Estados Unidos
Tel (301) 874-1700 Fax (301) 874-2190 Internet: www.la-palabra.com Email: ayuda@la-palabra.com
Estados Unidos
Tel (301) 874-1700 Fax (301) 874-2190 Internet: www.la-palabra.com Email: ayuda@la-palabra.com
Aquí está tu Dios 4 Comparte la buena nueva de Jesús
Predicamos a Jesucristo 8 El camino a la unidad entre los cristianos
“Que sean uno” 14 El deseo de Dios para la unidad de los cristianos
Un intercambio de dones 20 La bendición de la amistad ecuménica
El Señor está contigo 26 Confía en los planes de Dios para tu vida
En el Perú
Tel (051) 488-7118 / 981 416 336 Email: lpn@lapalabraentrenosotrosperu.org Suscripciones: suscripciones@lapalabraentrenosotrosperu.org
hermanos:
En nuestra vida cotidiana se nos pre sentan situaciones que pueden desanimarnos: Una difícil situación económica, la pérdida del trabajo, una crisis matrimonial, la muerte de un ser querido o un hijo que se aleja del Señor. Es normal que en situaciones como estas nos desesperemos y sintamos que el pro blema no tiene solución.
No importa qué tipo de dificultades estemos enfrentando, el Señor nos dice: “No tengas miedo.”
Hermano, hermana, si estás atravesando un momento difí cil, angustiante y doloroso en tu vida ofréceselo al Señor en oración y recuerda las palabras del ángel Gabriel a María: “Para Dios no hay nada imposible” (Lucas 1, 35).
Deseo que este sea un tiempo lleno de alegría y muchas bendiciones para ti.
¡Feliz Navidad y Feliz Año Nuevo!
Como posiblemente ustedes ya saben, todos los años, la Iglesia dedica la semana del 18 al 25 de enero a orar por la unidad de
Entre Nosotros
los cristianos. La noche antes de su sacrificio, Jesús oró al Padre diciendo: “Te pido que todos ellos estén unidos; que como tú, Padre, estás en mí, y yo en ti, también ellos estén en nosotros, para que el mundo crea que tú me enviaste” (Juan 17, 21)
Todos los papas, desde Juan XXIII, han afirmado que si queremos estar plenamente convertidos a Cristo, debemos estar comprometi dos con la unidad de los cristianos. Por lo tanto, ser católico implica un compromiso personal con el ecumenismo.
Es por eso que, nuevamente este año, dedicamos la edición del mes de enero a la unidad de los cristianos. Los tres artículos que encontrarán a continuación, han sido escritos por tres católicos, cada uno de los cuales está comprometido con la unidad de los cristianos. El Cardenal Raniero Cantalamessa (página 4), expone el tema de la unidad entre cristianos y protestan tes y lo vuelve personal para cada uno de nosotros. En el segundo artículo (página 10), Dorothy Ranaghan comparte las reflexiones de una persona que ha trabajando incansablemente durante cincuenta años por la unidad de los cristia nos. Ella y su esposo, el diácono
Kevin Ranaghan, son líderes en una comunidad ecuménica en la cual los católicos y los protestantes viven como hermanos en Cristo. Y final mente, el tercer artículo (página 16), es de Susan Huever, quien es la editora gerente de La Palabra Entre Nosotros y en el cual nos comparte
relatos de la historia moderna sobre amistades ecuménicas que han per durado en el tiempo.
Editora Gerente: Susan Heuver
Directora Editorial: María Vargas
Equipo de Redacción: Ann Bottenhorn, Jill Boughton, Lynne Brennan, Kathryn Elliott, Bob French, Joseph Harmon, Theresa Keller, Joel Laton, Laurie Magill, Fr. Joseph A. Mindling, O.F.M., Cap., Patricia Mitchell, Fr. Nathan W. O’Halloran, SJ, Jill Renkey, Hallie Riedel, Lisa Sharafinski, Patty Whelpley, Fr. Joseph F. Wimmer, O.S.A., Leo Zanchettin
La Palabra Entre Nosotros es publicada diez veces al año por The Word Among Us, 7115 Guilford Dr., STE 100, Frederick, Maryland 21704. Teléfono 1 (800) 638-8539. Fax 301-8742190. Si necesita hablar con alguien en español, por favor llame de lunes a viernes entre 9am y 5pm (hora del Este).
Copyright: © 2017 The Word Among Us. Todos los derechos reservados. Los artículos y meditaciones de esta revista pueden ser reproducidos previa aprobación del Director, para usarlos en estudios bíblicos, grupos de discusión, clases de religión, etc. ISSN 0896-1727
Las citas de la Sagrada Escritura están tomadas del Leccionario Mexicano, copyright © 2011, Conferencia Episcopal Mexicana, publicado por Obra Nacional de la Buena Prensa, México, D.F. o de la Biblia Dios Habla Hoy con Deuterocanómicos, Socie dades Bíblicas Unidas © 1996 Todos los derechos reservados. Usado con permiso.
Presidente: Jeff Smith
Director de Información: Jack Difato
Directora Financiera: Jamie Smith Gerente General: John Roeder Gerente de Producción: Nancy Clemens Gerente del Servicio al cliente: Mary Callahan
Dirección de Diseño: David Crosson, Suzanne Earl
Suscripciones y Circulación: En el Perú Consultas o Sugerencias: Escriba a “Amigos de la Palabra” lpn@lapalabraentrenosotrosperu.org
Suscripciones: 6 revistas bimensuales por 1 año Agradecemos hacer sus renovaciones con anticipación. Y avisarnos por teléfono o por correo: suscripciones@amigosdelapalabraperu.org Teléfonos; (511) 488-7118 / 981 416 336
Cambios de dirección: Háganos saber su nueva dirección, lo antes posible. Necesitamos 4 semanas de aviso previo para realizar las modificaciones y asegurar que le llegue la revista a tiempo.
Revista Promocional: Distribuimos la revista gratuitamente a los internos de diversos penales en el Perú. Para sostener este programa de Evangelización necesitamos de su colaboración. El Señor los bendiga por su generosidad
“¡Ánimo, no tengan miedo! ¡Aquí está su Dios!” (Isaías 35, 4). Este es el mensaje que escuchamos durante este tiempo de Adviento, ani mándonos a confiar en el Señor. Como hemos visto en los primeros dos artículos, todos tenemos razones por las cuales podemos sentir miedo y todos podemos recibir la gracia de Dios para fortalecer nuestro corazón cuando está ansioso.
Así que, al iniciar los últimos días antes de la Navidad, pongamos nuestra atención en las afueras del pueblo de Belén, donde los pas tores cuidaban sus rebaños. Después hablaremos de San Juan Diego y Nuestra Señora de Guadalupe, cuya fiesta se celebra cada Adviento. Veamos cómo Dios escogió a estos testigos y los ayudó a superar sus miedos y a convertirse en heraldos de su bondad, y cómo él hace lo mismo por nosotros.
Testigos improbables. Debido a su condición social, los pastores que se encontraban en las colinas de Belén deben haber sido los testigos menos calificados de la llegada del Mesías. Cuidar ovejas era un trabajo sucio e insignificante. Los pastores vivían como nómadas en los pasti zales entre sus rebaños, sin acceso a techo o higiene.
¡Qué irónico resulta entonces que las huestes angélicas le anunciaran el nacimiento de Cristo a simples pastores en lugar de a gobernantes
poderosos o sumos sacerdotes! Así como Dios había escogido a María, había visitado a estos aterrorizados hombres y los invitó a recibir a su Hijo. Por medio de estos pastores, Dios continuaba bendiciendo y exal tando a los humildes.
El ángel pronunció estas palabras ya conocidas: “No tengan miedo” (Lucas 2, 10). Pero, ¿quién no tendría miedo de la aparición de una hueste de ángeles? ¿Quién no tendría miedo de buscar a este niño, basándose en un relato tan extraño? Y, ¿quién no tendría miedo de dar testimonio de su visita y del recién nacido Jesús? A pesar de sus temores, estos hombres ordinarios estaban llenos de alegría y proclamaron las buenas noticias. Y así, tan humildes pastores se convir tieron en los primeros testigos de la salvación de Dios (2, 8-20).
El hijo más pequeño. Dios ha continuado escogiendo a los más humildes a lo largo de la historia de la Iglesia. San Juan Diego, el primer santo indí gena del continente americano, fue un testigo humilde de la presencia y la fidelidad de Dios.
Juan Diego Cuauhtlatoatzin, un indígena azteca de mediana edad, iba caminando hacia Misa cerca de donde hoy en día se encuentra la Ciudad de México en una mañana de diciembre de 1531. Al llegar al cerro Tepeyac, este hombre recién convertido al catolicismo escuchó
música y la voz de una mujer que lo llamaba: “Juanito, Juan Dieguito”. Él vio a una hermosa mujer y le preguntó quién era. Ella respondió: “La siempre virgen María, Madre del verdadero Dios” y le encargó construir una capilla en ese lugar para el pue blo sufriente de la región.
Exhortado por María, él llevó este mensaje al obispo local, quien se mantuvo escéptico del relato de Juan Diego. Una segunda vez, María se le apareció a Juan Diego y le pidió que fuera de vuelta donde el obispo. Temeroso de otro rechazo, él le dijo que enviara a alguien más elocuente. Pero María le respondió: “Hay muchos a los que podría enviar, pero tú eres el que he elegido.” Él regresó donde el obispo, que exigió una señal de con firmación. En su tercera aparición, María le dijo que cuando él regresara al día siguiente, ella se la daría.
La mañana siguiente, el tío de Juan Diego, Juan Bernardino, cayó gra vemente enfermo así que no había tiempo para visitar el monte Tepe yac. Temprano aquella mañana, Juan Diego se apresuró a buscar al sacerdote para llevarlo a donde su tío moribundo. Temeroso de un retraso, Juan Diego se fue por un camino distinto para evitar encontrarse con Nuestra Señora.
Que no se perturbe tu corazón. Pero Dios continuó buscando a Juan Diego. En un día diferente, en un camino
distinto, María se le apareció una vez más. Conociendo la preocupación de Juan Diego por su tío, ella lo consoló, usando el mismo mensaje que los ángeles dieron a los pastores: No tengas miedo.
“No se perturbe tu corazón. No temas esta enfermedad ni nin guna otra enfermedad, ni cosa punzante aflictiva. ¿No estoy aquí yo, que soy tu madre? ¿No estás bajo mi sombra y res guardo? ¿No estás en el hueco de mi manto, en el cruce de mis brazos? Que ninguna otra cosa te aflija, te perturbe.”
María le indicó que subiera al cerro Tepeyac, donde encontraría unas rosas para llevarle al obispo. Esto le pareció extraño a Juan Diego; sin embargo, siguió las instrucciones que ella le dio. Para su asombro, Juan Diego descubrió rosas de castilla flo reciendo en el lugar. Las recogió en su manto, llamado tilma, y regresó donde la Señora, quien acomodó las rosas atando la tilma, y lo envió de nuevo al obispo. Sin temer más a compartir el mensaje de la Virgen María, Juan Diego anunció al obispo que le había llevado una señal. Desató la tilma y las rosas cayeron sobre el suelo. Pero todavía más milagrosa que las rosas fue la imagen de una hermosa y joven mujer que estaba impresa en
la tilma. Era María, embarazada, con piel oscura y vistiendo un traje nativo, ¡aplastando la cabeza de una serpiente con sus pies!
Una Madre misericordiosa. No hace falta decir que el obispo aprobó la solicitud de Juan Diego. Pronto se construyó la iglesia en la cual se exhibió la imagen milagrosa que todavía hoy puede verse en la basí lica recientemente construida. Hasta su muerte en 1548, Juan Diego tra bajó como guardián de la tilma. De vez en cuando, contaba la historia de una Madre misericordiosa que desea llevar a todas las personas delante de su Hijo.
El mensaje de la compasión maternal de María llevó a millones de indígenas a convertirse al cristia nismo. Como resultado, el pueblo abandonó la práctica azteca de los sacrificios de niños y Nuestra Señora de Guadalupe fue reconocida como la Patrona de los no nacidos. A lo largo de los siglos, conforme la noti cia de la aparición de la Virgen María se extendió, incontables personas más se convirtieron al cristianismo. La apa rición de la Virgen y el testimonio de Juan Diego despertaron un gran movi miento de evangelización. Debido a que Juan Diego tuvo la valentía de hablar del amor de María por todas las personas, muchos han llegado a conocer a Cristo a través de Nuestra Señora de Guadalupe.
Llamados a dar testimonio de Jesús. Al igual que Juan Diego y los pasto res de Belén, nosotros compartimos la misma misión: Decirle al mundo que nuestro Señor ha venido. Estamos llamados a dar testimonio de un Dios que nos ama, que se acerca a noso tros y que nos invita a experimentar nuestro propio encuentro con él. Dios no se detiene ante nuestra debilidad o nuestro pecado, nuestra ignorancia o arrogancia. El Señor simplemente viene a nosotros y nos invita a unir nos a su misión de hablarle a todos los hombres y mujeres de su amor fiel. Podríamos sentirnos dubitativos de hablar sobre Dios con las personas que conocemos. Como Juan Diego, podemos sentirnos poco calificados. Podríamos pensar que nos hace falta la personalidad correcta o la capaci tación apropiada. Aunque creemos en el amor de Dios para todos los seres humanos, incluyendo los más indefensos, podríamos sentir miedo a decirlo. También podríamos sentir miedo de ofrecer una oración por alguien, aun uno de nuestros hijos adultos o invitar a un vecino a un evento en la iglesia.
Pero frente a nuestros miedos, el Señor nos dice: “No tengas miedo.” Aun si nuestra misión se encuentra dentro de nuestra propia familia, podemos tener la confianza de que el Señor nos dará la gracia y la valentía que necesitamos para hablar de su amor. El Señor promete que el
Espíritu nos dará las palabras para hablar cuando tratemos de com partir el amor de Dios (Marcos 13, 11; Juan 14, 26). Dios nos promete darnos el poder sobre nuestros temores mientras compartimos la buena noticia, tal como lo hizo con los apóstoles (Hechos 1, 8). Lo que es mejor, él nos promete estar con nosotros siempre, “hasta el fin del mundo” (Mateo 28, 20).
Aquí está tu Dios. En este tiempo de Adviento el Señor nos invita a abandonar el miedo y abrazar la valentía. Esta valentía deja de lado cualquier temor de vernos ridículos a los ojos de otras personas; una valentía que supera el temor al fracaso. Una valentía que nos capacita para proclamar en esta hermosa temporada que Dios es Emanuel, Dios con nosotros.
Podemos sentirnos incómodos, indignos o sin confianza. Pero cuando nos veamos tentados a decir al Señor “¡no yo!”, podemos escuchar su voz diciéndonos: “No tengas miedo.” Podemos permitir que sus palabras nos fortalezcan y nos llenen de la valentía que necesitamos para dar un paso al frente. Y podemos recordar que nuestro sí, al igual que el fíat de María o la obediencia de Juan Diego, puede llevar a otros a Jesús en esta Navidad; incluso podría abrir la puerta a un milagro. n
sus inicios, el movimiento ecuménico ha estado com puesto por dos elementos igual de importantes: El ecume nismo oficial y doctrinal y el ecumenismo espiritual. El ecumenismo doctrinal sucede principalmente entre teólogos y líderes de la Iglesia, pero el ecumenismo espiritual involucra a todos y cada uno de los creyentes. Es esta convicción la que se encuentra detrás de la Semana de Oración por la Unidad de los Cristianos. El ecume nismo espiritual incluye toda clase de iniciativas en las cuales los cristianos de diferentes iglesias se encuentran para rezar y pro clamar juntos el evangelio, sin intenciones de hacer proselitismo y en plena fidelidad cada uno con su propia Iglesia.
He tenido la gracia de participar en muchos de estos encuentros. Uno de ellos permanece particularmente vivo en mi memoria porque fue como una profecía visual del resultado al cual debería llevarnos el movimiento ecuménico. En 2009 se celebró en Estocolmo una gran manifestación denominada “Una manifestación por Jesús”. En el último día, los creyentes de distintas iglesias, cada uno provi niendo de una calle diferente, caminaban en procesión hacia el centro de la ciudad. Al llegar al centro, las líneas se rompían y se formaba una única multitud que proclamaba el señorío de Cristo. Ya nadie podía decir quién, dentro de aquel grupo, era luterano o católico o pentecostal. Ante los ojos de los transeúntes atónitos, todos ellos simplemente eran cristianos creyentes.
El Señor resucitado está haciendo lo mismo hoy que hizo al inicio de la Iglesia. Envía su Espíritu y sus carismas sobre los creyentes de las distintas iglesias como lo hizo en el día de Pentecostés y en la casa de Cornelio. ¿Cómo no ver en eso un signo que nos empuja a aceptarnos y reconocernos recíprocamente como hermanos, aunque aún en el camino hacia una unidad más plena en el plano visible? Fue en todo caso eso lo que me convirtió a amar la uni dad de los cristianos.
“Predicamos a Cristo Jesús.” Para comprender esto un poco más, echemos una mirada a la relación de los católicos con el mundo protestante. No para entrar en cuestiones histó ricas y doctrinales, sino para mostrar cómo todo nos empuja a ir hacia
Por el Cardenal Raniero Cantalamessa, OFM Capadelante en el esfuerzo de recomponer la unidad del occidente cristiano.
La situación ha cambiado profundamente en estos quinientos años, pero como siempre, es difícil tomar pronto conciencia de lo que es nuevo. Las cuestiones que provocaron la separación entre la Iglesia de Roma y la Reforma en el siglo XVI fue ron sobre todo las indulgencias y la forma en la que sucede la justi ficación del pecador. Pero, ¿podemos decir que estos son problemas con los cuales se mantiene o cae la fe del hombre?
Creo que todas las discusiones que datan de hace varios siglos entre católicos y protestantes acerca de la fe y las obras han terminado por hacer perder de vista el punto principal del mensaje de San Pablo. Lo que el apóstol quiere afirmar, sobre todo en Romanos 3, no es que somos justificados por la fe , sino que somos justificados por la fe en Cristo. No es tanto que somos justificados por la gracia, sino que somos justificados por la gracia de Cristo . La persona de Cristo es el corazón del mensaje, incluso antes de la gracia y la fe. ¡Lo que está en juego no es una doctrina sino una persona! Cuando el apóstol Pablo quiere resumir en una frase la esen cia del mensaje cristiano no dice: “Anunciamos esta o esa doctrina”; dice: “Nosotros predicamos a Cristo crucificado” (1 Corintios 1, 23), y
“Nosotros predicamos a Cristo Jesús el Señor” (2 Corintios 4, 5).
Esto no significa ignorar todo lo que la Reforma protestante produjo de nuevo y válido, especialmente con la reafirmación de la primacía de la Palabra de Dios. Significa más bien permitir que toda la Iglesia se beneficie de sus logros positivos, una vez liberados ciertos excesos y refuerzos en ambos lados debidos a la atmósfera recalentada del momento y a la interferencia de la política de ese tiempo.
Una experiencia liberadora. Un paso importante en ese sentido fue la “Declaración Conjunta sobre la Doctrina de la Justificación”, firmada el 31 de octubre de 1999, entre la Iglesia católica y la Federación Mundial de Iglesias Luteranas. Al leer esta declaración, llegué a una conclusión firme: Ha llegado el momento de dejar de hacer de esta doctrina de la justificación por la fe un tema de lucha y disputas entre los teólogos, y tratar, en cambio, de ayudar a todos los bautizados a hacer, de esta verdad una experiencia personal y liberadora. Desde ese día, no he parado, cada vez que he tenido la oportunidad en mi predicación, de exhortar a los hermanos a tener esta experiencia.
La justificación mediante la fe en Cristo debería ser predicada por toda la Iglesia y con mayor vigor que nunca. Ya no, sin embargo, en
¡Los cristianos tenemos cosas mejores que hacer que pelear unos con otros!
contraposición a las “buenas obras”, que es un asunto superado y resuelto, sino en oposición a la pretensión del mundo secularizado de poder sal varse solo, con su ciencia, la tecnología o las técnicas espirituales de su invención. Estoy convencido de que si estuvieran vivos hoy en día, esta sería la forma en la que Lutero, Cal vino y otros reformadores ¡predicarían la justificación gratuita mediante la fe!
¡Los cristianos tenemos cosas mejores que hacer que pelear unos con otros! El mundo ha olvidado, o nunca ha conocido, a su Salvador, la luz del mundo, el camino, la verdad y la vida. ¿Y perdemos el tiempo dis cutiendo entre nosotros?
Más allá de las fórmulas. Estoy convencido de que en el diálogo con las iglesias protestantes pesa mucho el rol del frenado de las fórmulas. Me explico. Las formulaciones doctrinales y dogmáticas, con el paso del tiempo tienden a endurecerse para convertirse en “consignas”, etiquetas que indican una pertenencia. La fe ya no termina en la realidad de la cosa, sino en su formulación.
Este obstáculo es particularmente visible en las relaciones con las igle sias de la Reforma. Fe y obras, Escri tura y tradición: Son contraposiciones comprensibles y en parte justificadas en su nacimiento, pero
llevan al engaño si son repetidas y mantenidas en pie, como si nada hubiera cambiado en quinientos años de vida.
Tomemos la contraposición entre fe y obras. Esta tiene sentido si por buenas obras se entiende princi palmente indulgencias, peregrinaciones, ayunos, limosnas, velas votivas y todo lo demás. Esto es lo que lamentablemente sucedía en la época de Lutero. En cambio, lleva fuera de camino si por bue nas obras se entiende las obras de caridad y de misericordia. Jesús en el Evangelio advierte que sin esas no se entra en el Reino de los Cielos y seremos condenados en el día final (ver Mateo 25, 31). No somos justificados por las buenas obras, pero no nos salvamos sin las bue nas obras. La justificación es sin condiciones, ¡pero no es sin con secuencias! Esto lo creemos todos, católicos y protestantes.
Lo mismo hay que decir de la contraposición entre Escritura y tradición. Esta surge apenas se toca el problema de la revelación, como si los protestantes tuvieran sola mente la Escritura y los católicos la Escritura y la tradición juntas. ¿Qué es lo que explica la existencia de tantas denominaciones diversas dentro del protestantismo, sino el modo diverso que tiene cada una de interpretar las Escrituras? ¿Y qué es la tradición en su contenido
más verdadero sino justamente, la Escritura leída en la Iglesia y por la Iglesia?
Unidad en la caridad. No es suficiente encontrarse unidos en el frente de la evangelización y de la acción caritativa. Este es un camino que el movimiento ecuménico ha experimentado en sus inicios, pero que se ha revelado insuficiente. Si la unidad de los discípulos tiene que ser un reflejo de la unidad entre el Padre y el Hijo, esta tiene que ser en primer lugar una unidad de amor, porque tal es la unidad que reina en la Trinidad.
La cosa extraordinaria sobre este camino hacia la unidad basada en el amor es que esta se encuentra ya enteramente abierta delante de noso tros. No podemos “quemar las etapas” sobre la doctrina, porque las diferencias son reales y se resuelven con paciencia en los lugares corres pondientes. Podemos, en cambio, “quemar las etapas” sobre la caridad, y estar plenamente unidos desde ahora. El signo verdadero y seguro de la venida del Espíritu Santo no es, escribe San Agustín, el hablar en lenguas, sino el amor por la unidad: “Sepan que tendrán el Espíritu Santo cuando consientan que vuestro cora zón adhiera a la unidad a través de la sincera caridad” (Sermón, 269).
“Amarse” se ha dicho, “no signi fica mirarse el uno al otro, sino en
mirar en la misma dirección” ( El Principito, Antoine de Saint-Exu péry). También entre los cristianos, amarse significa mirar juntos en la misma dirección que es Cristo. “Cristo es nuestra paz. Él… destruyó el muro que los separaba y anuló en su propio cuerpo la enemistad que existía” (Efesios 2, 14).
Si nos convertimos a Cristo y vamos juntos hacia Él, nosotros los cristianos nos acercaremos también entre nosotros, hasta volver nos, como él ha querido una sola cosa con él y con el Padre” (cfr. Juan 17, 22). Sucede como con los radios de una rueda. Parten desde
“Sepan que tendrán el Espíritu Santo cuando consientan que vuestro corazón adhiera a la unidad a través de la sincera caridad”. -San Agustín
puntos distantes de una circunferencia, pero a medida que se acercan al centro se acercan también entre ellos, hasta formar un solo punto. Sucede como aquel día en Estocolmo. ¡Que siempre podamos progresar en este camino de la unidad con la gracia del Espíritu de Cristo! n
El Cardenal Cantalamessa es el Predi cador de la Casa Pontificia. Este artículo fue adaptado de su sermón de Cua resma del 18 de marzo de 2016.
Yotenía solo trece años cuando mi padre murió, y el único vecino que llegó a consolar a mi mamá y rezar con ella fue el pastor de la pequeña iglesia metodista que se encontraba al otro lado de la calle. Lastimosamente, no lo habíamos conocido hasta ese día. Esa fue la primera vez en mi vida en que sentí un deseo por la unidad de los cristianos; pero no fue la última. Junto con mi esposo, Kevin, la promoción del ecumenismo se ha convertido en un trabajo de toda la vida.
¿Por qué es que el llamado a la unidad es tan importante? Porque el corazón de Dios desea la unidad, no la división. Y sin embargo los cristia nos han estado separados por más de mil años, primero en 1054 cuando se dividió en la cristiandad de Oriente y Occidente, y luego de nuevo en 1517, con el inicio de la Reforma. Hoy en día, el cristianismo está más fragmentado que nunca. Es un escándalo amplia mente conocido y muy lamentado. El abismo entre teologías, prácticas y visiones del mundo a menudo está repleto del dolor, la incomprensión y el juicio históricos. Nunca olvidaré el día en que mi esposo y yo fuimos a hablar a una iglesia pen tecostal. Cuando estaba a punto de dejar a mi hijo pequeño en el cuido de niños de la iglesia, la joven a cargo me miró inocentemente y me dijo: “Esto es increíble, nunca antes había conocido a nadie que perteneciera a la Iglesia católica”, excepto que en lugar de decir “Iglesia católica”, uti lizó una etiqueta muy negativa. Yo
no me sentí realmente ofendida porque sabía muy bien que ella no tenía la intención de ofenderme. Para ella eso era un hecho, la “verdad” con la cual había sido criada. Mi prejuicio católico estaba igual de arraigado. Yo crecí en Pittsburgh, Pensilvania, y cuando nos dirigíamos hacia la escuela pasábamos frente a una iglesia pentecostal, pero aunque la música que escuchábamos por las ventanas nos atraía, no se nos per mitía mirar hacia adentro. Aun hoy, nosotros los católicos, a veces sin dar nos cuenta, podemos actuar en contra de la unidad de los cristianos. Por ejemplo, al contrario de las enseñanzas de la Iglesia, podemos ver a cualquier persona que perte nece a una tradición cristiana distinta como si no estuviera salvada. Tam bién podemos preguntarnos: “¿Qué se puede ganar del diálogo con ellos? ¿No representará eso un peligro para mi fe?” De nuevo, esas perspectivas, cuando sea que surjan, están basa das en la incomprensión y la falta de
Por Dorothy Garrity Ranaghanexposición. Desafortunadamente, las personas pueden ser inconscientes de la ofensa no intencional que esto provoca, no solo a las otras tradicio nes cristianas involucradas, ¡sino al Señor mismo!
con esperanza la acción ecuménica como un imperativo de la conciencia cristiana iluminada por la fe y guiada por la caridad” (Ut Unum Sint, 8; énfa sis añadido). En otras palabras, el llamado a trabajar por la unidad de los cristianos no es opcional, es esencial.
