La Palabra Entre Nosotros - Perú, Agosto 21

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2021 Año de San Jose, patrono de la Iglesia Universal

AGOST O - SE PT IE M B R E 2021

Sean SANTOS, pues yo, el SEÑOR, soy SANTO

¿Cómo es la santidad hoy en día?



En este ejemplar: Agosto - Septiembre 2021

Sean santos, pues yo, el Señor soy santo San José, Patrono de la Iglesia Universal El santo custodio de la Sagrada Familia protege al Pueblo de Dios Por Luis E. Quezada

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Yo, el Señor, soy Santo El Dios santo que se acerca a nosotros

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Cada santo es una misión La santidad está al alcance de todos

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La oración: El camino a la santidad Permite que los santos te enseñen

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Abuelos santos y estratégicos San Joaquín y Santa Ana nos enseñan a ayudar a nuestros nietos a crecer en la fe Por Michael Shaughnessy

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El Señor siempre supo lo que tenía para mí Dios sabía cómo actuar en mí, justo donde yo me encontraba Por Alisha Ritchie

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Meditaciones diarias

Agosto del 1 al 31 Septiembre del 1 al 30 Estados Unidos Tel (301) 874-1700 Fax (301) 874-2190 Internet: www.la-palabra.com Email: ayuda@la-palabra.com

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En el Perú Tel (051) 488-7118 / 981 416 336 Email: lpn@lapalabraentrenosotrosperu.org Suscripciones: suscripciones@lapalabraentrenosotrosperu.org Agosto / Septiembre 2021 | 1


La Iglesia nos llama a todos a la santidad Queridos lectores:

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n este mes de septiembre, en el que la Iglesia nos presenta a tantos santos beatificados y canonizados, parece apropiado dedicar la presente edición a la santidad en el Pueblo de Dios. Pero los santos no son solamente aquellos que han sido canonizados oficialmente por la Iglesia y cuyos nombres aparecen en el santoral; hay muchísimos otros que han sido y son ejemplos de santidad en medio de las vicisitudes de la vida cotidiana sin que nadie o casi nadie los reconozca. Es muy posible, pues, que muchos de nosotros conozcamos o hayamos conocido a fieles católicos o no católicos cuya amabilidad, honestidad y sencillez de vida calzan en el molde de la santidad. En este contexto, los artículos de esta edición están basados en la exhortación apostólica Gaudete et Exsultate que publicó el Santo Padre el Papa Francisco en marzo de 2018 sobre el llamado a la santidad en el mundo actual, un documento emblemático de la Iglesia que a todos nos convendría leer y estudiar con atención. Pensando en las oscuras realidades de violencia, corrupción y 2 | La Palabra Entre Nosotros

deshonestidad que se ve en las sociedades actuales, el llamado a la santidad parece una flecha disparada al vacío. ¿Quién la escuchará? ¿Tendrá una respuesta positiva? Pero la Palabra de Dios nos anima a mantener firme la esperanza, pues la luz brilla en las tinieblas y las tinieblas no pueden apagarla (v. Juan 1, 5). Otra situación de oscuridad y sufrimiento es, naturalmente, el siniestro paso de la pandemia que vino dejando una terrible estela de enfermedad, dolor, muerte y miseria. Ante esto, los fieles creyentes en la Majestad de Jesús, nuestro Señor, podemos aferrarnos a sus promesas, que son indefectibles: “No tengas miedo a los peligros nocturnos… ni a las plagas que llegan con la oscuridad, ni a las que destruyen a pleno sol; pues mil caerán a tu izquierda y diez mil a tu derecha, pero a ti nada te pasará” (Salmo 91, 5-7). Fe y santidad. Como dice el Santo Padre, todos estamos llamados a la santidad, es decir, a vivir separados del mundo y dedicados a Dios, para su gloria y alabanza. Y todos lo podemos hacer, pero no solo esforzándonos más, sino con la gracia del Espíritu Santo, que es el Santificador del Pueblo de Dios. Quiera


el Señor que, leyendo estos artículos y la encíclica del Papa, todos demos unos pasos más hacia la santidad que el Señor nos pide. Les deseo, queridos lectores, todas las bendiciones que el Señor

tiene reservadas para ustedes y sus seres queridos. Luis E. Quezada Director Editorial editor@la-palabra.com

La Palabra Entre Nosotros • The Word Among Us

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San José, Patrono de la Iglesia Universal

El santo custodio de la Sagrada Familia protege al Pueblo de Dios

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lgunos dicen que San José ha sido un santo lamentablemente olvidado por mucho tiempo, alguien a quien en realidad no se le da toda la atención que merece, a pesar de que su misión de ser esposo de la Virgen María y padre adoptivo de Jesús, nuestro Señor, era no solo una enorme responsabilidad, sino también el privilegio y el honor más grande que hombre alguno pudiera imaginarse: tener a su cargo la crianza y protección nada menos que del Hijo de Dios. Por Luis E. Quezada

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El Papa Francisco ha querido subsanar en parte esta suerte de descuido con su carta apostólica Patris Corde, título que significa “con corazón de padre”, sobre la figura emblemática de San José, escrita con motivo del 150° Aniversario de la declaración de San José como Patrono de la Iglesia Universal. Al mismo tiempo ha proclamado la celebración del Año de San José desde el 8 de diciembre de 2020 hasta el 8 de diciembre de 2021. Esposo y padre modelo. San José tuvo la valentía de asumir plenamente y sin reservas la paternidad legal del Hijo de María, a quien puso el nombre de Jesús, como el ángel se lo había revelado, “porque él salvará a su pueblo de sus pecados” (Mateo 1, 21). ¡Qué hermoso ejemplo de amor y fe nos da San José, un hombre que, estando a punto de casarse, sorpresivamente se entera de que su novia está encinta! Él conocía muy bien a María y sabía que ella era seria, fiel y que amaba a Dios, pero ¡había quedado embarazada! Aun cuando al principio se sintió confundido, no dudó en obedecer lo que el ángel de Dios le anunció: “José, descendiente de David, no tengas miedo de tomar a María por esposa, porque su hijo lo ha concebido por el poder del Espíritu Santo” (Mateo 1, 20). El hecho de creer en esta explicación sobrenatural es claramente un testimonio de

la firme fe y confianza en Dios que José tenía. A partir de entonces, toda su vida estuvo dedicada a cuidar a María, su esposa, y a Jesús, su hijo adoptivo. ¡Qué contundente testimonio de seriedad y responsabilidad! Ahora mismo hay muchos jóvenes maridos que aman de verdad a sus esposas y a sus hijos y que asumen sin reservas su responsabilidad de ser protectores y proveedores de sus familias y su deber de servirles con amor y devoción todos los días de su vida. Y si hay algunos que no lo hacen, mucho les convendría cambiar de conducta, pues de esa manera podrán cosechar frutos hermosos y vivificantes de amor, felicidad, paz y muchos, muchos hijos y nietos. Según se sabe, José era de oficio carpintero, profesión que sin duda enseñó a su hijo (Marcos 6, 3). Aun cuando era del linaje del rey David, por lo cual tuvo que ir con su esposa a Belén, la ciudad de David, para el censo, su condición era humilde. No se ha encontrado información sobre la fecha ni el lugar de su muerte, aunque se deduce que falleció antes del bautismo de Jesús, ya que ninguno de los evangelios lo menciona durante el ministerio público del Señor. Dice la Escritura, en Mateo 1, 19, que José era un hombre “justo”, lo que implica que era fiel cumplidor de su religión y que su santidad era reconocida. Agosto / Septiembre 2021 | 5


A veces llamado el “Santo del silencio”, pues no se conocen expresiones pronunciadas por él mismo, sí se conocen sus obras, sus actos de fe, amor y protección como padre responsable del bienestar de su amadísima esposa y de su excepcional hijo. San José es modelo de virtud: varón justo, obediente, magnánimo, fiel, humilde, esposo santo, padre ejemplar, amante del silencio, trabajador, generoso, con gran espíritu de sacrificio... y mucho más, pero aquello que más resalta es su pureza y su castidad. Dios no solo había elegido a una virgen como Madre de su Hijo unigénito, sino también a un padre que fuese igualmente puro y casto. La devoción a San José. Durante los primeros siglos de la Iglesia, la veneración a los santos se enfocaba principalmente en los mártires, por ser testigos ejemplares de fe, valor y entrega a Cristo. Pero sí hubo numerosos Padres de la Iglesia, como San 6 | La Palabra Entre Nosotros

Agustín, San Jerónimo y San Juan Crisóstomo, entre otros, que hablaron y escribieron sobre San José. Por su parte, San Ireneo de Lyon señaló que José, así como cuidó con amor y devoción a María, su esposa, y se dedicó con gozoso empeño a la educación de Jesucristo, también custodia y protege al Cuerpo Místico de Cristo, la Iglesia. Siglos más tarde, poco antes del Concilio Vaticano I (1869-1870), el Beato Papa Pío IX (1846-1878) anunció que había recibido personalmente más de quinientas cartas de obispos y fieles de todo el mundo pidiendo que se reconociese oficialmente a San José como Patrono de la Iglesia universal, a lo cual accedió el 8 de diciembre de 1870, fiesta de la Inmaculada Concepción de la Virgen María. Su vida sencilla y humilde estuvo adornada de su silencio integral, que no significa un simple mutismo, sino el estar totalmente abocado a cumplir la voluntad de Dios sin distracción


alguna, y así nos enseña, con su propia vida, a orar, amar, sufrir, actuar rectamente y dar gloria a Dios en toda nuestra vida. San José es miembro eximio de la Iglesia de Cristo, modelo de virtud y patrono de la buena muerte, por lo cual muchos fieles tienen una especial devoción a San José por su eficacísima intercesión. Como se ha dicho, San José es patrono de los carpinteros, y por extensión, lo es también de todos aquellos que trabajan en oficios manuales. Es asimismo patrono de los seminarios católicos, lo cual es fácil de entender, ya que, como padre, educó a su hijo Jesús en Nazaret y contribuyó a prepararlo durante años para cumplir su misión mesiánica. ¡Quién mejor que San José puede guiar y custodiar a los que serán los futuros sacerdotes! En 1955, el Venerable Papa Pío XII instituyó la fiesta de San José Obrero el día 1 de mayo, con el ánimo de cristianizar la Fiesta del Trabajo, que había surgido en 1889. Es por lo tanto patrono de todos los trabajadores. La devoción popular cree que, al morir, estuvo en brazos de Jesús y de María, de modo que falleció en la mejor de todas las compañías, motivo por el cual a él se le encomiendan los moribundos y se le pide auxilio para que ellos tengan una buena muerte. Fue Santa Teresa de Ávila la que expresó mejor su devoción a San José en el siglo XVI, relatando su

experiencia personal referida a José de Nazaret en su Libro de la Vida: “Y tomé por abogado y señor al glorioso San José y encomendéme mucho a él… No me acuerdo hasta ahora haberle suplicado cosa que él haya dejado de hacer. Paréceme, hace ya algunos años, que cada año en su día le pido una cosa y siempre la veo cumplida. Si va algo torcida la petición, él la endereza para más bien mío… Solo pido, por amor de Dios, que lo pruebe quien no me creyere, y verá por experiencia el gran bien que es encomendarse a este glorioso Patriarca y tenerle devoción.” (Santa Teresa de Ávila, Libro de la Vida, cap. 6, 6-8). En su reciente libro “Consagración a San José: Las Maravillas de Nuestro Padre Espiritual” (disponible en ewtnreligiouscatalogue.com), el padre Donald Calloway, MIC, nos invita a consagrarnos a San José, a confiarnos nosotros mismos, nuestra Iglesia y el mundo entero al cuidado amoroso de nuestro padre espiritual, y luego esperar las maravillas cuando el Patrono Universal de la Iglesia abra las compuertas del cielo. Promesas y beneficios de la devoción a San José. Un ilustre escritor de espiritualidad cristiana ha resumido las Agosto / Septiembre 2021 | 7


ventajas que puede obtener quien sea verdadero devoto de San José: “Tendrá el don de la castidad. Tendrá auxilios espirituales para salir del pecado. Tendrá una particular devoción a María Santísima. Tendrá una buena muerte y será defendido en las horas extremas. No será vencido por los demonios, pues temen su nombre. Obtendrá especiales gracias tanto para el alma como para el cuerpo. Tendrá la confianza de conseguir la gracia de la perseverancia final.” Indulgencias plenarias para el Año de San José. El decreto de la Penitenciaría Apostólica, que tiene a su cargo las indulgencias, ha establecido que, durante el Año de San José, “cada fiel, siguiendo su ejemplo, puede fortalecer diariamente su vida de fe en el pleno cumplimiento de la voluntad de Dios. Todos los fieles tendrán así la oportunidad de 8 | La Palabra Entre Nosotros

comprometerse, con oraciones y buenas obras, para obtener, con la ayuda de San José, cabeza de la celestial Familia de Nazaret, consuelo y alivio de las graves tribulaciones humanas y sociales que afligen al mundo contemporáneo.” Para concluir, elevemos una oración a San José que data del año 50 d.C., citada en Pietá, un conocido libro de oraciones: Oh, San José, cuya protección es tan grande, tan fuerte y tan inmediata ante el trono de Dios, a ti confío todas mis intenciones y deseos. Ayúdame, San José, con tu poderosa intercesión, a obtener todas las bendiciones espirituales por intercesión de tu Hijo adoptivo, Jesucristo Nuestro Señor, de modo que, al confiarme, aquí en la tierra, a tu poder celestial, te tribute mi agradecimiento y homenaje.¡San José, santo patrono de las almas que parten, ruega por mí! Amén. ¢


Yo, el Señor, soy Santo El Dios Santo que se acerca a nosotros

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Santo, santo, santo es el Señor, Dios del universo.

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o proclamamos en cada Misa y lo entonamos en muchos de nuestros himnos. Este cántico de alabanza puede resultarnos muy conocido, sin embargo, es posible que no pensemos mucho en él. ¿Qué significa llamar “santo” a Dios? Y, ¿por qué lo cantamos tan a menudo? El Sanctus (palabra en latín para “santo”) es un himno antiguo que tiene sus orígenes en el culto de nuestros hermanos judíos. Al igual que ellos, nosotros creemos que cuando entonamos este himno, nos unimos a todos los ángeles en el cielo que alaban la santidad y la gloria de nuestro Dios. Pero el Sanctus es todavía más antiguo que el servicio en la sinagoga judía. Viene de una visión que tuvo el profeta Isaías en el siglo VIII a.C. Mientras rezaba un día en el templo, Isaías vio algo que no esperaba: Dios mismo. En medio del humo del incienso, vio al Señor entronizado en la gloria celestial y rodeado de ángeles que decían: “Santo, santo, santo es el Señor todopoderoso” (Isaías 6, 3). La alabanza de los ángeles era tan poderosa que sacudió las bases del templo. Esa visión cambió la vida de Isaías. Allí vio la trascendencia, el poder y la majestad de Dios, y quedó asombrado. Comparado con la santidad de Dios, Isaías se sintió “condenado”. Sabía que era “un hombre de labios 10 | La Palabra Entre Nosotros


impuros” que vivía “en medio de un pueblo de labios impuros” (Isaías 6, 6). Pero este Dios santo también es misericordioso y envió a un serafín a limpiar los pecados de Isaías. La experiencia fue tan conmovedora que cuando Dios preguntó “¿A quién voy a enviar?”, Isaías respondió gustoso “Aquí estoy yo, envíame a mí” (6, 8). La visión de Isaías revela el gran misterio de un Dios santo que desea tener una relación con los seres humanos, a pesar de que nosotros no seamos santos. Es el misterio de un Dios santo que lava los pecados de su pueblo para que también este sea santo. Y es el misterio de un Dios que desea que su pueblo vaya por el mundo proclamando su santidad a cuantos estén dispuestos a escuchar. Este mes, vamos a explorar esa santidad. Primero, veremos cómo la Escritura define la santidad, luego en el segundo y tercer artículos, leeremos una reflexión del Papa Francisco sobre cómo es la santidad hoy en día. El Señor es santo. La palabra “santo” viene del término hebreo qadosh, que significa algo apartado o separado de las cosas cotidianas. De manera que cuando decimos que Dios es santo, estamos diciendo que él está separado, que es distinto a nosotros. El Señor está muy por encima de nosotros en su perfección, poder y gloria y merece ser venerado por sobre todo lo demás.

No pensamos muy a menudo en la santidad de Dios y, cuando lo hacemos, puede asustarnos. Es más sencillo pensar en otras personas, como lo santos. Pero la santidad de Dios es infinitamente superior a la del más santo de los santos. Su santidad va mucho más allá de nuestros estándares porque él es el que marca el estándar. A través de todo el Antiguo Testamento, Dios reveló su santidad. Cuando habló con Moisés desde la zarza ardiente, le ordenó quitarse las sandalias, porque incluso el suelo que pisaba era santo (Éxodo 3, 5). El pueblo de Israel tenía prohibido tocar el monte donde Dios se aparecía debido a su santidad (19, 21). Y cuando Dios se reveló en el Monte Sinaí, su santidad provocó que el rostro de Moisés brillara tanto que este tuvo que usar un velo para no asustar a las personas (34, 29-30). El amor de Dios es santo, y él solo desea el bien para su pueblo. Su fidelidad es perfecta, él nunca abandonará a su pueblo. Incluso su juicio es perfecto, pues expresa su deseo de perseverar, proteger y sanar a su pueblo. El Señor no soporta nada que degrade o destruya al pueblo que él creó. Y sin embargo, a pesar de lo santo y “apartado” que él es, Dios decidió venir y caminar en medio de los hombres. Jesús, “la imagen visible de Dios, que es invisible”, se hizo uno como nosotros para manifestar Agosto / Septiembre 2021 | 11


“Jesús manifestó su santidad en todo lo que hizo. Sus milagros y curaciones, sus enseñanzas y actos de misericordia.” la santidad de Dios y mostrarnos el camino para que nosotros mismos fuésemos santos (Colosenses 1, 15). Jesús es santo. La santidad de Jesús es excepcional. Mientras que, por la presencia de Dios, el monte era un lugar santo y el rostro de Moisés brilló, Jesús es santo en sí mismo. Jesús no refleja simplemente la santidad de Dios, él es santo, es el Santo de Dios. Muchas personas no reconocieron la santidad de Jesús, pero algunos sí lo hicieron. Juan el Bautista protestó diciendo que Jesús debía bautizarlo a él, porque sabía que él no era digno ni siquiera de desatarle las sandalias, mucho menos bautizarlo (Mateo 3, 13; Juan 1, 26-27). Incluso los espíritus inmundos podían ver su santidad. Aterrorizados por su presencia, se 12 | La Palabra Entre Nosotros

encogían en su presencia y confesaban que él era “el Santo de Dios” (Lucas 4, 33-35). Jesús manifestó su santidad en todo lo que hizo. Sus milagros y curaciones, sus enseñanzas y actos de misericordia, todos revelaron que él era mucho más excelso que nosotros. En su transfiguración, el resplandor de su majestad dejó a Pedro, Santiago y Juan sin palabras (Marcos 9, 1-9). E incluso, cuando muchos de sus discípulos lo abandonaron, aquellos que permanecieron lo hicieron debido a su santidad: “Nosotros ya hemos creído, y sabemos que tú eres el Santo de Dios”, proclamó Pedro (Juan 6, 69). Aquellos primeros creyentes que reconocieron la santidad de Jesús también se dieron cuenta de algo más:


que ellos eran pecadores. Cuando Pedro presenció la pesca milagrosa de Jesús “se puso de rodillas y le dijo: ‘¡Apártate de mí, Señor, porque soy un pecador!’” (Lucas 5, 8). Y al igual que había sucedido con Isaías, el pecado de Pedro no lo alejó de Jesús. Al contrario, el Señor lo calmó y lo llamó a dedicarse a “pescar hombres” (5, 10). Al igual que Isaías, Pedro dejó todo por seguir a Cristo. Jesús mostró su santidad de forma más plena cuando ofreció su vida por nosotros. “Y por causa de ellos me consagro a mí mismo”, dijo la noche antes de morir (Juan 17, 19). Su deseo de santificarnos era tan grande, que no se guardó nada, ni siquiera su propia vida.

te parece así, ¡tienes razón! Pero en Cristo Jesús, Dios puede hacernos santos. En realidad, eso es exactamente lo que Jesús vino a hacer a la tierra. La carta a los hebreos nos dice que la muerte de Jesús en la cruz tiene el poder de lavar nuestros pecados, de limpiar nuestra conciencia y hacernos santos (Hebreos 9, 26; 13, 12; 9, 14). Pero sabemos que esto no sucede automáticamente. A través del Bautismo, fuimos purificados del pecado original y la santidad de Jesús en realidad viene a ser nuestra santidad (1 Corintios 1, 30). Pero depende de que nosotros actuemos con fe mientras nos esforzamos en vivir una vida santa.

Jesús nos hace santos hoy. Desde el tiempo de Moisés hasta la actualidad Dios ha llamado a su pueblo, a todos nosotros, a ser santos. El Señor hizo una alianza con nosotros y nos apartó porque quiere que su Iglesia sea una bendición para el mundo. Así como su presencia hizo que el rostro de Moisés brillara, la presencia de Dios en medio de su pueblo nos confiere una dignidad y una santidad genuinas. Como respuesta, debemos acoger y aceptar este llamado a ser un pueblo santo. Debemos escuchar a Dios que nos dice: “Sean santos, pues yo, el Señor su Dios, soy santo” (Levítico 19, 2). Podríamos pensar que la santidad es muy difícil de obtener. Y si

Santificado por el Espíritu. Jesús sabe lo difícil que puede resultar este llamado a la santidad. El pecado es atractivo y engañador. Esa es la razón por la cual envió al Espíritu Santo a habitar en nuestro corazón. A través del Espíritu, podemos encontrar el poder para rechazar el pecado y aceptar a Dios. A través del Espíritu, podemos escuchar la voz de Dios y sentir su presencia. Lo que es mejor, a través del Espíritu podemos saber en lo profundo del corazón que somos hijos e hijas de Dios. Solo piensa en esto: ¡Tú puedes tener una relación más cercana con Dios que la que tuvieron Moisés e Isaías! Tú eres hijo suyo. Su santidad y su amor moran Agosto / Septiembre 2021 | 13


“Nuestro destino es unirnos a los ángeles y santos en el cielo y entonar con ellos el eterno himno de alabanza: “¡Santo, santo, santo es el Señor!” en ti. Eso significa que siempre puedes beber del manantial de su gracia. Los primeros cristianos nos enseñan cómo podemos cooperar con el Espíritu y crecer en santidad. Ellos sabían que no eran perfectos. Al igual que nosotros, tenían sus defectos y debilidades. Pero eran hombres y mujeres transformados. El Espíritu Santo les dio una nueva identidad y una nueva capacidad para la santidad. Y así, día tras día se ocuparon de ser cada vez más y más “un sacerdocio al servicio del rey, una nación santa, un pueblo adquirido por Dios” (1 Pedro 2, 9). ¿Y cómo hicieron esto? Comprometiéndose a ser fieles “en conservar la enseñanza de los apóstoles, en compartir lo que tenían, en reunirse para partir el pan y en la oración” (Hechos 2, 42). 14 | La Palabra Entre Nosotros

Incluso en el siglo XXI, nuestro camino sigue siendo el mismo. Llegaremos a ser santos si dedicamos tiempo a meditar en la palabra de Dios, encontrarnos con Jesús en la Eucaristía, buscar la presencia de Dios en la oración y “compartir” lo que tenemos amándonos unos a otros desde lo profundo del corazón. En los siguientes dos artículos, leeremos las palabras del Papa Francisco sobre cómo podemos nosotros vivir esta aventura espiritual en la actualidad. Nunca olvidemos que somos un pueblo santo que está unido a un Dios santo. Nunca olvidemos que nuestro destino es unirnos a los ángeles y santos en el cielo y entonar con ellos el eterno himno de alabanza: “¡Santo, santo, santo es el Señor!” (Apocalipsis 4, 8) n


Cada

santo

es una

misión

La santidad está al alcance de todos

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La santidad cotidiana

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n 2018 el Papa Francisco

escribió una exhortación apostólica titulada Sobre el llamado a la santidad en el mundo actual (Gaudete et Exsultate en latín). En esta carta, habló afectuosamente de los santos que son vecinos, los “de la puerta de al lado, de aquellos que viven cerca de nosotros y son un reflejo de la presencia de Dios” en su vida cotidiana (7). Esta es la clase de santidad que el Papa Francisco nos exhorta a buscar. Los siguientes dos artículos provienen de la exhortación del Santo Padre. En el primer artículo, el Papa Francisco pone énfasis en que esa santidad es para todos. Y en el siguiente, habla sobre el papel fundamental que tiene la oración en el llamado a la santidad. Esperamos que el Papa Francisco te ayude a ver la santidad como una opción para tu vida. El mundo te necesita, necesita al santo “de la puerta de al lado”, ¡para proclamar el Evangelio con tu testimonio de vida! 16 | La Palabra Entre Nosotros

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o que quisiera recordar con esta Exhortación es sobre todo el llamado a la santidad que el Señor hace a cada uno de nosotros, ese llamado que te dirige también a ti: “Sed santos, porque yo soy santo” (Levítico 11, 45; cfr. 1 Pedro 1, 16). El Concilio Vaticano II lo destacó con fuerza: “Todos los fieles, cristianos, de cualquier condición y estado, fortalecidos con tantos y tan poderosos medios de salvación, son llamados por el Señor, cada uno por su camino, a la perfección de aquella santidad con la que es perfecto el mismo Padre” (Lumen Gentium, 11). “Cada uno por su camino”, dice el Concilio. Entonces, no se trata de desalentarse cuando uno contempla modelos de santidad que le parecen inalcanzables. Hay testimonios que son útiles para estimularnos y motivarnos, pero no para que tratemos de copiarlos, porque eso hasta podría alejarnos del camino único y diferente que el Señor tiene para nosotros. Lo que interesa es que cada creyente discierna su propio camino y saque a la luz lo mejor de sí, aquello tan personal que Dios ha puesto en él (cfr. 1 Co 12, 7), y no que se desgaste intentando imitar algo que no ha sido pensado para él. Todos estamos llamados a ser testigos, pero “existen muchas formas existenciales de testimonio”. Allí donde cada uno se encuentra. Muchas veces tenemos la tentación de pensar que la santidad está reservada solo a quienes tienen la posibilidad de tomar distancia de las ocupaciones ordinarias, para dedicar mucho tiempo a la oración. No es así.

