Edición Febrero 2019 | Procrastinación

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Polisemia Pluralidad de significados

Ediciรณn

Bimestral

Febrero

2019


Dirección

editorial

Dennise Alcíbar Consejo

editorial

Gabriel Leonardo Imer Anayeli Ambrocio Arturo Alvar Gómez Enrique Reyes Ruíz Corrección

de

estilo

Andrés Castellanos Jonathan Alburo Cocco Colaboradores

Marty Links Jhön AC Luisa Ciprián José Eduardo Gorgal Natalia Loza Karla Íñiguez Ella Marday Guillermo Serra Pujol Javier Trejo

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Pluralidad de significados de la palabra:

Procrastinación

Contenido 1. Del sofá a la calle............................................6 2. Deadline..........................................................8 3. Doce promesas................................................9 4. El proceso de creación de una ponencia.......10 5. Bobby Sox.......................................................11 6. Mañana. Siempre mañana.............................12 7. Pretérito imperfecto.......................................14 8. El relato que quiero escribir...........................17 9. Si tuviera cara.................................................20

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Editorial

L

a palabra procrastinación ha adquirido relevancia por ser un síntoma de nuestra época, pero los vocablos que la originan son muy antiguos: deriva del latín procrastinate, se forma a partir del prefijo pro ‘hacia’ y el adverbio cras ‘el día siguiente de hoy’. En el estricto sentido es un momento irreal. Su uso en el idioma español es muy reciente: de acuerdo con los registros del Corpus de referencia del español actual (CREA), se documenta un solo caso en Perú en 2003. No hay ningún registro de uso en la base histórica (CORDE). En contraposición, el sustantivo procrastination se reconoció desde 1548 en el Oxford English Dictionary, lo cual significa que la palabra procrastinación es una adaptación del inglés. Algunas de las traducciones de procrastinate son: relegar, posponer, aplazar o postergar, pero ninguna de ellas transmite la idea de hacerlo de manera habitual, mientras la palabra en inglés sí lo asocia con una conducta repetitiva. El canon dicta que la productividad es una virtud en nuestra sociedad: el éxito se mide con reconocimiento o dinero, el bajo rendimiento se castiga con la marginación. Sabemos que el ser humano es social por naturaleza y evitará la exclusión a toda costa, así que procura la competitividad. La procrastinación no es lo que le preocupa al individuo, son sus consecuencias, sobre todo la marginación, por ello no es sorprendente que la literatura sobre este tema se enfoque en el tratamiento para curarla: métodos de alto rendimiento y superación personal. En esta edición de Polisemia publicamos creaciones con una óptica descriptiva de la palabra procrastinación. En el texto “Del sofá a la calle” el autor propone una visión política, manifiesta cómo el estatismo y la desidia están presentes en la protesta social. La herramienta ideal para presentar un texto de forma lúdica o irónica es la minificción, así lo evidencian los textos “Deadline”, “Doce promesas” y “El relato que quiero escribir”; donde los creadores aportan una visión distintiva de la procrastinación. Mucho se ha escrito sobre el proceso creativo, pero son más las dificultades para sortearlo, la autora Natalia Loza presenta un enfoque humorístico donde enlista los obstáculos a los que puede enfrentarse el autor de una ponencia.

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Asimismo, es trascendente el significado de procrastinate debido a que es el término que origina nuestra visión de procrastinación, por ello presentamos el cómic de Marty Links, quien nació en California y fue una de las primeras mujeres en publicar cómics. En “Bobby Sox” aporta una visión satírica de la procrastinación, se editó en 1954 y es reflejo de una actitud predominante de la época. El Digital Comic Museum recopiló póstumamente su obra y en la actualidad es de dominio público. “Mañana. Siempre mañana” y “Pretérito imperfecto” son dos cuentos cortos en los que el tiempo es un elemento recurrente, incluso funciona —de manera implícita— como instrumento de la procrastinación; ambos con un enfoque melancólico de apatía ante lo cotidiano. El autor Javier Trejo utiliza la cotidianidad como punto de partida para establecer una lógica interna en el cuento “Si tuviera cara”; los acontecimientos que parecen salir del campo de lo real reciben una explicación a partir de leyes posibles o aceptables dentro del orden habitual. Este subgénero literario que ha recibido el nombre de “lo extraño puro”, —según la clasificación de Tzvetan Todorov— convierte al mundo literario en un lugar apto para los individuos marginados. El protagonista de esta historia encuentra la prosperidad en la marginación. Así concluímos que la virtud está en hallar bonanza en el caos, por lo tanto la procrastinación no necesita cura.