Un llamado esencial. Sabemos que Dios desea la unidad porque Jesús mismo expresó ese deseo la noche antes de morir: “No te ruego sola mente por estos, sino también por los que han de creer en mí al oír el mensaje de ellos. Te pido que todos ellos estén unidos; […] como tú, Padre, estás en mí y yo en ti” (Juan 17, 20-21).
¿Y por qué a Jesús le interesa la uni dad? Para que “el mundo crea que tú me enviaste” (Juan 17, 21). Nuestro amor mutuo, especialmente más allá de las fronteras denominacionales, es un testimonio del poder y el amor del Señor. Para aquellos que no conocen a Jesús, nuestra unidad es una demos tración del poder de Dios para unir a las personas que han estado sepa radas durante siglos.
El llamado a la unidad cristiana no solo está arraigado en la Escri tura; también es una enseñanza fundamental de la Iglesia. La encí clica del Papa San Juan Pablo II, Que sean uno (Ut Unum Sint), escrita en 1995, es una presentación compren siva del compromiso de la Iglesia con el ecumenismo. En esa encíclica, escribió: “La Iglesia católica asume
Hermanos y hermanas en Cristo. El Concilio Vaticano Segundo enseñó que mientras la Iglesia de Cristo “sub siste en la Iglesia católica”, al mismo tiempo, “fuera de su estructura se encuentran muchos elementos de santidad y verdad” (Lumen Gentium, 8). A pesar de nuestras diferencias, todos los cristianos comparten “un solo Señor, una sola fe, un solo bau tismo” (Efesios 4, 5). Todos nosotros hemos sido justificados por la fe, uni dos a Cristo por medio del Bautismo y por lo tanto somos hermanos y hermanas en Cristo.
Desear la unidad significa que respetamos a nuestros hermanos y hermanas de otras tradiciones cristianas, de manera que ni nosotros, ni otros creyentes, trataremos de ganar nos a otra persona para “nuestro lado”. El Decreto sobre el ecumenismo del Concilio Vaticano Segundo definió el objetivo del movimiento ecuménico como “la restauración de la unidad entre todos los cristianos” (Unitatis Redintegratio, 1). Nunca habló del “regreso” de nuestros hermanos separados a la unidad preexistente de la Iglesia católica.
El Papa Benedicto XVI hizo énfasis en este punto cuando dijo que trabajar por la unidad de los cristianos “no significa lo que se podría llamar ecu menismo de regreso, es decir, renegar y rechazar la propia historia de fe. ¡De ninguna manera!” (Encuentro Ecuménico, Colonia; 19 de agosto de 2005). Como nos lo enseña el Vaticano II, conducir a una persona a la fe católica y a la vida ecuménica son dos acciones distintas pero complementarias del Espíritu Santo (UR, 3)
De acuerdo en estar en desacuerdo. Nuestro diálogo no siempre cambia la forma de pensar de las personas, pero sí nos ayuda a comprender nos mutuamente, aun cuando estemos de acuerdo en estar en des acuerdo. Recuerdo con gran cariño
Nuestra unidad es una demostración del poder de Dios para unir a las personas que han estado separadas durante siglos.
un intercambio que sucedió en una conferencia ecuménica hace algu nos años. Se le pidió a mi esposo que hiciera una presentación sobre el Bautismo de los niños, que no es aceptado en muchas otras comu nidades eclesiales. Después de la charla, uno de los participantes, que era un protestante de Irlanda del Norte dijo: “Kevin, esa fue la exposición más clara y compren sible que he escuchado sobre la materia, y te agradezco por ella. ¡Y no puedo estar más en desacuerdo contigo!” Todos los presentes se rieron. Fue una reacción tanto esperada como afectuosa. Necesitamos hablar,
escuchar, apreciar y comprender, y discutir y debatir para a veces estar en desacuerdo. Pero en todo esto debemos permanecer leales los unos a los otros.
La mayoría de nosotros no somos llamados al diálogo teológico. Pero todos somos llamados al trabajo del “ecumenismo espiritual” (UR, 8) o del “ecumenismo de las relaciones” como un cardenal lo llamó. Este trabajo, proveniente de un corazón renovado, es una acción de amor. Implica conocer a “otros” rezando con ellos, compartiendo comidas y proyectos y aprendiendo que tenemos mucho más en común que lo que nos divide. El cardenal belga Désiré-Joseph Mercier, un pionero ecuménico de principios del siglo veinte, una vez dijo: “Debemos encontrarnos los unos con los otros para poder conocernos unos a otros, conocernos unos a otros para amarnos mutuamente y amarnos mutuamente para encon trar la unidad.”
Sensibilidad ecuménica. Para amar a nuestros hermanos con éxito, necesitamos aprender a tener una cierta sensibilidad ecuménica, o como algunos la llaman, “cortesía ecuménica”. Significa tener mucho cuidado en nuestra forma de hablar porque reconocemos que las divi siones entre nosotros son reales. Así como lo haríamos con invitados en nuestra casa, aprendemos a escuchar,
tratamos de entender lo que el otro está diciendo y sobre todo mostra mos respeto.
Un ejemplo podría ser que si esta mos conversando con un amigo que pertenece a una tradición de fe dis tinta sobre la homilía que escuchamos en la Misa del domingo, no deberíamos decir: “Como escuchamos en el Evangelio de hoy…”, sino más bien “hoy en mi parroquia, escuché…” Pareciera una diferencia menor pero es esencial porque no asume que todos estuvimos en la misma celebra ción y escuchamos el mismo pasaje de la Escritura.
De forma similar, la Iglesia nos anima a orar junto con otros cris tianos, pero sería recomendable no rezar devociones católicas específicas como novenas o el Rosario. ¡Eso sería como servirle carne a un vegetariano! Tú puedes disfrutar de tu bistec en otro momento, pero probablemente es descortés animar o incluso presio nar a un amigo vegetariano a comer carne. En nuestro deseo por la uni dad, no juzgamos las decisiones de otras personas. Respetamos la buena consciencia de los demás y sus pun tos de vista manteniendo la integridad de nuestra fe.
Relaciones correctas. Este amor rela cional es la respuesta a toda clase de divisiones. La unidad cristiana puede enseñarnos mucho sobre cómo repa rar también las divisiones personales,
políticas, culturales y sociales. Porque al final, si genuinamente deseamos ayudar a otros a entrar en la plenitud del Reino de Dios, debemos recordar que ese reino equivale a relaciones correctas, relaciones de amor y respeto mutuo.
Para nosotros, una vez fue tan simple como reunirnos después de la cena en una actividad ecuménica en Roma con representantes de muchas distin tas comunidades y países. Estábamos divirtiéndonos tanto que terminamos cantando juntos canciones de Broadway. Fue una unión espontánea más allá de la teología y condujo a esa clase de conocimiento y amor que une a las personas de una forma extraordinaria.
Estas relaciones pueden necesitar tiempo y paciencia, pero una vez que eres parte de ellas, experimentarás la
“Debemos encontrarnos los unos con los otros para poder conocernos unos a otros, conocernos unos a otros para amarnos mutuamente y amarnos mutuamente para encontrar la unidad.”
-Cardenal Désiré-Joseph Mercier
alegría de saber “qué bueno y agradable que los hermanos vivan unidos” (Salmo 133 (132), 1). Al comprometerte con este trabajo de unidad, podrías experimentar al Señor de una manera nueva. Al entrar en su cora zón y su voluntad, como Eric Lidell, el corredor de la película de Carros de fuego, podrías “sentir su placer.” n
Dorothy Garrity Ranaghan y su esposo, el diácono Kevin Ranaghan, han estado involucrados en esfuerzos ecuménicos por casi cincuenta años. Dorothy es autora, charlista y miembro fundador de People of Praise, una comunidad ecuménica.
Los niños de una misma familia pueden mostrar personalida des bastante diferentes entre ellos. Uno podría ser extrovertido; otro podría ser más introvertido. Y todavía otro podría perci bir intuitivamente cuando las personas están sufriendo. Aunque son criados por los mismos padres, cada uno contribuye con diferentes dones y añade su propia riqueza a la familia.
San Pablo describe una dinámica similar dentro de la familia de Dios, el cuerpo de Cristo: “Un cuerpo no se compone de un solo miembro, sino de muchos. Si el pie dijera: ‘Como no soy mano, no soy del cuerpo’, no por eso dejaría de ser del cuerpo” (1 Corintios 12, 14-15). Cada miembro es parte del cuerpo de Cristo, no porque las partes sean idénticas entre sí, sino porque son escogidas y están unidas con Jesucristo a través de nuestro bautismo en común. Cada miembro es un templo del Espíritu Santo y un hijo amado de Dios; cada uno posee tesoros únicos para la familia de Dios. Reconocemos esta rica diversidad de dones dentro de la Iglesia y a través de generaciones, razas y culturas, e incluso de distintos ritos católicos. Pero Dios tiene más para nosotros. Podemos descubrir otra fuente, a menudo desaprovechada, de riqueza espiritual: Nuestros hermanos y her manas de otras tradiciones cristianas. Ellos también son partes del cuerpo de Cristo; ellos también pueden mejo rar nuestro caminar con el Señor. Así
como nosotros podemos bendecirlos a ellos por medio de nuestra fe y nuestras prácticas católicas, ellos también pueden bendecirnos con sus perspectivas, fortalezas y prácticas.
Esta es la razón por la cual el Papa San Juan Pablo II describió el diálogo ecuménico como un “intercambio de dones” (Et Unum Sint, 28). ¿Y qué mejor situación para descubrir e intercambiar nuestros dones que en una amistad cristiana? En nues tras relaciones personales, podemos encontrarnos con el propio Jesús en nuestros hermanos y hermanas y des cubrir las reservas de bendiciones que Dios desea para todos nosotros. Per mítenos presentarte a algunas parejas de amigos cuyas vidas fueron ben decidas por este don de la amistad ecuménica.
El poder de la oración de intercesión. Katia y Margarita se conocieron cuando Katia se mudó al vecindario. Pronto comenzaron a caminar juntas, empujando cocheci tos e intercambiando intenciones de
Por Susan Heuveroración. Katia, quien era luterana, compartió con Margarita su amor profundo por la Escritura y la invitó a estudiar el libro de Ester junto con ella. Margarita, que era católica, disfrutó del estudio bíblico y estaba impresionada de la forma en la que Katia aplicaba la Escritura a su vida diaria. Conforme su amistad se hacía más profunda, Margarita le contó a Katia sobre un distancia miento que estaba sucediendo entre dos de sus hijos mayores y le pidió que rezara por la unidad familiar.
Luego un día, Katia le contó a Margarita que ella y su esposo habían discernido que Dios los estaba invitando a convertirse en padres adoptivos. Ahora estaban considerando solicitar que les entregaran a una niña de diez meses. Los dos estaban entusiasmados pero comprensivamente preocupados de si su propia familia estaba realmente preparada. Margarita prometió rezar todos los días por Katia y le pidió a sus amigos de la parroquia que intercedieran por la situación de Katia. Algunos rezaron el Rosario; una amiga incluso rezó la novena de adopción a San José por Katia y su familia pidiendo sabiduría para que supieran qué hacer. Unas semanas después, estas mismas mujeres se reunieron junto con Katia y le entregaron artículos de bebé para este nuevo miembro de su familia.
Muchas veces, estas dos amigas oraron juntas, pidiendo gracia para
Katia y su hija adoptada así como por paz entre los hijos adolescentes de Margarita. Juntas se aferraron al pasaje de Ester sobre el buen plan de Dios para la vida de ambas: Que quizá había sido “para una ocasión semejante” que Dios les había dado la maternidad (Ester 4, 14, Biblia de Jerusalén). Dios las ayudaría, ¡y lo hizo! Katia y su esposo eventualmente adoptaron a su hija y los dos hijos de Margarita se reconciliaron. Por medio de su amistad ecuménica, habían experimentado los dones de la oración de intercesión y el consuelo y la sabiduría de la palabra de Dios.
La alegría de servir a los pobres. Esteban provenía de una familia de granjeros, sus padres eran católicos que trabajaban duro y compartían generosamente con las personas necesitadas. Ahora que estaba criando a sus propios hijos, quería compartir con ellos la belleza y la verdad de la enseñanza social católica. Sin embargo, a menudo, su apasionado relato no era escu chado. Servir con papá en el banco de alimentos no era algo que entu siasmara mucho a los niños.
Un día, la hija de Esteban habló sobre un proyecto de servicio que deseaba realizar junto con su amiga de la iglesia bautista del vecinda rio. Ahí Esteban conoció a Josué, el joven pastor. Los hombres conecta ron inmediatamente: Ahí estaban dos
muchachos granjeros que compartían el amor por Jesús, las máquinas pesa das y el servicio a los pobres. Siendo un hombre soltero, que se encontraba lejos de su hogar, Josué se convirtió en un amigo cercano de la familia. Su presencia regular a la hora de la cena ayudó a generar interés entre los hijos de Esteban mientras la familia con versaba sobre el llamado de Cristo a cuidar de las personas necesitadas. También le proporcionó a Esteban la oportunidad de compartir con sus hijos cómo su fe católica lo había impulsado a abogar por salarios justos para sus empleados y a llevar a uno de los trabajadores a una clínica dental para que recibiera un tratamiento de nervio gratis.
Muchas veces, estas dos amigas oraron juntas, pidiendo gracia para Katia y su hija adoptada así como por paz entre los hijos adolescentes de Margarita.
Uno por uno, cada uno de los hijos de Esteban viajaron a áreas pobres junto con Josué y su equipo. Juntos construyeron casas y sistemas de purificación de agua, dirigieron escuelas bíblicas durante las vacacio nes y trabajaron en orfanatos. Y lejos de la presión de su papá, se encontraron con Cristo en las personas a las que servían. Por su parte, Josué apoyaba a los niños a practicar su fe católica, acompañándolos a Misa cada domingo durante sus viajes de misión. Él era un testimonio para ellos mediante la oración que hacía temprano en la mañana y su incansa ble trabajo para proteger a las familias
necesitadas de las pandillas que trataban de robarse lo poco que tenían.
Esteban se alegraba con Josué mientras sus hijos aceptaban aque llo que él había tratado de enseñarles. “Gracias a tus viajes de misión bau tista”, le dijo Esteban a Josué, “mis hijos regresaron a casa inspirados a vivir su fe católica.” La hija de Este ban ahora trabaja para las Caridades Católicas, asistiendo a familias inmi grantes. Al mismo tiempo, Josué continúa siendo un amigo que com partió su don del trabajo misionero y recibió el don del amor de parte de una familia católica.
La ayuda del Espíritu Santo. Ana corrió por la tienda con su bebé en brazos, era su quinto hijo en diez años. En su prisa, botó sus compras y las manzanas rodaron por todos lados. Avergonzada, se esforzó por juntar las cuando una mujer se agachó para ayudarla. “Soy Lisa,” dijo. “Mis hijos están mayores ahora, pero recuerdo cómo eran las cosas cuando estaban pequeños. Sin el Espíritu Santo, ¡no hubiera salido adelante en aquellos años!” Cada una siguió su camino pero intercambiaron sus números de teléfono.
En las semanas siguientes, Ana recordó su conversación. Lisa había hablado del Espíritu Santo de una forma en que ella nunca lo había experimentado. Como católica, Ana sabía mucho sobre el Espíritu Santo, pero
nunca había pensado que el Espíritu la ayudara en las dificultades coti dianas de la maternidad. Intrigada, decidió llamar a Lisa.
Se encontraron para tomar café. Ana habló sobre sus luchas como madre y su curiosidad sobre el Espí ritu Santo. Sonriendo, Lisa le dijo: “Criar hijos a veces puede resultar difícil, pero el mismo Espíritu Santo que te bendice en la iglesia puede ayudarte también en tu vida familiar.” Lisa, que Ana había descubierto que era evangélica presbiteriana, incluso le ofreció orar con ella para pedir un mayor derramamiento del Espíritu Santo en su vida. Ana aceptó con alegría y así comenzó una inesperada amistad.
Con el apoyo de Lisa, Ana comenzó a rezarle al Espíritu Santo de una forma nueva. Cuando los problemas surgían, ella rezaba: “Espíritu Santo, te pido que me llenes con tu paciencia.” Cuando la dificultad de ser padres amenazaba, rezaba: “Espíritu Santo, necesito tu sabiduría.” Y cuando tenía muchas tareas que hacer y poco tiempo, rezaba: “Espíritu Santo, te pido que me muestres qué es lo más importante.” Poco a poco, Ana aprendió a recibir paz del Espíritu, no solo en momentos “espirituales” sino en los eventos de la vida cotidiana. A través de su amiga pres biteriana, Ana descubrió el don del Espíritu Santo en la “vida cotidiana” y encontró más alegría en su vocación.
A través de la amistad ecuménica, ¡podemos saborear la bondad celestial ahora! Icono de San Pedro y San Pablo, apóstoles
Luego al esposo de Lisa, Roberto, le diagnosticaron un cáncer terminal. Conforme su enfermedad progresaba, Lisa agradeció la ayuda práctica de Ana, su intercesión en la Adoración eucarística y sus ofrecimientos para rezar con ella, especialmente en los momentos más difíciles. Ambas amigas oraron, rieron y lloraron juntas durante los tratamientos de Roberto y su eventual muerte. A través de todo esto, Ana comprendió que su amis tad había cerrado el círculo completo: El ánimo y la compasión del Espí ritu Santo que Lisa le había dado a ella años antes ahora había fluido de vuelta a Lisa en su mayor prueba.
En la tierra como en el cielo. Un día nos presentaremos delante de Dios en el cielo, donde todo pecado será erradicado y todas las diferencias
serán resueltas. La oración de Jesús por la unidad “que todos ellos estén unidos”, finalmente será contestada (Juan 17, 21). Ahí nos encontraremos con creyentes de toda nación, raza, tribu y lengua para alabar a nuestro Dios que nos ha salvado a todos por medio de su muerte y resurrección. Ahí, compartiremos plenamente los dones que cada hermano y hermana ofrece al cuerpo de Cristo. Pero, ¿por qué esperar hasta llegar al cielo para disfrutarlos? A través de la amistad ecuménica, ¡podemos saborear esa bondad ahora! n
*Los relatos fueron adaptados para hacerlos más cortos; se utilizaron seu dónimos para guardar el anonimato.
Gregorio y Daniela inician cada Adviento sacando el pesebre de juguete para sus tres hijos pequeños. A los niños les encanta usar las figuras para recrear la historia de la Navidad. A menudo se escuchan pequeñas voces que dicen: “No tengas miedo, María, vas a tener un bebé” o “José, trae el burro, vayamos a Belén.”
Los niños juegan tan inocentemente, pero como todos sabemos, esta no es simplemente una historia de niños. La encarnación de Jesús es el punto de inflexión en la historia de nuestra salvación. Y sorprendentemente, dependió del sí de un matrimonio judío ordinario y de su voluntad para escuchar y creer en los mensajes inesperados e inquietantes de Dios. Esa es la razón por la cual las primeras palabras de Dios para esta pareja fueron: “No tengas miedo”, las mismas primeras pala bras que le había dicho a Zacarías (Lucas 1, 13. 30; Mateo 1, 20).
La de José y María es una complicada historia de pobreza y provisión, confusión y claridad. Ellos fueron respondiendo con confianza conforme Dios lentamente les iba dando claridad, paso a paso. Misericordiosamente, él dejó oculta la mayor parte del futuro de su hijo. Pero a través de todo, prometió permanecer con ellos, aun cuando tenían miedo y se sentían confundidos. Esta es la forma misteriosa en que Dios actúa con los seres humanos como nosotros. En este
artículo, veremos cómo Dios ayudó a María y a José a vencer sus miedos y a confiar en su plan. Luego veremos lo que Dios desea que aprendamos de ellos.
Llena de gracia. María era una mujer joven —muy probablemente una adolescente— cuando el ángel Gabriel se le apareció. A diferencia de Zacarías e Isabel, María no provenía de una tribu sacerdotal levítica. Sin embargo el ángel la llamó “llena de gracia” y proclamó que el Señor estaba con ella (Lucas 1, 28). En un mensaje inquietante que se asemeja al de Zacarías, Gabriel tranquilizó a María, la animó a no tener miedo y le explicó el plan de Dios para el nacimiento de su hijo. Pero Gabriel tenía noticias todavía más sorprendentes: El hijo de María, concebido por el Espíritu Santo, sería tanto Hijo de David como Hijo de Dios (1, 32-33. 35).
San Lucas nos dice que María “se sorprendió” (1, 29). Pero, ¿de qué tenía miedo? Al igual que Zacarías, ¡probablemente se sentía abrumada por el poderoso ángel del Señor! Pero
el saludo de Gabriel también la perturbó. Quizá María se preguntaba cómo era que ella merecía ser llamada favorecida de Dios y estar llena de su gracia. Como luego lo proclamó en el Magníficat, María se veía a sí misma como humilde (Lucas 1, 48).
Y el anuncio de Gabriel fue aún más desconcertante de lo que fue que un matrimonio sin hijos concibiera en su ancianidad. En el caso de María, la promesa de Dios de un nacimiento virginal era humanamente imposible y difícil de explicar. ¿Quién le iba a creer a ella? ¿Qué haría José? Su propia vida podía estar en peligro. Aun si José no la condenaba, ciertamente él no estaría feliz de descubrir que ella estaba embarazada de un hijo que no era de él. Había tantas preguntas sin respuesta, tantas razones para tener miedo. Aun María, sin pecado concebida, se inquietó y primero pre guntó: “¿Cómo podrá suceder esto?” (Lucas 1, 34). Como respuesta, Gabriel prometió: “Para Dios no hay nada imposible” (Lucas 1, 37). Dios respondió a sus temores, no con una explicación detallada, sino con la seguridad de su fidelidad. María encontró fuerza en el Señor mismo, Emanuel, que per manecería con ella, para confiar en el plan de Dios y obedecer. Después de comprender que Dios era capaz de concebir a su Hijo en el vientre de ella, María respondió con fe y con fianza al ofrecerse libremente al Señor.
“Que Dios haga conmigo como me has dicho”, le dijo a Gabriel (1, 38). Y de esta forma el humilde sí de una adolescente trajo la salvación al mundo.
Vencer nuestro miedo con confianza. Es fácil leer estos pasajes de la Escri tura y pensar: Debe haber sido tan sencillo para María; ella nunca dudó del Señor. Después de todo, María no tenía pecado, así que no luchó con tra el miedo o contra no querer hacer la voluntad de Dios. Es cierto que María fue concebida sin pecado, ¡pero seguía siendo humana! Aún tenía una comprensión incompleta de la promesa que Dios le había hecho y cómo él la cumpliría. Así que, naturalmente, se preocupó por este cambio en los planes y se asustó por su futuro. En su huma nidad, María necesitaba aprender a confiar tal como sucede con nosotros.
Como María, tú podrías estar enfrentando un cambio en tus pla nes; podrías temer que el resultado no sea bueno o que tú no tengas la capa cidad para soportarlo. Y al igual que ella, también podrías preguntarte si eres digno de la gracia de Dios. Pero el Señor atenderá tus temores, tal como lo hizo con María.
Cuando te enfrentes al temor a los planes que él tenga para tu futuro, te recordará que “para Dios no hay nada imposible” (Lucas 1, 37). Cuando te sientas indigno, él te recordará que te ha “escogido”, no por tus “propias
obras de justicia sino por su miseri cordia” (Tito 3, 5 NVI). Y en medio de tu incertidumbre sobre lo que te ha llamado a hacer, él proclamará su fidelidad: Que estará contigo “todos los días, hasta el fin del mundo” (Mateo 28, 20).
Al igual que María, todo esto no nos sucederá de una sola vez. El Espíritu Santo le ayudó a comprender cada día más conforme ella iba confiando y meditando en el mensaje del ángel. Necesitarás tiempo para buscar al Señor e intentar comprender lo que él te está diciendo. Pero cada día, mientras meditas en la palabra de Dios y pones tu fe en él, el Espíritu te instruirá y te ayudará a alejarte más del miedo y acercarte a la confianza. Y al igual que María, tu confianza dará fruto haciendo que Jesús sea cada vez más visible en tu vida y, a través tuyo, a otras personas. Y todo puede comenzar ahora, en Adviento, mientras escuchas su suave voz que te dice: “No tengas miedo”.
Un hombre justo en una posición difícil. El ángel Gabriel tenía una misión más: Necesitaba ganarse a José. Mateo nos dice que José era un hombre justo que enfrentó el
El ángel Gabriel tenía una misión más: Necesitaba ganarse a José.
embarazo no planeado de María tratando de protegerla (1, 19). Temeroso sobre el cambio inesperado de planes, quizá razonó que divorciarse de ella la protegería de la vergüenza o el daño. Quizá temía que Dios no protegería a su familia, así que necesitaba hacerlo él mismo. O tal vez José dudaba de que tuviera lo que se necesitaba para criar a un hijo que no era suyo. No sabemos qué pasaba por la mente de José, pero Dios sí porque en el sueño de José las primeras palabras del ángel se refirieron al miedo: “José, descendiente de David, no tengas miedo de tomar a María por esposa” (Mateo 1, 20). Dios ofreció palabras de consuelo y calma al corazón de José. Aunque la explicación no pare cía lógica en ese momento, de alguna manera escuchar que el hijo de María había sido concebido por el Espíritu Santo y que salvaría al pueblo de Dios fue suficiente para él. La medida de fe que José tenía le ayudaba siempre a confiar en Dios.
En obediencia a lo que le había dicho el ángel, José recibió a María y a su hijo no nacido en su hogar (Mateo
1, 24). Este fue el primero de muchos actos de obediencia que José realiza ría para cuidar a María y a Jesús. Más adelante, escucharía y obedecería el llamado del Señor a protegerlos de Herodes huyendo a Egipto (2, 13-15). Y cuando Herodes ya no era una ame naza, José obedeció al Señor y regresó a Nazaret (2, 19-23). De esa forma José, un ser humano ordinario como nosotros, abrió las puertas al Mesías. A través de la obediencia de José, Dios entró en nuestro mundo como Ema nuel, Dios con nosotros.
Confiar cuando el plan de Dios parece distinto. Al igual que José y María, a menudo nos encontramos en cir cunstancias confusas que pensamos que de ninguna manera podrían ser el plan de Dios. Incluso podríamos estar enfrentando esa situación en este preciso momento. Quizá alguien que amamos se está enfrentando a un embarazo inesperado o a un diagnós tico médico grave. Tal vez estemos tratando de reconstruir nuestra vida después de perder a un ser querido. En momentos como estos, podríamos preguntarnos: ¿Dónde está Dios en este momento? ¿Cómo puede ser este su plan para mí?
Estas preguntas son muy normales y son las que Dios desea que le haga mos. El Señor no está decepcionado de ti por dudar o tener preguntas. Tampoco está enojado por ellas y no te descalifica para servirlo. Tu Padre
celestial puede usar incluso las dificultades en tu vida para acercarte más a él. No temas presentarle tus temores. Probablemente no experimentarás una visita angelical, pero Dios aún sigue transmitiendo el mismo men saje que le dio a María y a José: No tengas miedo, yo estoy contigo.