Todos estamos llamados a ser santos viviendo con amor y ofreciendo el propio testimonio en las ocupaciones de cada día, allí donde cada uno se encuentra. ¿Eres consagrada o consagrado? Sé santo viviendo con alegría tu entrega. ¿Estás casado? Sé santo amando y ocupándote de tu marido o de tu esposa, como Cristo lo hizo con la Iglesia. ¿Eres un trabajador? Sé santo cumpliendo con honradez y competencia tu trabajo al servicio de los hermanos. ¿Eres padre, abuela o abuelo? Sé santo enseñando con paciencia a los niños a seguir a Jesús. ¿Tienes autoridad? Sé santo luchando por el bien común y renunciando a tus intereses personales. Deja que la gracia de tu Bautismo fructifique en un camino de santidad. Deja que todo esté abierto a Dios y para ello opta por él, elige a Dios una y otra vez. No te desalientes, porque tienes la fuerza del Espíritu Santo para que sea posible, y la santidad, en el fondo, es el fruto del Espíritu Santo en tu vida (cfr. Gálatas 5, Agosto / Septiembre 2021 | 17


“En la Iglesia, santa y compuesta de pecadores, encontrarás todo lo que necesitas para crecer hacia la santidad.” 22-23). Cuando sientas la tentación de enredarte en tu debilidad, levanta los ojos al Crucificado y dile: “Señor, yo soy un pobrecillo, pero tú puedes realizar el milagro de hacerme un poco mejor”. En la Iglesia, santa y compuesta de pecadores, encontrarás todo lo que necesitas para crecer hacia la santidad. A través de pequeños gestos. Esta santidad a la que el Señor te llama irá creciendo con pequeños gestos. Por ejemplo: una señora va al mercado a hacer las compras, encuentra a una vecina y comienza a hablar, y vienen las críticas. Pero esta mujer dice en su interior: «No, no hablaré mal de nadie». Este es un paso en la santidad. Luego, en casa, su hijo le pide conversar acerca de sus fantasías, y aunque esté cansada se sienta a su lado y escucha con paciencia y afecto. Esa es otra ofrenda que santifica. Luego 18 | La Palabra Entre Nosotros

vive un momento de angustia, pero recuerda el amor de la Virgen María, toma el rosario y reza con fe. Ese es otro camino de santidad. Luego va por la calle, encuentra a un pobre y se detiene a conversar con él con cariño. Ese es otro paso. A veces la vida presenta desafíos mayores y a través de ellos el Señor nos invita a nuevas conversiones que permiten que su gracia se manifieste mejor en nuestra existencia “para que participemos de su santidad” (Hebreos 12, 10). Otras veces solo se trata de encontrar una forma más perfecta de vivir lo que ya hacemos… Así, bajo el impulso de la gracia divina, con muchos gestos vamos construyendo esa figura de santidad que Dios quería, pero no como seres autosuficientes sino “como buenos administradores de la multiforme gracia de Dios” (1 Pedro 4, 10).


Cada santo es una misión. Para un cristiano no es posible pensar en la propia misión en la tierra sin concebirla como un camino de santidad, porque “esta es la voluntad de Dios: vuestra santificación” (1 Tesalonicenses 4, 3). Cada santo es una misión; es un proyecto del Padre para reflejar y encarnar, en un momento determinado de la historia, un aspecto del Evangelio. Esa misión tiene su sentido pleno en Cristo y solo se entiende desde él. En el fondo la santidad es vivir en unión con él los misterios de su vida. Consiste en asociarse a la muerte y resurrección del Señor de una manera única y personal, en morir y resucitar constantemente con él… cada santo es un mensaje que el Espíritu Santo toma de la riqueza de Jesucristo y regala a su pueblo. Para reconocer cuál es esa palabra que el Señor quiere decir a través de un santo, no conviene entretenerse en los detalles, porque allí también puede haber errores y caídas. No todo lo que dice un santo es plenamente fiel al Evangelio, no todo lo que hace es auténtico o perfecto. Lo que hay que contemplar es el conjunto de su vida, su camino entero de santificación, esa figura que refleja algo de Jesucristo y que resulta cuando uno logra componer el sentido de la totalidad de su persona. Esto es un fuerte llamado de atención para todos nosotros. Tú también

necesitas concebir la totalidad de tu vida como una misión. Inténtalo escuchando a Dios en la oración y reconociendo los signos que él te da. Pregúntale siempre al Espíritu qué espera Jesús de ti en cada momento de tu existencia y en cada opción que debas tomar, para discernir el lugar que eso ocupa en tu propia misión. Y permítele que forje en ti ese misterio personal que refleje a Jesucristo en el mundo de hoy. Ojalá puedas reconocer cuál es esa palabra, ese mensaje de Jesús que Dios quiere decir al mundo con tu vida. Déjate transformar, déjate renovar por el Espíritu, para que eso sea posible, y así tu preciosa misión no se malogrará. El Señor la cumplirá también en medio de tus errores y malos momentos, con tal que no abandones el camino del amor y estés siempre abierto a su acción sobrenatural que purifica e ilumina. La actividad que santifica. Como no puedes entender a Cristo sin el reino que él vino a traer, tu propia misión es inseparable de la construcción de ese reino: “Buscad sobre todo el reino de Dios y su justicia” (Mateo 6, 33). Tu identificación con Cristo y sus deseos, implica el empeño por construir, con él, ese reino de amor, justicia y paz para todos. Cristo mismo quiere vivirlo contigo, en todos los esfuerzos o renuncias que implique, y también en las alegrías y en la fecundidad que Agosto / Septiembre 2021 | 19


“Para un cristiano no es posible pensar en la propia misión en la tierra sin concebirla como un camino de santidad.” te ofrezca. Por lo tanto, no te santificarás sin entregarte en cuerpo y alma para dar lo mejor de ti en ese empeño. Esto no implica despreciar los momentos de quietud, soledad y silencio ante Dios. Al contrario. Porque las constantes novedades de los recursos tecnológicos, el atractivo de los viajes, las innumerables ofertas para el consumo, a veces no dejan espacios vacíos donde resuene la voz de Dios. Todo se llena de palabras, de disfrutes epidérmicos y de ruidos con una velocidad siempre mayor. Allí no reina la alegría sino la insatisfacción de quien no sabe para qué vive. ¿Cómo no reconocer entonces que necesitamos detener esa carrera frenética para recuperar un espacio personal, a veces doloroso pero siempre fecundo, donde se entabla el diálogo sincero con Dios? En algún momento tendremos que 20 | La Palabra Entre Nosotros

percibir de frente la propia verdad, para dejarla invadir por el Señor. Nos hace falta un espíritu de santidad que impregne tanto la soledad como el servicio, tanto la intimidad como la tarea evangelizadora, de manera que cada instante sea expresión de amor entregado bajo la mirada del Señor. De este modo, todos los momentos serán escalones en nuestro camino de santificación. No tengas miedo de la santidad. No te quitará fuerzas, vida o alegría. Todo lo contrario, porque llegarás a ser lo que el Padre pensó cuando te creó y serás fiel a tu propio ser. Depender de él nos libera de las esclavitudes y nos lleva a reconocer nuestra propia dignidad. n (Gaudete et Exsultate, 10–32) © 2018, Libreria Editrice Vaticana


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oración:El camino a la santidad

P ermite

que los santos te enseñen

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unque parezca obvio, recordemos que la santidad está hecha de una apertura habitual a la trascendencia, que se expresa en la oración y en la adoración. El santo es una persona con espíritu orante, que necesita comunicarse con Dios. Es alguien que no soporta asfixiarse en la inmanencia cerrada de este mundo, y en medio de sus esfuerzos y entregas suspira por Dios, sale de sí en la alabanza y amplía sus límites en la contemplación del Señor. No creo en la santidad sin oración, aunque no se trate necesariamente de largos momentos o de sentimientos intensos. Siempre acude a Dios. San Juan de la Cruz recomendaba “procurar andar siempre en la presencia de Dios, sea real, imaginaria o unitiva, de acuerdo con lo que le permitan las obras que esté haciendo”. En el fondo, es el deseo de Dios que no puede dejar de manifestarse de alguna manera en medio de nuestra vida cotidiana: “Procure ser continuo en la oración, y en medio de los ejercicios corporales no la deje. Sea que coma, beba, hable con otros, o haga cualquier cosa, siempre ande deseando a Dios y apegando a él su corazón.” 22 | La Palabra Entre Nosotros


No obstante, para que esto sea posible, también son necesarios algunos momentos solo para Dios, en soledad con él. Para santa Teresa de Ávila la oración es “tratar de amistad estando muchas veces a solas con quien sabemos nos ama”. Quisiera insistir que esto no es solo para pocos privilegiados, sino para todos, porque “todos tenemos necesidad de este silencio penetrado de presencia adorada”. La oración confiada es una reacción del corazón que se abre a Dios frente a frente, donde se hacen callar todos los rumores para escuchar la suave voz del Señor que resuena en el silencio. En ese silencio es posible discernir, a la luz del Espíritu, los caminos de santidad que el Señor nos propone. De otro modo, todas nuestras decisiones podrán ser solamente «decoraciones» que, en lugar de exaltar el Evangelio en nuestras vidas, lo recubrirán o lo ahogarán. Para todo discípulo es indispensable estar con el Maestro, escucharle, aprender de él, siempre aprender. Si no escuchamos, todas nuestras palabras serán únicamente ruidos que no sirven para nada. En silencio. Recordemos que “es la contemplación del rostro de Jesús muerto y resucitado la que recompone nuestra humanidad, también la que está fragmentada por las fatigas de la vida, o marcada por el pecado.

No hay que domesticar el poder del rostro de Cristo” (Papa Francisco, 10 de noviembre de 2015). Entonces, me atrevo a preguntarte: ¿Hay momentos en los que te pones en su presencia en silencio, permaneces con él sin prisas, y te dejas mirar por él? ¿Dejas que su fuego inflame tu corazón? Si no le permites que él alimente el calor de su amor y de su ternura, no tendrás fuego, y así ¿cómo podrás inflamar el corazón de los demás con tu testimonio y tus palabras? Y si ante el rostro de Cristo todavía no logras dejarte sanar y transformar, entonces penetra en las entrañas del Señor, entra en sus llagas, porque allí tiene su sede la misericordia divina. Pero ruego que no entendamos el silencio orante como una evasión que niega el mundo que nos rodea. El «peregrino ruso», que caminaba en oración continua, cuenta que esa oración no lo separaba de la realidad externa: “Cuando me encontraba con la gente, me parecía que eran todos tan amables como si fueran mi propia familia. [...] Y la felicidad no solamente iluminaba el interior de mi alma, sino que el mundo exterior me aparecía bajo un aspecto maravilloso” (Relatos de un peregrino ruso, 25, 96). En la memoria. Tampoco la historia desaparece. La oración, precisamente porque se alimenta del don de Dios que se derrama en nuestra vida, debería ser siempre memoriosa. Agosto / Septiembre 2021 | 23


“Mira tu historia cuando ores y en ella encontrarás tanta misericordia.” La memoria de las acciones de Dios está en la base de la experiencia de la alianza entre Dios y su pueblo. Si Dios ha querido entrar en la historia, la oración está tejida de recuerdos. No solo del recuerdo de la Palabra revelada, sino también de la propia vida, de la vida de los demás, de lo que el Señor ha hecho en su Iglesia. Es la memoria agradecida de la que también habla san Ignacio de Loyola en su Contemplación para alcanzar amor, cuando nos pide que traigamos a la memoria todos los beneficios que hemos recibido del Señor. Mira tu historia cuando ores 24 | La Palabra Entre Nosotros

y en ella encontrarás tanta misericordia. Al mismo tiempo esto alimentará tu consciencia de que el Señor te tiene en su memoria y nunca te olvida. Por consiguiente, tiene sentido pedirle que ilumine aun los pequeños detalles de tu existencia, que a él no se le escapan. En la intercesión. La súplica es expresión del corazón que confía en Dios, que sabe que solo no puede. En la vida del pueblo fiel de Dios encontramos mucha súplica llena de ternura creyente y de profunda confianza. No quitemos valor a la oración de petición, que tantas veces nos serena el corazón y nos ayuda a seguir luchando con esperanza. La súplica de intercesión tiene un valor


interceder puede decirse con las palabras bíblicas: «Este es el que ama a sus hermanos, el que ora mucho por el pueblo» (2 Macabeos 15, 14).

particular, porque es un acto de confianza en Dios y al mismo tiempo una expresión de amor al prójimo. Algunos, por prejuicios espiritualistas, creen que la oración debería ser una pura contemplación de Dios, sin distracciones, como si los nombres y los rostros de los hermanos fueran una perturbación a evitar. Al contrario, la realidad es que la oración será más agradable a Dios y más santificadora si en ella, por la intercesión, intentamos vivir el doble mandamiento que nos dejó Jesús. La intercesión expresa el compromiso fraterno con los otros cuando en ella somos capaces de incorporar la vida de los demás, sus angustias más perturbadoras y sus mejores sueños. De quien se entrega generosamente a

En la palabra y la alabanza. Si de verdad reconocemos que Dios existe no podemos dejar de adorarlo, a veces en un silencio lleno de admiración, o de cantarle en festiva alabanza. Así expresamos lo que vivía el beato Carlos de Foucauld cuando dijo: “Apenas creí que Dios existía, comprendí que solo podía vivir para él.” También en la vida del pueblo peregrino hay muchos gestos simples de pura adoración, como por ejemplo cuando “la mirada del peregrino se deposita sobre una imagen que simboliza la ternura y la cercanía de Dios. El amor se detiene, contempla el misterio, lo disfruta en silencio.” La lectura orante de la Palabra de Dios, más dulce que la miel (cfr. Sal 119, 103) y “espada de doble filo” (Hebreos 4, 12), nos permite detenernos a escuchar al Maestro para que sea lámpara para nuestros pasos, luz en nuestro camino (cfr. Sal 119, 105). Como bien nos recordaron los Obispos de India: “La devoción a la Palabra de Dios no es solo una de muchas devociones, hermosa pero algo opcional. Pertenece al corazón y a la identidad misma de la vida cristiana. La Palabra tiene en sí el poder para transformar las vidas” (18 de febrero de 2009). Agosto / Septiembre 2021 | 25


“María nos enseña el camino de la santidad y nos acompaña.” El encuentro con Jesús en las Escrituras nos lleva a la Eucaristía, donde esa misma Palabra alcanza su máxima eficacia, porque es presencia real del que es la Palabra viva. Allí, el único Absoluto recibe la mayor adoración que puede darle esta tierra, porque es el mismo Cristo quien se ofrece. Y cuando lo recibimos en la comunión, renovamos nuestra alianza con él y le permitimos que realice más y más su obra transformadora.

presencia de Dios, la que conservaba todo en su corazón y se dejó atravesar por la espada. Es la santa entre los santos, la más bendita, la que nos enseña el camino de la santidad y nos acompaña. Ella no acepta que nos quedemos caídos y a veces nos lleva en sus brazos sin juzgarnos. Conversar con ella nos consuela, nos libera y nos santifica. La Madre no necesita de muchas palabras, no le hace falta que nos esforcemos demasiado para explicarle lo que nos pasa. Basta musitar una y Dios te salve, María… Quiero que otra vez: “Dios te salve, María…” n María corone estas reflexiones, porque ella vivió como nadie las (Gaudete et Exsultate, 147–157, bienaventuranzas de Jesús. Ella es 176) © 2018, Libreria Editrice la que se estremecía de gozo en la Vaticana 26 | La Palabra Entre Nosotros


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Adobe Stock: San Joaquín, la pequeña Virgen María y Santa Ana por artista desconocido del siglo XVIII, Córdoba, España

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Abuelos santos y estratégicos

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San Joaquín y Santa Ana nos enseñan a ayudar a nuestros nietos a crecer en la fe

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n un mundo lleno de sorpresas, San Joaquín y Santa Ana podrían estar entre aquellos con más autoridad para decir: “Oh, ¿piensas que eso es una sorpresa? Escucha esto…” En realidad, ellos podrían señalar al menos cuatro grandes sorpresas que vivieron. Pero comencemos primero con un poco de contexto. La historia de San Joaquín y Santa Ana, los padres de la Virgen María y los abuelos de Jesús, no aparece en la Biblia. La primera vez que supimos algo de ellos fue en un documento escrito alrededor del año 150 d.C., llamado el Evangelio de Santiago. Mientras que la mayoría de los estudiosos, incluyendo San Jerónimo y Santo Tomás de Aquino, ponen en duda la autenticidad de este libro, su relato sobre Joaquín y Ana capturó la imaginación de los creyentes en todo el mundo. De hecho, este documento fue tan apreciado que fue rápidamente traducido en la gran mayoría de los idiomas de la cuenca del Mediterráneo. Con el tiempo, el relato de San Joaquín y Santa Ana se divulgó junto con el Evangelio. Cuatro sorpresas. Según el relato, Joaquín era un hombre rico y respetado en Israel, pero se consideraba que él y su esposa habían caído en desgracia pues no podían concebir hijos. El sentimiento de vergüenza y rechazo 28 | La Palabra Entre Nosotros


de Joaquín eventualmente lo condujo al desierto a ayunar y rezar durante cuarenta días. Ana, que se quedó sola, lloró y clamó al Señor. Entonces sucedió la primera sorpresa. Un ángel se le apareció a Ana. La aparición de un ángel siempre es impresionante, pero su mensaje fue más impresionante aún: Ana daría a luz a una hija, de quien se hablaría alrededor de todo el mundo. Al mismo tiempo, en el desierto, Joaquín también recibió la visita de un ángel con un mensaje similar. Lleno de alegría, regresó a su casa para hacer un sacrificio de acción de gracias. Cuando Ana escuchó que él venía, fue a la puerta de la ciudad para recibirlo. Ella corrió y lo abrazó diciendo: “Ahora sé que el Señor ha escuchado mi oración.” Luego vino la segunda sorpresa. El ángel les había dicho que esperaran una hija extraordinaria, y no pasó mucho tiempo para que ellos vieran que su hija, María, era excepcional. Su corazón era tan puro y sus acciones tan desinteresadas que fue claro que había nacido sin pecado original. La idea debe haber sido abrumadora. ¿La tercera sorpresa? Su hija, siendo virgen, dio a luz al Mesías tan esperado por el pueblo de Israel, ¡su nieto! La cuarta sorpresa fue probablemente la más grandiosa de todas: Descubrir que eran los padres de la Madre de Dios y los abuelos del

Hijo de Dios. Esa debe haber sido una impresión muy grande. Casi puedes escucharlos preguntándose una y otra vez “¿por qué nosotros?” Esta cuarta sorpresa es la que la Iglesia celebra cada año el 26 de julio, cuando recordamos a Joaquín y Ana como los santos patronos de todos los abuelos. Comisionados por Dios. ¿Qué tienen, entonces, que decirnos Joaquín y Ana sobre la vocación de ser abuelos? Una lección muy importante es que cada abuelo ha sido comisionado por Dios para transmitir la fe a sus nietos. Al igual que todo judío devoto de ese tiempo, este santo matrimonio conocía este mandamiento de Moisés:

Tengan mucho cuidado de no olvidar las cosas que han visto, ni de apartarlas jamás de su pensamiento; por el contrario, explíquenlas a sus hijos y a sus nietos. (Deuteronomio 4, 9) Joaquín y Ana comenzaron su influencia como abuelos de Jesús al ser los padres de María. Deben haberle contado a ella la historia de su nacimiento, especialmente la parte de los ángeles. Esa podría ser una razón por la cual María estuvo tan dispuesta a aceptar las palabras pronunciadas por un ángel en la Anunciación. Mucho de lo que ellos hicieron inculcó en María la consciencia de Agosto / Septiembre 2021 | 29


María nació en una cultura de fe, una cultura familiar que la formó y la preparó para ser la Madre de Dios.

lo que significaba ser parte del pueblo de Israel. La forma en que vestían era parte de su fe, cómo se cortaban el pelo, cuándo se lavaban sus manos, las bendiciones que decían durante el día, todo esto era intrínseco a su relación con Dios. Fe cultural y personal. María nació en una cultura de fe, una cultura familiar que la formó y la preparó para ser la Madre de Dios. Primero, estaba el Shabat semanal, la piedra angular para venerar al Señor y amarse unos a otros y que comenzaba al caer la tarde. En un mundo sin electricidad, la oscuridad se superaba encendiendo velas y lámparas de aceite. Pasaban el tiempo 30 | La Palabra Entre Nosotros

hablando de la Escritura y cómo debía ser vivida. Durante la niñez de María se habrá conversado mucho sobre la venida del Mesías. ¿Cuándo sucedería? ¿Sería él un sumo sacerdote más grande que Aarón, un profeta más grande que Moisés o un rey más grande que David? Además del Shabat, había otras siete fiestas principales que dominaban el calendario público de Israel, pero ninguna de ellas más importante que la Pascua. Esa celebración también daba inicio al caer la tarde. Se relataba la historia del Éxodo con detalle delante de sonrisas resplandecientes y ojos brillantes, que les recordaba la columna de fuego que los cuidó y su paso por el Mar Rojo.


Cantaban, danzaban y reían; y recitaban las mismas plegarias que sus ancestros habían recitado por más de mil años. Inmersa en esta cultura, María aprendió la fe que debía transmitir a su hijo. Ella no nació conociendo la historia de Ester o la de Judit. Ella tuvo que aprenderse las oraciones y memorizar los mandamientos, genealogías, relatos y salmos. Ella aprendió a desechar la levadura de la casa para la fiesta de los panes sin levadura y el significado especial de cada comida en la cena de Pascua. Pero Joaquín y Ana sabían que su fe cultural no era suficiente. Ellos debían transmitir también su fe personal en Dios, y debían hacerlo a través de su ejemplo y sus palabras. Cuando Joaquín necesitó ayuda, siguió los ejemplos de Moisés y Elías de ayunar y rezar. Cuando Ana rezó, se fijó en Sara como su modelo de fe: “Oh Dios de nuestros padres, bendíceme y escucha mi oración, así como bendijiste el vientre de Sara.” Ellos le enseñaron a María a tener la confianza de hablar con un Dios que es bueno, poderoso y lleno de amor, especialmente cuando se enfrentara a las pruebas. También le enseñaron que Dios no es distante, sino cercano y escucha las oraciones, ¡e interviene! Abuelos estratégicos. Todo lo que Joaquín y Ana hicieron por María tuvo un impacto en Jesús. María transmitió

lo que ella recibió: La fe, los relatos e incluso las costumbres. Como abuelos, ellos habían recibido una misión encomendada por Dios, tal vez no tan directa e inmediata como la de María, pero ellos ayudaron a establecer una cultura familiar de fe que se constituyó en un testimonio para su nieto. Lo mismo sucede con nosotros. Dios siempre ha sido estratégico en sus relaciones, y eso incluye a los nietos que él ha dado, o dará, a los padres. Él ha colocado a cada abuelo, aquí, y ahora, en alguna posición para que transmitan su fe a los hijos de sus hijos. Es ciertamente una de las cosas más importantes que harán durante el resto de su vida. Ciertamente, puede ser incluso la cosa más importante que jamás hagan. Abuelos: Su primera acción estratégica es pensar distinto. Es tentador ver el mundo con desesperación en lugar de esperanza. Pero Dios ha traído a tus nietos precisamente para tiempos como estos. El Señor desea hacer una diferencia en su generación. Entonces cuando veas el mundo que te rodea, no caigas en la desesperación. Más bien, eleva tu vista al cielo y encuentra ahí tu esperanza. Dios te ha enviado nietos para que se conviertan en luces que brillen en la oscuridad. Tú puedes ayudar a encender y alimentar el fuego de la fe en un mundo que lo necesita desesperadamente. Una vez que comienzas a pensar distinto, puedes empezar a Agosto / Septiembre 2021 | 31


Dios desea enseñar a los abuelos a transmitir la fe a sus nietos.

rezar distinto. Cuando le pregunto a los abuelos si rezan por sus nietos, la respuesta casi universal es “¡sí!” Cuando les pregunto “¿cómo rezan?”, a menudo obtengo una mirada de confusión. He aprendido que los abuelos pasan más tiempo preocupándose por sus nietos que rezando por ellos. Quizá puedes aprender algunas formas sencillas de rezar que puedan hacer la diferencia. Esta es una: Escoge una virtud de uno de tus nietos, di el nombre de tu nieto y su virtud, y luego reza el Padre Nuestro. Es así de simple. ¡Acabas de empezar a rezar estratégicamente! Finalmente, puedes actuar estratégicamente al transmitir tu fe. ¿Cómo? Lleva a uno de ellos a pescar o de compras, y luego a comer un helado, 32 | La Palabra Entre Nosotros

cuéntale la historia del momento en que comenzaste a vivir tu fe por primera vez o de qué manera profundizaste en ella. Tu historia es parte de la suya así como la de Joaquín y Ana era parte de la de Jesús. No olvides las cosas que tus hijos han visto “por el contrario, explíquenlas a sus hijos y nietos” (Deuteronomio 4, 9). El mundo está lleno de sorpresas, y no todas ellas son buenas. Pero al igual que San Joaquín y Santa Ana, ustedes han sido escogidos por Dios para ser abuelos estratégicos, influyentes y alegres que ayuden a sus nietos a descubrir al Dios que nunca los abandonará. n Michael Shaughnessy vive en Ann Arbor, Michigan y pertenece a la hermandad laica de Los Siervos de la Palabra.


