Edición especial por Cuaresma
FEB R E R O - M A R Z O 2 022
Algo hermoso para Dios La vida y el llamado de Santa Teresa de Calcuta
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En este ejemplar:
Febrero - Marzo 2022
Algo hermoso para Dios Toda solo para Dios y para Jesús La vida y el llamado de Santa Teresa de Calcuta Algo hermoso para Dios Lo que aprendí de mi trabajo junto a la Madre Teresa
4
10
“He llegado a amar la oscuridad” El Vía Crucis de Santa Teresa de Calcuta
16
Yo los he escogido Jesús te ha llamado a estar con él… para siempre
21
Yo los he destinado a ustedes
27
Aprovechemos al máximo nuestros “encuentros divinos” Permanecer en el amor de Dios El secreto para dar mucho fruto
33
Meditaciones diarias Febrero del 1 al 28 Marzo del 1 al 31
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Todo para Dios Queridos lectores:
H
ace poco más de treinta años, tuve el privilegio de acudir a Misa en la capilla del hogar de las Hermanas de la Caridad en Coronado, San José, Costa Rica. Aquella no era una Misa ordinaria, pues entre los asistentes se encontraba una mujer albanesa, pequeña en estatura, pero con un corazón enorme que se entregaba diariamente a servir a los “más pobres entre los pobres”. Teresa de Calcuta nunca dudó de la misión que Dios le había encomendado de salir del convento de las Hermanas de Loreto e irse a servir a los pobres, enfermos y moribundos en las calles de Calcuta.
obra, al morir ella, se extendía en ciento veintitrés países. Su entrega a los marginados, el amor que le mostraba a aquellos más despreciados, tuvo un impacto en todo el mundo, valiéndole incluso el Premio Nobel de la Paz en 1979. Por eso no fue extraño que su gran amigo, el Papa San Juan Pablo II, permitiera la apertura de su causa de beatificación antes de que se cumplieran los cinco años de su muerte y que él mismo la beatificara el 19 de octubre de 2003. La Madre Teresa de Calcuta fue canonizada el 4 de septiembre de 2016, por el Papa Francisco. Amar la oscuridad. Luego de su muerte, el mundo se sorprendió al saber que aquella santa del siglo XX, a quien siempre habíamos visto tan entregada al Señor y a los demás, había vivido cerca de cincuenta años en un desierto espiritual. Al principio, parecía difícil de entender, pero luego descubrimos a través de sus propios escritos que ella había llegado a comprender que Jesús le había permitido experimentar la oscuridad y el dolor que él mismo sufrió mientras vivió en la tierra.
Nunca olvidaré el momento en que vi entrar por la puerta de la capilla a la Madre Teresa de Calcuta. Recuerdo el entusiasmo que sentía por poder estar en el mismo lugar que ella y verla pasar junto a mí. Es una experiencia que Dios me regaló y que atesoraré en mi corazón siempre. Desde el año 1948, la Madre Teresa, se dedicó a cuidar a los pobres y enfermos de la ciudad de Nuevamente iniciamos la Cuaresma. Calcuta, India. Fundó la orden de El Señor nos concede la gracia de las Misioneras de la Caridad cuya comenzar otra vez este tiempo en el 2 | La Palabra Entre Nosotros
Palabra Entre Nosotros. Cada año, invitamos a Joe a contribuir con la revista y este tiempo de Cuaresma, en que todos ustedes estarán utilizando la revista como una guía para acercarse al Señor de una forma especial, es un momento apropiado para que él comparta su visión con Con agradecimiento. Los artícu- nosotros. los de este mes fueron escritos por Joe Difato el editor fundador de La María Vargas Directora Editorial
que él se dispone a perdonar nuestros pecados, hablarnos en la oración y guiarnos por el camino hacia la santidad. Este es un tiempo en el que contemplamos el amor que Jesús tuvo por nosotros al entregar su vida por nuestra salvación.
La Palabra Entre Nosotros • The Word Among Us Editora Gerente: Susan Heuver Directora Editorial: María Vargas Equipo de Redacción: Ann Bottenhorn, Jill Boughton, Lynne Brennan, Kathryn Elliott, Bob French, Joseph Harmon, Theresa Keller, Joel Laton, Laurie Magill, Fr. Joseph A. Mindling, O.F.M., Cap., Patricia Mitchell, Fr. Nathan W. O’Halloran, SJ, Jill Renkey, Hallie Riedel, Lisa Sharafinski, Patty Whelpley, Fr. Joseph F. Wimmer, O.S.A., Leo Zanchettin
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Toda solo para Dios y para Jesús
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a santidad de la Madre Teresa de Calcuta fue ampliamente reconocida durante su vida. Ella se convirtió en un símbolo de bondad para la gente de todo el mundo, y además recibió incontables premios, incluyendo el Premio Nobel de la Paz en 1979. Cuando murió el 5 de septiembre de 1997, su congregación, las Misioneras de la Caridad tenía quinientos noventa y cuatro hogares en ciento veintitrés países. Como legado dejó tres mil ochocientas hermanas, cerca de trescientos ochenta hermanos, trece sacerdotes e incontables compañeros de trabajo, todos comprometidos a transmitir su esencia alrededor del mundo. Ella misma recibió la vía rápida para la beatificación en 2003 y fue canonizada en 2016.
La vida y el llamado de Santa Teresa de Calcuta
Photo CNS
Discernir su llamado. Agnes Gonxha Bojaxhiu nació el 26 de agosto de 1910 y era la menor de tres hijos, de padres albanos. Creció en la ciudad multiétnica y multirreligiosa de Skopje, donde su padre fue un exitoso hombre de negocios. Según su propio relato, su niñez fue feliz, y el día de su Primera Comunión (cuando tenía cinco años de edad), recibió la gracia del “amor por las almas”, un regalo de Dios que caracterizaría toda su vida. La repentina muerte del padre de Agnes, a quien ella amaba mucho, en 1919, dejó a la familia sumida en la inseguridad financiera. Pero también permitió que la fe de Agnes fuera alimentada por su devota madre y los sacerdotes de la iglesia local. A la edad de doce años, sintió que Dios la llamaba a ser misionera entre los pobres, Febrero / Marzo 2022 | 5
pero se resistía a dejar sola a su madre. Además de esta resistencia, a veces tenía también momentos de duda: ¿Realmente estaba siendo llamada a “pertenecerle completamente a Dios”? Unos años más tarde, un sacerdote croata la introdujo a los Ejercicios espirituales de San Ignacio de Loyola, en los que encontró la respuesta que estaba buscando. La idea del trabajo misionero la llenó de alegría, a pesar de las adversidades y los sufrimientos que implicaba. Y esa alegría fue la confirmación que ella estaba esperando. Sin embargo, la eventual partida de Agnes para convertirse en hermana de Loreto fue difícil. Cuando, a la edad de dieciocho años, se lo dijo a su madre, tuvo que esperar un tiempo hasta que recibió su bendición, junto con el recordatorio de que Agnes ahora debía ser “toda solo para Dios y para Jesús.” De hermana a madre. Cuando Agnes partió a la India en 1928, había elegido Teresa como su nombre religioso. Sufrió teniendo que recalcar que no había decidido adoptar ese nombre por Teresa de Ávila sino por Teresa de Lisieux, la “florecilla”. A Agnes le encantaba la forma en que Teresa señaló el camino a la santidad a través de la fidelidad en las cosas pequeñas y la forma en que habló del inmenso poder del sufrimiento para obtener la gracia de Dios para otros. También había sido conmovida por el deseo de 6 | La Palabra Entre Nosotros
Teresita de “amar a Jesús como nunca antes había sido amado”, un recordatorio de las palabras que usó la madre de Agnes. Pero también debe haber habido algo profético al decidirse por ese nombre, porque tal como la propia Agnes lo explicó años después, Santa Teresita del Niño Jesús había experimentado una oscuridad espiritual que solamente fue capaz de soportar a través de la fe, una fe “ciega” que no ofrecía ningún consuelo. Durante más de quince años, la hermana Teresa enseñó historia y geografía de una forma responsable pero no excepcional. Sus hermanas en Loreto la recordaron por su diligencia, su disposición a realizar tareas domésticas, sus sandalias que le quedaban mal y su naturaleza divertida. Pero dentro de ella sucedía algo más. Por ejemplo, en 1931, dedicó tiempo a ayudar en una pequeña clínica que ofrecía sus servicios a los pobres. Ya para esta época descubrió una relación íntima y misteriosa entre los pobres y el Cristo vulnerable. En la farmacia del hospital, colgaba un cuadro de Cristo Redentor rodeado de una muchedumbre cuyos rostros reflejaban las tormentas de su vida. Al enfrentar las necesidades de la muchedumbre expectante, la hermana Teresa miraba ese cuadro y pensaba: “¡Es por ti, Jesús, y por las almas!” En 1937, poco después de hacer sus votos finales y convertirse en la “Madre Teresa”, escribió a su director
Al enfrentar las necesidades de la muchedumbre expectante, la hermana Teresa pensaba: “¡Es por ti, Jesús, y por las almas!”
espiritual contándole que con alegría había cargado la cruz con Jesús. Le contó que la cruz la asustaba mucho. Pero ahora, aceptaba el sufrimiento, y debido a esto, “Jesús y yo vivimos en amor.” La naturaleza misma de esta cruz, que la había hecho llorar, permaneció sin ser explicada. Podría haberse estado refiriendo a su experiencia como una extranjera albana que vivió en el convento de Loreto en la India. Pero más profundamente, se refería a la “oscuridad” que era su compañera: Una oscuridad que se convertiría en el tema de numerosas cartas que escribió a los sucesivos directores espirituales que tuvo y a sacerdotes, publicadas solo después de su muerte. Estas cartas dan la impresión de que la Madre
Teresa experimentó el sufrimiento interno como un desierto espiritual, un sentimiento de que Dios estaba ausente a pesar de la gran sed que ella tenía de él. No le niegues nada. El amor de la Madre Teresa por Dios era tan grande que en 1942, al igual que Teresa de Lisieux, hizo el voto privado de nunca negarle nada a él. Ella estaba determinada a que este voto tendría un impacto en cada aspecto de su vida, de que ella diría “sí” a Dios en cada circunstancia, sin importar lo difícil que fuera. Este voto tenía que ver no solo con los aspectos heroicos de la santidad sino también con todas las rutinas cotidianas de la vida. En el espíritu de la “pequeña vía” de Santa Teresita, ella prometió hacer cosas con mucho amor. Cada acción, cada sacrificio, estaba motivado por el amor. Febrero / Marzo 2022 | 7
El 10 de septiembre de 1946, mientras viajaba en un tren hacia Darjeeling para su retiro anual, la Madre Teresa vivió una poderosa experiencia del Señor cuando él le pidió que se fuera de Loreto y fundara una nueva congregación en Calcuta dedicada “al servicio de los más pobres entre los pobres.” La meta de esta congregación sería satisfacer la sed que Jesús tenía por las almas mientras colgaba de la cruz. Recordando el voto que había hecho, la Madre Teresa sabía que ella no podía rechazarlo a él. La sed de Jesús —su anhelo por el amor a los pobres y su deseo de ofrecerse a sí mismo como bebida espiritual a estos pobres—estaba en el centro de lo que vino después. El Señor anhelaba que los pobres lo amaran y por esta razón entregó su vida, para que ellos fueran libres de entregarse a él. Pero antes de que ella pudiera dar un paso en fe y cumplir con esta visión, tuvo que convencer a su director espiritual y a sus superioras religiosas de que este “segundo llamado” realmente era válido. En Loreto ella había aprendido a ser obediente, pero por un tiempo las instrucciones que recibió de esperar parecían estar en conflicto directo con la voluntad de Dios. Ella insistió en la necesidad de responder con rapidez, pero en obediencia se sometió a las directrices de la iglesia, aunque fuera doloroso. Finalmente, en abril de 1948, Roma le concedió un 8 | La Palabra Entre Nosotros
“indulto de exclaustración”, permitiéndole comenzar una vida en los barrios marginales de Calcuta mientras seguía siendo una religiosa. Dejar el convento de Loreto fue lo más difícil que la Madre Teresa tuvo que hacer. Ella estaba saliendo de ahí para trasladarse a una de las áreas más oscuras y llena de enfermedades del mundo. Y se estaba yendo sola. Ella era consciente de sus limitaciones y de lo delicada que era su situación pues era una mujer sola. La Orden de Loreto era muy respetada en Calcuta. ¿Realmente era la voluntad de Dios que ella la abandonara? Algunos incluso condenaron esta movida como un engaño del demonio. Pero la Madre Teresa estaba decidida a no negarle nada a Jesús, ni siquiera el sufrimiento que vino del chisme, la incomprensión y el aislamiento. Una vida llena de alegría. El trabajo comenzó en una pequeña escuela en donde la Madre Teresa enseñó a sus “estudiantes” el abecedario el cual trazaba en el polvo y los introdujo a los principios de la higiene. Torturada por el temor y la soledad, y no siendo muy buena para pedir cosas, ella era dolorosamente consciente de que necesitaba apoyo en oración. Gradualmente, algunas de sus antiguas pupilas se unieron a ella, y en 1950 su nueva congregación fue establecida formalmente. En 1952, le escribió a una amiga que se encontraba en
Sus viajes a naciones más ricas la convencieron de que su pobreza espiritual era un problema más grande que la pobreza física del “Tercer Mundo”.
Bélgica y cuya enfermedad le impidió unirse a la congregación y le pidió que ofreciera su sufrimiento al Señor como una forma de intercesión por su labor. Y así comenzó “Colaboradores de Enfermos y Sufrientes”, al que siguen agregándose miembros junto a las Misioneras de la Caridad. Quienes se unieron a ella no fueron solamente religiosas, también llegaron laicos. Eventualmente ella fundó una rama laica de su congregación, así como una orden de sacerdotes. Abrió cocinas para indigentes, hogares para niños, hogares para los moribundos, clínicas para enfermos de lepra y hogares para las víctimas del SIDA. Era una mujer de oración cuya misión era alimentada por la contemplación y constantemente se sentía incómoda con su creciente popularidad, y especialmente con las crecientes
solicitudes para que diera discursos en conferencias y reuniones alrededor del mundo. Pero de nuevo, ella no rechazó al Señor, sin importar el costo que implicara para ella. Mientras el mundo la aclamaba, la Madre Teresa llegó a ver ese mundo, no solo el de los pobres sino también el de la clase media y el de los ricos, como un gran calvario. Sus viajes a naciones más ricas la convencieron de que su pobreza espiritual era un problema más grande que la pobreza física del “Tercer Mundo” en el cual ella trabajaba. Fiel a su determinación de amar a Dios como nadie nunca lo había amado y a pesar de las dificultades físicas y el sufrimiento espiritual que soportaba, la vida de la Madre Teresa estaba llena de alegría. ¿Por qué? Porque siempre encontró a Jesús en el pobre. Porque cada acto de amor la llevó a estar “cara a cara con Dios.” n Febrero / Marzo 2022 | 9
Algo hermoso para Dios
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Lo que aprendí de mi trabajo junto a la Madre Teresa
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l hombre que se encontraba más cerca de mí estaba al borde de la muerte, tenía muñones infectados en lugar de sus extremidades. Sus rasgos habían sido borrados por la lepra, y sus ojos acuosos estaban carentes de vida. Él era solo uno de los muchos enfermos de lepra que esperaban tratamiento afuera de la clínica administrada por los Hermanos Misioneros de la Caridad en las afueras de Calcuta. Pero al pasar a su lado, algo en él llamó mi atención. ¿O sería que escuché de nuevo la insistente voz de la Madre Teresa diciendo: “Toca a un leproso con compasión”? Pronto puse su rostro entre mis manos, como la había visto hacer a ella tantas veces con toda clase de personas.
No había nada extraorcomprender ese aparente sinsentido de enfrentarse dinario en mi gesto. Lo que con el hambre inmediata fue extraordinario fue la respuesta que evocó en él. Su de una persona y no atacar cuerpo devastado cobró vida, Por Kathryn Spink las causas de la pobreza. su rostro se iluminó entre mis manos, Ella además se cuidaba de no estar y todos su compañeros sentados junto tan desesperada por proveer ayuda a él en la banca trataban de tocarme, médica eficaz que se le olvidara ofrecon una sonrisa incomprensible. cer una mano cálida y consoladora. “Para entender, debes tocar. Conocer Para la Madre Teresa, cuidar de los intelectualmente el problema de la pobres significaba amar en el prepobreza no es realmente compren- sente y no enfocarse solamente en derlo.” Yo había escuchado a la Madre los conceptos convencionales de los Teresa pronunciar estas palabras en resultados. Podrían haber sido luchas numerosas ocasiones. Yo misma las válidas para otros, pero no para ella. había citado. Pero era solamente en Hace treinta años, cuando yo momentos como estos en que real- empezaba a escribir, me dijo que si mente comprendía su significado. un libro podía acercar más a Dios a un alma —tan solo una—, entonces valía Algo hermoso para Dios. A la Madre la pena todo el sufrimiento de hacerlo. Teresa le encantaba poner a la gente Aunque acepté esto como un princia trabajar, preferiblemente en uno de pio loable, en la práctica me encontré sus hogares para moribundos. Ella esforzándome cada vez más por obtesabía que solo al establecer una rela- ner el reconocimiento mundano, solo ción con los pobres la gente podría para recordar rápidamente que yo, Febrero / Marzo 2022 | 11
al igual que ella, no fui llamada a ser exitosa sino fiel. Yo debía hacer cosas pequeñas con mucho amor. A la vez intuitiva y práctica, la Madre Teresa tenía una forma desconcertante de mirarte y saber quién eras, con solo fijarse en tus dones y tus defectos. Al principio, me dijo que yo debía tener la experiencia de trabajar con moribundos, pero cuando me enfermé, ella rápidamente discernió que mi labor particular de hacer junto a ella “algo hermoso para Dios” debía ser distinta. Había decidido que algunas de las cartas escritas por aquellos que compartían su trabajo por medio de la oración y el sufrimiento deberían ser publicadas. Ella estaba segura de que ayudarían a las personas a “amar más a Jesús”, decía. ¿Quizá yo podía hacerme cargo de eso? “Por mí mismo lo hicieron.” Lo que ella hacía por los pobres lo estaba haciendo por amor a Jesús: Por y para el Cristo que en el Evangelio de San Mateo se había identificado a sí mismo con quienes pasan hambre, los sedientos, los que sufren y los que están encarcelados. Pero, ¿qué significaba en la práctica esta visión mística? El efecto de su sonrisa luminosa y su presencia en otros era evidente. Las multitudes se abalanzaban sobre ella para tocarla o estar cerca suyo. Pero la primera vez que la vi de pie en la parte de arriba de la gradas de su casa repartiendo, con su humor 12 | La Palabra Entre Nosotros
característico, lo que ella llamaba sus “tarjetas de presentación” —unas tarjetas de oración pequeñas en las cuales estaban impresas citas tales como “Por mí mismo lo hicieron”— no pude evitar preguntarme si ella era el equivalente religioso de una celebridad que firmaba autógrafos. Las personas se alejaban evidentemente entusiasmadas después del más corto de los intercambios, pero, ¿ella realmente valoraba aquellos intercambios? Recibí la respuesta a mi pregunta cuando me encontré con ella inesperadamente en un colorido pueblo en las afueras de Ciudad del Cabo. Solamente nos habíamos encontrado dos veces antes: La primera, en una de las casas de las hermanas en Londres, cuando conversamos solamente durante diez minutos y otra vez en Roma, en una reunión internacional de sus Colaboradores donde lo único que intercambiamos fue una sonrisa. Pero ahora, años después y en un ambiente completamente diferente, ella no solo se acordó de mí sino que sabía mi nombre. “Él te ha grabado en la palma de su mano, él te ha llamado por tu nombre”, me dijo, le gustaba citar al profeta Isaías. Verdaderamente todos eran importantes para ella, lo mismo que lo eran para Dios. “Lo que la Madre quiere, la Madre lo obtiene.” Jamás vi a la Madre Teresa ignorar a una persona necesitada. “Permite que los pobres te coman”
La Madre Teresa tenía una forma desconcertante de mirarte y saber quién eras, con solo fijarse en tus dones y tus defectos.