Dennise

Alcíbar

González

Febrero

2019


Las protestas sociales contra el gobierno en México carecen, generalmente, de perseverancia. Después de la tempestad siempre viene el olvido, no importa la fuerza del golpe ni la intensidad de la burla. Acteal, Fobaproa, ABC, 43, Trump… Siempre hay descontento social, que algunas veces dura un par de meses, y después se disipa, para que sólo quede el mismo grupo de inconformes en la calle. La aparición y auge de las redes sociales, específicamente Twitter, ha hecho notoria la existencia de un número mayor de indignados —sin analogía con los españoles— que critican a los mandatarios, rechazan sus robos, su corrupción, las ejecuciones y las extorsiones, consecuencia de su mala praxis, y presionan por lograr un cambio, siempre y cuando no requiera actuar, o no físicamente. Este activismo de sofá ha tenido notables éxitos en el ámbito judicial y político mexicano: véase, por ejemplo, la renuncia de David Korenfeld a la Conagua durante el sexenio de Enrique Peña Nieto tras la divulgación vía Facebook de una serie de fotografías donde se le veía utilizando un helicóptero oficial para emprender sus vacaciones familiares; o la liberación de Jacqueline Santana, estudiante de 22 años de la UNAM acusada de robar 500 pesos a una policía federal y cuya furibunda defensa virtual fue determinante para su pronta excarcelación. No obstante, ¿qué pasaría si esas 50 mil firmas en change.org, esos 35 mil tuits y esas innumerables publicaciones compartidas fueran un puño en alto en la calle, una voz gritando una consigna, una persona demostrando su inconformidad frente a Palacio Nacional o   — hasta hace unos meses — Los Pinos? ¿Qué tendría que pasar para que todos aquellos quejosos en casa fueran también candil en la calle, y perseveraran hasta lograr un cambio? ¿Niños calcinados por un acto de corrupción? ¿Estudiantes secuestrados en complicidad con “No dejes para mañana lo que puedes policías? ¿Ejecuciones sistemáticas protestar hoy” de campesinos opositores al régimen? Dicho popular ¿Mujeres asesinadas por choferes de aplicaciones móviles que no cuentan con una buena regulación? ¿Alzas cuasi ilegales a los combustibles? No. Nada de eso lo ha logrado. El problema es interno. Vaya, que el gobierno ha tomado la medida y los funcionaros públicos —a todos los niveles—saben que, hagan lo que hagan, no habrá grandes consecuencias sociales, como tampoco las hay políticas ni judiciales. El grueso de la población mexicana está siempre dispuesta a protestar con un click, a gritar con mayúsculas, y, los más radicales, a participar en campañas de hacktivismo. No más. No obstante, como se ha observado en otros países, o dentro de México recientemente, la corrupción, la desobligación y la incapacidad del gobierno son como una bola de nieve si no encuentran un dique social —y judicial— a tiempo. Las cifras de violaciones a derechos humanos y los casos de feminicidio, por poner dos ejemplos, así lo muestran.

Del sofá a la calle Por: Jhön AC

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Por eso conviene desde ya hacer a un lado la desidia y el estatismo, para asumir de una vez la responsabilidad social de salir y exigir aquello que se crea justo. Luchar contra las iniquidades y no cansarse hasta lograr un cambio. No sólo cuando ocurra una tragedia coyuntural; no sólo cuando se entiende que las víctimas podrían ser alguien cercano; no sólo cuando las malas decisiones afectan directamente al bolsillo: hay que hacerlo ahora, para alzar la voz por los que no pueden hacerlo, y antes de formar parte de las estadísticas, una cifra más por la que nadie proteste. Polisemia 7


Por: Luisa Ciprián Le asigné una tarea a un procrastinador. No sucedió nada.