El Señor siempre supo lo que tenía para mí

Dios sabía cómo actuar en mí, justo donde yo me encontraba

Por Alisha Ritchie

Después de trabajar como terapeuta física

por casi veinte años, inicié un nuevo trabajo en el cuidado de la salud a domicilio. Yo había trabajado antes en muchos escenarios distintos, incluyendo rehabilitación de corto plazo, hogares de ancianos y centros de consulta ambulatoria. Pero nada de lo que había hecho podía prepararme para las bendiciones que iba a recibir dando tratamiento a pacientes geriátricos en sus hogares. Ser recibida en el ambiente propio de los pacientes conmueve mi corazón pues me permite descubrir los pequeños espacios cotidianos de su vida y conectarme con ellos ahí. Agosto / Septiembre 2021 | 33


Durante cinco años, he trabajado con la movilidad de los pacientes en la privacidad de sus hogares, en mi propia comunidad. Atiendo a pacientes ancianos que son miembros de mi parroquia y otros que son unos completos extraños. Generalmente, soy bienvenida con los brazos abiertos. Durante la terapia, ellos me hablan de sus temores por el futuro, sus luchas con las relaciones familiares y sus peticiones de oración. Me siento honrada de compartir con ellos, y de ser bendecida por la forma en que se preocupan por mí. Un comienzo difícil. Sin embargo, al principio, tenía dudas de asumir este trabajo en un ambiente nuevo. Definitivamente me estaba aventurando a dejar mi comodidad. Para empeorar las cosas, mi primera paciente y yo no hicimos una buena conexión. Fue una lucha desde el puro principio. Esta paciente extrañaba a su antigua terapeuta y constantemente me comparaba con ella. En todos los años que llevaba dando terapia, nunca había tenido un paciente a quien yo no le gustara o que se resistiera a trabajar conmigo. Después de algunos días particularmente difíciles con ella, lloré lágrimas amargas de dolor y decepción y me cuestioné si yo realmente podía trabajar en la atención de la salud a domicilio. Fue un inicio desalentador para mi nueva carrera. 34 | La Palabra Entre Nosotros

Más que terapia “física”. Pero luego conocí a la señora Marlow. Era una señora de ojos brillantes y de ochenta años de edad que vivía a unos tres kilómetros de mi casa. Comenzamos a trabajar juntas para aumentar su fuerza y balance después de una reciente hospitalización. Durante muchas semanas de terapia nos hicimos muy cercanas. Ella era de Nueva Jersey y nueva en la ciudad. Me contó sobre su familia que se encontraba allí a quienes extrañaba mucho, lo que hacía más complicado el ajuste a vivir con su hija en un lugar nuevo. Pero especialmente, extrañaba su iglesia y poder asistir a los servicios con regularidad. Al mudarse a Carolina del Norte, había extraviado su Biblia. Se sentía triste por no poder leer la Palabra de Dios para recibir consuelo e inspiración, ahora que no podía conectarse con su familia de la parroquia. Cuando me dijo esto, fue como si Dios me estuviera diciendo: “Consíguele una Biblia. Aquí es exactamente donde debes estar y estás haciendo lo que debes hacer.” Nunca había sentido tanta urgencia de llevar a cabo una tarea. Con seguridad esta fue la acción del Espíritu Santo. Corrí a comprar una Biblia con letra grande y se la llevé a la señora Marlow. Ella estaba muy contenta y prometió comenzar a leerla en cuanto yo me fuera. Colocó el libro forrado con cuero sobre su mesa de noche para mantenerlo seguro.


Nunca habría podido imaginar las bendiciones y los planes que Dios tenía reservados para mí a través de mi ocupación. Fue en ese momento en que sentí que Dios me estaba confirmando que yo hacía la diferencia. Con seguridad, ayudé a la señora Marlow a fortalecerse a través de sus ejercicios, y su balance siguió mejorando con cada día que pasaba. Pero era mucho más que eso. Yo sabía que Dios me había llevado a su casa para ayudarla espiritualmente. Yo estaba en la posición de conseguirle el recurso que ella necesitaba para seguir apoyándose y confiando en el Señor. Buscar formas de amar. Meses más tarde, la señora Marlow sufrió un derrame y perdió la vista en ambos ojos. Ya no pudo leer más, ni siquiera con la letra grande. Pero estoy segura de que las palabras que leyó desde que le di su Biblia todavía hacen eco en su mente y su corazón. En esos meses, antes de perder su vista, ella pudo repasar las Escrituras, llenándose de todo el ánimo que pudo. Era como si ella supiera que necesitaba usar su tiempo de la mejor manera posible. Estoy agradecida de que Dios me mostrara cómo hacer una diferencia en la vida de ella. Ahora, constantemente busco pequeñas formas de compartir mi fe y generar un impacto

permanente en la vida de mis pacientes. A veces eso significa tener un poco más de paciencia, ayudar con las compras del supermercado o rezar por y con una madre que sufre porque acaba de perder a su hijo debido a una enfermedad terminal. Aun cuando no puedo verlo, sé que Dios está actuando, en ellos y en mí. Dios actúa en mi trabajo. Nunca sé de qué forma me usará Dios, pero puedo estar segura de que él tiene un propósito y un plan para mí en cada casa que visito. Estoy feliz de no haber abandonado la terapia a domicilio, como me sentí tentada a hacer al principio. Nunca habría podido imaginar las bendiciones y los planes que Dios tenía reservados para mí a través de mi ocupación. Pero desde luego, el Señor siempre supo lo que tenía reservado. Yo no solo doy terapia, también recibo bendición de parte de mis pacientes, a través de sus palabras de sabiduría. Tengo la certeza de que Dios me lleva a ellos por una razón específica. Esto es cierto para cada uno de nosotros. Cristo habita en nuestro corazón, buscando oportunidades para asociarse con nosotros para consolar a las personas. Cada día trae nuevas oportunidades, si mantenemos nuestros ojos abiertos. n

Alisha Ritchie vive en Charlotte, Carolina del Norte. Agosto / Septiembre 2021 | 35


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E D I T A C I O N E S

de agosto, XVIII Domingo del Tiempo Ordinario Efesios 4, 17. 20-24 Dejen que el Espíritu renueve su mente y revístanse del nuevo yo. (Efesios 4, 23-24) Generalmente las epístolas de San Pablo se dividen en dos secciones. La primera se enfoca en la enseñanza teológica, y la segunda en la aplicación práctica. La segunda lectura de hoy no es la excepción. San Pablo entendió que el siguiente paso después del bautismo y la conversión inicial era la santificación. Pablo sabía que todos tenemos dones y virtudes valiosos: Bondad, paciencia, paz y valentía. También sabía que tenemos muchas actitudes y filosofías que desatan una guerra en contra de estos dones y virtudes: Enojo, o tal vez resentimiento, lujuria o egoísmo. Pablo llamó a estas formas virtuosas el “nuevo yo” y a las formas pecaminosas el “viejo yo”. Su visión de esta batalla probablemente es todavía la mejor forma en que podemos crecer en santidad. Simplemente se trata de quitarse y ponerse: “abandonar… ese 36 | La Palabra Entre Nosotros

viejo yo” y “revístanse del nuevo yo” (Efesios 4, 22. 24). Pablo vio este proceso de “quitarse y ponerse” como la verdadera batalla que sucede en nuestra mente y corazón. Él estaba seguro de que nosotros podemos ganar estas pequeñas batallas diariamente, luego podemos ser gradualmente transformados a imagen de Jesús. Pensar de esta forma puede llevarnos a concluir que esta batalla tenemos que pelearla solos. Pero nada está más alejado de la verdad. Incluso Pablo, que era tan seguro de sí mismo, creía que necesitaba la ayuda de Dios para ganar la batalla. Por eso le gustaba enfatizar en la presencia del Espíritu Santo en nuestro corazón (Romanos 8, 9; 1 Corintios 3, 16; Gálatas 4, 6). Mantente alerta hoy y todos los días, presta atención a la batalla que sucede en tu corazón. Pídele al Espíritu que te ayude a ver por qué actuaste con bondad y amor en una ocasión y por qué caíste en la decepción y el resentimiento en otra. Haz esto todos los días y pídele al Espíritu que te fortalezca para esta batalla. Con el tiempo, encontrarás que el “nuevo yo” es cada vez más visible. “Amado Señor, te suplico que me ayudes a ganar la batalla espiritual.” ³³

Éxodo 16, 2-4. 12-15 Salmo 78 (77), 3-4. 23-25. 54 Juan 6, 24-35


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E D I T A C I O N E S

de agosto, lunes San Eusebio de Vercelli, obispo San Pedro Julián Eymard, presbítero Números 11, 4-15 ¡Cómo nos acordamos del pescado, que comíamos gratis…! (Números 11, 5) ¿Has escuchado hablar de la memoria selectiva? Los psicólogos dicen que no es tan rara como podríamos pensar. Las personas tienden a recordar algunos hechos sobre el pasado mientras aparentemente se olvidan de otros, especialmente los inconvenientes o difíciles. A veces se muestra como nostalgia por el pasado, especialmente en comparación con las dificultades del presente. Ciertamente puedes ver este principio actuar en la primera lectura de hoy. Cansados de que su dieta del desierto fuera maná todas la mañanas, el pueblo de Israel vio hacia atrás anhelando sus comidas en Egipto. Pero convenientemente se les olvidó que habían comido esos alimentos siendo esclavos. ¿Cómo era posible que cayeran presa de tanta negatividad? Enfrentémoslo, todos podemos sufrir de memoria selectiva. Es fácil sentirse insatisfechos con el presente cuando lo estás comparando con un pasado idealizado. Entonces, ¿cómo contrarrestamos esta tendencia? Podemos entrenar de

nuevo nuestra memoria para enfocarnos en las cosas que son importantes para nosotros. En vez de pasar todo el tiempo comparando nuestra situación actual con los “buenos tiempos”, o deteniéndonos solo en las malas experiencias, podemos concentrarnos en nuestros recuerdos de tiempos en que sabíamos que Dios nos estaba cuidando. Podemos recordar momentos de gracia y alegría y volver nuestra atención hacia las cosas buenas que Dios ha hecho, no solo por nosotros, sino también por la gente que nos rodea. Entre más practiques esta forma activa y positiva de recordar, más profundamente te convencerás de que Dios es digno de confianza. Al recordarte de su fidelidad, empezarás a confiar más en él, y la tentación de preocuparse o quejarse disminuirá. La amargura provocada por tus dificultades actuales cederá lentamente frente a la fe y la confianza en que Dios nunca te abandonará y que camina a tu lado en cada paso que das. Dios desea ayudarte a ver el futuro con esperanza. Permítele que te recuerde que Él que ha sido fiel contigo hasta ahora, siempre cuidará de ti. “Señor, te ruego que me ayudes a recordar de qué maneras tú has sido fiel conmigo.” ³³

Salmo 81 (80), 12-17 Mateo 14, 13-21 Agosto / Septiembre 2021 | 37


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de agosto, martes Números 12, 1-13 Tranquilícense y no teman. Soy yo. (Mateo 14, 27) María debe haberse sorprendido de que Dios se hubiera enojado. Después de todo, ella era la hermana de Moisés, que se mantuvo a su lado cuando otros se rebelaron o adoraron ídolos falsos. Ella cometió un solo error, fue un episodio de murmuración, y Dios la castigó con lepra. Podemos leer este pasaje y verlo como otro ejemplo del Dios lleno de ira del “Antiguo Testamento”, en contraposición del Dios misericordioso del “Nuevo Testamento”. Pero esa no es una imagen muy precisa de la Biblia, o de Dios. Existen muchos pasajes en el Antiguo Testamento que resaltan su amor, compasión y misericordia. El salmo 103 (102) es un ejemplo clásico. Y en muchas ocasiones en el Nuevo Testamento, Jesús habló airadamente sobre el juicio de Dios y la amenaza del infierno. Solo fíjate en Marcos 9, 42-48. Dios siempre ha sido el mismo, desde el principio hasta el final, y la imagen de Dios que nos presenta la Biblia no ha cambiado. Desde el Génesis hasta el Apocalipsis, la Escritura habla con una sola voz sobre la gravedad del pecado y sobre la misericordia y el amor de Dios. Prácticamente en cada una de sus páginas, nos advierte contra el

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pecado y nos recuerda que Dios nos perdona si pecamos. El desafío que tenemos es encontrar el balance correcto entre un temor reverente de Dios y la confianza en su amor y salvación. Centrarse demasiado en el castigo de Dios puede ponernos nerviosos frente a la posibilidad de equivocarnos. Pero enfocarnos demasiado en su misericordia puede volvernos pasivos en vez de vigilantes frente a la tentación. Entonces, ¿cómo encontramos el balance apropiado? Primero, podemos fijar nuestra mirada en Jesús. Segundo, podemos estudiar la Escritura todos los días y pedirle al Espíritu que nos muestre lo justo y misericordioso que es Dios. Y tercero, podemos dedicar tiempo a leer sobre la vida de los santos y estudiar las enseñanzas de la iglesia. ¡Tenemos un Dios vivo que ama enseñarnos! También tenemos dos mil años de historia detrás de nosotros, el testimonio de incontables personas que pueden mostrarnos el camino. Si fuera un asunto de encontrar nuestro propio sentido del balance, estaríamos perdidos. ¡Gracias a Dios que no nos ha dejado solos! “Señor, te pido que me mantengas concentrado en ti y que yo pueda agradarte de todas las formas.” ³³

Salmo 51 (50), 3-7. 12-13 Mateo 14, 22-36


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de agosto, miércoles San Juan María Vianney, presbítero Mateo 15, 21-28 Mujer, ¡qué grande es tu fe! (Mateo 15, 28) ¿Por qué trataría Jesús a la mujer cananea con tanta dureza? Eso no parece como algo que haría un Dios lleno de amor. Cabe la posibilidad de que Jesús estuviera actuando con amor, tanto por esta mujer como por sus discípulos. Quizá actuaba así para señalar la forma en que sus discípulos la estaban mirando a ella. Para ellos, la mujer representaba una interrupción en su tan necesario descanso. Lo que es peor, era una extranjera, una no creyente, un “perro”. Así que tal vez Jesús reflejó sus actitudes para llamarles la atención, aun cuando él sabía lo que estaba a punto de hacer. Porque él la veía a ella de una forma completamente diferente. El Señor la veía como una mujer con una gran fe (Mateo 15, 28) y se conmovió por la forma en que ella estaba dispuesta a humillarse para obtener la curación de su hija. Desde el principio de su ministerio público, Jesús vio más allá de los estereotipos. El Señor deseaba acercarse a cada persona en la tierra y atraernos a todos a una sola familia, un solo cuerpo.

Donde la mayoría de las personas veían un leproso que debía mantenerse alejado para evitar la contaminación, Jesús veía a un creyente con necesidad de contacto humano (Mateo 8, 1-3). Cuando ellos veían al comandante de un ejército ocupante, Jesús vio a un hombre con una gran fe y curó a su sirviente (Mateo 8, 5-10). Donde algunos veían a un cobrador de impuestos codicioso, Jesús vio a un potencial discípulo y lo llamó por su nombre (Mateo 9, 9). Ver a otras personas a través del lente de nuestro propio prejuicio es una reacción completamente humana. Sin embargo, Jesús nos invita a echar una segunda mirada y ver a una persona a la cual Dios ama mucho, alguien que tiene un potencial ilimitado. Piensa en la persona cuyas diferencias te generan una impresión equivocada. Imagina a Jesús sentado en medio de ustedes dos. Pídele que te conceda ver la razón por la cual él ama y valora tanto a esa persona. ¡Ama como ama Jesús! “Amado Jesús, te suplico que me ayudes a ver a las personas de la misma forma en que tú las ves.” ³³

Números 13, 1-2. 25—14, 1. 2629. 34-35 Salmo 106 (105), 6-7ab. 13-14. 21-22. 23

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de agosto, jueves Dedicación de la Basílica de Santa María la Mayor Números 20, 1-13 Según los estándares de cualquier persona, Moisés es un gigante espiritual. Él habló con Dios cara a cara y guio a los israelitas a través del desierto del Sinaí hasta la frontera con la Tierra Prometida. Pero incluso Moisés desobedeció a Dios. En la primera lectura de hoy, él menosprecia la instrucción de Dios de ordenarle a la roca que diera agua y en su lugar la golpeó. Ciertamente, Moisés y su hermano Aarón estaban bajo mucha presión. Estaban de luto por la muerte de su querida hermana María, y el agua potable escaseaba. Decenas de miles de israelitas estaban amenazando con amotinarse. Como los líderes responsables del pueblo, Moisés y Aarón deben haberse sentido desesperados. Pero Dios les prometió que él proveería, y lo haría a través del poder de las palabras que les daría a ellos dos. Es una pena que Moisés no confiara en la palabra de Dios. Esa palabra tenía el poder de curar, salvar y proveer. Todo lo que él tenía que hacer era hablar y el milagro se realizaría. Pero Moisés no lo hizo, y enfrentó las consecuencias de su actos. “Por no haber confiado en mí, por no haber reconocido mi santidad…” le dijo Dios, “no

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harán entrar a esta comunidad en la tierra” (Números 20, 12). Pero, a pesar de la desobediencia de Moisés, Dios igualmente proveyó un gran flujo de agua para salvar a su pueblo sediento. ¡El Señor los había salvado! ¿No crees que resulta alentador saber que Dios no está limitado por nuestros pecados? Él puede levantarse por encima de cualquier cosa que hagamos y aun así revelarnos su bondad. La lectura de hoy nos dice que tenemos el privilegio de formar parte de la obra de Jesús, pero siempre sigue siendo él quien la realiza. Y a veces lo hace a pesar de nosotros. Lo que hace la diferencia es su palabra, no necesariamente nuestro trabajo. No depende exclusivamente de nosotros. La palabra de Dios es tan viva y eficaz hoy como lo era en el tiempo de Moisés. El Señor nos habla a través de las Escrituras y en el silencio de nuestro corazón; a nuestros seres queridos y a nosotros. Y cuando Dios habla, su Palabra da vida. “Te ruego Señor, que pronuncies palabras de vida para mí y para quienes me rodean.” ³³

Salmo 95 (94), 1-2. 6-9 Mateo 16, 13-23


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de agosto, viernes Transfiguración del Señor 2 Pedro 1, 16-19 Nosotros escuchamos esta voz, venida del cielo. (2 Pedro 1, 18) Piensa en la cantidad de veces que un caso judicial ha sido ganado debido a un testimonio ocular convincente. O cómo el testimonio personal de alguien sobre su fe ha avivado la tuya propia. Claramente, ¡los testigos presenciales tienen mucho peso! En la segunda lectura de hoy, San Pedro ofrece su testimonio de la Transfiguración para que sus lectores puedan profundizar su creencia de que Jesucristo es el Señor. No eran “fábulas hechas con astucia”, les aseguró. No, Pedro estaba ahí en persona y vio a Jesús, un ser humano de carne y hueso, aparecer en “gloria” sobre el monte Tabor (2 Pedro 1, 16). A pesar de que Jesús no está con nosotros de la misma forma en que estaba con Pedro, él sigue revelando su gloria a su pueblo hoy en día, y tú has experimentado esta realidad. Cada vez que ves al sacerdote levantar la Hostia en la Misa, estás presenciando la gloria de Jesús. Cuando escuchas al sacerdote decir en la Confesión “yo te absuelvo de tus pecados”, tú lo estás experimentando. Cuando observas a un niño o a un adulto, ser bautizado, la gloria de Jesús brilla a través de ellos. Pero generalmente no involucra luces

deslumbrantes o una visión completa de Elías y Moisés. Más bien es una gloria velada, pero de cualquier manera es igual de real. Y eso significa que al igual que Pedro, tú tienes un testimonio que contar, un relato de fe y de encuentro con el Señor durante la Misa o la Confesión. Ese testimonio puede mover a alguien más a buscar al Señor más profundamente. Así que quizá quieras celebrar esta fiesta de la Transfiguración recordando una situación en la cual te sentiste motivado por la presencia o la gloria de Dios. Repasa esa situación en tu memoria y pregunta si hay alguien con quien puedas compartirla. Tal vez un amigo o familiar que se ha alejado de la fe puede sentirse animado. Nosotros no veremos al Cristo transfigurado hasta el día en que nos encontremos con él cara a cara. Pero, ¿no es sorprendente que día tras día, Jesús continúe revelando su gloria a través de los sacramentos? “Señor Jesús, ¡te ruego que abras mis ojos y me ayudes a ver hoy tu gloria!” ³³

Daniel 7, 9-10. 13-14 Salmo 97 (96), 1-2. 5-6. 9 Marcos 9, 2-10

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de agosto, sábado Santos Sixto II, y compañeros, mártires Deuteronomio 6, 4-13 Escucha, Israel: El Señor, nuestro Dios, es el único Señor. (Deuteronomio 6, 4) Dios le entregó a Moisés la ley, en el monte Sinaí y en un encuentro cara a cara espectacularmente dramático. Al final de su vida, Moisés le narró al pueblo cómo fue aquel encuentro. También les resumió toda la ley, indicándoles lo que debía haber en el corazón de su alianza con el Señor. “El Señor, nuestro Dios”, dijo Moisés: Los rescató de Egipto, los protegió durante su peligroso viaje por el desierto e hizo todo eso porque los amaba. De manera que ellos debían amarlo de vuelta. Moisés les dijo que lo amaran con todo el corazón como él los amaba a ellos. Tres mil años después, ¿qué más se puede agregar? De su amor y bondad sobreabundantes, nuestro Padre nos da más de lo que jamás podríamos obtener por nosotros mismos, tanto material como espiritualmente. Consciente de cómo nos creó, las cosas buenas que el Señor nos concede vienen con un mandamiento: Ama a tu Dios, témelo, sírvelo y reverencia su nombre. Puede resultar muy fácil idolatrar las cosas buenas que tenemos: Nuestro hogar, el automóvil, la computadora,

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nuestros talentos, la ropa o el estatus. Y sin embargo, este pasaje es más que solo una llamada a darle a Dios el primer lugar en nuestro corazón. También es una promesa de Dios sobre lo que él hará por nosotros. El Señor nos dará “ciudades grandes y ricas”: Gente lista para ser evangelizada. Dios nos dará posesiones y talentos de todo tipo: Herramientas que podemos utilizar para atraer a otros a su Reino. Jesús nos mandó hacer discípulos a todas las naciones (Mateo 28, 19). ¿Cómo podría el que te dio la orden no concederte todo lo que le pidas o necesites para cumplir con este llamado? No hay nada de malo en ser bendecido con posesiones. Dios te las ha concedido para ayudarte a edificar su Reino. Pregúntale cómo desea que las utilices. Y si sientes que algo te hace falta, pídele lo que necesitas. El Señor, que dio a los israelitas todo un país como posesión, no se guardará ningún bien que tú necesites. Hermano, ama al Señor con todo tu corazón, y ve, ¡y edifica su reino! “Padre, muéstrame, te pido, cómo amarte con lo que tengo y lo que soy.” ³³

Salmo 18 (17), 2-4. 47. 51 Mateo 17, 14-20


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MEDITACIONES AGOSTO 8-14

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de agosto, XIX Domingo del Tiempo Ordinario 1 Reyes 19, 4-8 Levántate y come (1 Reyes 19, 5) Elías se sentía abatido. La reina Jezebel acaba de ordenar su ejecución. Solo unos días antes, Elías había tenido un momento de júbilo. Él acababa de “vencer” a cuatrocientos profetas de Baal, el dios falso. En unos pocos días, Elías pasó del júbilo total a la depresión completa. Fue de la confianza audaz en Dios a temer por su vida. Pasó de sentirse un mensajero de Dios a sentirse como una viña sin fruto y sin valor. Se sentía tan mal, que Elías incluso le pidió a Dios que le quitara la vida. En ese momento de desesperación, Dios le envió algo de alimento y un ángel para que lo ayudara. El ángel le dijo a Elías: “Levántate y come, porque aún te queda un largo camino” (1 Reyes 19, 7). Al igual que Elías, todos tenemos momentos de júbilo y momentos de desánimo. Podríamos estar en prisión, o enfrentando dificultades en el trabajo o la familia, tal vez hemos perdido la

confianza y sentimos que nos hemos equivocado. Nuestra vida puede pasar frente a nuestros ojos en esos momentos difíciles. En el Evangelio de hoy, Jesús le dice a la gente que él es el Pan de Vida “que ha bajado del cielo” (Juan 6, 51). Jesús nos ofrece el pan vivo, su propia carne, que es aún mejor que el alimento que Dios proveyó a Elías. El Señor nos ofrece su propia vida en la Eucaristía para que nunca perdamos la esperanza. Y al tomar y comer, Jesús consuela nuestro corazón temeroso y roto. Incluso el simple acto de comer este Pan puede ayudarnos a sentirnos mejor. La Eucaristía nos inspira a mantenernos firmes en la fe, aun cuando estemos decepcionados. Nos recuerda que Jesús era completamente humano, como nosotros en todo excepto en el pecado. Jesús también fue tentado y sufrió como nosotros; él conoce de primera mano lo que es sentirse turbado. Así que hoy, toma y come, consciente de que Jesús está contigo incluso en tus problemas más difíciles. El Señor te dará su energía para el largo camino. “Señor Jesús, tú eres el Pan de Vida.” ³³

Salmo 34 (33), 2-9 Efesios 4, 30—5, 2 Juan 6, 41-51

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de agosto, lunes Santa Teresa Benedicta de la Cruz, virgen y mártir Mateo 17, 22-27 Pedro se encontraba en una situación complicada. A pesar de que contestó que “sí” a la pregunta sobre si Jesús pagaba el impuesto del templo, debe haberse preguntado qué terminaría haciendo Jesús al respecto. ¿Realmente lo pagaría? Como él sospechó, Jesús arrojó nueva luz sobre el tema. A pesar de que pagar un impuesto es algo bueno, Jesús le da una nueva perspectiva. Como hijos del Padre que es dueño del templo, tanto Pedro como Jesús están exentos de pagarlo. ¡Sin embargo lo pagó de cualquier manera! Jesús no quería poner un obstáculo innecesario para sus compatriotas. Jesús no ha cambiado ni un poco desde entonces, pero tampoco espera que comprendamos todo, así como no esperaba que los judíos entendieran su relación con el templo. Jesús sabe que la comprensión a veces viene después de la confianza, así que primero él debía ganarse su confianza antes de poder abordar esta situación. Nosotros somos como Pedro y los otros judíos del tiempo de Jesús. Tal vez aún no comprendes algunos aspectos del mensaje de Jesús. El Señor no te tiene en cuenta eso, sino que te acepta tal como eres y quiere ayudarte a dar el siguiente paso de fe.

