DISOCIACIÓN | Edición julio 2019

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Polisemia PPluralidad

Ediciรณn

bimestral

de significados

Julio

2019


Pluralidad de significados de la palabra

DisocIaciรณN


Dirección

editorial

Dennise Alcíbar

Consejo

editorial

Gabriel Leonardo Imer Anayeli Ambrocio Andrés Castellanos Jonathan Alburo Corrección

de

estilo

Andrés Castellanos Karla Michelle Nevarez Colaboradores

Ramsés Guerrero Tania Hernández Silvia Arenas Minerva Puello Esteban M. Todisco Jessica Iturralde Vázquez Alba Tros Claudia García


Ă­ndice

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08

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Editorial

Despierto

Dennise Alcíbar

Silvia Arenas

10

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El Súper Humano del siglo XXII

En el camino Minerva Puello

Ramsés Guerrero

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20

Michael

Interlunio

Tania Hernández

Esteban M. Todisco

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25

Partida en dos

Los pájaros son libres

Aurora Rapún Mombiela

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Jessica Iturralde Vázquez


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28

Puedo ver

Glenda

tu futuro

Claudia GarcĂ­a

Alba Tros

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EDITORIAL

La disociación es un acto donde se separa algo que originalmente estaba unido. En la base histórica (CORDE) esta palabra registra el uso más antiguo en 1729. En la prosa científica destaca la aparición de 153 casos, es decir el 66% del total de uso. Mientras que en la prosa periodística sólo se reconocen dos casos.

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En el ámbito de la química se utiliza para hacer referencia a la división de los elementos de una sustancia por medio de una acción de carácter químico o físico. El procedimiento químico de disociación, revelan los expertos, permite segmentar una sustancia en moléculas más pequeñas, por lo general con carácter reversible. La disociación en la psicología es una sintomatología donde el afectado genera un bloqueo frente a contenidos dolorosos en su conciencia. Al no aceptar dichos elementos, la persona lleva a cabo la disociación como una forma de enfrentarse a la ansiedad o el estrés. Representa un mecanismo de defensa que implica alejar elementos disruptivos para el yo del resto del aparato psíquico. Por eso el sujeto termina conviviendo con elementos incongruentes. Escritores de España, Colombia, Argentina y México colaboraron en esta edición de Polisemia para sumar su visión de la disociación a través de cuentos y relatos cortos. Julio 2019

Dennise Alcíbar

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ig s l e d

X

El

I I X

Doctor Manfred Von Linnt creció en una familia de campesinos, estudió y se desarrolló en condiciones precarias en un distrito rural de Alemania, lo anterior quizá fundamenta su obsesión con el desarrollo de una vitamina para ampliar la vida del ganado.

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Ramsés Guerrero

r e p o ú n S a l E um H lo


A través de la investigación, experimentación, pobreza y padecimiento del desprecio de la comunidad científica europea, logró hallar una vitamina capaz de hacer inmortal a todo el ganado. El Dr. Von Linnt había ganado la batalla contra la muerte. Si bien el precio del suero misterioso era altísimo, los grandes empresarios no dudaron en hacer la millonaria inversión para subir sus ganancias a niveles estratosféricos. La producción se vio favorecida con la nueva vitamina, de esta manera un millar de vacas, cerdos, cabras o caballos serían eternos esclavos del consumo humano. Linnt se enriqueció en pocos años. A pesar de ser un despilfarrador, la fortuna le hizo justicia a tantos años de pobreza con una prosperidad inacabable. No obstante, tras su muerte, la empresa norteamericana Vitam Aeternam negoció un precio ridículo y abusivo por la patente con los herederos de Linnt. Cabe destacar que Linnt no tuvo descendencia y sus únicos herederos vivos eran cuatro sobrinos semi-analfabetos. La empresa norteamericana declaró sentirse comprometida con el mundo, así que prometió extender el uso a las especies vegetales y abaratar el precio de la vitamina. Lo hizo. Probablemente esto fue lo que detuvo a los tribunales alemanes para reclamar por la estafa que sufrieron los sobrinos analfabetos. A inicios del siglo XXII, cuando a nadie le interesaba en lo absoluto Linnt o su vitamina, resurgió el protagonismo de Vitam Aeternam. Se propagaba entre las clases altas la noticia de que la empresa había culminado el proyecto de inmortalidad, ampliando el uso en la especie humana. No se equivocaban, pues la vitamina se puso a la venta unas semanas después de que la noticia se popularizó. Al igual que con el ganado, los precios fueron tan altos que solo los adinerados podían adquirir la vitamina de la vida eterna para ellos y para sus hijos. Fue así como las clases sociales desaparecieron para dar paso a los mortales o inmortales. El último mortal pereció en 2105 con transmisión en vivo y festejo post-mortem porque se daba paso a una Nueva Era, un menor número de individuos y nuevos gobiernos. Los primeros años de la Nueva Era transcurrieron con normalidad, pero tras tantos años de matrimonio con la muerte, el divorcio dejaba estragos en el comportamiento

de los inmortales. La mayoría de las personas dejaron de trabajar, dormir, beber, salir y hasta se olvidaron del sexo. Eran incontables los casos médicos de personas laceradas a causa de intentos infructuosos de suicidio; más numerosos eran los casos de individuos que se encerraban en sus casas, adelgazados, deshidratados y desnudos, pues aquello era la experiencia más cercana a la muerte. Surgieron manifestaciones violentas que exigían que les dieran muerte, los inmortales escribían con sangre propia grandes pancartas con mensajes sin destinatario específico, el más icónico de los mensajes versaba así: “Me das la vida, ¿por qué me quitas la muerte?”. Se trató de reprimir el desorden con la fuerza pública, pero era inútil para ambos luchar una batalla eterna en la que ninguno vencería de fondo. Después del suero de la vida, en la Nueva Era, el producto más vendido fue el libro del filósofo Israel de la Costa Zavala. El libro se titulaba El Súper Humano del Siglo XXII. Las palabras que conmovieron a las masas y dieron un respiro de muerte a la humanidad fueron las siguientes: “Al separarnos de nuestro estado ontológico de finitud, asimilamos como absurda nuestra concepción de tiempo, vida, metas y conservación. No hay razón alguna para cuidar una vida que sabemos siempre cierta. Somos una sociedad disociada de su naturaleza mortal. El Súper Humano se gestó en un laboratorio y sólo en ellos encontrará la solución a su disconformidad, tenemos que rogarle a nuestra madre —la Naturaleza—que nos devuelva lo que perdimos: la muerte”. Y así como hace un siglo se buscaba ahuyentar a la muerte, hoy le rogamos que toque nuestras puertas. ‌§

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michael Tania Hernández

—Cuando Dios cierra una puerta, no hay que pasar por debajo de una escalera—Leónidas nos miró muy serio, y continuó—yo lo hice una vez y se me cayó la mano. ¡Miren!, esta que tengo ahora brilla tanto porque es de metal. Nos mostró su mano a la vez que la observaba absorto, como si de ella salieran destellos de luz. No nos sorprendió. A Leónidas lo conocíamos de siempre, fuimos compañeros de escuela y vivimos su cambio radical en sexto primaria. Sabíamos lo que pasaba cuando dejaba de tomar las pastillas, o cuando, por alguna razón, éstas habían hecho el efecto contrario. Aquel día era una de esas ocasiones. Tal vez las cervezas, el clima, quién sabe. Sacó de su chaqueta negra un guante blanco. —Es para que no se raye— explicó, y nosotros a penas pudimos contener la risa. Leónidas tiene el pelo rizado, es moreno y muy delgado. La referencia a Michael Jackson era inevitable. Empezaron las bromas sobre los años en que éramos del “club de fans” de Michael Jackson y, principalmente, sobre lo mal que habíamos bailado Thriller en un evento de la escuela. Mientras bromeábamos, Leónidas parecía ausente. Su mano desguantada jugaba con algo que tenía en el bolsillo de la chaqueta. De pronto se levantó y se fue. Nosotros sólo dijimos “que te vaya bien” y seguimos con las bromas y las anécdotas hasta que nos dio la hora de marcharnos. Alguno ofreció llevarme, pero decidí volver andando a casa. No vivo muy lejos del restaurante y la noche de verano se prestaba muy bien para un paseo nocturno. Gracias a las cervezas que había tomado, el mundo parecía bailar al ritmo de mis pasos. Llegué bailando a la puerta de mi casa, metí la mano en el bolsillo del pantalón para sacar las

llaves y me sorprendió no encontrarlas. En su lugar había solo una pequeña caja de pastillas, extrañamente parecidas a las que tomaba Leónidas cuando tenía crisis de realidad. Desanduve en mi memoria el camino del restaurante a mi casa. Creí recordar que, efectivamente, había pasado por debajo de una escalera. Recordé las palabras de Leónidas y me asusté. ¿Cómo podría revertir el daño? Me senté resignado recostándome en la puerta, extendiendo mi mano a la altura de mis ojos. Me propuse parpadear lo menos posible. No quería perderme el momento exacto en que mi mano se cayera y apareciera, en su lugar, una mano brillante. Recé con devoción a Michael, tarareando “Thriller” con los ojos bien abiertos, y pidiéndole que si no me iba a librar del cambio, por lo menos me concediera una bonita mano biónica, de acero inoxidable. ‌§

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Despierto

H

abía pasado gran parte de su noche escribiendo cartas, a su padre, a sus mejores amigos, a sus conocidos y a su primer amor verdadero. El estar despierto en la noche le provocaría un profundo sueño en la mañana, un sueño del que nadie escapa. Al llegar a su trabajo se sirvió un café y decidió empezar con el papeleo, debía terminar rápido si quería escapar de una vez por todas. No podía dejar ni un cabo suelto, nin-gu-no. Pero al empezar a firmar recibos y acomodar nóminas, notó que las cosas no lucían muy bien. No era real lo que estaba sucediendo.

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Silvia Arenas

Hurgó rápidamente entre sus cosas, buscando aquella señal que leyó alguna vez en un periódico acerca de cómo identificar un sueño. Recordaba que la lucidez podía interpretarse basándose en el avistamiento de un reloj: “Si puede usted, señor lector, ver claramente la hora; entonces, está usted lúcido, ¡está despierto!” justo así ponía el artículo acerca de los sueños. Buscó y buscó, no había relojes, sus cajones y cajoneras estaban repletos de papeles, engrapadoras, ganchos y resaltadores, pero no había relojes. Se desesperó, las cosas empezaron a desvanecerse ante sus ojos. En su imaginación no sabía si estaba dormido, despierto o preso de alguna sustancia alucinógena que le habría vertido alguien en su café sin si quiera él notarlo. Miró su taza de café. No le había dado un solo sorbo, la taza estaba impoluta y el líquido negro permanecía quietísimo dentro de aquel recipiente. Después de algunos esfuerzos por intentar decidir qué hacer, optó por sentarse y manejar lo que sucedía en él y a su alrededor. Ahora, los objetos se encontraban en una total calma, todo en perfecto orden —a excepción de todos los papeles que había sacado de los cajones— todo permanecía tal y como estaba día a día de lunes a viernes en aquella oficina —que parecía más cubículo que oficina—. Decidió entonces escudriñar más de cerca las cosas. Los bordes, las esquinas, los trazos de la realidad. Aquella cortina que colgaba de una varilla dorada, en el borde superior de la apertura que daba al salón principal. Todo era importante. La cortina estaba medio recogida, era color verde manzana. Estaba un poco sucia, los empleados solían secarse las manos con ella luego de salir de la cocina. La mayoría creía que nadie los veía, pero todos sabían que era la cortina para secarse las manos; basados en un criterio ajeno, un descubrimiento de un colega con las manos en la masa.

Él veía la cortina serenamente, aunque en el fondo, esperaba encontrar un fallo en sus tejidos. Algo que no cuadrara con la realidad a la que estaba acostumbrado. La escudriñó de inicio a fin, exprimió sus propios ojos buscando algo que le indicara que ese momento hacía parte de sus sueños. De la pesadilla que eran sus sueños. Y para su intranquilidad —en todo caso, máxima sorpresa— la cortina empezó a desdibujarse, no en su complemento, sino por partes. Los bordes laterales que se encontraban un poco recogidos empezaron a eclipsarse hacia el centro, provocando curvas en la existencia. No eran curvas de un tejido, eran curvas que indicaban una disolvencia. Había aprendido algo acerca de esa escena hace algunos meses. Charlando con los viejos solterones que iban todos los viernes en la noche a los cines de la ciudad, habría aprendido el término “disolvencia”. —No hay manera, esa palabra no existe, Don Leopoldo. —Que sí hombre, que sí. Disolvencia es el término que utilizan los cinematógrafos, llámele usted, en su ignorancia, directores… —Sí, sí, muy ignorante soy, Don Leopoldo; pero sé con seguridad que existe, es di-so-lución, y que es algo, ya sabrá usted, referente al estudio de la química. —¡Qué barbaridad su falta de escucha! ¡Qué barbaridad! La disolvencia es el maravilloso arte de sobreponer una escena tras otra gradualmente para cambiar de planos, además sirve también para… Basta, se dijo: “si estoy soñando, cómo puedo yo recordar tan claramente el discursito pretencioso y pedante del viejo Leopoldo. Debe ser un fallo en mis ojos, necesito beber algo de café.” ‌

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Entonces, levantó la taza con la mano derecha y vio cómo la disolvencia era aplicada en su propia realidad. ¿Realidad? La escena en la que él vivía, rodeado de papeles, trabajo y cotidianidad, se desvanecía por completo, convirtiéndose paulatinamente en una escena conocida, hogareña. Se encontró de repente a sí mismo en su casa. En su cama. Envuelto en sus sábanas. “O sea que nunca fui a trabajar. Fue todo un sueño”. Se rascó levemente los ojos y se desperezó estando acostado, arropado. Miró la puerta de su habitación que daba a la sala, había alguien allí parado. No podía verle por completo, pero podía percibir la sombra. De pronto escuchó un alarido, era el sonido de su madre llorando. Lo recordaba perfectamente y con precisión porque él había hecho llorar mucho a la mujer que le dio la vida. Intentó pararse lentamente, temiendo por el bienestar de Sofía, la mujer que más había amado, la mujer que lo vio nacer. Caminó despacio, intentando no hacer mucho ruido. Al llegar al borde de la puerta, miró medio de soslayo para ver si aún estaba la sombra. Ya no había sombra alguna. Sin embargo, el alarido era cada vez más y más fuerte. Decidió seguir el sonido, dejarse guiar por sus oídos y no por sus ojos traidores que, ya le habían jugado unas cuantas pasadas aquel día. Sofía yacía en el rincón de la habitación, acurrucada, con los pelos enmarañados, no paraba de llorar. De lejos lucía como un bulto que se comprimía y se ampliaba lentamente, al ritmo de un sollozo. Se acercó a su madre, se agachó y le preguntó “¿qué pasa, viejita linda?”. La mujer se quitó los cabellos húmedos del rostro y lo miró a los ojos, guardaba kilómetros de tristeza en sus pupilas. “Tú eres la sombra, hijo mío”. Él no lograba comprender a qué se refería, ¿cuál sombra? Si cuando él vio tal sombra, estaba perfectamente acostado en la comodidad de su cama. Decidió voltearse, buscando rastro alguno de aquella sombra que más que miedo, le causaba intriga. Nada. No había sombra alguna, solo se encontraba su sombra, la propia. Al volver la mirada a Sofía, ya no había nadie. Solo un espacio vacío en aquel rincón de su casa. En ese momento entró en pánico. Gritaba y gritaba a todo pulmón: ¡Despiértenme! ¡No quiero estar aquí! ¡Despiértenme!.. Pero su voz

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sólo se escuchaba en su cabeza, los gritos salían de sus pensamientos, mas no de su boca. Recordó que su padre se estaba quedando en casa, así que corrió a buscarlo. A buscar a alguien en un sueño. Gritó: ¡despiértame! Y pudo por fin abrir los ojos. Avistó su realidad. Su padre entró agachándose un poco por la puerta de su habitación. —¿Pasó algo, hijo?— No pudo evitarlo, rompió a llorar como niño pequeño. Lloró y lloró fuertemente, estaba petrificado. No podía distinguir nada. Se encontró inútil, con un criterio líquido. La fantasía y la realidad le habían quedado grandes, no podía distanciarlas, diferenciarlas o si quiera, disociarlas, se encontraba en un laberinto. Pero por fin, se halló a salvo en los brazos de su padre. —El mejor boxeador es Sugar Ray Robinson. Golpe aquí, golpe allá. Pin pan pum. Increíble, hijo, debiste verlo. El hombre creó un estilo, era impresionante… Aunque luego cayó en picada, ya sabrás tú: todo lo que sube tiene que… —¿Qué demonios te pasa, papá? —¿Por qué, hijo, por qué? No podía comprender cómo después de su estado, de haberle llorado tan desconsoladamente en su regazo, su papá fuera tan indiferente. Tan ajeno a su dolor. Así había sido siempre, toda su vida. Nunca había sabido ser un padre. No le sorprendía su actitud, le sorprendía el descaro con que la ejercía. Rompió a llorar, impaciente y repleto de ira se paró de su cama y corrió hacia las escaleras, intentando huir de aquella realidad que tanto le torturaba. Aquella realidad que resultaba irrisoria. Se paró en el balcón y mirando al horizonte verde buscó consuelo, el consuelo que el amor nunca le brindó. Vivía avasallado entre números, papeleos, conflictos internos; y el problema de distinción de realidad caía como una cereza en el pastel que era su desgracia. Pero pronto huiría, pronto se marcharía y dejaría todo y a todos. Solo quedaba esperar. Bajó las escaleras y entró de nuevo a su habitación. Debía enviar las cartas que lo habían hecho pasar la noche en vela. Más que enviarlas, debía encomendarlas. Fue a su escritorio en busca del paquete de cartas, le faltaban algunas por estampillas y todo estaría listo.


Cuando se sentó en la endeble silla de madera, se fijó en algo de lo que no se había percatado hace algún tiempo. Al lado de su vieja máquina de escribir se encontraba su reloj, le había pasado desapercibido en la luminosidad del día. Decidió voltearlo para así poder mirar la hora, preso de la concentración y diligencia lo miró y se encontró con que los números yacían desparramados en los bordes de la circunferencia. Quedó estupefacto, no había salida alguna de aquél laberinto. Parpadeó una vez. Se encontró yaciendo en su silla de la oficina, frente a las nóminas y los papeles. El café a un lado, la taza siendo sostenida por su mano derecha. Los papeles todos en perfecto orden, nada fuera de lugar, nada fuera de los cajones. Bostezó levemente y, petrificado, tomó un primer sorbo de café. §‌

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E

n el camino conocí a Diana, una muchacha tan delgada que daba la impresión de ir desapareciendo, descomplicada, aún emocionada por la vida, deseosa de conocer la lumbre del destino de un hombre. Eso fue mientras me encaminaba por la ardiente avenida desde el extremo lejano de la ciudad hasta mi casa. Después de una noche en la que el alcohol había hecho en mí el efecto de la gasolina, sólo esperaba que los tragos recorriendo dentro, no sabría decir exactamente donde, hicieran el proceso de la combustión. Por momentos me sentía encendido en llamas y que seguía caminando como una antorcha humana, meditabundo y con las manos en los bolsillos. De un momento a otro caería al suelo como un enorme árbol y quedaría ahí, rostizándome frente a los ojos de la gente. Me reduciría a un pedazo de carne chamuscada y se extinguiría todo lo que había anhelado ser alguna vez: un hombre tranquilo. Medité incontables veces aquella travesía. Sopesé la distancia. Pensaba en el sol y que probablemente no lograría llegar, pues de la desesperación por la sed y el cansancio, terminaría por tirarme frente a un carro que me haría volar unos cuantos metros, para después, por el impacto del golpe, rodar convertido en una pelota sanguinolenta por la carretera. “La voluntad ante todo”, me dije mientras rebuscaba en mis bolsillos, casi con una rabia reprimida, alguna moneda olvidada. Todo fue en vano. No encontré más que la cédula, la envoltura de un condón y el número de Diana, que me seguía silenciosa. Suspiré profundo y al cerrar los ojos me levanté con la memoria llena de los poemas de Kerouac y los libros de Thoreau; en el valor y la entereza para enfrentarse siempre a sí mismo y afrontar la inevitable

En el camino

derrota. Pensé en González, Fernando González, y recordé que siempre existe la opción de aprovechar esta clase de sentimientos para meditar, por lo que fijé la mirada en el farol de la esquina y descendí hasta despertarme, saberme tendido sobre el piso frío de la entrada de una iglesia con otras tantas personas. Intenté incorporarme un par de veces sin éxito, hasta que después de unos cuantos intentos logré columpiarme lo suficiente y quedar sentado. Necesito otro trago, uno enorme, que me ayude a caer de nuevo sobre mi espalda y que me haga ver el cielo salpicado de estrellas que se embarran en la noche y el campanario de la iglesia meterse en el negro y confuso retornar de la obscuridad. Mis ojos se comienzan a tornar imperitos, por lo que al abrirlos el juego de formas se contraen en un sinfín de figuras repetidas. Conmigo hay un montón de personas que cantan al unísono las melodías de la madrugada, que bailan y pelean obstinados en seguir tomando hasta que en el mundo no exista nada más que la presencia vaga del esplendor humano. Siento que alguien me da una palmada en la rodilla y me brinda el enorme y delicioso trago que estoy pidiendo, pero cuando abro los ojos pasan de refilón los anaqueles de recuerdos de una juventud ingrata, las calles empedradas y húmedas de la noche en el centro. No hay trago, no hay palmada, en lugar de ello siento una cerveza que me suda en la palma de la mano y al levantarla para llevármela a los labios abro los ojos para no derramar una sola gota de licor, el sol me rostiza los ojos y veo a Diana tratando de apagarme desesperadamente, mientras otras personas miran cómo me convierto de a poco en un amasijo de carne tostada ¡qué delicioso ‌§ huele!

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Minerva Puello

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Interlunio Esteban M. Todisco Julio César y Máximo nacieron el mismo mes del mismo año, uno en la fase de Luna Nueva y el otro en la de Luna Llena. Vivieron sus primeros años sin conocerse, cada uno con su familia, hasta que, en una modesta sala verde de un jardín de infantes en el barrio de Barracas, el encuentro se produjo. A semanas de conocerse, eran siameses: dos manos para el mismo juguete, para el mismo alfajor o para el lápiz con el cual dibujaban. Compartían todo: mañanas, tardes y meriendas. Sin embargo, en su interior, latían dos almas diferentes. Julio César, el hijo de la Luna Nueva, conquistaba a todos con su franca sonrisa seductora. Máximo, el hijo de la Luna Llena, era un chico sin brillo que siempre solía verse triste y desganado. Aun así, eran inseparables: tardes, mañanas y meriendas. Fueron a la misma escuela inicial. Después de clase hacían juntos los deberes. Alternaban las casas: meriendas, tardes y mañanas. En el sexto grado se sentaron en bancos diferentes. Máximo, al frente junto a un chico poco sociable, de pocos amigos y de pocas palabras; Julio César, al fondo con el chico más popular. Compartían mañanas, algunas tardes y pocas meriendas. Llegada la adolescencia, Julio César y Máximo apenas intercambiaban palabras. La Luna Llena, pasaba el tiempo ensimismado, con expresión melancólica. En cambio la Luna Nueva vivía entre amigos.Finalizado el bachillerato, sus vidas se Finalizado el bachillerato, sus vidas se apartaron.

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La Luna Nueva se dedicó a las ciencias empresariales, donde la cosecha de éxitos estuvo acompañada por su virtud de perseverancia; la Luna Llena, por su parte, quiso probar suerte con el arte plástico, pero, ansioso de reconocimiento, sembró vientos que sólo obtuvieron apatía y rechazo. El dinero de Julio César atraía inversores que no dudaban en confiarle más y mejores contratos. Máximo, solo en su taller, pintaba imágenes disociadas, símbolos de su oscuro universo cohabitado por fantasmas, incomprensibles para el público. Tras abandonar la escuela volvieron a verse en un restaurante. Máximo recorría mesa por mesa ofreciendo sus láminas para cuadros, al tiempo que Julio César celebraba su unión matrimonial en uno de los sectores exclusivos. No hubo diálogo. Una noche de Luna Llena, Máximo, derramaba la sangre de sus venas cortadas para dibujar una estrella en los azulejos del baño. No dejó cartas ni mensajes. Hacía tiempo que no hablaba con sus familiares. Estaba solo. Ni cartas ni mensajes. Sólo la estrella roja que goteaba por los azulejos. Julio César se enteró por medio de su hermana, compañera de colegio de un joven que a su vez era primo del vecino de Máximo. Al momento de recibir la noticia, cenaba junto a su esposa un cordero grillado con duraznos. Esa misma madrugada despertó hambriento. En la heladera quedaban sobras del cordero, y era tanta el hambre que las comió así frías como estaban.


Dos noches después tuvo una pesadilla: el paisaje derretido, humo, cielo rojo, árboles en fuego, niños sin cabeza que desfilaban por un puente, rayos eléctricos, un tren con dientes de lobo y la Luna Llena junto al horizonte. Al día siguiente, salió de su trabajo una hora antes. Se detuvo en una tienda para comprar lienzos, un caballete, pinceles, una paleta y pomos de pintura. Al llegar a su departamento, la esposa lo miró sin comprender, aunque él no respondió preguntas. Encerrado en un cuarto que había destinado como espacio personal, dispuso el caballete y uno de los lienzos. Cielo rojo, derretido por el fuego, niños sin cabeza que desfilan por un puente, rayos eléctricos, un tren con dientes de lobo y la Luna Llena junto al horizonte: el pincel dominaba su mano. Era una noche de Luna Nueva, cuando guardó la pintura y se prometió no preguntarse jamás qué fuerza impulsaba aquella mano ni qué oscuro río abastecía su imaginación. Durante esa semana, Julio César continuó su rutina, aunque por momentos le mordía la inquietud de quemar aquel cuadro. Consultó a un catedrático de bellas artes, especialista en simbología, quien al contemplar la pintura, le sugirió exponerla en una galería. A modo de análisis, comentó: “la violencia remite a la constante lucha de la humanidad; sin embargo los colores suaves nos trasladan a un tiempo primitivo de amor incondicional, como algo lejano que percibimos con nostalgia”.

La obra se vendió a buen precio. El catedrático y especialista en simbología le propuso ser su curador, con la promesa de diagramarle dos exposiciones anuales a cambio de que le entregara una determinada cantidad de obras en la fecha prevista. Sin confiar en su talento, Julio César aceptó la propuesta, con la tranquilidad de que él no arriesgaba nada. Durante el primer mes se vio frustrado. Las noches de Luna Nueva lo ponían analítico y exigente. Recién en el período de la Luna Llena, se dejaba absorber por la inspiración y su mano, al manipular el pincel, resolvía la obturación. El dinero y los aplausos lo colmaron. Con el tiempo abandonó su profesión para dedicarse tiempo completo a la pintura. Juliana, una crítica de arte que quedó alucinada por una de sus obras, compuso un extenso y elogioso artículo en una revista. La obra se llamaba “El jardín raquítico” y era un calco de “Los vientos lloran en otoño”, un cuadro pintado meses atrás por Máximo, al cual Juliana, en su momento, le había dedicado un comentario adverso. Julio César veía a Juliana en varias muestras por diversos países. Se saludaban, compartían cenas, cócteles e incluso hoteles. Se casaron al año y medio, luego de que Julio Cesar tramitara el divorcio de su primer esposa. Los meses de convivencia oscilaban entre el encanto y la decepción de ambos. Bajo la fase de Luna Nueva, compartían las comodidades de su posición social.

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Sin embargo, con el ingreso a la fase de Luna Llena, Juliana emprendía viajes que a Julio César le despertaban un volcán de celos. Ésas horas de soledad, diabólicas e intensas, prodigaban el ímpetu de su pincel. Con el embarazo de Juliana hubo armonía, o al menos eso pensaba Julio César, ya que por aquel entonces empezaba a sufrir una rara amnesia; mejor dicho, su memoria avanzaba de manera fragmentada. Como si viviera en un paraíso anestesiado, Julio César gozaba de su esposa, de sus hijos y de su fama. Los momentos de posesión, como así le llamaba, donde experimentaba la lucidez artística, desaparecían a la mañana siguiente, dejando a modo de huella, la sensación de una pesadilla. Su situación económica: sin contratiempos. Viajes por el mundo. Su obra artística aceptada y elogiada por la crítica. Una noche de Luna Llena, en Holanda, durante una retrospectiva dedicada a él, una periodista francesa le preguntó acerca de sus comienzos. Entonces respondió que cuando tenía cuatro años, en la salita de su jardín de infantes, se sentaba junto a un amigo a dibujar el paisaje que veían a través de la ventana. En eso, una gota púrpura, quizá el aderezo de algún bocadillo ingerido hacía segundos, le colgaba por la comisura del labio. La periodista permaneció fría y dura como una perla. Al marcharse sus zapatos trastabillaron pero ella no quiso detenerse. Se alejó asustada. ‌§

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Partida en

dos

Aurora Rapún Mombiela

M

i ser se separó en dos al mismo tiempo que el disparo me ensordecía. El arma, todavía humeante, había asesinado a sangre fría. Los férreos principios, que me habían caracterizado hasta entonces, fueron liquidados. Yacían sobre la acera, junto a los restos del protagonista de mis pesadillas.§

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los pájaros son

libres

Jessica Iturralde Vázquez

E

stoy en mitad de la selva y llevo una pesada arma sobre mi espalda que ocupa más que mi propio cuerpo. No tengo familia, no tengo un hogar, solo estoy yo y mi arma. He matado a muchas personas, y tengo mis pequeñas manos manchadas de sangre. Ya no soy un niño, soy un hombre, un asesino. Fui despojado de todo, y no me dieron a elegir. Mi presente es este, yo y mi arma. Mi futuro es incierto, y mi pasado ya no lo recuerdo. Sé que tenía una mamá, una hermana, y que cuando vinieron unos hombres a la aldea, y me llevaron a mí y a todos los niños, estaba asustado. Sé que mi madre me abandonó y que ellos me enseñaron a no tener miedo nunca más. Pero a veces, por las calles, veo a niños jugando y riendo, y siento como si estuviera roto por dentro en muchos trozos que nadie vendrá a recoger, y todo me escuece como si tuviera muchas heridas sangrando a la vez que nadie vendrá a curar; esos niños juegan y yo juego a matar, con ellos. De repente, una mujer aparece entre los árboles. El tiempo se detiene, y el silencio se hace absoluto. Levanto mi arma, apunto y aguanto la respiración, disparo. El tiro resuena por toda la selva, y el cuerpo de la mujer cae al suelo. Está desangrándose y agoniza, la observo hasta que al final muere. Tiene una pequeña marca de nacimiento en la cara, igual que yo. §

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ver tu futuro Alba Tros Puedo Polisemia 26

Yo quería escribir con crayolas. Era el primer grado de la primaria, Amaranta y yo éramos grandes amigas y ella dijo, que si a mí me gustaba, estaba bien escribir con crayolas y no con un lápiz como lo hacía todo el mundo. Conozco a Amaranta desde que tengo memoria y hasta ese momento habíamos sido sólo ella y yo, pero pronto hicimos nuevos amigos y algunos no tanto. Los bullies estaban en todos lados, ellos complicaron las cosas. Se lo dije a mis padres y a pesar de que las cosas cambiaron, su gran respuesta fue que era un “aprendizaje para el mundo real”, sin embargo, el mundo real se veía muy lejos en ese momento. Desde pequeña me asombraba la seguridad que Amaranta tenía en sí misma. Ella sabía que no era muy agraciada, su altura y belleza eran estándar pero pisaba fuerte en donde se presentaba y sus cualidades se multiplicaban, entonces el mundo la veía como una pieza única en su tipo. En realidad lo era, no había otra como Amaranta. Esa es una de las cualidades que quería aprender de ella. Juntas ganamos el concurso de talentos, aprendimos a tocar la guitarra, me ayudó a acercarme a mi amor platónico, enfrentamos a los bravucones y descubrimos felicidad y tristeza. Ella estuvo conmigo durante toda mi infancia y siempre que me acompañaba sentía que podía lograr todo lo que quisiera, juntas éramos invencibles. Es difícil saber cuándo me separé de Amaranta. Para empezar, ¿por qué habríamos de separarnos si nos complementábamos tan bien? Creo que fue cuando firmé el contrato de aquel empleo que me robó la mitad de la vida. Aunque antes de eso Amaranta había estado ausente en varias etapas de mi vida; cuando me di cuenta que el dinero era lo que hacía girar al mundo o cuando me separé completamente de ella en la universidad porque era lo más importante del mundo ¡tenía 19 años y no había hecho nada en mi vida! Amaranta sólo me quitaba el tiempo cuando se le ocurría aparecer en los momentos más inesperados y hablábamos de esas tonterías infantiles que tanto le gustaban a ella. Lo que sí recuerdo es cómo nos volvimos a encontrar. Un día tomé el camino largo al trabajo porque tenía un poco de tiempo extra. Volteé hacia la ventana del metro y ahí estaba: en el reflejo. En seguida la saludé y ella me dijo “Ven conmigo”, obviamente no podía dejar mis responsabilidades para ir con ella. Ella se despidió con una sonrisa y sólo me dijo “Sabes cómo encontrarme. Por favor, no tardes”. Después de ese encuentro, cada mañana escuchaba su voz diciendo “Ven conmigo”. La voz me seguía a todas partes hasta que me decidí y desempolvé el viejo álbum de fotos. Abracé una foto de nosotras en la que Amaranta se pegó un chicle a la frente y pretendía ser una adivina. La foto tenía unas palabras que Amaranta escribió. ¡Cuánta razón tenía! En su letra, apenas legible, decía: “Puedo ver tu futuro. No hay preocupaciones.” Tomé el camino largo pero al final me reencontré con Amaranta. Ella me salvó y amo que me haya salvado. Sigo escribiendo con crayolas, llegué al mundo real pero no estoy viviendo en él. Abrazo a Amaranta todas las mañanas y juntas reímos cuando pasa algo y llego tarde al trabajo; cuando tropiezo mientras camino entre las multitudes, cuando veo el sol, antes de irme a dormir y cada vez que me miro al espejo, siempre, ahí está Amaranta. §


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glenda Claudia GarcĂ­a

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ran las diez de la noche cuando Glenda introdujo subrepticiamente un carrito de supermercado en su casa, se alcanzaba a notar entre las bolsas apiladas cuidadosamente unos picos curveados, incluso sobresalían algunas piezas pálidas en algunos lugares donde se habían roto las bolsas; a pesar de ser cuidadosa, una luz se encendió en la sala, donde su madre la esperaba. —Creí que ya habías dejado eso—Glenda intentó abrirse paso entre los sillones, ignorándola. Al ver que se alejaba por el pasillo, la siguió, maniobrando la silla de ruedas por la sala—Glenda, escúchame, no puedes seguir con esto. La joven metió el carrito en un cuarto, cerró la puerta con llave y hasta ese momento se atrevió a encarar a la señora que la miraba con horror. —¡Glenda piensa en mí! ¡En el daño que te haces! —Mamá, pronto todo terminará—respondió sonriendo, como si intentara hacer entender a un chiquillo por qué llueve, luego, bajando la voz, agregó: —Sé cómo traerlos de vuelta. Todo será perfecto, todos seremos perfectos—finalizó con orgullo. —Glenda, déjalo así por favor, déjalo todo como está… sé que es difícil, pero… —¡¡Mamá!! ¡Estoy tan cerca de lograrlo! Los traeré de vuelta, sé cómo hacerlo… —Si aceptaras ir con el médico… lograrías ver que…- la señora bajó la voz, como si temiera terminar la frase. —¿Lograría ver qué? ¿Qué estoy mal?—Glenda apretó los puños y un brillo feroz asomó en sus ojos, por lo que la mujer retrocedió aterrada. —¡Glenda no puedes! ¡Soy tu madre y no puedes hacerme daño!— pero al ver que la chica avanzaba amenazante, cerró los ojos esperando el golpe, pero sólo escuchó un golpe sordo en la pared; cuando se atrevió a verla de nuevo, la mirada ya no era feroz. —Mamá, un doctor me declararía loca—respondió con una sonrisa pícara. Días más tarde, en la misma oscuridad, entró sigilosamente al cuarto donde su madre dormitaba y con sumo cuidado levantó la sábana, dejando al descubierto unas piernas con heridas profundas, mismas que las habían dejado inútiles. —Te traeré de vuelta mamá, y te traeré perfecta—musitó. Minutos después, Glenda salía del cuarto y notó que tenía nuevos rasguños, provenientes de la imperfecta criatura que acababa de destruir. Polisemia 29


19- Ago.- 20(…) Reciben preseas al mérito académico estudiantes de la Facultad de L(…) Un total de 20 estudiantes recibieron de manos del rector el reconocimiento a la excelencia durante una ceremonia donde se graduaron los 200 estudiantes de la generación de la licenciatura de leyes. Glenda Martin, alumna que destacó por su brillante participación en los foros y debates organizados tanto a nivel universitario como estatal, pronunció un breve pero emotivo discurso, donde subrayó la importancia de ser un estudiante, y ahora profesionista, comprometido con la sociedad. Esta generación se destacó por su activa participación en los juzgados locales como parte de su servicio social.

30-Nov-20(…) Joven abogada sorprende al ganar el juicio de C(…) A pesar de ser una prácticamente recién graduada, Glenda Martin, contra todo pronóstico, ganó el tan sonado juicio contra el gobernador de T. mostrando pruebas que lo declararon culpable. Dichas pruebas fueron lo suficientemente contundentes para que el jurado resolviera en unas horas un juicio que se había extendido varios meses, provocando gran ruido en la población en general. El gobernador aún no da su declaración acerca de lo sucedido, sin embargo, será trasladado al penal en el transcurso de la semana, donde permanecerá hasta que se decida su condena.

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30-Nov-201(...) Glenda Martin, imparable en los juzgados No pasó mucho tiempo desde la brillante actuación en el juicio del gobernador de T. para que la joven abogada recibiera la beca Aarón Smith, beca otorgada por la prestigiosa Universidad de F. a los abogados más sobresalientes. Antes de ella, sólo dos personas de T. habían obtenido semejante honor. Apenas llegó a T. la contrataron en casos sumamente complicados, obteniendo el fallo a favor en la mayoría, y aunque no se esperaba menos de alguien con la beca Aarón Smith, sorprendió por su destreza para ganar los casos de una forma contundente. ¿Qué otra cosa nos espera de esta brillante joven, cuyo ascenso al éxito jurídico ha sido por demás vertiginoso?

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11-Abr-201(… )Glenda Martin. La “Fiera de los juzgados” Esta gran profesionista, dueña del renombrado bufete de abogados G&L, conocida por su fuerte carácter en las salas de los juzgados, nos recibió en su hogar para concedernos una entrevista, dando muestras de gran calidez humana; “es necesario ser un poco dura en las cortes, de lo contrario no puedes contra los demás abogados…” explicó entre risas. Reportera- Tu carrera como abogada es, por demás, exitosa, y tu ascenso al éxito ha sido relativamente rápido, ¿tienes algún secreto? Glenda- [después de reír un poco] Ninguno, me gusta lo que hago y considero que eso es la clave para ser exitoso en cualquier cosa. R- Además del gusto a lo que haces, ¿la pasión es parte importante? Sobre todo en la profesión que ejerces, en la que las personas se acaloran fácilmente en cualquier discusión. G- Por supuesto que es importante, un abogado sin pasión es alguien a quien es muy fácil ganarle. Sé que me apodan “la fiera de los juzgados”, y creo que es por la pasión que me invade cuando estoy en un juicio; y claro que las personas se emocionan en los juicios, la atmósfera es muy propicia para perder la cabeza en un momento a otro, por lo que es necesario respirar un poco si sientes que quieres matar a alguien. [Risas] R- Sabemos que una parte de tu vida no fue fácil, perder a tu padre y tu hermano en ese incendio, y poco después a tu madre, es un golpe del que no muchos logran reponerse. ¿Cómo lograste superar los obstáculos, estando sola en el mundo? G- Me impulsó, y aún me impulsa, el hecho de que en realidad no me sentía sola, sentir que aún están aquí… R- Por su recuerdo… G- Claro que sí, aunque es un poco más fuerte que eso, una persona no muere si mantienes su… recuerdo contigo. Ese es el otro lado de Glenda, un lado humano que sufrió pérdidas cuando chica, pero que logró reponerse, llegando a ser la exitosa profesionista y gran ser humano que es hoy en día.

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Eran las 10 de la noche cuando Glenda introdujo subrepticiamente un carrito de supermercado en su casa. A pesar de ser cuidadosa, no pudo evitar tirar algunas cosas, y cuando encendió la luz, una silueta la esperaba en el sillón. —Sé que dije que lo dejaría, pero no pude evitarlo, hay tanto que mejorar— guardó trabajosamente el carrito en un cuarto de la planta baja, disimulado por el papel tapiz, pero cuando volvió a la sala, la mirada seguía allí, implacable. Glenda comenzó a impacientarse. —No corro riesgo, todo está en orden— dijo mientras tomaba un periódico y fingía leerlo. ¿No podía entrar una sola vez a su casa sin que esa presencia la molestara con su mirada? Debía pasarlo por alto, aún era una criatura imperfecta y no comprendía muchas cosas, no comprendía que lo hacía para su bien y el de muchos otros como ella. —Confía en mí, pronto voy a terminar— añadió en tono conciliador. Luego, como si se tratara de una maestra explicándole a un niño, prosiguió—son pequeños arreglos los que tengo que hacer, en comparación con lo que ya he hecho. Después de eso, podré traerlos de vuelta, de una manera perfecta.—Los ojos seguían fijos en ella. Un brillo feroz asomó en sus ojos, a pesar de que la silueta no había abierto la boca aún. —¡¿No te basta lo que he hecho por ti!? déjame en paz, sabes que nunca lo descubrirán, son tan imperfectos como tú, nunca se darían cuenta de lo miserable de sus vidas—bajo el influjo de esa mirada inmóvil Glenda enloquecía. Sentía que la atraía, la paralizaba. —Déjame en paz… ¡déjame en paz!... ¡¡Déjame en paz!!- exclamó al tiempo que arremetía contra la silueta y con una fuerza casi salvaje la arrojaba al cuartucho donde momentos antes había guardado el carrito. —¡Ni tú ni nadie evitarán que lo haga!—vociferó a las paredes del cuarto. Azotó la puerta al tiempo que el timbre sonaba. Unos ancianos la esperaban en la puerta. Habían escuchado unos ruidos raros y querían ver si algo le había pasado. Glenda los tranquilizó con voz suave; “qué suerte contar con una vecina como Glenda” comentaban los ancianos al regresar a su casa.

