Polisemia e d i c i ó n
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alba tros JOSÉ SÁNCHEZ SARA PIZARRO josé Aguilera dANIELA PERLÍN YOBANY GARCÍA BEATRIZ OSORNIO ÁNGELA ESCOBAR federico jiménez GULLERMO GARCÍA ramsés guerrero Effe Montesdeoca JUAN MARTÍNEZ REYES IVÁN MEDINA CASTRO MÓNICA CASTRO LARA Jesús ugarte vázquez cÉSAR ZETINA PEÑALOZA manuel antonio ramírez ALEJANDRO ESPINOSA GAONA
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Dirección editorial dennise alcíbar
Ilustrador DAVID DELGADO LUNA
Consejo editorial ANDRÉS CASTELLANOS ANAYELI AMBROCIO JONATHAN ALBURO ARIADNE ALCÍBAR LEONARDO IMER
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Rutinas mónica castro lara
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el coco iván medina castro
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internet césar zetina peñaloza
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jugando con lodo josé aguilera
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avión de papel manuel A. ramírez
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cadáveres en el jardín ángela escobar
CONTENI DO
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EDITORIAL DENNISE ALCÍBAR
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remiendos edgar loredo
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transeúnte ramsés guerrero
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hijo sara pizarro
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reencarnación alba tros
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complejo de edipo federico jiménez
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en voz alta yobany garcía
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carcajada effe montesdeoca
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masacre en textos jesús ugarte V.
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el enigma juan martínez reyes
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intuitiva josé sánchez
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alegoría de la caverna guillermo garcía
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prejuicio daniela perlín
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mi único amigo beatriz osornio
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metaepifanía alejandro espinosa g.
DENNISE ALCÍBAR
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La literatura no es un quehacer en tiempo real: las obras que se leen en un minuto no se escribieron en un minuto. De igual forma la minificción que se lee en cinco segundos tardó con seguridad mucho más tiempo en crearse. Tal es el caso de El dinosaurio de Augusto Monterroso, una de las creaciones más famosas perteneciente al género, cumple de forma cabal las características del microrrelato, pero lo más importante es que se convirtió en un juego colaborativo entre lector y escritor. Los autores de minificciones permiten al lector imaginar diversos escenarios. Además, las narraciones parecen comenzar in media res : a la mitad del relato, este hecho contribuye al sentido de asombro de la obra. Sus protagonistas son, en buena parte, personajes simbólicos por sí mismos. La minificción es antiquísima, quizás tanto como las palabras. Este género por escrito aparece ya en los imaginarios hindú, chino y egipcio; pero ha recibido más atención durante el siglo XX. Uno de los grandes estudiosos del tema es David Lagmanovich, autor argentino de una amplia obra de crítica literaria y escritor de ficciones, quien hizo la primera aproximación, en español, al fenómeno. Más adelante, el Dr. Lauro Zavala distinguió entre minificción y microrrelato: mientras que el primero es un hiperónimo que engloba todas las formas de brevedad en la literatura, el segundo es estrictamente de carácter narrativo y es un subgénero del cuento. En esta edición de Polisemia seleccionamos veinte minificciones y microrrelatos que invitan al lector a jugar con el suspenso, la fantasía, el humor y la ironía. Nuestros colaboradores se tomaron el tiempo de crear una obra literaria tan extenuante que se pueda leer en un minuto… o menos. s
mónica castro l ara