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Por ejemplo, podrías preguntarte cómo Jesús puede estar presente en el pan y el vino en la Misa o cómo María podría haber sido llevada al cielo. Está bien hacer preguntas siempre y cuando mantengas abierto tu corazón y procures aprender. Solamente no permitas que estas preguntas te impidan seguir a Jesús. Confía en que él continúa abriendo tu mente y tu corazón. El Señor es paciente, él te ayudará a comprender, y, ¡tal vez de formas que tú no esperas! Desde luego, Jesús no pagó el impuesto del templo para mostrarle a Pedro cuánto lo amaba. El Señor estaba estableciendo un ejemplo: ve y haz tu lo mismo. Sé paciente con las personas que te rodean. ¿Tienes un amigo o un familiar que está luchando con su fe? ¿Eres cercano a alguien que no está viviendo una enseñanza particular de la Iglesia? No te rindas, y, ¡por ninguna razón los condenes! Sé tan amable y generoso con ellos como te sea posible. La última cosa que necesitas es convertirte en una piedra de tropiezo en su camino junto a Jesús. “Señor, confío en ti aun cuando no comprendo.” ³³

Deuteronomio 10, 12-22 Salmo 147, 12-15. 19-20


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de agosto, martes San Lorenzo, diácono y mártir Juan 12, 24-26 Si el grano de trigo sembrado en la tierra no muere, queda infecundo. (Juan 12, 24) Una semilla que ha sido plantada no solo crece más grande y fuerte, sino que literalmente se desintegra y se convierte en una nueva planta llena de un asombroso potencial. Podría parecer ilógico, pero eso es exactamente lo que sucede. De la misma forma, al asemejarse a un grano enterrado y que muere, Jesús revela que su misión no es hacerse más fuerte; sino que es entregar su vida para que las personas en todo el mundo puedan nacer a una nueva vida y dar un fruto abundante. Sin embargo, puede ser fácil olvidar esta verdad fundamental. Jesús era un maestro con una enseñanza profunda, pero no nos asemejamos a él simplemente por seguir su enseñanza con nuestra propia fuerza. Y a pesar de que él realiza milagros y curaciones, nosotros no somos semejantes a él por el solo hecho de experimentar alguna clase de curación. Igualmente, practicar la moralidad cristiana conduce a una libertad y felicidad tremendas, pero adoptar la moral cristiana no nos imprime completamente a Cristo en nuestra alma.

No, la vida de Jesús nos viene finalmente a través de su mayor acto de amor: Su muerte en la cruz. San Lorenzo, cuya fiesta celebramos hoy, es un conmovedor ejemplo de esta verdad. Era un diácono que vivió en Roma en el siglo III, durante un tiempo de gran persecución. Cuando un agente del emperador le exigió que entregara todos los tesoros de la Iglesia, Lorenzo reunió a los pobres y quienes pasaban hambre a los que la Iglesia estaba sirviendo y los presentó. “Estos son los tesoros de la Iglesia,” le dijo al prefecto. Por este humilde acto de rebeldía, Lorenzo fue ejecutado. Lorenzo sabía que su vida estaba destinada a ser una vida derramada por las personas que lo rodeaban, y vivió así hasta el último momento. Ahora, nosotros no tenemos que morir físicamente para vivir este llamado. Podemos seguir el ejemplo de Lorenzo pidiéndole al Espíritu Santo que nos ayude a poner primero las necesidades de otras personas. Podemos pedirle que nos convierta en siervos como lo era Lorenzo, como lo era Jesús. “Espíritu Santo, te ruego que me ayudes a dar fruto abundante no solo por mí mismo sino por toda la Iglesia.” ³³

2 Corintios 9, 6-10 Salmo 112 (111), 1-2. 5-6. 7-8. 9 Agosto / Septiembre 2021 | 45


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de agosto, miércoles Santa Clara, virgen Mateo 18, 15-20 Donde dos o tres se reúnen en mi nombre, ahí estoy yo en medio de ellos. (Mateo 18, 20) Imagina que eres parte de la multitud que está presenciando un evento deportivo importante, tú estás realmente entusiasmado. Has seguido a tu equipo durante toda la temporada, y estás ilusionado por la oportunidad que tiene de ganar el gran juego. Cuando ellos anotan un punto, tú los aclamas junto con la multitud. Sientes una conexión especial con los seguidores, como si fueras parte de algo más grande que tú mismo. Si ese sentimiento se te hace familiar, probablemente entiendes lo que Jesús está diciendo en este Evangelio. Cuando nos reunimos a rezar y dar alabanza junto con otros cristianos, Jesús está ahí con nosotros y en nosotros. Y porque él habita en nuestro corazón, todos estamos conectados unos con otros en lo que la Iglesia llama la Comunión de los Santos. Esta comunión no se limita a aquellos de nosotros que estamos en la tierra. Es la comunión que también tenemos con todas las personas que se han ido antes de nosotros y ahora están con Dios en el cielo, así como aquellos que están en el purgatorio.

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¡Piensa en todos los estadios deportivos que se llenarían con tanta gente! Nuestra vida en Cristo jamás es un asunto individual. Siempre estamos unidos con Jesús y con todos los demás creyentes a lo largo de los siglos. Así que cuando reces, no olvides que estás en buena compañía. Cada vez que te presentas delante de Dios y le expones tus necesidades, Jesús está intercediendo por ti ante su Padre (ver Romanos 8, 34). María, José y todos los demás santos también están intercediendo. Esto sucede ya sea que estés en Misa, con tu familia, rezando “virtualmente” con otras personas o tú solo en tu habitación. Si te emocionas por alentar a tu equipo favorito, piensa en lo que será vitorear al Señor, rodeado de todos los santos. Eso es lo que sucede en el cielo en este momento (Apocalipsis 7, 15). Cuando tú rezas aquí en la tierra, te unes a un gran coro de innumerables hombres y mujeres en adoración. ¡Y ellos también están presentando tus plegarias! “Señor, te pido que me ayudes a recordar que nunca rezo solo sino junto con todos los santos en el cielo y en la tierra.” ³³

Deuteronomio 34, 1-12 Salmo 66 (65), 1-3a. 5. 8. 16-17


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de agosto, jueves Santa Juana Francisca de Chantal, religiosa Mateo 18, 21—19, 1 En la parábola del Evangelio de hoy, Jesús describió el corazón del mensaje del Evangelio. Un sirviente tenía una deuda tan grande que jamás podría pagarla y fue perdonado por un rey muy generoso. Al igual que él, nosotros también tenemos una deuda que no podemos pagar por nuestra propia cuenta, y de igual manera, hemos sido perdonados por nuestro Padre misericordioso que está en el cielo. Así que unámonos hoy para dar alabanza a nuestro Dios cuya misericordia no tiene límites. “Padre celestial, gracias por tu compasión. Aunque conoces cada uno de los pecados que cometí en el pasado, me ofreces libertad y perdón. Tú ves mi lucha por perdonar a aquellos que me han ofendido. Conoces las formas en que yo menosprecio tu palabra o demando que las cosas se hagan a mi manera. Yo soy como este servidor, que se presenta delante tuyo con una gran deuda que no puede pagar. Pero tú me miras con amor y compasión. Aunque me equivoque una y otra vez, te pido que canceles mi deuda y me recibas nuevamente. “Señor, desde el momento en que nuestros primeros padres te dieron la espalda, tu amor nunca se extinguió.

Tú llamaste a Abraham para que tuviera una relación de alianza contigo (Génesis 12). Tú sacaste al pueblo de Israel de Egipto (Éxodo 12), liberándolos de la esclavitud y revelando tu gran misericordia y enviaste a los profetas como Jeremías, Ezequiel e Isaías para proclamar tu Palabra a tu pueblo, aún en medio de su pecado. “Dios misericordioso, tú nos miras con bondad también hoy en día. Tu amor continúa alcanzándonos y ofreciéndonos levantar la carga de nuestros pecados. Tú estás presente a nuestro lado a través de la familia, los amigos y los sacramentos que nos permiten meditar en tu gracia para con nosotros. Gracias porque lo que no podemos hacer por nosotros mismos, ¡tú deseas libremente hacerlo! “Padre, el alivio que sintió el sirviente cuando su deuda le fue perdonada no lo hizo misericordioso a él con sus compañeros. Te ruego que me ayudes a no repetir este error. Enséñame, por favor, a compartir tu misericordia con las personas con quienes me encuentro, especialmente aquellos que más la necesitan. Hazme más como tú, te suplico.” “Dios misericordioso, ¡gracias por perdonarme completamente!” ³³

Josué 3, 7-10. 11. 13-17 Salmo 114 (113), 1-2. 3-4. 5-6

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de agosto, viernes Santos Ponciano, papa, e Hipólito, presbítero,

mártires Salmo 136 (135), 1-3. 16-18. 21-22. 24 Es eterna su misericordia. (Salmo 136, 1) Tanto el salmo como la primera lectura de hoy nos hablan de la fidelidad de Dios. Los dos hacen un recuento de todo lo que Dios ha hecho para liberar a los israelitas de la esclavitud: Guio a su pueblo por el desierto, peleó con sus enemigos y les dio la tierra como herencia. ¿Por qué? Porque “es eterna su misericordia” (Salmo 136, 1). Dios deseaba recordarle a su pueblo la bondad que había tenido con ellos y que no olvidaran todo lo que había hecho, y se mantuvieran fieles al entrar en la Tierra Prometida. El Señor sabía que estarían rodeados de pueblos paganos que seguían a muchos dioses falsos, así que quería asegurarse de que ellos decidieran servirlo a él y solo a él (Josué 24, 14-15). Recordar la misericordia del Señor en nuestra propia vida tiene el mismo efecto en nosotros. Cuando hacemos el esfuerzo, podemos recordar muchas cosas misericordiosas, grandes y pequeñas, que Dios ha hecho por nosotros. Y al reflexionar en nuestra propia “historia de salvación”, vemos surgir un patrón, tal como sucedió con Josué y 48 | La Palabra Entre Nosotros

el salmista. Veremos la gran misericordia de Dios saliendo a la superficie una y otra vez. Nos recordará las veces en que él ha intervenido para ayudarnos en circunstancias difíciles, y esto nos conducirá a renovar nuestro compromiso de obedecerlo y servirlo. También nos dará esperanza al enfrentarnos con cualquier dificultad y sufrimiento que tengamos hoy. Intenta hacer este pequeño ejercicio hoy: Compone tu propio salmo de alabanza basándote en tu propia experiencia de la acción de Dios en tu vida hasta ahora. Por ejemplo, puedes escribir “Den gracias a Dios, que sanó a mi hijo que estaba muy enfermo” o “Den gracias al Señor, que me dio un trabajo cuando yo estaba desempleado.” Hasta podrías querer incluir formas más ordinarias en que él te ha mostrado su misericordia: “Den gracias al Señor que me protegió cuando mi automóvil se descompuso” o “Den gracias al Señor por mostrarme cómo escuchar a mi amigo que sufría.” Lee tu salmo de vez en cuando y añádele otras líneas. Entre más cosas recuerdes, ¡más amor y gratitud brotarán de tu corazón por el Dios cuya misericordia no conoce límites! “Señor, gracias por la infinita misericordia que me has concedido” ³³

Josué 24, 1-13 Mateo 19, 3-12


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de agosto, sábado San Maximiliano María Kolbe, presbítero y mártir Josué 24, 14-29 Imagina a un marinero que se embarca a la mar. Su mapa muestra una línea recta hasta su destino, pero el barco se sacude por el viento y las corrientes. Su trabajo es mantener el curso del barco. Ahora imagina que Dios es ese marinero y las personas en este pasaje son el barco. Ellos fueron sacudidos por los altibajos de su viaje a través del desierto, y algunos de ellos adoraron a otros dioses. A través de Josué, su líder, Dios les ofreció corregir el curso para que pudieran profundizar en su vida junto a él. No era la primera vez que Dios tenía que hacer esto. Los israelitas hicieron una promesa a Moisés después de que él hiciera una alianza con ellos: “Pondremos toda nuestra atención en hacer lo que el Señor ha ordenado” (Éxodo 24, 7). Pero como sabemos, ellos desobedecieron sus mandamientos y se pusieron a adorar al becerro de oro no mucho después. Luego, se quejaron tanto, que Dios envió serpientes entre ellos para llamar su atención (Números 21, 4-9). Incluso después de que Josué renovó la alianza de ellos con Dios, eventualmente se extraviaron. Israel se dividió, y los dos reinos (del Norte

y del Sur) experimentaron la derrota y el exilio. Sin embargo, a través de los siglos, Dios nunca se rindió con su pueblo, y nunca se rinde con nosotros. El Señor conoce nuestra debilidad, así que envió a su Hijo para guiarnos a nuestro destino final en la vida eterna junto a él. Y porque él sabía que nuestro crecimiento en santidad no siempre sucedería en línea recta, nos dio un gran don: El Sacramento de la Reconciliación. ¡Así de compasivo es nuestro Dios! El Señor desea perdonarnos y mostrarnos su misericordia, sin importar qué nos esté desviando del camino. Te invito entonces a que acudas a la Confesión. No lo atrases ni pongas excusas. No permitas que el temor o la vergüenza te lo impidan. Jesús está presto a perdonarte cada error y equivocación, y a darte la gracia que necesitas para que no tropieces la próxima vez. Recuerda: El Señor no quiere nada más que navegar en tu barco a través de las tormentas, olas, viento o cualquier otra cosa que te encuentres en tu camino. Ahora lo sabes: navegar con Jesús en tu barca es tu mejor garantía de seguridad en medio de las tormentas. “Amado Jesús, ¡gracias por guiarme en el camino al cielo!” ³³

Salmo 16 (15), 1-2. 5. 7-8. 11 Mateo 19, 13-15

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MEDITACIONES AGOSTO 15-21

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de agosto, domingo Asunción de la Bienaventurada Virgen María Lucas 1, 39-56 María se encaminó presurosa a un pueblo de las montañas. (Lucas 1, 39) Hoy celebramos la sorprendente verdad de que María, en cuerpo y alma, se unió a su hijo Jesús en el cielo. Por años, esta creencia ha sido una tradición preciada entre muchos de los fieles, pero no fue hasta 1950 que el Papa Pío XII declaró que su asunción es una enseñanza oficial de la Iglesia. Esa declaración fue el fruto de años de trabajo mientras el Espíritu Santo guiaba a los líderes y teólogos de la Iglesia a comprender más profunda y claramente la misión de María en la Escritura. El Espíritu, que nos ha proporcionado mucha visión sobre María, era una fuerza íntima y directiva en su propia vida. Imagina a María, una adolescente, teniendo que explicar un embarazo inesperado a sus padres, a José y a sus vecinos. Sería razonable esperar que hubiera actuado como lo haría cualquier 50 | La Palabra Entre Nosotros

adolescente: Aislándose y entrando en pánico por la forma en que su vida había dado un giro tan dramático. Pero María no era una adolescente como las demás. Ella no se sintió atemorizada ni tuvo lástima de sí misma. Más bien, se dejó inspirar por el Espíritu Santo y encontró el valor suficiente para poner las necesidades de Isabel antes que las suyas. Inmediatamente se puso en marcha, en un extenso viaje, para visitar a su prima mayor, Isabel, que también estaba embarazada. Y, cuando María saludó a Isabel, el Espíritu Santo le reveló a Isabel que su prima llevaba en su vientre al Mesías tan esperado por su pueblo, y llenó el corazón de María con tanta alegría, que su hermosa oración, llamada el Magníficat, brotó de sus labios. Si te sientes atrapado por un problema, piensa en el ejemplo de María y vuélvete al Espíritu Santo, en lugar de inquietarte por la situación, sentirás el deseo de ayudar a quienes están a tu alrededor. El sí que María dio al Espíritu fue un tema recurrente en su vida, y puede serlo también para ti. “Santa María, reza para que las personas busquen al Espíritu Santo como lo hiciste tú.” ³³

Apocalipsis 11, 19; 12, 1-6. 10 Salmo 45 (44), 10- 12. 16 1 Corintios 15, 20-27


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de agosto, lunes San Esteban de Hungría Mateo 19, 16-22 Si quieres ser perfecto, ve a vender todo lo que tienes… luego ven y sígueme. (Mateo 19, 21) A muchos Jesús les hizo esta invitación: “Ven y sígueme”. Algunos respondieron con excusas, mientras otros lo hicieron dejando sus hogares y trabajos. Pero esta invitación Jesús no la hizo solamente a personas del Israel del siglo I, él también te está haciendo esta invitación a ti, hoy. ¿Te está pidiendo Jesús que abandones un sueño que has guardado profundamente o una carrera exitosa? Tal vez. Pero es más posible que te esté diciendo que le des a él mayor prioridad que a estas otras cosas para que puedas servirlo y agradarlo antes de ocuparte de tus propios deseos. Quizá él espera que vendas lo que tienes y se lo des a los pobres. Pero más probablemente quiere que te desapegues de tus posesiones para que puedas darlas a otras personas. Jesús te hace una llamada a desapegarte de distintos elementos de tu vida de forma que puedas estar más abierto al camino que Dios ha trazado para ti. ¿Cómo logramos esta clase de desapego? Una buena manera es entender que todo lo que tenemos, en última instancia, es un regalo de Dios. Al apreciar

su generosidad y bondad hacia nosotros, estaremos más convencidos de que él continuará cuidando de nosotros en el futuro, sin importar lo que tengamos por delante. En este día, pídele al Espíritu Santo que abra tus ojos para ver alguna forma en que Dios ha provisto para ti. Escribe lo que venga a tu mente, luego, si sientes que te estás alejando “entristecido” en algún momento del día, lee de nuevo lo que escribiste. Dale gracias a Dios por eso y dile que si bien valoras lo que él ha hecho, también estás dispuesto a entregarlo a cambio de recibir más de su amor y de su gracia. Dile que quieres seguirlo sin importar el costo. Jesús prometió que, al igual que un buen padre terrenal, tu Padre celestial nunca te daría una piedra cuando pidas pan (Mateo 7, 9). De la misma forma, él nunca te pedirá que le entregues algo si no tiene en mente otra cosa mejor para ti. Así pues, si tú le das al Señor lo mejor que tengas, puedes tener la certeza de que él siempre te dará lo mejor que tú necesites. “Señor Jesús, te ruego que me ayudes a confiar en ti y a amarte y así ofrecerte todo de vuelta.” ³³

Jueces 2, 11-19 Salmo 106 (105), 34-35. 36-37. 39-40. 43ab. 44

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de agosto, martes Jueces 6, 11-24 ¿Qué te parece si hoy vemos el relato de Gedeón con una perspectiva distinta? Tomémoslo como un estudio de caso sobre cómo enfrentar la ansiedad. Gedeón tenía razones para preocuparse. Después de todo, vivía en un territorio ocupado por el enemigo. Además, él era simplemente un hombre ordinario tratando de ganarse la vida. Es más, la primera escena en la que aparece Gedeón es una imagen extremadamente tensa: está atrapado en una bodega, tratando de proteger sus cosechas de unos madianitas. Después, cuando Dios le dice que libere a Israel, con mucha razón se preocupó por su falta de capacidad. Pero Dios siempre estaba ahí para ayudar a calmar sus temores. Lo visitó en su escondite improvisado, le dijo dos veces a Gedeón: “Yo estaré contigo”. Pacientemente le concedió todas las señales que él pidió. Hacia el final de la lectura, vemos lo lejos que llegó: Gedeón nombró a su altar “La paz del Señor” (Jueces 6, 24). Muchos de nosotros podemos identificarnos con la lucha de Gedeón contra la ansiedad. Todo el mundo tiene preocupaciones: Los hijos, el dinero, la salud y otras más. Muchas personas sufren de ansiedad severa y necesitan terapia y tratamiento médico. Pero, ya 52 | La Palabra Entre Nosotros

sea que nuestra ansiedad sea mayor o menor, todos podemos aprender algo de este relato de Gedeón. Primero, está bien esconderse de vez en cuando. Si sentimos que la ansiedad está aumentando, podemos hacer una pausa, respirar profundamente y volver nuestra atención hacia el Señor, aun cuando sea por unos pocos segundos. Este espacio santo y seguro siempre está disponible para nosotros. Con un poco de práctica, nuestro “escondite” puede convertirse en un refugio momentáneo donde, con la ayuda del Señor, ganamos una nueva perspectiva sobre nuestras preocupaciones. Segundo, el relato de Gedeón nos ayuda a mantenernos firmes en la fe. Aun si no podemos sentirlo o escucharlo, podemos confiar en que Dios nos está ofreciendo su gracia. El Señor siempre está dispuesto a “hablar de paz” con nosotros (Salmo 85 (84), 9). Finalmente, la paz viene cuando nuestra respuesta es la alabanza. No es una coincidencia que la paz de Gedeón estuviera relacionada con la construcción de un altar. Para nosotros, simplemente decir “gracias Jesús” o “Jesús, te amo” puede ayudarnos mucho a tranquilizar el corazón. “Señor, ¡tú eres mi paz!” ³³

Salmo 85 (84), 11-14 Mateo 19, 23-30


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de agosto, miércoles Mateo 20, 1-16 Yo quiero darle al que llegó al último lo mismo que a ti. (Mateo 20, 14) ¿Qué pasaría si el día que entras al cielo, te saluda alguien que sabes que no vivió su vida según la voluntad de Dios? Tu reacción inmediata podría ser preguntar “¿qué está haciendo él aquí? Entonces tal vez San Pedro te recuerde con gentileza la parábola de Jesús sobre el propietario y los trabajadores. Este inesperado ciudadano del cielo llegó de “último” para recibir la misericordia de Dios, se convirtió a Dios mientras moría, pero de cualquier manera llegó, y eso es lo único que importaba para el Señor. Puede ser difícil entender esta parábola, simplemente no parece justo. Pero la misericordia de Dios no puede ser limitada. Es tan vasta, fluye tan abundantemente, que siempre se está derramando como una catarata que nace en su corazón. Aunque nos parezca que Dios debería repartir la misericordia como si fuera un cheque, no funciona de esa manera. Cualquiera que se acerque a él quedará cubierto por su misericordia, que nos salva y llena con su vida divina. Así que si empezaste a seguir al Señor a una edad temprana, como los trabajadores que llegaron al amanecer, ¡alégrate! Probablemente has hecho

muchos sacrificios para vivir fielmente. No siempre ha sido fácil, pero tu trabajo en la viña de Dios ha significado una diferencia para el mundo. La has plantado y cuidado por amor a tu Maestro, y tu recompensa será grande. Si no empezaste a practicar tu fe hasta mucho después, tal vez después de años de quebrantar los mandamientos y vivir a tu manera, ¡regocíjate también! La sangre de Jesús, derramada en la cruz, te ha lavado. Dios no solo ha perdonado tus pecados del pasado, sino que los ha olvidado. Tú también recibirás el fruto de la muerte y la resurrección de Jesús, la vida en abundancia aquí en la tierra y la vida eterna en el cielo. Esta parábola nos muestra que siempre hay esperanza para tus seres queridos que aún no se han acercado al Señor. Es una comunión de amor —el Padre, el Hijo y el Espíritu Santo— y siempre está ofreciéndonos su misericordia. Y eso es lo que hará cuando cualquier persona llegue a su viña, ¡no importa el momento del día! Y la paga del Señor siempre va a ser la que mejor responda a tus expectativas, de modo que jamás te decepcionará. “Señor, te alabo por tu abundante amor y misericordia.” ³³

Jueces 9, 6-15 Salmo 21 (20), 2-3. 4-5. 6-7

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de agosto, jueves San Juan Eudes, presbítero Jueces 11, 29-39 ¡Qué relato más terrible! Jefté hizo una promesa de que, si salía victorioso, sacrificaría a la primera persona que saliera a recibirlo al regresar a casa después de la batalla. Y, ¿quién salió corriendo de la casa para celebrar la victoria? ¡Su única hija! Aquella apresurada promesa terminó costándole la vida de su hija. Ahora, simplemente porque este relato esté en la Biblia no significa que Dios aprobara las acciones de Jefté. El sacrificio de los hijos, aunque fuera practicado en tiempos antiguos, nunca fue aceptado por Dios. El relato de Jefté es un ejemplo escalofriante de la naturaleza caótica de ese tiempo en la historia de Israel. Moisés y Josué ya habían muerto, y las tribus de Israel procuraban mantenerse fieles a Dios que los había llevado a la tierra prometida. Sin un líder, el pueblo hizo “lo que le daba la gana” (Jueces 17, 6; 21, 25). La cultura que los rodeaba mancillaba su tradición y su guía moral. Al final, toleraban muchas de las prácticas de las naciones paganas que se encontraban a su alrededor, incluyendo el sacrificio de los hijos. La historia de Jefté debe llamar nuestra atención. El hecho de que él era uno de los líderes que Dios había 54 | La Palabra Entre Nosotros

hecho surgir para su pueblo no fue suficiente para pasar por alto este horrible pecado. Sí, sus victorias militares para Israel confirman que era bendecido por Dios. Pero él hizo, y lo que es peor cumplió, una promesa detestada por Dios. Evidentemente, hay una diferencia entre ser exaltado por Dios y mantenerse así. No hay otra forma, debemos luchar por mantenernos fieles al Señor. Tú sabes que has sido tocado por Dios, pero necesitas continuar dando pasos hacia adelante en tu fe. Por eso es tan importante hacer cosas como rezar todos los días y buscar los sacramentos. También es importante buscar apoyo de un hermano que te ame y que te conozca lo suficiente para aconsejarte a la luz de la Palabra de Dios. Pareciera que Jefté no tenía ni amigos cercanos ni consejeros. Un buen amigo lo habría podido salvar a él y a su hija. Dios nos ha dado muchas formas de asegurarnos de que permanecemos cercanos a él y no hacemos cualquier cosa como lo hizo Jefté. ¡Aferrémonos a esas formas! “Padre, te ruego que me ayudes a seguirte con todo mi corazón.” ³³