era un principio por el cual vivía, aun cuando ella ya no se encontraba bien de salud y era cada vez más frágil en sus años de ancianidad. En esto era tan inflexible como lo era en muchas otras cosas. “Lo que la Madre quiere, la Madre lo obtiene”, era un lema ampliamente aceptado por aquellos que la conocían. Ella no solo era humilde y pequeña sino que tenía una gran fuerza de voluntad, resuelta, franca y aparentemente audaz porque Dios estaba de su lado. Esta supuesta unión de intenciones no siempre era fácil de aceptar; con sus hermanas, a quienes amaba muchísimo, podía ser
extremadamente exigente. Por ejemplo, la obediencia, debía ser “inmediata, simple, ciega y alegre, por Jesús que fue obediente hasta la muerte.” A pesar de su insistencia verbal de que la familia estaba en primer lugar, no siempre entendía las exigencias de la vida secular, y esperaba que las personas dejaran todo de lado cuando fuera necesario. Pero al mismo tiempo, vivía el auto sacrificio que exigía de otros. Cuando era consciente de que había provocado algún daño, hacía hasta lo imposible por rectificarlo, incansablemente y sin importar el costo personal. Aun en su ancianidad, se le podía encontrar limpiando los baños de las hermanas. Después de una cirugía del corazón en febrero de 1992, “convaleció” en Febrero / Marzo 2022 | 13
Roma. El convento sin calefacción estaba helado, pero la única concesión que ella aceptó fue que se colocaran pedazos de cajas de cartón como aislante sobre el piso de piedra desnuda. Yo estaba ahí para acompañar a una amiga de mucho tiempo en sus primeras etapas del Alzheimer y vi a una disminuida Madre Teresa esforzarse por consolarla y no pude más que sentirme conmovida. Sonríe y reza. Ella identificaba la pobreza en el mendigo y el príncipe por igual. Todos somos, a nuestro modo, pobres. No había necesidad de buscar el sufrimiento de Cristo en la miseria de Calcuta. El Señor estaba ahí en nuestros propios vecindarios, en nuestras propias familias e incluso dentro de nosotros mismos. Con los años, fui testigo de su creciente énfasis en la necesidad de responder a esta pobreza espiritual. Después de su muerte, comprendí la magnitud de la pobreza que ella misma había experimentado en su experiencia de la “vía negativa”, la presencia divina a través de la ausencia humanamente percibida. Racionalmente, ella podría haber reconocido su sed interior, aparentemente insatisfecha, como una forma privilegiada de comunión con los pobres y con Cristo crucificado. “Cuanto más te acerques a Jesús, más conocerás su sed”, decía, pero en otros niveles su sentido de aislamiento era agonizante. 14 | La Palabra Entre Nosotros
Pero si las cartas publicadas póstumamente hablan de la “oscuridad” espiritual de la Madre Teresa, también contienen referencias puntuales de alegría y felicidad. Y era una alegría que ella mostraba consistentemente al mundo. “La alegría”, decía, “se muestra desde los ojos. Aparece cuando uno habla y camina. Cuando las personas encuentren en tu mirada la felicidad habitual, entenderán que son hijos amados de Dios.” Esta era su forma de hacer proselitismo. Cuando era difícil sonreír, la solución la encontraba en la oración. La oración era su “secreto” simple: La oración se originaba en el silencio, consistiendo no en muchas palabras sino en el fervor del corazón que se vuelve constantemente hacia Dios. En el carro, rezaba el rosario utilizando sus dedos como cuentas y si era necesario mantenía una conversación al mismo tiempo. Yo la vi, después de un día largo que comenzaba al amanecer, entrar a la capilla, reducida y exhausta, y salir de ahí poco tiempo después dos centímetros más alta y lista para aparecer frente a una demandante ceremonia pública esa misma noche. Aunque no siempre sentía la presencia de Dios en la forma en que la había experimentado en 1946 cuando él la llamó a trabajar en los tugurios, a través de la oración ella recibía la energía necesaria para hacer su obra y producir frutos extraordinarios, los mismos frutos por los cuales
Aunque no siempre sentía la presencia de Dios… a través de la oración ella recibía la energía necesaria para hacer su obra y producir frutos extraordinarios.
informaba a otros que sabrían si algo “pertenecía a Dios” o no. Hacia una comprensión del corazón. La oración le permitió a la Madre Teresa encontrarse con Cristo en todas las formas de pobreza y ver la belleza a través de la oscuridad de los barrios marginales o de la desesperación. Y ella fue completamente fiel a las respuestas que recibió en oración. Cuando en 1991 le pedí permiso para escribir sobre su vida, toda ella deseaba decir que “no” por razones muy válidas. Sin embargo, dijo que rezaría al respecto. Después de una semana, recibí una llamada. La respuesta era afirmativa, y desde ese momento, no pudo estar más abierta, esperando a llevarme con ella a todos
los lugares que fueran posibles, me llamaba con gentileza pero con firmeza, más por una clase de ósmosis que por medio de palabras, a una comprensión de su corazón; no el corazón como el lugar donde se guardan las emociones sino el lugar del conocimiento directo, el corazón al que se refiere San Pablo que dijo: “Pido que Dios les ilumine la mente, para que sepan cuál es la esperanza a la que han sido llamados” (Efesios 1, 18). n Kathryn Spink fue una colaboradora de la Madre Teresa por mucho tiempo. Ella escribió el libro Madre Teresa: Una biografía completa autorizada (Haper One), el cual puede encontrarse en www.amazon.com. Además mantiene el sitio web www. kathrynspink.com, con información únicamente en inglés. Febrero / Marzo 2022 | 15
“He llegado a amar la oscuridad” Santa Teresa de Calcuta
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n el año 2007 se publicó un libro sobre la Madre Teresa, que provocó titulares en los medios de comunicación y que la gente alrededor del mundo la viera a ella de una manera completamente distinta. El libro se llama Ven, sé mi luz: Las cartas privadas de la “Santa de Calcuta”. En él, el Padre Brian Kolodiejchuk, un sacerdote miembro de los Misioneros de la Caridad, publicó una colección de cartas y escritos personales de Santa Teresa de Calcuta que mostraban cómo ella pasó los últimos cincuenta años de su vida en una oscuridad espiritual casi total. Resulta que durante décadas, esta amada monja que era vista como 16 | La Palabra Entre Nosotros
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El Vía Crucis de
un modelo de santidad experimentó la ausencia de Dios en su corazón. Sentía “como si todo estuviera muerto” en su espíritu y se preguntaba: “¿Cuánto tiempo permanecerá alejado nuestro Señor?” ¿Cómo fue posible que esto sucediera? Este no fue un “desierto” temporal que podía resolverse con algo de oración adicional, un mayor arrepentimiento o una entrega más profunda a Jesús. En realidad, no había nada temporal en esta oscuridad. Excepto por un breve periodo alrededor de la muerte del Papa Pío XII en 1958, la Madre Teresa no experimentó ningún alivio de su sentimiento de aislamiento por el resto de su vida.
Una mujer madura y espiritual. Esta fue una revelación perturbadora, haciendo surgir una gran cantidad de preguntas. ¿Es esta realmente la forma en que Dios trata a sus siervos más fieles y leales? ¿Vivía en realidad la Madre Teresa en una mentira? ¿Fue engañada? O lo que es peor, ¿era ella una hipócrita que nos dijo a todos que entregáramos nuestro corazón a Jesús cuando ella sentía que Dios ni siquiera existía? Mientras intentamos responder estas preguntas, sería útil recordar que la Madre Teresa no siempre se sintió así. Desde sus primeros años, tuvo una vibrante vida de oración, que le produjo una profunda alegría y un fuerte amor por la gente que la rodeaba. Especialmente cerca del momento en que fue llamada a ir a los barrios marginales de Calcuta, la Madre Teresa se sentía muy cerca de Jesús, incluso al punto de escuchar su voz hablándole a su corazón. Conforme él fue presentándole su plan para ella y su nueva orden, Jesús la llamaría “mi esposa” y “mi pequeña”. Y ella respondería llamándolo a él “mi propio Jesús”. Evidentemente, ¡estas no son palabras de alguien que sufre de una desolación espiritual! También es bueno recordar que la Madre Teresa ya tenía treinta y seis años cuando escuchó la llamada del Señor a ir trabajar a los tugurios. Y la oscuridad no descendió
hasta que empezó su labor dos años más tarde. Para ese momento, ella había estado viviendo como una hermana de Loreto durante veinte años: Rezando, meditando en la Escritura, entregándose al servicio a los demás y acercándose más al Señor. Esto es importante porque nos dice que la Madre Teresa ya era una mujer espiritual cuando comenzó a experimentar este vacío. Nos dice que ella era una mujer madura y estable con años de experiencia en la vida espiritual. Es más, su heroica dedicación a su llamado a servir a los pobres y su perseverancia en hablar del amor de Jesús nos dice que en su corazón sucedía algo más que un simple desierto espiritual. No, la Madre Teresa continuó creyendo. Ella continuó sirviendo a su pueblo y amando profundamente a Jesús. Ella nunca perdió su fe, y nunca dejó de entregarse a la voluntad de Dios, sin importar lo difícil que fuera. Aceptar la oscuridad. Entonces, ¿cómo reaccionó la Madre Teresa a esta oscuridad y vacío? Por años, sufrió, preguntándose qué podría haber hecho para que el Señor se alejara de ella. ¿Había algún secreto o defecto en su alma? ¿Lo había ofendido de alguna manera? Sin embargo, ella continuó con su labor, y le confió su caos interior a su confesor y a su director espiritual, ambos le ayudaron aconsejándola. Febrero / Marzo 2022 | 17
La Madre Teresa nunca perdió su fe, y nunca dejó de entregarse a la voluntad de Dios.
En lugar de haber sucumbido a la desesperación, en lugar de haber regresado a la seguridad del convento de Loreto, en lugar de huir de la vida religiosa, la Madre Teresa continuó respondiendo a su llamado y este es un signo de la fe que tenía. De alguna manera ella sentía que Dios mismo estaba detrás de su oscuridad, y ella había hecho votos siendo una mujer joven, de que nunca le negaría a Jesús nada que él le pidiera. No fue sino hasta once años después de haber iniciado su labor y, con la ayuda de otro director espiritual, que ella llegó a comprender lo que sucedía en su corazón. “He llegado a amar la oscuridad”, escribió, “porque ahora creo que es una parte muy, muy pequeña de la oscuridad y el dolor que Jesús experimentó en la tierra.” En esta y en otras 18 | La Palabra Entre Nosotros
cartas, la Madre Teresa demostró que ella había llegado a ver su situación como una forma de estar en comunión con la vida de Jesús, una forma misteriosa de participar de su sufrimiento y de su cruz. Hacerse una con los pobres. ¿Por qué Dios le daría una carga de esta magnitud a Santa Teresa de Calcuta? Quizá podemos contestar esta pregunta analizando el llamado especial que él le había hecho a ella. La Madre Teresa señaló que esta llamada sucedió el 10 de septiembre de 1946. “Fue de día”, escribió, “en el tren a Darjeerling que Dios me hizo ‘el llamado dentro del llamado’ a saciar la sed de Jesús sirviéndolo a él en los pobres entre los más pobres.” En ese viaje en tren, la Madre Teresa recibió un sentir profundo de cómo Jesús tenía sed por los pobres,
los moribundos y los olvidados. El Señor anhelaba compartir su amor con ellos. Muchos indigentes y desesperanzados eran presa fácil de la tentación y el pecado. Tantos enfermos y moribundos en los tugurios anhelaban que alguien les diera un vaso de agua fría, una palabra de consuelo o un abrazo cálido. Pero nadie los estaba ayudando. La Madre Teresa sintió que Dios la estaba llamando a cuidar de estas pobres almas, tanto material como espiritualmente. Ella sintió que dándoles a ellos la atención y el amor que ellos deseaban, ella les llevaría a Jesús, y en el proceso saciaría tanto la sed que ellos tenían por él como la sed de él por ellos. Y sintió que este llamado le costaría a ella un poco. Sin embargo, pareciera que ella no esperaba que el costo fuera tan elevado como resultó ser. Ella no solo soportaría el costo de volverse materialmente pobre como las personas de las cuales cuidaba. Dios deseaba que también se hiciera espiritualmente pobre. Así que él se “alejó” de ella para que ella pudiera encontrarse con estas personas marginadas y abandonadas siendo como ellas en todo sentido, sintiendo profundamente su aislamiento, soledad y olvido. Dios permaneció “distante” de ella para que sintiera profundamente la sed del amor y la afirmación que estos pobres experimentaban. Dios la hizo sentir como si él la estuviera
rechazando para que ella pudiera comprender lo marginados y aislados que se sentían los pobres. “Tengo sed”. En esta unión espiritual con los pobres, la Madre Teresa encarnó, y experimentó ella misma, la sed que Jesús tiene por todos nosotros. Imagina la desolación de nunca ver a alguien a quien amas, aun cuando anhelas con todo tu corazón estar junto con esa persona. Imagina la tristeza de haber disfrutado alguna vez la amistad de una persona solo para sentir ahora que esa persona te ha rechazado. Esto debe haber sido lo que Jesús sintió mientras estaba en la cruz. Esta también debe ser la manera en que se siente Jesús, cuando mira el mundo y ve tantas personas que no lo conocen o, peor, que se han alejado de él. Esta revelación de la oscuridad interior de la Madre Teresa puede ser desconcertante para nosotros. Después de todo, si una mujer tan santa y dedicada como ella no sintió nada del Señor, ¿qué esperanza hay para nosotros? Pero, a pesar de lo desconcertante que pueda ser, la historia de la Madre Teresa también puede dejarnos distintas enseñanzas. Primero, la historia de la Madre Teresa puede enseñarnos el poder de nuestra propia fe y confianza. Ella nunca dejó de creer en Jesús, aun cuando sentía como si él la hubiera abandonado. Ella nunca se dio por Febrero / Marzo 2022 | 19
Su sonrisa generosa, su disposición para servir y su determinación frente a la oscuridad interior nos muestran cómo nos ve Jesús.
vencida con el Señor y nunca le dio la espalda al llamado que él le hizo. Santa Teresa de Calcuta nos muestra que cuando actuamos por pura fe como lo hizo ella, Dios nos dará la fuerza que necesitamos para perseverar e incluso tener éxito. Al igual que la Madre Teresa, podríamos no sentir ninguna afirmación de parte del Señor. Pero de nuevo, al igual que ella, podemos confiar en que si hemos hecho todo lo que está a nuestro alcance, Dios estará complacido con nosotros, y nos recompensará. Segundo, y quizá lo más importante, puede enseñarnos cuán profundamente nos anhela Jesús. En su anhelo por el Señor, así como en su determinación por entregarse a todos, la Madre Teresa ofreció un rostro 20 | La Palabra Entre Nosotros
humano a un importante principio espiritual. Su sonrisa generosa, su disposición para servir y su determinación frente a la oscuridad interior nos muestran cómo nos ve Jesús. De cierto modo, nuestro Señor se siente en un desierto todos los días debido a nuestra falta de fe. Cada día, él sufre por los pecados que cometemos, tanto grandes como pequeños. Y sin embargo, diariamente él se entrega a nosotros, esperando ganarnos un poco más para él. La fidelidad de la Madre Teresa, así de impresionante como era, es solo una pálida sombra del compromiso que Jesús tiene con nosotros. Que la vida de la Madre Teresa, su fe y su amor inquebrantable sea para nosotros una imagen del amor de Dios por nosotros, un ejemplo de la clase de amor que todos podemos devolverle a él. n
YO LOS HE
ESCOGIDO
Febrero / Marzo 2022 | 21
¿C
Por Joe
uál ha sido el discurso más conmovedor que has escuchado? ¿Fue el de Martin Luther King Jr. en la marcha en Washington en 1963 en que dijo “tengo un sueño”? ¿Sería el que dio Winston Churchill durante la Segunda Guerra Mundial en que dijo “lucharemos”? Difato Podría haber sido el del jugador de béisbol Lou Gehrig que dijo “soy el hombre más afortunado sobre la faz de la tierra” el día que se retiró. Pues, tal vez no fue ninguno de estos. Quizá el discurso más conmovedor que pueda encontrarse es el “Discurso de Despedida” Jesús te ha de la Última Cena (Juan 13llamado a estar 17). Abarca solamente unos cuantos capítulos, pero estas con él… palabras de Jesús engloban para siempre toda la misión de la Iglesia. En el centro de este discurso se encuentran estas palabras: “Ustedes no me escogieron a mí, sino que yo los he escogido a ustedes y les he encargado que vayan y den mucho fruto, y que ese fruto permanezca” (15, 16). Jesús dijo estas palabras tanto para tranquilizar a sus discípulos como para explicar la misión que les estaba encomendando. El Señor quería ayudarlos a prepararse para el momento en que él sería crucificado y luego ya no estaría físicamente con ellos. Jesús sabía que sería difícil decir adiós, así que les ofreció palabras de consuelo y propósito para reconfortarlos.
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En este tiempo de Cuaresma, Jesús quiere decirnos lo mismo que les dijo a sus discípulos en la Última Cena. Quiere convencernos de que él nos ha escogido para pertenecerle a él, de que él nos ha encargado cumplir con una misión, y que él quiere ayudarnos a dar fruto en nuestra vida. Así que fijemos nuestros ojos en Jesús, nuestro Salvador crucificado, y pidámosle que pronuncie estas palabras en nuestro corazón. Detrás de la historia. Comencemos por entender la “historia detrás de la historia” en el Evangelio de Juan. Algo que Jesús repite una y otra vez en este Evangelio es que él no está actuando por su propia cuenta. El Señor solamente hacía lo que el Padre le señalaba que hiciera. A sus discípulos, que acababan de exhortarlo a que comiera algo, Jesús les dijo: “Mi comida es hacer la voluntad del que me envió y terminar su trabajo” (Juan 4, 34). Después de curar a un hombre que no podía caminar, les dijo a los judíos que se oponían a él: “El Hijo de Dios no puede hacer nada por su propia cuenta; solamente hace lo que ve hacer al Padre. Todo lo que hace el Padre, también lo hace el Hijo. Pues el Padre ama al Hijo y le muestra todo lo que hace; y le mostrará cosas todavía más grandes, que los dejarán asombrados a ustedes” (Juan 5, 19-20).
