticas como la suya aligeran la carga. Larga vida a la poesía de Jotamario Arbeláez, la cual desde El profeta en su casa (1966), Mi reino por este mundo (1981) y El espíritu erótico (1990) a La casa de la memoria (1986) y Paños menores (2009) se mantiene en pie y va por ahí como un cometa rebelde quitándole la solemnidad al canto de la tribu. Sergio Mondragón –quien a través de la revista El Corno Emplumado fue de los primeros poetas mexicanos en establecer contacto con Jotamario y los nadaístas– ha dicho que el movimiento dejó varios nombres de poetas y poemas memorables, entre estos una pequeña obra maestra de las letras hispanoamericanas: el poema «Los inadaptados no te olvidamos, Marylyn», de Jotamario Arbeláez, pieza de escaso medio centenar de versos y versículos apasionados
en los que se entrelazan el amor, el dolor, la indignación y la denuncia, y que se encuentran emparentados en este sentido con el poema emblemático de la nueva poesía hispanoamericana que es «El canto roto» de Octavio Paz y «Kaddish», canto fúnebre de Allen Ginsberg […]
Hago mías las palabras de Armando Romero en el sentido de que «gracias a Jotamario, quien heredó tanto la valentía como la imaginación de Gonzalo Arango para mantener vivo el aliento nadaísta, el nadaísmo es el movimiento de carácter intelectual surgido en América Latina que más se ha prolongado en el tiempo.» «¿Para qué diablos sirve escribir poesía?», le pregunté un día a Jotamario: «Para espantar al diablo, para empezar. Para pedirle cuentas a Dios por habernos hecho apenas a su imagen y semejanza. Para divinizar la existencia. Para tomar el sol con un libro de poesías sobre la cabeza. Para que al dar un beso se vuelva una galaxia el cuerpo besado. Para impedir que se reparta el pan de la matanza de cada día», contestó.
De izquierda a derecha, los poetas Margarito Cuéllar, Jotamario Arbeláez, José Ángel Leyva y Víctor Gaviria, durante la inauguración del 23 Festival Internacional de Poesía de Bogotá, 2015. Foto: Óscar pinto siabatto
Guadalajara, Jalisco, noviembre 29Monterrey, Nuevo León, diciembre 2 de 2015
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Poemas de Jotamario Arbeláez [Cali, 1940] Manicero Esta noche no voy a poder dormir Sin comerme un cucurucho de maní.
Versión de Antonio Machín
A los 10 años de vida decidí empezar a ganármela, dado que el magro sueldo de mi papá en la sastrería de don Jacobo, en el Pasaje Zamoraco, al lado de la academia de mecanografía de Remington Rand, tur tur tur tur, apenas si daba para los gastos de la casa de la carrera cuarta, arriendo, mercado, ropa, agua, luz y cuadernos, por suerte compartidos con «Picuenigua», el esposo de la tía Adelfa, detective secreto a pesar de ser liberal, quien fungía de repartidor en su camioneta de leche Klim en polvo y de Nescafé. Con serrucho y martillo, adquiridos a la brava dos años atrás, cuando el 9 de abril, en la ferretería Torres y Torres, más tres tablas de una cama desbaratada y una tira de cuero de atar al perro, y siguiendo las instrucciones básicas de un manual de carpintería para infantes, construí mi cajuela de vendedor de golosinas en el teatro San Nicolás, recomendado por don Santiago Isaza, quien era el mandamás de Cine Colombia, y el hijo de su mujer marido de mi tía Tina. Ya ensayaba ser escritor, pero el profesor de castellano, negro retinto para más señas, el señor Mina Balanta, que me cargaba bronca por mis frases subordinadas, me sentenció: «Con la escritura no se va a ganar ni un peso. Dedíquese más bien a vender maní.» La tía Tina y Luis Torres tenían una tenducha enfrente del río Cali por la avenida sombreada de guaduales, carboneros y chiminangos,
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donde despachaba mi abuela que no sabía leer ni escribir pero era una fiera sumando con sus diez dedos, en los bajos del Teatro Colombia, especializado en películas mexicanas, y en presentar en vivo luminarias aztecas, de Los Panchos a Pedro Infante, y hasta al villano más villano de las películas, Carlos López Moctezuma, obstinado cinta tras cinta en desgraciar al reparto, empezando por María Félix y el mismo Cantinflas, con su elenco de trampas, traiciones, ruindades y felonías. Él me hizo orinar en los pantalones cuando me clavó la mirada como a un escuincle, mientras sorbía un aguardiente en la tienda, mi abuela vigilante con un cuchillo. Provocaba pavor el tenerlo cerca. De la mercancía de la tienda Luis Torres surtió mi caja, previo riguroso inventario. Lo principal eran cigarrillos Pielroja y Lucky –porque entonces se podía fumar en los cines a pesar del último vidrio prohibitorio–, y fósforos. Pero resultó atiborrada de galguerías, que harían la delicia bucal de los fervorosos del celuloide, muchos de ellos de corbata y sombrero, como papá cuando iba, con la desgracia de que empezaba a roncar paralelo con la aparición del león de la Metro. O de la nomenclatura de los Laboratorios Churubusco Azteca. O de cuando, con inspirado acento, el anunciador proclamaba: «Para la realización de esta película se necesitaba nada menos que de la genial interpretación de Joaquín Pardavéeee». O de Prudencia Griffel, o de Sara García, vale decir. Se refería, la madre si no, a Gendarme de punto. La única película que papá vio completa fue Ora Ponciano. Porque le fascinaba «Chaflán». A las cinco salíamos de las clases de la escuela San Nicolás, vecina de la iglesia en el mismo parque y apenas tenía tiempo de correr a la casa, dejar el maletín de tareas
POEMAS DE JOTAMARIO ARBELÁEZ
y sin probar bocado salir con la caja al cuello rumbo al teatro para atender las funciones de vespertina y nocturna. Tenía un rival en el negocio, estudiante de la escuela Mariano Ramos, con una caja pomposa de varios compartimientos llena de productos de aspecto más atractivo, lo cual no significaría mayor ventaja en la oscuridad de la sala. Salvo que su linterna era más potente, e iluminaba parejo el perímetro de su oferta. Se hacía llamar «Pelusa» Parra y pertenecía a la pandilla Veneno de la calle 23, rival de la nuestra, todo un machote, quien me atemorizaba con su camiseta forrada en músculos. Dominaba la cancha protegida por matorrales de la octava enfrente de Croydon, donde se celebraban a matar partidos de fútbol entre las barras, las peleas a trompadas y de noche coitos de lástima. «Pelusa» también hacía sus pinitos como escritor y sus prosas mecanografiadas andaban de mano en mano. Cuando pasaba por nuestra cuadra nos miraba como microbios y lo que más rabia nos daba era que desde su terraza los ojos de nuestra adorada Olga García se iban tras él. Apenas nos vio el proyeccionista, de bigotito a lo Errol Flynn y camisa fucsia, a quien llamaban «Nosferatu», pidió que a la mitad de la película, antes del crimen, el que pudiera le subiera unos cigarrillos Pierrot. Proyectaba Los olvidados, sobre unos niños marginales, uno de los cuales mata por soplón a su amigo con una piedra antes de que lo abata la policía y la madre del joven asesinado diga a cámara «Buenas noches», mientras el cadáver se pierde a lomo de burra. Di vueltas en la oscuridad cantando esa letanía que nunca olvido: «¡Cigarrillos, fósforos, chicles, frunas, mentas, galletas, besitos, chocolatines, papitas fritas, maní de sal, el maníii!».