Salmo 40 (39), 5. 7-10 Mateo 22, 1-14


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de agosto, viernes San Bernardo, obispo y doctor de la Iglesia Mateo 22, 34-40 En estos dos mandamientos se fundan toda la ley y los profetas. (Mateo 22, 40) Las autoridades religiosas habían estado intentando atrapar a Jesús. Habían estado haciendo preguntas capciosas y buscando algo en sus respuestas que pudieran usar en su contra. En el Evangelio de hoy, algunos fariseos trataron de hacer esto al preguntarle a Jesús cuál era el mandamiento más importante. ¿Estaría Jesús de acuerdo con la valoración de ellos? Desde luego, Jesús podía ver lo que había en su corazón. El Señor sabía que no habían sido la rivalidad y la sospecha las que los habían llevado a plantear esta pregunta. Entonces él les dijo que la ley y los profetas “se fundan” en el amor. El amor a Dios y el amor al prójimo era la prueba que ellos debían utilizar para medir qué tan bien estaban siguiendo al Señor. También es la prueba que deberían utilizar para evaluar la forma en que estaban cumpliendo la ley de Moisés. Sin amor, su observancia de esa ley no les produciría vida. Jesús nos dice lo mismo porque sabe que puede haber algo de la actitud de los fariseos en todos nosotros. El amor es la prueba “última” para nosotros

también. Es el marco en el cual Dios nos pide que edifiquemos nuestra vida. Es el camino que él quiere que sigamos cuando nos enfrentamos a decisiones importantes. También quiere que las prioridades se fundamenten menos en si estamos cumpliendo con una regla y más en si estamos cultivando nuestro amor por Dios y por el vecino. Las reglas no son suficientes, lo que es necesario es el amor. Por tanto, comienza cada día recordando que Dios te amó primero. Ese es el manantial que nutre tu capacidad de amar. Asegúrate de apartar un tiempo para estar a solas con él. No importa qué cosas mantengan tus manos y mente ocupadas, comprométete de nuevo a hacer todo por amarlo a él. Recuerda también que Dios ama mucho a tu prójimo: ¡Lo suficiente para haber muerto por él! Así que siempre pregúntale cómo puedes ayudar a que su amor sea más real en la vida de tu prójimo. “Señor, deseo amarte con todo mi corazón, con toda mi alma y mi mente. ¡Quiero amar a mi prójimo tanto como tú me amas a mí!” ³³

Rut 1, 1. 3-8. 14-16. 22 Salmo 146 (145), 5-6ab. 6c-7. 8-9a. 9bc-10

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de agosto, sábado San Pío X, papa Rut 2, 1-3. 8-11; 4, 13-17 Me han contado todo lo que… has hecho. (Rut 2, 11) Rut tiene mucho en común con otra joven famosa: Cenicienta. ¿Cómo es posible? Las dos se encontraban en situaciones desesperadas después de la muerte de un pariente, tres en el caso de Rut. Las dos ejemplifican las virtudes de la generosidad y la bondad. ¡Y las dos fueron rescatadas por una clase de príncipe! Pero, mientras que Cenicienta pertenece a un cuento de hadas, el de Rut es un relato inspirado por el Espíritu Santo de cómo Dios honró a una de las mujeres más amables del Antiguo Testamento. Cuando la tragedia forzó a Noemí a regresar a Belén, su nuera Rut decidió abandonar su país y seguirla. Aun cuando Noemí no podía ofrecerle nada de protección, dinero o un esposo, Rut permaneció al lado de Noemí en su tiempo de necesidad. Esta bondad no pasó desapercibida para el “príncipe” de esta historia, Booz. Tampoco pasó desapercibida para el Señor. Dios recompensó la bondad de Dios bendiciéndola con Booz, dándole un hijo y extendiendo la gracia a su familia en las siguientes generaciones. Del linaje de Rut vienen el rey David y el Rey de reyes, Jesús. De cierto modo, ¡todavía nosotros estamos

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siendo bendecidos debido a la bondad de Rut! Dios ve todo lo que hacemos. Y si estás tratando de seguirlo sinceramente, esta puede ser una verdad muy alentadora. Dios ve todo lo bueno que haces, ¡no solo lo malo! El Señor ve todo acto de bondad y misericordia, y la solidaridad que hay en tu corazón por alguien en necesidad. Dios ve la sonrisa que compartes con la persona que se siente sola, y cada sacrificio, grande o pequeño, que haces por su reino. ¡Y su corazón se conmueve profundamente! El Señor se deleita en todos estos gestos de bondad, y los recompensa rápidamente. Esto no quiere decir que la salvación es algo que nos ganamos. Pero no debemos pensar que Dios pasa por alto el buen fruto de nuestro amor y bondad, especialmente hacia aquellos menos afortunados que nosotros. El Señor ha prometido ser fiel a su palabra: “No abandones nunca el amor y la verdad… y tendrás el favor y el aprecio de Dios y de los hombres” (Proverbios 3, 3-4). Al Señor le agrada ver que seamos generosos con los necesitados, y así él lo será con nosotros. “Señor, te pido que me des un corazón lleno de bondad y fidelidad.” ³³

Salmo 128 (127), 1-5 Mateo 23, 1-12


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MEDITACIONES AGOSTO 22-28

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de agosto, XXI Domingo del Tiempo Ordinario Juan 6, 60-69 Señor, ¿a quién iremos? (Juan 6, 68) Mientras preparaba a los israelitas a comprometerse nuevamente en su alianza con Dios, Josué les recordó las muchas formas en que Dios los había liberado de sus enemigos. Les recordó que Dios los había escogido para ser su pueblo y les había dado la Tierra Prometida como herencia. A cambio, Dios les había pedido respetarlo y servirlo solo a él (Josué 24, 1-15). Hoy en la Misa, tendremos otra oportunidad para comprometernos nuevamente con nuestra alianza en Cristo. Tal vez nuestros enemigos no son la espada o la lanza de otras naciones, pero al igual que nuestros antepasados en la fe, nos enfrentamos a batallas en contra del temor, el orgullo, la ignorancia y la complacencia. Puede ser que no tengamos que conquistar una porción de tierra, pero Dios quiere que todos seamos testigos de su amor a su pueblo. Este es un llamado noble, es una dicha que Jesús haya prometido

entregarse a nosotros como nuestra fuerza en la batalla. Somos bendecidos de que nos ofrezca su propia vida para que podamos encontrar la gracia de amar incondicionalmente y perdonar hasta setenta veces siete, como él lo hace. Muchos de los discípulos de Jesús que escucharon la enseñanza sobre el Pan de Vida no pudieron aceptarla. ¿Por qué necesitarían ellos su carne y su sangre para tener vida junto a Dios? Ya tenían la ley de Moisés. Pero Pedro vio más allá de estas objeciones y proclamó: “Señor, ¿a quién iremos? Tú tienes palabras de vida eterna” (Juan 6, 68). Así como Dios era la única esperanza de los israelitas para conquistar la Tierra Prometida, Jesús era su única esperanza para vivir una vida de pureza, amor y libertad. Estás a punto de recibir a Jesús en la Comunión. Mira detenidamente la Hostia y el cáliz. Tú estás recibiendo algo que ha sorprendido a los creyentes durante dos mil años. Quizá no comprendes este gran misterio, pero aún puedes hacer eco de las palabras de Pedro: “Señor, ¿a dónde más puedo ir? Solo tú puedes darme lo que necesito.” “Señor, ayúdame a seguirte donde quiera que vayas, te lo ruego.” ³³

Josué 24, 1-2. 15-17. 18 Salmo 34 (33), 2-3. 16-21 Efesios 5, 21-32 Agosto / Septiembre 2021 | 57


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de agosto, lunes Santa Rosa de Lima, virgen 1 Tesalonicenses 1, 1-5. 8-10

¿Qué viene a tu mente cuando piensas en un amigo o familiar que tiene mucha fe? Tal vez cuando tu amigo rezó contigo por un hijo rebelde o recuerdas a tu abuela rezando el rosario. Tú conocías su amor y fe de forma práctica, en las tareas concretas de la vida cotidiana. Así es como Pablo recuerda a los tesalonicenses en la primera lectura de hoy: A través de sus obras. Tendemos a pensar en San Pablo como heroico y grandioso, pero aquí parece tierno e incluso humilde. La forma en que los tesalonicenses aceptaron el Evangelio conmovió su corazón. Su fe en Jesús, el amor que se tenían entre ellos y la forma en que soportaban el sufrimiento lo animó a seguir adelante con su misión. Pablo sabía que ellos no eran perfectos, pero no podía evitar mirar la evidencia de la gracia de Dios actuando en ellos. Imagina la forma en que los tesalonicenses deben haberse sentido al leer estas palabras. Probablemente eran muy conscientes de sus limitaciones, al igual que Pablo. Pero él quería que ellos vieran lo mismo que él veía: Dios estaba actuando en ellos y a través de ellos. Las semillas del Evangelio ya estaban creciendo y dando fruto en su vida, no obstante había algo de cizaña también. 58 | La Palabra Entre Nosotros

Todos necesitamos ayuda para ver las señales de la gracia de Dios en nuestra vida de vez en cuando. Es fácil pasar por alto nuestro crecimiento en la fe, la esperanza y el amor en medio de la debilidad. Pero así como Pablo ayudó a los tesalonicenses, nosotros podemos ayudarnos unos a otros señalando la evidencia de lo que vemos en los demás. ¿En qué áreas de la vida de otra persona has visto fe, amor y esperanza? ¿Puedes verlo en el amigo que en oración mantiene su hogar? ¿Puedes verlo en la pareja anciana que cuida uno del otro su cada vez más frágil salud? ¿Puedes verlo en el padre soltero que trabaja duro y vuelve a casa para atender a sus hijos sin que nadie lo ayude? Cuando veas estas cosas, ¡dilo! ¿Quién sabe? Podrías animar a la otra persona y ayudarle a ver la gracia de Dios en su vida. A veces tomamos las bendiciones de Dios como algo natural; pero se requieren ojos de fe para verlas como lo que realmente son: bendiciones inmerecidas. “Señor, te pido que me permitas ver tu obra en los demás y tu gracia para darles ánimo.” ³³

Salmo149, 1-6. 9 Mateo 23, 13-22


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de agosto, martes San Bartolomé, Apóstol Juan 1, 45-51 Jesús vio que Natanael se acercaba. (Juan 1, 47) Hoy conmemoramos a San Bartolomé, también conocido como Natanael, el personaje principal del Evangelio de este día. Este relato nos dice mucho sobre la conversión. Es más, puede mostrarnos que todos los días se nos presenta la oportunidad de tener un nuevo encuentro con Jesús. Primero, Natanael fue presentado a Jesús por su amigo Felipe, quien sabía que Natanael esperaba al Mesías y estaba muy entusiasmado por poder presentarle a Jesús. A nosotros nos sucede algo parecido a menudo. Nos encontramos con Jesús a través de otra persona, alguien que ha sido transformado por él, que está entusiasmado con su fe, cuyo fervor podría incluso invitarnos a ampliar nuestra perspectiva de las cosas. Segundo, las expectativas de Natanael se vieron superadas cuando conoció a Jesús. Él había estado meditando en la Escritura —una interpretación tradicional de sentarse “debajo de la higuera” (Juan 1, 48)— y estaba convencido de que el Mesías no vendría de Nazaret. Pero después de que habló con Jesús, estuvo dispuesto a considerar que en realidad sí podía salir algo bueno de ese pueblo. Para nosotros,

encontrarnos con Jesús puede arrojar luz en una forma de pensar o actuar que debe cambiar. Tal vez nos sentimos muy ocupados para escuchar a las personas que no están de acuerdo con nosotros. Jesús nos pide que estemos abiertos a reconsiderar nuestras ideas. Tercero, Natanael respondió. No se limitó a decir “qué bonita experiencia” y continuó con su camino como era antes. Él confesó que Jesús es “el Hijo de Dios… el rey de Israel” (Juan 1, 49) y comenzó a seguirlo. Podrías experimentar un momento espectacular y único de conversión como Natanael. Pero es más probable que la respuesta que Jesús quiere de ti es que le entregues aún más tu vida, que aceptes su invitación más completamente. En este día procura encontrarte con Jesús. Busca a alguien a través de quien Jesús podría estarse acercando hoy a ti. ¿De qué manera podría querer él dar un giro a tus expectativas o llamarte a dar el siguiente paso para seguirlo? Hoy tienes la oportunidad de encontrarte con él, ¡sácale el mayor provecho! “Señor, te ruego que me guíes para encontrarme contigo. Supera mis expectativas y ayúdame a seguirte más plenamente, te lo pido.” ³³

Apocalipsis 21, 9-14 Salmo 145 (114), 10-13. 17-18

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de agosto, miércoles San Luis, rey de Francia San José de Calasanz, presbítero Mateo 23, 27-32 Señor, tú me sondeas y me conoces. (Salmo 139 (138), 1) Jesús tenía visión de rayos X, podía ver los corazones de las personas que acudían a él buscando ayuda. En el Evangelio de hoy, Jesús demuestra que también conocía el corazón de sus oponentes: Los fariseos y los escribas que no podían aceptar sus enseñanzas. El Señor sabía que su apariencia externa, su observancia estricta de la ley, no era un verdadero reflejo de lo que había dentro. En efecto, el corazón de ellos estaba endurecido, cerrado a él y a lo que estaba haciendo en medio de ellos. Como nos dice el salmista, Dios conoce nuestro corazón realmente bien. ¡Todo lo que hay en él! El Señor conoce nuestros sueños, esperanzas, temores y deseos. También conoce los dones y talentos que tenemos así como nuestras peculiaridades. Dios sabe lo que nos deleita, lo que nos entristece y lo que nos preocupa. El Señor nos conoce en el corazón de nuestro ser. Con Dios, no tenemos que aparentar. No tenemos que preocuparnos por nuestra imagen. Cuando rezamos, podemos tener confianza, porque nos estamos acercando a Dios que no solo nos creó sino que conoce 60 | La Palabra Entre Nosotros

íntimamente nuestro propio pensamiento y sentimiento. A veces, la forma en que Dios nos conoce puede hacernos sentir vulnerables y temerosos. Por un sinnúmero de razones, podríamos haber crecido acostumbrados a mantenernos vigilantes, recelosos de permitir que alguien se acerque demasiado a nosotros, incluso el Señor. Pero Dios es nuestro más grande protector. El Señor jamás nos traicionaría, y no se escandalizará por nuestros errores. ¡Abre tu corazón a Dios! ¡No te guardes nada! Dios ya conoce todo sobre ti, lo malo y lo bueno, y así te sigue amando. Cuéntale lo que está en tu mente. Comparte con él tus luchas con los malos hábitos o pecados, y pídele su perdón y su gracia. Recuerda: Jesús no viene a condenarnos sino a salvarnos, para derramar sobre nosotros su misericordia y su amor. Dios, nuestro Creador, nos acepta tal como somos, aun cuando anhela vernos transformados. El Señor se deleita en ti, te conoce tal y como te ha concebido para toda la eternidad. Y con esa imagen en mente, siempre te tratará con el mayor amor y respeto. “Padre, te abro mi corazón a ti sin duda ni temor.” ³³

1 Tesalonicenses 2, 9-13 Salmo 139 (138), 7-12


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de agosto, jueves Mateo 24, 42-51 No saben qué día va a venir su Señor. (Mateo 24, 42) Jesús nos advierte que permanezcamos despiertos, el final puede llegar en cualquier momento, y él desea que todos estemos preparados para recibirlo cuando regrese. Esta no es una simple advertencia. Es un enfoque claro de la vida que nosotros deberíamos adoptar. Entonces, ¡permanece alerta! Recuerda quién eres tú: Un hijo de Dios, cercano a su corazón. Tú eres amado, precioso y único, y él se deleita en ti. Tú no eres simplemente un súbdito de un Dios distante. Tú eres su propio hijo, ¡y él cuida de ti! El Señor se regocija cuando tú te regocijas, y desea consolarte cuando has sido lastimado. Todos los días dedica algo de tiempo para estar a solas con Aquel que siempre está a tu lado. “Padre, despierta en mí la verdad de que yo soy tu hijo y permíteme vivir hoy en tu amor.” ¡Permanece alerta! Dios tiene planes para tu vida, planes para tu bien, planes para darte un futuro lleno de esperanza (Jeremías 29, 11). El Señor quiere involucrarte profundamente en sus planes, aun cuando parezca el mismo viejo trabajo, la misma rutina de la escuela o el mismo horario de tareas de la casa. ¡Pregúntale! A él le

gusta compartir sus intenciones contigo. “Padre, ¿cuáles son los planes que tienes hoy para mí? ¿Cómo quieres acercarme hoy a tu lado? ¿Cómo deseas que edifique hoy tu reino?” ¡Permanece alerta! Lo que más le gustaría a Satanás es encontrarte dormido. Ten cuidado de sus mentiras, especialmente cuando trata de decirte que tú no vales nada, que no eres amado o que estás solo. Mantente alerta, pues el diablo quiere atarte con las cuerdas de la ira, la amargura y el resentimiento. ¡No caigas en su trampa! Perdona, pide perdón; el conflicto, la ansiedad y el temor son su territorio. Si te encuentras ahí, corre hacia tu Padre. “Padre celestial, te ruego que abras mis ojos y mis oídos para percibir y escapar de las obras del enemigo.” ¡Mantente alerta! Dios ha derramado su amor en tu corazón, un amor que puede fluir hacia otros. Cuando llegan las dificultades, no entres en pánico. Pídele a tu Padre que te ayude a ver lo que él ve, y a amar como él ama. “Padre celestial, llena mi corazón con tu amor, te lo ruego.” ³³

1 Tesalonicenses 3, 7-13 Salmo 90 (89), 3-5. 12-14. 17

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de agosto, viernes Santa Mónica Mateo 25, 1-13 Las parábolas de Jesús a menudo eran simples, fáciles para que un niño las comprendiera, pero con un significado tan profundo que los santos y los místicos se deleitaban en ellas. Al igual que una cebolla, cada parábola tiene muchas capas, y al pelar una capa se podía revelar otro significado o lección. El relato de hoy sobre las diez vírgenes no es una excepción. Jesús contó esta historia para ayudar a las personas a pensar en lo que se necesita para entrar en “el Reino de los cielos” (Mateo 25, 1). La llegada de ese reino puede ser inesperada, advierte Jesús, y debido a que las cinco vírgenes descuidadas no estaban preparadas, se les impidió entrar. Podemos pasar horas examinando el simbolismo de esta parábola, pero su idea central transmite un mensaje simple: Estén siempre preparados. Hasta cierto punto, podría no parecer tan importante olvidarse de tu aceite: Llegar diez minutos tarde al trabajo todos los días, o tener tiempo para ver televisión pero no para rezar. Los hábitos pueden estar profundamente arraigados, pero cada vez que nos rendimos a ellos, nos volvemos un poco más egoístas y nuestra capacidad de amar a Dios y a los demás disminuye. 62 | La Palabra Entre Nosotros

Ahora, podríamos culpar a nuestro jefe en lugar de a nosotros mismos cuando nos metemos en problemas por llegar tarde al trabajo. O podríamos racionalizar nuestra falta de tiempo para rezar. Pero podemos imaginar a las cinco vírgenes descuidadas evitando admitir su propia insensatez y culpar a las cinco previsoras que no pudieron compartir su aceite con ellas. Esta clase de ceguera espiritual y de falta de voluntad para cambiar puede impedir que nos acerquemos más a Jesús. ¿Qué necesitas para mantener tu frasco lleno de aceite? Tal vez puedes programar tu alarma un poco más tempano para asegurarte de que tienes suficiente tiempo para rezar cada mañana. O quizá podrías no ver televisión una noche a la semana y ofrecerte como voluntario en la iglesia. La forma de hacerlo puede variar de persona a persona y de día a día. Pero lo que es importante es encontrar una forma de centrar tu vida en Dios para que él siga llenándote de su “aceite” de amor y gracia. ¡Porque nunca sabes cuándo puede llegar Jesús! “Señor Jesús, te ruego que me ayudes a vivir una vida digna de ti.” ³³

1 Tesalonicenses 4, 1-8 Salmo 97 (96), 1.2b. 5-6. 10. 11. 12


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de agosto, sábado San Agustín, obispo y doctor de la Iglesia 1 Tesalonicenses 4, 9-11 Ustedes mismos han sido instruidos por Dios para amarse los unos a los otros. (1 Tesalonicenses 4, 9) “Señor, ¡enséñame a amar como amas tú, te lo ruego! “Gracias por amarme tal como soy. Tú me amaste incluso antes de que yo fuera concebido, cuando viste todos mis días, los malos así como los buenos. Tú me amas desde antes de que yo hiciera algo para ganarme tu amor. Tú perseveraste en amarme aun cuando yo te di la espalda y no seguí tu camino. Me amaste lo suficiente para hacerte hombre y que así yo pudiera ver tu amor en acción. Tú me amaste tanto que fuiste a la muerte para rescatarme de mi pecado. “Señor, ayúdame a amar a mis familiares. Yo debería ser quien mejor sabe cómo servirlos, pero a menudo no lo hago. Fallo en notar el apoyo y ánimo que necesitan. Rápidamente me irrito con sus errores en lugar de perdonarlos y ser paciente con ellos. Te ruego que me ayudes a ser más un instrumento de tu amor por ellos. Enséñame a amar como tú amas. “Señor, te pido que me ayudes a amar también a mis compañeros de trabajo, culto o estudio. Te ruego que me ayudes a dedicar tiempo para

conocerlos, interesarme por las preocupaciones que tienen mientras no estamos juntos. Recuérdame interceder por sus seres queridos y elevar a ti las decisiones que ellos enfrentan. Enséñame, por favor a amar como tú amas. “Señor, te pido que no permitas que me aleje de las personas que encuentro que son tan diferentes a mí. Sé que tú las amas a cada una de ellas, independientemente de su edad, raza, situación de vida o dificultades. Tú anhelas que tengan una relación contigo. Ayúdame a establecer un contacto significativo con ellos y a mostrarles el respeto y el honor que tú les tienes. Por favor, enséñame a amar como tú amas. “Señor, hay muchas personas a las que yo nunca conoceré. Muchas de ellas están en situaciones difíciles. Muéstrame, te pido, cómo puedo rezar por ellas. Enséñame algunos pasos prácticos que puedo dar para hacer del mundo un lugar mejor para ellos. Enséñame también a verlas como mis hermanos y hermanas en ti. Te ruego que me enseñes a amar como amas tú.” “Señor, ¡te ruego que me enseñes a amar!” ³³

Salmo 98 (97), 1. 7-8. 9 Mateo 25, 14-30

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MEDITACIONES AGOSTO 29-31

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de agosto, XXII Domingo del Tiempo Ordinario Santiago 1, 17-18. 21-22.

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Sabemos bien que preparar las hamburguesas en el paseo de la parroquia, cantar en el coro o servir la sopa en la cocina para los indigentes no nos hace cristianos. Pero, ¿qué tal leer la Biblia o asistir regularmente a Misa? Bueno, sí y no. Tú te conviertes en cristiano cuando Jesús siembra su vida divina en tu corazón y tú la recibes a través de la fe. Nada más puede reemplazar este acto combinado de gracia divina y respuesta humana. Es un don precioso, no un derecho ganado como si fuera un rango militar o un grado académico. Ahora, ¿qué hacemos con este don que hemos recibido? Cuando el príncipe Jorge de Gran Bretaña nació en el 2013, no había hecho nada para merecer su futura corona. Sin embargo desde el día de su nacimiento ha estado aprendiendo a vivir una vida digna de esa corona. También nuestro nuevo nacimiento en Cristo conlleva ciertas responsabilidades. Nos llama a aceptar la enseñanza de Cristo en el corazón y vivir conforme 64 | La Palabra Entre Nosotros

a ella. Si quieres que la fuerza espiritual que recibiste en el Bautismo tenga algún efecto sobre ti, entonces sigue el consejo de Santiago y pon en práctica la palabra, no solo como quien la escucha (Santiago 1, 22). ¡Ve al frente y haz lo que Dios dice! Luego observa cómo la palabra pasa de ser una semilla plantada a convertirse en un majestuoso árbol que da fruto en tu vida y en la vida de las personas que están a tu alrededor. Los santos no son santos porque hablaban de Dios con elocuencia. Son santos porque comprometieron su vida con Jesús y a hacer la voluntad de Dios. Esto significa que tú puedes ser “santo” a tu manera. Tienes el maravilloso privilegio de participar en tu propia salvación a través de la entrega, la confianza y la obediencia. Desde luego que no puedes salvarte solo al unirte al coro o leer un buen libro. Pero a través de Cristo que habita en ti, puedes realizar las obras propias de Dios. Y eso hará toda la diferencia. “Señor, ayúdame a vivir una vida digna del llamado que he recibido.” ³³

Deuteronomio 4, 1-2. 6-8 Salmo 15 (14), 2-5 Marcos 7, 1-8. 14-15. 21-23


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de agosto, lunes 1 Tesalonicenses 4, 13-18 Y así estaremos siempre con él [Señor]. (1 Tesalonicenses 4, 17) Lucía salió llorando del hospital. El cáncer de su anciano padre había aparecido nuevamente, y era incurable. Lo más triste para ella, es que él había decidido que no quería extender su vida con ningún otro tratamiento. Solamente aceptaría cuidado paliativo para ayudarlo a tener una muerte pacífica. “Dios me ha dado muy buenos años” le dijo. “Estoy listo para regresar a casa con el Señor.” No todos nosotros decidiríamos renunciar al tratamiento si nos enfrentáramos a una situación similar. Pero en este caso, el papá de Lucía pudo haberle enseñado a los creyentes de Tesalónica una cosa o dos. La predicación que dio San Pablo ahí sobre la resurrección había inspirado a las personas a pensar en su propia resurrección al final de los tiempos. Pero ellos lo llevaron demasiado lejos. Cuando alguien se moría, los miembros de esta comunidad se decepcionaban. ¿No era que Jesús había derrotado a la muerte cuando resucitó?, se preguntaban. Entonces, ¿por qué se mueren las personas? En lugar de aceptar la muerte como un proceso natural de la vida, ellos llegaron a la conclusión de que Jesús había triunfado sobre la muerte física al igual que la muerte espiritual.