A un grupo de personas que lo escuchaban atentamente y luego creyeron en él, les dijo: “No hago nada por mi propia cuenta; solamente digo lo que el Padre me ha enseñado. Porque el que me ha enviado está conmigo… porque yo siempre hago lo que a él le agrada”(Juan 8, 28-29). Hacia el final de su ministerio, Jesús explicó su obra diciendo: “Porque yo no hablo por mi cuenta; el Padre, que me ha enviado, me ha ordenado lo que debo decir y enseñar” (Juan 12, 49). Y, en la noche en que fue traicionado, cuando ofreció su plegaria final al Padre, Jesús dijo: “Yo te he glorificado aquí en el mundo, pues he terminado la obra que tú me confiaste” (Juan 17, 4). Evidentemente, Jesús estaba convencido de que solamente estaba actuando y hablando según la voluntad y el plan de Dios. Desde luego Jesús siempre podría haber actuado por su propia cuenta, pero decidió no hacerlo. Mantuvo su corazón fijo en su Padre, y fue capaz de discernir su voluntad debido a la manera en que lo amaba. El amor implicaba que Jesús solamente hacía lo que su Padre quería que hiciera. Las horas finales de Jesús. De todas las formas en que Jesús demostró su determinación para hacer solo lo que el Padre le pidió, nada se compara con los eventos del Jueves Febrero / Marzo 2022 | 23
Aún en esas horas finales, cuando su vida pendía de un hilo, Jesús decidió hacer la voluntad de su Padre. y Viernes Santos. Aún en esas horas finales, cuando su vida pendía de un hilo, Jesús decidió hacer la voluntad de su Padre. El Jueves Santo, al partir el pan con sus apóstoles, instituyó la Eucaristía y les mandó: “hagan esto en memoria de mí” (Lucas 22, 19). Dijo esto sabiendo que estos mismos hombres lo iban a abandonar y él tendría que enfrentar solo la cruz. Cuando lavó los pies de sus discípulos aquella noche, incluyó a Judas, aunque sabía que estaba a punto de traicionarlo. Es increíble que Jesús nunca se dejó llevar por el resentimiento o la amargura debido a los 24 | La Palabra Entre Nosotros
planes de Judas. Luego, el Viernes Santo, Jesús mantuvo su paz y confianza en Dios mientras se presentó ante Pilato, quien tuvo el poder de librarlo de la muerte. E incluso mientras colgaba de la cruz, decidió tener palabras de misericordia por sus verdugos: “Padre, perdónalos”, dijo, “porque no saben lo que hacen” (Lucas 23, 34). Jesús nunca vaciló respecto al plan de su Padre. Se mantuvo firme hasta el mismo momento en que pudo decir “Todo está cumplido” (Juan 19, 30). Jesús hizo lo que su Padre lo había enviado a hacer: “Dar su vida en rescate por una multitud” (Marcos 10, 45).
Una invitación divina. La Iglesia enseña que cada uno de nosotros tiene libre albedrío y la experiencia nos dice que cada uno toma sus propias decisiones. Pero al mismo tiempo, Jesús nos dice: “Ustedes no me escogieron a mí, sino que yo los he escogido a ustedes” (Juan 15, 16). ¿Cómo conciliamos estas dos verdades? Hablando del llamado de Dios para nuestra vida. En la Última Cena, Jesús les dijo a sus discípulos que los había escogido para que dieran fruto para su Reino. Les dijo que este era un llamado divino: Ser responsables por la obra que Dios tenía reservada para ellos. Pero también sabemos que los discípulos no siempre eran fieles a este llamado. Judas traicionó a Jesús; Pedro lo negó; todos los apóstoles huyeron cuando Jesús fue arrestado. Incluso después de Pentecostés, cuando ya estaban llenos del Espíritu Santo, los apóstoles no fueron completamente fieles a su llamado. En algún momento, Pablo y Bernabé discutieron tanto que terminaron separándose (Hechos 15, 36-40). Y recuerda que Pedro, por un momento, trató nuevamente a los gentiles cristianos como creyentes de segunda clase (Gálatas 2, 11-14). Estos relatos ponen en evidencia que el hecho de que Dios nos haya escogido no cancela nuestra libertad. Nos muestran que el llamado de Dios es una invitación
a que nosotros, todos los días, lo escojamos a él y su plan para nuestra vida. También es evidente que Dios no escoge solo a personas con un carácter grandioso y noble como la Virgen María o San José. El Señor también elige a “la gente despreciada” y “sin importancia” (1 Corintios 1, 27. 28). Dios nos ha escogido a cada uno para edificar su Iglesia, así como nos ha escogido a cada uno de nosotros para que disfrutemos de su amor y estemos en comunión con su vida divina. Todos somos escogidos. El Señor me escogió, y esta es mi historia: En mayo de 1971, asistí a mi primera reunión de oración. Acompañé a un amigo que había experimentado la gracia de Dios librándolo del abuso de las drogas. Al sentarme junto a él en la parte de atrás del salón, observé a las personas cantando y ofreciendo oraciones de alabanza a Jesús en voz alta. Me sentí extraño. Después de todo, mi fe en ese momento se centraba en asistir a Misa regularmente, tratar de ser bueno y procurar no ir al infierno. Pero mientras estaba sentado escuchando los cantos y la alabanza, sentí el amor de Dios de una manera nueva y poderosa. Me imaginé a Jesús en la cruz entregando su vida por mí. Siempre supe el principio de que Dios me amaba, pero en aquella noche, experimenté su amor en lo Febrero / Marzo 2022 | 25
Aún antes de que tú nacieras, Dios te apartó y dijo: “Yo te amo, yo te he escogido.” más profundo de mi corazón. Fue el mejor día de mi vida, y lo sigue siendo. Esa noche, supe que Dios me había escogido y que él me estaba invitando a escogerlo a él. A partir de ese momento, mi vida cambió para siempre. Yo quería hacer todo lo que fuera posible por el Señor; yo quería “dar mucho fruto” para él (Juan 15, 5). Tengo la certeza de que cada uno de nosotros ha sido escogido por Jesús, incluyéndote a ti. Ya sea que puedas señalar un momento específico o no, estoy seguro de que 26 | La Palabra Entre Nosotros
Jesús te ha llamado a dar mucho fruto para él y para su Iglesia. Aún antes de que tú nacieras, Dios te apartó y dijo: “Yo te amo, yo te he escogido. Tengo grandes planes para tu vida, planes para que edifiques mi Iglesia y des buen fruto para mí.” Así que, al comenzar el tiempo de Cuaresma y al esperar la llegada de la Pascua, meditemos en la forma en que podemos dar buen fruto: En nuestro hogar, nuestra parroquia y con los pobres. Decidamos vivir para Jesús, aquel que nos ha escogido a nosotros. n
YO LOS HE
DESTINADO
A USTEDES
Por Joe Difato 27 | La Palabra Entre Nosotros
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n la Última Cena, Jesús le dijo a sus discípulos: “Ustedes
no me escogieron a mí, sino que yo los he escogido a ustedes y les he encargado que vayan y den mucho fruto, y que ese fruto permanezca” (Juan 15, 16; énfasis añadido). No solo les estaba diciendo que él los había escogido para dar fruto, sino también que cada uno experimentaría una serie de “encuentros” divinos; es decir, que cada uno se encontraría con personas con quienes debía compartir la buena noticia. En esta Cuaresma, cambiado los planes de Jesús nos dice lo mismo Pablo de dirigirse hacia a nosotros. Todos Bitinia y en su lugar, lo Aprovechemos tenemos nuestros envió hacia el oeste, a al máximo nuestros Filipos. Debido a que encuentros divinos, y él quiere que los aprPablo y sus compañe“encuentros divinos” ovechemos al máximo. ros estaban abiertos a la acción del Espíritu, ahí conocieron a Lidia, Una “noticia destacada”. La Escritura está llena de relauna influyente comerciante, y tos fascinantes sobre los encuentros le ayudaron a ella y a sus amigos a divinos que experimentaron los dis- convertirse al Señor. Como si este llamado sorpresa no cípulos cuando se dispusieron a ir a proclamar las buenas nuevas del fuera suficiente, Dios tenía otros más evangelio. reservados para Pablo. Poco tiempo Por ejemplo, la misión que se le después de reunirse con Lidia, él y encomendó a Pedro con un soldado Silas fueron encarcelados por provollamado Cornelio (Hechos 10, 34-49). car una división en la ciudad. Ellos A través de la acción del Espíritu, aprovecharon esta oportunidad para Pedro ayudó a Cornelio y a toda su evangelizar a los otros prisioneros y, familia a convertirse a Cristo. Este eventualmente, el carcelero y toda llamado tuvo como resultado el bau- su familia se convirtieron a Cristo tismo del primer gentil y la apertura (Hechos 16, 1-40). de la Iglesia a los griegos, romanos Estos relatos, y muchos otros parecidos, son como una “noticia y a personas de toda raza y cultura. Otro ejemplo fue la inesper- destacada” que un comentarista de ada llamada que recibió San Pablo deportes puede utilizar en su reporte en Filipos. El Espíritu Santo había en el noticiero de la noche. Son los 28 | La Palabra Entre Nosotros
relatos más impactantes y memorables sobre los esfuerzos de evangelización de los apóstoles. La Escritura no nos narra los miles de encuentros cotidianos que con seguridad sucedieron en medio de estos momentos destacados. Posiblemente porque no fueron tan “noticiosos”, pero son igual de importantes. Por ejemplo, la Biblia no nos cuenta nada sobre cómo Lidia proclamó el amor de Dios a sus empleados o clientes después de su conversión. Tampoco nos dice cómo Cornelio evangelizó a las tropas que estaban bajo sus órdenes. Ni la forma en que la familia del carcelero cambió después de su conversión o si su bautismo lo motivó a tratar a los prisioneros de forma diferente. A pesar de que no sabemos lo que hicieron ellos después de convertirse al Señor, podemos asumir con seguridad, que la mayoría tuvo sus propios encuentros divinos. De la misma manera, nuestra vida diaria podría no ser parte de las noticias más importantes de la Iglesia en el siglo XXI. Es posible que no tengamos una influencia tan impactante en el mundo como la tuvieron Pedro y Pablo. Pero Dios observa todas las formas en que procuramos cumplir con nuestros encuentros divinos, y bendice cada uno de ellos.
los negocios, observé lo estratégicos que eran algunos de mis compañeros de trabajo. Ellos simplemente no improvisaban cuando se reunían con clientes importantes. Más bien, se preguntaban antes de la reunión: “¿Cuál es mi objetivo y qué debo hacer para conseguirlo?” También dedicaban algo de tiempo después de la reunión, para evaluar cómo había salido. “¿Qué funcionó y qué podría haberse hecho mejor? ¿Hice lo necesario para lograr el objetivo que me propuse?” Ellos siempre estaban planeando y evaluando de manera que pudieran obtener mejores resultados. A pesar de que puede parecer un poco analítico, este enfoque del “modelo de negocios” puede ayudarnos en nuestros propios encuentros divinos. Si sabemos que vamos a estar con alguien con quien queremos compartir nuestra fe, podemos pensar en lo que vamos a decir y pedirle al Espíritu Santo que nos ayude y nos inspire. Y una vez que hemos conversado con esa persona, podemos tomar un momento para evaluar cómo salieron las cosas. Si nos esforzamos por planear con anticipación y evaluar después, seremos más capaces de decir lo correcto en el momento correcto en nuestros futuros encuentros. El planeamiento y la evaluación también pueden ayudarnos con esos encuentros divinos inesperados que El enfoque del modelo de nego- Dios nos hace durante el día. Desde cios. Cuando trabajé en el mundo de luego, no podemos planear todo a la Febrero / Marzo 2022 | 29
Jesús estaba preparado para los encuentros inesperados que surgían en su camino. perfección para algo que no sabemos cuándo va a suceder. Pero podemos dedicar algo de tiempo cada día a pensar sobre lo que podríamos hacer si surge una oportunidad para compartir nuestra fe o el amor y la compasión de Dios con otra persona. Y siempre podemos hacer una evaluación después de ese encuentro sorpresa. Incluso podemos dedicar unos pocos minutos en nuestra oración para pedirle a Jesús que bendiga cualquier encuentro que tenga reservado para nosotros, ¡notaremos la diferencia! La Escritura nos dice que Jesús estaba preparado para los encuentros inesperados que surgían en su camino. El Señor estaba preparado para escuchar el clamor de Bartimeo (Marcos 10, 46-52). Estaba preparado cuando se encontró con la mujer samaritana (Juan 4, 4-42). También lo estaba cuando se encontró con 30 | La Palabra Entre Nosotros
Zaqueo, el recaudador de impuestos (Lucas 19, 1-10). Posiblemente nosotros nunca estemos tan preparados como lo estaba Jesús, pero podemos confiar en que, si se lo pedimos, el Espíritu Santo nos ayudará a encontrar las palabras correctas para decir en nuestros encuentros no planeados. Proyecto Oxígeno. En 2008, Google lanzó su iniciativa del Proyecto Oxígeno como una forma de estudiar la manera en que se estaban desempeñando los gerentes de la compañía. Le pusieron ese nombre porque creían que las personas son la razón de la organización. Como resultado de esta iniciativa, hicieron una lista de diez prácticas que los buenos gerentes deben adoptar. Para algunos puede resultar sorprendente descubrir que la mayoría
de esas prácticas se centran en relaciones, unidad y trabajo en equipo. Ellos descubrieron que los mejores departamentos en su compañía eran los que se enfocaban en relaciones fructíferas y positivas en su ambiente de trabajo. De la misma manera, tú y yo somos la razón de ser de la Iglesia. Cada uno de nosotros puede recibir el aliento de vida del Espíritu Santo, el oxígeno de la Iglesia, y compartirlo a través de los llamados divinos que Dios nos hace. Cuanto más nos concentramos en amar a las personas que nos rodean como Jesús los ama a ellos, más infundiremos el oxígeno del Espíritu a la gente. Cuanto más nos esforzamos por la unidad, el perdón y la paz entre nosotros, más eficaces seremos para compartir la presencia de Cristo. Imagínate lo que pasaría si intentamos llevar a cabo nuestro propio Proyecto Oxígeno en esta Cuaresma. ¿Qué sucedería si cada uno de nosotros dedicara unos minutos a prepararse para uno solo de nuestros “encuentros” cada día de esta Cuaresma? ¿Qué sucedería si cada uno se hiciera preguntas como estas? • ¿Cómo puedo ser la persona que Jesús quiere que sea con mi esposo o esposa o mis hijos? • ¿Cómo puedo ser alguien que escucha con cuidado y que ayuda en el trabajo? • ¿Cómo puedo ayudar a mi vecino o
a mi hermano en la parroquia? • ¿Cómo puedo mostrar más compasión a alguien que es pobre o está luchando de alguna manera? • ¿Y qué sucedería si, después de uno de estos encuentros, nos hacemos preguntas como estas? • ¿Pareciera que he progresado un poco en demostrar el amor de Jesús? • ¿Escuché más y hablé menos? • ¿Hay alguna forma en que podría haber sido más cuidadoso? • ¿Qué he podido aprender de este encuentro que me ayudará la próxima vez que esté con esta persona? Hacerse “pequeño” delante del Señor. La Cuaresma es un tiempo para examinar nuestra vida y arrepentirnos de cualquier forma en que hemos permitido que el pecado nos separe de Dios y de los demás. También es un tiempo para celebrar la forma en que Jesús nos reunió con Dios y con los demás en la cruz. Así que recordemos las palabras que dijo el Papa Francisco el Miércoles de Ceniza del año pasado:
“Hoy bajamos la cabeza para recibir las cenizas. Cuando acabe la cuaresma nos inclinaremos aún más para lavar los pies de los hermanos. La cuaresma es un abajamiento humilde en nuestro interior y hacia los demás. Es entender que la salvación no es una escalada hacia la gloria, sino un abajamiento por amor. Es hacerse Febrero / Marzo 2022 | 31
“La salvación no es una escalada hacia la gloria, sin un abajamiento por amor.” — Papa Francisco
pequeños.” (Homilía, 17 de febrero de 2021) Este tiempo de Cuaresma puede componerse de una serie de encuentros divinos llenos de gracia en los que podemos “hacernos pequeños” ante nuestro Dios y las demás personas. Puede ser un tiempo de encuentros divinos con Dios, en los que nos encontramos con él en oración y experimentamos su misericordia y amor más profundamente. Y puede ser un tiempo de llamados divinos en los que encontraremos oportunidades para servirnos los unos a los otros (Gálatas 5, 13). Que podamos aprovechar cada encuentro divino que Dios nos ofrece. 32 | La Palabra Entre Nosotros
Ya sea en nuestra familia, con los amigos o con los pobres, que podamos hacer nuestro mejor esfuerzo para amarlos. Que podamos animar e inspirar a otros. Que podamos ser tan misericordiosos como nos sea posible con la mayor cantidad de gente que nos sea posible. En resumen, que podamos ser la imagen de Jesús para aquellos con quienes nos encontremos en cada una de estas ocasiones. Y que el Espíritu Santo, que es el aliento de Dios, continúe infundiendo vida divina en nosotros para que podamos involucrarnos en nuestro propio Proyecto Oxígeno de Cuaresma en la Iglesia. n
C
ada Cuaresma, mi vecino lleva a sus hijos pequeños a pasar el día en una granja y recolectar fresas. Esta actividad no es ninguna clase de ejercicio para edificar su fe. Simplemente les encanta recolectar fresas frescas, y la Cuaresma coincide con la temporada de fresas en el lugar en el que vivimos. Los niños van de planta en planta, recolectado las frutas y colocándolas en sus cestas. Regresan a la casa y se dan un festín de fresas por varios días. Jesús nos llamó a dar fruto “y que ese fruto permanezca” 15, 16). En cierto senEl secreto (Juan tido, esta familia está dando un fruto que perdura al para dar cumplir con su tradición de mucho fruto recolectar fresas. Los hijos de mi vecino recordarán esta tradición por mucho tiempo en sus años de adultez. Junto con todo lo demás que sus padres les están enseñando, la tradición de esta familia los ayudará a comprender cómo son la unidad y el amor conforme crecen, se casan y tienen sus propios hijos. Ahora bien, no todos podemos ir a recolectar fresas en cada Cuaresma. Pero podemos dedicar tiempo a pensar y rezar sobre la forma en que Dios nos está pidiendo que demos fruto durante este tiempo de gracia.