También podrías tener miedo por que Dios te está pidiendo que des un nuevo paso para seguirlo. Podría ser una invitación a dejar un pecado en particular buscando su gracia en la Confesión. El Espíritu podría estar impulsándote a reconciliarte con un familiar de quien te has alejado. O quizá Dios te está invitado a atender una necesidad en particular, como involucrarte en un ministerio de la parroquia o apoyar a mujeres emba razadas o a los niños abandonados. Si sientes que Dios te está pidiendo algo como lo hizo con José y María, entonces pídele la gracia para obedecerlo, aun cuando sientas temor.
A María y a José no les sucedió de la noche a la mañana, como tam poco sucederá con nosotros. Pero cada día durante el Adviento, podemos recordarnos: Dios está conmigo hoy. Tengo un Padre en el cielo que nunca me abandonará. Todos los días podemos volvernos al Señor y decir: Yo creo Señor, ayúdame en mi incredu lidad. Y todos los días, Dios puede decirnos estas palabras nuevamente: No tengas miedo, yo estoy contigo. n
27de noviembre, domingo
Mateo 24, 37-44
También ustedes estén preparados. (Mateo 24, 44)
¡Por fin hemos encendido la primera vela de Adviento! Navidad es en menos de cuatro semanas, así que necesitamos prepararnos. Si queremos dar regalos, enviar tarjetas o tener invitados para la cena, este es el momento de comenzar a planear.
Jesús dice algo parecido en la lectura del Evangelio de hoy, pero con un enfoque distinto: “¡Estén preparados; ustedes no saben cuándo voy a regresar!”
¿Cómo podemos entonces preparar nos para la venida de Jesús, tanto en Navidad como en su Segunda Venida?
Así como les das regalos de Navidad a tus amigos y familiares, piensa en un regalo que podrías darle al niño Jesús. A continuación encontrarás algunas opciones.
—Aparta una hora cada semana para sentarte delante de Jesús en el Santí simo Sacramento. En la tranquilidad de su presencia, alábalo y agradécele por hacerse hombre y salvarte del pecado y de la muerte.
—Sirve a los necesitados, ya sea que te ofrezcas como voluntario en una cocina para indigentes, compres regalos para una familia que está teniendo difi cultades financieras o ayudes a decorar la casa de un familiar o de un vecino anciano.
—Medita cómo te has apartado de Dios. Luego asiste a la Confesión y recibe su perdón y la gracia para seguirlo más de cerca.
—¿Debes perdonar a alguien? Pídele a Jesús que te ayude a perdonar a esa persona y luego reconcíliate con ella si es posible.
Mientras decides lo que le darás a Jesús, recuerda: Él también desea hacer algo por ti.
—Si te presentas ante él en adoración, él quiere darte su paz.
—Si te acercas a los necesitados, él quiere encontrarte en sus amados pobres.
—Si vas a confesarte, él quiere ofrecerte su misericordia.
—Cuando perdonas a otra persona, él quiere ayudarte a sanar las relacio nes que están dañadas.
En este tiempo de Adviento permite que Jesús te dé el regalo de tener un corazón preparado y dispuesto.
“Señor, anhelo tu venida. ¡Te pido que me ayudes a estar preparado!”
³ Isaías 2, 1-5
Salmo 122 (121) 1-2. 4-5. 6-7. 8-9 Romanos 13, 11-14
2-6
A los restantes en Jerusalén… los llamaré santos. (Isaías 2, 4)
En la primera lectura de hoy, el profeta Isaías ilustra una hermosa imagen. El pueblo de Jerusalén, cuyos pecados le habían oscurecido el alma, sería purificado de nuevo. Sus ofensas serían removidas y Dios sería para ellos como una “tienda contra el calor del día” y “abrigo y resguardo contra el temporal y la lluvia” (Isaías 4, 6).
Pero por hermosa que resulte esta imagen, también hay un sentido de seriedad y aprensión. El pueblo solamente alcanzaría esa santidad y consuelo conforme el Señor los hubiera “limpiado… con viento justiciero y abrasador” (Isaías 4, 4).
Sin embargo, esa segunda ima gen ya no parece tan atractiva, ¿no es cierto? ¿A quién realmente le gustaría ser abrasado por el juicio de Dios? ¿No desearías que Dios simplemente moviera una varita mágica, desapa reciera tus pecados e hiciera como si nunca nada hubiera pasado?
Pero la realidad es que es mucho mejor para nosotros ser purificados que simplemente ser perdonados por arte de magia. ¿Por qué? Porque con la purificación de nuestra alma viene la transformación que el simple perdón nunca puede ofrecer. Al examinar
bien y con detenimiento nuestra cons ciencia obtenemos una imagen más clara de cómo hemos ofendido al Señor. Podemos ver la forma en que nues tros pensamientos y nuestras acciones nos han distanciado de Jesús y cómo le han hecho daño a la gente que nos rodea. Y al ver esto, se nos conmueve el corazón y surge en nosotros el deseo de cambiar. Deseamos que el Señor no solo se olvide de nuestros pecados sino que nos convierta en una nueva creación. Queremos un corazón nuevo para no ofenderlo más ni hacer daño a las demás personas. Para decirlo de manera sencilla, queremos ser purifi cados porque sabemos que esta es la única forma de ser libres.
Durante este tiempo de Adviento, dedica un tiempo a examinar cuida dosamente tu vida. Cuando hayas examinado tu consciencia, presenta lo que has aprendido sobre ti mismo delante del Señor en el Sacramento de la Reconciliación. Permite que él te purifique y te haga nuevo. Entonces, ¡sabrás lo que es tener a Jesús como tu consuelo y tu escudo!
“Señor, te pido que me liberes del pecado para que yo pueda vivir en la paz que viene de ti.”
³ Salmo 122 (121), 1-2. 3-4a. 4b-5. 6-7. 8-9 Mateo 8, 5-11
noviembre,
En aquel día, brotará un renuevo del tronco de Jesé. (Isaías 11, 1)
Una buena lluvia puede producir un milagro en cualquier desierto. Las semillas enterradas en la tierra seca pueden esperar por meses, incluso años. De repente, en las condiciones apropiadas, brotan, y el suelo desér tico estalla con color y vida.
De cierto modo, el pueblo de Israel que esperaba al Mesías era como un desierto esperando a florecer. Durante muchos años, la nación había soportado el exilio y la opresión, con solo algunos destellos de esperanza. La dinastía del rey David que una vez fue vibrante se encontraba inactiva, y el pueblo era constantemente tentado a seguir los caminos de los pueblos paganos que los rodeaban. Pero Dios le había hablado a este desierto y le había prometido un “renuevo del tronco de Jesé” que establecería un reino de justicia.
Unos siglos más tarde, ¡sucedió! Jesús nació en el linaje de David, y entró en el reino con un impresionante despliegue de poder y gracia. Pero hay un giro en la historia. El ministerio de Jesús produjo una clase distinta de “florecimiento” a la que muchos estaban esperando. El Señor había venido para rescatar a su pueblo del pecado, no del imperialismo romano. Y su gran
victoria fue obtenida en la cruz, no a la cabeza de un ejército liberador. Aun así, para aquellos que creyeron en él, el desierto cobró vida con todos los colores vibrantes de la gracia, la misericordia y la alegría.
¿Has atravesado un desierto en algún momento? Los desiertos pro vocan desorientación y podrías tener más preguntas que respuestas mientras enfrentas situaciones como una enfermedad, el dolor, una crisis económica o simplemente las demandas de la vida cotidiana. Cansado y abatido, podrías preguntarte incluso si Dios te ha dado la espalda.
Pero Dios desea que sepas que a pesar de lo que estés viviendo, él está contigo, él no se ha olvidado de ti. El Señor está caminando contigo a través de este desierto, él siempre te amará y siempre será fiel.
La belleza árida del desierto puede impulsarte a rezar y a abrir tu corazón para recibir la “lluvia” de la gracia de Dios. Mientras tus oraciones son contestadas, piensa en las formas en que la gracia de Dios está lista para florecer a tu alrededor.
“Señor, te pido que me ayudes a ver tu gracia en el desierto.”
³ Salmo 72 (71), 2. 7-8. 12-13. 17 Lucas 10, 21-24
30de noviembre, miércoles
San Andrés Mateo 4, 18-22 Dejando enseguida la barca… lo siguieron. (Mateo 4, 20)
¿Puedes imaginar a un ejecutivo que deja su trabajo y buen salario para ofrecerse como voluntario en una orga nización sin fines de lucro después de conocer a su joven líder? En realidad, normalmente, las personas necesitan tiempo para conocerse entre sí y para edificar la confianza mutua. Entonces cuando leemos que San Andrés —cuya fiesta celebramos hoy— dejó todo instantáneamente para seguir a Jesús después de unas pocas palabras, podríamos pensar que fue una decisión apresurada. Pero ese no es el cuadro completo.
Recuerda, Andrés había conocido antes a Jesús. El Evangelio de San Juan nos narra que Juan el Bautista ya se lo había presentado a Jesús, el “Cor dero de Dios” (Juan 1, 35-40). Así que cuando dejó su trabajo como pesca dor, Andrés no estaba tomando una decisión impulsiva, radical sí. Pero su decisión de seguir al Señor nació de las formas en que ya se había encontrado antes con él.
Todos los encuentros después de eso solamente fortalecieron el celo de Andrés de seguir a Jesús. Piensa en las predicaciones que escuchó y en todos
los milagros que presenció. Piensa en el privilegio de ver al Señor resucitado o en cómo recibió el Espíritu Santo. Cada revelación profundizó más la fe de Andrés que eventualmente decidió dejar su país para ir a predicar a Asia Menor y Grecia, donde realizó el sacrificio final del martirio.
Lo mismo sucede con nosotros: Cada encuentro con Jesús puede profundizar nuestra fe un poco más y la forma en que lo experimentamos, alentándonos si nos desanimamos o nos sentimos indiferentes. Quizá nos ayuda a dejar la falta de perdón o la impaciencia. Tal vez lo experimen taremos dándonos fuerza frente a la tentación. Cada bendición nos ayu dará a seguirlo mejor.
Todo comienza con un encuen tro, así como sucedió con Andrés. Así que recuerda, no es simplemente otro “tiempo de oración.” Cada vez que lo llamas, cada vez que vas a Misa o a la Adoración o abres tu Biblia, Jesús está ahí, esperando. Cuanto más abres tu corazón a su amor, más te transfor mará él. Así que aparta tiempo para encontrarte hoy con el Señor. ¡Escu cha, él te llama por tu nombre!
“Señor Jesús, te pido que abras mi corazón para escuchar tu llamado, hoy y todos los días.”
³ Romanos 10, 9-18 Salmo 19 (18), 2-3. 4-5
1de diciembre, jueves Mateo 7, 21. 24-27
Vino la lluvia, bajaron las crecientes, se desataron los vientos… (Mateo 7, 25)
Las tormentas son inevitables, tanto en la naturaleza como en la vida. Jesús dice que para sobrevivir a ellas, nece sitamos construir nuestra vida sobre el cimiento firme de su palabra (Mateo 7, 25). Pero, ¿cómo hacemos eso, espe cialmente cuando estamos siendo sacudidos por la lluvia y el viento? En este tiempo de Adviento, José y María son un buen ejemplo de cómo enfrentar la tormenta y construir nuestra vida sobre la “roca” que es Cristo (7, 24).
María y José enfrentaron un emba razo no planeado, un incómodo viaje a Belén y una huida presurosa hacia Egipto. Los relatos en la Biblia no ofrecen muchos detalles, pero eso no significa que esas situaciones fueran sencillas de experimentar o que la confianza en Dios surgió fácilmente. María y José eran humanos como nosotros. Probablemente tuvieron una gran cantidad de preguntas, emociones y temores, tal como nos sucede a nosotros. Pero debido a que el Señor ya era su cimiento firme, escucharon su palabra, confiaron en que él sabía lo que era mejor para ellos e hicieron lo que él les pedía. Y por medio de su obediencia, Dios salvó al mundo.
Las tormentas de la vida pueden ser igual de atemorizantes. Pero el Señor siempre está con nosotros, y nos muestra cómo enfrentar cada situación. Al imitar a María y a José escuchando a Dios y obedeciendo su voz, pode mos confiar en que evitaremos que nuestra “casa” colapse (Mateo 7, 25). Además, nuestra fe en él será aún más fuerte cuando enfrentemos la próxima tormenta.
Hoy, dedica unos minutos adicionales a meditar en una de las tormentas que experimentó la Sagrada Familia y la forma en que reaccionaron a ella. Luego piensa en una “tormenta” que quizá estás enfrentando en este momento. ¿Cómo puedes confiar y obedecer a Dios como ellos lo hicieron? ¿Cómo puedes sostenerte más fuertemente en Cristo de lo que lo estás ahora?
Pidamos la gracia para responder a la turbulencia de nuestra vida de la misma forma en que lo hicieron María y José. Al igual que ellos, que poda mos ser hombres y mujeres sabios que edifican su vida en la “roca” inque brantable del Señor y de su palabra (Mateo 7, 24).
“Señor, ¡te pido que me ayudes a edificar mi vida en ti!”
³ Isaías 26, 1-6
Salmo 118 (117), 1. 8-9. 19-21. 25-27a.
2de diciembre, viernes Mateo 9, 27-31
¿Creen que puedo hacerlo? (Mateo 9, 28)
Si Jesús te hiciera esta pregunta, probablemente responderías como lo hicieron los dos hombres ciegos en el Evangelio de hoy: “Sí, Señor” (Mateo 9, 28). Sabemos que Jesús curó a muchas personas durante su ministerio público y que sigue curando a muchas perso nas hoy en día.
Pero si creemos que Jesús puede curar, ¿por qué entonces él no cura a todas las personas por las cuales reza mos? Al tocar los ojos de los dos ciegos, Jesús dijo: “Que se haga en ustedes conforme a su fe” (Mateo 9, 29). Podría mos pensar: Yo tengo fe, Señor, entonces, ¿por qué no curaste a la joven madre por la cual recé y que murió dejando a dos pequeños niños? ¿Por qué no sanas a mi esposo del cáncer o a mi hijo de la depresión?
Este es un misterio que posiblemente nunca podremos comprender en esta vida, y puede poner a prueba nuestra fe. Sabemos que Dios cuida profundamente de cada uno de nosotros; él ha contado cada cabello en nuestra cabeza (Mateo 10, 30). Sin embargo, también sabemos que no siempre él responde afirmativamente a cada petición que le hacemos.
Pero eso no significa que debamos dejar de rezar; más bien, debemos
imitar a estos dos hombres. Nunca deberíamos darnos por vencidos y dejar de pedir, aun cuando la situación parezca desesperada. Más bien, deberíamos decir: “Señor Jesús, ¡yo creo en que tú puedes hacer esto!”
Pero al rezar, también pídele a Dios que te conceda la gracia para entregarle la situación en sus manos. No siempre es sencillo ofrecer nuestras peticiones más apremiantes a Dios y luego esperar el resultado, pero cuanto más practicas, más crecerá tu confianza en él. Dios te dará la curación, quizá incluso una milagrosa. O la curación podría ser distinta a lo que esperabas, tal vez emocional o espiritual. Quizá no notes ningún cambio del todo. Pero, Jesús escucha tus oraciones; él siempre está a tu lado, amándote, consolándote y sosteniéndote. El Señor sacará algo bueno de tu sufrimiento, aun cuando no puedas verlo de inmediato, pues él es tu Redentor. Al morir en la cruz y resucitar de entre los muertos, él te liberó del pecado y la muerte. Y eso, al final, ¡es la mayor curación de todas!
“Señor, te pido que me ayudes a entregarte todas mis necesidades en tus amorosas manos.”
³ Isaías 29, 17-24
Salmo 27 (26), 1. 4. 13-14
3de diciembre, sábado Mateo 9, 35–10, 1. 5-8
Al ver las multitudes, se compadecía de ellas. (Mateo 9, 36)
Cuando Jesús vio las multitudes en los pueblos y las ciudades que visi taba, se conmovió. El Señor deseaba acercarse a todas aquellas personas con su poder sanador y su misericor dia. Como el Hijo de Dios, él tenía el poder de hacer una cantidad infinita de cosas grandes y maravillosas. Podía haber movido su mano sobre la multi tud y haberlos curado a todos de una sola vez. O quizá podría haber trans mitido su mensaje directamente a la mente y el corazón de cada persona. Sin embargo, el Señor no hizo nin guna de estas cosas. En su lugar, tomó una decisión que demostró no solo su humildad sino la gran confianza que tenía en sus discípulos.
Envió a doce hombres sencillos en su nombre. Estos hombres no estarían involucrados solamente en su minis terio de sanación y proclamación de la buena noticia, ¡eran fundamenta les para este ministerio! Jesús tomó a estos discípulos —del término griego que significa “estudiante”— y los hizo sus apóstoles, del término griego que significa “aquél que es enviado”.
Ciertamente Jesús estaba asumiendo un riesgo, ¿no es cierto? Después de todo, él sabía que los Doce podían fallarle. Entonces, ¿por qué lo hizo?
Evidentemente, él quería bendecir a la gente a través de sus discípulos. Pero también quería bendecir a los apóstoles cuando actuaran con fe y rezaran por la curación y la liberación de las personas. El Señor sabía que ellos tendrían que dejar de lado lo que les resultaba cómodo y también sabía que verían la maravillosa acción que Dios reali zaría cuando obedecieran el llamado que él les hacía.
Puedes sentirte animado recordando que Jesús te envía, así como envió a los apóstoles. El Señor aún busca a las personas que están “extenuadas y des amparadas” (Mateo 9, 36), y anhela acercarse a ellas. Jesús podría hacer algo grande, algo que podría transfor mar multitudes en un solo instante. Pero él te envía a ti. Te está pidiendo que vayas con su autoridad para llevar misericordia, sanación y perdón a todos aquellos que lo necesitan. Y él hará que tu fe sea mayor con cada paso que des. ¿Cómo podrías inspi rarte y responder hoy a ese llamado?
“Amado Jesús, deseo ser tu representante en el mundo. Te pido que actúes a través de mí para llevar tu compasión a todos los que me rodean.”
³ Isaías 30, 19-21. 23-26
Salmo 147 (146), 1-2. 3-4. 5-6
DICIEMBRE 4–10
4de diciembre, domingo Isaías 11, 1-10
Brotará un renuevo del tronco de Jesé. (Isaías 11, 1)
¿Alguna vez has visto un árbol de Jesé? Es una antigua tradición de Adviento que consiste en una ilus tración tallada, pintada o en vitral —incluso un árbol real— de las personas, profecías y eventos que condujeron al nacimiento del Mesías. Generalmente Jesús se encuentra en la punta. Muchos árboles de la época medieval también incluían una imagen del propio Jesé acostado en la base del árbol. Y eso es debido a que el diseño se origina en la primera lectura de hoy: Un renuevo que brota del “tronco” de Jesé.
Jesé era el padre del rey David y un ancestro de Jesús, así que las ramas del árbol tienen por objetivo mostrar la rica y variada herencia de Jesús. Nos recuerda lo fiel que Dios fue durante el “largo Adviento” en que su pueblo esperó por el Mesías. Cada persona y evento representado en el árbol ilus tra alguna parte del plan de Dios para salvar a su pueblo. Los profetas como
Jeremías e Isaías a menudo aparecen en él. Lo mismo sucede con David, Salomón y otros reyes, así como mujeres virtuosas tales como Rut, Ester y Susana.
El árbol de Jesé está diseñado de una forma en que muestra que el Mesías no vino a través del reinado político de Israel. Más bien, algo inesperado suce dió, como si de un árbol convertido en leña hubiera brotado un renuevo sano y nuevo.
Aun cuando no decores un árbol de Jesé en tu casa, las ideas que este conlleva pueden ayudarte a prepararte para la Navidad. Durante el Adviento, es tradicional repasar los relatos del Antiguo Testamento que prometen la llegada del Mesías y el plan de Dios para salvarnos. Es un compromiso que surgió desde el puro principio y se mantuvo por miles de años, hasta el día de Navidad. Es también un compromiso que llega hasta el presente.
El nacimiento de Jesús produjo algo nuevo y maravilloso y el árbol de Jesé lo ilustra: La salvación llega mucho más lejos de lo que jamás podríamos imaginarnos.
“Padre celestial, ¡gracias por la fidelidad a tus promesas!”
³ Salmo 72 (71), 1-2. 7-8. 12-13. 17 Romanos 15, 4-9 Mateo 3, 1-12
5de diciembre, lunes Isaías 35, 1-10
Fortalezcan las manos cansadas. (Isaías 35, 3)
Jerusalén se encontraba bajo la amenaza de una invasión extranjera; la moral nacional se encontraba en su punto más bajo; parecía como si Dios los hubiera abandonado. Pero Isaías les prometió que no siempre las cosas serían de esa manera. “¡Manténganse firmes en su fe”, exclamó. Vendrá un tiempo en “que se alegre el desierto”. Podrías sentir que estás en un desierto áspero y seco, pero “el páramo se con vertirá en estanque” (Isaías 35, 1. 7).
Todos sabemos lo que es experimentar una época de desierto en la oración. Es difícil motivarse a uno mismo. Sentimos como si estuviéramos hablando a una pared, no al Señor. No sentimos ningún consuelo o afirmación conforme tratamos de conectarnos con el Espí ritu Santo. Podemos preguntarnos qué está haciendo Dios o si del todo nos está escuchando. Estos son tiempos en que necesitamos aceptar el invaluable consejo de Isaías: “¡Ánimo!”
Los tiempos de desierto en la ora ción pueden volverse oportunidades ricas para que construyamos nuestro cimiento de fe. Y como cualquier cons tructor sabe, el cimiento debe ser sólido e inquebrantable; debe ser capaz de soportar cualquier problema. A pesar de ser incómodos, estos tiempos nos
dan la oportunidad de construir un cimiento así. Nos ayudan a edificar una vida de oración sobre las verdades sólidas de nuestra fe y no solamente sobre nuestras emociones, las cuales cambian constantemente. Nos exhortan a dedicar nuestro tiempo de oración a recordar los maravillosos atributos del Dios que nos ama, ya sea que lo sintamos o no.
Una buena estrategia para edificar tu cimiento de oración es meditar en el Credo que recitamos en la Misa. Recítalo lentamente y dile al Señor que crees en todo lo que estás diciendo. No te limites a buscar solamente el con suelo de Dios, busca su verdad. Cree que él sigue actuando, aun en formas ocultas. Mira la cruz y pon tu fe en la resurrección de Jesús, aun cuando no te sientas como una nueva creación en ese momento.
Y no te des por vencido, fortalece tus rodillas débiles, persevera y recuerda que Dios siempre recompensa a quie nes perseveran en mostrarle honor y confían en él.
“Señor, te pido que en los tiempos de desierto, tú me fortalezcas por medio de tu Espíritu.”
³ Salmo 85 (84), 9ab-10. 11-12. 13-14 Lucas 5, 17-26
6de diciembre, martes
Isaías 40, 1-11
Consuelen a mi pueblo. (Isaías 40, 1)
En el mundo antiguo, los paganos se volvían a sus dioses en busca de ayuda y soluciones para sus problemas. Pero esta relación era fundamental mente un contrato con los dioses, un intento desesperado de “comprar” la asistencia divina. Cuando las cosas salían bien, quería decir que los dioses estaban felices; si no, significaba que estaban enojados. Aun en los mejores tiempos, los paganos no podían decir jamás que sus dioses los amaran, solo que habían conseguido hacer un buen negocio, que probablemente no dura ría por mucho tiempo.
La primera lectura de hoy expresa un concepto de Dios completamente distinto. Debido a que Israel fue totalmente derrotado por Babilonia y su templo fue destruido, las palabras de Isaías no parecían tener sentido. Cualquier gentil podía ver la situación de Israel y concluir que su Dios o no tenía poder o no se preocupaba lo suficiente por ellos. Pero Israel creía lo contrario. En su momento más oscuro, escucharon a Dios decirles: “Consuelen a mi pueblo” (Isaías 40, 1). Dios no es como los dio ses paganos, él mantiene su alianza sin importar las circunstancias. El Señor promete llevar a su pueblo de regreso a su país.
Isaías no solo proclamó el final del exilio sino también la promesa de una esperanza aún más profunda. Sus palabras encontrarían su cumplimiento final en el nacimiento de Jesús: “Aquí llega el Señor, lleno de poder” (40, 10). Dios no solo ama a su pueblo, sino que en lugar de forzarlo a negociar con él, le promete mucho más de lo que ellos podrían pagarle de regreso. En Jesús, ellos recibirán su consuelo, sus palabras de misericordia y la salvación eterna.
Dios desea transmitirnos este mismo mensaje de amor, misericordia y con suelo a nosotros hoy. Por medio de Jesús, él se ha unido a nosotros en una alianza inquebrantable. Nosotros no necesitamos “comprar” su amor con buenas obras como hacían los paganos de antaño. Cuando las cosas no salen bien, no debemos temer que Dios nos haya abandonado de alguna manera, ¡no! En nuestro momento más oscuro, Dios nos mira con amor y nos dice: “Consuelen a mi hijo, a mi hija”. Jamás será necesario que nos ganemos el amor y la misericordia de Dios, porque él nunca nos abandonará.
“Señor Jesús, ¡gracias por tu promesa de consuelo y misericordia!”
³ Salmo 96 (95), 1-2. 3. 10ac. 11-12. 13 Mateo 18, 12-14
7de diciembre, miércoles Isaías 40, 25-31
Alcen los ojos a lo alto. (Isaías 40, 26)
¿Recuerdas el relato de Abraham cuando Dios le prometió que tendría descendencia? Una noche, Dios lo llevó fuera y le dijo: “Mira bien el cielo, y cuenta las estrellas, si es que puedes contarlas. Pues bien, así será el número de tus descendientes” (Génesis 15, 6).
En ese tiempo, Abraham y su esposa Sara, que ya eran ancianos, no tenían hijos. Pero Dios les prometió una descendencia numerosa, toda una nación que sería una bendición para el mundo.
En la primera lectura de hoy, vemos a los descendientes de Abraham viviendo en Babilonia con vergüenza y en el exilio. Efectivamente se habían vuelto numerosos, pero su pecado e infidelidad con el Señor los había convertido en un hazmerreír en lugar de una bendición.
En medio de su humillación, una voz profética surgió y los exhortó a seguir el ejemplo de Abraham, a levantar sus ojos hacia las estrellas y a creer en la promesa que Dios les hacía. Así como parecía imposible para Abraham convertirse en el padre de una gran multitud, así también parecía imposible para Dios llevarlos de regreso a su hogar. Pero eso fue exactamente lo que él hizo. Perdonó todos sus peca dos y los guio en un largo camino de regreso a Jerusalén. El Señor renovó
sus fuerzas para que pudieran “correr sin cansarse y caminar sin fatigarse” (Isaías 40, 31).
¿Estás cansado? ¿Hay áreas en tu vida que te hacen sentir temeroso o ansioso? O quizá hay algún pecado que no puedes dejar y que te está drenando la esperanza o la alegría. Cualquiera que sea el caso, sigue a tus antepasa dos en la fe y levanta tus ojos.
Es más, hazlo esta noche, sal y mira las estrellas. Ponte en los zapatos de Abraham cuando miró hacia el cielo. Únete a los exiliados en Babilonia cuando escucharon por primera vez las palabras de la lectura de hoy. Mientras lo haces, recuerda las promesas que el Padre te hace en Cristo.