rutinas La rutina era siempre la misma: cuando me lavo los dientes, me coloco frente al espejo del baño, me agacho y ahí está... esperándome. Me le quedo mirando y le soplo, lo que hace que se esconda rápidamente debajo del mueble. Rutinaria ella y rutinaria yo. Con ocho patas debió estar explorando el mundo pero, algo debió orillarla a permanecer en el baño de mi casa. Ayer fue distinto: no la vi en todo el día. Comencé a exasperarme; su ausencia forma parte de las múltiples cosas que no puedo —y quisiera— controlar en mi vida. Es de noche y comienzo mi ya clásica rutina. Siento un ligero cosquilleo en el pulgar de mi pie izquierdo. Estoy a punto de terminar cuando el cosquilleo se torna en un dolor agudo. Trato de gritar pero me atraganto con la espuma de la pasta de dientes; escupo y sin dejar de toser, agacho la mirada sólo para ver cómo la mitad de su cuerpo está entre mi uña y la carne. Tras unos segundos, penetra totalmente mi dedo con rapidez y agilidad. Sin pensarlo, me arranqué la uña y comencé a desgarrarme la piel del pie y después la de la pierna entera. No estaba en mis cabales. Lo único que deseaba era encontrarla y sacarla de mi cuerpo para así continuar con nuestra rutina. Desperté en un hospital envuelta en vendas y gasas. El dolor es insoportable. Comienzo a sentir un cosquilleo pero esta vez, en el hombro. Volteo y veo una pequeña bola que se mueve dentro de mi piel. Me le quedo mirando y decido soplarle con las pocas fuerzas que tengo. Rápidamente se esconde detrás de mi hombro, donde no puedo verla. Suspiro. Mi hermosa rutina y yo, hemos vuelto a la normalidad. s
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I V Á N
M E D I NA
EL COCO “Duerme, duerme, niño lindo que viene el Coco…” Anton Chéjov
Entré entusiasmado para gozar de mi primer espectáculo circense como todos aquellos chavalos sonrientes y bulliciosos. Fascinado ante aquella novedad de exquisita luz, tenue y multicolor, entre animales salvajes y valientes trapecistas dando maromas mortales por los aires al verse seducidos ante la comparsa de aplausos. Impetuoso. Mis ojos especulativos se clavaron en el payaso cuando el telón principal se corrió tan despacio como sólo él sabe hacerlo. Quedé estupefacto, sin aliento, con el semblante completamente pálido, mis padres preocupados trataron de darme ánimo al explicarme las funciones graciosas e inofensivas de aquel artista. No quería escuchar o quizá simplemente no escuchaba. Al incrementarse mi conmoción, al sentir próxima la presencia de ese bufón con risa mezquina, comencé a tiritar hasta quebrar la frágil vara del algodón de azúcar que sostenía con firmeza por mi mano izquierda, al saber mis dedos libres, ceñí con fuerza la suave muñeca de mamá y me desvanecí sobre la butaca. Al llegar a casa, sin resistencia física, volví a aquel cuarto tapizado con cientos de rostros maléficos de arlequines desquiciados, a la sala obscura de mis pesadillas pueriles, a la habitación donde cada noche de función se me hacía morir con el preámbulo del tétrico rechinar de las bisagras del closet, un crujir cambiante toda vez que las pequeñas puertas opacas ceden hasta encontrarse abiertas, y el guiñol, salido de la penumbra avanza con una delicada morbosidad hacia mi pequeña cama infantil, grávida de suplicios, como otras tantas veces lo ha hecho. s 12
C É SAR Z E T I NA
INTERNET Los tubos y los cables acoplados a su cuerpo no le dejaban moverse, pero estaba feliz. Estaba conectada al ordenador como nadie en el mundo. Se sentía inmortal, su mente viajaba a través de Unos y Ceros por el internet. Pensaba para sí misma: Esto es vida. Desde su ventana, se veía un mundo. Un mundo ajeno a sí mismo. s
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j o s é ag u i l e r a
jugando con lodo
En verano la calle se llenaba de niños jugando con lodo, las lluvias no interrumpían el juego. Hasta el día que del lodo brotaron unos zapatitos rojos, entonces los papás tomaron a sus hijos, no sin antes revisar que trajeran puestos sus zapatos. s
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manuel antonio ramírez
avión de papel Se ocultó el sol llevándose la poca humedad de mi garganta. La debilidad me derrumbó en este bote ardiente, estoy rodeado de agua salada y no puedo moverme ni un centímetro para mojar mis labios. Sólo veo el cielo gris y mi mente ruega a dios que haga pasar un barco y me rescate antes de que sea irreconocible. Escucho un cascabel ¡Oh! Dios mío ¿Qué hace una serpiente en este bote? ¿Qué hace una serpiente en medio del mar? Se acerca sonando su cascabel. La puedo ver, ¡la puedo ver! Me ha sentido con su lengua de reptil, si no la ataco no debería morderme; es lo justo, mi cerebro reptiliano no responde para mantenerme a salvo. La noche llegará pronto y con ella ese frío infernal que ha partido mis labios. ¡Dios! La serpiente, la veo más cerca, se desliza en mi costado, apunta sus ojos a mi corazón, abrió su mandíbula, ¡veo sus colmillos! ¡Va a morderme! ¡Va a morderme! Esa pesadilla la he tenido por seis días consecutivos y no conozco el mar, ¿premonición? Me pregunto mientras estoy en algún lugar de la frontera, me tienen encerrado en un cuartucho que apesta. Aquí hay mucha gente en horribles condiciones, con el sueño americano frustrado. Los que quedamos no hemos salido en semanas, pero han sacado gente por la puerta de atrás y jamás han regresado. Un carro pesado se ha estacionado en la parte trasera, vienen por más, presiento que vienen por mí. Escribo estas palabras para desahogarme y pedir ayuda, siento que nada de esto es bueno, ya me las arreglaré para lanzar lejos este papel rogando que alguien lo encuentre. Ya vienen, están abriendo la puerta… Ya entraron. s 18
