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La noche de la huida

Autor: Adolfo Córdova

Ilustradora: Carmen Segovia

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Por Daniela Rosas, periodista y mediadora de la lectura

Dicen por ahí que los libros no son objetos culturales sólo para niñas y niños, y este libro lo comprueba. Son textos que pueden llevar a las personas adultas a profundas reflexiones y a encuentros íntimos con la memoria, esa memoria donde transitan los cuentos de hadas que nos contaban antes de dormir. Harto de eso tiene La noche de la huida escrito por el periodista y especialista en literatura infantil mexicano, Adolfo Córdova, y la destacada ilustradora española, Carmen Segovia.

La belleza de su portada nos desafía de inmediato a explorar una aventura alucinante, algo sombría, con una estética oriental que evoca a simple vista una historia propia del mundo Ghibli, protagonizada por niñas. Y en este caso tres niñas que, en distintos tiempos y planos, dialogan en torno a la búsqueda de un refugio.

El bosque nocturno que atraviesa la historia en sus imágenes refleja el sentimiento de angustia y miedo de una niña que escapa de una situación de violencia, que la tormenta eléctrica, el granizo y el viento acrecientan en cada página. Las expresiones en secuencias de la protagonista, los cortes diagonales, además de los juegos de luces y sombras, generan una tensión inevitable que logra conectar con el sentir de aquella niña que escapa del peligro, sin rumbo; sin embargo, el tono poético de las palabras que urden esta historia reconforta en medio de la oscuridad y nos lleva a un “déjà vu lector”. Y es que esta historia incluye guiños a otras historias; aquellos cuentos de hadas que nos contaban en la infancia, muchas veces con finales “edulcorados” donde la joven era “salvada” por el príncipe.

No es usual que un libro álbum profundice en los sentimientos de miedo, angustia y desesperación de un personaje femenino, visibilizando la existencia de esas emociones oscuras y de la fortaleza que surge a raíz de ellas, aportando a la diversidad de la narrativa LIJ y contribuyendo a la problematización de los estereotipos de género; porque podemos salvarnos nosotras mismas y encontrar el refugio por nuestra cuenta para ser libres.

En ese sentido, cobra fuerza la aparición de las otras dos niñas en este libro: por un lado, una pequeña que irrumpe con libertad en el silencioso y tenebroso bosque montada en un ciervo rojo en medio de una estampida, y que refuerza su ímpetu para encontrar un camino hacia un espacio seguro; por otro, una niña que está leyendo este libro en esa “morada interior” de la que habla Michèle Petit, que construimos al habitar las lecturas y las relecturas como ésta.

Sin duda, este es un libro desafiante, al que no es fácil aproximarse en una primera lectura. Pero de eso se trata. Los temas difíciles en la literatura infantil existen y de ahí la importancia de su rol y de la mediación que podamos propiciar.

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