Permanecer en el amor de Dios
Por Joe Difato
Permanezcan en mí. Cuando Jesús dijo “El que permanece unido a mí, y yo unido a él, da mucho fruto”, se estaba refiriendo a dos cosas (Juan 15, 5). Primero, nos Febrero / Marzo 2022 | 33
estaba diciendo que al permanecer en él, daremos mucho fruto en nuestra vida. Y segundo, cuando él da fruto en nuestra vida, nosotros, entonces, daremos fruto en la vida de otras personas. Jesús usó la palabra “permanecer” diez veces en los primeros diez versículos de Juan 15 para enfatizar lo importante que es que nosotros permanezcamos en él. El Señor quería que supiéramos que es vital que nos mantengamos cerca suyo y encontremos en él nuestra paz y felicidad. También usó la imagen de la vid y sus ramas para captar este punto. Jesús es la Vid verdadera y nos suple a nosotros, las “ramas”, con un manantial infinito de Agua de Vida. Nos provee de todo el alimento que necesitamos, especialmente a través de la Eucaristía. Jesús nos fertiliza con su gracia. Y si una rama en particular está dañada por el pecado y necesita ser podada, él la podará con su misericordia infinita. El desafío que enfrentamos durante todo el año, pero de una forma especial durante el tiempo de Cuaresma es permanecer en Cristo como una rama permanece conectada a la vid. Así como Jesús pasó cuarenta días en el desierto orando y ayunando, él nos está invitando a pasar los cuarenta días de la Cuaresma procurando mantenernos muy cerca de él. Es posible que no seamos tentados de la misma forma en que 34 | La Palabra Entre Nosotros
él lo fue, pero aun así enfrentaremos la tentación. Cuando ayunamos, es posible que no sintamos tanta hambre como la que sintió Jesús, sin embargo siempre sentiremos hambre. Pero no importa lo que experimentemos, seremos recompensados. Recibiremos mucho más de lo que hemos entregado. Durante todos estos cuarenta días, el Espíritu Santo, que vive en nosotros, hará su parte para ayudarnos a permanecer en Jesús. Por ejemplo, si descubrimos que nuestro amor por Jesús aumenta después de un tiempo de oración, esa es una muestra de la acción del Espíritu. Si nos sentimos con más paz y más dispuestos a agradar al Señor después de recibir la Comunión en la Misa, es por la acción del Espíritu. Si nuestro corazón se llena de alegría al contemplar las palabras de Jesús o leemos en la Escritura sobre los milagros que hizo, esa es la acción del Espíritu Santo. Y si nos encontramos llenos de la misericordia de Dios y más determinados a ser misericordiosos con las personas que nos rodean, esa también es la acción del Espíritu. Todas estas experiencias son el resultado de la acción del Espíritu para ayudarnos a dar fruto en Cristo. Recordemos que el Espíritu Santo siempre está tratando de ayudarnos a vencer nuestra debilidad. El Espíritu siempre intercede ante el trono de Dios por nosotros (Romanos 8, 26).
Jesús nos está invitando a pasar los cuarenta días de la Cuaresma muy cerca de él. Personalmente, me siento conmovido cuando lo escucho recordarme que soy un hijo de Dios (8, 16). Encuentro muy enriquecedor saber que el Espíritu Santo es mi amigo personal, alguien que siempre me ayuda a permanecer en Cristo. Y todo eso crea en mí un deseo profundo de servir y edificar su Iglesia. El fruto del Espíritu. Cuando nos dedicamos a permanecer en Jesús, él responde llenándonos con su gracia. Y el signo más evidente de que su gracia está actuando en nosotros es la forma en que impacta nuestra forma
de pensar y de actuar. San Pablo llamaba a esto “cambiar” (Romanos 12, 2). En esencia, cuanto más permanezcamos en Jesús, más seremos transformados a su imagen. San Pablo habló a menudo sobre la transformación. En una carta, describió la transformación en términos del “fruto del Espíritu”. Este fruto es “amor, alegría, paz, paciencia, amabilidad, bondad, fidelidad, humildad y dominio propio” (Gálatas 5, 22-23). Todos los componentes de este fruto describen una disposición interior que Dios quiere crear en nuestro corazón. Ellos forman parte de nosotros conforme la gracia del Espíritu Santo transforma gradualmente nuestra personalidad. Cuando Febrero / Marzo 2022 | 35
observamos que estamos actuando con compasión o bondad, podemos estar seguros de que estamos manifestando el fruto del Espíritu Santo en nosotros. En resumen, este fruto del Espíritu es una gracia interior de Dios que gradualmente transforma la forma en que pensamos y la manera en que tratamos a otras personas. Hay una relación clara entre el amor, la bondad y el dominio propio que demostramos y la acción del Espíritu Santo en nosotros. A pesar de mis muchas imperfecciones, yo sé que estoy demostrando el fruto del Espíritu en mi vida. Quizá no soy perfecto, pero veo que tengo más paz y más alegría cada año. Veo que me vuelvo más amable y bondadoso hacia otras personas. También tengo más dominio propio. Como resultado de la acción del Espíritu en mi vida, estoy dando fruto para Jesús hacia las personas que me rodean. Este no es mi trabajo solamente; es el Espíritu Santo que habita en mi corazón que me ayuda a parecerme más a Jesús. El fruto de la Santidad. Durante este tiempo de Cuaresma, preguntémonos: “¿Cómo puedo tener más paz, ser más bondadoso y más alegre?” También podemos preguntarnos: “¿Cuál acción puedo realizar para dar fruto y que permanezca en mi propia vida, con mi familia o en mi 36 | La Palabra Entre Nosotros
trabajo o vecindario, durante estos cuarenta días de Cuaresma?” Luego, preguntémonos: “¿Cuál es un pecado que me gustaría ver que sea ‘podado’ durante este tiempo de Cuaresma?” Jesús prometió podar toda área fructífera de nuestra vida para que seamos capaces de dar todavía más fruto (Juan 15, 2). Esta poda es su forma de actuar en nosotros para ayudarnos a vencer el pecado y la tentación. El Señor nos poda en muchas formas diferentes y lo hace a través del Sacramento de la Reconciliación. Jesús nos ayuda a reconocer lo que es bueno y lo que es malo en nuestra forma de pensar y actuar. Y él utiliza nuestras situaciones adversas para purificarnos. Por lo tanto, hazte la pregunta: “¿Estoy permitiendo que el resentimiento saque lo peor de mí? ¿Me estoy entregando a los pensamientos juiciosos? ¿Me pesan, a veces, los sentimientos de inferioridad y los pensamientos negativos sobre mí mismo?” Elige solo una tendencia y trabaja sobre ella; luego haz una revisión en Pascua para ver cómo te fue. Cada vez que tratamos de dar más fruto y le pedimos a Jesús que nos pode, él se alegra. Lo que es mejor, nos da una muestra de su propia alegría en nuestro corazón. Y esa alegría nos convence de que vamos por el camino correcto.
Jesús nos está pidiendo que demos fruto en esta Cuaresma, un fruto que perdure. Luz del mundo. Jesús nos está pidiendo que demos fruto en esta Cuaresma, un fruto que perdure. Así que hagamos lo que nos sea posible para permanecer en él durante estos cuarenta días. Asistamos a Misa tan a menudo como podamos. Apartemos tiempo cada día para la oración y la lectura de la Escritura. Hagamos nuestro mayor esfuerzo para resistir la tentación. Jesús una vez nos dijo: “Que su luz brille delante de la gente, para que, viendo el bien que ustedes hacen, todos alaben a su Padre que está en el cielo” (Mateo 5, 16).
Procuremos, entonces, ser una luz para todos quienes nos rodean. Hagamos un esfuerzo especial por apoyar a nuestra familia, quizá con algún acto inesperado de bondad o dedicando tiempo para preguntarles cómo estuvo su día. Hagamos lo que podamos para ser más generosos con los pobres, los ancianos y los necesitados. E intentemos tratar a nuestros amigos y vecinos con la misma bondad que Jesús nos ha mostrado a nosotros. Que Dios los bendiga a ustedes y a sus seres queridos en esta Cuaresma. Que nos llene a cada uno de nosotros con su Espíritu para que podamos dar el fruto de su Espíritu, el fruto de la santidad y el amor por Jesús. n Febrero / Marzo 2022 | 37
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de febrero, martes 2 Samuel 18, 9-10. 14. 24-25. 30–19, 3 El rey estaba inconsolable por la muerte de su hijo. (2 Samuel 19, 3) El mensajero que traía las noticias de la muerte de Absalón al rey David creyó que le estaba dando una buena noticia. Después de todo, Absalón —el tercer hijo de David— se había rebelado contra él y había intentado arrebatar el trono a su padre. Pero lo único que David pudo hacer fue llorar. La relación de David con Absalón ciertamente era difícil. Absalón había asesinado a su hermano mayor, Amnón, como venganza por haber violado a su media hermana. Luego, disgustado por la forma indulgente en que David había tratado a Amnón, Absalón se declaró enemigo del rey y lideró una rebelión en su contra. A pesar de todos los esfuerzos con el fin de obtener la reconciliación y la paz, la historia terminó trágicamente. Es probable que todos hayamos experimentado decepciones devastadoras como la de David. No siempre las cosas parecen salir bien: Una enfermedad terminal, una hija se divorcia, un querido amigo sufre con las drogas. La razón por la cual estas cosas suceden es un misterio. Tratamos de confiar en que Dios no nos abandonará, pero a veces nos sentimos solos. Los buenos amigos pueden intentar animarnos, 38 | La Palabra Entre Nosotros
pero a veces las lágrimas son la única respuesta posible. Pero, recordemos que, cuando su amigo Lázaro murió, “Jesús lloró” (Juan 11, 35). También muchos santos sufrieron pérdidas que les causaron dolor y agonía. Pero cuando expusieron su corazón a Dios, él se hizo cargo de su dolor. Quizá el Señor no lo quitó, pero los acompañó mientras lo enfrentaban. El dolor es auténtico y expresarlo puede ser lo mejor para nosotros. David se lamentó por la muerte de Absalón y eso estuvo bien. Jesús lloró por la muerte de Lázaro y eso estuvo bien. Tú debes sentirte libre de lamentar tus pérdidas, pero no lo hagas solo. Preséntale tu sufrimiento al Señor; abre tu corazón ante él y permite que te consuele. Recuerda que Dios va a “consolar a todos los tristes” (Isaías 61, 2). No olvides que tu Padre celestial es “el Padre que nos tiene compasión y el Dios que siempre nos consuela” (2 Corintios 1, 3). De manera que abre tu corazón, descansa en él y permite que su amor te refresque. “Señor Jesús, tú experimentaste el dolor y conoces mi corazón. Te pido que me ayudes a unir mis lágrimas a las tuyas.” ³³
Salmo 86 (85), 1-2. 3-4. 5-6 Marcos 5, 21-43
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de febrero, miércoles Presentación del Señor Lucas 2, 22-40 En él moraba el Espíritu Santo. (Lucas 2, 25) Una de las grandes místicas de la Iglesia, Santa Brígida de Suecia, recibió, una vez, una revelación de la Virgen María sobre su hijo, Jesús. “Mi Hijo tiene la misma humildad ahora”, le dijo María, “que la que tenía cuando estaba acostado en el pesebre.” Jesús se humilló a sí mismo haciéndose un niño y entregando su vida por nosotros. Pero aún ahora, le dijo María a Santa Brígida, él continúa humillándose frente a “todo aquel que le habla con amor”, y lo hace enviando a su Espíritu Santo para que nos guíe. Esta hermosa perspectiva puede ayudarnos a comprender la forma en que Simeón reconoció a Jesús en el templo cuando José y María lo llevaron ahí para su presentación. También puede darnos una idea de lo que puede pasar en nosotros cuando conversamos con Jesús “con mucho amor.” Simeón era un judío devoto que amaba a Dios y aguardaba fervientemente al Mesías de Israel. Él tenía fe, había estudiado la Escritura y había rezado constantemente para ver el cumplimiento de las promesas de Dios. Este era un hombre que hablaba con Dios “con mucho amor” y mucho anhelo. Este era un hombre que anhelaba ver
el rostro de Dios. Y debido al amor y la fidelidad de Simeón, Dios le dio el privilegio de ser capaz de reconocer a Jesús cuando sus padres lo llevaron al templo aquel día. Quizá fue la práctica de Simeón de conversar amorosamente con Dios la que le permitió recibir la guía clara del Espíritu Santo. Todo ese tiempo que pasó rezando y meditando en las Escrituras hebreas le ayudó a Simeón a reconocer la voz del Espíritu y abrirse a su guía, que lo llevó directamente hacia Jesús. Lo mismo te puede suceder a ti. Cada vez que reflexionas en las promesas de Dios que se encuentran en la Escritura, cada vez que lo buscas en oración, cada vez que asistes a la celebración de la Misa, tienes la oportunidad de hablar con Jesús “con mucho amor”. Y no importa cuán indigno te sientas, no importa cuánto haya nublado el pecado tu corazón, Jesús hará lo que siempre ha hecho: Se humillará y se manifestará ante ti. “Señor Jesús, te amo. Te ruego que me permitas seguir con fidelidad la guía del Espíritu Santo hacia tu presencia.” ³³
Malaquías 3, 1-4 Salmo 24 (23), 7. 8. 9. 10 Hebreos 2, 14-18
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de febrero, jueves 1 Reyes 2, 1-4. 10-12 …lo sucedió en el trono y su reino se consolidó. (1 Reyes 2. 12) En la primera lectura de hoy, el rey David le ofrece consejo a Salomón sobre cómo ser un buen gobernante y luego le entrega el reino. Sin embargo, la historia de fondo no es tan ordenada. La historia de Saúl, David y Salomón a veces es un relato de intrigas de palacio, conflictos dinásticos y guerras. Los propios hijos de David pelaron entre sí, e incluso uno de ellos se le rebeló. Así que cuando David ordenó realizar una procesión pública, con Salomón cabalgando sobre la mula real de su padre, a los gritos de “¡Viva el rey Salomón!”, estaba declarando que su soberanía estaba siendo oficialmente traspasada a Salomón. La soberanía es la capacidad de ejercer autoridad libremente y sin control externo. Para Salomón, esto significaba que podía gobernar sin el peligro de conflictos dentro de su corte o de amenazas por parte de otros países. Para el pueblo de Israel, la soberanía del gobierno de Salomón significó un tiempo de paz y protección. Todo esto nos puede ayudar a entender algo sobre el reinado de Dios y nuestra relación con él. Aunque los gobernantes humanos establecen su autoridad a través de la intriga y la mantienen por medio de juegos de 40 | La Palabra Entre Nosotros
poder, la forma en que Dios lo hace es diferente. A pesar de que Jesús realmente es Señor de toda la creación, él se convierte en el Señor de nuestro corazón solo si nosotros le permitimos que guíe nuestros pensamientos y acciones, al recibirle en el “trono” de nuestra vida. Imagina un trono en el centro de un gran círculo, y dentro de él están todos los aspectos de tu vida: Tu familia, trabajo, posesiones, tiempo libre, tus esperanzas y sueños y los planes para el futuro. Imagina que, durante el día, todas estas cosas se acercan o se alejan del trono. A veces, alguna de ellas incluso ocupa el lugar de autoridad. Ahora, ¿dónde está Jesús en esta imagen? ¿Está compitiendo con tus posesiones por una esquina del trono? ¿O con tu trabajo o tu pasatiempos favorito? ¿Qué cosa puedes hacer hoy para despejar el camino y que el Señor se pueda sentar en ese trono y gobernar tu vida con su amor y tierna misericordia? “Amado Jesús, ¡te invito a sentarte en el trono de mi vida! Señor, te pido que me ayudes a confiar más en ti.” ³³
(Salmo) 1 Crónicas 29, 10-11ab. 11d-12 Marcos 6, 7-13
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de febrero, viernes Eclesiástico 47, 2-13 El Señor le perdonó sus pecados y consolidó su poder. (Eclesiástico 47, 11) El autor del libro del Eclesiástico, Ben Sira, nos ofrece hoy un hermoso retrato del rey David. “Joven aún, mató al gigante y lavó la deshonra de su pueblo… Ya cuando era rey, peleó con todos sus enemigos y los derrotó… Amaba con toda el alma a su creador y le entonaba himnos de alabanza” (Eclesiástico 47, 4. 6. 8). Este es un hermoso retrato de un gran guerrero, un rey poderoso, un músico renombrado y un gran amante de Dios. Pero, ¿dónde queda el adulterio de David con Betsabé y su conspiración para abandonar a Urías en la batalla para que muriera? ¿No sugiere esto un retrato más oscuro, manchado por el pecado? Pareciera como si hubiera dos caras de David. Realmente, David era “un hombre conforme” al corazón de Dios (Hechos 13, 22). Pero no se puede negar que sus pecados tuvieron un impacto terrible en él mismo, su familia y todo Israel. Cuando David cayó en pecado, se volvió a Dios y el “Señor le perdonó sus pecados” (Eclesiástico 47, 11). David aún debía vivir con las consecuencias de lo que había hecho, pero no tenía que hacerlo solo. Dios mantuvo su alianza con él y con Israel. El Señor nunca
se olvidó de sus promesas y, eventualmente, incluso estableció a Jesús —un descendiente del rey David— como Aquel que traería la redención y la sanación no solo al pueblo de Israel, sino a todo el mundo. Probablemente nuestra vida no contenga un contraste tan radical de luz y sombra como la de David, pero todos tenemos nuestra “cara” brillante y la oscura. Todos podemos experimentar esa misericordia que David experimentó. Eso es porque Dios ha tomado precauciones por nuestra rebeldía. El Señor nos ha concedido el don del arrepentimiento por medio del Sacramento de la Reconciliación. A menudo vemos el arrepentimiento e ir a la Confesión como una carga, o al menos una incomodidad vergonzosa. Pero el relato de David nos demuestra que arrepentirse es caminar de regreso hacia el Señor y la mejor manera de protegernos contra la culpa paralizante. Así como Dios perdonó a David, él está dispuesto a perdonarte a ti. ¡Lo único que el Señor desea es derramar sobre ti su misericordia y fortaleza! “Señor Jesús, ¡gracias por concederme tu perdón y misericordia!” ³³
Salmo 18 (17), 31. 47. 50. 51 Marcos 6, 14-29
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de febrero, sábado Marcos 6, 30-34 Vengan conmigo a un lugar solitario para que descansen un poco. (Marcos 6, 31) Para poder rendir mejor durante su presentación, los cantantes de ópera hacen una pausa para descansar, de la misma forma, los jugadores toman descansos pequeños en el medio de los partidos. Algunos de nosotros necesitamos hacer una siesta para soportar un día duro. Incluso Dios ordenó un día de descanso para su pueblo (Éxodo 20, 8-11). Así de importante es el descanso. Por eso no debe sorprendernos que Jesús y sus discípulos buscaran la oportunidad de descansar y tomar fuerzas después de andar predicando y curando a la gente. Lo que es cierto físicamente lo es todavía más espiritualmente. Es especialmente importante para tu vida de fe que de vez en cuando dediques tiempo a descansar con el Señor. El fallecido Cardenal Hans Urs Balthasar, en su libro Oración, lo describe de esta manera: “Golpeados por la vida, agotados, buscamos un lugar donde estar en silencio, ser genuinos, un lugar de refrescamiento… [donde podamos] restaurar nuestra alma en Dios, para simplemente abandonarnos en él y ganar nuevas fuerzas para vivir” (énfasis añadido). Para simplemente abandonarnos en él puede ser la parte difícil. Al intentar 42 | La Palabra Entre Nosotros
estar en silencio delante del Señor, a la mayoría de nosotros se nos empieza a formar casi instantáneamente una lista de cosas por hacer en nuestra mente. O comenzamos a experimentar culpa por cosas que no hemos hecho. Deja ir eso, respira profundamente e intenta drenar la tensión. Luego trata de imaginar que Jesús está a tu lado. Si la música te ayuda a mantener tus pensamientos en el Señor, pon algo de música de fondo. Pero no le temas a los momentos largos de silencio. Los buenos amigos a menudo se sientan juntos en silencio para disfrutar la compañía del otro, sin necesidad de decir nada. Si surge alguna idea que podría venir del Señor, medita en ella por un rato. Escribe cualquier palabra que creas que Dios podría estarte diciendo o lo que tú pensaste de tu experiencia. Pero aún si no sientes la presencia de Dios, cree que él está contigo de cualquier manera. Tú has respondido a la invitación de Jesús de “vengan… para que descansen un poco” (Marcos 6, 31). ¡Puedes contar con él para refrescarte y renovarte! “Amado Señor, creo que tú me llenarás de fuerza y energía si descanso hoy a tu lado.” ³³
1 Reyes 3, 4-13 Salmo 119 (118), 9-14
MEDITACIONES FEBRERO 6-12
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de febrero, domingo 1 Corintios 15, 1-11 Su gracia no ha sido estéril en mí. (1 Corintios 15, 10) La gracia de Dios aparece en todas las lecturas de hoy: Fue por gracia que Isaías se alejó del pecado y se convirtió en uno de los profetas más importantes de la historia de Israel. Fue por gracia que San Pablo se detuvo en su camino a encarcelar cristianos y se convirtió en uno de los más grandes evangelistas de todos los tiempos. Y por gracia Pedro se arrodilló delante de Jesús y este pescador brusco se convirtió en un humilde pescador de hombres y líder de la Iglesia. Ciertamente, ¡la gracia de Dios no fue estéril en la vida de estos hombres! ¿Qué hay de ti? ¿Puedes mencionar formas en las que la gracia de Dios “no ha sido estéril” en ti? No es necesario que sean cosas impresionantes como las conversiones de Pedro y Pablo o Isaías. Desde luego, es maravilloso cuando sucede así, pero la gracia de Dios generalmente se asemeja más a un arroyo que fluye suavemente que a un océano poderoso.