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No voy a distraerme. No voy a distraerme. No voy a distraerme. No voy a distraerme. No voy a distraerme. No voy a distraerme. Mejor pongo música. No voy a distraerme. No voy a distraerme. No voy a distraerme. Por: José Eduardo Gorgal No voy a distraerme. ¿Quién me envió ese mensaje? No, no, no. No voy a distraerme. No voy a distraerme. No voy a distraerme. ¿Y si es urgente?

Doce promesas

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El proceso de creación de Por: Natalia Loza una ponencia Polisemia 10

1. Tomar viada durante dos semanas. Cavilar sobre el tema y finalmente la noche anterior, escribir la ponencia. 2. Reescribir y transcribir apuntes para completar la ponencia. 3. Comer. 4. Comentar el proyecto con alguien. 5. Pensar en voz alta sobre el tema por escribir. 6. Bañarse (evitar llorar porque el tema es una porquería). 7. Mirar la hora y, con prisa, terminar de escribir. 8. Tomar una siesta. 9. Despertarse; situarse en el tiempo y espacio. 10. Asustarse y considerar no ir a la ponencia. 11. Editar el texto. 12. Ver videos de manualidades o bricolaje en Facebook. 13. Descubrir que la ponencia no vale un rábano y volver a editar el texto. 14. Hacer esta lista. 15. Volver a comer. 16. Borrar la ponencia y empezar de cero. 17. De inmediato arrepentirse e histéricamente tratar de recuperarla. 18. Sentirse épicamente miserable. 19. Escribir un poema al proceso de creación. 20. Desechar el poema. 21. Volver al paso 2 y esperar mejores resultados.


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MS

añana iempre

mañana

Por: Karla Iñiguez

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No es ni siquiera mediodía y yo tomo mi rutinario café con la parsimonia de siempre. Veo el camino trazado de todos, veo cómo corren porque el tiempo no alcanza, nunca es suficiente. Siempre, siempre falta algo por hacer, una llamada por realizar, alguien a quien ver. Y el “luego” se presenta como una extensión, como si nos acabaran de obsequiar monedas. Creemos que el tiempo se extiende, que podemos amoldarlo, que las agendas cuadrarán su amorfa existencia. Pero nada es verdad, ni siquiera el segundero que jura con su tic tac vaticinado siempre un instante más, uno más, uno más. Ojalá no fuera tan injusto con nosotros. Ojalá si fuéramos lo suficientemente buenos para ganarnos renovados instantes, fuera tan magnánimo para concedérnoslos. Un chispazo, un parpadeo, una sonrisa vista de nuevo. Sólo un instante, nuevo, bello. Pero no. No haremos sino rescatar dentro de la destrucción de lo que ya no existe, fragmentos que escaparon del olvido. Somos mendigos, siempre hambrientos de aquello que ya vivimos. Tiempo.

Justo a tiempo Sigo tomando mi café y miro el tiempo de otros y el mío. Pienso que él es injusto con unos más que otros. No han pasado ni diez minutos. Pienso en que tenía que hacer algo… escribir, supongo. Lo haré mañana, la dulce promesa que es, a la par, pecado y penitencia. Tiene otro nombre. Creo que lo llaman procrastinación.

Recordar es volver a vivir

Ensoñaciones, melancolía, perder el tiempo. Aquellas monedas que ganamos se desvanecieron de las manos. Y de nuevo perseguimos, corremos, a trastadas vamos persiguiendo algo que no se mueve. Equidistantes siempre del mañana y del ayer. Traicionamos aquello que teníamos: instantes frescos, reales, listos para usarse. En cambio nos reprocharemos el haber perdido el tiempo —otra vez— para nada.