ángela escobar
cadáveres en el jardín Siempre sintió culpabilidad. De niña amaba a los gatos, pero siempre huían o morían a los pocos días de tenerlos. Ella no lo entendía, los cuidaba bien, les daba comida y los traía en su regazo. Nunca se enteró de que su abuela mataba a los felinos enterrándolos en el jardín de su casa, ya que los odiaba. La niña se hizo mujer y decidió nunca tener un gato, ni un esposo y menos un hijo. Se sintió incapaz de cuidar lo que amaba. Murió anciana y soltera con una cama repleta de muñecas sucias y gatos de peluche. s
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E D GAR LOR E D O
REMIENDOS La anciana comienza a diario una carrera frenética con sus dos carritos de supermercado, cuyos frentes se hallan sujetos con cadenas. Se abre paso entre quienes se aglutinan en los cruces peatonales. Lleva roídos cobertores, chatarra, harapos, cartones y botellas de vidrio. En la canastilla, corona esa colección de cosas inservibles una muñeca con decenas de remiendos que simulan un vestido; los tonos varían de un fresco rosa a un morado pútrido, pasando por ciertas tonalidades de café. Nadie le presta la debida atención, solamente la miran de soslayo con desdén. Ella parece perturbada, con la intención de llegar a algún otro sitio. Avanza sin importarle empujar a los transeúntes; nadie la confronta, acaso entre dientes le maldicen, pero ella está acostumbrada. Las dos van con un grueso y sucio paliacate en la cabeza; la anciana busca el modo de preservarle su inocente apariencia, de mantenerla siempre bonita, así que apura el paso, ya que la piel humana se pudre muy rápido. s
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sara pizarro
hijo Te llevé por nueve meses. Te movías dentro de mí, o más bien, en contraste conmigo: pateaste cuando quería dormir, me hiciste vomitar los duraznos que siempre he amado y me obligaste a tragar kilos de pallares verdes que nunca había podido comer. Me condicionaste mucho. Estaba un poco enojada contigo pero de una manera que no puedo explicarte. A veces te hablaba. Parecías escucharme. Mis palabras te calmaban. A veces reaccionaste. Por la noche, acostada, tarareaba canciones, una especie de canción de cuna prematura que no apreciabas mucho. Debes tener buen oído y un carácter determinado. Siempre he sido desafinada, me lo han dicho, ¡pero nadie había venido a patearme antes! Así que me vengué un poco contigo. Te salvé y no puedes evitarlo: ¡TE VI! Un día, en blanco y negro, dentro del televisor que te enmarcaba de perfil con los ojos cerrados, te vi. Tenías una bonita forma de rana, de patata y con todos los dedos que necesitas tener, ni uno más ni uno menos. Hace poco pudiste verme también, pero solo por unos segundos. ¿Quién sabe cómo te miraba? Ahora he venido a verte, como si fuera una intrusa en tu vida. Duermes más allá del cristal. Tu pecho sube y baja, fuerte y contundente, como si llevaras el ritmo de la respiración de todo el mundo. Debo imprimirte en mis ojos porque he jurado desaparecer, pero una cosa debo decirte: Siempre mantén la cabeza en alto. No tendrás tanta hambre como yo. Ni miedo. También por esta razón me doy por vencida contigo. ¿Qué podrías hacer con una madre que vendió a su hijo? Lo único que lamento, ahora que te miro por última vez, es no poder llamarte como tu abuelo, cuya nariz de papa y plácido sueño tienes. Es lo único, lo juro. s 24
F ede r i c o J i m é n ez
complejo de edipo La maté porque descubrí que no era mi verdadera madre. No podía serlo. Mi madre odiaba la posición de misionero. s
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E F F E MONT E S D E OCA
CARCAJADA En este manicomio, igual que en los demás, no hay salida. No es esto lo notable, sino que tampoco hay entradas. De hecho, el adentro y el afuera son lo mismo. Lo único bueno es que los internos se vigilan unos a otros sin cuartel, ya que consideran que son los demás quienes están irremediablemente locos. s
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JUAN MARTÍN EZ R.