Jesús ha prometido estar contigo, escucharte cuando lo llamas, secar cada lágrima de tus ojos y perdonar todos tus pecados. El Señor ha pro metido alimentarte con su Cuerpo y su Sangre para que puedas correr sin fatigarte. Y por sobre todo, él ha pro metido amarte siempre.
“Señor Jesús, mientras contemplo las estrellas, no puedo más que maravillarme por tu amor. Gracias porque tú siempre cumples tus promesas.”
³ Salmo 103 (102), 1-2. 3-4. 8. 10 Mateo 11, 28-30
8de diciembre, jueves La Inmaculada Concepción de la Virgen María
Lucas 1, 26-38
Yo soy la esclava del Señor; cúmplase en mí lo que me has dicho. (Lucas 1, 38).
La lectura del Evangelio de hoy resalta para nosotros lo crucial que era el sí de María para el plan de salvación de Dios. Nos muestra cómo María no era simplemente una participante dócil de este plan: Ella libremente se ofreció a Dios como su esclava, como una sirvienta de condición muy baja. Esta mujer única, que fue concebida sin pecado original, hizo más que simplemente aceptar que Jesús se formara en su vientre durante nueve meses. ¡Ella le permitió a Dios que cambiara el rumbo de su vida! Desde el momento en que aceptó, María ya no era solo la esposa de José, sino que se convirtió en la madre de todos los creyentes.
Al reflexionar en la apertura de María a su nuevo llamado, el Papa Francisco una vez dijo: “Inmediatamente después de acoger el anuncio del ángel”, María “fue a compartir el don de la fecundidad con la pariente Isabel” (Ángelus, 8 de diciembre de 2014). ¡María no perdió tiempo para vivir su nueva vocación!
El Santo Padre dijo que lo mismo es cierto para nosotros. Dios quiere hacer “de nosotros un don para los demás”, al igual que lo hizo con María.
Y, ¿cómo hacemos esto? Permitiendo que el Espíritu Santo “nos convierta en instrumentos de acogida, instrumentos de reconciliación e instrumentos de perdón.” En resumen, tratar a las personas que nos rodean con el mismo amor y la misma misericordia que Jesús nos ha mostrado.
Hoy puedes dedicar un tiempo a reflexionar en la vida de esta humilde muchacha de Nazaret. ¿Cómo pue des imitar su entrega? Especialmente durante este tiempo, cuando las ten siones entre los miembros de una familia pueden agudizarse, ¿cómo puedes actuar como un instrumento de reconciliación, acogimiento o sanación? Escuchar al otro, ofrecer una plegaria o estar preparado para perdonar: No se necesita mucho para ser un canal de la gracia de Dios. Eso es porque la gracia viene de Dios, no de ti. Tú simplemente estás ofreciendo el don que él libremente te ha dado.
“Amado Señor Jesús, ¡te pido que me hagas tu siervo! Ayúdame, te ruego, a ser como tu madre, María, un instrumento de tu gracia y presencia para las personas que me rodean.”
³ Génesis 3, 9-15. 20 Salmo 98 (97), 1. 2-3ab. 3bc-4 Efesios 1, 3-6. 11-12
9de diciembre, viernes Isaías 48, 17-19
Yo soy el Señor, tu Dios… el que te guía por el camino que debes seguir. (Isaías 48, 17)
El pueblo de Dios se encontraba en una situación terrible. Jerusalén — especialmente el templo que utilizaba el pueblo de Israel para encontrarse con Dios— estaba en ruinas y el pueblo vivía en el exilio. Claramente, no habían hecho lo que agradaba a Dios y el resultado había sido desastroso. ¿Cómo podrían encontrar el camino de vuelta?
Por supuesto que con la ayuda de Dios. Por medio de su profeta, Dios les prometió que él los guiaría por el camino por el cual debían ir y que los restauraría, los curaría y los llevaría de vuelta a su presencia.
De la misma forma en que lo hicie ron los israelitas, pidámosle a Dios que venga a nuestro lado, nos tome de la mano y nos muestre el camino:
“Señor, te pido que me guíes por el camino que debo seguir. A menudo me siento como los israelitas, perdido y lejos de ti. Pero cuando voy por el camino equivocado, tú eres el que me toma de la mano y me aleja del pecado. Tú no te limitas simplemente a seña larme la dirección correcta, tú habitas en mi corazón y me concedes la gracia para vencer cualquier tentación. Así como prometiste guiar a los israelitas
de vuelta del exilio, te pido que me ayudes a ver y seguir el camino que conduce hacia ti.
“
Señor, te pido que me ayudes a escu char tus mandamientos. Estoy tratando de “escuchar” con mi corazón. Te pido que me ayudes a escuchar lo que estás diciéndome hoy. Ayúdame, Señor, a estar quieto, a hacer un lado las distrac ciones para contemplar el milagro de tu venida a morar entre nosotros. En eso consiste mi viaje en este Adviento. Como lo prometiste a los israelitas, tú me bendecirás mientras yo te escucho y te sigo.
“Señor, te pido que me concedas esa “paz como un río” que prometiste. Permite que las riquezas de tu misericordia purifiquen mi corazón todos los días. Te suplico que me ayudes a confiar en que tú me has restaurado y que mi nombre nunca será borrado de tu presencia. Como hiciste con los israe litas, te pido que me des la confianza de que al escucharte y seguirte, reci biré las bendiciones de tu amor que actúan en mi corazón.”
“Señor Jesús, tú eres mi Redentor. Te doy gracias por todas las formas en que me muestras tu misericordia.”
³ Salmo 1, 1-2. 3-4. 6
Mateo 11, 16-19
10de diciembre, sábado Mateo 17, 10-13
Los discípulos le preguntaron a Jesús… (Mateo 17, 10)
El relato del Evangelio de hoy sucede inmediatamente después de la Transfi guración. Pedro, Santiago y Juan habían subido al monte para estar a solas con Jesús. Al dejar de lado los eventos que habían estado sucediendo a su alrededor en los días anteriores, pudieron ser testigos de cómo el Señor Jesús aparecía envuelto en la gloria celestial y acompañado por Moisés y Elías, que representaban a la ley y los profetas. Esta revelación les ayudó a estos dis cípulos a dar forma a su percepción de quién era Jesús en realidad y por qué había venido al mundo. Como resultado de esta experiencia, bajaron del monte mejor preparados para hacer con él, y con el resto de los discípulos, el camino hacia Jerusalén y hacia la cruz. Algo similar le sucedió a una mujer que perdió la vista en su ojo derecho. Ella estaba preocupada por cómo iba a hacer para cuidar de su familia y seguir trabajando. Después de una desalentadora visita a su médico, regresó a la casa a rezar. Pero al entregar al Señor sus temores y pensamientos, su corazón se inundó de cánticos y versículos bíblicos sobre la majestad y la santidad de Dios. En ese momento, ella sintió como si Jesús estuviera ahí a su lado, envuelto en toda su gloria y majestad.
Las preocupaciones sobre su ojo ya no la abrumaban más y así pudo confiar en que Jesús estaría con ella sin importar lo que deparara el futuro.
Cada día, Jesús te invita a “subir al monte” con él en oración. El Señor sabe que, al igual que sucedió con Pedro, Santiago y Juan, tu corazón puede cam biar mientras pasas tiempo con él. Tus ojos pueden abrirse para verlo más claramente, tus cargas pueden aligerarse y tu deseo de seguirlo puede fortalecerse.
Hoy, al rezar, imagina que subes al monte con esos discípulos y junto con Jesús. Cada paso que das aleja más de ti tus preocupaciones y aumenta tu confianza en el Señor. Al subir a ese monte al que el Señor te está invitando, pídele a Jesús que te muestre su gloria. Dile lo agradecido que estás con él. Imagínatelo sentado en su trono celestial e imagina también a los ánge les entonando himnos de alabanza a Dios, ¡quizá alguno de tus himnos preferidos! Mientras fijas tu atención en Jesús, poco a poco él irá cambiando la forma en que ves las cosas y eso puede hacer una gran diferencia en tu vida.
“Señor Jesús, ¡gracias por mostrarme hoy un poco de tu gloria!”
³ Eclesiástico 48, 1-4. 9-11 Salmo 80 (79), 2-ac. 3b. 15-16. 18-19
11de diciembre, domingo Mateo 11, 2-11
¿Eres tú el que ha de venir o tenemos que esperar a otro? (Mateo 11, 3)
Esta es una pregunta extraña, espe cialmente viniendo de Juan el Bautista. Juan no solo era primo de Jesús, sino que lo había bautizado y había visto al Espíritu descender sobre él. Pero ahora que estaba en prisión y espe rando la ejecución, Juan parecía dudar. ¿Necesitaba asegurarse de que no había trabajado en vano? ¿O había escuchado planes para matar a Jesús y no podía concebir que el Mesías de Dios tuviera que sufrir la muerte? Simplemente no lo sabemos.
Pero probablemente Juan no dudaba en lo absoluto, quizá todo era parte del plan. ¿Qué tal si Juan estaba haciendo exactamente lo que siempre había hecho: Ayudar a que las personas reco nocieran al Mesías? Tal vez la pregunta no era para él, sino para sus discípu los, para ayudarlos a creer en Jesús.
A Juan no le quedaba mucho tiempo, preocupado por sus seguidores, no quería que se perdieran una vez que
él muriera. Su misión siempre había sido guiar a las personas hacia Jesús y estaba decidido a ser fiel a esa misión hasta el final. Así que tiene sentido que antes de morir, Juan quisiera que sus discípulos supieran por sí mismos que Jesús era el Mesías. Él sabía que conocer a Jesús los convencería más que sus palabras.
La pregunta de Juan también resuena en nuestro corazón. ¿Es Jesús realmente quien dice ser? ¿Podemos encontrar alegría en él sin importar las circuns tancias? Desde luego, ya tenemos fe en Jesús, pero, ¿no necesitamos más? Por eso Juan nos envía a Jesús, junto con sus discípulos, para que podamos escucharlo y verlo.
Hoy es el domingo de Gaudete, un día para alegrarse de que el Mesías está cerca. Así que cuando veas a Jesús en la cruz en la iglesia, cuando lo escuches en la Palabra y lo recibas en la Comu nión, puedes hacer eco de la pregunta de Juan: “¿Eres tú el que mi corazón está buscando?” Trata de aquietar tu corazón y escuchar su respuesta. Per mite que él te convenza de su amor y luego alégrate con él.
“Señor, yo creo que tú eres el Hijo de Dios.”
³ Isaías 35, 1-6. 10
Salmo 146 (145), 7. 8-9a. 9bc-10 Santiago 5, 7-10
12de diciembre, lunes Nuestra Señora de Guadalupe
Lucas 1, 26-38 Cúmplase en mí lo que me has dicho. (Lucas 1, 38)
Si reflexionamos en la lectura del Evangelio de hoy, podríamos encon trar increíbles similitudes entre la respuesta de María al ángel y la respuesta de San Juan Diego a su visión de la Virgen en el monte Tepeyac.
Cuando el arcángel Gabriel se le apareció a María y le dijo que daría a luz al Mesías, ella “se preocupó mucho” (Lucas 1, 29). A pesar de su fe, esto probablemente no era algo que María anticipó. Compren siblemente, quedó perpleja e hizo preguntas al ángel. Pero una vez que él le transmitió tranquilidad, ella aceptó el plan que Dios tenía para su vida.
Cuando María se le apareció a Juan Diego en un monte cerca de la que actualmente es la Ciudad de México en diciembre de 1531, él quedó mara villado y temeroso. De nuevo, a pesar de la profunda fe de este hombre, pro bablemente él no anticipó que nada como esto pudiera suceder. Pero así como el ángel Gabriel hizo con María, Nuestra Señora le transmitió tranquilidad. “¿No estoy yo aquí, que soy tu madre?” le dijo en el propio idioma de Juan Diego.
Y al igual que María, Juan Diego aceptó: Fue ante el obispo para pedirle que se construyera una capilla en el propio lugar donde ella se había aparecido. Cuando el obispo pidió una señal, aparecieron rosas en pleno invierno en el propio monte. Juan Diego las recolectó en su tilma para mostrárselas al obispo y cuando la abrió, las rosas cayeron al suelo mostrando una imagen milagrosa de María en el manto.
¿Cómo reaccionarías tú si Dios te sorprendiera pidiéndote que hagas algo que parece que va más allá de tus capacidades? Podrías sentirte tentado a ver solamente los obstáculos y no la gracia que Dios promete. Posiblemente necesites hacer preguntas y obtener algo de seguridad. Sin embargo, al final, todo se reducirá a una decisión. ¿Dirás que sí a pesar de tus dudas?
Cuando María dijo sí, Jesús vino al mundo y nos salvó del pecado y de la muerte. Cuando Juan Diego dijo sí, millones de aztecas se convirtieron al cristianismo. Tú nunca sabes lo que puede pasar por medio de tu propio sí, pero puedes contar con esto: ¡Dios no te lo pediría si no tuviera algo grande en mente!
“Nuestra Señora de Guadalupe, ¡ruega por nosotros!”
³ Zacarías 2, 14-17 (Salmo) Judit 13, 18bcde. 19
13de diciembre, martes Mateo 21, 28-32
Ustedes, ni siquiera después de haber visto, se han arrepentido ni han creído en él. (Mateo 21, 32)
Podríamos resumir la parábola de Jesús así: El arrepentimiento requiere de un cambio de mente y corazón. Eso es lo que pasó con el primer hijo, que rechazó la petición de su padre de ir a trabajar al viñedo, pero luego lo reconsideró y fue. Al igual que el hijo en este relato, los “publicanos y las prostitutas” habían escuchado las palabras de Juan sobre la justicia, se alejaron del pecado y pusieron su fe en Dios (Mateo 21, 32).
¿Por qué, entonces, fue tan difícil para los fariseos y los escribas cambiar su manera de pensar y creer en el mensaje de Juan y luego en el de Jesús? A todos nos resulta difícil adoptar nue vas perspectivas. Es mucho más fácil y cómodo mantenernos sobre el suelo firme de nuestras actuales creencias que arriesgarnos a la incertidumbre y el cambio. Pero a menos que estemos dispuestos a ser instruidos, Dios no podrá ayudarnos a pensar más como él. Abrir el corazón a una nueva perspectiva también requiere humildad. Un cambio de mente nos fuerza a confrontar nuestra debilidad y nuestras falsas presunciones. Por muy doloroso que esto sea, no debe sorprendernos.
Nuestro juicio humano puede nublarse fácilmente por los fugaces valores del mundo, las falsas acusaciones del diablo y nuestras experiencias pasadas de pecado. Toda clase de influencias pueden descarrilar nuestra forma de pensar hasta que “dejemos de dar en el blanco”.
Entonces, ¿sería mejor que escuche mos a Dios y le permitamos transformar nuestra forma de pensar? Primero, podemos pedirle humildemente al Señor en oración que nos muestre de qué manera necesitamos cambiar nuestra perspectiva. Eso puede conducir al arrepentimiento o simplemente a una forma distinta de ver a otra persona, una relación o una situación.
Segundo, podemos recordar la promesa del Señor: “Mis ideas no son como las de ustedes, y mi manera de actuar no es como la suya” (Isaías 55, 8). Cuanto más comprendamos esta ver dad, más abiertos estaremos a descubrir la forma de pensar de Dios. Ese descu brimiento puede convencernos de que necesitamos un cambio de corazón y de mente y de que Dios nos ayudará a hacer ese cambio.
“Señor, te pido que me ayudes a dejar de lado las formas de pensar que no te agradan.”
³ Sofonías 3, 1-2. 9-13 Salmo 34 (33), 2-3. 6-7, 17-18. 19.
14de diciembre, miércoles Isaías 45, 6-8. 18. 21-25
Dejen, cielos caer su rocío y que las nubes lluevan al justo. (Isaías 45, 8)
Cuando el pueblo de Israel regresó a casa después de su exilio en Babilonia, muchos de ellos cargaron con las heridas de su cautiverio. Sí, la jus ticia finalmente había llegado —tal como lo describe la lectura de hoy— pero muchos seguían sin comprender el hecho de que Dios todavía quería actuar en la vida de cada uno. Como cualquier persona que supera una situación traumática, luchaban con sus recuerdos dolorosos, sentimientos de culpa o de indignidad y con el temor al futuro.
Y por eso el profeta, viendo lo desa nimados que se encontraban, exclamó: “Que la tierra se abra y haga germinar al salvador” (Isaías 45, 8). ¡Dios está derramando su justicia, su misericordia y su gracia! ¡Abran su corazón y recí banlas! ¡Reciban en su alma este “rocío”, con su poder para sanar!
Así como sucedió en ese tiempo, sucede también hoy. La justicia de Dios está derramándose constantemente “sobre justos e injustos” por igual, y él constantemente nos exhorta a reci birla (Mateo 5, 45). Diariamente, cada persona sobre la tierra puede escuchar este llamado: “Vuélvanse a mí y serán salvados” (Isaías 45, 22). Su invitación
llega al paciente con cáncer en el hos pital, al recluso en el corredor de la muerte, a la mujer con depresión posparto y al matrimonio que se esfuerza para que su dinero alcance hasta final de mes. También, al esposo extraviado que fue atrapado en infidelidad y al adolescente que es tentado por las dro gas. No hay una sola persona a quien Dios no quiera curar, liberar, consolar, fortalecer o guiar.
Permite que esta verdad, al igual que la propia justicia de Dios, se afiance en tu corazón. Permite que te conceda la esperanza para las personas que sabes que están sufriendo en cual quier forma. Permite que te conceda confianza al presentar sus necesida des delante del Señor en oración. Por todos los medios, continúa pidiéndole a Dios que los sane o los proteja o los lleve a la conversión. Pero reza de la misma manera para que ellos abran su corazón al Señor y reciban su gracia.
Y mientras rezas, pídele al Señor que te ayude también a abrir tu corazón a él. ¡Su gracia no tiene límite!
“Señor Jesús, ¡te ruego que permitas que tu justicia llegue al corazón de toda persona!”
³ Salmo 85 (84), 9ab-10. 11-12. 13-14 Lucas 7, 18-23
15de diciembre, jueves Isaías 54, 1-10
Mi amor por ti no desaparecerá. (Isaías 54, 10)
A menudo el dicho “nunca digas nunca” es utilizado de forma pesimista para decir: “Ten cuidado; cualquier cosa puede suceder”. Sin embargo, el amor de Dios es una excepción a este enun ciado: Su amor nunca desaparecerá. Dos mil años antes de que fueras concebido, Dios envió a su Hijo para que naciera, viviera y muriera en la forma de un ser humano como tú, porque te ama; y eso nunca cambiará. Los israelitas, que primero escucharon esta promesa en el exilio, pueden haber dudado del amor de Dios. A veces, nosotros tam bién tenemos dudas así que es bueno que meditemos: “¿Quién es este Dios que nos ama con un amor que nunca desaparecerá?”
Dios es omnipotente, eso signfica que es todopoderoso; “Dios, que ha creado todo, rige todo y lo puede todo” (CIC, 268). Dios te ama a pesar de tus pecados, él ama a otros a través de ti, aun cuando para ti sea difícil amar a esas personas. Piensa en Jesús en el pesebre. Externamente se veía como cualquier otro recién nacido, débil y completamente dependiente del cui dado de María y José. Pero él era el poder y la sabiduría de Dios. Y en la plenitud de los tiempos, reveló ese poder al conquistar el mal por medio
de la cruz (Efesios 1, 19-20). Todo esto para que su amor nunca te abandone. Dios es inmutable, él nunca cambia; es constante y firme en su amor por ti. Sus atributos, su voluntad y sus promesas no cambian (Malaquías 3, 6). Si Dios dice algo, actúa según sus palabras; y si declara algo, lo cumplirá. No siempre en la forma en que tú lo esperas o cuando tú piensas que debe suceder, pero sucederá. Y él ha prome tido que su amor nunca te abandonará.
Este Dios todopoderoso e inmuta ble quiere ser la fuente de tu paz. El Señor desea calmar tu corazón cuando te enfrentas a la incertidumbre y el sufrimiento. Cuando tus pecados parecen demasiado grandes como para que él los perdone, desea que recuerdes que su amor es omnipotente e inmutable. Cuando te veas tentado a aceptar el amor débil y cambiante de este mundo, él te concederá su gran ternura (Isaías 54, 7). ¡Este es el Dios cuyo amor nunca te abandonará!
“Poderoso Señor, te alabo por tu amor que nunca cambia. Te pido que me ayudes a poner toda mi confianza en ti.”
³ Salmo 30 (29), 2. 4. 5-6, 11-12a. 13b Lucas 7, 24-30
16de diciembre, viernes Juan 5, 33-36
Oh Dios, que te alaben los pueblos, que todos los pueblos te alaben. (Salmo 67 (66), 3)
Pregunta a una persona si cree que es santa y la respuesta será: “No” o “no soy tan santo como debería ser”. General mente no creemos que seamos santos. Sin embargo, en el Nuevo Testamento, somos llamados a serlo, ¡incluso se nos dice santos! Entonces, ¿por qué nos resulta difícil creer que somos capa ces de vivir una vida santa?
Piensa en los ejemplos que nos han dejado los santos. No nos resulta difícil percibir su santidad, ver su “testimonio” y sus “obras” y maravillarnos de ellas (Juan 5, 36; 14, 12). Pensamos que eran personas especiales —y con razón— pero nos olvidamos de que también eran seres humanos como nosotros, con las mismas debilidades y la misma inclinación a pecar. Muy pocos de ellos vivieron una vida prote gida y aislada de la maldad del mundo. En su lugar, enfrentaron tentaciones tal como las enfrentamos nosotros e incluso se equivocaron. Pero siguieron volviéndose al Señor una y otra vez y aprendiendo de sus errores.
Jesús se hizo uno de nosotros, humano en todo excepto en el pecado, para enseñarnos a vivir una vida de santidad y para mostrarnos que realmente podemos ser santos como él es
santo. El Señor no estaba aislado del pecado del mundo pues vivía entre la gente, sin embargo, transmitió su santidad a todos para que el poder de Dios pudiera volver la oscuridad en luz y el temor en esperanza. Jesús, más que ninguna otra persona, realmente estaba en el mundo pero no era del mundo.
El verdadero camino a la santidad es buscar constantemente hacer la voluntad de Dios, dando un paso a la vez mientras permitimos que el Espíritu Santo nos forme nuevamente y nos haga criaturas nuevas. Y para esto necesitamos estar convencidos de que vivir como lo hizo Jesús no es simplemente un ideal bonito sino una verdadera posibilidad para nosotros. ¡Así que no te desanimes! Recuerda que la santidad no es el destino sino un viaje de toda la vida. Todo lo que se necesita es vivir en obediencia y confiar en el Señor que nos acompaña en todo nuestro camino hacia el cielo.
“Señor Jesús, te alabo como mi Salvador y hermano, y te doy gracias por mostrarme cómo ser santo como tú lo eres. Te pido que me des la confianza y la esperanza, Señor, de que realmente yo también puedo llegar a ser santo.”
³ Isaías 56, 1-3. 6-8
Salmo 67 (66), 2-3. 5. 7-8
17de diciembre, sábado Mateo 1, 1- 17
Genealogía de Jesucristo, hijo de David. (Mateo 1, 1)
Cada Adviento, escuchamos esta genealogía como parte de las lecturas de la Misa. Nuestra primera reacción puede ser la de dejar de prestar atención. Sabemos que es el árbol genealógico de Jesús, así que debe ser importante. Pero podemos perdernos por lo largo que es, o por los muchos nombres que nos resultan poco fami liares y que aparecen en él. Y sabemos que posiblemente nos olvidaremos de la mayoría de ellos tan pronto como la lectura haya terminado. Así que podemos preguntarnos: “¿Por qué es importante?”
En realidad, todos esos nombres son importantes. Jesús no necesitaba nacer de María, él simplemente podría haber aparecido de la nada. Pero vino al mundo como un niño, que pertenece a una familia específica. Desde Abraham hasta David y hasta José, cada nombre en esta larga lista es un eslabón en la cadena que lo trajo a nosotros. Cada nombre es el de una persona real que era una parte necesaria del plan de salvación de Dios.
Qué maravilloso, ¡Dios no es distante de la historia humana! Al contrario, él está muy involucrado en cada aspecto de ella. Incluso desde antes de la creación, él planeó cada
detalle de cómo Jesús vendría a este mundo.
Dios también te planeó a ti antes de que nacieras. El Señor te vio antes de que fueras concebido, ¡y te amó desde el principio! Tú eres parte de su historia familiar, la continuación de esa genealogía.
Eso es porque el propósito final de Dios para el nacimiento de Jesús en una familia humana era para que tú —y todos los seres humanos— pudieran ser miembros de su familia. No simple mente familiares distantes, sino hijos e hijas valiosos, herederos de su reino eterno. A través de tu Bautismo, a tra vés del nuevo nacimiento por medio del Espíritu Santo, tú te has convertido en su hijo (Juan 1, 12). ¡Ahora tú eres parte del “árbol genealógico de Jesús!
Mientras te preparas para celebrar el nacimiento de Jesús, permite que esta verdad cale en tu corazón. Alaba a Dios por la maravilla de la Encarnación de su Hijo. Tú puedes escuchar su voz y conocer su amor. Tú eres parte de su familia y un “conciudadano” con los santos (Efesios 2, 12. 19).
“Padre celestial, gracias por amarnos tanto y hacernos parte de tu familia.”
³ Génesis 49, 2- 8-10
Salmo 72 (71), 2. 3-4ab. 7-8. 17
18–24
18de diciembre, domingo Isaías 7, 10-14
Pide al Señor, tu Dios, una señal. (Isaías 7, 11)
Las cosas no iban bien para el rey Ajaz de Jerusalén, que se encontraba bajo ataque. La situación se había vuelto tan desesperada que Ajaz decidió pedir ayuda al rey de Asiria. “Este servidor tuyo es como un hijo tuyo”, escribió, “por lo tanto, ven y líbrame” (2 Reyes 16, 7).
Al escuchar las noticias, el profeta Isaías lo exhortó a reconsiderar su posición. Él sabía que inclinarse ante Asiria significaría adoptar a los ídolos falsos de la nación y sus tradiciones de pecado. “Pídele al Señor, tu Dios, una señal”, le suplicó al rey (Isaías 7, 1). Dios te ayudará.
Pero Ajaz se negó, pues no quería arriesgarse a sufrir la ira de Dios por atreverse a pedirle una señal. Además, pensó, Dios no podía ser tan bueno como para rescatarlo a él. Especialmente no después de todas las formas en que lo había desobedecido en el pasado.
Al igual que Ajaz, nosotros también podemos temer a enfrentar las difi cultades de la vida por nuestra propia cuenta. Dios siempre nos está dando señales de su presencia y su ayuda. Algunas son sutiles, como un hermoso amanecer y otras son más evidentes, como la fidelidad de un amigo. Y luego está la señal impresionante que Isaías le dio a Ajaz: “La virgen concebirá y dará a luz un hijo y le pondrán de nombre Emanuel” (Isaías 7, 14).
Emanuel, Dios con nosotros: Una señal viviente del amor y la protección de Dios. Una señal personal e innegable del compromiso de Dios con su pueblo. Una promesa de que él ha visto nuestra necesidad y está listo para ayudar si nos volvemos a él.