Por ejemplo, piensa en esos momentos en los que te sentiste especialmente cerca de Dios durante la Misa o en un momento de oración. Eso es gracia. O, ¿ese impulso de la consciencia que te guio hasta el confesionario después de mucho tiempo? Eso también es gracia. ¿Recuerdas aquella vez en que perdonar a alguien te pareció más fácil de lo que pensaste que sería? Eso también es gracia. Cualquier cosa que te acerque más a Dios o te aleje más del pecado es el resultado de la gracia que Dios derrama en tu corazón. Cualquier cosa que te haga más amoroso, amable y compasivo viene de su gracia. De hecho, si te detienes y repasas tu día, probablemente encontrarás que su gracia siempre estuvo ahí. Hoy es un nuevo día y el inicio de una nueva semana. Saca provecho de este comienzo fresco. Pídele al Espíritu Santo que abra tus ojos a la gracia que Dios tiene reservada para ti. Y cuando encuentres esa gracia, recíbela con todo tu corazón, para que “no sea estéril”. “Señor, ¡te ruego que me permitas recibir tu gracia!” ³³ ³³
Isaías 6, 1-2. 3-8 Salmo 138 (137), 1-2a. 2bc-3. 4-5. 7c-8 Lucas 5, 1-11
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de febrero, lunes Marcos 6, 53-56 La gente los reconoció. (Marcos 6, 54) Toma un minuto y lee rápidamente la primera lectura de hoy. El rey Salomón estaba muy feliz: Había construido un templo para el Señor, y todos los sacerdotes junto con el pueblo podían acercarse a consagrarlo. La gloria del Señor cayó sobre el templo en forma de nube, oscureciéndolo todo, y Salomón exclamó: “El Señor dijo que habitaría en una espesa nube” (1 Reyes 8, 12). La nube era tan espesa que la gente no era capaz de ver nada. Los sacerdotes ni siquiera podían continuar atendiendo a la gente. Pero el rey Salomón se llenó de alegría, ¡la presencia de Dios residiría en el templo para siempre! Ahora piensa en la lectura del Evangelio del día de hoy. Habiendo cruzado el mar de Galilea con sus discípulos, Jesús se dispone a salir del bote y Marcos nos dice: “la gente los reconoció” (Marcos 6, 54). Jesús no tuvo necesidad de hacer nada, él no dijo nada, el Señor simplemente estaba ahí y la gente lo reconoció. A diferencia de Salomón que se alegró en medio de aquella oscuridad celestial, estas personas se regocijaron en Jesús, la Luz del mundo. Sí, la luz se había iluminado, y esa luz continúa brillando. Dios, quien
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dijo “¡que haya luz!”, ha brillado en nuestro corazón. Nosotros vivimos en el tiempo del cumplimiento de la promesa. Vivimos en la era de la luz, el tiempo de la salvación y la redención. Podemos ver nuestra vida a través de los ojos de Dios. Podemos pensar según su voluntad y amar con su corazón. Por supuesto, hay muchas cosas que aún no podemos ver y muchas que todavía no comprendemos. Pero si el pueblo de Israel se regocijó en la gloria de una nube oscura, ¡cuánto más hemos de regocijarnos nosotros en todo lo que ya nos ha sido revelado en Cristo! ¿Y qué es lo que ha sido revelado? Primero y lo más importante, Jesús, nuestro Redentor, ha abierto el cielo para nosotros y nos ha llenado con su Espíritu Santo. No tenemos que conformarnos con la nube misteriosa que llenó a Salomón de asombro. Tenemos la presencia de Dios en nuestro corazón, iluminando nuestro camino. Por lo tanto, ¡alégrate! ¡Tú eres un hijo de la luz! “Gracias, Padre, por llamarme a tu luz maravillosa. Te pido que brille en mi corazón para que yo pueda llenarme de esa alegría que atrae a otros hacia ti.” ³³
1 Reyes 8, 1-7. 9-13 Salmo 132 (131), 6-7. 8-10
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de febrero, martes 1 Reyes 8, 22-23. 27-30 ¿Cómo va a ser posible, Señor, que vivas en medio de los hombres? (1 Reyes 8, 27) “Padre, ¿realmente esto es posible? ¿Verdaderamente puedes habitar en la tierra?” El rey Salomón le hizo esta pregunta a Dios al dedicarle el templo. ‘Si ni el cielo infinito te puede contener’, se preguntó, ‘¿cómo va a ser posible que vivas… en esta casa que yo te he construido?’ (1 Reyes 8, 28). ¿Cómo tú, que hiciste las estrellas, vienes y habitas en una edificación hecha de madera y piedra y edificada por los hombres? Es más, ¿por qué querrías hacerlo? Si el cielo se extiende frente a ti, ¿qué podría ser tan llamativo de este lugar para que tú quieras vivir aquí? “Y ahora que nosotros nos hacemos la misma pregunta, descubrimos, como lo hizo el rey Salomón, que solo existe una respuesta posible: Por amor. Es la razón por la cual creaste este mundo en primer lugar. Querías un pueblo al cual ofrecerle tu amor creativo y sobreabundante. Y para mostrarnos tu amor, para probarlo sin una sombra de duda, viniste y te hiciste uno de nosotros. Nos diste tus leyes, nos rescataste de la esclavitud en Egipto, nos formaste a través de tus profetas. Día con día, nos mostraste que estás a nuestro lado y que anhelaste que nosotros estuviéramos contigo.
“Luego vino la mayor sorpresa de todas. No solo a través de tu palabra, sino a través de eventos históricos, no solo a través de la belleza de la creación, sino como ser humano, enviaste a tu Hijo Jesús, completamente hombre y completamente Dios, a habitar en esta tierra. Jesús entró en la creación de la forma más completa posible, porque nos amas. ¿Quién podía imaginar tal humildad y devoción? ¿Quién podía concebir un plan tan radical y maravilloso? “Pero aun eso no fue suficiente para ti. Desde Pentecostés hasta hoy, y hasta la Segunda Venida, Jesús continúa habitando en la tierra, ¡viviendo dentro de nosotros! Por medio de tu Espíritu Santo, él nos ha convertido en templos de tu presencia, más sagrados incluso que el templo de Salomón. “Padre, estoy asombrado por tu bondad y generosidad. Estoy maravillado por el amor tan profundo que nos tienes. Me asombro de que tú me ames tan profundamente. Señor, te ruego que me concedas alabarte porque tú habitas en mi corazón, y en el de cada persona que has llamado a ser tuya.” “¡Cuán hermoso es tu santuario, Señor todopoderoso!” (Salmo 84, 2)” ³³
Salmo 84 (83), 3. 4. 5. 10. 11 Marcos 7, 1-13
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de febrero, miércoles Marcos 7, 14-23 Nada que entre de fuera puede manchar al hombre; lo que sí lo mancha es lo que sale de dentro. (Marcos 7, 15) El corazón humano es un órgano vital que también es propenso a diversos padecimientos mortales: Enfermedad arterial coronaria, arritmia e insuficiencia cardíaca entre otras. Pero, espiritualmente hablando, ¡nuestro corazón es igual de susceptible! Al referirse a las diferencias en los rituales entre los judíos y los gentiles respecto a los alimentos, Jesús declaró que nada que una persona coma —lo que entra al cuerpo desde afuera— puede mancharla. “Con estas palabras declaraba limpios todos los alimentos”, señala San Marcos (Marcos 7, 19). Pero luego dirigió la conversación de lo físico a lo espiritual, diciendo: “…del corazón del hombre salen las intenciones malas, las fornicaciones, los robos, los homicidios, los adulterios, las codicias, las injusticias, los fraudes, el desenfreno, las envidias, la difamación, el orgullo y la frivolidad. Todas estas maldades salen de dentro y manchan al hombre” (7, 21-23). Jesús utilizó como ejemplo los alimentos puros e impuros para enseñar a sus discípulos sobre la pureza del corazón. El Señor aprovechó la oportunidad de señalar que todos tenemos impulsos
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pecaminosos ocultos en nuestro corazón, y ahí es donde necesitamos centrar nuestra atención. No podemos simplemente responsabilizar a la “cultura de pecado que nos rodea” por nuestros errores, porque lo que nos mancha es en realidad lo que tenemos dentro. El ambiente que nos rodea, la compañía que tenemos y las circunstancias inevitables de nuestra vida diaria pueden ofrecernos ocasiones para pecar y albergar deseos inmorales en nuestro corazón. Pecamos porque somos pecadores y débiles. ¿Cómo podemos responder piadosamente a las adversidades que enfrentamos en el mundo que nos rodea? Cultivando nuestro corazón para Dios, promoviendo un estilo de vida sano para el corazón que evita lo que es peligroso para nuestro bienestar espiritual. Necesitamos ser cuidadosos sobre lo que permitimos que entre a nuestra mente y corazón. Así nuestra fe se verá reflejada en nuestra vida, y nuestras acciones fluirán de un corazón lleno de amor, que busca hacer la voluntad de Dios. “Padre celestial, te ruego que me enseñes a cuidar mi corazón.” ³³
1 Reyes 10, 1-10 Salmo 37 (36), 5-6. 30-31. 39-40
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de febrero, jueves Marcos 7, 24-30 El demonio ha salido ya de tu hija. (Marcos 7, 29) ¡Qué alivio! Finalmente, después de sus súplicas, esta mujer había logrado convencer a Jesús para que expulsara al demonio que tenía poseída a su hija. La mujer sabía que, de acuerdo a las convenciones sociales y étnicas, siendo ella una gentil, no tenía derecho a acercarse a Jesús para hacerle ninguna petición. Pero su desesperación fue mayor que estas preocupaciones. Frente a ella se encontraba el hombre que podía curar a su hija. Podríamos creer que esta mujer merece ser elogiada por su fe. Y hasta cierto punto, estaríamos en lo correcto. Se necesita tener mucha confianza en Jesús para presentar su caso ante el Señor. Pero la fe es solamente una parte de la historia. Esta mujer podía creer en todo lo que ella quisiera, pero eso no la habría llevado a ninguna parte si ella no hubiera insistido frente a lo que parecía ser una resistencia por parte de Jesús. También necesitó ser determinada. ¡Y claramente lo era! Este relato del Evangelio de hoy nos enseña que vivir con fe no se trata simplemente de descansar pacíficamente en los amorosos brazos de Dios. Tampoco se trata de creer en que todo va a salir bien. No, hay momentos en los cuales tener fe significa tener la
determinación de luchar contra los obstáculos hasta que veamos el resultado que creemos que es el que Dios quiere para nosotros. Hay momentos en los cuales necesitamos sincronizar nuestra fe con la auténtica fuerza de voluntad. No es falta de fe si, por ejemplo, le pedimos al Señor que nos dé un trabajo, pero pasamos la mayor parte del día revisando los anuncios de trabajo y yendo a entrevistas. Tampoco es debilidad espiritual si le pedimos a Dios que restaure una relación rota con otra persona, y luego damos el primer paso nosotros mismos hacia la reconciliación y la paz. Más bien, Dios aplaude estos esfuerzos, porque demuestran que estamos poniendo nuestra fe en acción. Es una muestra de que sabemos que él no nos abandona cuando ponemos de nuestra parte. Todos tenemos áreas en nuestra vida en donde es necesario que demos el primer paso, y el segundo y también el tercero, antes de que veamos la acción de Dios. Animémonos a dar esos pasos, firmes en nuestra fe y confiando en la provisión de Dios. “Señor Jesús, te pido que me guíes por el camino de la fe y me ayudes a confiar en que tú vas a mi lado.” ³³
1 Reyes 11, 4-13 Salmo 106 (105), 3-4. 35-36. 37. 40
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de febrero, viernes Salmo 81 (80), 10-11ab. 12-13. 14-15 Mi pueblo no escuchó mi voz. (Salmo 81, 12) El reino de Israel se formó porque el pueblo de Dios deseaba ser como las naciones paganas vecinas y pidieron al profeta Samuel un rey, y él ungió a Saúl a regañadientes. Luego vinieron dos reyes más, David y Salomón. Pero cuando Salomón se alejó del Señor para adorar a dioses paganos —tal como Samuel predijo que iba a suceder— Dios permitió que el reino se dividiera en el reino del norte de Israel y el reino del sur de Judá. Desde una perspectiva humana, esta división era la consecuencia natural de la forma en que la monarquía estaba tratando a sus súbditos. Los israelitas se habían cansado de los excesos idólatras de Salomón y se rebelaron en su contra. De muchas maneras, Israel se había vuelto como sus vecinos paganos, y estaba cosechando los resultados de esta similitud: Desacuerdo, injusticia, luchas internas y división. La lectura de hoy nos recuerda que Dios respeta la libertad que él mismo nos dio, pero también respeta las consecuencias que nuestros actos voluntarios, tanto los buenos como los malos, conllevan. Eso no significa que pretenda que nos las arreglemos por nuestra propia cuenta. No, Dios 48 | La Palabra Entre Nosotros
continuó cuidando a Israel y llevando a cabo su plan para ellos. No existe tal cosa como deshacer los planes de Dios, ni siquiera a través de nuestros pecados. El Señor sigue siendo fiel a sus promesas, él sigue siendo el Señor de la historia. Los errores de los líderes humanos, y los nuestros individualmente, tienen consecuencias reales, como sucede con todos los pecados. Pero sin importar lo que suceda, él continúa llamándonos para que nos arrepintamos, y mostrándonos el camino que debemos seguir. Dios siempre le ofrece a su pueblo una segunda oportunidad. Después de que el reino de Israel se dividió, él envió profetas para que llamaran a su pueblo a arrepentirse. Eventualmente, el pueblo entendió que la seguridad no se encontraba en la fuerza militar o en la intriga política. Ellos debían volverse a Dios, necesitaban un Mesías. Y Dios intervino convirtiéndose él mismo en su Mesías. Dios nunca se dio por vencido con Israel, como nunca se dará por vencido contigo ni con ninguno de tus seres queridos. El Señor siempre es fiel, hasta el final. “¡Toda alabanza a ti, Señor, porque tu amor dura para siempre!” ³³
1 Reyes 11, 29-32; 12, 19 Marcos 7, 31-37
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de febrero, sábado Marcos 8, 1-10 Me da lástima esta gente. (Marcos 8, 2) Muchas cosas tocan nuestras fibras: Que el bebé de un amigo muera, un vecino que lucha contra una enfermedad debilitante, una pareja que admiramos se divorcia; pero también, las noticias nos ofrecen imágenes gráficas de hambrunas, crímenes atroces, guerras sin fin y catástrofes naturales. Es totalmente natural que no podemos evitar sentirnos mal por las personas que están viviendo todo esto. Pero Jesús no se queda solamente en la compasión, él no se limita a sentirse mal y a sacudir su cabeza sin esperanza. Mira, por ejemplo, el pasaje del Evangelio de hoy. Jesús analiza cuidadosamente la situación. Las personas habían estado escuchándolo en un lugar desértico durante tres días, y se habían quedado sin alimentos. No tendrían energía para recorrer todo el camino de vuelta a casa. Luego, hizo un inventario de los recursos que tenían los discípulos. Tenían siete panes y unos pocos pescados. Claramente eso no era suficiente, pero se sintió complacido cuando los discípulos se lo trajeron para ver si servía de algo. Cuando la multitud hizo silencio, levantó los panes hacia el cielo en acción de gracias. Luego le dijo a los discípulos que distribuyeran
los alimentos que había bendecido y recogieran los sobros. ¡Jesús hizo la diferencia! La compasión es un gran punto de partida, pero puede resultar paralizante si simplemente nos detenemos en el problema. Nuestros recursos parecen tan escasos que nos sentimos incapaces de hacer alguna diferencia. Pero, Dios está esperando para concedernos sus abundantes riquezas y dirigirnos con sabiduría. Cuando presentamos a Jesús nuestros escasos recursos y nos unimos a él para entregárselos al Padre, pueden suceder grandes cosas. Con Dios, una sola persona puede hacer la diferencia: Un sobreviviente del horrible genocidio en Ruanda ha difundido por todo el mundo el mensaje del perdón Dios que transforma la vida de la gente. Una persona con habilidades para la construcción tuvo la visión de fundar la organización Hábitat para la Humanidad. Un terapeuta físico que viajó a los orfanatos de Rumanía cambió la forma en que los cuidadores trataban a los jóvenes que tenían a cargo. ¿Tú qué harás? “Padre, te ruego que me ayudes a cooperar con tu gracia para poder hacer la diferencia.” ³³
1 Reyes 12, 26-32; 13, 33-34 Salmo 106 (105), 6-7a, 19-20. 21-22
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MEDITACIONES FEBRERO 13-19
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de febrero, domingo Lucas 6, 17. 20-26 Dichosos ustedes los pobres. (Lucas 6, 20) ¿Quién cree realmente que la pobreza es una forma de bendición y felicidad? Pues Jesús, porque esa es la vida que él vivió, y es la forma en que desea que nosotros vivamos también. En el fondo, todos sabemos que el dinero no hace feliz a nadie. Existen muchos millonarios miserables. Lo que hace feliz a la gente son las buenas relaciones personales. Y, ¿cuál relación podría ser más importante que la nuestra con Dios? ¡No hay duda de que Jesús era feliz! El Señor tenía una relación inquebrantable con su Padre celestial. Jesús no limitó su visión al mundo que lo rodeaba, él también fijó sus ojos en su Padre. Con su corazón y mente llenos del Espíritu Santo, fue capaz de ver la vida claramente y con alegría. No estaba atado por el dinero ni por el deseo de una vida libre de problemas donde todo siempre saliera como él quería. Jesús era feliz simplemente 50 | La Palabra Entre Nosotros
porque conocía a su Padre celestial y hacía su voluntad. Jesús nos dio las Bienaventuranzas para enseñarnos el secreto de la felicidad. El Señor sabe que los pecadores prósperos son personas miserables, sin embargo una buena parte del mundo les tiene envidia. El mundo no puede ver el vacío de un corazón que no está exento del amor de Dios. Es importante saber que Jesús no está en contra del dinero propiamente dicho. Solamente desea que nos pongamos metas que van más allá de la acumulación de riquezas. Jesús le dijo una vez a sus discípulos que él tenía “una comida” que ellos no conocían, y que esta “comida” era hacer la voluntad de su Padre (Juan 4, 32-34). Conforme aprendemos a mantener nuestra confianza en las promesas de Dios, también descubriremos el secreto de la paz y la felicidad de Jesús. Cuando seguimos sus pasos, podemos disfrutar de la misma felicidad de la que él disfrutó y que llena a todos los santos y los ángeles en el cielo. “Señor, te pido que me enseñes a contentarme con la riqueza o la pobreza, con los buenos tiempos y con los malos.” ³³