Entre cada venta menuda me sentaba en una butaca vacía y sacaba de cada bolsita del cacahuate dos o tres granitos para calmar el hambre cinéfila. En un momento dado, en mitad de la película, en pleno crimen, se reventó la cinta y quedamos en tinieblas mientras el público rechiflaba y pateaba con furia la espalda de las butacas vacías dejándolas en astillas, hasta que se oyó un grito agudo y penetrante y chistoso dirigido al proyeccionista que todavía me resuena: «¡Nosferatu, soltá al muchacho!». Como una iluminación me llegó el pensamiento: «Pelusa se mariquió». Lo vi bajar abochornado las flacas escaleras de la sala de proyección, con tal atolondre que a cada zancada se le caían sus confites, evitó mirarme y salió soplado del cine mientras se restablecía la proyección, dejándome la plaza para mí solo. Ingenuo como era –y pase lo que pase lo sigo siendo–, le conté a don Santiago el episodio brumoso. Tanto «Nosferatu» como «Pelusa» salieron al otro día como pepa de guama, dejándome con la vergüenza de haber pecado de sapo. Me tranquilicé porque la barra de la 23 no volvió a atacarnos, ni siquiera a pasar por nuestros terrenos, y menos a acaparar las ardientes miradas virginales de Olga García, y cada vez que asistía a otros cines y se reventaba la cinta y alguien gritaba: «¡Soltá al muchacho!», me serenaba pensando que «Nosferatu» había recuperado su puesto. Mi otro problema se presentó cuando fui a cuadrar caja con Luis Torres. Estaba desbalanceado en las cuentas, pues seguí viendo la película por dos semanas Y, en el momento de la muerte del sapo, de los nervios engullía lo que podía. Con sorna me preguntó: «¿Usted come mucho?», enarbolando los mermados sobrecitos de maní. Bajé la cabeza.
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Vi que su rostro tomaba los rasgos tenebrosos de Carlos López Moctezuma exhibiéndome la cuenta del dilapide. Presenté irrevocable renuncia, no sólo a la actividad de vendedor, sino al mismo maní. Desde entonces no pruebo un grano. Con un préstamo de «Nosferatu» cubrí el descuadre. Me contó que mantenía a «Pelusa» encerrado escribiendo cuentos. Que había comenzado uno fabuloso sobre Tarzán. La caja la conservo en el cuarto de San Alejo de la casa de las agujas. ¿Algún joven aprendiz de poeta o de carpintero me daría cualquier peso por –ella? Intermedio. Enero 12-15
El día del fin del mundo Madrugada del 23 de diciembre de 2012. No se acabó el mundo ¡vaya catástrofe!, y ahora, ¿qué voy a hacer? Peco de crédulo. Acuso un desacostumbrado respeto por toda clase de minorías, la mayoría marginadas, como los negros retintos, las comunidades indígenas, los adolescentes albinos, los extravagantes sexuales, los Iluminati, los de la Cofradía del Santo Sepulcro, los Testigos de Jehová, los Santísimos encostalados, los Santos de los Últimos Días. A medida que pasa el tiempo todos ellos se van hundiendo más en el santoral de mi devoción. Les acuso una venia cuando me los cruzo en cualquier recodo, prevalido de ese precepto con que termina Louis Powells El retorno de los brujos: «Mientras más comprendo más amo, porque todo lo que he comprendido, está bien». De las minorías étnicas que mejor me cayeron en la pasada centuria, cuando guiado por René Rebetez andaba en la búsqueda de los secretos giratorios del cosmos, los mayas se llevaban la palma.
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Leí en una edición corsaria del empolvado librillo de los antiguos quichés, el Popol Vuh, esta frase conmovedora: «Ay, entristezcámonos, porque vinieron, porque llegaron los grandes amontonadores de piedras, los grandes amontonadores de vigas para construir».
Tanto para ellos como para nosotros de destruir se trataba, y se trata, según nuestro Primer manifiesto nadaísta de 1958, mandado a recoger al tiempo por el partido comunista, la policía, la academia y la curia y recientemente reproducido en pomposo libraco en México en la colección de anarquistas Los Insospechables, dirigida por Philippe Ollé-Laprune. Tal quejumbre conmovía mis tejidos, provenientes de mi padre sastre de Rionegro (Antioquia) para predicar el fin de los tiempos, según la pancarta que me endosara Gonzalo Arango, el profeta de Andes, cuando ingresé al movimiento. Rezaba, si mal no recuerdo, ese eslogan de fines del siglo X: «A tirar, a tirar, que el mundo se va a acabar». En razón de la actual circunstancia, que mata la asepsia, ni siquiera se recomendaba el condón. Ni los lubricantes. Ya para qué. Salí portando esa pancarta apocalíptica en sandalias de cuero y shorts de piernipeludo, desafiando las iras de la familia que quería confinarme al Psiquiátrico, a mí, que nunca tuve el temor de hacer el ridículo porque siempre lo hice bien hecho, en las diferentes fechas que los sabios de las tribus habían decretado la cesación de la rotación del planeta, ante la conflagración de los polos o la llegada del Anticristo. Lo hice en el 80, repicando el anuncio del empresario de pompas fúnebres Charles Criswell de la destrucción de la tierra a causa de un arco iris negro que absorbería todo el oxígeno Y lo hice en el 87, cuando Leland Jensen, líder de la secta bahá’i, profetizó que el 17 de Abril el cometa Halley
POEMAS DE JOTAMARIO ARBELÁEZ
sería desviado a la órbita de la Tierra, lo que causaría una destrucción generalizada. También en el 99, cuando los testigos de Jehová predijeron una devastación nuclear y el impacto de un asteroide. Y en el 2007, cuando mi amigo el poeta gringo afecto al ácido lisérgico dietilamida Thomas Chase, utilizando la numerología y las profecías bíblicas más el Y2K, confirmó que el Armagedón ocurriría en agosto de ese año. Quedé como un zapato entre mis amigos incrédulos, pero igual peleché entre las crédulas. Menos mal que el cartel me lo compraron a muy buen precio en el Museo Nacional. Esta vez sí pensé como nunca que el mundo entraba en barrena, a juzgar por los exámenes clínicos que no me permitían pasar el año. Un exceso amoroso y mi corazón estallaría como granada de mano. Escribí un mensaje a mi peor enemigo –si es que a estas alturas de mi estatura me pudiera permitir enemigos–, donde le pedía perdón por todos los merecidos hijueputazos que le endilgué en todos los simposios universales de poesía a los que me han invitado. Lamentablemente, el mensaje no pude enviárselo porque el doblehijuemadre me ponchó el correo electrónico. La primera profecía maya rezaba que el viernes 21 de diciembre de 2012 el sol, al recibir un fuerte rayo proveniente del centro de la galaxia, iba a producir en la tierra una intensa llamarada radiante, o una tormenta electromagnética, precipitándonos en el infierno tan temido, pero haciendo previamente que los hombres perdieran el control de sus emociones.
me decidí por poner una cita a mi enamorada electrónica capturada en la sede del antiguo imperio romano, le mandé pasajes y trajes ceremoniosos adquiridos con mi ingenua tarjeta Diners, utilizando la misma la instalé en la suite imperial de un hotel de cinco estrellas en Cartagena de Indias de las cuales no iba a quedar ninguna, con tres tenedores y tres meseros y sendas copas de bacará el 22 de diciembre consumimos caviar y champán a calzón quitao mientras desde el vestíbulo nos acompañaban David Garret y sus violines, me sobredosifiqué de sildenafiles y, en el jacuzzi, al influjo del tetrahidrocannabinol y del clorhidrato, sentí el lento apagose del mundo que conocemos en los bienaventurados brazos más envolventes y los dedos más dúctiles y su undoso pelo del Lacio y esos labios mentolados que mis deseos ensoñaron. Y lo peor fue que tampoco se me paró el corazón. Cuando abrimos los ojos el 23, ya con el volcán apagado, no pude hacer menos que maldecir el sol y la continuación de la vida y ponerme mosca. Ahora sí se me va a acabar el mundo. Cuando llegue la cuenta de la tarjeta de crédito, amén de mi ya notable presencia escuálida y escurrida en la cama doble. Ya no hay a quién creerle, dirá mi sobreviviente media naranja. Quien sin hacer la cuenta de lo que gastó en su frustrado suicidio espiritual mágico en Argentina, de seguro que me mandará a freír espárragos al sofá. En esa gracia se me fueron los cien mil dólares del premio de poesía de Venezuela. Mayas malditos.