Milenios de historia nos han demostrado que la muerte sigue siendo parte de la vida. Pero al mismo tiempo, Jesús nos ha mostrado que la muerte no tiene la última palabra. Las personas mueren todos los días, pero su alma sigue en manos de Dios quien es el que tiene la última palabra. Y él nos ama lo suficiente, y es lo suficientemente poderoso, para prometernos una resurrección plena de cuerpo y alma, cuando llegue el fin. Sin embargo, aun con la explicación de esta enseñanza, puede resultar difícil pensar en el cielo. Esto es particularmente cierto cuando estamos sufriendo por la reciente pérdida de un ser querido. Tal vez la mejor forma de verlo es centrarse en las palabras consoladoras de Pablo a los tesalonicenses: “Así estaremos siempre con él [Señor]” (1 Tesalonicenses 4, 17). Dios está contigo ahora. El Señor estuvo a tu lado en el pasado y estará contigo en el futuro. Cada día que pasas junto a él te prepara un poco más para el don de la vida eterna. “Amado Jesús, gracias por cada momento que puedo disfrutar a tu lado.” ³³

Salmo 96 (95), 1. 3-5. 11-13 Lucas 4, 16-30

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de agosto, martes 1 Tesalonicenses 5, 1-6. 9-11 Por eso anímense mutuamente. (1 Tesalonicenses 5, 11) San Pablo escribió su primera carta a los tesalonicenses alrededor del año 51 d. C., solo unos veinte años después de la resurrección de Jesús. Al igual que muchos creyentes de ese tiempo, ellos esperaban que Jesús regresara pronto. Pablo, sin embargo, aclaró el asunto: No se preocupen por el momento en que regresará Jesús; sino concéntrense en estar preparados. Manténganse sobrios y despiertos y edifíquense unos a otros. Dos mil años después, el consejo de Pablo sigue siendo igual de relevante. No sabemos cuándo volverá Jesús, ¡incluso podría ser hoy o mañana! Así que además de que siempre debemos estar preparados, debemos enfocarnos en ayudarnos unos a otros a mantenernos fieles al Señor. A menudo pensamos en animar a otros en términos de lo que decimos. Pero, ¿alguna vez has pensado que también puedes animar a otros con lo que haces por ellos? Estas son algunas formas en que esto ha sucedido: • Bárbara no lograba tener su tiempo regular para estar a solas con Dios cada mañana. Cuando Clara, su amiga, se enteró de esto, prometió despertarla diariamente durante las siguientes dos semanas con una 66 | La Palabra Entre Nosotros

llamada telefónica. Eso era justamente lo que Bárbara necesitaba para retomar el ritmo. • La recuperación de Jorge de su cirugía estaba tomando más tiempo de lo esperado, y él se sentía inútil e improductivo. Así que Ana, su esposa, le pidió que se uniera a ella para interceder por las necesidades de otras personas. Jorge estuvo de acuerdo y se sorprendió al descubrir que al rezar por otros, su confianza en Dios aumentaba. • Luis, un estudiante universitario, observó que su amigo Alberto había dejado de asistir a Misa. Así que se ofreció a acompañarlo a la Misa de la tarde en el recinto universitario y también lo invitó a unirse a él para hacer un estudio bíblico. Eso permitió que Alberto redescubriera al Señor y se entusiasmara más con su fe nuevamente. ¿Quién puede estar necesitando que le des ánimo hoy? Tal vez puedes pensar en algo que motive a esa persona y acercarte. Al final los dos estarán más preparados para encontrarse con Jesús cuando él venga de nuevo revestido de gloria. “Señor, gracias por las personas que son parte de mi vida y me han dado ánimo.” ³³

Salmo 27 (26), 1. 4. 13-14 Lucas 4, 31-37


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de septiembre, miércoles Lucas 4, 38-44 Se fue a un lugar solitario. (Lucas 4, 42) Parece irónico que el Hijo de Dios, que vino a salvarnos a veces evitara a la gente. Sin embargo, no era que no deseaba estar con las personas, sino que necesitaba tiempo a solas con el Padre. La Biblia relata muchas ocasiones en que Jesús se apartó para rezar a solas. Y a veces las multitudes se las agenciaban para encontrarlo. ¿Cómo se sentía Jesús cuando la gente le arruinaba sus planes? No sabemos. Lo que sí sabemos es que él no se quejaba sino que se tomaba el tiempo de hablar con las personas y curarlas. En el Evangelio de hoy, por ejemplo, Jesús debe haber tratado a la gente con respeto pues lo invitaron a quedarse. Pero él sabía cuál era la voluntad de Dios, y su respuesta fue firme: Era momento de rezar y luego seguir adelante. El Evangelio de San Mateo nos narra otra situación en la que Jesús se encontró inesperadamente con una multitud cuando buscaba estar a solas luego de la muerte de su primo Juan el Bautista. La multitud lo siguió, él “sintió compasión de ellos” y curó a los enfermos. Incluso los alimentó al multiplicar cinco panes y dos pescados. Eventualmente, sin

embargo, Jesús despidió a la gente y “subió a un cerro para orar a solas” (Mateo 14, 22. 23). Aunque la vida de Jesús era bastante particular, en muchas formas también era similar a la nuestra. Al igual que nosotros, él enfrentó muchas demandas en su tiempo, y tuvo que ocuparse de los obstáculos con gracia y humildad. Nosotros deberíamos ser flexibles con nuestro horario, así como lo era Jesús, especialmente cuando las personas necesitan nuestro amor y ayuda. El Señor nunca ignoró a alguien que acudiera a él. Pero tuvo el mismo cuidado de no ignorar al Padre, cuyo amor lo sostenía y fortalecía. Si Jesús, que no tenía pecado, necesitaba tiempo a solas con Dios, ¡cuánto más lo necesitamos nosotros! Si tus planes para rezar tranquilamente se ven interrumpidos, no te preocupes; busca otra oportunidad. Haz que Dios sea tu prioridad, pídele al Señor que te conceda la gracia de hacer su voluntad para ti. El Señor te dará el balance y la paz que estás buscando para tu ajetreada vida. “Señor, quiero aprender a ayudar a otros sin quitarte a ti el primer lugar.” ³³

Colosenses 1, 1-8 Salmo 52 (51), 10. 11

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de septiembre, jueves Lucas 5, 1-11 ¡Apártate de mí, Señor, porque soy un pecador! (Lucas 5, 8) Pedro y sus compañeros habían estado pescando toda la noche. Sin duda habían agotado todas las posibilidades de hacer una pesca antes de regresar a la orilla con las redes vacías. Con toda razón Pedro estuvo impresionado con la inmensa cantidad de pescados que llenó sus redes cuando, por instrucción de Jesús, las bajó al agua una vez más. Pedro reconoció que estaba frente a la presencia de Dios y cayó de rodillas frente a Jesús, reconociendo sus propios pecados. Nosotros también podemos llegar a un punto similar de reconocer la santidad de Dios y nuestros propios pecados. Frente a alguna acción de Dios en nuestra vida, podemos cobrar la dolorosa consciencia de nuestra indignidad. Algunos de nosotros tenemos la desafortunada tendencia de no soltar nuestros pecados. La culpa, la vergüenza, el menosprecio por nosotros mismos, cualquier cantidad de emociones negativas fluyen como la marea. ¡Si tan solo fluyeran hacia afuera con la misma rapidez! Pero observa la respuesta que Jesús dio a Pedro; él no respondió directamente a la confesión de Pedro. Más bien, la hizo a un lado y le dijo a Pedro cuál era la nueva tarea que tenía en

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mente para él. A la expresión de remordimiento de Pedro —“¡Apártate de mí, Señor, porque soy un pecador!”— Jesús contestó con una promesa: “No temas; desde ahora serás pescador de hombres” (Lucas 5, 8. 10). Esta es la forma en que Dios nos mira a nosotros: no como pecadores inmersos en ofensas sino como siervos llamados a realizar una importante labor. Dios conoce nuestros pecados, pero cuando nosotros nos arrepentimos, nos sumergimos inmediatamente en su misericordia y su perdón, y somos llamados a seguir adelante con la edificación de su Reino. En cierto sentido, no tenemos el derecho de lamentarnos por los pecados que Dios ya ha perdonado. ¡La misericordia de Dios no tiene límites! El Señor se deleita en mostrarnos su bondad. Si él no nos negó su amor y misericordia antes de que nosotros lo amáramos, ¿nos la va a negar ahora? ¡Por supuesto que no! Por lo tanto, redobla tus esfuerzos por servir al Señor, confiando en que su misericordia es más grande que tu pecado y que él te llevará al cielo. “¡Gracias, Señor Jesús, por olvidarte de mis errores!” ³³

Colosenses 1, 9-14 Salmo 98 (97), 2-3ab. 3cd-4. 5-6


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de septiembre, viernes San Gregorio Magno, papa y doctor de la Iglesia Lucas 5, 33-39 Nadie echa vino nuevo en odres viejos. (Lucas 5, 37) Se dice que el rugby nació durante un juego de fútbol en 1823, cuando Guillermo Webb Ellis, uno de los jugadores, tomó el balón en sus manos y corrió con él. Al romper la regla de “no usar las manos”, Ellis creó un juego completamente nuevo. Piensa en lo distinto que debe haber sido aquel partido, imagina a la multitud gritando: “¡No puedes hacer eso!” Pero algo nuevo estaba surgiendo, las reglas del juego habían cambiado. En el Evangelio de hoy, la gente está desconcertada con Jesús. Sus discípulos no ayunaban, mientras que los discípulos de los fariseos y los de Juan el Bautista sí. Todos veían a estas personas como especialmente santas y devotas de Dios. Entonces, ¿por qué Jesús y sus discípulos no ayunaban? La respuesta de Jesús parece salir de la nada: En lugar de hablar sobre el valor de ayunar, lo que les dice es que el esposo está con ellos (ver Lucas 5, 34). Algo nuevo estaba sucediendo, algo que no sucedía con los fariseos ni con Juan el Bautista. Jesús mismo trajo la novedad; él “cambió el juego”. Con su presencia en la tierra, ofreció una relación

completamente nueva con Dios. Por muy fieles que fueran estos devotos judíos, Jesús los acercó a Dios más de lo que jamás habrían podido soñar. Realizó milagros, curó enfermedades y perdonó pecados, cosas que solo Dios podía hacer. En Cristo, Dios mismo estaba delante de ellos, ofreciéndoles una nueva esperanza en la forma de una misericordia que ellos podían tocar y experimentar. Aunque todavía vivimos una comunión imperfecta con Dios aquí en la tierra, Jesús sigue presente en nosotros en una forma nueva. Al hacerse hombre, morir y resucitar, cambió las reglas. El Señor venció cada obstáculo que nos aleja de Dios: Nuestro pecado, nuestra debilidad, incluso la muerte misma. ¡El Esposo verdaderamente está aquí! Jesús, está cerca y está actuando en el “aquí” de tu vida. El Señor te ofrece una nueva cercanía, libertad y poder. Pídele al Espíritu que te ayude a ver todo lo que Jesús te ha dado. Incluso una situación difícil puede ser una oportunidad para que recibas este “vino nuevo” (Lucas 5, 37). ¡Algo nuevo está sucediendo! “Señor, quiero reconocer tu vino nuevo en mi vida.” ³³

Colosenses 1, 15-20 Salmo 100 (99), 1b-2. 3. 4. 5

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de septiembre, sábado Colosenses 1, 21-23 Pero él los ha reconciliado ahora. (Colosenses 1, 22) En el año 1981, el Papa Juan Pablo II fue víctima de un intento de asesinato mientras cruzaba en carro en medio de la multitud que se encontraba en la Plaza de San Pedro. Llegó en situación crítica al hospital, y debió soportar dolor e incomodidad a causa de estas heridas por el resto de su vida. Poco después del tiroteo, el Papa le pidió a las personas: “Recen por mi hermano [el atacante]… a quien sinceramente he perdonado.” Dos años después fue más allá. Visitó a su atacante en la prisión para transmitirle personalmente su perdón. De esta manera, Juan Pablo le dio a todo el mundo un ejemplo viviente e inolvidable del amor de Dios en acción. La fotografía de San Juan Pablo II conversando atentamente con su atacante en una fría celda de la prisión se ha convertido en una de las más conmovedoras de todo su pontificado. Muestra al Papa viviendo lo que hemos leído en el pasaje de hoy: “en su corazón eran enemigos de él a causa de las malas acciones de ustedes; pero él los ha reconciliado ahora consigo” (Colosenses 1, 21-22). En otras palabras, Dios siempre nos ha amado, aun cuando nosotros no le correspondamos. Aun cuando 70 | La Palabra Entre Nosotros

estábamos “alejados” de él a causa del pecado, él tendió un puente con nosotros y nos acercó a su corazón. En la cruz, Jesús nos abrazó a todos, santos y pecadores por igual, porque nos ama. ¿No resulta increíble que Dios nos llame sus amigos, aun cuando nos hemos alejado de él? ¡Por supuesto que es increíble! Pero así es nuestro Dios, Aquel a quien llamamos “Padre”. El Señor es totalmente fiel a sus promesas, y nos ofrece su perdón sin importar qué tan bajo hayamos caído. De modo que si hay algo que se interponga entre tú y el Señor, asegúrate de aclarar la situación. Ya sea que nunca te hayas arrepentido o lo hayas hecho miles de veces, vuélvete otra vez a Dios. Confiesa que has fallado y dile que te has alejado de su amor, pero que deseas comenzar de nuevo. Recuerda que el sacramento de la Confesión siempre está disponible para ti. Jesús está esperando abrazarte, de la misma forma en que el Papa Juan Pablo II abrazó a quien una vez fue su enemigo. “Señor, gracias por reconciliarme contigo. Te ruego que me concedas la gracia de ser misericordioso con los demás.” ³³

Salmo 54 (53), 3-4. 6-8 Lucas 6, 1-5


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MEDITACIONES SEPTIEMBRE 5-11

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de septiembre, XXIII Domingo del Tiempo Ordinario Isaías 35, 4-7 El páramo se convertirá en un estanque. (Isaías 35, 7) Las promesas que hace el profeta Isaías parecen exageradas, ¿no es cierto? Si las leemos literalmente, parecen maravillosas. Pero si leemos estos versículos espiritualmente, las promesas nos resultarán aún más inspiradoras: Dios está prometiendo transformar nuestro propio corazón. ¡El Señor nos ha hecho una nueva creación! Pero debido a toda la generosidad que nos ha mostrado, Dios todavía nos pide que acudamos a él para recibir su gracia. Aun desea que nos aquietemos en su presencia para que él pueda llenar nuestro corazón con su agua de vida. San Bernardo de Claraval, un monje francés del siglo XII, lo explicó de esta manera: “El hombre que es sabio… verá su vida más como un embalse que como un canal. El canal derrama simultáneamente lo que recibe; el embalse retiene el agua hasta que se llena, luego se desborda sin tener pérdidas… Tú también debes aprender a esperar esta plenitud

antes de derramar tus dones. No trates de ser más generoso que Dios.” Dios nunca tuvo la intención de que nosotros fuéramos un “canal”, siempre dando lo que sea que recibamos, pero nunca dejándonos nada para nosotros mismos. No, él desea cuidarnos también, día tras día. El Señor sabe que si podemos aprender a ser como “embalses”, no solo seremos más felices y pacíficos, sino que también seremos más eficaces en cuidar de las personas que nos rodean. Nos vaciamos todos los días: Por nuestros hijos, por nuestros padres ancianos, por los compañeros de trabajo o los vecinos. Pero si pasamos todo el tiempo cuidando de los demás, terminaremos físicamente exhaustos y espiritualmente agotados. No hay nada de malo en tomar cinco o diez minutos cada día para aquietar el corazón y sumergirnos en el amor y la misericordia de Dios. No hay nada de malo en convertirse en un embalse en lugar de un canal. Las promesas exageradas, pero maravillosas, de Dios son para ti tanto como lo son para todos los demás. “Aquí estoy, Señor Jesús. ¡Ven y lléname! Te lo ruego.” ³³

Salmo 146 (145), 6-7. 8-9. 9-10 Santiago 2, 1-5 Marcos 7, 31-37

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de septiembre, lunes Lucas 6, 6-11 Se pusieron furiosos y discutían entre sí lo que le iban a hacer a Jesús. (Lucas 6, 11) ¿Cómo es posible que Jesús no tuviera miedo de hacer las cosas que hacía, como el milagro que se narra en el Evangelio de hoy? Piensa en el nivel de hostilidad que enfrentó, no solo en el episodio del pasaje de hoy sino también en muchas otras circunstancias. La hostilidad continuó creciendo hasta que los jefes religiosos de los judíos comenzaron a confabular para matarlo (Juan 11, 53). ¿Por qué él no tenía miedo? Porque vivía en una profunda comunión con su Padre. Después de realizar otra curación en sábado, explicó lo siguiente: “El Hijo de Dios no puede hacer nada por su propia cuenta; solamente hace lo que ve hacer al Padre… Pues el Padre ama al Hijo y le muestra todo lo que hace” (Juan 5, 19. 20). La relación de Jesús con su Padre superaba toda tentación de preocuparse o temer, de evitar la incomodidad o de sufrir. También es lo que le dio la fuerza para decidir entregar su vida y morir en la cruz: “No se haga mi voluntad, sino la tuya” (Lucas 22, 42). En este día, aparta unos minutos para meditar en tu relación con tu Padre celestial. ¿En qué formas puedes ser más consciente del amor que

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él tiene por ti? ¿Cómo puedes crecer en confianza para hacer su voluntad, aun cuando te ponga en una situación incómoda u hostil? Aceptar nuestros temores en lugar de confiar en el Padre puede cerrarnos la puerta de lo que él quiere hacer a través de nosotros. Por ejemplo, si Jesús se hubiera rendido al temor de lo que los escribas y los fariseos pensaban de él, ese hombre con la mano paralizada tal vez no se habría curado. Si María hubiera permitido que su preocupación de lo que otros dirían sobre ella estuviera por encima de las palabras del ángel Gabriel, tal vez podría no haber aceptado ser la madre de Jesús. La tentación al temor es normal y completamente humana. Pero por eso es que Dios nos ofrece una relación con él. El Señor sabe que entre más lo conozcamos y experimentemos su amor por nosotros, más confiaremos en hacer lo que él nos pide. Al buscarlo cada día y procurar hacer su voluntad, él nos ayudará a continuar con confianza y fe. “Padre celestial, te ruego que me ayudes a confiar en ti y seguir tu guía.” ³³

Colosenses 1, 24—2, 3 Salmo 62 (61), 6-7. 9


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de septiembre, martes Colosenses 2, 6-15 Que nadie los vaya a engañar con teorías y razonamientos falsos. (Colosenses 2, 8) ¿Cómo fue que los colosenses se desviaron tanto del camino? Ellos habían aprendido que la salvación viene a través de la muerte y la resurrección de Jesús, pero algunos estaban siendo engañados por falsas enseñanzas; que San Pablo llamaba “teorías y razonamientos falsos” (Colosenses 2, 8) y resultaban atractivas para las personas. Cada época tiene sus propias filosofías seductivas que tienen el potencial de alejar a las personas de Cristo. Podemos encontrarnos con una al interactuar con un compañero de trabajo o mientras hablamos con un familiar en una fiesta. Entonces, ¿cuál puede ser nuestra respuesta? Podrías sentirte tentado a reaccionar a lo que escuchas y comenzar a discutir o citar versículos de la Escritura o las doctrinas de la Iglesia. Pero aun si crees que tienes algo importante que decir, generalmente esta no es una estrategia eficaz. Es muy probable que la otra persona te rechace junto con lo que sea que tengas para ofrecerle. ¿Qué sucedería si, más bien, intentaras escuchar y hacer preguntas? Podrías preguntar cómo fue que la persona llegó a esa conclusión y por

qué es algo que cree. O podrías tratar de encontrar un punto de acuerdo mutuo entre lo que la persona cree y tu propia fe en Cristo. Esta clase de conversaciones, marcadas por la sinceridad y la bondad, generan confianza. Y la confianza es la que construye los puentes entre las personas. Si alguien comienza a respetarte y a confiar en ti, estará más dispuesto a escuchar tus puntos de vista y creencias. Conforme su amistad crece, podría ser que la persona se disponga a escuchar sobre Jesús y la forma en que él ha transformado tu vida. Finalmente, no te olvides de rezar. Pídele a Jesús que guíe al otro y le abra su mente para conocerlo a él. Reza también para que Dios te ayude a crecer en amor por tu amigo y en tu capacidad para verlo como él lo ve. Los estudiosos dicen que es probable que Pablo nunca conociera personalmente a los colosenses, pero aun así los amaba. Después de todo, esa es la razón por la cual les escribió la carta, porque se preocupaba por ellos. “Señor Jesús, te ruego que me enseñes a amar a quienes no te conocen con el mismo amor que tú tienes por ellos.” ³³

Salmo 145 (144), 1-2. 8-11 Lucas 6, 12-19

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de septiembre, miércoles Natividad de la Bienaventurada Virgen María Mateo 1, 1-16. 18-23 Todo esto sucedió para que se cumpliera lo que había dicho el Señor. (Mateo 1, 22) Si hay algo que nos muestra la genealogía descrita en el Evangelio según San Mateo, ¡es lo mucho que Dios estaba interesado en que su plan de salvación se realizara! Solamente observa la cantidad de eventos que tuvieron que coincidir antes de que Jesús pudiera llegar a este mundo. O piensa en cuántos actores debieron desempeñar su parte para preparar al pueblo de Dios para el cumplimiento de sus promesas. Leer la genealogía de Jesús en oración puede darnos una mejor idea de la obra de Dios. Y eso es importante, porque entre más amplia sea nuestra comprensión de la bondad de Dios y su sabiduría, más sencillo será confiar en el Señor con nuestra vida. Piensa, por ejemplo, en las muchas cosas que coincidieron antes de tu propio nacimiento. Tus antepasados prepararon el camino con su vida. La intervención de Dios formó tu árbol genealógico hasta ese momento de la historia en que naciste. Tú no eres un accidente genético. Tú no te apareciste simplemente de forma aleatoria sin una historia o sin un futuro. No, Dios tiene

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un plan para tu vida, un plan que lleva siglos desarrollándose. Es probable que los ancestros de Jesús no tuvieran un sentido claro de que ellos quedarían inmortalizados en la Escritura. Seguramente María no comprendía completamente su importancia mientras crecía en Nazaret. Eso se desarrolló con el tiempo, y ella fue capaz de reconocerla al seguir al Señor y su sabiduría. Lo mismo sucede con nosotros. Puede ser que no sepamos cuál es la parte que nos corresponde desempeñar en el plan de Dios, y ciertamente nunca sabremos a cuántas personas influenciaremos con nuestra vida. Pero aun así podemos decidir seguir al Señor y observar cómo se desarrolla su plan para nosotros. Posiblemente ahora no lo ves en su totalidad, pero tu vida está entretejida en el plan perfecto de Dios para el mundo. Así que no te dejes atrapar por disputas menores. No permitas que las pequeñas preocupaciones se conviertan en fuentes de profunda ansiedad. Al contrario, echa una mirada más amplia a tu vida y recuerda que Dios tiene grandes cosas planeadas para ti. “¡Gracias, Señor, por la belleza de tu plan!” ³³

Miqueas 5, 1-4 Salmo 13 (12), 6


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de septiembre, jueves San Pedro Claver, presbítero Lucas 6, 27-38 Amen a sus enemigos, hagan el bien a los que los aborrecen. (Lucas 6, 27-38) ¿Has observado alguna vez cuántas películas de acción se centran en un héroe que vence a un villano? En la mayor parte de la película, el héroe sufre a manos del villano. Luego, en la última escena, el héroe lo confronta y el villano recibe su merecido. Ahora, imagina un final distinto. En vez de matar al villano, el héroe llama a la policía. Antes de que se lo lleven, el héroe abraza a su enemigo y pronuncia palabras de misericordia; se compromete a visitarlo en la cárcel regularmente y ayudar a su familia. Es una pena que no haya más películas que terminen así. Pero eso probablemente sucede porque los productores de películas entienden muy bien la naturaleza humana. Parece que hemos sido “programados” para desquitarnos. Si alguien nos ofende, nuestra reacción instintiva es regresar la ofensa. Entonces, ¿cómo podemos amar a nuestros enemigos como lo pide Jesús? La verdad es que no podemos hacerlo por nosotros mismos. Solamente podemos hacerlo al recibir la gracia de Jesús que nos ayuda a seguir su ejemplo. Solo fijando nuestros ojos

en la cruz y recordando cómo él amó incluso a las personas que le hicieron daño. El Señor soportó las críticas y la condenación de los jefes religiosos. Sufrió la peor muerte que uno pueda imaginar, ¡a manos de aquellos que vino a salvar! La misericordia que él derramó puede conmover nuestro corazón e inspirarnos a ser misericordiosos con los demás. Por supuesto que esto no lo hace sencillo. Puedes luchar por mucho tiempo para olvidar ofensas del pasado o reconciliarte con enemigos del presente. Pero puedes pedirle al Espíritu Santo que ablande tu corazón y luego dar un paso hacia adelante. Procura pensar en alguien que te ha costado perdonar. Luego imagina a Jesús en la cruz, y a ti y a la persona que estás tratando de perdonar al pie de la cruz. Tú sabes que Jesús habría muerto solamente por esa persona, y por ti. Pídele que te conceda ser misericordioso por aquel que te ha hecho daño. Aun cuando no sientas nada, has empezado a andar por la senda del perdón. “Amado Jesús, te pido que me ayudes a perdonar de corazón y a amar a aquellos que me cuesta más amar.” ³³

Colosenses 3, 12-17 Salmo 150, 1b-2. 3-4. 5-6

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de septiembre, viernes Lucas 6, 39-42 Saca primero la viga que llevas en tu ojo. (Lucas 6, 42) Podría parecer que los versículos del Evangelio de hoy no se relacionan entre sí, pero en la realidad, todos tienen que ver con examinar nuestra consciencia y confesar nuestro pecado. Jesús nos anima a sacar las “vigas” de nuestros ojos (Lucas 6, 42) para que podamos ser guías con una visión clara para las personas que nos rodean (6, 39). El Señor desea que pongamos atención a nuestros errores y debilidades y que así podamos ser discípulos que estén completamente capacitados y se parezcan al propio maestro (6, 40). Enfrentémoslo, cuando estamos cegados por un pecado, es como si una viga nos estuviera bloqueando la visión. Mientras toleremos o excusemos el pecado, mientras no busquemos la gracia de la reconciliación, estamos ciegos. Es más, seguimos siendo discípulos inmaduros y podríamos terminar alejando a la gente de Jesús con nuestro mal ejemplo. Pero no todo está perdido. Dios nos ha dado el don del examen de consciencia y el Sacramento de la Reconciliación. Así es como se quita el pecado que nos bloquea la vista. Comenzamos a ver más claramente la diferencia entre el pecado y la santidad. Comenzamos a ver distinto a

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las personas que nos rodean. Observamos menos sus errores y vemos más a Cristo en ellas. No somos tan prontos a juzgarlas sino que estamos más dispuestos a perdonar. Más allá del perdón, examinar nuestra consciencia y confesar el pecado son vitales en el entrenamiento como discípulos. Enfrentamos las formas en que nos equivocamos, y recibimos la gracia para superar las debilidades. A través del sacramento y el consejo del sacerdote, comenzamos a ver las cosas de la forma en que las ve Jesús y somos liberados de las cadenas del pecado. Como resultado, nos convertimos en mejores amigos y vecinos y somos más fieles a nuestra vocación. Tenemos más capacidad de amar a las personas que están cerca de nosotros y a guiarlos hacia Jesús. Toda esta gracia está disponible para ti en la Confesión. Así que no dudes en celebrar este sacramento de sanación y transformación. Permite que Jesús abra tus ojos y te capacite para ser un discípulo maduro, que busca parecerse cada vez más a su Maestro. “Señor, te ruego que abras mis ojos para confesar mi pecado y vivir según tu voluntad.” ³³

1 Timoteo 1, 1-2. 12-14 Salmo 16 (15), 1b-2a. 5. 7. 8. 11


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de septiembre, sábado Lucas 6, 43-49 Cada árbol se conoce por sus frutos. (Lucas 6, 44) Piensa en un árbol de manzana. No puede hacer nada para que sus manzanas crezcan más rápido de lo que deben crecer. En ese sentido, las manzanas no provienen de los esfuerzos del árbol. Todo lo que el árbol tiene que hacer es extraer agua y nutrientes del suelo y recibir los rayos del sol. Entonces, el fruto nacerá naturalmente, a su propio ritmo y en su propio tiempo. Jesús usaba muchas imágenes realistas para explicar la vida espiritual, así que sigamos su ejemplo y comparemos la vida espiritual con una pequeña semilla plantada en nuestro corazón. Como sucede con una semilla de manzana, la naturaleza de esta semilla espiritual es dar fruto. No puede ayudarse a sí misma. Todo lo que necesita es la cantidad correcta de nutrientes y luz, y comenzará a ser productiva. Entonces, esta es la pregunta: ¿Cuál es la mejor manera de permitir que esta semilla de fe eche raíz? En pocas palabras, tenemos que rendirnos a Jesús. Piensa en la Virgen María. Ella meditaba en lo que Dios estaba haciendo. María la hermana de Marta es otro ejemplo. Ella se sentó a los pies de Jesús y lo escuchó con atención.

