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Editorial EAFIT: Colección de poesía «Otramina
from Revista Ulrika 67
EDITORIAL EAFIT:
COLECCIÓN DE POESÍA «OTRAMINA»
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En el marco de las xii Jornadas Universitarias de Poesía Ciudad de Bogotá conversamos con la escritora y editora Claudia Ivonne Giraldo, quien nos acompañó también en la mesa virtual dedicada a los poetas Gina Saraceni (Venezuela) y José Manuel Lucía Megías (España), publicados en la Colección de poesía Otramina.
POR CLAUDIA IVONNE GIRALDO G.
unque en los 23 años de existencia de la Editorial su fondo ha contado con tres colecciones de poesía, la única que existe en este momento es la Colección Otramina. Dirigida por el maestro Darío Jaramillo Agudelo, esta colección lleva ya 17 volúmenes. Se publican dos libros por año y en ella ponemos todo nuestro cuidado editorial para que sean libros bellos y bien curados.
En un pequeño formato ha reunido voces de poetas colombianos. Sin embargo, en los últimos cinco años el maestro Darío Jaramillo ha escogido a poetas de Iberoamérica, en especial ha publicado a mujeres destacadas en el género: Esperanza López Parada, María Teresa Andruetto, Coral Bracho, Gina Saraceni y Liliana Ponce. El último número corresponde al mexicano Vicente Quirarte.
Participaron en las xii Jornadas Universitarias de Poesía Ciudad de Bogotá: Claudia Ivonne Giraldo, Óscar Pinto Siabatto, Gina Saraceni y José Manuel Lucía Megías.
Otros destacados poetas contemporáneos publicados: Juan Calzadilla, Juan Vicente Piqueras, Armando Romero, Pedro Lastra, Mariano Peyrou, Jorge García Usta, Carlos Framb, Helí Ramírez, Frank Báez y John Galán Casanova.
José Manuel Lucía Megías
(Ibiza, 1967)
Siete instantes robados al confinamiento
1
Entre cuatro paredes amanece, Como todos los días. La luz entra Por el balcón ajeno del milagro Y los ojos empiezan a inventarse Un paisaje de parques y alamedas, De flores y de árboles frutales, En una primavera solitaria, Sin pájaros, sin jóvenes, sin nadie.
2
El silencio es extraño. Lo ansiamos En medio del bullicio de las calles, Entre tanta palabra hueca, sorda, Insensible al dolor, necesitadas Del eco de borregos y me-gusta. Terminarán las casas por dejarnos. Pero hasta que suceda, aquí estamos Durmiendo en silencio. Abrazados.
3
En brazos del Amado pasan las horas. Son la tierra y el campo donde habito. Respiro en su aliento y en sus ojos Veo nacer el día y las primeras Caricias apoyado en su espalda. He creado rutinas con su cuerpo Para llenar de vida nuestro encierro. Aplaudo cada gesto de su boca.
4
Cuando vuelva a pisar las avenidas, La calle en que trabajo y la vuelta De la esquina, volveré a ser hombre. Volverá el instinto de la caza, De los campos abiertos y las puertas Que olían a vecinos y a los saludos De voces familiares. Volveremos A sentir cómo vuelan las gaviotas.
5
En medio de la noche me despierto. En la oscuridad, la habitación Parece la misma, los mismos muebles, Idénticos los cuadros y los adornos. Hasta el reloj parece que es el mismo Que ayer daba las horas del trabajo. De noche nada cambia. Luna llena Que ilumina tu cuerpo a mi lado.
6
Mañana viviremos en las mismas Rutinas inventadas, copiaremos Los gestos repetidos en estos días. Idéntica tortilla al desayuno. Idénticos mensajes en el móvil Idénticas noticias en la tele. Idéntica ensalada en la comida. Idénticos tejados por la noche.
7
Los libros permanecen en las cajas En medio de la entrada y los pasillos. Su verticalidad ha dado paso A las desordenadas relaciones De un encierro de días y semanas. Se entremezclan los versos con la prosa, Los apuntes con libros de cumpleaños. Así tiene que ser. Como la vida.
Gina Saraceni
(Caracas, 1966)
Florecen las acacias y se prende un incendio en el trópico ardiente.
Madera de luz que enceguece.
Está lejos el verano y su vibrante canto animal
La ciudad extranjera no perdona que esta estación exista y le arranca las moras que esperaban madurar bajo el sol de agosto.
Crece la hierba entre el Adriático y yo.
La prehistoria es de palo y madera
Seré molusco, alga, erizo tronco
El mar durará para que la extinción perdure. ¿Dónde estarán los perros que perseguían la sombra de los pelícanos en la playa?
Eran perros de la pobreza delgados como la madera que las olas carcomen.
Escarbaban en la basura la materia de su hambre y tenían en el costado heridas abiertas.
Olieron en nuestros cuerpos que éramos iguales.
Fuimos una manada de perros que abandonó la playa y se perdió en el monte.
Me llevo la playa, sus maderas rotas, sus cigarras muertas.
Me llevo la mora para comérmela lejos y la poesía italiana para oír su acento cuando esté distante.
Estoy a 2650 metros sobre el nivel del mar: llueve en Bogotá.