Hoy, en Misa, estarás rodeado de señales: Imágenes, un crucifijo, un altar y quizá un pesebre. Y, desde luego, la señal más grande e íntima: Jesús pre sente en la forma del pan y del vino. El Señor es una señal no solo para ver, sino para probar y tocar. Es una señal que redime, cura y restaura. Así que no seas como Ajaz, recibe esta señal, tómala en tu corazón y tu alma.
“Señor Jesús, gracias por todas las señales que me darás hoy.”
³ Salmo 24 (23), 1-2. 3-4ab. 5-6 Romanos 1, 1-7 Mateo 1, 18-24
Tu súplica ha sido escuchada. (Lucas 1, 13)
El jugador estadounidense de beisbol, Yogi Berra, una vez describió las asombrosas jugadas consecutivas que puden suceder durante un juego como “la sensación de algo que ya ha sido vivido”. Jugadas extraordinarias, sorprendentes y repetidas: ¡Eso se parece mucho al Evangelio de hoy! Al menos en otras tres ocasiones en la Escritura, Dios prometió a una mujer estéril que tendría un hijo. A Sara, a la esposa de Manoa y a Ana, a cada una le hizo la promesa y cada una de ellas vio la promesa cumplida tal como le sucedió también a Isabel, la madre de Juan el Bautista (Génesis 18, 10-14; 1 Samuel 1, 1-20; Jueces 13, 2-7). Es simplemente asombroso que Dios hiciera algo tan maravilloso.
La razón es simple: Dios escucha las oraciones de su pueblo, todas y cada una de ellas. El Señor escuchó el anhelo del corazón de Sara, de la esposa de Manoa y de Isabel. También escuchó las súplicas con lágrimas que hizo Ana en el santuario de Siló y escucha tus oraciones, las que has pronunciado con tu boca y las que no. Dios no está sordo y tampoco es indiferente. Permite que ese sea el punto de inicio cuando le dices lo que está en tu corazón. Grábatelo
en tu mente: Cuando yo rezo, Dios me escucha.
A veces preguntamos: “¿Por qué a Dios le está tomando tanto tiempo para darme una respuesta?” Pero es mejor preguntar: “¿Qué dice la Escri tura sobre quién es Dios y cómo se aplica eso a mi situación?” Las lecturas de hoy revelan que a Dios le interesa lo que está en tu corazón. A él le interesó el anhelo de Isabel de tener un hijo y se interesa también por tus anhelos. Dios fue fiel a Isabel, y también es fiel contigo. El Señor siempre prepara el camino para sus obras, aun si esa pre paración toma años, o casi toda una vida, como sucedió con Isabel. Aun si toma hasta el día que lo veas cara a cara, él te contestará.
Dios siempre es fiel, él siempre te escucha, él siempre se interesa. Haz de esta verdad tu roca, tu inquebran table posición de fe. Cuando el profeta Habacuc se quejó de que Dios parecía no escuchar ni contestar, el Señor le respondió que lo que él había planeado sucedería: “Tú espera, aunque parezca tardar, pues llegará el momento preciso” (2, 3).
“Padre celestial, te pido que me ayudes a confiar en tu fidelidad y amor.”
³ Jueces 13, 2-7. 24-25 Salmo 71 (70), 3-4a. 5-6ab. 16-17
20de diciembre, martes Lucas 1, 26-38
Yo soy la esclava del Señor. (Lucas 1, 38)
La lectura del Evangelio de hoy puede recordarnos imágenes familia res que vemos en estatuas y pinturas: María, tranquila y serena, con su cabeza inclinada con humildad aceptando la voluntad de Dios para su vida. Ella se convertiría en la madre del Mesías, pero no debemos olvidar nunca que aunque fue concebida sin pecado, María seguía siendo humana. Ella tenía emociones reales como las nuestras.
Observa con atención las reacciones de María a la aparición del ángel y a su mensaje. Ella “se preocupó mucho” al principio y preguntó cómo era posible que fuera a concebir un hijo si ella era virgen (Lucas 1, 29). El ángel respondió, pero no es difícil imaginar que María seguía teniendo pregun tas y quizá también algunos temores, después de que él se fue. Con seguri dad ella comprendió que ser la madre de Dios no iba a ser sencillo. Proba blemente comenzó a pensar en los problemas que este embarazo inespe rado podía causar con José, su familia y sus vecinos.
Este no era un camino que María esperara, y aunque lo aceptó con fe, todavía tenía que andar por el camino, aun cuando el camino podía ser pedregoso.
Nosotros también tendremos los mismos sentimientos encontrados cuando Dios nos presente un camino que es diferente al que esperábamos. Tener que mudarse a otra ciudad y dejar a la familia atrás, un embarazo inesperado o un hijo que rechaza la fe. El Señor sabe que los sentimientos humanos no son impuros en sí mismos y también nos da espacio para trabajarlos. De igual manera nos promete estar a nuestro lado y ayudarnos para que no permitamos que nuestras emo ciones se nos salgan de las manos y nos conduzcan por un camino de pecado.
Las emociones son temporales, pero Dios es eterno. El Señor siempre está contigo, aun cuando enfrentes giros inesperados en tu vida. Así que haz tu mejor esfuerzo por permanecer cerca de él también. Busca su gracia cuando lo inesperado suceda. Quizá no veas bendiciones de inmediato, y tal vez no sucedan todas durante tu vida. Pero, al igual que María, siem pre puedes confiar en que Dios sabe cuál es el camino correcto para ti y te ayudará a seguirlo.
“Señor Jesús, quiero ser tu siervo, que en cada dificultad que enfrente pueda decir haz ‘conmigo como me has dicho’ (Lucas 1, 38).”
³ Isaías 7, 10-14
Salmo 24 (23), 1-2. 3-4ab. 5-6
Lucas 1, 39-45
¡Bendita tú entre las mujeres! (Lucas 1, 42)
¿Qué actitudes del corazón ayuda ron a Isabel a reconocer al Mesías y alegrarse con su llegada? Al acercarse la Navidad, reflexionemos en este pasaje del Evangelio que hemos leído hoy para que podamos aprender del ejemplo de Isabel a participar más plenamente de la alegría de este tiempo.
Primero, Isabel era una mujer de oración y estaba abierta a la acción del Espíritu Santo. Así que tan pronto como María cruzó su puerta, Isabel supo que su prima llevaba al Mesías en su vientre. Isabel probablemente pasó muchas horas rezando y contemplando su propio milagro de haber concebido a su hijo a una edad tan avanzada, y esa oración abrió su corazón a la acción de Dios y a su presencia en otras personas también. Quizá podemos dedicar unos días a contemplar la acción de Dios en nuestra vida. ¿Cómo pode mos estar más alertas a él conforme la Navidad se acerca?
Segundo, Isabel se centró en las personas que la rodeaban. Podríamos esperar que ella hubiera querido atraer la atención a sí misma y a su propio embarazo cuando María llegó, algo que habría sido comprensible especialmente debido a su larga lucha contra
la infertilidad. Sin embargo se alegró inmediatamente con María por el hijo que había concebido. Isabel nos ayuda a ver que nuestra alegría por la venida de Jesús puede ser mayor si tratamos de pensar un poco menos en nosotros mismos y un poco más en las necesidades de los demás.
Finalmente, vemos la humildad de Isabel mientras se pregunta por qué ella fue elegida para el honor tan grande de tener a la madre del Señor visitándola y acompañándola durante tres meses (Lucas 1, 43). ¡Qué humildad debe haber necesitado Isabel para reci bir la ayuda de una mujer que había sido tan favorecida por Dios! De la misma manera, el Señor nos pide que humildemente recibamos los dones o el servicio que él nos ofrezca a través de la bondad de quienes nos rodean. Al acercarse la Navidad, trata de mirar hacia afuera como lo hizo Isa bel. Mantente alerta a la presencia del Señor, tanto en tu oración como en las personas que te rodean. Humildemente recibe a Jesús, en el pesebre y en la Eucaristía. Cree que al abrir tu corazón a él, el Señor saldrá a tu encuentro con alegría.
“Señor Jesús, te pido que me ayudes a alegrarme con tu venida en esta Navidad.”
³ Cantar de los Cantares 2, 8-14 Salmo 33 (32), 2-3. 11-12. 20-21
22de diciembre, jueves 1 Samuel 1, 24-28
Este niño yo se lo pedía al Señor… ahora yo se lo ofrezco al Señor. (1 Samuel 1, 27. 28)
¡Qué fácil es permitir que las cir cunstancias difíciles o inesperadas nos distraigan o nos desvíen de seguir al Señor! Una palabra fuerte nos con duce por la vía de la autocompasión o una situación difícil nos hacer temer que alguien que amamos se involucre en problemas. Pero a través del ejemplo de Ana, podemos aprender a centrarnos en la presencia de Dios y su fidelidad en medio de las circuns tancias de la vida.
Ana pasó unos dos o tres años pre parando el momento en que ofrecería a su hijo, Samuel, al Señor. El día en que Samuel fue destetado, Ana pudo cumplir la promesa que le había hecho a Dios. Con agradecimiento por la bon dad de Dios hacia ella, Ana lo llevó al lugar donde había rezado pidiendo un hijo y lo dejó con Elí, el sacerdote. Samuel ahora le pertenecía al Señor. Era responsabilidad de Elí capacitarlo para servir a Dios y a todo el pueblo de Israel.
Pero, ¿no parece extraño que Ana le confiara su hijo a la misma persona que tres años antes la había acusado de estar ebria mientras abría su corazón en oración? ¿No debería haber reprendido a Elí por su acusación falsa? Sin
embargo, en lugar de quedarse atas cada en el pasado, Ana se centró en el cumplimiento de la promesa de Dios para ella. Y Dios fue fiel con ella. Ana tuvo cinco hijos más, mientras Samuel crecía y se hacía fuerte en el Espíritu de Dios.
La Navidad es en menos de tres días y tú puedes sentirte distraído por un sinnúmero de circunstancias. Toma un momento para reconocerlas mientras rezas, pero trata de mantenerte centrado en el Señor. Jesús viene como un niño recién nacido que un día ofrecerá su vida por ti para que puedas vivir a su lado para siempre. Concéntrate en aquel que está presente en el pesebre y en tu corazón. Luego, mientras resuelves las distracciones que tienes o las situaciones desagradables que estás enfrentando, imita a Ana. Trata de fijar tus ojos en el Señor y en su bondad hacia ti. Confía en que mien tras lo haces, esa bondad brillará a través de ti.
“Señor Jesús, Hijo de Dios, a pesar de lo que pueda estar sucediendo en mi vida en esta semana, te pido que me ayudes a mantener mi atención fija en ti y en las bendiciones que derramas en mi vida.”
³ (Salmo) 1 Samuel 2, 1. 4-8 Lucas 1, 46-56
23de diciembre, viernes Lucas 1, 57-66
No. Su nombre será Juan. (Lucas 1, 60)
Quizá estamos acostumbrados al relato de cómo Juan el Bautista recibió su nombre y nos olvidamos de la valiente respuesta que Isabel le dio a su familia: No. Todos espe raban que ella siguiera la tradición y le diera al niño el mismo nom bre de su padre, Zacarías. Pero con esa sola palabra, no, ella obedeció el mandato del ángel y le dio al niño el nombre de Juan.
¿Por qué Isabel habló con tanta confianza y firmeza? Un ángel había visitado a su esposo para anunciar el nacimiento de este niño. Ella había quedado embarazada después de años de luchar con la infertilidad. Mientras sostenía a su hijo en sus brazos, sabía que Dios estaba llevando a cabo un plan especial para su vida, así como para la de su hijo. Isabel estaba deci dida a obedecer a Dios, aún si eso significaba dejar de lado la tradición y desagradar a sus familiares.
¿Qué podemos aprender del ejem plo de Isabel? Que cuando Dios nos indica con claridad cuál es el camino que desea que tomemos, debemos tomarlo, aun si eso hace sentir incómoda a la gente cercana a nosotros o si enfrentamos la presión de cumplir con las expectativas de los demás.
Por ejemplo, quizá rechazamos un trabajo lucrativo porque nos preocupa la ética de la compañía. O insistimos a nuestros hijos que deben asistir a Misa el domingo, aunque eso interfiera con el calendario del deporte que practi can. Independientemente de lo que otros piensen de nuestras decisiones, los deseos de Dios deben ser nuestra prioridad. Quizá con el tiempo aquellos a quienes les cuesta aceptar nuestras decisiones encontrarán formas de ver que nuestra obediencia dio fruto.
Dios tiene un plan bueno y único para cada uno de nosotros. Aun cuando su plan sea inesperado, como le suce dió a Isabel, podemos confiar en que siempre es bueno (Jeremías 29, 11). Probablemente ella ni siquiera vivió para ver todos los frutos de su obe diencia. Pero se alegró en la bondad que Dios tuvo con ella y se mantuvo fiel a sus mandamientos. Eso era lo único que a ella le importaba.
Dios está escribiendo una historia para tu vida también y cada respuesta valiente que le ofreces le permite actuar en ti más plenamente.
“Señor, te pido que me ayudes a seguirte aun cuando otros no entiendan lo que hago.”
³ Malaquías 3, 1-4. 23-24
Salmo 25 (24), 4bc-5ab. 8-9. 10. 14
24de diciembre, sábado Lucas 1, 67-79
Nos visitará el sol que nace de lo alto. (Lucas 1, 78)
Zacarías sabía que se encontraba en la cúspide de una nueva época. Israel había esperado por siglos su redención y esta espera estaba llegando a su final y su propio hijo había sido esco gido para anunciar el amanecer de este nuevo día. ¡Su corazón debe haberse hinchado de orgullo y gratitud mientras sostenía a su hijo recién nacido!
Hoy nosotros también nos encontramos en la cúspide de una nueva época. Mañana “nos visitará el sol que nace de lo alto” y celebraremos la venida de Jesús que llega a habitar entre nosotros (Lucas 1, 78). Con su vida de obediencia perfecta al Padre, Jesús destruirá el pecado y la muerte perderá su aguijón cuando él resucite victorioso de entre los muertos. Las divisiones desaparece rán mientras él nos enseña a perdonar tal como él nos perdonó a nosotros. Y la injustica dará paso a la ley del amor y a su evangelio de paz.
Desde luego, una rápida ojeada a un periódico te mostrará una realidad muy distinta, a pesar del nacimiento de Jesús. El pecado, la muerte, la división y la injusticia continúan atormentando al ser humano, en esos lugares de nuestro corazón que mantenemos escondidos. Al igual que Zacarías, seguimos esperando el día de nuestra redención plena,
el verdadero “mañana” en que Jesús regrese rodeado de gloria y majestad. Pero hasta que ese momento llegue, nosotros solo habremos probado su salvación pero aún no la experimentamos plenamente.
La Navidad es un tiempo para alegrarse. Es un tiempo para celebrar que Jesús vino a liberarnos. Pero mientras te preparas para celebrar esta fiesta, recuerda que la venida de Jesús es tam bién una invitación a unirnos a él en el trabajo de preparar al mundo para su regreso rodeado de gloria y para su victoria final sobre todo mal. Es una invitación a rechazar el pecado y a aceptar la gracia que el Señor nos ofrece. También es una invitación a compartir la buena nueva de su venida con las personas que están cerca de ti para que ellos también puedan regocijarse en su salvación.
Y por eso esperamos, tal como lo hizo Zacarías, por “el sol que nace de lo alto”, para que brille sobre nosotros y sobre el mundo entero. Y mientras esperamos, aguardamos a Jesús, el Hijo de Dios que nos liberará.
“Amado Jesús, gracias por venir a destruir el poder del pecado y de la muerte.”
³ 2 Samuel 7, 1-5. 8-12. 14. 16
Salmo 89 (88), 2-3. 4-5. 27. 29
25de diciembre, domingo Natividad del Señor Juan 1, 1-18
La Palabra se hizo hombre y habitó entre nosotros. (Juan 1, 14)
Hoy celebramos el nacimiento de Jesús, nuestro Rey y Señor. Hoy nos alegramos porque Dios vino a salvarnos y nos arrodillamos delante del pesebre con asombro y gratitud. Como dice un conocido villancico, venid, adoremos al Señor.
La Palabra… Este niño en brazos de María no es un bebé ordinario; es la Palabra que ha existido desde el prin cipio. ¡Es la imagen de Dios invisible! Jesús, la Palabra invisible que creó todo, se ha vuelto visible. Ahora podemos ver a este Dios que nos ama y que nos creó y podemos conocerlo personal mente. Jesús está haciendo todas las cosas nuevas, incluyendo nuestra rela ción con Dios Padre. Venid, adoremos al Señor.
Se hizo hombre… Jesús, la Palabra divina, se vació a sí mismo para tomar
nuestra forma humana. El Señor vino a hacer por nosotros lo que nosotros no podíamos hacer por nuestra propia cuenta. No podíamos entrar al cielo; no podíamos hacernos como él y no podíamos salvarnos. Así que en su misericordia, el Hijo eterno descendió a la tierra para salvarnos de la muerte y el pecado. Al decidir libre mente compartir nuestra condición humana, él adoptó nuestras debilida des y sufrimientos. ¡Nunca antes el mundo había visto tanto amor! Venid, adoremos al Señor.
Y habitó entre nosotros. Jesús es Ema nuel, Dios con nosotros. Jesús vino a traer fuerza y consuelo, sabiduría y esperanza para este mundo atribulado. Incluso ahora él mora entre nosotros por medio del Espíritu Santo. Nunca estamos solos, nunca estamos sin ayuda, nunca estamos sin su gracia. Venid, adoremos al Señor.
Jesús está cerca de ti. El Señor te mira con mucho amor y te invita a acercarte a él. Venid, adoremos al Señor.
“Señor, gracias por hacerte hombre por mí.”
³ Isaías 52, 7-10 Salmo 98 (97), 1. 2-3ab. 3cd-4. 5-6 Hebreos 1, 1-6
Mateo 10, 17-22
No serán ustedes los que hablen, sino el Espíritu de su Padre el que hablará por ustedes. (Mateo 10, 20)
Quizá al principio San Esteban, primer mártir de la Iglesia, no sabía cómo responder a sus detractores. Pero en el Evangelio de hoy, Jesús anima a sus seguidores a no preocuparse de lo que deben decir cuando sean perseguidos porque el Espíritu Santo hablará por medio de ellos (Mateo 10, 20). Así que Esteban confió en el Espíritu que no solo le dio la valentía para predicar, sino también la gracia para perdonar a las personas que lo mataron (Hechos 6, 10; 7, 60).
Conocemos ese sentimiento de tener la lengua trabada en una situación difícil. Pero Dios desea que acudamos a su Espíritu en busca de ayuda, así como lo hizo Esteban. Podríamos pensar que debido a que Esteban era un gran santo, él tenía un acceso especial al Espíritu. Pero ese no es el caso. Por medio de nuestro Bautismo, todos tenemos el mismo acceso al Espíritu Santo. El Espíritu habita en nosotros, así como habitaba en el corazón de Esteban. La diferencia es que él había recibido al Espíritu Santo en medio de sus difíciles circunstancias.
¿Cómo abrimos nuestro corazón al Espíritu Santo? Como le dijo San Pablo
a Timoteo, podemos avivar “el fuego” de su presencia dentro de nosotros (2 Timoteo 1, 6). Eso no necesariamente significa rezar plegarias largas. Puede ser algo tan simple como decir: “¡Ven, Santo Espíritu!”, o “¡Espíritu Santo, ayúdame!” El Espíritu Santo está tan cerca de nosotros que aun cuando no sabemos qué pedir, él “ruega por nosotros, con gemidos que no pueden expresarse con palabras” (Romanos 8, 26). Nosotros solo debemos estar conscientes, dispuestos y expectantes.
Estas oraciones hechas de corazón son perfectas por ejemplo, antes de una reunión de trabajo difícil. O antes de una conversación delicada con algún familiar que verás durante las fiestas. O cuando estás tratando de pensar con quiénes compartir tu fe. Ni siquiera es necesario que esperes a tener que enfrentar una situación complicada, ¡tú puedes contar con que el Espíritu te ayudará cuando no encuentras las palabras que necesitas!
Dios está con nosotros, él habita en nuestro corazón. Confiemos en que cuando acudimos a él, hablará por medio nuestro.
“Ven, Espíritu Santo, y habla hoy a través de mí, te lo ruego.”
³ Hechos 6, 8-10; 7, 54-59 Salmo 31 (30), 3cd-4. 6. 8ab. 16bc. 17
27de diciembre, martes San Juan
1 Juan 1, 1-4
…para que estén unidos con nosotros. (1 Juan 1, 3)
La palabra griega para comunidad, koinonía, se refiere a la participación en la vida y la misión que acerca o une a las personas. San Juan, cuya fiesta celebramos hoy, sabía lo importante que era esta koinonía porque él la había experimentado de primera mano, tanto con los otros apóstoles como con Jesús mismo. ¿Cómo era esa unidad?
Los doce apóstoles comían juntos, viajaban juntos y organizaban su vida alrededor de su maestro. Esta vida compartida de oración, conversión, testimonio e incluso sufrimiento era su sustento y cimiento mientras apren dían cómo era ser un seguidor de Jesús. Y en todo ese tiempo que estuvieron juntos, llegaron a amarse unos a otros. ¡Se convirtieron en una familia!
Jesús era la cabeza de esta familia y era especialmente cercano a Juan, “el discípulo a quien Jesús quería mucho” (Juan 21, 20). Jesús le pidió a este apóstol que estuviera a su lado en momentos importantes como la Transfiguración pero también en momentos dolorosos como su agonía en el huerto. Incluso le pidió a Juan que cuidara de su madre después de su muerte (19, 27).
Pero Juan no era solamente un apóstol; también era un evangelista.
Él predicó la buena nueva de que Dios había invitado a todos a ser parte de su familia y mantuvo viva esta increíble noticia enseñando el modelo de Jesús de koinonía a los miembros de su iglesia. Haciéndose eco del cari ñoso término del Padre para Jesús, los llamó “amados” (1 Juan 3, 2; 4, 7; 11; Marcos 9, 7). Los exhortó a vivir en unidad los unos con los otros y con el Señor resucitado (1 Juan 1, 3).
La comunidad es un don que Dios desea que todos experimentemos y compartamos con otras personas. Así que en este día de fiesta, muestra honor a San Juan buscando una pequeña forma de profundizar tu experiencia de unidad con alguien más. Dile que estás rezando por él o ella o acércate para agradecer a un amigo que te ha apoyado en el pasado. Jesús vino a darnos vida abundante, ¡y eso incluye caminar al lado de otros hermanos y hermanas por el camino hacia el cielo! “Señor, te pido que me muestres formas en que puedo experimentar una comunión más profunda con alguien que tú has acercado a mi vida.”
³ Salmo 97 (96), 1-2. 5-6. 11-12 Juan 20, 2-9
Los Santos Inocentes Mateo 2, 13-18 Herodes va a buscar al niño para matarlo. (Mateo 2, 13)
Tan solo tres días después de celebrar la Navidad, ya estamos presenciando una reacción violenta a la venida de Jesús. Aun cuando Jesús no es más que un niño vulnerable e indefenso, ya constituye una amenaza para los grandes poderes terrenales.
Pero Jesús no amenaza únicamente al poder de Herodes; sino a todo el poder del mal. La masacre de niños perpetrada por Herodes en Belén representa solo un episodio de una historia mucho más grande. Desde el momento en que Satanás se rebeló contra Dios y los otros ángeles, ha perseguido un objetivo: Corromper la bondad de la creación de Dios. Él tentó a nuestros primeros padres a revelarse contra su Creador y desde entonces ha seguido tentando a las personas. Ahora toda la humanidad se encuentra inclinada hacia el pecado en contra del Padre celestial.
Dios sabía que el único remedio en contra del mal y del pecado era el sacrificio de su Hijo, Jesús. Por eso, el nacimiento de Jesús era el inicio de la operación final de Dios para rescatarnos. Por eso no deberíamos sorprendernos de que nuestro gran enemigo, el diablo,
tratara de luchar cuando Jesús vino a la tierra, aun si eso implicaba la muerte de tantos niños inocentes.
Como discípulos de Jesús, seguimos en medio de esta batalla. Mientras su muerte y resurrección fue una victoria sobre los poderes del mal, la batalla final no será ganada hasta que él venga de nuevo para establecer su reino celes tial en la tierra. La triste verdad es que hasta que ese día llegue, seguiremos experimentando sufrimiento y pérdida. Incluso podemos enfrentar un dolor tan profundo como el de las madres en el Evangelio de hoy (Mateo 2, 18).
Pero no nos desanimemos por la lectura del Evangelio de hoy, especialmente después de la alegría del día de Navidad. Dios ama su creación más de lo que jamás podríamos imaginar y él no permitirá que Satanás la destruya. Esa es la razón por la cual el Padre llegó a tal extremo para salvarnos, enviando a su propio Hijo al mundo para que se hiciera uno de nosotros. Al final, el mal será derrotado de una vez y para siempre y lo que comenzó con el nacimiento de Jesús culminará en el glorioso Reino de Dios que reinará sobre toda la tierra.
“Padre, que venga tu reino, hágase tu voluntad en la tierra como en el cielo.”
³ 1 Juan 1, 5–2, 2 Salmo 124 (123), 2-3. 4-5. 7b-8
29de diciembre, jueves Lucas 2, 22-35
En él moraba el Espíritu Santo. (Lucas 2, 25)
El Evangelio de hoy sucede cuarenta días después del nacimiento de Jesús, cuando María y José presentaron a su recién nacido a Dios. Seguramente Simeón vio a muchas familias en el templo aquel día, pero algo de Jesús le llamó la atención. La lectura de hoy nos ofrece una pista, pues en ella se menciona al Espíritu Santo tres veces (Lucas 2, 25. 26. 27). Fue por medio del Espíritu que Simeón reconoció a Jesús y es por ese mismo Espíritu que nosotros podemos ver al Señor más claramente.
Lucas nos dice que el Espíritu Santo “moraba” en Simeón (2, 25). La Escri tura a menudo utiliza esta expresión para describir la forma en que alguien experimentaba a Dios capacitándolo para una misión. De forma similar, el Espíritu capacitó a Simeón para per cibir que Jesús era el Cristo y para profetizarle a su madre sobre su parti cipación en la historia de la salvación.
El Espíritu también le “reveló” a Simeón que no moriría antes de ver al Mesías (Lucas 2, 26). Esa revelación le dio la fe de esperar con confianza a que la promesa de Dios se cumpliera. Así que aunque Jesús se viera como cual quier otro recién nacido, Simeón fue capaz de ver en él al Mesías prometido.
Finalmente, Simeón “movido por el Espíritu, fue al templo” (Lucas 2, 27). Simeón no solo escuchó al Espíritu en oración; ¡ya estaba atento a sus inspiraciones incluso antes de entrar al templo! Había aprendido a mantenerse cerca del Espíritu en los eventos ordinarios del día. Como resultado, estaba en el lugar correcto, a la hora indicada con un corazón abierto para ver y ser testigo de la obra de Dios.
Simeón nos enseña a seguir al Espíritu Santo. Recibimos al Espíritu en el Bautismo; él ya mora en nosotros. Solamente necesitamos practicar el dis cernimiento, la fe y la obediencia que Simeón mostró. Al hacerlo, el Espíritu nos ayudará a tomar nuestro lugar en la historia de Dios. El Espíritu puede ayudarnos a escuchar la voz de Jesús en nuestra oración y en nuestras tareas cotidianas. Puede darnos fe para espe rar la respuesta a nuestras oraciones y puede ayudarnos a seguir a Jesús en obediencia. Es un proceso, pero comienza cuando le pedimos al Espíritu que abra nuestros ojos y oídos, él hará el resto.