El hubiera no existe

Y entonces, con alma suplicante de pecador arrepentido juramos que es la última vez, por fin, que haremos las cosas cuando haya que hacerlas; no volveremos a perder el tiempo, no lo gastaremos en pensar en otro tiempo, no aquel que ya no puede usarse, que vemos siempre a través de una mirilla triste. Concentrémonos en el futuro, dorado y nuevo, que promete más. Nos dará nuevas monedas, tintineantes y valiosas. Negociamos, siempre llevando las de perder, nuestra vida, nuestros instantes. Somos pobres, estamos en quiebra. Unos segundos, por piedad. Polisemia 13


o t c e f r e p m i o t i r é t Pre Por: Ella Marday

La mañana de mi suicidio desperté con las cuencas de los ojos vacías. No sé dónde dejé los ojos, deben estar disueltos bajo la almohada junto con el montón de recuerdos salados que resbalaron por mis mejillas anoche. Tengo una tendencia enferma a rememorar lo mejor del pasado cuando el presente es una tragedia, así me siento más miserable y añoro todo lo que jamás volveré a tener porque el futuro no tiene buena pinta, el futuro no tiene pinta, no pinta, no hay tinta. Hoy se acaba todo. Camino turbada y torpe por mi habitación buscando las pastillas, ya tomé una dosis de más, o dos, no recuerdo, pero necesito otra porque todavía duele. Mientras llego al mueble donde las dejé se me atraviesan un montón de razones para tomar esa última dosis. Con sensatez, nunca tuve un primer amor —con sensatez y sin ella— era un amor, sólo eso, pero no merece el título porque fue olvidable, o lo tuve y el primer amor siempre muere. Fue menos olvidable mi último amor. El día del concierto él estaba conmigo y teníamos los pies mojados, no paraba de llover porque éramos felices, yo me reía de sus chistes aunque fueran malos y él buscaba mi mano para invitarme a bailar. Cantamos como locos, le grité once canciones que parecían describir lo que sentía por él. Sentía es pretérito imperfecto.

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Imperfecto como sus caninos inferiores cuando mordían mis pezones al final del concierto. Imperfecto como su timbre de voz al teléfono la mañana en que prometió no dejarme ir. Imperfecto como mi plan para tenerlo de nuevo a mi lado, pretendía amarlo, lo amaba. Cuando hablo acerca de él, siempre es en pretérito imperfecto.

O mejor, diría que acabo de manchar su apellido con mis berrinches infantiles ¿Qué van a decir los vecinos cuando saquen mi cuerpo cubierto con una manta blanca, qué dirá su familia cuando se entere que decidí sobre mi vida? La nena atentó contra el orden católico. No sé si cuando me vea tirada en el suelo con las botas puestas, hermosa y muerta, recordará la noche en que me miró a los ojos y confesó lo harto que está de mí.

Si mi padre supiera que estoy a punto de tomarme algunas dosis de pastillas para el dolor, analizaría fríamente la situación y diría que, mientras yo tomo pastillas, un montón de cosas importantes suceden en el mundo, cosas realmente significativas, no como este drama mío que mañana será publicado en los diarios y al día siguiente formará parte de una historia que no pasa a ser Historia. Polisemia 15


Gritó que para un buen hombre no valgo nada porque no sé alzar la voz y manifestar lo que quiero; los demás deciden por mí porque soy una inmadura que no sabe negarse, pretendo agradar a todo mundo y demostrar lo que no soy. Pregunté por qué y respondió: Hace varios meses tiemblo ante la pregunta “Por estúpida”. Me quedé callada, no cómo estás, y su variante, qué tienes. No supe alzar la voz y cuando se lo conté hay forma de responder esas preguntas a mi madre me aconsejó ignorarlo y cuando tienes tanto demostrarle lo contrario. que ni la palabra Mi padre siempre tiene “todo” alcanza para la razón, con mi suicidio expresar lo que se alegrará, pues una vez sientes, el silencio es más, verá cumplidos sus la mejor respuesta. presagios; mirará mis labios Quienes preguntan marchitos y dirá: por estúpida. dejan de hacerlo cuando no obtienen Cuando era pequeña respuesta, todos acompañaba a mi madre a hacer se cansan en algún las compras, me acercaba a los momento, al final “mal costales llenos de lentejas y metía lograr tu vida es un la mano despacio, la sumergía derecho inalienable.” lentamente hasta llegar al codo, Estoy cansada, tan no sé explicar lo placentero que era. Aquello forma parte de los actos cansada que antes de llegar por mis pastillas inútiles que añoras cuando adviertes me recuesto en el suelo, parece que se ha que faltan en tu vida y, si la ausencia se hecho de noche. Dormiré un poco y tal vez siente, es porque significaban algo. Ahora mañana pueda tomar la dosis que me falta. no sé decir qué es porque lo perdí. . En la vida se pierde y se gana, todos saben eso, yo prefiero lo que he perdido.