Ante la inminencia del desastre, y en vista de que mi esposa, más crédula que yo, viajó con sus amigas del Jet-Zen al suicidio espiritual mágico que tendría lugar en el Cerro Uritorco, en Córdoba, Argentina,
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Varia
Detalle de El solista 2, lienzo de JosĂŠ del Carmen HernĂĄndez. 46
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CLARAMERCEDES ARANGO
del libro «En la memoria me confundo» de
Claramercedes Arango aquí una breve muestra de poemas de este libro de claramercedes arango (cúcuta), número 98 de la colección «un libro por centavos» de la universidad externado de colombia.
Huyamos Huyamos antes de que nos alcance la urgencia que sentimos. Huyamos ya cuando necesitarnos se hace insoportable.
El abuelo Iván El abuelo Iván consiguió un empleo de fantasma en los bosques de Ontario, eso dicen los niños que han hablado con él de cosechas de pinos y de pájaros. El abuelo se fue a Canadá a ver crecer los árboles que sembró en Medellín –en su finca de Caldas– y se llevó los brazos para medir los troncos y la mira de altura de sentirlos subir.
Aprendieron los niños que el abuelo siempre los espera donde quieran buscarlo, no importa que se esconda como ahora, debajo de un ciprés.
El otoño El otoño se desnuda De colores y de hojas Mientras los dos Nos desnudamos de ropas y pudor.
Agazapados Agazapados como dos felinos cubrimos de pasión el miedo ajeno que llevamos dentro.
El abuelo aparece de pronto en lugares distintos con la ropa de siempre y el cabello más blanco, sólo para sus nietos que padecen su ausencia.
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VARIA
Músicos somos todos Apuntes sobre una exposición de José del Carmen Hernández La muchedumbre camina por las salas y encuentra las pinturas «bonitas o grandiosas». El hombre que podría decir algo no ha dicho nada, y el que podría escuchar no ha oído nada. Wassily Kandisnky
Por Rafael Del Castillo M. Andina en virtud de su atmósfera particular, esta obra no se limita a alimentarse en forma reductora de una serie de referentes dados, en este caso el imaginario que hace parte del ámbito de la música, sus resonancias de toda índole y sus proyecciones a partir de los recursos de la plástica, sino que se sustenta en la vigencia y en la proyección de un universo particular. Desde ese ángulo, y partiendo de las obras que componen su trabajo «Músicos somos todos», el espectro pictórico que se nos ofrece se torna ecuménico, impregnado de inquietudes que, al margen de un ámbito espacial dado, signan el perfil de los 48
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días que corren. La soledad y la multitud que puebla el universo del músico singular son cifras de sus alegrías y de su angustia comunicativa, que el pintor traduce a través de una deliberada exploración de la forma y el color que dicho mundo le sugiere y que él a su vez propone a sus espectadores. Gestos, trazos y nuevos tonos configuran una suerte de biografía espiritual de un hombre y de una época en una postura no lejana a aquel tipo de expresionismo que el crítico Herbert Read al referirse a Munch y a Van Gogh no dudó en caracterizar como «basado en el sentimiento antes que en el
josé del carmen hernández
pensamiento en tanto que utiliza el color para expresar la emoción de modo más directo y brutal». De otra parte, reflejando una seria obsesión por el trasunto metafísico que toda experiencia humana convoca de por sí, encontramos aquí el testimonio de un proyecto delirante que se traduce en el emprendimiento de una suerte de cruzada en pos de la trascendencia de los personajes, como si el solo hecho pictórico no fuese suficiente. De dicha tensión surgen fusiones entre lo humano y lo pétreo que subrayan en forma, por demás paradójica, el movimiento interno, el paisaje interior. Los metales hablan, hablan las cuerdas, los pitos, la madera, el verbo se hace música pero también colores insumisos. Transmutación, re-vertimiento, poesía. Así, el músico, que somos a fin de cuentas todos por sugerencia del pintor, es su propia herramienta y ambos a su vez el parto, la comunicación: el flautista, el pianista son además su instrumento mismo, el sonido, una silla y son, también, el color que los refrenda. Espacio para cuerpos, colores y sonidos que indudablemente son música. Por lo mismo, no hay en esta propuesta
Re menor, óleo sobre lienzo.
La corneta, óleo sobre lienzo.
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VARIA
La música va por dentro, óleo sobre lienzo.
nada que la emparente con la frialdad y la asepsia propia de la llamada «pintura metafísica» que, con posterioridad al auge del futurismo cultivasen pintores como Carrá, De Chirico y Alberto Savinio: no es el pavor al movimiento lo que le sirve de cimiento sino quizás la embriaguez en él mismo, y con él mismo, el ansia por otorgarle proyección a lo netamente humano. No en vano es posible percibir una cierta recurrencia en la elaboración de símbolos y alusiones en torno a la unión sexual, a la procreación, a la maternidad, o, en otras palabras, alrededor de las manifestaciones últimas de la indeclinable vocación de persistencia activa que asiste a la condición humana... En un palpable y auténtico reflejo de la experiencia vital y por lo mismo temporal, no se elude aquí la referencia 50
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concreta a una serie de condicionantes sociales; si bien aquí también hay un recurso a lo universal, no deja por ello de implicar una geografía y un momento específicos. Lo latinoamericano, lo andino y, más concretamente, lo colombiano aparece a veces bajo signos bastante notorios, cual es el caso de la recurrencia en los colores primarios (presentados a través de ricos y por lo mismo simbólicos matices) que aluden a emblemas específicos en cada uno de sus instrumentos y que se utilizan de una manera que, para un espectador atento, en modo alguno podrían parecer incidentales. Sin embargo, en esta obra se va aún más allá en la medida en que la desazón, la desesperanza, el vacío y la disolución de horizontes que son propios de lo que algunos han dado en llamar Posmodernidad
josé del carmen hernández
rebasa cualquier marco espacial, apuntado a la señalización de lo que más bien podría aludir bajo la epistemiología bachelardiana a un estado del alma. Y es que si bien con ello el autor francés alude a la casa en el estado actual de cosas, es lícito hablar de no casa, de ausencia de la misma, de intemperie humana, nada abstracta y por lo mismo ubicable en una geografía y una cultura particular. Nos lleva esto último, sin duda alguna, a la sensación tan nítidamente estremecedora a la que nos remiten sus músicos, seres gesticulantes, histriónicos, abandonados a la intemperie, no protegidos por la comodidad y la impostación que exige el auditorio, el teatro o la taberna; solos bajo un cielo de nubes huidizas... Y es que, hoy por hoy, la utopía humana extiende de manera desesperada los brazos de la imaginación hacia la consecución de un estado espiritual, cuando menos cercano al concepto de casa y de hogar, como una derivación del ser que se hermana o alude antes que al habitáculo enmarcado en un paisaje, a un estado del alma, a un punto espiritual de llegada y acaso de realización. Así las cosas, podemos decir que el inquietante paisaje interior sugerido por José del C. Hernández quiere asumir que previa a la elaboración de una imagen constructivista a la manera de Naum Gabo, debe remitirse con urgencia a derroteros emparentados mucho más con los de ese grupo de artistas paradigmáticos que, habida cuenta de la experiencia vanguardista, encuentran estética (y éticamente) ineludible el logro de una conciencia en la que el estado de intemperie, preceda de manera connatural a toda construcción.
Pianista, óleo sobre lienzo.
Piano piano, óleo sobre lienzo.
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RESEÑAS
Federico DíazGranados.
Sobre Las prisas del instante, de Federico Díaz-Granados
Poesía para habitar el mundo [Editorial Visor, Madrid, 2015, 82 páginas]
Por Marco Antonio Murillo
La poesía del colombiano Federico DíazGranados es actualmente una de mejores propuestas en lengua castellana. Por medio de ella busca hacer más digno y habitable nuestro mundo, hoy construido a partir de discursos político-sociales cuyos valores se encuentran deshumanizados. Así, en su libro Las prisas del instante (Visor, 2015) que será mi objeto de reflexión, reivindica el valor que le tenemos dado al lugar, la poesía que escribimos, los oficios, el ámbito privado y el amor, elementos que conviven diariamente con nosotros. Estos elementos son tratados en cada uno de los cinco apartados en que se divide el libro. En el presente trabajo ahondaré en ellos por separado. 52
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Uno: De la nostalgia que dejan algunos lugares Uno de los poemas relevantes del siglo xx se llama «Cuento de dos jardines», y lo escribió Octavio Paz. La fuerza de su hechura no radica en la ejecución minuciosa de cada verso, sino en el tema: la relación que tenemos con los lugares. A pesar de que tienen un corto ciclo de vida, nos enseña el poeta mexicano, los habitamos siempre en el discurrir de nuestra memoria. Traigo a colación la imagen que tengo de este poema, porque «Las prisas del instante» se abre con una temática similar a la que Paz soñara en Oriente. Para Díaz-Granados los lugares son sitios de paso a los que siempre volvemos cuando el alma está cansada
FEDERICO DÍAZ-GRANADOS
y llena por el oro de la nostalgia. Al igual que para Paz, para él no existen los llamados «no-lugares», pues aún estos, a pesar de efímeros, de tener prisa por transcurrir, dejan su numen en la mirada de aquel que los ha habitado: Es esta mi calle, la misma que veo alejarse por el retrovisor del auto cada vez que me despido y que se empaña cuando tus ojos cambian de música. Si pudiera escoger la calle de mi muerte escogería la calle que me regaló la mujer que inventaba las palabras y el color de ese fugaz instante. En este poema titulado «Mi calle», el no-lugar, diariamente recorrido por cientos de personas y carros, funciona como catalizador de valiosos momentos. El yo poético habita la calle apenas unos instantes (acaso menos tiempo del que dura la lectura del poema), y no la concibe fuera de construcciones que denotan su inminente desaparición: alfabeto extraviado, ropa de los muertos, las ruinas son andamios, alejarse por el retrovisor, fugaz instante, entre otras. La calle puede ser habitable para el poeta, porque está relacionada con el recuerdo, en este caso el de una mujer, quien es a su vez el lugar donde está toda la nostalgia humana. En otros poemas, el no-lugar hace apariciones cortas, significativas: en «Pasatiempo» el yo lírico afirma que en las estaciones lee los horarios de los trenes para saber más sobre despedidas; en «Para mirar el mundo» dice que no sabe nada aparte de las despedidas en los aeropuertos; mientras que en «Noticias de este tiempo» confiesa que: No hay a quién darle cuenta de un tiempo envejecido
y a quién narrarle los adioses o las preguntas que nos hacen fugaces. Al final de nuestras vidas no importará cuantos atardeceres hallamos visto, todos los recordaremos como uno solo y total. Dentro de esta idea transcurren los primeros doce poemas del libro de Díaz-Granados, los cuales forman la primera sección, llamada «Los motivos del tiempo». Todos los lugares, todas las acciones ocurridas, son uno mismo, porque están embellecidos por una atmósfera de nostalgia, y por una sensación de fugacidad. El lector, pactado con el yo lírico, siempre se está despidiendo de los lugares que visita; detrás suyo el mismo sol cayendo, un mismo atardecer que se desencadena en la memoria.
Dos: De la poesía En la primera parte de «Las prisas del instante», Federico Díaz-Granados escribe: La luz como la belleza no se puede mirar de frente. No es la primera vez que se dice una aseveración de ese peso. Su origen proviene del mito de Eros y Psique, es ensayado posteriormente por Dante en el momento justo en el que está ante Dios, para, finalmente, ser retomado por Rilke en la figura del ángel, que aparece en las Elegías del Duino. De ahí, como si de una herencia genética se tratara, se ha transmitido de poeta en poeta. En México tenemos el ejemplo de Alí Chumacero. En «Responso del peregrino» escribe de su propio ángel: y no podré invocarte, no podré / ni contemplar el duelo de tu rostro. Aquella idea, que ya dentro de sí misma es un arte poética, reconoce lo bello como algo inasible para el ser humano. No se puede tocar, ni siquiera mirar, por lo menos puede ser nombrado. Asir el peso de todo lo que vengo diciendo es muestra de que ya se es poeta, o por lo menos de que se es consciente sobre de qué va la poesía y cuál es su relación con la historia. ULRIKA 54 |
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RESEÑAS
Dante Aligheri, Rainer María Rilke y Alí Chumacero.
La luz como la belleza no se puede mirar de frente. Es, sin lugar a duda, parte importante de la poética de Díaz-Granados, por ello una de las contantes del poemario es la nostalgia de no poder asir o retornar a ciertos lugares, tiempos y personas. Si definiéramos esta como toda su poética, estaríamos siendo injustos, pues en la segunda sección, llamada «Arte poética», busca definirnos, precisamente, qué es la poesía. La sección cuenta con cinco poemas, e inicia con «Borrador de una poética». El mencionado título discute tres puntos importantes contenidos en la poesía de DíazGranados: 1) La poesía es una forma de intimidad, y por tanto es una cápsula susceptible de llenarse de imágenes muy cercanas a la vida del poeta: Acaso estos poemas son fragmentos de una vida que nunca debió ser contada o quedar impresa en la indeleble gramática de amores perdidos y de riñas inconclusas. Este tema será desarrollado con mayor amplitud en las secciones cuatro y cinco del libro, cuyos poemas hablan sobre la familia, la infancia y el amor.
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2) La poesía es un mirador del tiempo. A través de ella podemos acceder al pasado, con Don Quijote, el esplendor de Troya, / de Don Rodrigo de Bastidas y Dylan Thomas; pero también al futuro. Es en este punto donde aparece una de las metáforas más interesantes de este poemario, el De Lorean, el cual regresó para siempre del futuro. El autor concuerda con Gabriel Celaya, quien dijo: La poesía es un arma cargada de futuro; también con Heidegger. En su libro Hölderlin y la esencia de la poesía aseguraba que el decir de la poesía es donde se gestan primeramente las ideas que después serán parte del lenguaje cotidiano. 3) El poema nunca se termina de escribir: Porqué tanto poema inconcluso… / porqué tantas tachaduras y borradores, escribe el autor. Una discusión emprendida por Valéry, que a mi juicio tiene el siguiente rostro. Ya «finalizada» la obra, siempre habrá una palabra nueva que se acercará a la imagen deseada. Si en dado caso llegásemos a ella, ya no nos obsesionaría el poseerla, y por tanto, no habría necesidad de escribir un nuevo poema. Las tres anteriores ideas son las que aparecen en «Borrador para una poética». En los poemas siguientes existen nuevas concepciones sobre la poesía. En «Alfabeto que llega», la amada se convierte en
FEDERICO DÍAZ-GRANADOS
autora del poema junto al poeta. Aquel lanza en la hoja en blanco las palabras, aquella es quien les da sentido, su ancla a tierra: Entras y sales a mis palabras y las organizas en orden exacto de estatura y dignidad. Entras en mi canción invicta y escarbas para encontrar el signo o el alfabeto que te definan. En estos cuatro versos Díaz-Granados nos recuerda que seguramente no hubiera habido Catulo sin Lesbia, o Dante sin Beatriz. Poeta y sujeto poético se necesitan mutuamente para crear la sensación de que estamos ante la poesía. Mientras tanto, en «La otra orilla», las propuestas anteriores se miran desde otra perspectiva: al escribir poesía coexisten dos lados, el del hombre a la intemperie, y el de los objetos. Estos últimos siempre están esperando que los encontremos, para hacerlo es necesario descifrar su secreta gramática, lo que los hace ser particulares en el mundo. Es de este lado de la palabra que arde aún por los recuerdos donde se respira al hombre y sus asuntos olvidados, sus ángeles del hambre, sus ropas de posguerra. […] Allá están las gramáticas y las hogueras que nos aguardan con paciencia para reiniciar, de una vez y para siempre, la fiesta