“Espíritu Santo, te pido que me ayudes a seguirte hoy.”
³ 1 Juan 2, 3-11
Salmo 96 (95), 1-2a. 2b-3. 5b-6
30de diciembre, viernes La Sagrada Familia Eclesiástico 3, 3-7.
14-17
El que honra a su padre queda limpio de pecado; y acumula tesoros, el que respeta a su madre. (Eclesiástico 3, 3-4)
Las promesas de este tipo pueden hacernos sentir incómodos. ¿Qué pasa si nuestros padres viven lejos? ¿Qué sucede si nuestros propios hijos ocupan todo nuestro tiempo? ¿Qué sucede si nuestros padres ya han muerto? ¿No recibiremos las bendiciones de Dios?
¡Desde luego que sí! El amor de Dios es como una cascada que fluye constantemente. Entonces, ¿por qué es que el libro del Eclesiástico relaciona las bendiciones de Dios con nuestras relaciones familiares? Si continuamos con la imagen de la cascada, podemos ver que para recibir las bendiciones que fluyen constantemente, necesitamos estar debajo de esa cascada. Necesi tamos alejarnos de los pecados de los cuales no nos hemos arrepentido o de los asuntos familiares que no se han resuelto y colocarnos firmemente bajo ese torrente celestial.
La iglesia enseña que la familia cristiana es la primera escuela de fe. Es el primer lugar en el cual los niños pueden practicar el arte de dar y recibir amor. Así que lo natural es que las relaciones familiares sean fundamentales para
una relación sana y plena con Dios. No se trata de que podemos ganar nos las bendiciones de Dios tratando bien a nuestros padres. Más bien, con forme aprendemos a tener una actitud de respeto y autosacrificio —especial mente hacia nuestros padres— abrimos más nuestro corazón a tener la relación correcta con Dios. Ya sea que seamos hijos que se relacionan con sus padres, padres que se relacionan con sus hijos o hermanos o hermanas, nuestras relaciones familiares revelan mucho de nuestra disposición hacia Dios.
En este día en que rendimos honor a Jesús, María y José, prometamos vivir unos con otros en amor. Procuremos no permitir nunca que nuestros peca dos o errores ensombrezcan nuestro interés por los demás (1 Pedro 4, 8). Recordemos que Dios está con nuestra familia para ayudarnos y guiarnos. Así que mientras dedicas un tiempo a reflexionar en el final del año, toma en consideración el consejo que San Pablo dio a las familias hace mucho tiempo: Revistámonos con paciencia, soportémonos unos a otros y amémonos unos a otros (Colosenses 3, 12-14).
“Padre celestial, te pido que me ayudes a compartir tu amor en mi familia. ¡No quiero quedarme fuera de la corriente de tu gracia!”
³ Salmo 128 (127), 1-2. 3. 4-5 Mateo 2, 13-15. 19-23
31de diciembre, sábado Juan 1, 1-18
La luz brilla en las tinieblas. (Juan 1, 5)
“¿Cuáles son tus resoluciones de Año Nuevo?” Esta pregunta puede resultarte fastidiosa porque sí, ¡es ese momento del año otra vez! Al mismo tiempo, las resoluciones de Año Nuevo pueden ser fascinantes porque nos recuerdan que estamos en la cúspide de un nuevo comienzo. El 2022 se ha terminado y ahora podemos comen zar de nuevo.
La lectura del Evangelio de hoy también es sobre nuevos comien zos. Pero estos nuevos comienzos no son resoluciones que debemos cum plir. Más bien, se centran en lo que Jesús quiere cumplir para nosotros. El Señor está listo para iluminarnos con su luz en nuevas áreas de oscuridad en nuestro corazón. Como Mesías y Redentor, está listo para ayudarnos a superar nuevas áreas de pecado y ofrecernos la nueva libertad de todo mal.
Este es el “poder para llegar a ser hijos de Dios” que Jesús le da a todo aquel que lo acepta (Juan 1, 12). Es un poder celestial, la gracia divina para ayudarnos a hacer lo que nunca podríamos hacer solamente con fuerzas humanas. Es el poder de obedecer, la gracia de perdonar y la inspiración para servir.
Ese poder está ahí, esperándote, sim plemente porque Dios te ama. Tú no tienes que ganarlo; solamente tienes que aceptarlo y aprender a cooperar con él. ¡Dios está de tu lado! ¡El Señor desea hacerte santo!
En esta víspera de Año Nuevo, toma un tiempo para escuchar la voz de Dios. Dile: “Señor, te dedico este año, con cédeme un objetivo para el 2023.” El Señor podría recordarte algún versículo de la Biblia, o podría grabar una palabra específica en tu corazón, como “gra cia”, “valentía”, “paciencia” o “paz”. Escribe esa palabra o versículo en algún lugar donde puedas encontrarla y repasarla en los meses que vienen. Mientras avanzas en este nuevo año, observa cómo esa palabra se aplica en tu vida. Y cuando llegues a la víspera de Año Nuevo del próximo año, mira hacia atrás y observa cuánto has cre cido y cómo esa palabra o versículo ha abierto más tu corazón al Señor. Luego alégrate porque estás adoptando aún más la imagen de Jesús, ¡todo gracias al poder de su acción en ti!
“Señor Jesús, recibo tu acción en mi vida para este año que viene. Deseo que este 2023 sea un tiempo para crecer en mi relación contigo.”
³ 1 Juan 2, 18-21
Salmo 96 (95), 1-2. 11-12. 13
1de enero, domingo
Santa María, Madre de Dios
Lucas 2, 16-21
María, por su parte, guardaba todas estas cosas y las meditaba en su corazón. (Lucas 2, 19)
En este día, iniciamos un nuevo año y en La Palabra Entre Nosotros rogamos a Dios para que derrame sus abundantes bendiciones en tu vida en este 2023.
También hoy es el día en que rendimos honor a la Virgen María con el título de Madre de Dios. La honramos no solo como la madre terrenal de Jesús de Nazaret, sino como la que llevó en su vientre a Dios, la Virgen inmaculada que permitió que el Hijo de Dios se hiciera hombre. Esta fiesta nos enseña que María no es simple mente la madre biológica de Jesús; también es su madre espiritual.
Piensa en todas las lecciones espi rituales que María le enseñó a Jesús. Fue de ella que él escuchó por pri mera vez las palabras: “hágase en mí según tu palabra” (Lucas 1, 38). Pue des imaginar al niño Jesús meditando en estas palabras y volviéndolas su
propia oración: “Hágase tu voluntad” (Mateo 6, 10; ver Juan 8, 29 y Mateo 26, 49). O piensa en cómo María le enseñó a ser humilde así como a estar abierto al Espíritu Santo o a tener una confianza inquebrantable en su Padre celestial. ¡Solamente imagina de cuántas otras maneras esta mujer santa, amorosa y de oración ayudó a guiar sus primeros años de vida!
No todos tenemos una madre, espiritual o similar, para guiarnos en nuestra fe. Pero todos tenemos a María, la madre espiritual perfecta. A través de sus oraciones de interce sión, ella continúa cuidándonos. Por medio de su ejemplo en la Escritura y sus mensajes en lugares como Lourdes y Fátima, ella continúa enseñándonos cómo reflexionar en la palabra de Dios. Y por medio de su amor maternal, ella siempre está preparada para acogernos y acercarnos aún más a su Hijo. Verdaderamente, ella es bendita entre las mujeres, ¡y nosotros tenemos la bendición de tenerla también como nuestra madre!
“Santa María, ¡ruega por nosotros! Que este sea un año de bendición y crecimiento para todos tus hijos.”
³ Números 6, 22-27
Salmo 67 (66), 2-3. 5. 6. 8 Gálatas 4, 4-7
2de enero, lunes Juan 1, 19-28
Yo no soy el Mesías. (Juan 1, 20)
¡Imagina qué tentador debe haber sido! Una delegación de los jefes de Israel llegaron a donde estaba Juan el Bautista y le preguntaron que si él era solo un profeta o si era el Mesías pro metido. Dices y haces cosas mesiánicas, le dijeron. ¿Por qué no simplemente das un paso al frente y te proclamas como el Mesías?
Con toda esa presión, quizá Juan se sintió tentado a colocarse el manto del Mesías. Imagina la diferencia que podía haber hecho si hubiera tomado esa decisión. Ya él tenía un grupo de seguidores devotos y era admirado por la población en general. ¿Qué tal si él dirigía una marcha hacia Jerusalén para destronar al rey Herodes? Así podía facilitarle mucho las cosas a Jesús. Sin Herodes, Jesús fácilmente podía ascender al trono y restaurar el linaje de David. Así iniciaría la era del Mesías, ¡y Juan sería el que marcaría su inicio!
Pero Juan sabía que él tenía una función muy distinta que desempeñar, así que rechazó cualquier tentación que podría haber enfrentado. En lugar de preparar un trono para Jesús, preparó el corazón de las personas. En lugar de planear un golpe de estado que lo pondría a él del lado de Jesús,
permanecería junto al río y continua ría dirigiendo a la gente hacia Jesús. Él permanecería tras bambalinas y moriría como mártir sin siquiera lle gar a ver el cumplimiento de todo lo que había anunciado.
No siempre es fácil aceptar el plan de Dios para nosotros. A veces nos imaginamos haciendo grandes cosas para Dios, y recibiendo reconocimiento y alabanza por lo que hemos hecho. Pero, finalmente no se presenta ninguna oportunidad y pasamos desapercibidos. O a veces nos vemos tentados a retractarnos cuando la cruz a la que somos llamados parece dema siado pesada para soportar.
Cuando surgen situaciones como esta, recuerda a Juan el Bautista y mantente firme. Confía en que, al igual que Juan, puedes ser una voz más eficaz anunciando las buenas nuevas si te mantienes fiel a tu lla mado que si tratas de trazar tu propio camino. Cree que Jesús es digno de confianza; él te recompensará por tu fidelidad.
“Señor, te pido que me ayudes a mantenerme fiel al llamado que me has hecho cuando me vea tentado a hacer las cosas a mi manera.”
³ 1 Juan 2, 22-28 Salmo 98 (97), 1. 2-3ab. 3cd-4
3de enero, martes Juan 1, 29-34
El que me envió… me dijo… (Juan 1, 33)
Al verlo acercarse a él, Juan el Bautista reconoció a Jesús inmedia tamente como el “Cordero de Dios, el que quita el pecado del mundo”. Él no había conocido a Jesús de esta manera previamente, pero Dios le dijo en qué fijarse: “Aquel sobre quien veas que baja y se posa el Espíritu Santo, ese es el que ha de bautizar con el Espíritu Santo” (Juan 1, 33). Juan experimentó el mismo asombro que hubiera expe rimentado cualquiera de nosotros: ¿Realmente esa idea venía de Dios? ¿Esa paloma realmente era el Espíritu Santo? Así que usó los mismos medios para responder estas preguntas que nosotros podríamos utilizar: Habló con Dios y escuchó la respuesta. Probablemente, Juan le dijo a Dios lo que había en su corazón, y a su vez escuchó para saber lo que había en el corazón de Dios. Y esto no lo hizo una sola vez, no solo en un momento de necesidad, sino con regularidad. Juan también tuvo cuidado de pro bar estas “palabras” que escuchó de parte de Dios, lo que sentía cuando rezaba y escuchaba. Luego trató de responder a ellas, que es una de las mejores formas de distinguir entre lo que viene de Dios y lo que viene de nosotros mismos. Probablemente
hubo ocasiones en que procuró algo aun cuando ese “algo” parecía ridí culo, insensato o incomprensible. Y a veces debe haber terminado viéndose ridículo o imposible de comprender. Pero por medio de su éxito, y especial mente de sus errores, Juan aprendió a reconocer la voz de Dios.
Querido lector, en este nuevo año te invito a que dediques un momento todos los días para escuchar lo que Dios quiere decirte. Aprende a reconocer la forma en que él te habla: Por medio de pensamientos o imágenes que vienen a tu mente; de un pasaje de la Escritura u homilía; de un sen timiento o un anhelo de tu corazón; de lágrimas o de alegría. Escríbelo en un diario y al final de cada semana, revisa lo que has anotado. Repasa los sentimientos o las impresiones que has tenido en tu oración. Con el tiempo, podrías aprender más sobre la bondad de Dios, su misericordia o sus planes para ti. Aprovecha este año para escu char y poner a prueba lo que estás escuchando.
“Padre celestial, quiero conocerte más. Te pido que me enseñes a reconocer tu voz en medio de los quehaceres del día.”
³ 1 Juan 2, 29—3, 6 Salmo 98 (97), 1. 3cd-4. 5-6
4de enero, miércoles
Juan 1, 35-42
Vengan a ver. (Juan 1, 39)
¿Alguna vez te han hecho una pregunta como esta: “Cuáles son tus esperanzas y sueños más grandes?” Esta clase de preguntas relacionadas con ideas amplias y un poco abstrac tas, pueden hacerte sentir atrapado, simplemente te paralizas y no sabes cómo contestar.
En el Evangelio de hoy encontramos a los primeros apóstoles en una situación similar. Juan el Bautista les muestra a Jesús, a quien ellos siguie ron sin saber exactamente la razón para seguirlo. Cuando él se volvió y les preguntó: “¿Qué buscan?”, ellos se paralizaron y trataron de cambiar el tema: “¿Dónde vives, Rabí?” (Juan 1, 38), le preguntaron. Realmente ellos no sabían lo que buscaban, solamente lo averiguaron cuando aceptaron la invitación que Jesús les hizo: “Vengan a ver” (1, 39).
¿Qué estás buscando tú? Esta es una pregunta que el Señor desea hacernos a cada uno de nosotros. También es una pregunta que él puede ayudar nos a responder de la mejor manera posible. Mostrándonos quién es él, gradualmente devela nuestros propios anhelos y deseos más profundos. Eso es porque le pertenecemos a él. Fuimos creados a su propia imagen y semejanza, y encontramos todas nuestras
verdaderas respuestas en él y en los deseos de su corazón.
De manera que, hoy en la oración, acepta su invitación y ve y mira: “Ven y mira cuán profundamente me deleito en ti. Ven y mira que eres amado y valorado frente a mis ojos. Ven y mira tu verdadero valor incal culable frente a mis ojos.”
“Ven y mira que yo, el Señor, te he redimido del pecado. Recibe mi mise ricordia, que siempre está fluyendo como un poderoso río. Mira que yo entrego mi vida por ti. No retengo nada para que tú puedas caminar en libertad. Ven y mira que tú puedes ser liberado.”
“Ven y mira los sueños que tengo para tu vida. Yo tengo planes y metas para ti. Permíteme mostrarte cómo te miro y el futuro tan esperanzador que tienes mientras aprendes de mí.”
¿Qué es lo que verdaderamente estás buscando? ¡A Jesús! Así que aquieta tu mente y permite que él te llene con su amor. El Señor quiere mostrarte quién es él y quién eres tú realmente. Ven, y encontrarás la respuesta a los anhelos de tu corazón.
“Gracias, amado Señor, porque mi vida y mi futuro están en tus manos.”
³ 1 Juan 3, 7-10 Salmo 98 (97), 1. 7-8. 9
5de enero, jueves Juan 1, 43-51
Jesús… encontrándose a Felipe… (Juan 1, 43)
Felipe y Natanael buscaban un maestro, alguien que les ayudara a comprender los misterios de la vida. Esa es la razón por la cual seguían a Juan el Bautista. Al igual que otros judíos devotos, conocían a profundidad las Escrituras y les gustaba conversar sobre el significado de las profecías antiguas. ¿Cuándo estable cería Dios su reino? ¿Cómo rescataría a su pueblo escogido de la ocupación de los romanos? Es bastante posible que Natanael estuviera meditando en estas preguntas cuando se sentó debajo de la higuera.
Sin embargo, el primer “descubri miento” en este pasaje no lo hicieron Felipe o Natanael, sino que lo hizo Jesús. El Señor fue a Galilea, encon tró a Felipe y le dijo: “Sígueme” (Juan 1, 43). Probablemente él ya sabía que Felipe se apresuraría a contarle a su amigo, Natanael, sobre su descubri miento y por eso lo buscó. Luego el escepticismo inicial de Natanael se convirtió en asombro cuando Jesús le demostró que ya conocía a este joven y tenía muchas cosas maravillosas reser vadas para él. Jesús los buscó, ¡para que ellos pudieran encontrarlo!
Cada uno de nosotros está buscando a Jesús. Todos estamos tratando de
crecer en nuestra fe, conocerlo mejor y ser más fieles en la oración y el servicio.
¡Qué maravilloso es saber que él no se está escondiendo! El Señor te ama y antes de que tú siquiera pensaras en buscarlo, él ya te buscaba. Incluso ahora él te está buscando, invitándote a acercarte y pasar tiempo junto él. Así que, ¿por qué no sentarte bajo tu “higuera” por un momento y permitir que Jesús te encuentre? Quizá solo necesites concentrarte en un verso del salmo de hoy o en una de las lecturas. Tal vez solo necesitas repetir el nombre de Jesús unas cuantas veces. No te preocupes si te distraes un poco; solo trata de abrir tu corazón.
Este es el corazón de la vida cristiana: Es salir del escondite, es quedarse lo suficientemente tranquilo para que Jesús nos encuentre y nos hable. Natanael estaba descansado, esperando y contemplando cuando Felipe le presentó a Jesús, y esa silenciosa disposición lo ayudó a abrir su corazón.
Jesús te está buscando en este momento, ¡no te escondas! Quédate lo suficientemente quieto para que él te encuentre.
“Señor, te pido que me ayudes a reconocer hoy tu voz.”
³ 1 Juan 3, 11-21 Salmo 100 (99), 2. 3. 4. 5
Yo los he bautizado a ustedes con agua, pero él los bautizará con el Espíritu Santo. (Marcos 1, 8)
Si vieras a Juan el Bautista desde una perspectiva mundana, lo considerarías un pobre reflejo de Jesús, Aquel a quien él anunció. Podrías verlo como un hom bre rudo que predicaba el evangelio del castigo. Por el contrario, podrías pen sar que Jesús era más suave, un amigo gentil que sonreía mientras curaba a las personas y les decía que se amaran unos a otros. Pareciera que Juan deseaba decirnos lo que habíamos hecho mal, pero Jesús quería ser nuestro amigo. Pero, ¿se justifica este contraste? En la lectura del Evangelio de hoy, Juan es cualquier cosa menos un predica dor obstinado. Todo lo que él quería era dirigir a las personas hacia Jesús, Aquel que había venido a darles el Espí ritu Santo. Él le dijo a la gente que la razón de su llamado al arrepentimiento no se debía a que quisiera reprenderlos como si ellos fueran incapaces de cam biar. Más bien, era para que estuvieran preparados para recibir la salvación que Jesús había venido a ofrecerles. Lo más interesante es que, cuando Jesús aparece en escena, predica el mismo mensaje de arrepentimiento, ¡con exactamente las mismas palabras que usó Juan! (Marcos 1, 14-15). Pareciera que Juan se parecía más a Jesús de lo que pensamos.
La semejanza con Jesús puede dar nos algo de perspectiva sobre nuestro propio llamado a predicar el evangelio. Nos dice que, al igual que Juan, noso tros también podemos experimentar el entusiasmo y la esperanza que encie rra esta frase: “¡El Reino de Dios está cerca!” En el fondo, el evangelio es la buena noticia sobre un Dios que nos llama a estar a su lado. Es la buena nueva de un Padre misericordioso que quiere borrar todos los pecados de sus hijos y liberarlos de la culpa. Es la buena noticia de un Dios que desea recibirnos en su reino, ¡para siempre!
Es un gran privilegio ser llamado a hacer el mismo trabajo que Juan y Jesús hicieron. Es un gran privilegio mostrarles a las personas el camino hacia el reino de los cielos. Ya sea por medio de nuestras palabras o de nuestro ejemplo, podemos ser embajadores del Señor.
Entonces, ¿cuál es la buena noticia que vas a compartir hoy con otros? ¿Cómo vas a anunciar el Reino de Dios?
“Amado Señor Jesús, te pido que me enseñes a compartir tu buena noticia con los demás.”
³ 1 Juan 5, 5-13 Salmo 147, 12-13. 14-15. 19-20
7de enero, sábado Juan 2, 1-11
Esto que hizo Jesús… fue la primera de sus señales milagrosas. Así mostró su gloria. (Juan 2, 11)
Esta fue la primera de las “seña les” de Jesús, la primera vez que él mostró su gloria. Y, ¿qué fue exac tamente lo que reveló? Bueno, él no dijo en la primera ocasión que tuvo que él era el Mesías. Más bien, trans formó la simpleza del agua en algo mucho más complejo y delicioso: Un vino exclusivo, y mucho más abundante de lo que era necesario. Esta es la naturaleza de la gloria de Jesús: Es milagrosamente transformadora, excelente y abundante.
Pocos de nosotros hemos visto el agua transformarse en vino, a los cie gos recobrar la vista o a los muertos volver a la vida. Pero tengamos cui dado de no minimizar las obras más ocultas que Dios realiza dentro del corazón humano. Es casi tan milagroso cuando una persona aprende a escuchar a Dios en la oración, cuando se rompen las cadenas de la vergüenza y la culpa a través del arrepentimiento o cuando un corazón herido se cura por medio del perdón.
San Pablo nos dijo que contemplar la gloria del Señor nos transforma a su semejanza cada vez más (2 Corintios 3, 18). Esto significa que cuando lees la Escritura y te llenas de esperanza o
decides dejar el pecado, estás siendo transformado. Significa que cuando meditas en el Rosario o el Vía Crucis, estás siendo transformado. Así como el agua se convirtió en vino y como los discípulos se fueron transformando gradualmente conforme presenciaron la gloria de Jesús, ¡tú también estás siendo transformado!
Posiblemente tu transformación no sea evidente de forma inmediata, pero recuerda esto: Te estás convirtiendo en un “mejor vino” (Juan 2, 10). Todo lo que el Señor hace es bueno. Acuérdate de esto cada vez que observes que algo en ti ha cambiado. Jesús hizo un vino excelente para los invitados de la boda, y él también hará cambios excelentes en ti.
Cada día, Jesús te está transfor mando, no de una sola vez, sino en el tiempo correcto, en el orden correcto. ¡Todo porque te ama! Recuerda este amor y poder a menudo durante el día. Pídele que transforme el agua de tu vida en un mejor vino. El Señor lo hará de forma abundante.
“Señor Jesús, te pido que transformes mi vida cotidiana en algo extraordinario, para que sobreabunde con tu vida y tu amor.”
³ 1 Juan 5, 14-21 Salmo 149, 1-2. 3-4. 5-6a. 9b
ENERO 8-14
8de enero, domingo
La Epifanía del Señor Mateo 2, 1-12
Le ofrecieron regalos: oro, incienso y mirra. (Mateo 2, 11)
Oro, incienso y mirra: Estos son regalos para un rey. Por medio de ellos, los magos no solo estaban reconociendo a Jesús como rey de Israel, sino que también estaban mostrando a María y a José lo honrados que se sentían por estar en presencia de la realeza.
Hoy es la fiesta de la Epifanía. En la Misa de este día tan especial, tú también estarás en la presencia de la realeza: Jesús, el Rey de la creación. ¿Cómo puedes mostrar honor a Jesús? Lo más probable es que no tienes oro, incienso ni mirra para ofrecerle, así que esto es lo que puedes darle: “Señor Jesús, Rey de reyes, en lugar de oro, quiero rendirte honor como mi rey ofreciéndote mi obediencia y reconociéndote como el Señor de mi vida. Por amor a ti, quiero ser tu leal súbdito proclamando la buena noticia y edificando tu reino en la tierra.
Te pido que me ayudes a reconocer aquello que el Espíritu me inspire y que me des la gracia y la valentía para cumplir cada uno de tus mandamientos.
“Señor Jesús, Hijo de Dios, en lugar de incienso, te ofrezco mi alabanza. Permite, te ruego, que suba como incienso hacia tu trono (Salmo 141 (140), 2). Te alabo por venir a la tierra como hombre para salvarme. Te alabo por sufrir y morir para que yo pueda vivir contigo para siempre. Te pido que me des la gracia de alabarte no solo en los buenos momentos sino también en mis dificultades.
“Señor Jesús, Cordero de Dios, en lugar de la mirra que ungió tu cuerpo (Juan 19, 39), te ofrezco mi ser, cuerpo y alma, junto con mis alegrías y tris tezas. Confío en que al entregarme a ti, tú me ayudarás a enfrentar cada tentación y prueba, y un día me lle varás seguro a casa en tu reino eterno. “Amado Señor Jesús, tú eres mi Rey, mi Señor y mi Salvador. ¡Te ruego que estos regalos que te ofrezco te muestren honor y te glorifiquen!”
³ Isaías 60, 1-6 Salmo 72 (71), 1-2. 7-8. 10-11. 12-13 Efesios 3, 2-3. 5-6
El Bautismo del Señor
Isaías 42, 1-4. 6-7
Para que haga brillar la justicia sobre las naciones. (Isaías 42, 1)
Con la fiesta del Bautismo del Señor que celebramos hoy, finaliza el tiempo de Navidad; se han terminado los relatos sobre el nacimiento de Jesús. Bautizado por Juan y lleno del Espíritu Santo, el Señor Jesús ahora está preparado para proclamar la buena noticia. Entonces repasemos algunos de los eventos que nos han conducido hasta este punto.
Comenzamos el tiempo de Adviento leyendo cómo todas las naciones acudirán al monte santo de Dios (Isaías 2, 1-5). Pero después de eso, las lecturas se centran principalmente en personas humildes y cotidianas: El anciano sacerdote Zacarías; José, un carpintero y hombre de oración y su joven esposa, María; los pastores que se encontraban en el campo. También leímos sobre un corto viaje a Belén, un nacimiento y un niño envuelto en pañales. El evento más elegante y atractivo fue la visita de unos miste riosos personajes de Oriente.
Entonces, ¿dónde están las “naciones” que profetizó Isaías?
La fiesta de hoy nos ofrece una respuesta a esta pregunta. Jesús no estaba esperando que el mundo acudiera a él; más bien él fue al mundo. El Señor
aceptó el bautismo y luego fue a llevar “la justicia sobre las naciones” (Isaías 42, 2). Lleno del Espíritu Santo, viajó por toda Palestina para abrir “ojos de los ciegos” y sacar “a los cautivos de la prisión y de la mazmorra a los que habitan en tinieblas” (42, 1. 7).
Desde el día de su bautismo, Jesús ha salido al mundo. Primero lo hizo él mismo. Luego envió a San Pedro y a San Pablo y a los otros apóstoles a predicar el evangelio. Y ahora te está enviando a ti.
Pero no te preocupes; él no te está enviando solo. Tú eres parte del “mundo” al cual Jesús va a ofrecer su amor, misericordia y poder. Hoy y todos los días, él viene a llenarte con el mismo Espíritu que lo llenó a él en su bautismo. Así que medita en las lecturas de hoy. Tú eres hijo de Dios y él se complace en ti. El Señor te está pidiendo que hagas “brillar la justi cia” en los rincones de “las naciones” donde vives, y él está a tu lado para ayudarte a hacerlo.
“¡Aquí estoy, Señor! Te pido que me ayudes a proclamar tu buena noticia a todas las personas que me rodean.”
³ Salmo 29 (28), 1a-2. 3ac-4. 3b. 9b-10 Mateo 3, 13-17
10de enero, martes Salmo 8, 2. 5-9
Diste a tu Hijo el mando sobre las obras de tus manos. (Salmo 8, 7)
Dominio, gobierno y autoridad: Estas son palabras que actualmente pueden resultarnos difíciles. La idea de que alguien tenga autoridad sobre nosotros puede parecer negativa. Nos encanta la libertad, y hay muchos ejemplos de la forma en que los líderes políticos han abusado de su poder. Así podemos sentirnos también con Dios, la máxima figura de autoridad. Pero Dios no domina ni manipula. Esa no es la forma en que él ejerce su autoridad. El Señor gobierna con amor; él es todopoderoso y tiene la última palabra sobre lo que es bueno o malo, sobre la vida y la muerte. Pero lo que el Padre más desea es que viva mos a su lado toda la eternidad. Sus leyes están ahí para guiarnos por el camino que nos conduce hacia él, no para condenarnos. La autoridad ejercida apropiadamente se parece más a un padre amoroso que enseña a su hijo o a un jardinero que cuida un jardín.
El salmo de hoy nos dice que Dios también nos ha dado autoridad, entonces, ¿cómo se supone que la ejerzamos?
Tu primera zona de autoridad es sobre ti mismo. Puedes ejercer dominio sobre tus ojos al evaluar las cosas
que ves de acuerdo a los estándares de Dios: Películas, publicidad, las perso nas que te rodean, incluso la creación. Tienes autoridad sobre tus oídos cuando te preocupas por escuchar respetuosamente a otras personas. Y sobre tus pensamientos arrancando de raíz el juicio o la manipulación.
Luego, mira hacia afuera. Tú tienes una vocación en la vida que te concede autoridad en ciertas relaciones personales. Si estás casado, tienes la sujeción mutua entre esposos. Si tie nes hijos, tienes responsabilidad por su crecimiento y desarrollo. Tú pue des ser un jefe en tu trabajo o estar involucrado en un ministerio de la parroquia. En todos estos roles, Dios te llama a servir y a nutrir, no a dominar. Los esposos se guían uno al otro en santidad. Los padres se esfuerzan pacientemente y con amor para formar a sus hijos en santidad. Los compañeros de trabajo son un ejemplo de cooperación y cuidado mutuo.
La autoridad no es estar “sobre” alguien más, sino servir y ofrecer nuestra vida, ¡tal como Jesús lo ha hecho por nosotros!
“Padre celestial, abre mis ojos a tu autoridad, te lo ruego.”
³ Hebreos 2, 5-12 Marcos 1, 21-28
11de enero, miércoles Marcos 1, 29-39
Se le quitó la fiebre y se puso a servirles. (Marcos 1, 31)
Imagina a la suegra de Simón y su amiga teniendo esta conversación: “¿Qué sucedió en tu casa el otro día?”, preguntó la amiga.
La suegra de Simón respondió: “Bueno, yo estaba muy enferma. Tenía fiebre, todo el cuerpo me dolía y todo lo que quería era descansar. Pero Jesús entró en mi habitación y me tomó de la mano. Unos minutos después, me sentía tan bien que comencé a pre parar el almuerzo para Simón y sus amigos. Estaba tan entusiasmada por lo que había sucedido que tenía que salir y contarle a otros.
“He descubierto —tanto de mi experiencia como de la de otras personas— que cuando conoces a Jesús, algo cambia en tu corazón, no puedes evitar actuar. Ese día, hice lo que sabía que era lo mejor. No me sentí obli gada; pude haberme quedado acostada en mi cama, pero cuando sientes esa clase de amor, solo deseas encontrar formas de corresponderlo.
“Creo que el amor simplemente comienza a brotar. Al menos eso es lo que sucedió ese día. Se corrió la voz de que Jesús había llegado de visita, y para el final de la tarde la casa estaba llena de gente enferma o infeliz y él los tocó a todos.
“Lo que fue inusual para mí es que no me importó tener a todos estos extraños en mi puerta. Normalmente, habría sido cautelosa, pero algo cam bió en mí ese día, y sentí una nueva afinidad con esas personas a las cua les nunca antes había conocido. Es posible que antes algunas de ellas no me hubieran gustado, pero eso no importó. Todos estábamos buscando lo mismo, todos habíamos sido atraí dos por un deseo de estar con Jesús. Todos parecían hermanos y hermanas perdidos desde hace mucho tiempo, yo no tuve problema en recibirlos.”
“Entonces, ¿eso fue todo?”, pre guntó su amiga. “¿Sentiste su amor cuando te curó y eso te hizo abrir tu puerta a otras personas, y ellos también fueron curados?”
“Sí, sé que suena extraño, pero eso es todo lo que sucedió. Y es lo que ha sucedido para muchas otras personas. Tú misma deberías tratar de buscar a Jesús. ¡Es sorprendente todo lo que él puede hacer!”
“¡Debo encontrarlo! Hay muchas cosas con las cuales necesito ayuda.”
“Señor, te pido que toques el corazón de todos con tu amor sanador.”
³ Hebreos 2, 14-18 Salmo 105 (104), 1-4. 6-9
12de enero, jueves Marcos 1, 40-45
Se le acercó un leproso para suplicarle de rodillas. (Marcos 1, 40)
Bajo la ley judía, una persona enferma de lepra no debía acercarse a otra persona sin advertirlo primero. Sin embargo, en la lectura del Evan gelio de hoy este hombre no solo se acercó a Jesús sino que se arrodilló delante de él. Evidentemente se estaba arriesgando mucho, ¿por qué? Porque creía que Jesús podía curarlo.
La humildad y la fe expectante de este hombre le permitió abrir su cora zón para que Jesús lo sanara, no solo físicamente sino también emocional y espiritualmente. Imagina la forma amorosa con la que el Señor miró al hombre cuando este se arrodilló delante suyo. El amor y la compasión en su mirada, el contacto de su mano y sus palabras: “Sí quiero”, significaban que Jesús recibió no solo el cuerpo de este hombre sino también su corazón, la persona completa (Marcos 1, 41). Jesús lo amó plenamente; él vio más que un hombre enfermo de lepra; él vio a un hijo amado de Dios.
Nosotros no estamos enfermos de lepra, pero todos necesitamos el con tacto sanador de Jesús. Podríamos estar sufriendo de una enfermedad física, pero también podemos estar luchando con un problema espiritual o
emocional como el miedo, la ansiedad, un pecado o un trauma del pasado. Y anhelamos recibir lo mismo que recibió el leproso: Sanación, aceptación y el amor y la misericordia incondicional de Dios.
La buena noticia es que cuando acudes a Jesús con humildad y fe, pue des tener un tierno intercambio con él como lo tuvo el hombre del Evangelio de hoy. Jesús ya se ha conmovido con piedad por ti, y desea que experimentes el amor personal que te tiene (Marcos 1, 41).
Así que háblale a Jesús sobre tu dolor, ya sea físico, emocional o espiri tual. Hazle preguntas y comparte con él tus pensamientos y sentimientos. Esta es la forma en que te “arrodillas” con una fe humilde. Luego pídele que te cure y continúa reconociendo tu necesidad y pidiéndole con fe. Es posible que tus problemas no desapa rezcan al instante, pero Jesús derrama su amor en cada área que duele en tu corazón. Su amor es la sanación fundamental que todos necesitamos y deseamos, y este amor te curará, tal vez en formas en que ni siquiera pue des imaginar.
“Señor Jesús, hoy me arrodillo ante ti; por favor, ¡ven y sáname!”
³ Hebreos 3, 7-14 Salmo 95 (94), 6-11
13de enero, viernes Marcos 2, 1-12
Tus pecados te quedan perdonados. (Marcos 2, 5)
¡Esta debe haber sido una escena conmovedora! Los amigos del hombre paralítico se reunieron alrededor de él. Deben haberlo conocido de toda la vida y nunca soñaron con que su condición pudiera cambiar.
Pero Jesús pronunció algunas pala bras sobre el cuerpo rígido del hombre, ¡y él comenzó a moverse! Levantó un brazo, luego una pierna. Luego se levantó completamente de la camilla y caminó lentamente hacia sus amigos. Seguramente todos lloraron de alegría. ¿Algo podría ser más maravilloso?
Sí, escuchar a Jesús decirle: “Tus pecados te quedan perdonados” (Mar cos 2, 5). A pesar de que las curaciones físicas son enormes demostraciones del poder de Jesús, ¡empalidecen en com paración con el perdón de nuestros pecados! El pecado puede separarnos de Dios para siempre. Es lo que nos condujo fuera del paraíso y provocó que quedáramos sujetos a la enfermedad y la muerte. El pecado es la principal “enfermedad terminal”, y no hay nada más maravilloso que ser curados de ella.
Cuando Jesús pregunta si es más fácil perdonar los pecados de un hombre o curarlo, conocemos la respuesta. Redimirnos del pecado fue cualquier cosa menos fácil. El Señor fue golpeado,
flagelado, crucificado y murió lenta mente y con agonía para liberarnos. Lo que es todavía peor, cargó sobre sí todo el pecado del mundo. “Por nues tra causa, Dios lo hizo pecado, para hacernos a nosotros justicia de Dios en Cristo” (2 Corintios 5, 21). Cualquier sanación física que recibamos es sola mente una dimensión de este milagro más grande que Jesús obtuvo en la cruz.
La próxima vez que vayas a confe sarte, piensa en lo que Jesús ha hecho por ti al obtener tu perdón. Contempla lo grande que es la salvación que él ha obtenido para ti pagando como precio con su propia vida. Permite que este sacramento te abra las puertas de la misericordia, la restauración y la cura ción. Recuerda que cuando el sacerdote te absuelve, Jesús mismo está hablando a través suyo. Prueba su amor por ti y ten la seguridad de que él aleja de ti tus pecados. Con Jesús, ¡perdonado en rea lidad significa olvidado! Dale gracias a Dios porque eres libre para amarlo y servirlo. ¡Luego ve y comparte su amor con tus hermanos y hermanas!
“Señor, te pido que me ayudes a apreciar el sacrificio que hiciste por mí. Te pido que me permitas experimentar tu perdón más profundamente!”
³ Hebreos 4, 1-5. 11 Salmo 78 (77), 3. 4. 6-8
14de enero, sábado Marcos 2, 13-17
Jesús… le dijo: “Sígueme”. Él se levantó y lo siguió. (Marcos 2, 14)
Uno de los temas centrales del Evangelio de San Marcos es el discipulado. Lo vemos desarrollado desde el primer capítulo, cuando Jesús llama a Simón, Andrés, Santiago y Juan a seguirlo (1, 16-20). Luego en el capítulo 2, llama a Leví (también conocido como Mateo), el recauda dor de impuestos. En cada uno de estos casos, los hombres respondieron prontamente aceptando la invitación de Jesús.
Pero no todos aquellos que el Evan gelio de San Marcos nos dice que fueron invitados por Jesús a seguirlo aceptaron su llamado. Contrasta la respuesta rápida de Mateo con la del joven rico (Marcos 10, 17-31). Este muchacho preguntó sinceramente a Jesús: “¿qué debo hacer para alcanzar la vida eterna?” (10, 17). Jesús repasó los mandamientos de la ley y entonces el hombre le dijo que él los había cumplido todos desde joven. Pero cuando Jesús le dijo que entregara todas sus posesiones y lo siguiera, su rostro se transformó y se alejó triste (10, 22).
De manera que, por un lado tenemos a Mateo, un cobrador de impuestos que supuestamente había vivido de una forma que se oponía a
los mandamientos de Dios, que decidió responder a la invitación que le hizo Jesús a seguirlo. Y por el otro, tenemos al joven rico, que conscientemente había cumplido los mandamientos durante toda su vida, pero que al ser invitado por el Señor dudó y se alejó.
¿Qué podemos aprender de esto? Primero, aun si hemos seguido al Señor fielmente durante años, Jesús nos llama continuamente a tener una relación más profunda con él. Así como quería llevar al joven rico más lejos en su fe, así desea llevarnos por nuestro camino de discipulado. Nunca hay un punto en nuestra vida en que podamos decir con seguridad: “Bueno, he llegado y ahora me quedaré en este punto de mi amistad con Dios.”
Segundo, Dios siempre nos está lla mando, así que debemos estar alertas todo el tiempo. Necesitamos estar pre parados, escuchando y dispuestos a actuar según lo que nos inspire el Espíritu Santo y a hacer lo que sea que Dios nos esté pidiendo. Porque aunque el discipulado inicia con una invitación, no termina ahí. ¡Y por eso debemos alabar a Dios!
“Señor, gracias por invitarme a caminar junto a ti. Te pido que me ayudes a escucharte y responderte.”
³ Hebreos 4, 12-16 Salmo 19 (18), 8-10. 15
ENERO 15-21
15de enero, domingo
Juan 1, 29-34
Este es el Cordero de Dios, el que quita el pecado del mundo. (Juan 1, 29)
Escuchamos estas palabras en cada Misa mientras la Hostia y el Cáliz son levantados para que todos los puedan ver. Resultan tan familiares que quizá han perdido un poco de su fuerza.
Juan el Bautista vio que Jesús iba hacia él y lo señaló para que los demás lo vieran también. Pero Juan no quería simplemente que echemos una mirada, sino que contemplemos, con cuidado y en oración. Mira con la expectativa de que descubrirás algo importante.
¿A quién estás contemplando? Estás contemplando al más grande regalo de Dios para el mundo, para ti. Estás contemplando a Jesús, el verdadero sacrificio enviado desde el cielo. Es el cordero sin mancha, inocente de todo pecado, manso y gentil de corazón. Jesús es el cumplimiento de la cele bración de la Pascua del antiguo Israel. El Señor vino para que tú pasaras de la muerte a la vida, de la esclavitud a la libertad.
Este es el Cordero de Dios, que quita los pecados. Mira con atención, observa en esta Hostia la promesa del perdón. Mira a Jesús, que entregó su cuerpo y su sangre en una cruz por ti. Mira a Jesús, que ha cargado sobre sí tu pecado y se lo llevó con él a la tumba. Míralo resucitando, dejando tu pecado enterrado en esa tumba. Tú ya no estás atado por el pecado. Jesús lo ha alejado y tú también puedes ale jarte del pecado, paso a paso mientras continuas poniendo tu fe en el Señor.
Jesús es el Cordero de Dios, que quita los pecados del mundo. No solo quita tu pecado, sino el de cada una de las personas sobre la tierra, del pasado, el presente y el futuro. Nadie está fuera de su alcance, nadie está exento de esperanza. Cada persona puede conocer el perdón y la libertad. Incluso aquellas personas que a ti te cuesta perdonar. Contémplalo y cree en que él puede ofrecer reconciliación y curación a todas las personas.
¡Contempla al Cordero de Dios! Y recíbelo con alegría y un corazón abierto.
“Señor, no soy digno, una sola palabra tuya bastará para sanarme.”
³ Isaías 49, 3. 5-6
Salmo 40 (39), 2. 4. 7-10
1 Corintios 1, 1-3
A vino nuevo, odres nuevos. (Marcos 2, 22)
Cuando Jesús habla de vino nuevo y odres nuevos en la lectura del Evan gelio de hoy, está describiendo la forma en que renovará nuestra relación con Dios por medio de una nueva alianza. El Señor Jesús nos está diciendo que él es el novio que trae el amor de Dios a nuestra vida en una forma única (Marcos 2, 19). Y él desea que noso tros estemos preparados para recibirlo. Abramos, pues, nuestro corazón a lo que el Señor desea concedernos y pidá mosle que nos llene de su vino nuevo: “Señor Jesús, tú me das vino nuevo. Este vino nuevo es tu amor divino que derramas sobre mí. Tú me amas y me creaste para ser tuyo. Tu amor es paciente y bondadoso. Tu amor se alegra de la verdad; tu amor nunca se da por vencido y dura para siempre. Tu amor siempre está disponible para quien lo necesite. Conforme tu amor por mí crece, no puedo evitar compartirlo con quienes están a mi alrededor.
“Señor Jesús, tú me das vino nuevo. Este vino nuevo es tu vida divina en mí. Es la presencia de Dios en mi interior. Tú me muestras quién eres: Santo, puro, recto y tienes un propósito para mi vida. Tú me muestras lo mucho que te necesito y luego me acercas a ti. Cuanto más
recibo tu vida, más me parezco a ti. Y me das tu gracia para reflejar tu vida a las personas que están cerca de mí.
“Señor Jesús, tú me das vino nuevo. Este vino nuevo es tu poder divino en mí y que se manifiesta a través de mí. Tu poder es ilimitado, nada es demasiado grande para ti. Tú no solo me sanas y me liberas por tu poder, sino que me capacitas a ver las cosas desde tu perspectiva. Mis oraciones fluyen con esperanza y confianza en lo que tú puedes hacer.
“Mi Señor, tú me das vino nuevo. Te ruego que me ayudes a ser como un odre nuevo para contenerlo. Quiero ser flexible y capaz de expandirme conforme tu vida, amor y poder cre cen dentro de mi corazón. No quiero aferrarme a nada que me aleje de ti o me impida vivir de una forma nueva. Te pido que me muestres lo que nece sito cambiar: ¿Necesito perdonar? ¿Necesito entregarte mi temor y mis resentimientos? Señor Jesús, quiero vaciarme para que tú me llenes con tu vino nuevo.”
“Amado Jesús, ¡me maravillo de lo generoso que eres! Te pido que transformes mi corazón en un odre nuevo para recibir tu vino nuevo.”
³ Hebreos 5, 1-10 Salmo 110 (109), 1-4
17de enero, martes Hebreos 6, 10-20
Esta esperanza nos mantiene firmes y seguros. (Hebreos 6, 18)
En los últimos años hemos experi mentado dificultades únicas para todos nosotros: Una pandemia global y pla nes frustrados, dificultades económicas y tensiones políticas y raciales. Cualquiera de estas cosas podría habernos hecho flaquear, sin mencionar cualquier prueba personal que podríamos haber enfrentado.
A la luz de todo lo que ha sucedido, este versículo de la primera lectura de hoy puede darnos ánimo: “Esta esperanza nos mantiene firmes y segu ros”(Hebreos 6, 18). Como cristianos, podemos poner nuestra esperanza en la promesa de que un día nos reuniremos con Dios en el cielo. Ninguna enferme dad, crisis financiera, decepción, plan cancelado o conflicto puede obstaculizar esa promesa. Esa es la esperanza que el autor de la carta a los hebreos predicó a los primeros cristianos, y es la que nos predica a nosotros también. Si hacemos nuestro mejor esfuerzo para permane cer cerca del Señor y cumplimos sus mandamientos, nuestra esperanza está segura y firme.
Pero, ¿cómo nos mantenemos firmes en esa esperanza? ¿Soportando y apre tando los dientes cuando enfrentamos dificultades? ¡No! Nuestra esperanza
está en la fidelidad de Dios. Podemos tener confianza de que él nos protegerá cada vez que enfrentemos una prueba porque nosotros hemos depositado nuestra fe en él.
Esa no es solo una promesa abs tracta. Dios nos ofrece tres fuentes tangibles de gracia que pueden forta lecer y renovar nuestra esperanza. En la Eucaristía, Jesús se hace presente para nosotros, nos sana, nos fortalece y nos nutre. En la Escritura, nos enseña quién es él, cuánto nos ama y los planes maravillosos que tiene para nosotros. Y por medio de nuestras relaciones per sonales, nos bendice con una familia, con amigos y hermanos en Cristo que nos ofrecen su amor y apoyo cuando necesitamos enfrentar una dificultad. De todas estas formas, podemos expe rimentar un anticipo del cielo y nuestra esperanza se fortalece.
A veces la vida puede ser difícil; y podemos perder la esperanza. Cuando eso sucede, no te hundas en la frustra ción o la desesperación. La presencia de Jesús en la Eucaristía, la Escritura y en otras personas son líneas de vida que Dios te proporciona. Sostente de ellas, ¡y no te sueltes!
“Señor, toda mi esperanza está en ti.”
³ Salmo 111 (110), 1-2. 4-5. 9-10 Marcos 2, 23-28
18de enero, miércoles Marcos 3, 1-6
Comenzaron a hacer planes… para matar a Jesús. (Macros 3, 6)
En el Evangelio de hoy, Jesús cura a un hombre que tenía una mano tullida y sus oponentes lo condenaron por infringir el descanso del sábado. En lugar de glorificar a Dios y alegrarse por la curación del hombre, “comen zaron a hacer planes” para matar a Jesús (Marcos 3, 6). ¡Qué reacción más extraña frente a una curación!
Este relato sobre el poder de Dios para curar y la resistencia humana hacia ese poder encierra muchas lecciones para nosotros.
Primero, podemos reflejarnos en el hombre con la mano tullida. Pro bablemente él estaba limitado en su capacidad de cuidarse a sí mismo o proveer para su familia. San Marcos no dice si se había herido la mano o si había nacido con esta limitación. Quizá él culpaba a Dios por su condición. De forma similar, nosotros podemos tener partes que están simbólicamente “tullidas”, fuera de forma, y que nos impiden funcionar como deberíamos. Jesús desea curarnos y restaurarnos para que podamos vivir como Dios quiere que lo hagamos.
Segundo, debemos prestar aten ción a los oponentes de Jesús. Podrías decir que ellos tenían el “corazón
tullido” y su condición era peor que la del hombre. El tan anhelado Mesías estaba delante de ellos, y sin embargo, todo lo que ellos podían ver era un hombre que infringía sus normas. Su perspectiva sobre el sábado los hacía indiferentes al sufrimiento del hombre. Aún más, le pusieron condiciones a Dios y rechazaron los intentos de Jesús por conmover su corazón.
Ningún corazón se marchita de la noche a la mañana. Al igual que estos hombres, nosotros también podemos resistirnos a los caminos de Dios y lentamente cerrarnos a él. A través de la falta de contacto con el Señor y de escuchar solamente nuestros propios deseos y las filosofías mundanas, permitimos que nuestro corazón se endurezca y se enfríe. Incluso podemos hacer todas las cosas “buenas” y aun así marchitarnos por dentro. Nuestro corazón endurecido distorsiona nues tra empatía por las personas que están sufriendo y rechazamos los esfuerzos de Dios para curarlos.
Dios desea ofrecernos su amor y sanación; Jesús tiene la autoridad para restaurarnos y darnos libertad y plenitud.
“Oh Dios, te ruego que transformes mi corazón.”
³ Hebreos 7, 1-3. 15-17 Salmo 110 (109), 1-4
19de enero, jueves Hebreos 7, 23—8, 6
Jesucristo… permanece para siempre. (Hebreos 7, 25)
Jesús permanece para siempre para interceder por ti. Aun en tu peor día, cuando estás de mal humor o cuando has bebido demasiado, cuando la amar gura y el resentimiento brotan dentro de tu corazón o cuando cualquier cosa con la que luchas se asoma, Jesús está intercediendo por ti. Escríbelo: “Jesús suplica por mí.” Continuamente él exclama a su Padre: “Perdónalos, porque no saben lo que hacen” (Lucas 23, 34). Ese es el fundamento de nuestra esperanza. Nos da la confianza de acercarnos a él, sabiendo, como lo escribió San Francisco de Sales, que “Dios nos ayudará; nos irá mejor.”
Nos irá mejor porque ahora Jesús intercede por nosotros como sumo sacerdote y mediador de una alianza nueva y mejor. El Señor se presenta ante el Padre y le pide que perdone nuestras faltas y errores. Se presenta ahí, suplicando misericordia para nosotros al Padre de la misericordia y ruega al Dios del consuelo que nos consuele mientras nosotros procura mos amarlo y servirlo a él. Jesús no está vigilándonos para ver si logra mos vivir una vida más santa, ¡nos está ayudando a vivirla!
Jesús te presenta ante Dios y le pide que te ayude en tu necesidad
de hacerte santo como él es santo. Implora a su Padre la misericordia, guía y fortaleza que necesitas para vivir con fe. Suplica por ti —cons tante y eternamente— con amor e interés duraderos por ti. El Señor está ahí en este mismo momento, cargándote en sus brazos y presentando tus necesidades al Padre celestial, por que él sabe que tú no puedes hacerlo por ti mismo. Jesús está comprome tido contigo.
Piensa en una sola área de tu vida en la cual estás luchando. Puede ser una relación difícil o la duda o el temor. Ahora imagina a Jesús sosteniéndola en sus manos, las cuales están estiradas hacia el Padre. Agradece a Jesús por interceder por ti. Dale gracias por ayudarte a superar esa dificultad. Confía en que él derramará su gracia en tu vida y luego busca nuevas ideas, direcciones y oportunidades que te ofrezcan la posi bilidad de cambiar. Acéptalas, medita cuál es la mejor forma de proceder (no siempre es prudente dar un salto al vacío), y actúa sobre ellas cuando puedas. Dios te ayudará; estarás mejor.
“¡Gracias, Señor Jesús! Creo que por medio de tu intercesión y ayuda, yo estaré mejor.”
³ Salmo 40 (39), 7-10. 17 Marcos 3, 7-12
20de enero, viernes Marcos 3, 13-19
Llamó a los que él quiso. (Marcos 3, 13)
En el Evangelio de hoy se encuentra una distinción importante, que a menudo pasamos por alto. San Marcos nos dice que Jesús “llamó a los que él quiso” y de esos que llamó “cons tituyó a doce” (Marcos 3, 13-14). Jesús no llamó solo a doce. Ahí, al inicio de su ministerio, reunió a muchos seguidores. Y continuó lla mando gente: Zaqueo (Lucas 19, 5), Lázaro (Juan 11, 38-43) e incluso a San Pablo (Hechos 9, 1-16). Y a todos los que llamó para que estuvieran con él también los invitó a ir y predicar el evangelio. Los apóstoles no son los únicos que predicaron y dieron testi monio. Todos los primeros creyentes proclamaron a Jesús y el poder trans formador de su amor.
Jesús te llama a ti también. Solo porque tú no eres uno de los “doce” no significa que no seas especial. Lo eres y estás invitado a dar testimo nio de su poder y su presencia entre nosotros: A tus hijos en tu hogar, a tus compañeros de trabajo, al dependiente del supermercado que registra las compras lentamente, a los jugadores del equipo contrario en el campo de juego y a los conductores que manejan a alta velocidad o demasiado despacio en la carretera.
Pocos de nosotros tendremos un púlpito formal para predicar, pero todos podemos transmitir el amor de Dios en la forma en que hablamos a otros y sobre ellos. Pocos de nosotros tendremos un ministerio oficial de sanación, pero todos podemos ofrecer el amor sanador a otros por medio de abrazos, saludos amables, la aten ción que prestamos a lo que otros nos dicen e incluso la forma en que los miramos.
Las sonrisas, los gestos y los saludos que ofreces —incluso a los extraños— pueden cambiar el ambiente en un salón o el corazón de alguien instan táneamente. Las oraciones silenciosas pueden ofrecer paz a una situación tensa en segundos. Tu decisión de no sentirte ofendido, aun cuando la ofensa sea evidente, posiblemente no expulse un demonio, pero no le dará espacio alguno para actuar. Cada día, te enfrentas a incontables oportunidades para predicar y ejercer autoridad en el nombre de Jesús. Busca estas oportunidades y recuerda: ¡Tú has sido llamado por Jesús!
“Señor, te pido que me ayudes a predicar el evangelio, a ofrecer tu paz y a ejercer tu autoridad.”
³ Hebreos 8, 6-13 Salmo 85 (84), 8. 10-14
21de enero, sábado Hebreos 9, 2-3. 6-7. 11-14
¡Cuánto más la sangre de Cristo purificará nuestra conciencia… de las obras que conducen a la muerte, para servir al Dios vivo! (Hebreos 9, 14)
Es fácil reconocer a un niño pequeño que se siente culpable. Evi tará hacer contacto visual y se alejará de sus padres y de la “escena del crimen”. Si no puede hacer una huida rápida, fingirá una sonrisa y tratará de ganarse la buena voluntad de sus padres.
La mayor parte del tiempo los padres saben lo que el niño ha hecho y ya lo han perdonado, pero a menudo el niño tratará de “arreglar” lo que ha hecho. Barrer los pedazos de un plato quebrado no reparará el plato o arreglará el asunto, pero aun así él lo intentará.
¿Cuán a menudo te relacionas con Dios, tu Padre, de esta misma forma? Tal vez caminas por ahí con la cabeza baja, convencido de que él no está feliz contigo. Aun después de que has confesado tus pecados y has recibido la absolución, podrías seguir llevando esa carga. Podrías tratar de aliviar tu consciencia haciendo tantas buenas obras como sea posible para tratar de balancear las malas.
Entonces te esfuerzas mucho. Pero por mucho que te esfuerces, tu esfuerzo solo oscurecerá el asunto
principal: Has roto algo que solo Dios puede reparar.
El autor de la carta a los hebreos comprendió que no se trata solo de lo que hacemos, ¡sino de lo que Jesús ya hizo! Al derramar su sangre en la cruz, Jesús ya obtuvo para nosotros el perdón. Aún más, él ya limpió nuestra consciencia de esa molesta sensación de culpa que dice: “Debo ser mejor, debo esforzarme más.” No tenemos que convencerlo para que nos perdone o nos acoja. Nuestras buenas obras tie nen como objetivo ser una respuesta de gratitud por lo que Jesús hizo, no un intento de hacer el bien tanto como sea posible para agradar a Dios.
Al derramar su sangre, Jesús nos hizo una nueva creación. Su sangre — su propia vida— cambia todo lo que toca, ¡incluso a nosotros! Podemos caminar en libertad porque ya Dios nos ha hecho sus hijos, hemos sido perdonados de todo pecado y purificados por el poder de la sangre de Jesús.
¡Qué Dios más amoroso tenemos! ¡Qué Salvador más misericordioso! ¿Cómo no adorarlo con todo nuestro corazón?
“Señor Jesús, ¡gracias por la sangre que derramaste por mí!”
³ Salmo 47 (46), 2-3. 6-9 Marcos 3, 20-21
ENERO 22-28
22de enero, domingo 1 Corintios 1, 10-13. 17
Hermanos: Los exhorto… a que…no haya divisiones entre ustedes. (1 Corintios 1, 10)
San Pablo tenía muchas cosas que decir a la iglesia de Corinto, pero el pri mer tema que trató fueron las divisiones en la comunidad. Debe haber estado impresionado de que la gente creara rivalidades basándose en quién les había proclamado el evangelio. ¡Pablo sabía que él, Pedro y Apolo habían proclamado el mismo evangelio!
Entre los cristianos de diferentes tradiciones existe desunión. Pero así ha sido desde que solo existía una sola Iglesia. Debido a nuestra naturaleza humana, eso no debería sorprender nos. Aun cuando todos somos parte de la misma “familia”, es muy fácil caer en la trampa de vernos unos a otros como contrincantes.
Tristemente, hoy en día nuestra Iglesia sigue llena de rivalidades y divisiones. A menudo categorizamos a nuestros hermanos católicos según la forma en la que rezan, las páginas de Internet que visitan y las causas que apoyan. No es difícil dar un paso
hacia adelante y adoptar la actitud de “nosotros contra ellos” en la cual nos distanciamos de otros creyentes e incluso los menospreciamos.
¡Eso no es lo que Dios quiere para su Iglesia! El Señor nos quiere “unidos en un mismo sentir y un mismo pensar” (1 Corintios 1, 10). Ese es un man dato supremo y comienza en nuestro corazón. Inicia cuando pedimos perdón a Dios por las veces que hemos pensado o hablado negativamente de nuestros hermanos que ven las cosas de una forma distinta a la nuestra. Aun cuando tengamos desacuerdos legíti mos, podemos abordar estos asuntos constructivamente, sin tomárnoslo personal. Sobre todo, siempre debemos desearnos lo mejor unos a otros.
Hoy en Misa, pídele a Dios que continúe sanando las divisiones en la Iglesia así como las muchas divisiones en nuestro corazón. Dios no desea que gastemos nuestra energía discutiendo unos con otros. Más bien, que estemos unidos por un mismo propósito: Proclamar el evangelio de Jesucristo a un mundo que sufre.
“Señor, te ruego que nos ayudes a ver que todos somos uno en ti.”
³ Isaías 8, 23–9, 3
Salmo 27 (26), 1. 4. 13-14 Mateo 4, 12-23
23de enero, lunes Marcos 3, 22-30 ¿Cómo puede Satanás expulsar a Satanás? (Marcos 3, 23)
En toda la región de Galilea bullía el entusiasmo. Las personas estaban siendo curadas de sus enfermedades, aun aquellos que estaban poseídos por espíritus malignos estaban siendo liberados. Y era un hombre —Jesús de Nazaret— el que estaba haciendo todo esto. Nadie había visto nunca algo igual. Entonces, ¿cómo era que esos escribas podían afirmar que Jesús estaba poseído por Satanás? ¿Cómo podrían haberse imaginado que él hiciera milagros por medio del poder de espíritus malignos?
Jesús puso en evidencia su lógica equivocada. ¡Por supuesto que Sata nás no podía estarse expulsando a sí mismo! Dios tenía que estar actuando ahí. Pero en esto había más que una lógica errónea. Al negar que el Espíritu Santo podía actuar a través de Jesús, los escribas se arriesgaban a cometer el único pecado que estaba más allá del perdón de Dios (Marcos 3, 29). Si ellos no podían creer en los milagros que Jesús estaba realizando delante de sus propios ojos, entonces, ¿cómo creerían en la salvación que él les ofrecía?
No permitas que esta lectura de hoy te provoque temor sobre tu propio des tino. Si verdaderamente crees que Jesús es el Señor y Salvador, eso en sí mismo
es la prueba de que el Espíritu Santo habita en tu corazón, conduciéndote a una fe más profunda. La única pregunta que hay que hacer es: “¿Cuánto más puedo permitir que el Espíritu Santo haga en mi vida?” Él quiere ser tu defensor, consejero y consolador, en los tiempos buenos y también en los malos. El Espíritu desea ayudarte a predicar la buena noticia del evangelio. También desea darte visiones y sueños para tu vida y para tus hermanos y hermanas en Cristo (Joel 3, 3).
Si has deseado estar más en contacto con el Espíritu Santo, recuerda que él desea estar en contacto contigo también. Así que procura entrar en contacto con él; lee la Escritura todos los días, pidiéndole al Espíritu que te la revele. Aléjate de las distracciones en tu tiempo de oración y escucha su voz. Invítalo a estar contigo durante el día: En el trabajo, en tu casa con tu familia o en cualquier situación en que necesites su sabiduría, paz y fortaleza. ¿Quién sabe? ¡Quizá veas algunos milagros como los que se vie ron en Galilea!
“Espíritu Santo, te pido que mi corazón siempre esté atento a tu voz suave y calmada.”
³ Hebreos 9, 15. 24-28 Salmo 98 (97), 1-6
24de enero, martes Hebreos 10, 1-10
Todos quedamos santificados por la ofrenda del cuerpo de Jesucristo. (Hebreos 10, 10)
Sin duda has escuchado el her moso sonido de un violín que suena en una orquesta. Es impresionante, ¿no es cierto? Ese violín originalmente fue un árbol en un bosque, quizá un arce o un abeto. Luego lo cortaron y lo convirtieron en madera. Luego un artesano trabajó en él. Todas las piezas debieron ser cortadas, aserradas, cinceladas, dobladas y pegadas en su lugar. Los lados, las cuerdas, la parte de atrás, la de arriba y el mango debieron ser formadas correctamente para que resuenen apropiadamente. ¡Imagina todo el cuidado que se nece sitó para hacer un solo instrumento! Ahora piensa en la palabra “santifi cados” que se encuentra en la primera lectura de hoy. Ser santificados significa ser apartados, ser formados con un propósito especial. Podríamos decir que al igual que el violín, hemos sido apartados para el propósito y la gloria de Dios. Ahora, a diferencia del violín, que ya ha sido creado, tú sigues siendo formado por Dios, y lo seguirás siendo hasta el día en que finalmente veas a Jesús cara a cara. Cada vez que respondemos a la obra de Dios, estamos dándole otra oportunidad de formarnos para sus
propósitos. Estas oportunidades se nos presentan todo el tiempo, por ejemplo: Cuando rechazamos la tensión de gritarle a otra persona que ha sido grosera con nosotros o nos abstenemos de comer un pedazo adicional de pizza, o dejamos algo que estamos haciendo para ayudar a alguien más. Estas decisiones que parecen pequeñas a menudo son más importantes de lo que pensamos. Cada una nos forma un poco más. Cada una nos cincela un poco más. Cada una nos permite reflejar un poco más a nuestro perfecto Creador.
Dios tiene una visión hermosa para ti. El Señor nunca se da por vencido contigo. Tú continúas siendo una obra en progreso porque el plan de Dios es hacerte santo. Como dijo el Papa Benedicto XVI: “¡Fuimos creados para grandes cosas!” Y eso es posible si continúas invitando a Dios, el Maestro Artesano, a que te forme. Nunca olvides que “Dios, que comenzó a hacer su buena obra en ustedes, la irá llevando a buen fin hasta el día en que Jesucristo regrese” (Filipenses 1, 6).
“Señor Jesús, te pido que me ayudes a entregarme hoy a ti, para que yo pueda vivir para tu gloria.”
³ Salmo 40 (39), 2. 4. 7-8. 10-11 Marcos 3, 31-35
25de enero, miércoles La Conversión de San Pablo Hechos 22, 3-16
A eso del mediodía, de repente me envolvió una gran luz venida del cielo. (Hechos 22, 6)
¿Por qué mencionaría San Pablo el momento del día en que se encon tró con Jesús por primera vez en el camino a Damasco? Era un detalle menor, pero él lo incluyó como parte de su testimonio ante los jefes reli giosos judíos en Jerusalén. Quizá la respuesta se encuentra en que Ananías le dijo a Pablo después de que reco bró la vista: “Deberás atestiguar ante todos los hombres lo que has visto y oído” (Hechos 22, 15). San Pablo estaba dando testimonio de Jesús resu citado, y en el encuentro con el Señor que transformó su vida, los detalles eran importantes.
Lo mismo es cierto para cualquier testigo. Si hemos presenciado un crimen, por ejemplo, recordar y compartir los detalles permite tener un cuadro más completo para que la verdad salga a la luz. Como testi gos, recordamos lo que hemos visto y oído —incluyendo los pequeños detalles— sobre la bondad y la gracia de Dios para que podamos ofrecer a los demás un cuadro más completo de la verdad de quién es él. No solo Pablo, sino también los autores de los
Evangelios, a menudo añaden deta lles que parecen insignificantes en sus relatos sobre la forma en que Jesús se manifestó en la vida de las personas: El cuándo, dónde y cómo. Estos detalles ofrecen credibilidad y precisión a los relatos que cuentan y les dan vida. Ser consciente de la acción de Dios a tu alrededor es el comienzo de con vertirse en testigo. Por ejemplo, quizá un amigo te llama por teléfono cuando necesitas hablar sobre alguna preocupación. Ciertamente fue un pequeño detalle, pero te mostró la compasión que Dios tiene por ti. O podrías recor dar cómo un cántico de la Misa te conmovió y te hizo sentir agradecido con el amor de Dios. Fue solo una can ción, sí, pero te ayudó a comprender lo mucho que Dios te ama.
Cuanto más podemos ver la mano de Dios en nuestras circunstancias cotidianas, más natural se vuelve com partir estos “testimonios” personales sobre lo que hemos visto y oído con otras personas. No es necesario tener una conversión impactante como la de San Pablo para ser un testigo. ¡Solo necesitas estar alerta a los detalles de tu vida diaria!
“Señor, te pido que me ayudes a ser un testigo de tu bondad.”
³ Salmo 117 (116), 1. 2 Marcos 16, 15-18
de enero, jueves Santos Timoteo y Tito, obispos 2 Timoteo 1, 1-8
Te recomiendo que reavives el don de Dios que recibiste. (2 Timoteo 1, 6)
A veces, remodelar una antigua casa puede ser más difícil que construir una nueva. La casa vieja probablemente ya está asentada, lo que habrá permitido que aparezcan grietas en sus bases. Décadas de desgaste también pueden haber debilitado partes de la casa que se encuentran en una seria necesidad de ser renovadas. Se necesita un profesio nal especializado para identificar todos los problemas existentes, prepararse para necesidades futuras y desarrollar un plan que las resuelva todas mientras se mantienen intactas la belleza e integridad de la estructura original.
Esa puede ser una forma de descri bir a San Pablo, el “maestro de obras” que escribió estas palabras de ánimo para San Timoteo. Conforme el tiempo progresaba y la Iglesia se asentaba en varias ciudades, comenzaron a surgir tensiones y las grietas comenzaron a aparecer. Pablo sabía que él no podía abordarlas todas personalmente así que comenzó a capacitar a jóvenes creyentes para que guiaran y “renovaran” a las distintas iglesias. Los santos Timoteo y Tito, cuya fiesta celebramos hoy, eran dos de los “contratistas” preferidos de Pablo.
San Pablo envió a Timoteo a Éfeso y a Tito a Creta y los encargó de estabili zar a las iglesias en esos lugares. Puedes imaginar lo difícil que eso debe haber sido, pero la historia dice que ambos hombres mostraron una gran diploma cia y un gran amor por sus hermanos.
Rindamos honor a Timoteo y Tito hoy, rezando por todos aquellos que ejercen un ministerio en la Iglesia. Recemos para que logren un balance inspirado por el Espíritu Santo, edificando sobre lo bueno y renovando las áreas que podrían estarse desgastando. No siempre es fácil, y su trabajo a menudo pasa desapercibido. Pero ellos desempeñan una función fundamental en ayudarnos a profundizar nuestra fe.
Fijémonos también en las reno vaciones que nuestros hogares —la iglesia doméstica— podrían necesitar. Pidámosle al Espíritu que nos ayude a identificar las grietas que podrían estarse formando en las bases de nues tra fe. Y pidámosle que nos conceda sabiduría para saber cómo fortalecer lo que pueda estar débil, aun cuando celebremos lo que es fuerte.
“Señor, te pido que me enseñes a continuar edificando tu Iglesia en la tierra.”
³ Salmo 96 (95), 1-3. 7-8. 10 Marcos 4, 21-25
27de enero, viernes Marcos 4, 26-34
Y la tierra, por sí sola, va produciendo el fruto. (Marcos 4, 28)
El árbol de bambú chino crece a una altura de unos dos metros y medio y puede usarse para todo desde cons truir casas hasta convertirse en papel. Tiene un patrón de crecimiento muy inusual. La semilla de bambú necesita cinco años para brotar, pero una vez que lo hace, el pequeño brote alcanza su altura máxima en solo seis semanas. Durante esos cinco años el agricul tor debe regar la semilla todos los días, durante los cuales no ve ningún crecimiento. Puedes imaginar a un inexperto agricultor preguntándose si algo sucederá en algún momento, es posible que incluso se dé por vencido.
Así como sucede con el árbol de bambú, también sucede con el reino de Dios y con nuestra propia vida espiritual: El crecimiento más importante es invisible. En la parábola del Evangelio de hoy, el sembrador planta una semi lla. Pero esa semilla no se convierte en planta de un día para otro. Se requiere de la combinación correcta de tierra, agua y el ingrediente más importante —la gracia de Dios— para que esa semilla se convierta en “el mayor de los arbustos” (Marcos 4, 32). Al final, resulta impresionante, ¡pero la mayor parte del trabajo ha sucedido debajo
de la tierra!
Este es el mensaje de aliento del Evangelio: Dios siempre trabaja por debajo de la superficie. El Señor siem pre provee el alimento de su gracia para que nosotros podamos crecer y florecer. Sí, necesitamos cooperar con la gracia, pero al igual que el árbol de bambú, el crecimiento que experimen tamos superará por mucho el esfuerzo que hacemos.
Debido a que la acción más importante de Dios pasa desapercibida, debemos tener cuidado de regar la semilla de la fe aun cuando no veamos resultados impresionantes de forma inmediata. Podemos confiar en que Dios la hará crecer en su tiempo y según su voluntad.
Así que imagínate que eres ese sem brador de bambú. Cada vez que rezas, estás yendo al pozo a traer agua. Cada vez que te arrepientes, estás mejorando el suelo. Quizá en este momento no estás viendo o experimentado mucho crecimiento. Pero cada día en que acudes a Jesús, el crecimiento está ocu rriendo. Dios te está haciendo santo. Un día tú también estarás al lado de los santos.
“Señor, te pido que me ayudes a cooperar con la acción de tu gracia.”
³ Hebreos 10, 32-39 Salmo 37 (36), 3-6. 23-24. 39-40
28de enero, sábado Marcos 4, 35-41
¿No te importa?
(Marcos 4, 38)
¿No parece un poco injusto que Jesús reprendiera a sus discípulos por su falta de fe durante la tormenta? ¿Tener fe significa que no debemos preocupar nos por las condiciones peligrosas del clima? ¿Se supone que no deberíamos hacer nada cuando las “tormentas” de la vida —una enfermedad grave, una dificultad financiera o un hijo rebelde— nos están sacudiendo?
Jesús no quiere que seamos indi ferentes con nuestros problemas, al contrario, espera que los enfrentemos confiando en él. Probablemente los discípulos habían ajustado las velas, sacado agua de la barca y hecho todo lo que podían para mantener la barca a flote. A Jesús le gusta vernos trabajar diligentemente para resolver nuestros problemas. Y entiende nuestras frustraciones cuando los obstáculos parecen difíciles de superar.
Pero luego, cuando los discípulos vieron que la tormenta arreciaba, entraron en pánico y despertaron a Jesús y lo acusaron de no preocuparse por ellos. A juzgar por la reprimenda de Jesús, podemos imaginar que los discípulos habían dejado de intentar y querían que Jesús los sacara de apuros. Perdieron la fe en que, con él en la barca, serían capaces de enfrentar la tormenta.
Jesús desea que encontremos una perspectiva balanceada a las dificultades que enfrentamos en nuestra vida: Una combinación de trabajo duro y mucha oración. Deberíamos hacer todo nuestro esfuerzo por superar las dificultades mientras rezamos pidiendo fortaleza para perseverar y pedirle a Dios que nos ayude. El Señor desea que seamos lo suficientemente humildes para saber que lo necesitamos, pero también lo suficientemente confiados para seguir intentando trabajar a su lado.
Jesús podría haber evitado la tormenta, pero no lo hizo. Podría haber calmado las olas a la primera señal de problemas, pero permitió que la tormenta se siguiera formando. Este relato es un buen ejemplo de cómo él no siempre evita que enfrentemos las dificultades de la vida. A veces las usa para un bien mayor. Ellas pueden hacernos más sabios, más compasivos y más conscientes de su amor y presencia. Así que sigue haciendo tu parte, y Jesús hará la de él. ¡Y nunca olvides que él se preocupa tanto que está ahí en la barca contigo!
“Señor, te pido que me ayudes a usar las tormentas de la vida como una oportunidad para acercarme más y más a ti.”
³ Hebreos 11, 1-2. 8-19 (Salmo) Lucas 1, 69-75
ENERO 29-31
29de enero, domingo Mateo 5, 1-12
Alégrense y salten de contento, porque su premio será grande en los cielos. (Mateo 5, 12)
Algunos comentaristas se han referido al Sermón del monte como el “manifiesto” de Jesús: Un conjunto de observaciones sobre la forma en que son las cosas y la forma en que podrían ser. Pero, ¿alguna vez has leído un manifiesto? Muchos son políticos y parecen fantasiosos. Deseosos de ganar el apoyo popular, los candida tos o líderes a menudo pueden exagerar. Prometen salud, felicidad y prosperidad para todos. Sus oponentes se apresuran a señalar que todo eso es imposible de garantizar, ¡pero hacen declaraciones similares! Y cuando las promesas no se cumplen, la confianza en el candidato se convierte en desilusión.
Por supuesto, Jesús no está haciendo campaña para obtener nuestro voto. Sabemos que cuando él dice que algo “sucederá”, es completamente distinto a las promesas exageradas de los políticos. Así que en las Bienaventuranzas él está diciendo: “Así es como sucederá. ¿Quieres ser parte de esto?”
Toma un minuto para leer de nuevo las Bienaventuranzas, y sustituye la pala bra “porque” con “podría”. “Podrían ser consolados… podrían heredar la tie rra.” No resulta tan inspirador, ¿cierto? Ahora léelas tal como están escritas. En estas palabras, el todopoderoso Hijo de Dios te está asegurando más allá de toda duda que tú, que eres misericordioso, recibirás misericordia; que aunque te insulten, tendrás una gran recompensa en el cielo. Permite que esta seguridad profundice tu fe en él.
Todos sabemos lo que se siente cuando una persona rompe una pro mesa que nos ha hecho. Es más, podemos acostumbrarnos tanto a la decepción que miramos con escep ticismo a cualquier persona que nos hace grandes promesas. Eso hace que nos resulte difícil confiar en estas palabras de Jesús.
Pero, recuerda que las promesas de Dios son verdaderas porque él es digno de confianza (Hebreos 11, 11): El Señor te ama y lo único que desea para ti es la vida eterna. Recuerda que tu fe y esperanza están en Dios y ¡él nunca te abandonará!
“Señor, pongo toda mi esperanza en ti.”
³ Sofonías 2, 3; 3, 12-13 Salmo 146 (145), 6-10 1 Corintios 1, 26-31
30de enero, lunes Marcos 5, 1-20
Aquel hombre… se puso a proclamar… lo que Jesús había hecho por él. (Marcos 5, 20)
El Evangelio de hoy relata uno de los exorcismos más dramáticos registrados en el ministerio de Jesús. El hombre poseído por lo que se des cribe solamente como un “espíritu inmundo” que lo atormentaba día y noche, era una presencia atemorizante en la región de Genesaret. Frecuen temente el hombre gritaba y se hacía daño e incluso cuando sus vecinos tra taban de protegerlo a él y a sí mismos atándolo con cadenas, no eran capaces de ayudarlo. Él simplemente rompía las cadenas y continuaba atormentado y atormentando a otros.
Después de un intercambio con el espíritu inmundo, Jesús los envió a una piara de cerdos, y finalmente el hombre quedó libre de forma dramática. De pronto, su vergüenza y su tormento fueron reemplazados con el “sano juicio” y en lugar del aislamiento y el rechazo, recibió la invitación a compartir su transforma ción con otros. “Vete… y cuéntales lo misericordioso que ha sido el Señor contigo” (Marcos 5, 19). Él no tenía simplemente un mensaje, él es el mensaje. Y usa su experiencia para contarle a todos que Jesús también vino a liberarlos.
¿De qué te ha liberado Jesús? Pro bablemente no de un demonio, pero, ¿quizá del acoso o las mentiras del enemigo? ¿Te ha sanado físicamente o emocionalmente? ¿Tal vez la transformación de tu forma de pensar o de tu matrimonio? ¿Te ha dado Jesús su paz en lugar de ansiedad? ¿El perdón de tus pecados? Si es así, ¡entonces tú eres un candidato perfecto para compartir esas buenas noticias con otros!
Quizá no sepas qué decir, pero simplemente vivir y compartir lo que Jesús ha hecho en tu vida puede darle a alguien esperanza de que el Señor sigue actuando hoy en el mundo. Y si necesitas sanación, transformación o paz, ¿por qué no pedirle a un sacerdote o algún ministro laico que rece por ti?
Jesús anhela darte una mayor liber tad. Así como la gente en el Evangelio de hoy estaba sorprendida cuando el hombre que fue liberado les dijo lo que Jesús había hecho por él, tú también permite que las personas que te rodean sepan lo que Jesús ha hecho por ti. ¡Que ellos también se sorpren dan y se llenen de esperanza!
“Señor, gracias por todo lo que has hecho por mí y por convertirme en un testigo de tu liberación.”
³ Hebreos 11, 32-40
Salmo 31 (30), 20-24
31de enero, martes Marcos 5, 21-43
Hija. (Marcos 5, 34)
Si alguna vez te has sentido aislado, rechazado o despreciado, entonces tienes algo en común con la mujer cuyo relato se nos narra en el Evangelio de hoy. Debido a las hemorragias que padecía, esta mujer estaba en el estado ritual de “impureza”, según lo estipulado en la ley de Moisés (Levítico 15, 19). Y San Marcos nos dice que llevaba doce años en ese estado. Imagina el costo que esto había significado para esta pobre mujer, ¡y para su familia!
Pero ella tuvo fe, se armó de valor, se acercó y tocó el manto de Jesús, y así de pronto, quedó curada. Final mente, esta mujer, que había estado sola por tanto tiempo podía reunirse con su familia. Finalmente, ya no era necesario que guardara la distancia con las demás personas en su pue blo. Finalmente podía ir a la sinagoga a adorar a Dios con todos los demás. Al ser curada, quedó totalmente reintegrada a la comunidad.
¿Sabes qué más le pasó a esa mujer aquel día? Jesús la llamó “hija” (Mar cos 5, 34). Cuando se dio cuenta de que ella había quedado curada al tocar su manto, Jesús no se alejó ni la reprendió por, posiblemente, haberlo contaminado. En lugar de negarle su curación, él dio un paso más allá y la llamó “hija” (Marcos 5, 34).
Aquel día Jesús la recibió en su familia. Removió el sentimiento de aislamiento o rechazo que ella podía haber sentido y lo reemplazó con su propio amor y acogimiento.
Mi hija amada, mi hijo amado. Escu char a Dios llamarte por este nombre puede cambiar tu vida. Puede recor darte que no estás solo y que tu Padre en el cielo te ve, te ama y desea ayudarte en cualquier situación que estés enfrentando en tu vida. Puede darte ánimo para entregarle tu vida y que así puedas recibir una sanación aún más profunda.
Desde el momento en que ella se acercó al Señor Jesús, esta mujer se convirtió en la patrona no oficial de quienes se sienten solos. Ahora cualquiera de nosotros que se sienta abandonado o aislado puede identificarse con su historia. Cada día ella nos dice: “¡Acércate a Jesús! Ven y permite que él te llame ‘hijo’, ‘hija’. ¡Tú le perteneces!”
“Señor Jesús, gracias porque me llamas hijo tuyo. Te pido que aumentes mi fe para que, como esta mujer, yo tenga la confianza de acercarme a ti para presentarte mis necesidades.”
³ Hebreos 12, 1-4 Salmo 22 (21), 26-28. 30-32
Programa CONTIGO, Educativo y formativo, para niños en lo alto de Lomo Corvina. En la Biblioteca “Mi Angelito”
Programa “COMPARTIENDO LA PALABRA” De evangelización, para los internos de los diferentes penales del Perú
Te pedimos que nos apoyes para poder atender a mas personas