Con mucha frecuencia, nosotros tendemos a estar demasiado ocupados en otros asuntos. Jesús nos dijo: “Pongan toda su atención en el reino de los cielos y en hacer lo que es justo ante Dios, y recibirán también todas estas cosas” (Mateo 6, 33). La vida está llena de incertidumbres, pero debemos creer en que Dios sabe bien cómo satisfacer nuestras necesidades. Y al buscar primero a Dios, descubriremos el deseo de hacer su voluntad más que la nuestra. Y también descubriremos que Dios nos está ayudando en “todas estas cosas” que forman parte de nuestra vida cotidiana. Así que comienza hoy. Dedica al menos quince minutos solo a escuchar al Señor. Eso ayudará a que la semilla de la fe crezca en ti. Siéntate en tu silla favorita y lee y medita en un pasaje de la Escritura cada día. Leer la Palabra de Dios diariamente te ayudará a “permanecer unido a” él y a dar “mucho fruto” (Juan 15, 5). “Espíritu Santo, tú eres el fundamento de mi vida. Deseo escuchar todo lo que tienes que decirme, y dar fruto para el Señor.” ³³

1 Timoteo 1, 15-17 Salmo 113 (112), 1-7

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MEDITACIONES SEPTIEMBRE 12-18

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de septiembre, XXIV Domingo del Tiempo Ordinario Marcos 8, 27-35 ¡Apártate de mí, Satanás! (Marcos 8, 33) Trata de imaginar la mirada de asombro de Pedro cuando Jesús lo reprendió. Debe haber pasado de una sonrisa radiante a fruncir el ceño en un segundo. ¿Amaba Pedro a Jesús cuando le dijo “Tú eres el Mesías”? ¡Sí! ¿Amaba a Jesús cuando lo exhortó a evitar la cruz? Desde luego que sí. Pedro amó a Jesús con todo su corazón en ambas ocasiones, a pesar de que la primera respuesta provenía de Dios y la segunda no. Si era difícil para el gran San Pedro reconocer la diferencia entre la verdad piadosa y la tentación impía, ¿qué esperanza podría haber para nosotros? A veces no es tan difícil identificar la influencia del demonio. Pero, ¿qué hay de esas ocasiones en que sentimos que estamos siendo sinceros y honestos, pero aun así estamos equivocados? Lo primero que debemos hacer es admitir que no siempre estamos en lo correcto. Vamos a cometer errores y a

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herir a las personas, aun cuando tengamos buenas intenciones. Incluso habrá momentos, por muy humildes que sean, en que nuestras buenas intenciones pueden terminar sirviendo a propósitos malvados. ¡Alabado sea Dios por su misericordia y paciencia! Segundo, debemos recordar que el Espíritu Santo desea enseñarnos cómo vivir haciendo la voluntad de Dios. San Pablo nos dice que no importa lo inescrutable que sea la sabiduría de Dios, “tenemos la mente de Cristo.” Esto significa que realmente podemos aprender a discernir las cosas espirituales (1 Corintios 2, 14. 16). Con el tiempo, Pedro aprendió a discernir la voz de Dios. Él aprendió a discernir mejor sus intenciones y a ser un instrumento más eficaz de la gracia de Dios. Nosotros también podemos aprender lo mismo. Solo sigue repitiéndote: “Yo tengo la mente de Cristo. Creo firmemente en que el Espíritu Santo es mi guía.” Con esta pequeña declaración de fe, puedes desarrollar el don del discernimiento. “Señor Jesús, te pido que derrames tu Espíritu Santo sobre mí para que yo pueda discernir tu voluntad.” ³³

Isaías 50, 5-9 Salmo 116 (114), 1-6. 8-9 Santiago 2, 14-18


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de septiembre, lunes San Juan Crisóstomo, obispo y doctor de

la Iglesia 1 Timoteo 2, 1-8 Hagan oración… levantando al cielo sus manos puras. (1 Timoteo 2, 8) ¿Qué tienes en tus manos? Para levantar las “manos puras” en oración, podría ser necesario que sueltes algunas de las cosas que tienes en ellas, a las que te estás aferrando. Pero, enfrentémoslo, cuando nos aferramos fuertemente a algo —ya sean expectativas del futuro, heridas pasadas, resentimientos actuales o exigencias estridentes— nos resulta más difícil rezar con fe y entrega. Todos sabemos lo fácil que es aferrarse a los resentimientos, especialmente cuando nos sentimos justificados por nuestro enojo o amargura. O lo difícil que puede ser evitar nuestro juicio sobre otra persona cuando estamos convencidos de estar en lo correcto. Tal vez tú y tu cónyuge no están de acuerdo en cuál es la mejor forma para educar a tu hijo. Podrías estar pidiendo a Dios: “Señor, ayúdala a reconocer que yo estoy en lo correcto”, en lugar de estar abierto a trabajar juntos para encontrar una solución. Podrías estar enojada con Dios, preguntándote por qué permitió que algo malo te pasara a ti o a un ser querido. Al igual que Job, agitas tu puño frente al Señor, sin la

voluntad de abandonarte a ti mismo a su plan sabio y amoroso. Si eres consciente de que te estás aferrando a algo como esto, Jesús te está dando la oportunidad de vaciar hoy tus manos. Cuando te sientas a rezar, y te acuerdas de que has estado discutiendo con tu esposo o esposa o un compañero de trabajo, toma la decisión de soltar ese resentimiento. Pide perdón y luego reza. Si te has alejado enfadado después de una acalorada discusión, respira profundamente e intenta ponerte en paz con la persona a la que has ofendido. Recuerda, cuando tus puños se cierran alrededor del enojo o la autojustificación, es más difícil levantar tus manos al Señor en oración. Es más difícil que él las llene porque tus manos ya están llenas. Entonces, ¿qué hay en tus manos? ¿Qué estás sosteniendo que te impide recibir todos los dones que Dios desea darte? Si puedes identificar algo, intenta soltarlo. Levanta tus manos a Dios, lo más vacías que puedas tenerlas, y observa cómo él las llena con todo don bueno y perfecto. “Padre, te pido me ayudes a soltar cualquier cosa que me aleje de ti.” ³³

Salmo 28 (27), 2-7. 9 Lucas 7, 1-10

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de septiembre, martes Exaltación de la Santa Cruz Juan 3, 13-17 Así tiene que ser levantado el Hijo del hombre. (Juan 3, 15) Las vacunas nos protegen de las enfermedades al entrenar a nuestro sistema inmune a reconocer y atacar a un virus o bacteria, inyectando antígenos (pequeños trozos) de la enfermedad en el cuerpo para que nosotros produzcamos anticuerpos para luchar contra la enfermedad en el futuro. Precisamente lo que nos domina, nos enferma y trae la muerte, ahora nos capacita para resistirla y vencerla. Esto es similar a lo que la cruz de Jesús ha hecho por nosotros. Hoy, celebramos esa cruz como una fuente para nuestra vida, esperanza y salvación. ¡Qué irónico que este instrumento de muerte nos trajera vida! Sin embargo, esto ya había sucedido, como escuchamos en la primera lectura. En el tiempo de Moisés, una serpiente venenosa que había provocado enfermedad y muerte se convirtió en un instrumento de curación (Números 21, 9). De la misma forma, la cruz de Jesús, en la que fue condenado, herido y castigado por el pecado, nos trajo perdón, curación de las heridas del pecado y libertad de la muerte. ¡No cabe duda de que hoy tengamos una fiesta dedicada

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completamente a proclamar la acción poderosa de la cruz! La verdadera victoria de la cruz es que Jesús venció a la muerte cuando resucitó. Así que cuando “levantamos” la cruz, estamos proclamando la resurrección de Jesús así como también su sufrimiento y muerte. Sin la resurrección, no había triunfo. “Si Cristo no resucitó, la fe de ustedes no vale para nada” dice San Pablo, y todavía seguiríamos viviendo en nuestro pecado (1 Corintios 15, 17). Pero debido a que Jesús murió y resucitó en un cuerpo humano “todo el que crea en él” puede estar en comunión con su victoria y tener vida eterna (Juan 3, 15), todos. En este día, regocíjate porque Jesús murió y resucitó, por ti. Mira un crucifijo: El instrumento de muerte que ahora es tu fuente de fortaleza y poder. Alégrate porque el amor de Jesús es más fuerte que la muerte. Levanta la cruz y proclama la victoria de la muerte y la resurrección de Jesús y mira cómo tu fe se fortalece. Al igual que los anticuerpos surgiendo en tu cuerpo, la cruz traerá vida eterna a tu alma. “Señor, por tu cruz, por favor fortalece mi fe, amor y obediencia.” ³³

Números 21, 4-9 Salmo 78 (77), 1-2. 34-38 Filipenses 2, 6-11


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de septiembre, miércoles Bienaventurada Virgen María de los Dolores Juan 19, 25-27 Ahí está tu madre. (Juan 19, 27) A los productores de programas de televisión y películas les gusta representar personajes que experimentan grandes dificultades y tragedias pero que encuentran la forma de seguir adelante y alcanzar las metas que al principio parecían inimaginables. Las historias como estas pueden resultar muy inspiradoras para la audiencia. La fiesta que celebramos hoy, de Nuestra Señora de los Dolores puede establecer una conexión con nosotros de la misma manera. Siendo una mujer joven, María aceptó la misión de ser la Madre del Hijo de Dios. Desde el momento en que aceptó esta misión, tuvo que soportar mucha dificultad y dolor, sin embargo, alcanzó el éxito en todo lo que Dios planeó que ella hiciera. Es difícil imaginar lo dolorosa que debe haber sido su experiencia, especialmente al ver a su único hijo soportar la tortura y la agonía de la crucifixión. Después de su muerte y resurrección, nadie le habría reclamado si ella hubiera decidido regresar a su casa con su familia para descansar y curar su alma de las heridas provocadas por tanto sufrimiento. Pero ella no hizo eso. En su lugar, se quedó con los discípulos. María estaba ahí cuando el Espíritu

Santo descendió sobre los apóstoles en la fiesta de Pentecostés y fue una pieza fundamental de la nueva Iglesia a la que el Espíritu dio vida. Cada uno de nosotros es una parte integral del cuerpo de Cristo. Todos tenemos dones y talentos que edifican a la Iglesia. Pero al igual que María, también experimentamos tiempos de dolor, duda y sufrimiento. La reflexión sobre la reacción de la Virgen María a sus sufrimientos puede animarnos a permanecer cerca del Señor Jesús mientras nosotros experimentamos lo mismo. María enfrentó muchos dolores, pero nunca dejó de cuidar de las personas que se encontraban alrededor de ella, las personas que un día conformarían la Iglesia. Hoy, al meditar en la bienaventurada Virgen María de los Dolores, también podemos rendirle honor por ser constante a Dios a pesar de las dificultades que enfrentó, y las que aún la estaban esperando. También podemos hacer el compromiso de imitar a María mientras soportamos nuestros propios sufrimientos y continuamos cuidando a las personas que nos rodean. “Santa María, Madre de Dios, acompáñame en mis sufrimientos.” ³³

1 Timoteo 3, 14-16 Salmo 111 (110), 1-2. 3-4. 5-6

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de septiembre, lunes Santos Andrés Kim Taegon, presbítero, Pablo Chong Hasang y compañeros, mártires. Lucas 8, 16-18 Fíjense, pues, si están entendiendo bien. (Lucas 8, 18) Lo que más le importa a Jesús no es cuánto estamos escuchando, sino si estamos entendiendo bien lo que escuchamos. El Señor no desea que sus palabras nos entren por un oído y nos salgan por el otro. ¡Más bien quiere vernos poner sus palabras en acción en nuestra vida cotidiana! Por supuesto escuchamos muchas cosas de la Escritura y de la Iglesia que no comprendemos completamente. Al igual que María, es apropiado que las guardemos en nuestro corazón y que pidamos al Espíritu Santo que nos dé un mayor entendimiento. Pero no es tan difícil entender mucho de lo que escuchamos. En muchos casos, sabemos lo que Dios espera de nosotros, pero a veces nos resistimos a hacerlo. Sabemos que debemos apartar tiempo para rezar y leer la Escritura diariamente. Que debemos acudir al Sacramento de la Reconciliación con regularidad. Sabemos que debemos perdonar a esa persona que nos hizo daño hace tiempo. O interceder por nuestro vecino enfermo. Sabemos que aún la tarea más pequeña en nuestra vida diaria puede realizarse con amor para la 86 | La Palabra Entre Nosotros

gloria de Dios. Sin embargo estas cosas pueden resultarnos difíciles de hacer. Y en la primera lectura de hoy del libro de Esdras, el rey pagano Ciro invitó al pueblo de Dios, que había estado viviendo en el exilio, a regresar a Jerusalén y reconstruir su templo. Algunos aceptaron esta invitación, habiendo mantenido viva la esperanza de que algún día podrían regresar a casa. Pero otros no estaban interesados. Se habían acostumbrado a un estilo de vida cómodo donde estaban, y no querían aventurarse a lo desconocido sin ninguna garantía de éxito. Al igual que ellos, a nosotros puede resultarnos más fácil dar la espalda a la invitación de Dios de escuchar su Palabra y ponerla en práctica. Sin embargo, nuestro Padre continúa extendiéndonos su invitación. Inclínate sobre su pecho para que puedas escuchar no solo las palabras que pronuncia sino también el ritmo de su corazón que está lleno de amor por ti y por todos los que envía a tu vida. “Padre, trae, te pido, a mi mente la palabra de amor que anhelas decirme y decir a través mío. Luego dame la valentía de actuar según lo que escucho.” ³³

Esdras 1, 1-6 Salmo 126 (125) 1-6


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de septiembre, jueves Santos Cornelio, papa, y Cipriano, obispo, mártires Lucas 7, 36-50 Al que poco se le perdona, poco ama. (Lucas 7, 47) El fariseo del Evangelio de hoy es un buscador de la verdad. Por esa razón invitó a Jesús a su casa para descubrir quién era realmente. Mientras observaba a Jesús con esta mujer, concluyó que debía ser un fraude. “Si este hombre fuera profeta”, pensó, “sabría que es una pecadora” (Lucas 7, 39); creyó que Jesús debía estar ciego. Sin embargo, en realidad, el fariseo era el que no podía ver. Su ceguera le impedía ver tanto la santidad de su invitado como con su propio pecado, y por lo tanto amó poco (7, 47). Nunca supimos qué sucedió con este fariseo. ¿Se conmovió su corazón cuando Jesús lo corrigió? ¿Se le abrieron los ojos? ¿Se volvió a Dios en humilde arrepentimiento? Simplemente no lo sabemos. Lo que sí sabemos es que cada día Dios nos ofrece un momento de gracia similar al que le ofreció a este hombre. Entonces, ¿cómo vamos a responder hoy ante la presencia santa de Jesús? Es fácil experimentar la misma ceguera que padecía este maestro de Israel, una ceguera a la santidad de Dios y a la manera en que nuestros pecados ofenden esa santidad. Podemos pensar 82 | La Palabra Entre Nosotros

que Jesús entiende. No importa que yo solo esté haciendo los gestos como si rezara. Podríamos ignorar el pecado y concluir que soy una persona bastante buena. Jesús me acepta tal como soy; él no me juzga por haberle gritado a mi esposo o esposa. Pero cuando pensamos de esta manera, nuestra ceguera se hace aún mayor. Más aun, nos perdemos de la gracia que el Señor Jesús nos ofrece: El don de amar y ser amado por el Dios santísimo. Como resultado, nuestro amor por Dios puede enfriarse. Pero lo contrario también es cierto: Entre más capaces seamos de ver la santidad de Jesús y el pecado que habita en nosotros, más amaremos a Jesús. Esta mujer recibió la gracia para ver lo que nadie más vio: La santidad y la dignidad de Jesús. Es más, ella permitió que la luz de él brillara en las tinieblas de su corazón. Sus lágrimas de arrepentimiento fueron su regalo de amor a su Señor. Finalmente, se alejó del lugar totalmente renovada. ¿Qué ves cuando vuelves tu mirada a Jesús? Abre hoy tus ojos. “Amado Jesús, te ruego que me ayudes reconocer mi pecado y a ver tu santidad.” ³³

1 Timoteo 4, 12-16 Salmo 111 (110), 7-8. 9. 10


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de septiembre, viernes San Roberto Belarmino, obispo y doctor de

la Iglesia 1 Timoteo 6, 2-12 ¿Estás satisfecho? Esta es una pregunta sorprendentemente complicada. Amamos a Jesús pero a veces no nos sentimos plenos. Hemos escuchado que “la raíz de todos los males es el afán de dinero” (1 Timoteo 6, 10), pero no siempre todo se trata del dinero. Desde luego, las cosas materiales como las posesiones, los alimentos o la recreación pueden competir por nuestro amor. Pero también el deseo de reconocimiento, el estatus o la fama pueden hacernos sentir insatisfechos. ¿Qué anhela tu corazón? Probablemente cada uno de nosotros tiene algo que parece estar completamente fuera de nuestro alcance, y creemos que si lo tuviéramos, seríamos finalmente felices. Para algunos, es el dinero o los bienes materiales. Para otros, es el reconocimiento, la popularidad o el respeto. Lo que sea para ti, recuerda que si se convierte en el centro, puede atraparte. Puedes volverte envidioso de aquellos que tienen lo que tú quieres. Aun deseando algo más puedes alejarte del fundamento de tu fe y pensar equivocadamente que necesitas a Jesús y alguna otra cosa. ¡Destierra esta idea de tu mente! Todo lo que realmente necesitas es a

Jesús. Solamente él puede ofrecerte la plenitud verdadera y duradera. Al aprender a colocar todo en su contexto apropiado, descubrirás que estás recibiendo más de parte de Jesús. La mejor forma de encontrar esta clase de plenitud es entregándole al Señor tus apegos y pedirle que te libere. Recuerda, tú no trajiste nada a este mundo, y no te llevarás nada de él. Lo único que soportará la prueba del tiempo es conocer a Cristo y saber que tú has amado y servido a su pueblo. Si te dedicas a avanzar en estas metas, no solo agradarás al Señor; también estarás cada vez más satisfecho. Jesús no te condena por tener riquezas, por estar orgulloso de tus logros, por disfrutar de tus posesiones. Pero sí advierte a la gente que encuentra su seguridad en estas cosas más que en él. El Señor quiere que todos nosotros pongamos nuestro corazón en cosas superiores, no solo en asuntos terrenales. Esta es la mejor forma de mantener nuestras posesiones y reputación en la perspectiva correcta. Es también una gran manera de edificar el Reino de Dios. “Señor Jesús, ¡quiero encontrar plenitud en conocerte a ti!” ³³

Salmo 49 (48), 6-10. 17-20 Lucas 8, 1-3

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de septiembre, sábado Lucas 8, 4-15 …En el camino… en terreno pedregoso… entre espinos. (Lucas 8, 5-7) Mientras Jesús narraba su parábola, estaba ilustrando las maneras en que las distintas personas reaccionan a su palabra. Nuestra experiencia también nos dice que hay un elemento de cada tipo de “suelo” en cada uno de nosotros. De un día al otro, podemos identificarnos más cercanamente con uno o con otro. Así que, consideremos cuáles tipos de suelo pueden describir nuestra capacidad de recibir y responder a la palabra de Dios. El camino: Esta imagen captura tiempos en que puedes sentirte motivado a rezar o leer la Escritura pero luego dejas la idea de lado. Un buen agricultor realizaría alguna acción para arreglar el suelo y hacerlo más fértil. ¿Qué harías tú? Haz el esfuerzo para incluir la oración o la lectura de la Escritura en tu horario de cada día. Puedes intentar poniendo un recordatorio en tu computadora o teléfono. El terreno pedregoso: En este caso, es posible que hayas leído el pasaje de la Escritura o rezado por una situación en particular. Pero esto abandonó tu mente una vez que te envolviste en las actividades del día. Puedes mejorar este terreno teniendo dónde anotar los pasajes que te hablan al corazón.

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O mantén una lista de peticiones que puedas consultar cada vez que rezas. Las espinas: Tal vez, en tu oración has sido conmovido por el amor y la paz que vienen de Dios. Pero más tarde en el día, recibes algunas noticias perturbadoras, y la ansiedad te sobrecoge. O te sentiste alegre durante la adoración eucarística, pero luego tus pensamientos divagaron y sentiste envidia de alguien que se encontraba en la capilla que parecía ser más santo que tú. Tu gozo o tu paz se ahogaron con la insatisfacción. En este caso, sigue volviendo tu atención hacia Dios así como lo hiciste en tu corazón. Recuerda el pasaje que te dio vida o acuérdate de su amor y fidelidad. Todos queremos hacer lo mejor para responder a la palabra de Dios de forma fructífera. Pero no importa cómo respondamos, ¡es inmensamente alentador saber que tu Padre celestial siempre está sembrando semillas! El Señor no se cansa de hablarnos e invitarnos a dar fruto por su Reino. “Padre, te ruego que continúes sembrando las semillas de tu palabra en mi vida. Por favor, mejora el suelo de mi corazón para que yo pueda dar fruto para ti.” ³³

1 Timoteo 6, 13-16 Salmo 100 (99), 1b-2. 3. 4. 5


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MEDITACIONES SEPTIEMBRE 19-25

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de septiembre, XXV Domingo del Tiempo Ordinario Marcos 9, 30-37 El Hijo del hombre va a ser entregado en manos de los hombres. (Marcos 9, 31) ¡Qué declaración más extraordinaria! Al iniciar su camino hacia Jerusalén, Jesús le dice a sus discípulos, y a nosotros, que será entregado en manos de los hombres. El Señor dejará en nuestras manos la decisión de qué hacer con él. Es tal como lo dijo Isaías: “Lo llevaron como cordero al matadero, sin abrir la boca, como una oveja cuando la trasquilan” (Isaías 53, 7). Este es un fuerte contraste con todo lo que hemos visto hacer a Jesús hasta ahora. Desde el momento en que saltó a la escena, había sido el centro de atención, curando gente, argumentando con sus oponentes, calmando tormentas y multiplicando el pan. El Señor siempre habló con autoridad, estaba dándole forma a la historia. Pero, en la cruz, donde más importaba, Jesús permaneció en silencio, humilde y vulnerable. La verdad es que, esto era lo que Jesús pretendía desde el principio; él

vino como el don de Dios para nosotros. Un regalo no le dice a su receptor cómo utilizarlo. El Señor dejó en nuestras manos la decisión de cómo íbamos a recibirlo. Nosotros no teníamos que rechazarlo como lo hicieron muchos. No teníamos que negarlo como lo hizo Pedro. Tampoco teníamos que matarlo como lo hicieron los romanos. Podríamos haberlo aceptado a él y su mensaje de salvación. Pero eso no fue lo que hicimos. Y sin embargo, Dios siempre nos lo entregó, no nos quitó su regalo. Incluso hoy, Dios continúa entregándonos a Jesús. En cada Misa, en cada altar, en cada fila para la Comunión, Jesús es colocado en nuestras manos como regalo de salvación de Dios. Ninguno de nosotros es digno de recibirlo, ninguno de nosotros lo acepta completamente como deberíamos. Pero eso a él no lo detiene. El Señor se sigue entregando a sí mismo a cada ser humano pecador. Todavía nos ofrece su salvación. Respondamos a su gesto y entreguémonos nosotros a él. “Señor Jesús, no soy digno de recibirte. Por favor, sigue hablándome para que yo pueda ser curado.” ³³

Sabiduría 2, 12. 17-20 Salmo 54 (53), 3-6. 8 Santiago 3, 16—4, 3

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de septiembre, martes San Mateo, Apóstol y Evangelista Efesios 4, 1-7. 11-13 Del llamamiento que ustedes han recibido. Un solo Señor, una sola fe. (Efesios 4, 4-5) ¿Puedes imaginar al apóstol Pablo escribiendo sobre la esperanza, desde la celda de una prisión, a los cristianos en Éfeso? Según él, su única esperanza radica en el hecho de que Dios se había revelado a sí mismo para ser el “Padre de todos”, otorgando el regalo de la fe, pertenencia y salvación a todas las personas. Jesús demostró esta clase de apertura cuando invitó a Mateo, el cobrador de impuestos, a unirse a su más íntimo círculo de amigos. El Señor podía ver que Mateo y sus colegas estaban envueltos en corrupción y sufrían por el desorden en sus prioridades y el peso de sus muchos pecados. Pero eso no detuvo a Jesús para comer con ellos o invitarlos a seguirlo en una nueva forma de vida. Les dio una oportunidad clara para alejarse de su pasado y unirse a su familia de fe. Antes de que Jesús viniera a la tierra, muchas personas creyeron que Dios le había mostrado su favor solamente a los justos. Se creía que las personas que eran consideradas pecadoras o que sufrían de enfermedades físicas estaban bajo el juicio de Dios.

