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Lo que trae la cuarentena

ESCRITORA INVITADA: Rosa Angélica Aranda Lara FOTO: María Andrade

Nunca había pensado en la observación de aves como una actividad que reportara algún tipo de gozo, ¡cuán equivocada estuve! Deseo comentar que en mi pequeño jardín tengo como huéspedes permanentes, desde hace varios años a un colibrí, un pájaro carpintero, los muy conocidos kaues, una paloma, varias tortolitas y dos yuyas a quienes dejo alimento y agua diariamente. Eventualmente se dejan ver un toh y unas alondras verdes. Los miro, agradezco su presencia y pongo nombre: por ejemplo, la yuya es Yuyú, Mita, la paloma, Othón, el toh, etc. A partir de esta contingencia sanitaria, trato de disfrutar mi jardín todas las tardes; no pongo música tratando de percibir los diferentes trinos y sonidos de mis aves visitantes. Observo detenidamente qué hacen y cómo, confieso que les confecciono personalidades humanas. Los kaues me voltean a ver cada vez que toman un pedazo de pan en su pico, como dando las gracias; les encanta mojarlo en agua antes de engullirlo. A la paloma y las tortolitas no les gustó la avena, prefieren trocitos de galleta de soda. El pájaro carpintero ya cambió de árbol y de horario para hacer su trabajo, nunca le he visto alimentarse. El colibrí ha traído a un invitado, de repente descansan de su vuelo (que noté en vertical) aposentándose en una soga del tendedero, ¿cuántas personas han disfrutado del privilegio de ver posado a este bello animal? La yuya llega acompañada, tiene como un graznido y no baja a buscar la comida, la toma al vuelo. Al toh le gusta la sombra y a las alondras, las alturas. Así transcurren algunas de mis horas vespertinas, disfrutando los milagros cotidianos de la naturaleza, el ir y venir de mis antiguas amigas aves y conociendo las nuevas adquisiciones.

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