Jeremías 17, 5-8 Salmo 1, 1-4. 6 1 Corintios 15, 12. 16-20
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de febrero, lunes Santiago 1, 1-11 Esta fortaleza los llevará a la perfección. (Santiago 1, 4) La fortaleza es uno de esos rasgos de carácter más valorados. Lograr mantenerse firme frente a las dificultades a menudo es el factor decisivo entre el éxito o el fracaso. Santiago cree que la fortaleza es crucial para nuestra fe, tan importante que la asemeja a la perfección. Incluso dice “ténganse por dichosos” cuando nos enfrentemos con pruebas porque estas nos dan la oportunidad de crecer en nuestra capacidad de perseverar (Santiago 1, 2). Pero, como sabemos, mantenerse fuertes es difícil, especialmente en nuestro camino con el Señor. Nos cansa luchar contra la tentación, nos cansamos del sacrificio. Nos preguntamos si Dios realmente escucha nuestras súplicas. No sabemos si podemos seguir amando a quienes no nos corresponden ese amor. Entonces, ¿cómo nos mantenemos firmes? ¿Cómo podemos seguir creciendo en confianza cuando nuestra fe está siendo probada y estamos listos para darnos por vencidos? Podemos seguir el ejemplo de Jesús. Quizá él se cansó de caminar de pueblo en pueblo, sin ningún lugar donde recostar su cabeza, o de las multitudes que solamente querían tocarlo y curarse. También puede haberse sentido
frustrado por los constantes ataques por parte de algunos de los jefes religiosos. Pero él simplemente siguió adelante. Cada día era duro y demandante, pero el Padre le dio la gracia para soportar, todo el camino hasta el final, hasta su muerte en la cruz. Nosotros también podemos confiar en la gracia de Dios para perseverar y tener fuerza. No necesariamente las cosas serán más sencillas; a veces solamente tenemos que seguir hacia adelante, como lo hizo Jesús. Pero podemos confiar en que por medio de la gracia encontraremos la fuerza que necesitamos para seguir. Todos enfrentamos adversidades contra las cuales debemos ser fuertes, ya sea una relación difícil con otra persona, una tentación o un problema crónico de salud. Así que cuando pidas esta gracia para ser fuerte en medio de tu propia prueba, reza también por los demás lectores de La Palabra Entre Nosotros que también necesitan esa gracia. Luego recuerda que muchas personas están rezando también por ti, ¡tal como tú estás haciendo por ellos! “Señor Jesús, te pido que me ayudes a enfrentar las adversidades con fortaleza.” ³³
Salmo 119 (118), 67. 68. 71-72. 75-76 Marcos 8, 11-13
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de febrero, martes Santiago 1, 12-18 Nos engendró mediante la palabra de la verdad. (Santiago 1, 18) Piensa en la alegría que sienten un hombre y su esposa cuando llega un nuevo bebé. Luego compáralo con lo que Dios debe sentir por nosotros. Después de todo, Santiago nos dice que él “nos engendró” espiritualmente a través de la verdad de su palabra (Santiago 1, 18). Y ese nacimiento espiritual, que sucede a través del bautismo, le produce alegría al corazón de nuestro Padre. Pero a pesar de la alegría que siente por nuestro bautismo, Dios sabe que todavía debemos crecer en nuestra fe, al igual que muchos padres humanos saben que su bebé tiene una largo camino que recorrer. Y, ¿cómo seguimos creciendo? Ciertamente, necesitamos seguir encontrándonos con la verdad de la palabra a través de los sacramentos. Pero también debemos encontrarnos con Jesús en la Escritura. Es a través de los relatos del Evangelio, y al meditar en estos relatos, que nuestra amistad con él se hace más profunda. Podemos imaginar que lo acompañamos en sus viajes o podemos imaginarlo curando a la gente o enseñándonos. Cuanto más hacemos esto, más real se vuelve para nosotros, fortaleciendo nuestra fe de
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que él está a nuestro lado siempre. La Escritura también forma nuestra mente. Nos ayuda a comprender más profundamente quién es Dios y todo lo que ha hecho por nosotros a través de Cristo. También nos ayuda a adoptar sus valores en lugar de los mundanos. Finalmente, la Escritura es una vía para que el Espíritu Santo nos hable. Podemos esperar que conforme leemos, algo nos llame la atención, algo que el Señor usará para guiarnos, consolarnos o ayudarnos durante el día. Así que procura leer la Escritura todos los días y toma tiempo para reflexionar en lo que lees. Toma, por ejemplo, otro versículo de la primera lectura de hoy: “Todo beneficio y todo don perfecto viene de lo alto, del creador de la luz” (Santiago 1, 17). ¿Qué te hace sentir este verso? Quizá quieras dar gracias a Dios por sus bendiciones. O comprendas que a pesar de las luchas que puedas estar enfrentado, Dios sigue estando en control y él es bueno. Si la Escritura te inspira algo, no lo ignores. Tú nunca sabes, ¡Dios puede estar tratando de “engendrar” algo nuevo en tu vida! “Señor, ¡te ruego que me des un mayor deseo por tu palabra!” ³³
Salmo 94 (93), 12-13a. 14-15. 18-19 Marcos 8, 14-21
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de febrero, miércoles Marcos 8, 22-26 Jesús le volvió a imponer las manos en los ojos y el hombre comenzó a ver perfectamente bien. (Marcos 8, 25) El Evangelio de hoy nos narra una curación en dos actos. Jesús impuso las manos sobre el hombre ciego no una sino dos veces, antes de que el hombre pudiera ver. Desde luego podía sanarlo de una vez, pero no lo hizo. ¿Por qué no? Y, ¿por qué San Marcos incluiría esta curación “en dos pasos” en su Evangelio? Tal vez para mostrarnos algo nuevo sobre Dios y la forma en la que actúa en nosotros. Jesús muestra una gran compasión en su interacción con este hombre, pues “tomándolo de la mano” lo llevó fuera del escrutinio de la multitud (Marcos 8, 23). No se limitó a curarlo a la distancia como hizo con el sirviente del centurión (Mateo 8, 8). Al contrario, se acercó lo suficiente para tocar sus ojos, para preguntarle si podía ver y para escuchar su respuesta. ¡Qué consolador debe haber sido este contacto humano! Aislado por su ceguera, posiblemente rechazado por su discapacidad, debe haber anhelado experimentar esta clase de conexión. Con seguridad el Señor sabía que el hombre estaba parcialmente curado, pero le preguntó de cualquier manera. Además de la ceguera física
le preocupaba la ceguera espiritual también. Por su parte, el hombre contestó honestamente. Debe haber necesitado algo de valentía para confesar que las personas parecían árboles. Porque si se hubiera limitado a dar las gracias a Jesús por lo poco que había recibido y se hubiera ido, habría vivido el resto de su vida con una confusión física y espiritual. La insistencia de Jesús le dio valentía al hombre para buscar más. A lo largo de su Evangelio, San Marcos nos revela que Jesús es un Maestro incansable cuyos discípulos tienen dificultades para comprender quién es él realmente. Muchos estudiosos creen que la curación progresiva de este hombre ciego muestra la paciencia de Jesús en ayudar a ver a sus discípulos. Jesús continuó trabajando con ellos, continuó actuando con el hombre ciego y seguirá actuando en nosotros. El mismo Jesús que se compadeció de este hombre procura estar cerca de nosotros hoy. El Señor nos tocará, nos curará y escuchará nuestras necesidades con perseverancia. Jesús nos ayudará pacientemente a creer, hasta que lo veamos cara a cara. “Señor Jesús, por favor ayúdame a verte con más claridad.” ³³
Santiago 1, 19-27 Salmo 15 (14), 2-3ab. 3cd-4ab. 5
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de febrero, jueves Santiago 2, 1-9 No tengan favoritismos. (Santiago 2, 1) En su biografía sobre San Francisco de Asís, el autor británico G. K. Chesterton utiliza una analogía para mostrar que la forma de pensar de Francisco había cambiado como resultado de su conversión. Dentro de una cueva fuera de la ciudad y rezando profundamente, el joven Francisco renunció a sus expectativas de una carrera mundana con honores y en su lugar decidió vivir por el honor de Dios. Cuando salió de la cueva, escribió Chesterton, Francisco sentía como si estuviera “caminando de manos”. Chesterton utilizó esta imagen para transmitir la alegría que sintió Francisco cuando, habiendo entregado todas sus posesiones, pudo ver la verdadera pobreza de la humanidad, que dependía en todo momento de Dios para existir. Desde una perspectiva distinta, todo aquello que parecía seguro y firme, parecía pender peligrosamente sobre un espacio vacío. Pero Francisco ahora veía todo del lado correcto. Esta descripción puede arrojar algo de luz a la primera lectura de hoy. En un mundo que le da importancia a la fama, Santiago le dice a sus lectores que “no tengan favoritismos” (Santiago 2, 1). No podemos seguir viendo las cosas como las ve la sociedad, favoreciendo
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a los ricos y poderosos y descartando a las personas que luchan con una enfermedad o una necesidad financiera o alguna otra debilidad. En su lugar, debemos ver las cosas desde otra perspectiva. Al menos, deberíamos favorecer a los pobres por encima de los ricos, debido a que los pobres tienen muy poco y necesitan mucho. Estas palabras pueden parecer difíciles. Es suficientemente duro desprendernos del dinero que nos sobra o de nuestro tiempo para dárselo a los pobres, ni qué decir de darles la prioridad como si fueran lo más importante. Mantener nuestros ojos fijos en la cruz es una clave para cambiar nuestra perspectiva. Cuanto más veamos el amor de Aquel que se vació a sí mismo, más veremos al mundo de manera distinta. Cuanto más veamos cómo Jesús se acercó a las personas necesitadas, más seremos movidos a darnos generosamente. Al igual que San Francisco, comenzaremos a tratar a cada persona, rica o pobre, con la dignidad y el amor que se merecen. “Amado Jesús, te ruego que me ayudes a ver a los demás como tú los ves y amarlos como tú los amas.” ³³
Salmo 34 (33), 2-3. 4-5. 6-7. 8-9. 10-11 Marcos 8, 27-33
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de febrero, viernes Santiago 2, 14-24. 26 La fe sin obras está muerta. (Santiago 2, 26) Desde la Reforma, los creyentes han tenido dificultades para leer este versículo de la Escritura sin sentir que deben defender su interpretación al respecto. ¿Realmente solo somos justificados por la fe? O, ¿la fe debe manifestarse en acciones? Santiago no estaba inmerso en estas dificultades teologales cuando escribió esta carta. Él simplemente estaba respondiendo como un buen pastor. Él vio a los miembros de su iglesia fracasar al no vivir lo que decían creer. Ellos asumieron que debido a que tenían fe, no necesitaban esforzarse en ayudar a quienes los rodeaban. Así que Santiago escribió esta carta para exhortar a sus lectores. ¿Observaste que incluso les dice “hombres ignorantes” (Santiago 2, 20)? Evidentemente, él deseaba llamar su atención para que ellos comprendieran lo mal que se habían estado tratando unos a otros. Es posible que hayas escuchado el dicho “el amor es verbo”. El amor se expresa con la acción, no solo en un sentimiento. Santiago está señalando que nuestra fe también es un “verbo”. La fe debe expresarse en la acción, creyendo en que el Señor transforma nuestros pensamientos, sí, pero también transforma lo que hacemos. Cambia la
manera en que gastamos nuestro dinero y nuestro tiempo; cambia la forma en que hablamos y escuchamos. Jesús dice algo similar en el Evangelio de hoy. Si queremos seguirlo, necesitamos seguir su ejemplo, por medio de nuestras acciones. A eso se refiere cuando nos dice que nos neguemos a nosotros mismos y aceptemos nuestra cruz. Así que permite que Santiago llame hoy tu atención. Toma un momento para reflexionar en las formas en que tus acciones demuestran o no, la vitalidad de tu fe . Comienza tu día diciéndole al Señor que quieres vivir lo que profesas. Luego, al final del día, pregúntate: ¿De qué forma mis acciones demostraron mi fe? Agradece por cualquier éxito, y si sientes que no hiciste suficiente, pregúntale al Señor qué puedes hacer mejor el día de mañana. Todos los días son una oportunidad perfecta para pensar en formas prácticas en que puedes hacer algunos cambios en tus rutinas semanales. ¿Qué puedes hacer para ejercitar tu fe, para ayudarla a crecer con acciones? “Señor Jesús, te pido que me enseñes a vivir más plenamente las verdades que creo de ti.” ³³
Salmo 112 (111), 1-2. 3-4. 5-6 Marcos 8, 34—9, 1
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de febrero, sábado Marcos 9, 2-13 Todos fallamos en muchas cosas. (Santiago 3, 2) Ciertamente Pedro a veces hablaba de más. ¿Ofrecer levantar tres tiendas para Jesús, Elías y Moisés? Pareciera que necesitaba decir algo, pero no estaba seguro de qué. Puedes imaginar al Padre viéndolo desde arriba con una sonrisa mientras decía: “Este es mi Hijo amado; escúchenlo” (Marcos 9, 7; énfasis añadido). Deja de hablar de tiendas Pedro, ¡y permite que Jesús explique lo que todo esto significa! Nos podemos identificar con Pedro porque sabemos lo propensos que somos a hablar primero y pensar después. Todos podemos recordar los momentos en que hemos dicho algo equivocado, aun cuando estamos intentando proclamar el evangelio. Es como dice Santiago: Nuestra lengua realmente puede meternos en problemas (Santiago 3, 8). Entonces, ¿qué hacemos? ¿“Dominamos” la lengua manteniendo nuestra boca cerrada? Al menos de esa forma no terminaríamos diciendo algo que no es correcto. Pero, ¿qué pasaría con nuestra familia si nos mantenemos en silencio? ¿Quién le hablaría a nuestros hijos de Dios? ¿Qué pasaría con nuestra cultura si dejáramos de tratar de proclamar el evangelio, por muy imperfectos que sean nuestros intentos? 56 | La Palabra Entre Nosotros
¡No te detengas! Sigue intentado, y sigue creciendo en sabiduría y prudencia. El sembrador en la parábola de Jesús debe haberse sentido desanimado (Lucas 8, 4-15). Muchas de sus semillas no tuvieron la oportunidad de dar fruto alguno, aplastadas en el camino, ahogadas por la mala hierba o quemadas en la tierra seca. Pero él no se lamentó por sus fracasos. Siguió sembrando, y al hacerlo, descubrió los mejores lugares para plantar las semillas. Debido a que puso en práctica lo que había aprendido, ¡sus semillas dieron más fruto! Ahora, imagina a Dios sonriendo desde el cielo de la misma forma en que debe haberlo hecho con Pedro. Con tiempo, práctica y paciencia, tú puedes madurar en la fe de la misma forma en que lo hizo Pedro. No permitas que tus errores te detengan. Tú eres un hijo de Dios, ¡pero eso no significa que seas perfecto! Permítete reír de tus errores y luego haz un nuevo intento. “Padre celestial, te ruego que me ayudes a ver como tú me ves a mí: Como un Padre amoroso que mira a su hijo que está creciendo, ayúdame a comenzar de nuevo cuando me equivoco.” ³³
Santiago 3, 1-10 Salmo 12 (11), 2-5. 7-8
MEDITACIONES FEBRERO 20-27
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de febrero, domingo Lucas 6, 27-38 No condenen y no serán condenados. (Lucas 6, 37) Jesús no podría haber sido más claro. Si quieres evitar la condenación, no condenes a otras personas. Supongamos que ves a un indigente durmiendo en la banca de un parque. Te preguntas cómo llegó hasta ahí y por qué no está tratando de arreglar su vida. Comienzas a desear que no estuviera ahí, sientes cierta aversión y te alejas todo lo que puedes cuando pasas al frente. Jesús dice: “No lo condenes.” O que mientras estás escuchando las noticias hablan sobre un político con el que no simpatizas. Sientes que tus hombros se tensan, y piensas en todas las formas en que esta persona es corrupta y está equivocada. Recuerdas las malas políticas que este político ha apoyado, y sientes disgusto hacia él o ella. Jesús dice: “No lo condenes.” O te enteras de que una adolescente está embarazada. Inmediatamente piensas en que sus padres fracasaron en su labor. En tu mente surgen etiquetas
negativas hacia esta muchacha, y tú piensas que jamás te habrías permitido caer en un pecado tan horrible. Jesús te dice: “No la condenes.” Haciendo lo mejor que puedas, deja de lado los juicios severos y la condena. Si no por la otra persona, hazlo por ti mismo. Trata de alejarte del reino del juicio, en donde todos reciben lo que se merecen, porque todos en ese reino serán juzgados con severidad. Incluso tú. Más bien, entra en el reino de la misericordia de Dios. Ve al reino donde todos están invitados a perdonar y son tratados con amor, dignidad y generosidad. Incluso tú. Ofrece el regalo del perdón, y te será concedido a ti. Ofrece el regalo de la segunda oportunidad, o la tercera o la cuarta o la centésima, y te será concedido a ti. Ofrece el regalo del beneficio de la duda también y te será concedido a ti. Aun cuando no te sientas motivado a ofrecerlo, hazlo de cualquier manera. Jesús lo manda, y él promete recompensas eternas para aquellos que lo hacen. “Señor, te ruego que me ayudes a ser misericordioso así como tú eres misericordioso.” ³³
1 Samuel 26, 2. 7-9. 12-13. 22-23 Salmo 103 (102), 1-4. 8. 10. 12-13 1 Corintios 15, 45-49