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El relato que

quiero escribir Por: Guillermo Serra Pujol

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—¡Lo tengo!—exclamé al despertar. Sentado al borde de la cama, en penumbra y con los ojos legañosos, trato de recordar los detalles de ese sueño inspirador que acabo de tener, cuya trama podría ser el argumento del relato que desde hace tiempo quiero escribir. Apresurada y torpemente, busco el cuaderno que guardo en un rincón del cajón de la mesilla. Quiero apuntar todo lo que estoy recordando, antes de que las efímeras reminiscencias se desvanezcan para siempre en mi subconsciente. —¡Oh, no! — protesto, el pequeño lápiz de IKEA no está en la espiral de la libreta, donde acostumbro guardarlo. Me arrodillo ante el cajón para buscarlo, sorprendido al descubrir, al fondo y doblada como un pergamino, la camiseta de los Burning que creía perdida. En otras circunstancias me alegraría, pero ahora es mayor la premura por encontrar el lápiz. —Este cajón es digno de una casa con síndrome de Diógenes—pienso, mientras rebusco afanosamente. Saco más objetos, la mayoría pequeños, pero ninguno es el que necesito. Me desespero ¡Y al fin lo encuentro! Está parcialmente oculto debajo de unos preservativos, que se desparramaron de la caja al tratar de coger uno, varios días atrás. Me incorporo para sentarme en la cama, y abro la libreta en la primera hoja en blanco que encuentro, trato de rememorar el sueño que he tenido. Respiro lenta y profundamente para tranquilizarme, mientras cierro los ojos. Al principio me cuesta, pero cuando las primeras imágenes consiguen romper ese himen neuronal, empiezo a recordar, a veces de manera desordenada. Escribo todo, a modo de guion inconexo. Ya trataré de encontrarle el sentido más tarde, ahora debo apuntar todos los detalles que pueda. Cuando creo haberlo captado por completo, me tumbo en la cama unos segundos, inmóvil, mirando al techo. Al bajar la vista, no puedo evitar fijarme en el desorden de mi mesilla, con una gran cantidad de objetos diseminados en el suelo frente al cajón ¿Cómo cabían tantas cosas en él?

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—Más tarde lo ordenaré—me digo, mientras vuelvo la vista a la libreta, ansioso por leer lo que he escrito. Tras hacerlo, sigue pareciéndome buena idea relatar esa historia. Tal vez necesite incluir otro personaje, darle un pequeño giro dramático, con más carga emocional; creo que puede funcionar.

Otro día me pongo con ello; ahora no, que estoy cansado de tanto pensar. Han pasado varios meses desde que tuve ese sueño y aún no he escrito el relato. Tampoco he ordenado el cajón. Volví a meter las cosas en él, incluida la libreta y el lápiz de IKEA; pero he recuperado para el armario mi vieja camiseta de los Burning.

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tuviera caraP : J T

Si

La primera vez que pasó me encontraba en un parque, el Frida Kahlo. Me gustaba atravesarlo de regreso a casa, después del trabajo. Trabajaba en una panadería gourmet. Recuerdo que cuando ocurrió, pensé: “Hey, mírala, parece masa...”. Estaba frente a una familia que se tomaba fotografías con las estatuas de Diego Rivera y de Frida Kahlo. En fin, me pidieron que les tomara una foto. Sí, a la familia. Un par de niñas vestidas de rosa, su madre y su padre mal encarado, por allá como un aguafiestas. La cámara era de él, una de esas que la gente compra porque son milagrosas, vienen con el talento incluido. No me excuso en la ironía. Apreté el disparador, la foto quedó capturada, las niñas rosadas contrastaban con Diego y Frida de bronce, pero cuando me quité la cámara de la cara, las niñas corrieron a ocultarse detrás de la madre mientras gritaban. Ella le tapó los ojos a la menor y repitió: “Santo cielo”. Miré hacia abajo para cerciorarme de que tenía el cierre arriba. Entonces uno de mis ojos salió y se colgó de mi cuenca, de pronto veía doble, maldición, sentía ardor, lo traté de malabarear, se me cayó la cámara y el padre de familia gritó: “Imbécil”. Sólo escuché cómo se quebraba algo, pero yo estaba ocupado atrapando

el ojo. El dolor era intenso, pero soy muy bueno viéndole el lado depravado a la vida, con todo el dolor zumbante de la cara, como un hormigueo de piquetes de abeja, cerré mi ojo bueno y dirigí el ojo colgante para verme. Todo estaba fuera de lugar, el ojo ya estaba sucio de tanto manoseo, además no le agarraba el ángulo. Finalmente la vi: mi cara parecía masa cruda, informe, más con un color blanco asperjado; otros tonos amarillos escurrían; la oreja andaba por allá inclinándose; el labio era una liga estirada. Intenté reír pero no era apropiado. —Lo siento—dije entre gárgaras de piel derretida, acomodando el ojo en su lugar e intentando que la cara no se cayera. El aguafiestas padre de familia tampoco le vio la gracia a esto, tomó a sus niñas, a su mujer, regresó por su cámara rota y se fueron. El cuidador del lugar se asomó, no supo bien qué hacer conmigo pero tampoco pareció sorprenderse de nada, deben pasar todo tipo de cosas en este parque. Me ofreció un pañuelo manchado de salsa para limpiarme la cara escurrida. Lo usé para amarrarme la cara y volver a casa. Esa noche estuve encontrando la manera de darle forma. Por nada del mundo debía agacharme de nuevo. Polisemia 20


Pienso que todo comenzó días atrás. Tuve un sueño donde se me caían los dientes; en otro me picaba la nariz y cuando me rascaba tiraba de un vello nasal, extraía dolorosamente una madeja de nervios sanguinolentos, era horrible, sudaba frío y no era capaz de moverme porque intuía que un desgarrador alarido escaparía de mis venas rotas. Traté de ocultar mi deformidad en el trabajo: usé un cubre bocas, anteojos oscuros y sombrero. Arlette, mi compañera en la panadería, intentaba mirar a través de tanto misterio, pero yo siempre le saqué la vuelta: me iba con la charola a otra parte o a barrer el aserrín del pan. En algún momento confundí el crujir del pan con el crujir de mi cara. De manera exitosa volví a casa esa noche, fui a cenar porque no había probado bocado en todo el día, tenía miedo de que se me cayera la lengua en público. Cuando llegué a la cocina no me pude quitar el cubre bocas, se quedó pegado. Fui al baño y me coloqué ante el lavabo, de frente quedó una gaveta con un espejo, traté de hacer todo con mucho cuidado. Dejé correr el agua del lavabo, tomé el sombrero que me había puesto y tiré de él hacia arriba, eso fue lo más difícil: supuró. Me puse optimista, aquella treta sólo se llevó mi cabello, quedó una masa rosada con grumos. Lo siguiente fue el cubre bocas, eso sí me desanimó porque se fue con todo y pómulos, ya se me veía el hueso de la mandíbula. El dolor fue tenue, como si me hubiera quemado los centros de dolor, pero al desprender los anteojos todo se vino abajo, mis orejas cayeron en el orificio del lavabo.

Mis ojos y mi nariz deforme quedaron adheridos a los lentes, intenté retirarlos a tientas, pero no podía ver, di un movimiento brusco y los lentes fueron a dar contra la llave, en un extraño salto, rebotaron. El nervio de uno de mis ojos se enredó en la manija del agua. El agua seguía corriendo y le pegó fuertemente al ojo: lo desprendió poco a poco. En la desesperación, al tanteo, encontré la llave, pero al cerrarla le corté el nervio al otro ojo que estaba enredado en ella, ambos globos oculares cayeron en el agujero del lavabo ¡Qué cañería tan buena me habían instalado! Los ojos siguieron su curso al drenaje. Me quedé en silencio, en la oscuridad. Resignado, removí los nervios cortados que me quedaron colgando en la mejilla.

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Ahora todos los escenarios eran negros, a ciegas, encontré el camino de regreso a mi cuarto, me recosté en la cama, nunca había sido tan inmensa. En ese momento sonó mi teléfono. Lo saqué. Mi torpeza me hizo colgar. Volví a acomodarme tras dejar el teléfono a un lado. Dormí diez minutos. El teléfono sonó, nuevamente, lo tomé, con calma. Imaginé cómo desplazar mis manos para contestar debidamente y lo conseguí; era Arlette, dijo que estuve raro, que si me pasaba algo, que si podía contarle porque era de confianza, que si ya había cenado. Le respondí: “Tengo frío en la cara”. Alegó que le podía decir mi secreto, pues cuando le confesé que mi ex pareja me puso el cuerno no se burló. —Es que, ya no tengo cara para verte. Acudió a mi casa, dizque a cuidarme como una amiga. Le dejé la puerta abierta, llegó después de dos horas. —¿Ya me vas a decir tu secreto?—preguntó al entrar. Le respondí que no me iba a creer. Llegó a mi habitación. —Pasa—le dije—también está abierto. —¿Por qué está tan oscuro?—preguntó—¿Qué me vas a hacer? —Es que ya no necesito la luz. Entró al cuarto, creo que estaba asustada, respiraba extraño. Pisó el tapete, luego se agarró de un mueble. —Voy a prender la luz, eh. —Si quieres. Se escucharon ruidos de objetos cayendo. Quizá un par de retratos, necesitaba uno con mi nueva apariencia. La luz ascendió. ¿Debo describir el grito chillante que Arlette soltó al ver una calavera asomando de las cobijas? Pasó por las etapas del duelo todas juntas y de un zopetón. —Ah, ya, ¿qué broma tan culera es esta? Te escondiste debajo de la cama, ¿verdad? Pinche pendejo. Te odio, cómo me haces esto. —Te dije que ya no tengo cara. Al verme hablar, cuando me incorporé, tuvo que aceptar lo que ocurría, su pánico ruidoso inundó la habitación. Una vez que se calmó, se acercó a mí, con una extraña curiosidad, para mirarme; en ese momento yo no la veía, pero sabía que me estaba mirando. Polisemia 22


Desde aquel día me convertí en su proyecto de ayuda social. Venía cada día a limpiar mi esqueleto. A pesar de su reducida educación intentaba conversar conmigo. Investigaba acerca de mi condición: Epidermolysis bullosa, suena a un conjuro, pero mi caso era demasiado extremo, nunca antes visto, estaba en una condición de leyenda. Al ver que no podía ayudar a mi cuerpo quiso ayudar a mi mente, consiguió para mí una cita con un maravilloso psicoanalista. Su consultorio era una habitación negra de cinco metros cuadrados, aproximadamente. Mi silla era dura, pero estaba seguro de que la del doctor Perelló, quien arrastraba la voz con un tono de obesidad y pereza, era blanda como plumas de ganso. —Ya está aquí mi paciente favorito. —El único al que no le pude ver la cara, doc. —¿Cómo se ha sentido últimamente? —Ayúdeme, doc ¿Sabe?, mi lengua está algo torpe. Comienzo a temer que se desprenda también.

—Debe ser más positivo, existen muchas enfermedades sin causa. Se trata de malestares psicosomáticos provocados por el estrés de la vida. La salud mental afecta de manera agresiva los padecimientos crónicos. —¿Es decir, doc, que si me harta menos la vida no se me caerá la lengua? —No puedo concluir nada en este momento, verá, lo conozco hace unas semanas, pero, sin duda, una actitud positiva siempre trae consecuencias positivas. —Vamos a los hechos, doc, si se me cae la lengua comprobaría mi hipótesis: perderé cada día más órganos y el día que pierda algo esencial, el juego se acaba. —Joven, ¿por qué tanta paranoia?, usted no está tan mal, tengo pacientes en peor estado de descomposición. Si viera lo que es capaz de hacer la anorexia o la droga... —Bien, doc, en su mundo de hadas y ositos de goma sabor cereza, ¿cuál es su prescripción? Polisemia 23


—Un poco de terapia, hombre, algo que lo distraiga y le inyecte vida. Existe un taller de crochet muy relajante. —¿Y cómo voy a hacer eso sin ojos? —Es cierto, es cierto, lo olvidaba, pero, si nada es limitación. Muy bien ¿qué le parece una bitácora? Tiene usted vena de novelista. —Y cómo voy a escribir sin ojos, no veo y parece que usted tampoco. —Vaya, hombre, siempre le encuentra el lado malo a todo. Sólo son opciones. Mire qué tarde es, se nos acabó el tiempo. Lo veo la próxima semana y espero una actitud más asertiva. Esa conducta de perder la cabeza a cada oportunidad lo puede llegar a enfermar. En la sala de espera estaba Arlette. Cuando salí, acudió a mí encuentro. De alguna manera mi cráneo se percató de una molestia en el gesto de ella. Mientras avanzábamos por el universo negro, hasta el negro sillón en el que ella me estaba hospedando —tras perder mi departamento por ser un fenómeno censurable no apto para menores— le conté los disparates del doctor.

—¿Ves, Arlette? Eso pasa cuando contratas a un psicólogo famoso por afirmar que la gran mayoría de las víctimas disfruta de su condición patética. —Es que estaba en descuento. No podemos gastar en mejores bazofias, pero quizá no sea un disparate lo que te dijo, no del todo. —¿Lo de jugar frontón o algo así? para ver más colorida la vida desde mis cuencas sin ojos. —Lo de que tienes vena de escritor. —Querrá decir, hueso de escritor. —Como sea. No pierdes nada con intentar. —¿Cómo se supone que escriba si no veo? —Puedes dictarme, tonto. —¡Qué buena idea, la de poner mis blasfemias a la venta en librerías! No me suena que se haya hecho antes. —¿Has visto lo que publican hoy en día?, seguro tienes cosas más interesantes que decir.

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Sin avisarme, Arlette llevó mis libros a una editorial. Fueron un éxito rotundo: quisieron conocerme para publicar mis obras de inmediato, al verme comentaron: “Habrá que contratar a un actor para los eventos públicos”. Me inventaron una personalidad y un nombre. El sujeto que me representaba no era un mal tipo, aunque fumaba demasiado. Cuando salió el libro se vendió de manera brutal. Memorias de un esqueleto crujiente, tuvo una secuela Memorias podridas. Pronto salieron reeditadas y en pasta gruesa. Hubo una adaptación musical y en patinaje sobre hielo. Dejé el sillón de Arlette y me compré una casa en el mejor barrió del país. Mi vecino era el mismísimo magnate Carlos Skynny, dueño de todo el mundo empresarial. Él admiraba mis libros y yo lucía más radiante, mi cráneo era cada vez más luminoso, según él.

He sido nominado para el premio Novel de literatura por mi novela La cara del intestino, ya se están haciendo negociaciones para llevarla al cine. El protagonista será Ryan Ghostbling, el guion tiene buena críticas. No fue mi intención convertirme en alguien tan importante. En ocasiones Arlette me pregunta por qué no me realizo una cirugía reconstructiva para el rostro, ella se puso implantes y botox; yo siempre le respondo que no, que si volviera a tener cara, sería uno más del montón, como todos los demás que tienen cara y no tienen nada de especial, sería un muerto de hambre nuevamente. Perdería todo lo que me hace un fenómeno.

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Colabora con nosotros Envía tu propuesta a: polisemiaplural@gmail.com

La palabra de la próxima edición es:

Mirada Comparte tus cuentos, poemas, ensayos, artículos y obra gráfica.

¡Queremos leerte!


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