EL ENIGMA Cuando vi la noticia en el periódico palidecí y un frío sudor me cubrió la frente. Recordé, que conversé con él hoy en la biblioteca. Se encontraba al fondo leyendo unos libros como de costumbre. Lo noté más envejecido y pálido. Me contó que había sido muy difícil su vida, pues no tenía ningún familiar. Laboraba en cualquier cosa para sobrevivir. A pesar de sus carencias económicas, logró publicar un libro sobre la historia del puerto. Es mi única obra publicada, me aseguró. Volví a leer el diario, mientras mis manos temblaban: “Omar, el investigador chimbotano, dejó de existir ayer en un accidente automovilístico”. Levanté la mirada, y lo vi allí, a unos pasos de mí, acercándose. Ellos no pueden vernos, ni escucharnos. Mira las fotografías del periódico, me dijo. Entonces, vi con asombro mi foto entre los fallecidos. s
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bie Hallan zom r las vagando po recer calles al pa que vegano ya ango
g u i l l e r m o ga r c Ă a
alegorĂa de la caverna Durante el siglo de las luces hubo tantos destellos que algunos aĂşn no recuperamos del todo la vista. s
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b e at r i z o s o r n i o
mi único amigo Ya no me fiaba de las sombras. Mi sombra hace tiempo se esconde de mí, viene y va como le place por la vida. Así pasé unos años sin pensar en ella, me acostumbré. No recuerdo qué día de qué semana, de repente saltó algo a mis espaldas y yo apenas alcancé a ver por el rabillo del ojo. Al principio pensé que en verdad había alguien allí, en el mismo cuarto, lo ignoré y seguí con mi ritual de: abre la cortina y asómate por la ventana, —siempre y cuando veas en el cielo un parche azul, hay esperanza—, así comienza el día. Luego hay que bañarse y cepillarse los dientes. No perdí la conciencia ni un minuto. Sabía que no estaba sola, así que después de alistarme le dirigí la palabra pero no me respondió, me quedé quieta unos minutitos y volvió a saltar de la izquierda como una ráfaga enturbiada. —¿Estás lista? le pregunté; obtuve por respuesta un salto más. Entonces quedamos frente a frente. Para mi sorpresa no era mi sombra, dijo que estaba perdida hacía días. Alguien la olvidó en el parque una mañana: —¿Cómo llegaste hasta aquí? —Hace dos días te seguí de vuelta del trabajo. —¿A quién le perteneces? La pobre no recordaba el nombre. Temía que la echara a la calle sin misericordia, no le gusta la lluvia. Obvio, no tuve estómago para echarla. Acordamos que haríamos un anuncio, colocando copias por todo el parque con la esperanza de ser reclamada y para consolarla prometí, que si nadie la reclamaba, se quedaría conmigo. Así me hice de mi único amigo. s
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ramsés guerrero
transeúnte Casi de inmediato reconocí a aquel crucificado, yo sólo iba de paso, con mis gallinas enjauladas. Bastó una ligera inclinación para reconocerlo; su cara inolvidable, su cabello graso, su barba, la tez morena y ese ímpetu en el cuerpo. Me regocijé de sobremanera por encontrar muerto al imbécil que nos había golpeado en el templo algunos días atrás. s
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ALBA TROS
REENCARNACIÓN La vi por segunda vez en un anuncio de seguros en la parada del autobús. Entonces recordé que la había visto antes en sueños, cuando me ofreció trabajo para salvar mi vida. Cuando la vi por tercera vez yo era ya una anciana; fui a Egipto a morir y allí la encontré como la niña que me ofreció un viaje clandestino al interior de las pirámides. La misión que me dio en sueños era encontrarla y por eso naceré en Egipto. s
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Yo b a n y Ga r c í a
EN VOZ ALTA Cansado, el viento dicta el filo que rebana las lenguas de todos los suspiros viejos… Se oyó un lamento sofocado en la sala, un hombre, en la primera fila, babeaba sangre, con agobio se cubrió la boca; pero... aún así, entre los dedos le seguía escurriendo el dolor. Cayó. El silencio nos habita el hambre y en la muerte los gusanos se empachan de pronunciarlo… Desde la tercera fila, un joven se quebró en lágrimas; enseguida se desplomó, de su ombligo nacía un murmullo de dientes, hasta que le reventó la piel, por donde un puñado de larvas asomó su fétido olor. Al fondo, en la última fila, un viejo con la desgana en los ojos estaba inmóvil, encantado. Las palabras, como maldiciones, nos descalabran la garganta, la certeza de decir lo verdadero del tiempo; se atoran en el gañote igual que el miedo de callar o de vomitar la ira; las pensamos sirvientas de la voz y terminan por encadenarnos a la asfixia, a la agrura de nunca alcanzar nada… Apenas logró levantarse, juntó las manos y ya no pudo repetir el elogio del aplauso, se quedó sólo en la intención de conjurar una alabanza. De pronto, sus rodillas tronaron contra el piso y se dejó llevar por el sinsentido de las palabras que se le amontonaban en el cuello. Gracias. Miré atónito al poeta y me alegró no haber entendido ni “j”. s
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Je s ú s U g a r t e V .