Existían divisiones profundas entre los que eran vistos como “dignos”, “limpios” y “escogidos”, y aquellos que estaban fuera del alcance de la misericordia de Dios. Al elegir a Mateo, Jesús borró todas esas creencias. Es difícil imaginar el alivio que eso debe haber significado, no solo para Mateo, sino para todos los demás que anteriormente estaban fuera del esquema. ¡No es de extrañar que Mateo se convirtiera en un evangelista tan eficaz! Habiendo recibido misericordia, podía compartir el mensaje de perdón con el resto del mundo de primera mano. ¡Misericordia para todos! ¡Un solo Señor y una sola fe! Una invitación tanto para los injustos como para los justos! Esa es nuestra fe católica, esa es nuestra esperanza. Muchas veces, nuestro esfuerzo para vivir en paz con nosotros mismos y con otras personas tiene su raíz en la pérdida de sentido de la misericordia de Dios. Cada día, él nos invita a perdonar y ser perdonados. Mientras recuperamos nuestro entendimiento de este llamado, podemos recibir nuevas fuerzas para edificar el Cuerpo de Cristo. “Padre, permite que tu misericordia nos una con aquellos que nos rodean, te lo ruego.” ³³

Salmo 19 (18), 2-5 Mateo 9, 9-13

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de septiembre, miércoles Lucas 9, 1-6 No lleven nada para el camino. (Lucas 8, 20) “Señor, estas palabras son duras. Sé que estabas hablándole a tus discípulos cuando los enviaste a evangelizar, pero, ¿cómo se relaciona esto conmigo? Tú me has llamado a cumplir una misión específica y una vocación que requiere que yo confíe en ti plenamente. Pero conforme vivo mi fe, descubro que deseo controlar cada detalle. “Tú le dijiste a tus discípulos que no llevaran nada para el camino, pero eso no era tan difícil para ellos, ¿cierto? Ellos podían confiar en la hospitalidad de los pueblos que visitaron y esperaban recibir refugio y alimentos. Pero, ¿yo? Hacer un viaje y perder mi equipaje o mi cartera es mi peor pesadilla, ¡con seguridad no es algo que tú esperas que haga a propósito! “Yo prefiero tener mi ruta planeada con detalle para que el viaje sea lo más rápido posible. Pero tú me estás pidiendo que tenga una visión diferente. Ayúdame a confiar en ti y estar abierto a formas en que puedes proveer para mí. Te pido que me ayudes a salir del ‘camino principal’ si es lo que quieres que haga. “Señor Jesús, cuando estoy en mi camino y pienso en hablar sobre ti con alguien más, quiero ensayar exactamente lo que debo decir. Pero la 88 | La Palabra Entre Nosotros

verdad es que, tú ya estás conversando con cada ser humano que has creado. Ayúdame a no preocuparme tanto sobre mi preparación, sino a buscarte y escucharte con atención antes de comenzar a hablar. Te pido que me ayudes a confiar en que tú puedes darme la palabra precisa que quieres que la otra persona escuche. “Amado Señor, yo sé que me gusta controlar todo lo que pueda. ¡No reacciono bien a lo inesperado! Pero quiero aprender a confiar más en ti. Posiblemente tú incluso deseas lograr algún propósito que yo no he logrado ver en lo que parece un encuentro casual. En lugar de entrar en pánico cuando algo me sorprende, ayúdame a estar quieto y buscar tu dirección para mis próximos pasos. “Señor Jesús, tú me has llamado a confiar en ti y a seguirte. Tú me dices que puedes darme lo que necesito. Tú puedes enseñarme cuál es el siguiente paso que debo dar.” “Desde lo más profundo de mi corazón, Señor, no estoy realmente preparado para ‘no llevar nada’. ¿Podemos hacer un trato? Quisiera tomarte de la mano y permitir que tú me guíes.” ³³

Esdras 9, 5-9 (Salmo) Tobías 13, 2-5.8


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de septiembre, jueves San Pío de Pietrelcina, presbítero Salmo 149, 1-6. 9 El Señor ama a su pueblo. (Salmo 149 (148), 4) Señor Jesús, me sobrecogen estas palabras del salmo de hoy. Yo sé que tú me creaste y sé que tú amas todo lo que creaste. Pero escuchar que tú me amas a mí, ¡es mucho más de lo que podía esperar! Es una declaración muy personal: Tú me miraste a los ojos, en lo profundo de mi corazón, y me amas por lo que ves en mí. Tú miras de lejos mis pecados y ves más allá de mis temores y dudas. Tú ves la bondad que pusiste en mí. Tú, Señor, ves mi deseo por hacer lo correcto. Tú ves el amor que hay en mi corazón, aun cuando yo no puedo verlo. Y todo esto te llena de gozo. Señor, tus palabras disipan la oscuridad que se encuentra sobre mí. Por muchos años, me he esforzado por agradarte. Por mucho tiempo, me he preocupado pensando que no soy lo suficientemente bueno o santo o humilde para ser digno de ganarme tu aprobación. Pero, ahora, con estas palabras delante de mí, veo que me estaba preocupando sin razón. Ahora veo que tu amor no depende de mi desempeño o de nada que yo haya hecho. Por el contrario, depende de ti y de tu corazón lleno de misericordia y ternura.

Amado Señor, gracias por amarme de la misma forma en que un padre terrenal ama a su hijo. Tan pronto como me miras a los ojos, tu corazón se conmueve. Tú me escuchas pedir ayuda, y acudes de inmediato a mi lado para darme tu consuelo y tu gracia. Tú me enseñas de la misma forma en que un padre enseña a su hijo: A veces con palabras, otras veces con acciones. No permitas que me olvide nunca de las palabras de Jesús: “Pues si ustedes, que son malos, saben dar cosas buenas a sus hijos, ¡cuánto más su Padre que está en el cielo dará cosas buenas a quienes se las pidan!” (Mateo 7, 11). Porque tú me amas, nunca te fijas en mis limitaciones. Tú sabes que mi vida debe cambiar, pero nunca ignoras los cambios que ya he hecho. Señor, veo que tú te deleitas en mí, y me das la gracia para corresponder tu amor. Deseo vivir una vida digna de tu amor. Deseo convertirme en un testigo para otras personas de lo bueno y agradable que es vivir protegido por tu misericordia. “Señor Jesús, gracias por amarme hasta el extremo. Te ruego que me des la gracia de reflejar ese amor con mi vida. ¡Te amo!” ³³

Ageo 1, 1-8 Lucas 9, 7-9

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de septiembre, viernes Lucas 9, 18-22 Y ustedes, ¿quién dicen que soy yo? (Lucas 9, 20) Hasta cierto punto, todos contamos con información que nos permita responder a esta pregunta. Tal vez hemos estudiado el Catecismo de la Iglesia Católica y en él hemos aprendido que Jesús es el Hijo de Dios, el Salvador del mundo y el Mesías. Quizá hemos buscado en las Escrituras y podemos señalar fácilmente los relatos que nos narran cómo fue que él enseñó y curó, y que murió y resucitó. O tal vez hemos tenido un encuentro personal con él y podemos decir que es nuestro Señor, nuestro hermano y amigo, y podemos afirmar que está íntimamente involucrado en nuestra vida. Pero aparte de las palabras que pronuncias, hay otras formas de “decir” a los demás quién es Jesús. Cada pensamiento compasivo que tenemos, cada decisión que tomamos de hacer el bien a los otros es una forma más de decirte a ti mismo, y decirle al Señor y al mundo que te rodea que desde lo más profundo de tu corazón, deseas darle gloria y honor a él. Los impulsos como estos pueden venir de un corazón que desea agradar al Señor. Es más, cuando refrenas tu lengua en lugar de decir una palabra hiriente, o cuando puedes percatarte de un pensamiento desagradable o cuando decides 90 | La Palabra Entre Nosotros

dejar ir un mal recuerdo, también estás proclamando que Jesús es tu Salvador, y que él es quien ocupa el primer lugar en tu vida. Cuando descubres una tentación y decides evitarla, o haces el esfuerzo de contrarrestar el mal con el bien, estás proclamando a Jesús. ¡Vayamos más allá! Toda tu vida puede estar sometida a Jesús de forma que cada palabra, gesto y respuesta a las situaciones que vives hablen en voz alta sobre quién es él. Tú mismo puedes convertirte en una declaración viviente de fe, una revelación viva de Jesús y de su amor. ¡Qué gran motivación puede ser esto cuando enfrentas áreas de tu vida que no están sometidas a Jesús! En este día, permite que el Señor intervenga un poco más en esas áreas. Pídele que te ayude a superarlas. De esa forma, tu vida puede dar una respuesta más clara a la pregunta más importante que Jesús jamás te hará: “Tu, ¿quién dices que soy yo?” “Señor Jesús, quiero que mi vida sea una declaración de quién eres tú y de lo que has hecho en mi vida. No quiero ocultar nada de ti. Quiero ser como tú en todas las formas, para poder proclamar al mundo que tú eres mi Salvador.” ³³

Ageo 1, 15—2, 9 Salmo 43 (42), 1-4


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de septiembre, sábado Lucas 9, 43-45 Los discípulos no lograban entender a qué se refería Jesús cuando les dijo que sería “entregado en manos de los hombres” (Lucas 9, 44). Pero esta no era la primera vez, ni sería la última, en que los discípulos “no entendieron” lo que Jesús decía o hacía (9, 45). Después de que alimentó a cinco mil personas, San Marcos dice que los discípulos “no habían entendido el milagro de los panes” (Marcos 6, 52). Cuando Jesús les advirtió de “la levadura de los fariseos”, los apóstoles estaban confundidos y pensaron que estaba hablando del pan que habían olvidado llevar con ellos (8, 14-16). Al igual que los discípulos, nosotros enfrentamos situaciones en las cuales no entendemos completamente lo que Jesús parece estar diciendo o haciendo. En algunos casos, incluso podría parecer que está ausente. Esto puede suceder en tiempos de prueba. Pero aun en nuestra vida cotidiana, podemos encontrarnos con circunstancias que nos dejan rascándonos la cabeza y preguntándonos qué estará haciendo Dios. Entonces, ¿cómo reconciliamos nuestras circunstancias con nuestro deseo humano de entender lo que Dios está haciendo y seguir confiando en él? Lo que necesitas hacer es observar a los discípulos, quienes continuaron

siguiendo a Jesús aun cuando no lo entendían, porque ya tenían una relación profunda con él. Ellos confiaban en que él los amaba y deseaba lo mejor para ellos. Apóyate entonces en tu relación con el Señor Jesús. Preséntale honestamente tus pensamientos, sentimientos y dudas. Luego trata de aquietar tu corazón y espera por su respuesta. Tal vez una imagen, un recuerdo o un pasaje de la Escritura venga a tu mente y te recuerde su amor y fidelidad. O podrías experimentar una sensación de paz. Aun si no recibes una respuesta o una solución, sigue acudiendo a Jesús. Sigue descubriéndole tu vida, sigue alabándolo, sigue expresándole tu amor. El Señor no estará en silencio para siempre; él responderá. En ese momento, los discípulos no comprendieron por qué Jesús tenía que morir. Pero eventualmente, el Señor se los reveló, cuando resucitó de entre los muertos. Pidamos la gracia para que nosotros, al igual que los discípulos, pongamos nuestra confianza en nuestro Señor y creamos que en su tiempo perfecto, él nos revelará su plan. “Señor, te ruego que me ayudes a aguardar tu respuesta con una fe expectante.” ³³

Zacarías 2, 5-9. 14-15 (Salmo) Jeremías 31, 10-12ab. 13

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MEDITACIONES SEPTIEMBRE 26-30

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de septiembre, XXVI Domingo del Tiempo Ordinario Números 11, 25-29 Todos sabemos que Moisés estaba lleno del Espíritu del Señor, pero la primera lectura de hoy nos dice que Dios le dio ese Espíritu también a otros setenta y dos ancianos de Israel. Desafortunadamente, dos de ellos, Eldad y Medad, no estaban con todos los demás cuando esto sucedió. Pero eso no detuvo a Dios. Para sorpresa de todos, el Espíritu cayó sobre Eldad y Medad, a pesar de no estar presentes en la “ordenación”. Al escuchar la noticia, Moisés declaró: “Ojalá todo el pueblo de Dios fuera profeta” (Números 11, 29). En el Evangelio se narra un relato similar. Juan le dijo a Jesús: “‘Hemos visto a uno que expulsaba a los demonios en tu nombre, y como no es de los nuestros, se lo prohibimos.’ Pero Jesús le respondió: ‘No se lo prohíban, porque… todo aquel que no está contra nosotros, está a nuestro favor’” (Marcos 9, 38). En ambos relatos, las personas estaban juzgando duramente a alguien 92 | La Palabra Entre Nosotros

que estaba tratando de hacer la voluntad de Dios pero que no calzaba dentro de sus expectativas. Hoy, todavía creemos que el Espíritu desciende sobre todo aquel que es bautizado y acepta a Jesús por la fe. Como dijo Pedro: “Esta promesa es para ustedes y para sus hijos, y también para todos los que están lejos” (Hechos 2, 39). Ese “están lejos” nos incluye a nosotros, pues el Espíritu Santo también habita en nosotros y estamos destinados a ser profetas. Ser profeta no significa gritar en el desierto como lo hizo Juan el Bautista. Tampoco significa confrontar reyes como lo hicieron Jeremías y Amós. Un profeta es alguien que presenta a Jesús y su palabra al mundo. El Señor quiere que proclamemos su misericordia, su bondad y su salvación. Y nos pide que lo hagamos con el corazón lleno de su amor. Si Moisés estuviera aquí, nos diría: “Por el poder del Espíritu Santo tú eres un profeta. Así que sal de ahí y proclama la palabra de Dios a este mundo que sufre. Deseo que cada miembro de la Iglesia acepte este llamado.” “Señor, te ruego que me ayudes a ser tu profeta.” ³³

Salmo 19 (18), 8-10. 12-14 Santiago 5, 1-6 Marcos 9, 38-43. 45. 47-48


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de septiembre, lunes San Vicente de Paúl, presbítero Lucas 9, 46-50 El más pequeño entre todos ustedes, ese es el más grande. (Lucas 9, 48) Jesús había reunido a los doce apóstoles y les había otorgado el poder para sanar y liberar a las personas. Habían alimentado a cinco mil personas y algunos de ellos habían presenciado la Transfiguración. Todo resultaba muy emocionante, así que es comprensible que los discípulos estuvieran pensando en la grandeza y en lo especiales que eran. Probablemente debido a que sabían que ellos habían sido llamados por Jesús, querían impedir a este hombre expulsar demonios en su nombre (Lucas 9, 49-50). Esto demostraba que todavía se inclinaban hacia la grandeza y la exclusividad. Seguramente pensaban: ¿Quién te crees que eres? Nosotros seguimos a Jesús, tú no. Somos sus compañeros más cercanos; somos los que tenemos autoridad para curar y expulsar demonios. Jesús no reprendió a sus discípulos por pensar o sentir de esa manera. Al contrario, los reorientó hacia el corazón del Evangelio. La unidad, el amor al prójimo, un corazón tierno y una mente humilde son disposiciones que deben ser características de los seguidores de Cristo. Eso es lo

que hace a una persona “grande” a los ojos de Dios. Debemos estar atentos para no caer en la misma forma de pensar que los discípulos. La verdad es que, Jesús llama a todos, no solo a aquellos que podamos percibir como “grandes” o dignos de seguirlo. Es más, él nos ha llamado a cada uno de nosotros a cumplir con una misión específica en su Reino. Ya sea como el líder en la reunión o el que guarda las sillas. Para él, lo que es importante no es lo que hacemos sino cómo lo hacemos: Con un corazón amoroso y sincero, y el deseo humilde de servir en lo que sea necesario. Habla con Jesús sobre la forma en la que entiendes la grandeza. ¿La enmarcas en términos de poder, riqueza o logros, o la ves como la ve Jesús? Sus valores son diferentes a los del mundo. El Señor podría cambiar tu forma de pensar, así como lo hizo con los discípulos, ayudándote a ver diferente “al más pequeño”. ¿Quién sabe? ¡Incluso podría ayudarte a cambiar la manera en que te ves a ti mismo! “Señor, te pido que me enseñes a valorar a los “más pequeños” en tu Reino.” ³³

Zacarías 8, 1-8 Salmo 102 (101), 16-18. 19-21. 29. 22-23

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de septiembre, martes San Wenceslao, mártir Santos Lorenzo Ruiz y compañeros, mártires Lucas 9, 51-56 Fueron a una aldea de Samaria para conseguirle alojamiento. (Lucas 9, 52) Tal vez has escuchado una expresión que dice: “La Reina piensa que el mundo huele a pintura fresca.” No, no pasa nada malo con la nariz de la reina de Inglaterra. Es solo que, cuando ella visita un pueblo o ciudad, sus colaboradores se aseguran de que los pobladores embellezcan el lugar. El paisaje se ve fresco, las calles se limpian y los pintores colorean las paredes. Las ciudades y sus ciudadanos por igual tratan de verse lo mejor posible para su monarca. Pero, cuando Jesús envió mensajeros delante de él a Samaria, no les dio instrucciones para que la embellecieran o que renovaran las prácticas religiosas locales. Simplemente les dijo que proclamaran la buena noticia: Jesús el Rey llegaría a visitarlos (Lucas 9, 6). Sin embargo, cuando Santiago y Juan encontraron oposición en una villa en particular, su ánimo se encendió. Ellos no habían comprendido que Jesús estaba preparado para intervenir en la vida desordenada de estos pobladores con el poder para sanarlos. Al igual que los mensajeros del Evangelio de hoy, Jesús te está enviando a ti 94 | La Palabra Entre Nosotros

“delante” suyo. Tu misión es ayudar a preparar a las personas que están a tu alrededor para su recepción. No es tan difícil como podrías pensar. Primero, asegúrate de amar a la gente tal como es. No esperes a que ellos solos renueven su vida. Y no los presiones ni los fastidies tampoco. Confía en que Jesús puede utilizar tus pequeños actos de bondad y amor para prepararlos para tener una relación más profunda con él. Segundo, cuenta las buenas noticias. Cuando el tiempo sea oportuno, comparte con otros sobre la diferencia que Jesús ha hecho en tu vida. Finalmente, no te ofendas si las personas todavía no están preparadas para escuchar sobre Jesús. Después de todo, Jesús no guardó ningún resentimiento contra los samaritanos. Más bien, sanó incluso a uno que padecía de lepra (Lucas 17, 16). Luego, después de su resurrección, instruyó a los discípulos para que fueran de nuevo a Samaria a proclamar el Evangelio, lo que Juan mismo hizo (Hechos 8, 25). Así que sigue sembrando la semilla del amor en las personas que te rodean. ¡Y reza por la cosecha! “Señor, por favor usa mis pequeños actos de amor para preparar tu camino.” ³³

Zacarías 8, 20-23 Salmo 87 (86), 1-7


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de septiembre, miércoles Santos Miguel, Gabriel y Rafael, Arcángeles Juan 1, 47-51 Mayores cosas has de ver. (Juan 1, 50) ¿Has viajado alguna vez en avión? Probablemente te sorprendiste cuando, al despegar, viste que lo que estaba debajo se hacía cada vez más pequeño. Observaste cómo los edificios y los carros se convertían en puntos diminutos. ¡Qué cambio de perspectiva! Desde ahí arriba, tus pensamientos podrían haberse dirigido hacia Dios: Qué pequeños deben verse nuestros problemas y luchas a la luz de su grandeza. La fiesta de hoy de los Arcángeles es un buen momento para recordar este cuadro más grande de la realidad. Eso era lo que Jesús le estaba diciendo a Natanael que hiciera. Parece que Natanael creyó en Jesús, aunque quizás fue porque se impresionó cuando Jesús le dijo que lo había visto debajo de la higuera. Así que Jesús trató de ampliar un poco más la fe de Natanael. Le dijo, en efecto “¡todavía no has visto nada! ¡Hay mucho más en mí de lo que crees!” Así como Jesús procuró abrir los ojos de Natanael para que viera quién era él y las realidades celestiales, así también quiere abrir los tuyos; él es el Hijo de Dios. Su majestad y poder van más allá de nuestro entendimiento. Miles

de ángeles lo están sirviendo, alabándolo de día y de noche. Y sin embargo es también el Hijo del hombre, el que vino a redimirnos, a sufrir por nosotros y a salvarnos del pecado. El Señor usa todo este asombroso poder para darnos vida eterna junto a él. Desafortunadamente, a veces nos quedamos atrapados en “nuestras limitaciones”. Conocemos a Jesús con nuestro intelecto pero podemos olvidarnos de lo grandioso que él es. Podemos sentir como si nosotros tuviéramos el control del mundo que nos rodea. Ese es el momento en el que necesitamos cultivar una perspectiva celestial. Hoy en tu tiempo de oración, intenta imaginar que estás frente al trono de Dios el cual se encuentra rodeado de ángeles, incluyendo los arcángeles Miguel, Gabriel y Rafael. Imagina el resplandor de la gloria de Dios, como la luz que se asoma entre las nubes blancas. Trata de ver la belleza pura y la sobrecogedora bondad del Señor. Luego eleva tu corazón en alabanza a él. Permite que la visión de la presencia de Dios te dé una nueva perspectiva. “Señor Jesús, ayúdame, te lo ruego, a levantar mis ojos para ver ‘mayores cosas’ ”. ³³

Daniel 7, 9-10. 13-14 Salmo 138 (137), 1-5

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de septiembre, jueves San Jerónimo, presbítero y doctor de la Iglesia Nehemías 8, 1-4. 5-6. 7-12 Celebrar al Señor es nuestra fortaleza. (Nehemías 8, 10) El pueblo estaba conmovido en lo más profundo de su corazón. Mientras el profeta Esdras leyó la ley de Moisés durante seis horas, los hombres, mujeres e incluso los niños lloraban al comprender que se habían apartado del llamado que tenían de ser el pueblo especial de Dios. Pero en lugar de permitir que la gente se quedara atrapada en su luto, Esdras y Nehemías el gobernador, los animaron a regocijarse. Dios le había concedido a su pueblo un nuevo comienzo. Habían reconstruido los muros de Jerusalén, así que ahora estaban protegidos de sus enemigos. Podían regresar a alabar al Señor, caminar por sus sendas y ser obedientes a sus mandamientos. Cuando nos damos cuenta de que nos hemos alejado del Señor, podríamos tener la misma reacción que tuvo el pueblo: Podríamos sentirnos tristes porque hemos desobedecido a Dios y le hemos fallado. Pero cuando reconocemos nuestro pecado, deberíamos verlo como si Dios estuviera punzando nuestra consciencia para que nos volvamos nuevamente a él. El Señor no desea que nos quedemos atascados en el dolor y la culpa. Más bien quiere que acudamos a 96 | La Palabra Entre Nosotros

él en arrepentimiento para que él pueda derramar su misericordia sobre nosotros. Como lo hizo con los israelitas, Dios desea darnos un nuevo comienzo; desea hacer un “borrón y cuenta nueva” para que podamos comenzar otra vez. ¡Qué motivo de regocijo! Puedes alegrarte porque has entendido tu necesidad de la misericordia de Dios y has acudido a él. Puedes alegrarte por saber que él derramará su gracia sobre ti para ayudarte a luchar contra el pecado en el futuro. Puedes alegrarte porque tu Dios siempre es un Dios de nuevos comienzos. Aun cuando caigas de nuevo en el pecado, él te perdonará cuando te vuelvas a él. Así que cuando llores y te arrepientas por tus pecados, no te detengas ahí. Busca el perdón de Dios y luego alégrate. Como sucedió con los israelitas, tu alegría será tu fuerza también. Fortalecerá tu fe en un Dios amoroso y misericordioso. Fortalecerá tu decisión de seguir sus mandamientos y hacer su voluntad. Y fortalecerá tu amor por Dios cuya misericordia no tiene límites. “Padre celestial, ¡tu misericordia me llena de alegría! Concédeme la gracia de acudir a ti en busca del perdón por mis pecados, te lo ruego.” ³³

Salmo 19 (18), 8-11 Lucas 10, 1-12


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