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21- Jul- 201(…)La fiera de los juzgados domada por A. Parece que Glenda Martin al fin encontró la horma de su zapato. La semana pasada, después de un largo y difícil juicio, N. (cliente de la abogada) fue encontrado culpable de los cargos que se le imputaban y condenado a unos años en prisión. A. dio la gran sorpresa al enfrentarse tenazmente con “La fiera”, ganando el juicio con las pruebas presentadas y un testigo que se presentó de “último minuto”. “Es bueno saber que A. sea tan apasionado por su trabajo, espero tenerlo en mi bufete algún día” declaró Glenda al cuestionarla sobre esta sorpresiva derrota. Cabe destacar que la abogada se veía tranquila, incluso feliz, “es un alivio que se haya acabado el juicio, fue muy largo pero también muy constructivo” puntualizó. ¿Será el fin de la “Fiera”? ¿O sólo el comienzo de una memorable rivalidad?

La idea le parecía repugnante, pero era necesario deshacerse de las alimañas. Para eso estaba ahí. “Vive bien para ser ESO” ,pensó con desdén, casi despectivamente, “pero vivirá mejor. Suerte que me crucé en su camino, soy lo mejor que le pudo haber pasado”. Claro que había pensado lo mismo de los otros, pero ahora había perfección en sus vidas; debía reconocerlo, no fue fácil aceptar la destrucción de las primeras víctimas, sin embargo, fue esa destrucción el inicio de una vida perfecta para ellos y la misión para ella. Miró la oscura figura que se distinguía entre las sombras sonriendo; el sustituto estaba preparado, le emocionaba incorporarse a esa nueva vida perfecta, lo único que faltaba era eliminar la cosa inmunda que dormía en la cama. Glenda volvió a sonreír.

20-Abril-201(…) DESPARECIDO A. el abogado que dio la gran sorpresa al derrotar a Glenda, fue reportado por su novia ayer como desaparecido, después de que intentara en vano contactarse con él desde hace algunos días. El suceso se volvió aún más extraño cuando, al investigar el apartamento del joven, se encontró un maniquí en su cama, que, por si fuera poco, guarda un parecido extraordinario con el joven. Se habla de un posible secuestro, aunque hay varias líneas de investigación abiertas. “Si alguien sabe dónde se encuentra, por favor infórmennos” declaró la madre de A. “O si te fuiste, dinos donde estás, no es justo que nos hagas esto”. Por su parte, su novia declaró: “sé que no se fue, él no podría hacer algo así, por lo que pido que quien sepa algo de su paradero, ayúdennos a encontrarlo”.

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A pesar de que el olor a humedad impregnaba el ambiente del diminuto cuartucho, a Glenda no parecía importarle. Parada en el dintel de la puerta, sonreía maliciosamente hacia un bulto —Lamento si nuestro invitado es tan poco animado, ¿lo has cuidado bien?—comentó con sorna—¡Claro que sí!—exclamó mientras reía a carcajadas—porque… porque… ¡es muy fácil cuidar a un muerto! Glenda se ahogaba en su propia risa, deleitada por su ingenio. Fijó su vista en el pequeño montículo de escombro que estaba ante ella. De pronto parecía que le hablaba en tono solemne: —Diste dura batalla, como en el juicio, pero a diferencia del juicio, esta derrota me la agradecerás, cuando despiertes—sonrió con satisfacción—no creo que te echen de menos, tu sustituto es mucho más perfecto. Estaba a punto de retirarse cuando se volvió con furia al centro del cuartucho. —¡No creas que no me dijo quién eras! ¡Eres tan repugnante como todos los de ahí fuera! ¡Siento asco cada vez que tengo que tratar con alguno de ustedes! ¡Tengo que, tengo que..! En un nuevo ataque de furia había golpeado el maniquí hasta arrancarle la cabeza. Glenda la vio entre sus manos con una especie de fascinación morbosa—Lo siento… lo siento—musitó. Casi inmediatamente, se soltó a llorar con una desesperación infantil, desquiciada. Durante un rato no se oyó nada más que eso, mientras Glenda se mecía como niña, sosteniendo el maniquí entre sus brazos: —Eso sólo muestra lo imperfecta que eras, mamá, yo no… yo no… no quería que pasara así... Los minutos la serenaron un poco. Tomó con delicadeza la cabeza del maniquí y la colocó en su lugar; después lo acomodó en el sillón de la sala, junto con otros dos maniquíes. Todos eran como los recordaba, su madre ahora lucía radiante, sana, completa, miró su obra satisfecha. —Finalmente la familia está completa—murmuró.

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01-Jun-201(…) TENEBROSO DESCUBRIMIENTO. Debido a la reciente desaparición de Glenda Martin, la policía busca indicios que arrojaran alguna luz sobre su paradero, pero no esperaban lo que encontraron en la residencia de la abogada. Tres maniquíes los esperaban en la sala, como si se tratara de una familia. De acuerdo con las fotografías encontradas en el lugar, se trata de parientes de la abogada, presumiblemente de su padre, su madre y su hermano. Según la investigación en curso, el padre y el hermano murieron en un incendio hace 30 años, mientras que la madre murió de un paro respiratorio poco después; se empieza a manejar la versión de que fue la misma Glenda quien le dio muerte, aunque hasta la fecha no se sabe nada de este personaje. Las macabras sorpresas no terminaron ahí, pues un olor fétido, procedente de un pequeño cuarto de la planta baja, tenía otro hallazgo; partes del cuerpo de A…, el abogado desaparecido hace más de un mes, por lo que la línea de asesinato se ha tomado como la principal. Aun no se sabe qué es lo que motivó a la abogada a llevar a cabo esos crímenes, ni por qué había tantas partes de maniquíes en los cuartos de la casa, por lo que se recomienda a la población extremar precauciones y ayudar a dar con su paradero, pues se cree padece de sus facultades mentales y puede ser peligrosa en estos momentos. Por favor, ayúdennos a encontrarla. §

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alidad, e person l b o d a n encia, o u la conci e sĂ­ com e d d o n r Ăł t i n c e d des la cia "SentĂ­a volunta inos nda diso s a u i f r o a r r p t a un dos con stos cam como si an por dos opue os tirones". empujar sen con doloros indie 1 y la esc LeĂłn, 194 Ricardo

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