Tres: De oficios y poesía Si el apartado anterior definía la poesía, éste nuevo, llamado «Los oficios de vivir», busca mostrarnos a través de once poemas cómo esta se relaciona con el mundo. La poesía de Federico Díaz-Granados está pensada para la gente media, no una clase social, sino aquella gente atravesada por tristezas y felicidades; que va al supermercado, se enamora a la salida del cine, y abandona sus mejores días en una oficina. Hablo del hombre del siglo xxi, sentimental y nostálgico, que ya ha abandonado las grandes utopías de un siglo xx que fue grande:
No fuimos los favoritos del gran público, ni los amados por los dioses. Llenamos la vida de supersticiones y de santos para cada ocasión pese a lo cual no fuimos los elegidos por las hermosas mujeres ni acertamos al premio mayor de la lotería, ni ganamos el Gran Premio de Montecarlo. La dignidad de este hombre nuevo no está dada por la fama, por la aceptación de una comunidad, ni siquiera por la fortuna, sino por algo natural e individual, algo que lo enfrenta a su yo cotidiano; esto es, la simple acción de vivir la vida, de amar sinceramente dentro de ella. No importa que alguien diga: Por qué no se oye el estruendoso aplauso del mundo / ni se ven los variados reflectores sobre el escenario. No importa porque en esta noche sola […] triunfó el amor. En los poemas de DíazGranados vivir es triunfar, y amar es una forma plena de vivir; es un contacto honesto que tenemos con la poesía, ya que acepta la belleza que a veces hay en la nostalgia, nos retorna a la infancia, nos reconcilia, y puede: prolongar apenas unos segundos el milagro de sortear con la muerte cada color de mis fantasmas. En los «Oficios de vivir» el yo lírico transita por un variado universo de ocupaciones, no importando la índole de estas. En el poema «Preguntas» DíazGranados va al mercado de la muerte en busca de usureros que le puedan cambiar sus tristezas por baratijas. En «Oficios» confiesa que sus ojos no conocen otro oficio / sino contemplar las cosas destruidas y los rostros perdidos… Todo podría ser diferente: otra vida, otra forma de amar hubiera resultado si esos ojos tal vez conocieran los oficios de asesino, / trashumante, hombre de circo. Pero el poeta recuerda que ha nacido bajo la estrella del oficio lírico, y reconoce que no puede ser otra cosa que lo que le marca este destino: No fuimos asesinos, ni notarios ni carteros, y no hicimos pactos entre el decir y el callar. Volvimos a extraviarnos en el amargo olor de la cocina, y a perder el amor en un mal golpe de dados. ULRIKA 54 |
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RESEÑAS
Me llama la atención la metáfora que se desarrolla en el tercer verso. A través del sentido del olfato, con el que llevamos al interior de nuestro cuerpo las esencias de las cosas, se logra captar el pacto de privacidad que uno adquiere consigo mismo a la hora de ejercer el oficio poético. Sólo yo puedo oler de esta forma particular lo que se está cocinando, como solo yo puedo entender lo que veo y luego escribo de este modo tan íntimo. Tenía razón Alberto Caeiro cuando escribió: Ser poeta no es una ambición mía. / Es mi manera de estar solo. Olfato y poesía, entonces, nos hacen únicos ante los demás a la hora de habitar el mundo. En los poemas «Talismán permanente» y «Música para un deseo» se reflexiona sobre la cábala de una forma muy particular. En el primero de ellos, el poeta siente la necesidad de realizar acciones y rodearse de amuletos para hacer su vida llevadera contra las supersticiones, sin embargo, estos no funcionan. En el segundo poema, el oficio de la adivinación no basta para conocer lo que nos depara el futuro: La señora que leyó mi mano dijo que viviría largos años. ¿Qué diría ahora después de que mis manos han visitado tu cuerpo y han conocido el exilio y el naufragio? El mundo al que se refiere «Las prisas del instante» es demasiado extenso y versátil para que los talismanes y las artes mánticas funcionen. Si esto fuera así, estaríamos hablando de un mundo reducido a una sola visión, no uno múltiple cuyo modo de acercarse a él es mediante los sentidos e interpretaciones provocados por la poesía en el cerebro de su lector. Tanto los amuletos como las lecturas de mano intentan ser un manual preciso de cómo leernos; la poesía, por su parte, que sí protege y da un nuevo espíritu a quien la ha descubierto, nos regala el oficio diario de ir descubriéndonos y cuál nuestro papel ante la sociedad.
Cuatro: De lo privado Uno de los poemas más frecuentes en poesía es aquel cuya temática abunda en la fotografía familiar como recuperación de la memoria del hablante lírico. Quien quiera reproducir en el poema una fotografía, debe considerar que esta, a comparación de la pintura 56
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(tiempo detenido en formas y colores) es movimiento captado por una lente, y luego copiado en una hoja en blanco. En «Portarretrato», primero de los siete poemas que componen el cuarto capítulo, «Asuntos de entre casa», la generación de movimiento está trazada en los siguientes versos: Todos quedan con gestos de dureza o alegría en sus rostros sin las voces que apaciguaron fiebres o castigos en las noches. Algo de rencor y de bronca se ve en aquella foto cuando en coro gritaron «Whisky». El poeta mira la foto, reconoce en ella a sus familiares y amigos, y el tiempo lejano. La foto revela algo importante: el mundo interior habitado en los rostros de aquellas personas. Esto es el movimiento. Entonces, una historia de familia se entreteje por cada centímetro, por cada espacio de tiempo que ocupa la foto. ¿La madre había tenido roces con la abuela? ¿El padre oculta algo a su hijo? Nunca lo sabremos, porque no es tarea del poema contarlo, sólo generar la atmósfera de tensión que el poeta percibe en la vieja fotografía; atmósfera que, al fin, se termina disipando ante nuestra vista: Y la luz que titilaba en sus miradas ante el ademán de despedida del abuelo y el largo adiós del almendro. El cuarto capítulo es un álbum familiar, y, si se quiere, una extensión del poema anterior: Allá, los personajes aparecían completamente anónimos; en los siguientes poemas estos comienzan a descubrir sus rostros y esos mundos interiores que parecían mostrar en la foto: El padre y su parecido con el hijo, porque los colores de la ropa no combinan / con el estado del corazón y de la mirada. La abuela Margot y su habituación a guardar en un escaparate una pequeña estatuilla de San Antonio / que siempre hacía aparecer las cosas perdidas en la casa. El hijo y el final de su infancia, en aquella noche en que mi madre me daba las buenas noches / en voz baja para no despertar a toda la casa. Por mi parte, destaco los poemas «Good bye Lennin» y «Días de radio». Son una crónica del paso del
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tiempo para aquellos nacidos en las décadas de los años setenta y ochenta. Mientras el poeta transita hacia una edad madura, mira transcurrir el mundo hacia una etapa totalmente diferente, en la cual Cambiaron los coros del ejército rojo por canciones de U2 / relatos de pioneros por un incendio en Chernóbil. Es el mundo con nuevos intereses, poco acercados a un siglo xxi, nostálgico, fundado en el lema «todo pasado fue mejor». Y así lo cree Díaz-Granados en los mejores momentos de «Asuntos de entre casa»: Ya no hay emisoras ni acetatos que convoquen la nostalgia y mi madre ya no llora con esos discos rayados. Lo acontecido en el contexto global repercute seriamente en el nicho familiar. El infante crece, y ello conlleva a un entendimiento y asimilación de su entorno social. La madre, por su parte, ve crecer al hijo en tan solo una noche de terribles noticias por la TV, luego abandona sus viejos hábitos. Las emisoras de radio y los discos de acetato pasan de moda ante las nuevas generaciones. Madre e hijo pertenecen casi a siglos distintos, el poeta lo sabe, cada uno tiene su forma muy personal de convocar y vivir la nostalgia.
Cinco: Del amor «Las prisas del instante» también puede ser leído como un viaje órfico hacia las profundidades del ser, atravesado en todo momento por intereses y vivencias personales del autor. Un viaje órfico que va de lo general a lo particular. En un nivel superior tenemos un recuento de lugares, y su duración de la memoria; en el miedo está la poesía y cómo esta se relaciona con el mundo; mientras en el nivel inferior habita la forma en que el hombre se relaciona «poéticamente» con sus seres queridos. Si
Portada de Las prisas del instante, Editorial Visor, Madrid, 2015.
esto es así, el apartado quinto, «Del amor y sus estaciones», sería el nivel más profundo y personal para Díaz-Granados. Estaría habitado, como en el verso: La luz como la belleza no se puede mirar de frente, por su propia Eurídice. De hecho, al final de «La nueva casa», el autor recrea a su modo la escena final del triste mito de Orfeo: Porque en el amor como en la casa si enciendo la luz o abro las cortinas se deshace el barro del que estamos hechos. En asuntos amorosos el poeta de «Las prisas del instante» es Orfeo. La consumación de su amor termina fracasando, porque nunca se queda con la chica. Y la energía amatoria acumulada se prolonga y está lista para acontecer, volver a intentarse, en un nuevo poema. Este amor pertenece a una estación perpetua, escribe el autor en el último poema del libro. Si Orfeo hubiese salido a la luz del día tomado de la mano de Eurídice, muy probablemente no ULRIKA 54 |
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sabríamos de él. Lo mismo ocurre con buena parte de la poesía amorosa, y particularmente con la de Díaz-Granados: si ese amor se consumara en su totalidad, ¿Qué caso tendría hablar de él? Para comprobar lo dicho anteriormente, es justo ahondar en algunos de los ocho poemas de «Del amor y sus estaciones». En todos, el poeta ama intensamente, si no fuera así no creeríamos estar frente a la poesía; a su vez, en todos ellos el desamor ocurre de una forma distinta. Esta condición es el elemento central en estos poemas, evitan al autor repetir el mismo poema, y le dan un giro nuevo a esta temática que puede llegar a ser potente o desgastada en nuestro idioma. Los primeros poemas que llaman mi atención son «Deshielo» y «Los adioses». En ellos el yo lírico le habla a su amada desde un tiempo en que el amor se ha transformado en nostalgia: Aún hay vestigios / escombros de cuando fui un día entre tus manos. Dice en el primero. Y puse el cielo sobre tu cuerpo y lo volviste viento / y puse el viento sobre tus ojos y lo volviste sueño. Remata en el segundo. La nostalgia, pues, es lo que habita el mundo concebido alrededor de estos dos poemas, en que el amor fue parte de un tiempo favorable. La siguiente pareja que propongo es «Retornos» y «Un amor sin puntos finales». En ellos el poeta da cuenta de un
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tiempo que está en eterno retorno, que ha sucedido, está ocurriendo y que pasará en el futuro. Es la no consumación del amor, el fracaso del amante, que volverá a intentarlo otra vez, en otro poema: y se regresa a escribir un poema que trate de una muchacha / en un aeropuerto / que espera un avión de quién sabe dónde, escribe en «Retornos». La virtud de este poema es su ironía: mientras el autor nos va diciendo en cada una de las cuatro estrofas del poema que no cree en el retorno de las situaciones, en realidad va dando cuenta de los muchos intentos para no perder el camino de regreso a tu cuerpo. En «Un amor sin puntos finales» el autor reconoce: Este amor no tiene puntos finales / porque está hecho a semejanza / de las canciones repetidas. La imagen del tercer verso tiene una fuerte connotación, por un lado se relaciona con ese ciclo uniónseparación que es el motor en los poemas amorosos de este volumen; por otro, da cuenta de la tradición que le antecede: casi cualquier poeta del idioma ha esbozado por lo menos un poema de amor. Lo que vive el yo lírico ya ha sido vivido y cantado innumerables veces. Como otros antes que él ha fracasado ante su amada, pero vencido ante la poesía. Para Díaz-Granados poetizar estos momentos de fracaso es una forma de hacer habitable el mundo; se fracasa sí; el fracaso se vuelve digno a la hora de pensarlo como tema feliz (por asible) para la poesía.
RESEÑAS
RESEÑAS GATOS Darío Jaramillo Agudelo Luna Libros, Bogotá, 2015, 56 pp.
Tras una década de que lo hubiese publicado Pre-Textos, es nuestra ahora la oportunidad de tener entre las manos este bestiario monocorde de Darío Jaramillo Agudelo, su declaración de amor por el más impredescible de los acompañantes «domésticos», esta vez en una cuidada edición del sello Luna Libros, que decidió acompañar los poemas unititulares con armónicas ilustraciones de Mateo López. Jaramillo Agudelo, sin duda una de las voces más consistentes y decantadas de la lírica colombiana contemporánea, vuelve a sorprendernos con su arrojo al decidirse por un tema tan incansablemente abordado como es el de los gatos. Y digo vuelve, pues hace casi cuarenta años nos demostró su coraje cuando se propuso enfrentar el tema del amor, y no de soslayo, y su batalla suscitó y sigue suscitando en sus lectores inusitadas reflexiones. Sin duda es el amor mismo, como arriba anoté, el que orienta los desafíos literarios de Jaramillo Agudelo: de ello dan fe sus textos, en muchos de los cuales decanta su pasión por, entre otras, la música, el dim y los gatos. Los poemas de este libro inevitablemente se «pasean sigilosamente», como el felino de marras, y crean un ambiente plagado de techos, sombras, paseos nocturnos, siestas interminables, divertidos juegos sin sentido y los inevitables gatos negros. De allí que rememoremos, también inevitablemente, los gatos de Baudelaire, de Pacheco, de Borges, con todo y sus
referencias a Blake; incluso al de Horacio Benavides. No obstante, y es cuando su ojo se afina, nos desafía al situarnos ante los panoramas de la pereza infinita, la astucia salvaje, el odio taimado y la indiferencia e indolencia acérrimas. Allí entonces son para mí palpables también las remembranzas al gato de Kipling e incluso al malévolo Beguemont de Bulgákov. Y al sopesar ambos matices Jaramillo Agudelo nos hace partícipes de una serie de revelaciones: 1) no hay tres tradicionales estados de la materia, hay cuatro: «El gato es un estado especial de la materia, / si bien caben las dudas [...] Cuando el espíritu juega a ser materia / entonces se convierte en gato»; 2) «Dios hizo los gatos para que hombres y mujeres aprendan a estar solos» (aunque hay quienes no logran hacerlo, ni siquiera tras adoptar 15 o 20 gatos); 3) Solo el gato supera al poeta en la pereza, «gato tan perezoso / que le da pereza ser gato»; 4) A veces los gatos condescienden en dejarse acariciar «solamente porque los gatos son buenos amos»; 5) «Los gatos no lloran [...] hacia adentro ríen los gatos»; 6) «Nunca un gato es lo que parece: las gatariencias engañan. / Todos somos gatos: las apariencias engatan»; 7) Los gatos son dioses y demonios, no hay nadie más ateo que los gatos; y 8) «no hay palabras para hablar de los gatos [...] / ¿Para qué las palabras si hay olfato, / para qué las palabras / si es posible el silencio». Y cualquiera halla más revelaciones, sin duda, un decálogo o el doble del mismo. Pero yo solo animo hasta acá para que cada quien saque la uña y se adentre en este especial breviario para «gatólatras». Óscar Pinto Siabatto ULRIKA 54 |
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RESEÑAS
LA MÁQUINA DE CANTAR
Colección de Juegos literarios del profesor Rubén Quirogas Robinson Quintero Ossa El Aguijón Editores, Bogotá, 2015, 200 pp.
La Máquina de cantar es un extraño aparato, invento de un tal Rubén Quintero, o acaso de un tal Robinson Quirogas. Este artificio nos ayuda a procesar palabras, de esas que todos llevamos adosadas a nuestro modo de ser, de esas que nos constituyen. Después de accionada, de ella surgen entidades tales como poemas, acertijos, adivinanzas, ocurrencias que nos ayudan a sortear la vida. Usarla es lo mismo que ponerse en contacto con el mundo del poema; el individuo sabe que después de operada, su correspondiente territorio en el universo gana mayor consistencia, que a su visión de las cosas se suma un toque de luz. Cuando nos acercamos al libro es inevitable no remitirse a ese texto pedagógico que tanta ascendencia tuvo sobre mis contemporáneos, EL ABC de la lectura de Ezra Pound, a quien Eliot llamaba el mejor artesano y del cual Yeats decía que tenía la rara habilidad de abrir puertas. Creo que es eso precisamente lo que hace Robinson Quintero Ossa con esta obra: abrirnos puertas con un manual que sin atarnos al papel de sujetos pasivos –gracias al carácter de las dinámicas que nos muestra–, puede leerse, como nos dice Pound, «con placer y con provecho por parte de quienes estudian, por parte de quienes ya no estudian, por parte de quienes nunca han estado en la universidad, o por parte de esos que pudieron aguantar todo lo que aguantó mi generación». Ya en el siglo viii a. C. el poeta griego arcaico Hesíodo había escrito los dos primeros poemas
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didácticos de la literatura occidental, La teogonía y Los trabajos y los días, poesía rural que formula toda una perspectiva del mundo con un temperamento manifiestamente didáctico. No hay que olvidar que a diferencia de hoy en día, para los antiguos el verso era sobre todo un procedimiento mnemotécnico y educativo. Por otro lado existe una poesía didáctica latina cuyo propósito final no consiste precisamente en allanar el afán de enseñar y aprender, sino el de instaurar emociones artísticas que faciliten el deleite por igual y a la vez el goce de la Poesía y la cultura. A esta corriente pertenecen Ovidio, Virgilio y Horacio entre otros. Creo que la Poesía, a diferencia de otros géneros, ofrece más dificultades al momento de llevarla al aula de clases, acaso porque se la ve como algo rígido, intocable. Se olvida el fuerte vínculo que existe entre Poesía y lúdica, que es lo que Quirogas nos resalta en La máquina de cantar. La lúdica permite un uso impertinente de la lengua (como pide la Poesía) que provoca un alejamiento saludable de la lógica impuesta en la que cotidianamente nos desenvolvemos. La máquina de cantar es un libro que toca ese tema, poco frecuentado, de las relaciones entre Poesía, Pedagogía y sociedad. Con una mirada que está en oposición a la de aquellos que creen que la Poesía no es un asunto que se pueda generalizar, nos invita a una aproximación amable, a una familiaridad amistosa con su territorio, recordándonos de paso que ella puede desprenderse de cualquier cosa, porque todo oculta un secreto, porque todo en el fondo es sagrado. Los invito a jugar con esta esta maravillosa máquina. Fernando Linero Montes
RESEÑAS
CON IL FUOCO DI SANGUE
Trentadue poeti colombiani d’oggi Emilio Coco [compilador y traductor] Raffaelli Editore, Rimini, Italia, 2015, 440 pp.
Continuando una labor empezada hace tres años, cuando publicara una antología de 22 poetas mexicanos contemporáneos traducidos al italiano, el reconocido hispanista Emilio Coco nos dio este año una grata noticia al publicar este libro, recopilación de treinta y dos voces vivas de la poesía colombiana actual. Esta labor valiosa y decidida cuenta con la coartada habitual de grandes poetas y gestores latinoamericanos, como el mismo traductor y recopilador reconoce, entre ellos los mexicanos José Ángel Leyva y Marco Antonio Campos, amén de algunos vates colombianos, entre los que cabría mencionar sin reparo al director de esta revista, Rafael Del Castillo Matamoros, puesto que gracias a su intercesión el hispanista italiano tuvo a mano el libro Homenajes, que recoge una muestra de la obra de los poetas reconocidos a lo largo de 20 años en el Festival Internacional de Poesía de Bogotá. Seguramente el consejo y orientación de éste, así como de otros poetas más, que ejercen y
estudian nuestra lírica local, hicieron posible que se incluyeran en el libro voces muchas veces soslayadas en diversas antologías que se hacen tanto en Colombia como en el mundo, es el caso de autores como Luis Aguilera, Armando Romero y Víctor Gaviria. La muestra, que arranca con la producción desde la década de los sesenta del siglo pasado hasta hoy, reúne un variado y representativo abanico de voces y tendencias líricas contemporáneas. No obstante, el sesgo de presentar sólo voces vivas hace que algunos poetas, fallecidos más o menos tempranamente, pero sin duda valiosos por el legado que han dejado en nuestra lírica, hayan sido excluidos; mencionaríamos en este sentido a Raúl Gómez Jattin, María Mercedes Carranza o Mario Rivero, contemporáneo éste de Jaime Jaramillo Escobar, con quien se abre la muestra. Y sin duda, como ocurre en casi todas las antologías de poesía viva, los criteros del compilador pesan y por ello hallamos exclusiones e inclusiones que no gustan o no convencen. Con todo, en pos de difundir nuestra literatura en el extranjero, esta antología es más motivo de celebración que de derrota. Ulrika
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Índice de autores CLAUDIA CADENA SILVA
Jotamario Arbeláez (Cali, 1940)
Poeta, publicista y cronista. Representante y cofundador del movimiento nadaísta colombiano. Libros de poemas: El profeta en su casa (1966), Mi reino por este mundo (1981), La casa de la memoria (1985), El espíritu erótico (1990) y El cuerpo de ella (1999). Ha publicado además El libro rojo de rojas (1970), junto a Elmo Valencia, y sus antimemorias Nada es para siempre (2002).
Claramercedes Arango (Cúcuta)
Licenciada en lenguas modernas, con maestría en estudios hispánicos y diplomada en periodismo literario. Es docente, crítica literaria, poeta y cuentista. Desde 2003, coordina los concursos de cuento corto del Externado e igualmente la Colección poética Un libro por centavos, en donde apareció su libro En la memoria me confundo (2013). Tiene un libro de cuentos en preparación.
Emilio Coco (San Marco in Lamis, Italia, 1940)
Poeta, hispanista y traductor italiano. Es licenciado en «Lingue e Letterature Straniere» por la Universidad Orientale de Nápoles en 1963. Entre sus libros de poesía están: Il tardo amore (2008, Premio Caput Gauri, 2008), Il dono della notte (2009, Premio Alessandro RicciCittà di Garessio, Premio Città di Adelfia y Premio Metauro) y Ascoltami Signore (2012).
Margarito Cuéllar (San Luis Potosí, México, 1956)
Poeta, narrador y periodista. Su libro más reciente es Cantos para el único brazo de Blaise Cendrars. En 2015 le fue otorgado el Premio Iberoamericano de Poesía para Obra publicada que otorga el Instituto Nacional de Bellas Artes y el gobierno de Tabasco, por el libro Las edades felices (Hiperión-UANL, 2014). Participó, en septiembre de 2015, en el 2º. Festival Internacional de Poesía de la Universidad Normal de Yunnan en Kunming, China.
Ulrika
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Literata y ensayista colombiana, amén de periodista cultural. Destaca su labor crítica, entre la que sobresale su estudio del poeta Aurelio Arturo, publicado por la Casa Silva en su libro Historia de la poesía colombiana.
Rafael Del Castillo MATAMOROS (Tunja, Colombia, 1962)
Poeta y editor, fundador y director de la revista de poesía Ulrika y del Festival Internacional de Poesía de Bogotá. Entre sus libros de poesía: Canción desnuda (1985), Entre la oscuridad y la palabra (1991), Animal de baldío (1999), Pirómana (2002), Palabras escuchadas en un café de barrio (2006), Aires viciados (2007) y Sanos consejos a una prostituta y otros aires viciados (2009-2010).
Federico Díaz-Granados (Bogotá, Colombia, 1974)
Poeta, ensayista, y divulgador cultural. Representante de Visor en Colombia y director de la Biblioteca Los Fundadores del Gimnasio Moderno. Libros de poesía: Las voces del fuego (1995), La casa del viento (2000), Hospedaje de paso (2003) y Las prisas del instante (2015).
Gustavo Adolfo Garcés (Medellín, Colombia, 1957)
Poeta, docente, abogado. Son sus libros de poemas: Libro de poemas (1987), Breves días (1992), Pequeño reino (1998), Espacios en blanco (2000), Libreta de apuntes (2006), Breves días (antología, 2010), Hasta el fin de los números (2012) y Una palabra cada día (2015).
José del Carmen Hernández (Colombia, 1948)
Pintor, escultor, artista plástico. Estudió muralismo en la Escuela de Bellas Artes y Literatura La Esmeralda en México D.F. y técnicas del fresco en la Escuela de Bellas Artes de San Fernando en Madrid, España. Ha recorrido gran parte de América y Europa.
¿Preguntas, sugerencias, reclamos?
escribanos@poesiabogota.org
AUTORES
Darío Jaramillo Agudelo
Marco Antonio Murillo
(Santa Rosa de Osos, Antioquia, 1947)
(Yucatán, 1986)
Poeta, novelista y ensayista. Ha publicado los libros de poesía: Historias (1974), Tratado de retórica (1978), Poemas de amor (1986), Del ojo a la lengua (1995), Cantar por cantar (2001), Gatos (2005), Cuadernos de música (2008) y Sólo el azar (2011). Algunas de sus novelas son: La muerte de Alec (1983), El juego del alfiler (2002), Novela con fantasma (2004), Memorias de un hombre feliz (2010) e Historia de Simona (2011).
José Ángel Leyva (Durango, México, 1958)
Poeta, narrador, periodista, editor y promotor cultural. Director de las revistas Alforja y La Otra. Entre sus libros están: Catulo en el destierro (1993), El espinazo del Diablo (1998), Duranguraños (2007), Habitantos (2010) y Tres cuartas partes (2012).
Fernando Linero Montes (Santa Marta, 1957)
Poeta y músico. Estudió Filosofía y Letras en la Universidad de la Salle y Música en el Conservatorio de la Universidad Nacional. Ha publicado los libros de poesía: Sonata del sonámbulo (1980), La risa del saxo (1985), Guijarros (1990), Aparte de amor (1993), Palabras para el hombre (1998), Lecciones de fagot (2004), Experto en tachaduras (2010) y Cuaderno de insectos y otros poemas (2011).
Jaime Londoño (Bogotá, 1959)
Poeta, traductor, crítico y profesor universitario. Estudió Derecho en la Universidad Externado y Literatura en la Universidad Javeriana. Desde 1997 dirige un taller en el parque de Usaquén en Bogotá. Ha publicado los libros de poemas: Hechos para una vida anormal, Alquimistas ambulantes, Mago solo hay uno, Fantasmas S.A., El canto de los insectos y De mente nómada.
Guillermo Molina Morales (Zaragoza, España, 1983)
Poeta, docente e investigador. Obras publicadas: Estado de emergencia (2013) y Epilírica (2008), con los que ganó, respectivamente, el IX Premio internacional de poesía «Claudio Rodríguez» y el XI Premio internacional de poesía joven «Antonio Carvajal».
Poeta. Estudió literatura Latinoamericana en la Universidad Autónoma de Yucatán. Ha publicado los libros Muerte de Catulo y La luz que no se cumple. Estudia el MFA en Creative Writing en la University of Texas en El Paso.
Óscar Pinto Siabatto (Bogotá, 1976)
Poeta, narrador, editor y diseñador de libros. Director fundador del periódico de poesía de distribución gratuita El Aguijón y de la revista virtual elaguijon. org. Actual diseñador de la colección literaria distrital Libro al Viento. Miembro del comité editorial de la revista de poesía Ulrika.
Robinson Quintero Ossa (Caramanta, Antioquia, 1959)
Poeta y ensayista. Libros de poemas: De viaje (1994), Hay que cantar (1998), La poesía es un viaje (2004), El poeta es quien más tiene que hacer al levantarse (2008). Ha publicado además textos de investigación, periodismo literario y didáctica literaria, entre ellos: 13 entrevistas a 13 poemas colombianos (2008), Colombia en la poesía colombiana (2010), El país imaginado (2012), Libro de los enemigos (2014) y La máquina de cantar (2015).
Alberto Rodríguez Tosca (Cuba, 1962-2015)
Poeta, ensayista y narrador. Publicó los libros: Todas las jaurías del rey (Premio David de Poesía, 1987), Otros poemas (Premio Nacional de la Crítica, 1992), El viaje (Catapulta, 2003), Las derrotas (Ediciones Unión, 2006; Premio Uneac 2007). Sus poemas y cuentos aparecieron en diversas antologías de Iberoamérica, Europa y Estados Unidos. Residió en Colombia entre 1994 y 2015.
John Fitzgerald Torres (Bogotá, Colombia, 1964)
Poeta y narrador. Magíster en Literatura. Es autor de los libros de poemas: La camisa en llamas (1987), En el centro de la hoguera (1990), Palabras de más (1998), Alguien creerá que esto es la poesía, Orsai (2002) y ...Y otros poemas (2009). Recientemente ganó el VI Premio de Literatura Infantil Barco de Vapor-Biblioteca Luis Ángel Arango, con el libro Por favor, ¡no leas este libro! (2013).
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Y el grande, oscuro piano, llenaba de ángeles de música toda la vieja casa. AURELIO ARTURO
Casa de Citas, la casa de la poesía Acuerdo En la Casa de Citas una Mujer y un Hombre se citan, y con ellos citan el riesgo que desde hace muchos años ha sido urgentemente citado para una reunión con el «infinito» y la «eternidad». Eternidad, infinito, riesgo. Hombre y Mujer citan a San Juan Manuel: «estoy tan solo, amor…»
Si se trata de citas le doy la palabra a Omar Khayyam: «Más que el reino de Thus, más que el reino de Kobad, vale un buen vaso de vino. Vale más, cuando amanece el día, el eructo de un bohemio que el rezo de un hipócrita.» Me adhiero, y por eso acudo a la Casa de Citas del festejo. Nota: Escrito con el persa, en compañía de Omar (Ortiz) y de Rodríguez Tosca, en noche memorable.
ALBERTO RODRÍGUEZ TOSCA
JUAN MANUEL ROCA Para Casa de Citas por la poesía por las citas secretas por los encuentros y demás alegrías
Antes, por lo general, a las Casas de Citas iban las prostitutas, ahora vamos los poetas, porque en realidad son los oficios más antiguos del mundo.
RAFAEL DEL CASTILLO MATAMOROS
JOTAMARIO
Septiembre de 1994
Abril de 2015
Casa de Citas para mí es, en parte, memoria de la poesía de este país, porque por allí hemos desfilado todos, aun cuando éramos poetas relativamente desconocidos; allí íbamos a leer todos.
Yo que siempre cito, no pensé que terminaría en una Casa de Citas. Pero he sido feliz y espero la repetición
PIEDAD BONNETT
CÉSAR LÓPEZ 5 de noviembre de 1994
Abril de 2015
Casa de Citas sin cita es la eternidad… Una sombra lo busca a uno por ahí…
EVELIO JOSÉ ROSERO
5 de noviembre de 1994
Recuerdo especialmente que en la sede de la Javeriana se hacían todas las semanas recitales poéticos, siempre una aglomeración de público que venía a conocer a los poetas de Colombia o de otros países. Conocí las sedes que ha tenido Casa de Citas, primero la de la Séptima con 24, la de la Javeriana y la actual, en el Barrio La Candelaria. Cuando Carlos Adolfo lanzó esta Casa por fin encontramos un sitio donde estar, allá nos celebraron los 25 años a la Generación Sin Nombre y años después en la sede la Candelaria celebramos los 40 años. Es toda una historia. Casa de Citas ya pertenece a la historia literaria de Colombia.
JOSÉ LUIS DÍAZ-GRANADOS
Junio de 2011
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POESÍA BOGOTÁ 2016
24
FESTIVAL INTERNACIONAL DE POESÍA DE BOGOTÁ
Diversidad e individualidad: cifras humanas de la poesía actual 29 DE ABRIL AL 5 DE MAYO DE 2016
JORNADAS UNIVERSITARIAS DE POESÍA CIUDAD DE BOGOTÁ
Nuevas voces para la poesía iberoamericana 26 AL 30 DE SEPTIEMBRE DE 2016 EVENTOS CONCERTADOS Fundación Corpoulrika
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