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de febrero, lunes Marcos 9, 14-29 Esta clase de demonios no sale sino a fuerza de oración. (Marcos 9, 29) Escalar una montaña puede parecer muy fácil desde abajo. Solo necesitas encontrar algo dónde apoyarte e impulsarte hacia arriba. Pero cualquier escalador profesional te podría explicar que es sumamente difícil, especialmente entre más alto subes. Un pequeño mal paso puede ser desastroso. Debes tener cuidado de cada lugar donde colocas tu mano o tu pie para sostenerte. Esta es una manera de comprender la situación que enfrentaron los discípulos que no estuvieron con Jesús en el monte de la Transfiguración. Mientras Jesús estaba allí con Pedro, Santiago y Juan, un hombre se acercó a los demás con su hijo poseído por un demonio y les suplicó que lo curaran. Para estos discípulos, parecía una tarea sencilla: Rechazar al demonio de la misma forma en que había visto que Jesús lo había hecho en numerosas ocasiones. Pero la situación no tardó en volverse caótica: Los discípulos se enfrascaron en una discusión con un grupo de escribas frente a la multitud, mientras el muchacho estaba al borde de otra convulsión y su padre estaba al lado completamente desesperado. En algún punto, ellos dieron uno o
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dos pasos en falso y terminaron sin conseguirlo. ¿No te sientes a veces como estos discípulos? Tratas de compartir tu fe con un vecino, y aquello te termina explotando en la cara. O te ofreces a rezar por un familiar enfermo, pero tu ofrecimiento es rechazado. Es como si hubieras puesto el pie en el lugar equivocado y terminaras deslizándote por la montaña. “Esta clase de demonios no sale sino a fuerza de oración”, le dijo Jesús a sus discípulos (Marcos 9, 29). No hay una fórmula sencilla. A veces los puntos de apoyo son difíciles de encontrar. A veces el aire es muy poco, debes tener cuidado y ser humilde. Al final, lo mejor que puedes hacer es tratar de mantenerte cerca del Señor y seguir su guía, la que tú creas que es. No hay garantía de que siempre harás lo correcto. La única cosa de la que puedes estar seguro es de que, aun cuando te resbales por la montaña, Jesús estará siempre a tu lado para levantarte, animarte y ayudarte a seguir escalando. “Amado Jesús, ayúdame a ser perseverante en mi oración y el servicio a tu pueblo, te lo ruego.” ³³
Santiago 3, 13-18 Salmo 19 (18), 8. 9. 10. 15
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de febrero, martes Cátedra de San Pedro, Apóstol Mateo 16, 13-19 Sobre esta piedra edificaré mi Iglesia. (Mateo 16, 18) La palabra “cátedra” en el título de la fiesta de hoy tiene un doble significado. Por un lado se refiere a un mueble, un asiento elevado. En la Iglesia antigua, los obispos tenían una silla especial reservada para el momento en que predicaban a la gente. Esta tradición se remonta al tiempo del antiguo Israel, cuando un rabino enseñaba a sus discípulos estando sentado, y mientras sus discípulos permanecían alrededor de él. San Pedro realmente tenía una silla de la cual se conserva una reliquia recubierta por una escultura de bronce hecha por Gianlorenzo Bernini que se encuentra en la Basílica de San Pedro en Roma. Pero “cátedra” también se refiere a un oficio de la Iglesia. La fiesta de la Cátedra de San Pedro es una celebración de la función especial de Pedro en la enseñanza y guía de la Iglesia. También es una celebración del papel que su sucesor, el papa, desempeña en cada generación. La fiesta resalta el hecho de que el mensaje del evangelio que los papas han proclamado puede rastrearse hasta San Pedro y los doce apóstoles. La escultura de Bernini contiene un mensaje implícito. Él diseñó un “trono”
para la cátedra de Pedro con estatuas de cuatro doctores de la Iglesia —los santos Agustín, Ambrosio, Juan Crisóstomo y Atanasio— sosteniéndolo. Al crear esas estatuas de otros santos, Bernini nos estaba diciendo que Jesús no se limitó a poner a San Pedro “a cargo”; él también nos dio a cada uno de nosotros un cargo: Mantenernos, o involucrarnos activamente en su Iglesia. Observa que esos santos no están exaltando a Pedro, el hombre. Están sosteniendo sus enseñanzas, las cuales vienen directamente de parte de Jesús. En otras palabras, Pedro no gobierna solo. Sino que es apoyado y defendido por todos aquellos que siguen las enseñanzas y mandamientos que Jesús dio a sus apóstoles. Celebremos, entonces, este día de fiesta con gratitud y hagamos una promesa. Primero demos gracias a Dios por la función que desempeña el sucesor de Pedro en cada era como maestro y guardián del evangelio y recemos por él. Además prometamos apoyarlo en su labor viviendo ese mismo evangelio en nuestra vida. “Señor Jesús, ¡te ruego que me muestres cómo puedo ocupar mi lugar para defender las verdades de tu evangelio!” ³³
1 Pedro 5, 1-4 Salmo 23 (22), 1-3a. 3b-4. 5. 6
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de febrero, miércoles Marcos 9, 38-40 …en mi nombre… (Marcos 9, 39) Juan y los otros discípulos estaban alarmados de que un extraño usara el nombre de Jesús para expulsar demonios y trataron de detenerlo. ¿Por qué su primera reacción no fue de gratitud o de alegría o de asombro? ¡El poder de Jesús es tan grande que incluso alguien que no pertenecía a su grupo de seguidores podía realizar un milagro poderoso con solo mencionar su nombre! A nosotros también se nos dificulta entender. No nos damos cuenta de que la gracia está disponible para nosotros cuando rezamos en el nombre de Jesús. Dios le dio a Jesús la autoridad sobre el cielo y la tierra, y Jesús prometió que bajo la autoridad de su nombre todos sus seguidores pueden realizar milagros (Mateo 28, 28; Marcos 16, 17-18). Incluso prometió: “Les aseguro que el Padre les dará todo lo que pidan en mi nombre” (Juan 16, 23). Al igual que el hombre en el Evangelio de hoy, tú puedes rezar en el nombre de Jesús cuando sientes la presencia del maligno. Recuerda, el maligno se deleita en acosar a aquellos que le pertenecen a Cristo. El padre de la mentira, puede causar que sintamos culpa y vergüenza cuando ya hemos sido perdonados. El acusador, a menudo está
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detrás de los pensamientos de autocondenación. Al enemigo de todos le encanta causar división a las relaciones personales. Así que no subestimes su deseo de provocar daño. Cuando los setenta y dos regresaron de su viaje misionero, le dijeron a Jesús: “¡Señor, hasta los demonios nos obedecen en tu nombre!” (Lucas 10, 17). El enemigo tiembla ante el nombre de Jesús. Ten la seguridad de que los demonios huyen cuando se menciona el nombre de Jesús, ¡aun cuando eres tú el que lo pronuncia! De manera que cuando sientas que el enemigo está actuando, reza. No necesitas muchas palabras, solo di: “Señor Jesús, vengo en tu nombre en contra de las tinieblas.” El nombre de Jesús verdaderamente es “el más excelente de todos los nombres” (Filipenses 2, 9). Su autoridad para expulsar al enemigo y la oscuridad no le está reservada únicamente a él. Tú has sido bautizado en su nombre, y eso significa que tú puedes acudir a ese nombre. El Señor ha grabado su nombre en tu corazón, ¡pronúncialo! “Señor Jesús, que tu nombre esté siempre en mi corazón y mis labios, te lo ruego.” ³³
Santiago 4, 13-17 Salmo 49 (48), 2-3. 6-7. 8-10. 11
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de febrero, jueves Marcos 9, 41-50 Tengan sal en ustedes y tengan paz los unos con los otros. (Marcos 9, 51) Es difícil subestimar el valor de la sal. Esta sustancia tan común no solo condimenta y preserva nuestros alimentos, también es muy eficaz para limpiar. Los terapeutas que hacen masaje a menudo utilizan exfoliantes salinos para limpiar los poros y la piel muerta y endurecida. Inmediatamente antes de que Jesús hablara con sus discípulos sobre el valor de la sal, ellos habían estado discutiendo sobre cuál era el más grande entre ellos. Jesús les recordó que quien quiera ser el primero debe ser el último y el sirviente de todos (Marcos 9, 33-37). Les enseñó que la humildad y la entrega de sí mismo son el camino para la verdadera grandeza: Los actos de servicio humilde son como un exfoliante salino; limpia el egoísmo, la autopromoción y la jactancia, saca de nosotros lo que el orgullo y el pecado han tapado y sobre todo, la humildad puede limpiarnos y purificarnos de todo lo que contamina y degrada la vida de Dios en nosotros. Parece irónico, pero la humildad nos exalta; revela nuestra verdadera belleza como hijos de Dios. No tienes que buscar demasiado para encontrar oportunidades de servir
a otras personas. Decía San Francisco de Sales: “Las grandes ocasiones para servir a Dios rara vez suceden, pero las pequeñas nos rodean todos los días.” La amabilidad, la paciencia o las palabras de ánimo son pequeños actos de servicio. Ofrecerse a limpiar la lavadora de platos, recoger la ropa o servirle a alguien una segunda taza de café, estos actos pequeños y personales pueden ayudarte a mantener la “sal” en ti, y pueden promover la paz con aquellos que te rodean. A través de ellos, estás ofreciendo tu vida a Dios y a su pueblo, ¡y eso es algo completamente maravilloso! Hoy, pídele al Espíritu Santo que te muestre tres diferentes situaciones en las cuales puedes ser humilde en el servicio. Luego permite que Dios dirija tus pasos hacia esos lugares donde se necesita de ti. No deseches nada de lo que él te muestre, aun cuando parezca insignificante o desagradable. Tú nunca sabes; eso podría ser lo que más te purifique. Dios desea que crezcas en santidad. ¡No hay mejor manera que ser “exfoliado” con la sal del servicio! “Padre, te ruego que me muestres cómo puedo servir a tus hijos.” ³³
Santiago 5, 1-6 Salmo 49 (48), 14-15ab. 15cd-16. 17-18. 19-20
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de febrero, viernes Marcos 10, 1-12 Para ponerlo a prueba. (Marcos 10, 2) En el Evangelio de hoy, la actitud de los fariseos contrasta con la de Jesús, pues mientras los primeros trataban de obtener una ganancia sin dejar de ser obedientes a Moisés, a él solo le interesaba el bienestar que Dios deseaba para su pueblo. Las preguntas de los fariseos y la respuesta de Jesús nos muestran que cuando nos limitamos a lo que simplemente es permitido, ¡nos perdemos de toda la gracia y la bendición! El legalismo puede nublar la belleza de la intención de Dios para el matrimonio. Cuando Dios nos creó hombre y mujer y bendijo la unión del matrimonio, no fue simplemente para institucionalizar una práctica cultural. Si no, para que sus hijos experimentaran la amorosa intimidad que existe en la Trinidad. El Señor deseaba que conocieran la alegría que hay en dar y recibir amor. Seamos claros: Jesús está describiendo un ideal. No todos los matrimonios viven este ideal, y no hay un solo esposo o esposa que lo viva perfectamente siempre. Todos hemos sido egoístas, en algún momento, y hemos dado por descontado que nuestro cónyuge estará ahí en forma incondicional. Algunos de nosotros hemos traicionado a nuestro esposo o esposa, hiriendo 62 | La Palabra Entre Nosotros
profundamente a aquellos que más nos aman. Pero eso no significa que debamos darnos por vencidos. Tampoco significa que no podamos buscar la unión perfecta que Jesús desea para nosotros. Nuestra naturaleza pecadora puede hacernos las cosas difíciles, pero no imposibles. No nos limitemos a lo que podemos obtener. Por el contrario, procuremos la plenitud de lo que Dios quiere para nosotros. Si estás casado, esfuérzate diariamente para vivir en la unión que Dios desea para ti y tu cónyuge. Permite que la gracia de tu vocación sea el cimiento de su relación y llévala a niveles todavía más profundos. ¡Y alégrate de los momentos en los que puedes disfrutar de esa unión que Jesús describe! Y si tu matrimonio parece dañado o incluso roto, no te des por vencido. Dios todavía te ama mucho, y desea darte cosas buenas. Ninguno de nosotros es perfecto, pero Jesús sí lo es, y él quiere derramar su amor perfecto sobre todos nosotros. “Señor, te ruego que me ayudes a entregarme completamente a ti y recibir todo lo que tú me ofreces.” ³³
Santiago 5, 9-12 Salmo 103 (102), 1-2. 3-4. 9-10. 11-12
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de febrero, sábado Marcos 10, 13-16 Dejen que los niños se acerquen a mí. (Marcos 10, 14) Si has estado rodeado de niños pequeños por mucho tiempo, sabrás muy bien que no se asemejan precisamente a pequeños angelitos. Algunos corren por todo lado y golpean las cosas, otros hacen preguntas que avergüenzan a sus padres y otros más no pueden evitar interrumpir con frecuencia las conversaciones de los adultos. Los niños que se reunieron alrededor de Jesús no eran distintos a los que tú conoces. Probablemente había una mezcla de todas las clases de personalidades y temperamentos: Algunos eran bulliciosos, otros eran tímidos, algunos eran inquisitivos y otros eran exigentes. Pero sin importar lo diferentes que fueran, cada uno de ellos se sentía atraído por Jesús. Y, ¡él los recibió a todos! En una cultura en la cual los niños aprendían a mantenerse alejados, Jesús deseaba que se acercaran más para que él pudiera bendecirlos. “Dejen que los niños se acerquen a mí”, dijo. Jesús nos mira de la misma manera. A él no le importa que cometamos errores. El Señor no espera que actuemos perfectamente cuando estamos en su presencia, solamente quiere estar cerca de nosotros. Jesús sabe que cada uno de nosotros anhela profundamente ser recibido y valorado. El Señor desea
que recordemos que aun cuando nos sintamos indignos de ser sus amigos o creamos que no hemos alcanzado algún ideal, él siempre espera que nos acerquemos a su presencia. Con eso en mente, lee nuevamente este pasaje y piensa en todos los distintos niños que se acercaron a Jesús. Piensa en el amor y la paciencia que él les tuvo. Piensa en la alegría que sentía mientras interactuaba con ellos, tanto en grupo como individualmente. Piensa en la forma en que él amó y bendijo a cada uno de ellos de una manera especial. Ahora imagina que tú eres uno de esos niños y que él te está mirando mientras todos los demás están jugando alrededor. El Señor te dice “no temas” y te sostiene de su mano. Recuerda que Jesús te conoce por dentro y por fuera, y te recibe. Jesús no desea que te sientas indigno; él mira la bondad que ha puesto en tu corazón y sabe la clase de persona que puedes llegar a ser. Tus imperfecciones serán corregidas. ¿Puedes escuchar su invitación? ¡Corre hacia él! “Señor, ayúdame, por favor, a acercarme a ti como un niño.” ³³
Santiago 5, 13-20 Salmo 141 (140), 1-2. 3. 8
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MEDITACIONES FEBRERO 27–MARZO 1
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de febrero, domingo Lucas 6, 39-45 Saca primero la viga que llevas en tu ojo. (Lucas 6, 42) A las personas les encanta juzgar a otros y dar consejos, aun cuando no tengan mucho que ofrecer. La inocencia de los niños los lleva a opinar sobre temas de los que casi no saben nada, pero podría ser incluso peligroso si al crecer siguen opinando con ligereza. Como lo dice Jesús en el Evangelio de hoy, nosotros podemos ser particularmente propensos a ofrecer consejos innecesarios y equivocados en el área espiritual o moral. Podríamos ver con tanta claridad lo que debe suceder en la vida de alguien más que no podemos evitar decírselo. Pero cuando se refiere a la nuestra, somos más cautelosos porque vemos el panorama completo, y sabemos que no hay una solución rápida ni sencilla. Pero, solo Dios ve verdaderamente el panorama completo. Y debido a que él puede verlo, nos trata con paciencia, gracia y misericordia. ¡Qué consoladora es esta verdad! Tú puedes estar
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seguro en la fe de que tu Padre celestial te tiene en la palma de su mano. Esto también implica un desafío mayor: Dios ve el panorama completo de todos. El Señor tiene a cada persona en la palma de su mano, incluso las personas que tú menos comprendes. Esto significa que puedes dejar a todos los demás en sus manos para que él cuide de ellos. ¡No debes preocuparte por ser tú quien los haga cambiar! Desde luego, debes amar a quienes te rodean e involucrarte en su vida. Pero procura hacerlo tratándolos con la misma actitud misericordiosa y amorosa que Dios tiene por ellos. Procura comprender y ser empático, no condenar o aconsejar en exceso. Piensa en esa persona a la que juzgas o aconsejas fácilmente. Ahora trata de aislar alguna conversación que hayan tenido en los últimos dos días en la cual hayas sucumbido a la tentación de tratar de solucionarle todo a esta persona. ¿De qué otra manera podrías haber ofrecido gracia y amor? Finalmente, cuida la próxima conversación que tengan, y procura hacerla con amor en lugar de corrección. “Señor, te pido que me ayudes a reflejar tu gracia y amor a las personas que me rodean.” ³³
Eclesiástico 27, 4-7 Salmo 92 (91), 2-3. 13-16 1 Corintios 15, 54-58
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de febrero, lunes Marcos 10, 17-27 Jesús lo miró con amor. (Marcos 10, 21) Comencemos a estudiar este pasaje pensando en lo que Jesús no estaba haciendo en este relato. No estaba tratando de engañar a este hombre. Tampoco estaba tratando de desanimarlo o decirle que la única forma de llegar al cielo era deshaciéndose de todo su dinero. Jesús no estaba diciendo que este hombre no era lo suficientemente bueno o que para Dios sus esfuerzos por cumplir los mandamientos no eran del todo importantes. Entonces, ¿qué es lo que Jesús sí está haciendo? Le está ofreciendo a este hombre la oportunidad de dar el siguiente paso. Viéndolo con gran amor, ve el deseo de salvación que él tenía y le dice cómo obtenerla. Hoy podrías ponerte en el lugar del hombre rico. Piensa en lo que Jesús podría decirte al verte a los ojos y amarte: “Hijo, veo todas las maneras en que estás cumpliendo mis mandamientos. Veo la forma en que ya estás entregando tu vida por mí. Veo todas las cosas grandes y pequeñas que haces, las maneras en que muestras tu amor por tu familia y amigos, tu fidelidad para asistir a Misa y cuánto te esfuerzas por ser paciente y