MASACRE EN TEXTOS Una pluma recargada en el blanco de una hoja, destruía las palabras que deseaba corregir. Con la dura y fina punta tachaba “Mucho ojo” y enseguida “Dulces sueños” despertó a los demás. “Mirada perdida” se sorprendió al ver que la tachaban. “Labios de miel” quiso gritar pero sus labios se pegaban. “Dentro de lo que cabe” quiso esconderse entre una oración pero no cupo y “Obediencia ciega” entró en pánico porque no podía ver. “Sed de justicia” protestó con la boca seca mientras que “Con todo respeto” se disculpaba. “Amor” se reía creyendo que no lo tacharían, pero su risa acabó cuando murió “A primera vista”. “Jugarse la vida” se arriesgó, y quiso escapar junto con “Flamante coche” pero “Al filo de la navaja” los detuvo, amenazando con hacerles lo que a “Amarga derrota”. “Pasado de copas” ni se enteró que lo tachaban. “Salto de fe” cerró los ojos resignado. “Dolor insoportable” chilló y “Amargo adiós” se despidió. Un curioso “Mar de dudas” preguntó al de la pluma: —¿Cómo es que ahora nos desprecias? A lo que este respondió —No soy yo el que desprecia, son mis aires de escritor. s
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j o s é s á n c h ez
intuitiva Su intuición femenina, esa que nunca le fallaba, le advirtió que su marido le era infiel. Llevaba días revisándole el celular mientras se bañaba, le había olfateado cada prenda tirada en el canasto de ropa sucia y lo había seguido repetidas veces al salir del trabajo, sin obtener pruebas. Hasta aquella noche, que su intuición la despertó y se vio sola en la recámara. Se enrolló en una bata y salió de puntillas a buscar al esposo. No había rastros, todas las luces apagadas, la comida en su lugar, la puerta principal asegurada por dentro. Le pareció escuchar un ruido en el patio, se acercó a la puerta trasera y percibió el cacareo de Romina. No era el cacareo de siempre, resonaba desesperado, quejumbroso, como que le estuvieran haciendo una maldad. s
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da n i e l a p e r l í n
prejuicio Casi muerdo al gusano. Tomé mi navaja y corté el pedazo de fruta donde estaba incrustado. Lo puse en el suelo y seguí mordiendo el resto del mango a medio pudrir. Mientras comía miré mis manos, mis pies y las partes de mis piernas y brazos que se dejaban ver entre los harapos que traía puestos. A decir verdad, no me molestó que mi cuerpo se hallara en un estado parecido al de la fruta. De repente, un adolescente salió de una casa al otro lado de la calle, interrumpiendo mis pensamientos. Apenas me vio volvió a entrar con rapidez y cerró dando un portazo. ¡Qué fastidio que se fijen solo en el exterior! De no ser porque de mi boca solo salen balbuceos, le habría gritado: ¡Soy un zombi vegano, pequeño imbécil! s
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ALEJANDRO ESPINOSA G.
METAEPIFANĂ?A
Ahora, dijo Dios en el estertor previo a su muerte, todo tiene sentido. s
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PolisemiaMx