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An tolo a i itado XXV FIPB
Antología invitados
xxv fipb
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Breve muestra (los poemas de todos los invitados a esta edición se pueden leer en nuestra página web www.poesiabogota.org) Rodolfo Alonso, Rafael Cadenas, Óscar Oliva, José Ramón Ripoll, Enrique Sánchez Hernani, Giovanni Quessep, Maruja Vieira, Miguel Méndez Camacho, Jotamario Arbeláez.
Rodolfo Alonso
Buenos Aires, Argentina, 1934. Ha publicado más de 25 libros. Primer traductor de Fernando Pessoa y sus heterónimos. En Colombia ha publicado: Poemas (Golpe de Dados, Bogotá, 1995), La otra vida, con prólogo de António Ramos Rosa (Común Presencia, Bogotá, 2003), Poemas pendientes (Universidad Nacional de Colombia, Bogotá, 2006).
Dar de beber
sometidos a tan vasto encubrimiento a tal golpe de suerte un hombre muere una frontera se propaga sosteniendo hasta el fin un día de olas
Libre libres
yo los invito a pasear el amor entre los indiferentes su color sin moral su altar en armas su identidad feroz que inauguran los niños
en asamblea previenen esta cena ellos los esperados
Confabular
es la llanura el hijo perfecto los que abrimos la mañana con los dientes viviendo hasta aquí arriba el vino de mano en mano el poema de mano en mano la sangre de mano en mano sí es verdad habría que decirlo a todo el mundo
Noche de mendigos
si convives en todos los alcoholes de la tierra hay una luz para tu rostro
tiempo de la pasión con ojos en la boca con cielos en la boca sí la vida destapa su memoria atraviesa tus arcos y se ríe
una mañana heroica un ágil surco resonando en tu espalda
La cintura del mundo
la muerte ha de morir sabemos lo que amamos sobre qué piedra sobre qué raíz habrá que aventurarse
resiste su virtud lo que nos queda en pago la condición el ojo triste la palabra que habrán de compartirse con los hombres
tú confirmas la vida con tu voz dejas caer tu aroma y te desvistes en todos los que parten
Rafael Cadenas
Barquisimeto, Venezuela, 1930. De sus libros de poesía y ensayo se destacan Los cuadernos del destierro, 1960; Falsas maniobras, 1966; Memorial, 1977; Intemperie, 1977; Anotaciones, 1983; Amante, 1983; Dichos, 1992; Gestiones, 1992 y Apuntes sobre San Juan de la Cruz y la mística, 1995.
Derrota
Yo que no he tenido nunca un oficio que ante todo competidor me he sentido débil que perdí los mejores títulos para la vida que apenas llego a un sitio ya quiero irme (creyendo que mudarme es una solución) que he sido negado anticipadamente y escarnecido por los más aptos que me arrimo a las paredes para no caer del todo que soy objeto de risa para mí mismo que creí que mi padre era eterno que he sido humillado por profesores de literatura que un día pregunté en qué podía ayudar y la respuesta fue una risotada que no podré nunca formar un hogar, ni ser brillante, ni triunfar en la vida que he sido abandonado por muchas personas porque casi no hablo que tengo vergüenza por actos que no he cometido que poco me ha faltado para echar a correr por la calle que he perdido un centro que nunca tuve que me he vuelto el hazmerreír de mucha gente por vivir en el limbo que no encontraré nunca quién me soporte que fui preterido en aras de personas más miserables que yo que seguiré toda la vida así y que el año entrante seré muchas veces más burlado en mi ridícula ambición que estoy cansado de recibir consejos de otros más aletargados que yo («Ud. es muy quedado, avíspese, despierte») que nunca podré viajar a la India que he recibido favores sin dar nada en cambio que ando por la ciudad de un lado a otro como una pluma que me dejo llevar por los otros que no tengo personalidad ni quiero tenerla que todo el día tapo mi rebelión que no me he ido a las guerrillas que no he hecho nada por mi pueblo que no soy de las faln y me desespero por todas estas cosas y por otras cuya enumeración sería interminable que no puedo salir de mi prisión que he sido dado de baja en todas partes por inútil que en realidad no he podido casarme ni ir a París ni tener un día sereno que me niego a reconocer los hechos que siempre babeo sobre mi historia que soy imbécil y más que imbécil de nacimiento que perdí el hilo del discurso que se ejecutaba en mí y no he podido encontrarlo que no lloro cuando siento deseos de hacerlo que llego tarde a todo que he sido arruinado por tantas marchas y contramarchas que ansío la inmovilidad perfecta y la prisa impecable que no soy lo que soy ni lo que no soy que a pesar de todo tengo un orgullo satánico aunque a ciertas horas haya sido humilde hasta igualarme a las piedras que he vivido quince años en el mismo círculo que me creí predestinado para algo fuera de lo común y nada he logrado que nunca usaré corbata que no encuentro mi cuerpo que he percibido por relámpagos mi falsedad y no he podido derribarme, barrer todo y crear de mi indolencia, mi flotación, mi extravío una frescura nueva, y obstinadamente me suicido al alcance de la mano me levantaré del suelo más ridículo todavía para seguir burlándome de los otros y de mí hasta el día del juicio final.
Óscar Oliva
Chiapas, México, 1937. Es miembro del Sistema Nacional de Creadores de Arte, México. Obras publicadas, entre otras: La voz desbocada, en la Espiga Amotinada, Letras Mexicanas, FCE, 1960; Estado de sitio y otros poemas, Lecturas Mexicanas, SEP, 1986; Antología personal, Universidad Autónoma de Chiapas, 1993; Iniciamiento, poesía reunida 1960-2015, dos volúmenes.
A inger christensen
(Fragmento)
Cuando Orión y Sirio, cuando las Pléyades, a orillas del cielo, existen cercanas al final de su vida, un futuro de 250 millones de años, existe el ruido que produce esa débil agonía, la culebra deshidratada en el estanque,
el ruiseñor y su telar de mayo, halo rojo cuando hace la calor en las fábulas de la tejedoras, el ruiseñor y su pareja, la dulce amiga, con la blusa abierta empapada de mayo, existen porque cantan a dúo, cantan hasta bien entrada la noche, por encima de cualquier débil agonía, por encima del ataque de cualquier depredador (entonces el canto de amor es alarma que suena como el roar amplificado de las ranas), –algo se puede traducir de esa bulla a lengua latina: «huir», «peligro»–, (en versión muy libre), y cantan: existen en el cielo, el más antiguo de los dioses, oh Hesíodo, por encima de cualquier constelación, sobre la belleza del tiempo (san Agustín)
yo estoy con mi amiga, bajo la flor de ese canto,
cuando esa avecita con su canto nos alegra y regocija en la Primavera, nombrada en latín: Luscinia, porque canta al alborada. (Sebastián de Covarrubias),
existe el ruiseñor sobre el lomo de un buey, estampa proveniente del Bosco o de su escuela familiar; existen las aglomeraciones de cigüeñas pintadas de rojo, que contrastan con el campo pálido y la razón, también pálida; existen otras dulzuras carnales, los 2 jovencitos dentro de la torre de coral, existen los enterramientos dentro de las viviendas, existe un bebé dentro de un vaso de cerámica transparente, y existe la fuerza ordenadora del azar, las cigarras ordenadoras de vida existen, Orión y existe Inger Christensen, y su silla amorosa, giratoria, fija en el vuelo, Inger existe, traducciones al danés del lenguaje de los ruiseñores del Nuevo Mundo, existen valles muy jóvenes, cuando existe el país disciplinado de cigarras de la poetisa, existe la Estrella Perro...
José Ramón Ripoll
Cádiz, España, 1952. Es director desde su fundación, en 1991, de RevistAtlántica de poesía, publicación especializada en literatura iberoamericana e internacional. Es autor de varios libros de poemas, entre los que destacan Tauromaquia (1979); El humo de los barcos (Visor, Madrid, 1983), Estragos de la guerra (Editores del Centro de Arte Moderno, Madrid, 2011) y La lengua de los otros (ganador del Premio Loewe 2017).
La lengua de los otros
Quiera la noche que este idioma de herrumbres y murmullos cárdenos, que en duermevela me musita la canción de la noche, no me abandone nunca, ni me ofrezca desnudo a la otra lengua bajo el pretexto de la vida.
Quiera el oscuro mar que guarde en el acuoso intento de mi respiración el arcaico compás de la tormenta donde aún naufragan las palabras que nunca se dirán.
Quiera el errante viento no otorgarles la forma de otro cuerpo, ni otra voz que me enuncie, ni que me represente más allá de la sombra de esta gruta donde habito sin nombre, sin causa y sin materia
Quiera el verbo del mundo ser el eco de un perpetuo silencio que amalgame el azar y el destino, la reverberación de un filamento que vibra en el olvido igual que en la memoria, punzada monocorde de un laúd que acompaña la canción de la noche con la que me resisto a la otra lengua: la lengua de los otros.
(Estragos de la guerra)
Desde entonces la casa es otra casa; el lugar, otro espacio y otra tierra. Hasta el aire es distinto, como un vaho que inunda los recuerdos y una llama que aviva la memoria. Todo es distinto en esa estancia desde aquel fogonazo que iluminó de golpe aquella habitación donde la muerte habita desde entonces, imponiendo su ley, cambiando el orden de las cosas como una eterna melodía entonada por labios que no saben nombrar. Esa metralla atravesó el cristal desde el que un niño se guardaba del mundo y lo observaba como el jardín de su conciencia. Aquel sonido repentino era el eco de Abel, que desde un libro antiguo descendía hasta el mañana por el quejido de los hombres. Desde entonces la casa es la otra casa, la que un obús derrumba en cualquier guerra, la que un tanque destruye y aniquila, la que una excavadora desmorona, clavando los cristales por los que el niño mira en el propio corazón de la tierra.
(Roja hendidura)
En la tarde, la rojiza hendidura que el sol deja entre el cielo y el mar nos remite al principio de un rumor obstinado. Escucha, no el sonido del aire, no el batir de las olas contra la línea imaginaria que separa cuanto sueñas y vives, sino el constante crepitar del silencio que más allá de su propia insistencia te desdice y aprieta entre su nada, la hiriente indagación del miedo precipitándote al vacío. Escucha el zumbido de quien eres como un eco lejano que ha dejado de ser. Escucha ese otro cántico que entona la turbadora claridad del día que viene cada tarde a reescribirte en su roja hendidura.
(Este viento)
Este viento lejano trae un olor antiguo, cierto aroma de sangre coagulada en el tiempo, la fragancia de un nardo ofrecido a los dioses, el perfume de un cuerpo cuando busca el amor. Este viento remoto tiene un sabor a óxido, a naufragios anónimos escritos en los mares, a una coraza vieja perdida por la historia que oculta tras su herrumbre mi helado corazón. Este viento me llama de nuevo por mi nombre, aquél que me usurparon la lengua de los otros y en la terca batalla de la luz y la sombra junto al manto dorado del ser abandoné. Este viento lastima con su fuerza en el rostro, incrusta las arenas de la playa en la piel, me recuerda un origen borroso de la vida y en su silbo pregunta, nada más que pregunta.
(Entre el jaspe y el iris)
Entre el jaspe y el iris cae la tarde. Si el crepúsculo ardiera sin ser visto, ni tu extraña visita, ni este encuentro, ni la insistencia de mis ojos tendrían sentido ahora. Toda esta causa reproduce un susurro que se hace música al mirar. Del recuerdo ondulado de esta tarde que cae se forma una palabra que la nombra, y así vive, entre el jaspe y el iris.
Enrique Sánchez Hernani
Lima, Perú, 1953. Ha publicado Me gustas tú. Adolescentes en la poesía peruana, de Jorge Eslava y Eduardo Chirinos, Punto de lectura, Lima (2011); Festivas formas, Poesía peruana contemporánea, Editorial de la Universidad de Antioquia (Colombia); Antología de la poesía peruana, Fuego abierto, de Carmen Ollé, Editorial LOM (Santiago de Chile, 2008).
Dinámica de los cuerpos que estallan por amor
Me dicen que Bob Dylan modula Baby, Let Me Follow
You Down con su voz de hospital cada vez que se lo pides solo por abrirle paso a la minúscula luz que repta por el pasadizo para cederle el camino a un ofidio que insiste en clavarte sus delgados colmillos rosados en tu transpirada piel aprovechando que ya no estoy contigo. Me cuentan que Dylan canta y que de su armónica gotea óxido de calcio y algunas piedras romas que titilan en medio de la feroz borrasca que echa a volar los objetos por todos los cuartos de la casa. Me advierten que ya no me amas que de tu cabeza huyen extrañísimas máquinas y dos o tres muchachas disipadas de profundas ojeras azules con faldas diminutas mostrando tus estupendas piernas pero que no son tú sino otras las que insisten en divulgar su adulterio en las barras de los bares más repugnantes de la ciudad. Dime por qué haces todo eso nena si sabes que me molesta.
Nena, déjame seguirte, nena, déjame seguirte, haré cualquier cosa en este enorme mundo de Dios si tan solo me dejas seguirte.
Nada más me queda advertirte pues casi no quepo en el vertedero de desperdicios adonde has estado arrojando mis cartas y mis poemas que cuando no pueda tolerar más a ese forastero revolviendo sus manos debajo de tu vestido verde malva solo porque a ti te seduce cómo blasfema desde el tocadiscos de nogal que fue mío quitaré el vinilo del plato oscuro cuando aún esté girando alocadamente dentro de ti y lo echaré contra el filtro del amanecer.
Todo entonces volverá a la normalidad querida.
Maruja Vieira
Manizales, Colombia, 1922. Son, entre otros, sus libros: Campanario de lluvia, (1947), Los poemas de enero (1951), Poesía (1951), Palabras de la ausencia (1953), Clave Mínima (1965), Mis propias palabras (1986), Tiempo de Vivir (1992), Sombra del amor (1998), Los nombres de la ausencia (2006), Todo lo que era mío (2008), Ciudad remanso, Popayán (1956).
Al final del camino
Sólo pido tu rostro para el sueño. Tu nombre dibujado en los telones del recuerdo. Me iré con ellos lejos, a la ciudad tranquila de los lirios, de las campanas y de las violetas. El tiempo será largo como un río y seguirá copiando el mismo cielo eternamente. Y eternamente clara, casi viva tu sombra estará cerca.
Tiempo definido
Está bien que la vida, de vez en cuando, nos despoje de todo. En la oscuridad los ojos aprenden a ver más claramente. Cuando la soledad es el total vacío del cuerpo y de las manos, hay caminos abiertos hacia lo más profundo y hacia lo más distante.
En el silencio, las amadas voces renuevan claramente sus palabras y los muros custodian el rumor conocido de los ausentes pasos.
Los labios que antes fueran sitio de amor en las calladas tardes, aprenden la grandeza de la canción rebelde y angustiada. Hay un viento en suspenso sobre los altos árboles, un repique de lluvia sobre ruinas oscuras y humeantes, un gesto en cada rostro que dice de amargura y vencimiento.
Sigue un lento caer de horas inútiles, desprendidas del tiempo. Y más allá del círculo pequeñito del mundo, aquel mundo cerrado, con sus vagas estrellas y su bruma de sueños, despierta inmensamente la herida voz del hombre poblador de la tierra.
Antes estaban lejos, casi desconocidos, el combate y el trueno. Ahora corre la sangre por los cauces iguales del odio y la esperanza, sin que nada detenga la invasora corriente de las fuerzas eternas.
9 de abril de 1948
La flor del silencio
Hora extraña, leve. Se borra el contorno del tiempo. La música viva del aire está quieta. La flor del silencio deshoja uno a uno sus pétalos. Suavemente viene, soñando caminos de amor, tu recuerdo.
Giovanni Quessep
San Onofre, Colombia, 1939. Entre sus libros se destacan: Después del paraíso, 1961; El ser no es una fábula, 1968; Duración y leyenda, 1972; Canto del extranjero, 1976; Madrigales de vida y muerte, 1978; Muerte de Merlín, 1985; Antología poética, 1993; Brasa Lunar, 2004.
Por ínsulas extrañas
Tuve todo en mi casa, el cielo y la raíz, la rama oculta que hace las estaciones y el vuelo de los pájaros. No había
nada que no viniera hasta mis manos; pero yo nada quise, y me fui lejos por caminos, por ínsulas extrañas en busca de los ojos
del tigre y el rumor de una fuente que no era de mi mundo. En el atardecer lo dejé todo
por una sombra y un alcázar, y hoy, perdido en un amargo laberinto de hojas, veo las nubes que se van, la vida.
Alguien se salva por escuchar al ruiseñor
Digamos que una tarde El ruiseñor cantó Sobre esta piedra Porque al tocarla El tiempo no nos hiere No todo es tuyo olvido Algo nos queda Entre las ruinas pienso Que nunca será polvo Quien vio su vuelo O quien escuchó su canto
Tejido
Si tuviese tus ojos, hilandera, podría ver lo que jamás he visto: hilos de plata, hilos de oro, hilos de seda moviéndose en mis manos para tejer las cuatro estaciones, especialmente la primavera o el otoño que todo lo acaba; vería el agua correr por la madeja y torres en el fondo de las barcas, o miraría en la rueca las bellas formas que ya son hilo en que siempre la muerte nos espera, el hilo de plata, el hilo de oro, el hilo de seda.
Amara yo el olvido
Felicidad en ruinas Lo que han visto mis ojos Volver al tiempo amado Ya fugitiva música del polvo
(Nada tendrá el amor Si en jardines o nieve La Quimera le cuenta Del valle de la muerte)
Felicidad en ruinas Lo que ha visto mi alma en el encanto Amara yo el olvido Y el reino de las hojas que he encontrado
Miguel Méndez Camacho
Cúcuta, Colombia, 1942. Autor de los libros de poemas, Los golpes ciegos (1968), Poemas de entrecasa (1971), Instrucciones para la nostalgia (1984), Desencantos y cantos (2003). Publicó también dos libros de crónicas y reportajes: Papeles (1978) y Perfil y papalote (1983).
La soledad
Si miramos el rostro de la amada y cerramos los ojos para palparlo luego en la memoria el fantasma del miedo. Por eso los amantes no se dan nunca nada el uno al otro y las manos que recorren los cuerpos no persiguen la piel sino el olvido de la futura soledad. Y las caricias se prodigan no a los cuerpos sino al vacío de la ausencia al temor de quedar sin compañía.
Escrito en la espalda de un árbol
No recuerdo si el árbol daba frutos o sombra, sólo sé que dio pájaros.
Que era el centro del patio y de la infancia.
Que en la madera fácil tallé tu nombre encima de un corazón flechado.
Y no recuerdo más: tanto subió tu nombre con el árbol que pudiste escaparte en la primera cosecha que dio pájaros.
Para asumir la soledad
En los aeropuertos donde nadie te espera ni despide ondea tu sonrisa y responde a las manos que saludan. Y al subir o bajar la escalerilla el rito del brazo levantado hacia la bandería de los pañuelos que se agitan. No olvides la variante de las pequeñas tiendas de turismo: pregunta por el perfume de la muchacha que te hubiera esperado si tuvieras alguna. O el licor favorito de tu amigo que no puede beber porque la muerte no se lo permite. Duty free significa simplemente libre de explicaciones para asumir la soledad. Y cuando los altoparlantes anuncien que el viaje continúa vuelve y levanta el brazo hacia la muchedumbre que es posible que quienes te saludan sean también solitarios que no tienen ni visitas ni ausencias.
Lucrecia
Mi madre nunca tiene en los poemas un muy exacto Simpre está dando vueltas Huyendo y regresando Aquí y allá de la vigilia al alba, limpiando y remendando mis palabras como si fuera oficio de la casa.
Jotamario Arbeláez
Cali, Colombia, 1940. Representante y cofundador del movimiento nadaísta colombiano. Ha publicado, El profeta en su casa (1966); El libro rojo de rojas (1970); junto a Elmo Valencia; Mi reino por este mundo (1981); La casa de la memoria (1985); El espíritu erótico (1990) realizada junto al pintor Fernando Guinard; y El cuerpo de ella (1999); entre otros.
Poema de invierno
Llovió toda mi infancia. Las mujeres altas de la familia aleteaban entre los alambres descolgando la ropa. Y achicando hacia el patio el agua que oleaba a los cuartos. Aparábamos las goteras del techo colocando platones y bacinillas que vaciábamos al sifón cuando desbordaban. Andábamos descalzos remangados los pantalones, los zapatos de todos amparados en la repisa. Madre volaba con un plástico hacia la sala para cubrir la enciclopedia. Atravesaba los tejados la luz de los rayos. A la sombra del palo de agua colocaba mi abuela un cabo de vela y sus rezos no dejaban que se apagara. Se iba la luz toda la noche. Tuve la dicha de un impermeable de hule que me cosió mi padre para poder ir a la escuela sin mojar los cuadernos. Acababa zapatos con sólo ponérmelos. Un día salió el sol. Ya mi padre había muerto.
Después de la guerra
Un día después de la guerra si hay guerra si después de la guerra hay un día te tomaré en mis brazos un día después de la guerra si hay guerra si después de la guerra hay un día si después de la guerra tengo brazos te haré con amor el amor un día después de la guerra si hay guerra si después de la guerra hay un día si después de la guerra hay amor y si hay con qué hacer el amor.
La lectura en tinieblas
Mi padre no me dejaba leer la Biblia ni el Manifiesto Comunista para que no gastara la poca luz que podía pagar para la casa. Me quitaba el bombillo y dormía con él bajo la almohada remordiéndole la conciencia pero al pie de la cama de mi cuarto también roncaba la nevera e instalado a los pies de mi cama con la nevera abierta leía de la medianoche al canto del gallo de la crucifixión de San Pedro cabeza abajo, del intento de lapidación de Pablo en Listra y de la pasada por la espada de Santiago en los Hechos de los Apóstoles, de las tribulaciones de Panait Istrati, las duras prisiones de Nazim Hikmet y las torturas de Julius Fucik en su reportaje al pie del patíbulo, hasta que se me helaban los huesos.