bondadoso. Yo lo veo todo y eso me produce mucha alegría. “Pero, ¡tengo más para ti! Quiero mostrarte con más claridad quién soy yo. Quiero que sientas mi amor más profundamente. Deseo darte más oportunidades para compartir mi amor con las personas que forman parte de tu vida. Quiero dar el siguiente paso porque sé que estás preparado para ello.” ¿Cómo sabes cuáles son estas oportunidades? Pídele al Espíritu Santo que te ayude a descubrirlas, y luego mantén los ojos abiertos. Puede ser un sencillo acto de servicio que puedes hacer por un amigo. Podría ser una forma nueva, más paciente y amorosa de abordar una situación adversa. Quizá es un mal hábito que necesitas esforzarte por superar. Independientemente de lo que sea, recuerda siempre que Jesús te ama mucho. Recuerda que cualquier cosa a la que renuncies por él, cualquier cosa que le entregues te ayudará a seguirlo fielmente. El Señor te promete que si le entregas las cosas que atesoras, él te recompensará inmensamente. Así que, sigue a Jesús, él desea bendecirte con su riqueza. “Señor, ¡quiero seguirte! Gracias por la manera en que tú me amas.” ³³
1 Pedro 1, 3-9 Salmo 111 (110), 1. 2. 4-5. 9. 10
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de marzo, martes Marcos 10, 28-31 Los últimos, serán los primeros. (Marcos 10, 31) Todos tenemos áreas en nuestra vida que nos resultan frustrantes: Que no podamos evitar gritarle a nuestros hijos, un peso que cargamos en nuestra alma o un pecado que no podemos vencer. Son las cosas que nos hacen sentir que estamos en el “último lugar” de una línea imaginaria. Pero esa no es la forma en que piensa Jesús. El Señor no gobierna la tierra como si fuera una carrera en la cual hay ganadores, segundos lugares o perdedores. No existe la competencia dentro del Reino de Dios; él quiere que todos ganen, especialmente aquellos a los que el mundo considera que están en el último lugar. ¿No te parece que esas son buenas noticias? ¡No es una competencia! Nunca es demasiado tarde para buscar más al Señor. Por ejemplo, Dios podría llevar años pidiéndote que controles tu ira, te quites ese peso que cargas o dejes de cometer el mismo pecado una y otra vez. Supongamos que tú encuentras la gracia para cambiar, el Señor no te va a preguntar: “¿Por qué tardaste tanto tiempo?” Su misericordia es abundante, no actúa según un horario o una fecha límite, así que no has llegado tarde. Este es un concepto difícil de entender para nuestra limitada mente. Jesús 66 | La Palabra Entre Nosotros
no lleva el tiempo ni mide el progreso de la misma forma en que lo hace tu jefe o cualquier otra persona. Todo depende de su don gratuito de la gracia, un don que él nos ofrece hasta el final. Esa es la razón por la cual “los últimos, serán los primeros” (Marcos 10, 31). No es necesariamente porque lleguen antes que los primeros; es porque las personas que consideramos “las últimas” serán tratadas con tanta generosidad como aquellas que creemos que son “las primeras”. Jesús prometió que cualquier persona que deje atrás su antigua forma de vivir recibirá “el ciento por uno… en el otro mundo, la vida eterna” (Marcos 10, 30). Eso te incluye a ti. Esta carrera en la que participas es una bastante inusual. ¡Las reglas juegan a tu favor! De manera que, procura abandonar cualquier frustración que sientas, y comienza de nuevo hoy. Pídele al Señor que te muestre su misericordia en el momento en que tú la necesites. Permite que esa misericordia te recuerde que nunca es demasiado tarde para cambiar o intentar de nuevo. “Gracias, Señor Jesús, por tu generosa misericordia.” ³³
1 Pedro 1, 10-16 Salmo 98 (97), 1. 2-3ab. 3cd-4
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de marzo, miércoles Miércoles de ceniza Mateo 6, 1-6. 16-18 Tu Padre, que ve lo secreto, te recompensará. (Mateo 6, 4. 6) ¿No es cierto que el tiempo de la Cuaresma a veces parece un campo de entrenamiento? La oración, el ayuno y las obras de caridad son prácticas que sin duda requieren sacrificio y esfuerzo. Desde luego, adoptamos estas prácticas porque queremos complacer a Dios (y, ¿por qué no decirlo? ¡Quizá perder algunos kilos!) Pero en el Evangelio de hoy, Jesús nos promete recompensas todavía mayores; él dice que su Padre nos “recompensará” por los sacrificios que hagamos (Mateo 6, 4. 6). ¿A qué se refería con estas palabras? Comencemos con la oración. Dios desea que experimentes su bondad durante este tiempo de Cuaresma, y eso sucede principalmente cuando pasas tiempo con él en oración. De manera que puedes procurar ir a Misa, a la Adoración Eucarística o a un retiro durante esta Cuaresma. Puedes leer un libro espiritual o rezar mientras meditas alguno de los Evangelios durante las siguientes seis semanas. Trata de cultivar este tiempo para abrir tu corazón a Dios y que él pueda revelarse a ti. El ayuno puede ser difícil, pero cuando ayunas, puedes hacer espacio para Dios. Cada vez que te detienes y no comes ese postre, te estás vaciando
de tus deseos y le estás pidiendo a Dios que te llene con su gracia. Cada vez que te desconectas de las pantallas durante toda una tarde, estás dándole a él la oportunidad de hablarte al corazón. ¿Y qué hay de la limosna? No solo te acerca más a las personas que pasan necesidad; también te enseña a ser desapegado. Cuanto más puedas desapegarte tú mismo de tus posesiones materiales para bendecir a otras personas, más capaz serás de descubrir que fuiste creado para Dios. Comprenderás que tu vida y tu felicidad no dependen de las cosas que el dinero puede comprar. Como sucede con cualquier campo de entrenamiento, la Cuaresma puede parecer larga y difícil. Incluso los sacrificios menores pueden desgastarnos con el tiempo. Pero sea lo que sea que decidas hacer, recuerda que Dios te “recompensará” con alegría, con su presencia, su amor y su gracia en este tiempo. “Amado Señor Jesús, te ruego que me des la gracia de vivir las prácticas cuaresmales y me ayudes a experimentar tus bendiciones en este tiempo de Cuaresma.” ³³
Joel 2, 12-18 Salmo 51 (50), 3-4. 5-6a. 12-13. 17 2 Corintios 5, 20–6, 2
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de marzo, jueves Lucas 9, 22-25 El que la pierda por mi causa, ése la encontrará. (Lucas 9, 24) Cuando pensamos en cómo “guardar” algo, pensamos en mantenerlo en un lugar seguro. Depositamos nuestro dinero en un banco y nuestra vajilla bonita en un mueble. Pero cuando se trata de nuestra vida, pareciera que, más bien, Jesús nos está diciendo que hagamos lo opuesto: Piérdela, y la ganarás de nuevo. ¿Cómo es posible que se pierda la vida para ganarla? En realidad, Jesús está exagerando un poco para que nosotros recordemos su enseñanza. Al pedirnos que “perdamos” nuestra vida, Jesús nos está pidiendo que no nos aferremos demasiado a nuestros deseos y planes mundanos para que podamos ser libres de aceptar los deseos y planes que él tiene para nosotros. A menudo, esto significa tener que sacrificar algo para servir a Dios y a su pueblo, pero, mira lo que ganarás: Su divina vida que fluye a través de ti. Y eso es infinitamente más grande de lo que podemos entregar. Desde luego, no siempre es sencillo perder nuestra vida de esta manera, especialmente cuando se trata de las decisiones diarias que enfrentamos. Por ejemplo, al final de un largo día de trabajo, ver una película en Netflix puede parecer más atractivo que
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leerle a nuestro hijo un cuento para dormir. O quizá deseamos no tener que asistir a Misa un domingo por la mañana para poder dormir más y tener algo de tiempo libre. O, ¿qué tal no escuchar a alguien que sufre porque estamos preocupados con algo que parece más importante o atractivo en ese momento? Cuando te encuentres nuevamente tratando de “salvar” tu vida porque prefieres hacer tu voluntad en lugar de la de Dios, acude a Jesús. Puedes rezar: “Señor, te he entregado mi vida a ti, y te la entrego una vez más. Confío en que tú me llenarás con tu propia fuerza y gracia para que yo pueda hacer lo que tú me has llamado a hacer, no lo que yo prefiero en su lugar.” A veces, todos nos vemos tentados a “salvar” nuestra vida refugiándonos en un lugar seguro lejos de las demandas de amar y servir a Dios y a otras personas. Cuando eso suceda, recuerda que la vida que Dios promete darte es mucho más rica y alegre que la vida que tú estás tratando de salvar. Nada más puede compararse a ella. “Señor Jesús, quiero perder mi vida por ti para que, así, tu vida se manifieste a través de mí.” ³³
Deuteronomio 30, 15-20 Salmo 1, 1-2. 3. 4. 6
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de marzo, viernes Isaías 58, 1-9 El ayuno que yo quiero de ti es este. (Isaías 58, 6) En la primera lectura de hoy, vemos que Dios hace un llamado a su pueblo a que realicen un ayuno diferente al que estamos acostumbrados. Les dice a ellos, y también a nosotros, que ayunen de la injusticia, para liberar a aquellos que estaban oprimidos, a alimentar a los que padecen hambre y a vestir al desnudo. Estos son problemas grandes que todos debemos tratar de resolver juntos. Pero, ¿hacemos el esfuerzo por ayunar de las pequeñas injusticias que podemos cometer en contra de otros? Esta clase de ayuno también agrada a Dios. Veamos algunos pocos ejemplos. Ayunar del chisme. El chisme es un acto de injusticia porque, de alguna manera, estamos robándonos la reputación de otra persona. Este también puede ser el caso aun cuando lo que decimos sea cierto. Ayunar de la crítica. La crítica constructiva puede ayudarnos a crecer, lo contrario, destruye a las personas y golpea su dignidad y autoimagen. Ayunar de la queja. Cuando nos quejamos de alguna situación en particular, terminamos sintiéndonos más infelices y descontentos. La queja también tiene un efecto en las personas que nos rodean, desanimándolos y
contribuyendo a crear una atmósfera negativa en nuestro hogar y lugar de trabajo. Ayunar de los resentimientos. Cuando guardamos rencor contra otra persona, estamos manteniendo a esa persona cautiva del daño que nos ha cometido. También nosotros nos mantenemos prisioneros de los sentimientos que con el tiempo endurecen nuestro corazón. Si todo eso suena abrumador, trata de abordarlo desde una óptica distinta. ¿Qué tal convertir tus ayunos en fiestas? Piensa de qué manera puedes reemplazar un comportamiento negativo con actos de amor y bondad. En lugar de ayunar del chisme, puedes festejar el silencio y la discreción. En lugar de criticar, puedes festejar el reafirmar a las personas. En lugar de guardar rencor, puedes festejar el perdón. Recuerda que no tienes que hacer nada de esto tú solo. Así como Dios prometió responder a su pueblo cuando clame por ayuda, así te responderá a ti (Isaías 58, 9). Confía en que en este tiempo de Cuaresma, él te dará la gracia que necesitas para ayunar, ¡y festejar! “Señor te ruego que me ayudes a tratar a los demás con justicia y amor.” ³³
Salmo 51 (50), 3-4. 5-6. 18-19 Mateo 9, 14-15 Febrero / Marzo 2022 | 69
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de marzo, sábado Isaías 58, 9-14 Cuando renuncies a oprimir a los demás… (Isaías 58, 10) A leer este pasaje, podríamos sentirnos tentados a responder: “¿Se supone que yo debo servir al Señor, en primer lugar, antes de dedicarme a todo lo que tengo que hacer? ¡Eso no es posible! Realmente, ¿hay alguien que sea capaz de hacerlo?” La respuesta corta es “sí, todos pueden, y deben, servirlo a él y a su pueblo.” Hay mucho trabajo que hacer, y cada uno de nosotros ha sido llamado por Dios a realizarlo. Ten la seguridad de que Dios te está llamando a servirlo a él al invitarte a cuidar de las personas que te rodean. Pero el Señor no te pide que hagas esto solo, y ciertamente no espera que te quedes sin recompensa. Conforme pones su amor en acción, él promete que derramará sus bendiciones sobre ti; como dice una oración de San Francisco: “Porque es dando que se recibe”. Así que veamos qué podría estarte pidiendo Dios que hagas por él. Ayuda al “oprimido”, al “hambriento” y al “humillado” (Isaías 58, 9-10). Tú puedes ser los ojos, los oídos y las manos de Dios para sus amados pobres. Este puede ser un verdadero sacrificio. Pero recuerda que cada vez que te acercas de esta forma, estás haciendo algo más que simplemente 70 | La Palabra Entre Nosotros
ofreciendo alimentos o dinero. Le estás llevando el amor de Dios a alguien que lo necesita desesperadamente. Al hacerlo, Dios se acercará a ti y te dará una empatía más profunda por las personas que quizá no sean como tú. El Señor aumentará tu capacidad de amar como Jesús ama. Evita “la palabra ofensiva” (Isaías 58, 9). Hablar mal de otras personas solamente refuerza tus sentimientos negativos hacia ellas. También te arriesgas a hacer surgir pensamientos negativos en la persona a la que le estás hablando. Pero cuando haces el esfuerzo para frenar tu lengua o incluso, para hablar bien de otra persona, abres la puerta a que el Espíritu Santo la bendiga. También te llenas tú de más paz, y eso te convierte en un testigo más creíble del amor de Cristo. No caigas en la trampa de pensar que el llamado de Dios a servir es solo otra tarea en tu lista de cosas por hacer. Es la oportunidad de compartir a Cristo con las personas que te rodean, y a que tú vivas una vida más alegre. Cuando buscas servir al Señor, ¡las bendiciones fluyen en todas direcciones! “Señor Jesús, hazme un instrumento de tu paz.” ³³
Salmo 86 (85), 1-2. 3-4. 5-6 Lucas 5, 27-32
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MEDITACIONES MARZO 6-12
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de marzo, domingo Romanos 10, 8-13 Para que pueda salvarse. (Romanos 10, 9) En la segunda lectura de hoy, San Pablo nos dice que confesar que Jesús es el Señor y creer en su resurrección nos permitirá alcanzar la meta final de nuestra vida: El cielo mismo. Pero esta es una de esas “verdades del evangelio” que necesita una aclaración. Recitamos el Credo Niceno cada domingo en Misa. Esa es otra versión de la confesión de fe de Pablo. Entonces si lo decimos con fe, ¿no es eso todo lo que necesitamos para llegar al cielo? No exactamente. Recuerda, incluso el diablo cree que Jesús es el “Hijo del Dios altísimo” (Lucas 8, 28). Recuerda, también, que Jesús nos advierte que: “No todos los que me dicen: ‘Señor, Señor’, entrarán en el reino de los cielos” (Mateo 7, 21). Evidentemente, es necesario hacer algo más para proclamar nuestra fe que solamente proclamar esta fórmula. Algo debe suceder dentro de nosotros también. Algo debe cambiar en nuestro corazón y hacernos cada vez más
dignos del don de la vida eterna. Y ese algo es la fe. La fe en Jesús santifica nuestro corazón, dirige el afecto de nuestro corazón hacia Jesús. Nos mueve a rechazar el pecado. La “creencia” del diablo no santificó su corazón. No lo movió a tener ningún afecto por Jesús. Solamente provocó que lo odiara todavía más. Eso fue porque no puso su fe en Jesús. Durante este tiempo de Cuaresma, el Espíritu Santo quiere ayudarte a tener una fe más profunda, una fe que fortalece tu amor por Jesús y por otras persona. Piensa en ello de esta manera: Los matrimonios saben que el amor implica mucho más que decir y creer las palabras “te amo”. Ellos saben que significa mantenerse unidos, servirse el uno al otro, trabajar en las diferencias y poner al otro antes que sí mismos. De la misma manera, confesar que Jesús es el Señor y creerlo en tu corazón es mucho más que aceptar un hecho y decirlo. Confesar y creer es una forma de fe; es un modo de vida. “Señor, creo que tú eres el salvador del mundo.” ³³
Deuteronomio 26, 4-10 Salmo 91 (90), 1-2. 10-11. 12-13. 14-15 Lucas 4, 1-13
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de marzo, lunes Mateo 25, 31-46 ‘Señor, ¿cuándo te vimos…? (Mateo 25, 37) Imagina que llegas al estrado del juicio de Dios, y lo escuchas hacer un repaso de tu vida, al finalizar preguntas: “¿De qué estás hablando. Esa no es la vida que yo recuerdo. ¿Cuándo te vi?” Seguramente sería como tener una pesadilla. Según el Evangelio de hoy, una de las mejores formas de evitar que esto suceda es examinar la forma en que tratas a la gente que te rodea. Jesús dice que debemos ver reflejadas en él a las otras personas, especialmente a los pobres, los prisioneros, los que pasan hambre y los forasteros. Un relato de la vida de San Francisco de Asís ilustra esta verdad perfectamente. Tomás de Celano, uno de los primeros discípulos de Francisco, lo describió de esta manera: Tan grande era la repugnancia a la vista de Francisco de los enfermos de lepra… que en los días de vanidad, veía sus casas desde una distancia de tres kilómetros y se tapaba la nariz con sus manos. Pero ahora, cuando por la gracia y el poder del Altísimo estaba empezando a pensar en las cosas santas y útiles… conoció un día a un leproso y,
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siendo más fuerte que sí mismo, lo besó. Lo que le sucedió a Francisco, puede sucederte a ti. Pero no creas que debes tener un cambio tan radical de la noche a la mañana, todo por tu propia cuenta. Tomás de Celano atribuyó el acto de bondad de Francisco a la “gracia y el poder” de Dios. Francisco puede haber hecho un esfuerzo por acoger a los enfermos de lepra, pero él sabía que podía abrazar a aquel hombre solamente porque fue “más fuerte que sí mismo”. En otras palabras, fue una combinación de las decisiones de Francisco y la gracia de Dios la que transformó su corazón. Jesús está presente de un modo especial en el indigente en la calle. También es el nuevo estudiante en la escuela o tu compañero de trabajo que viene de otro país. Cada vez que tú les muestras misericordia a ellos, abres más la puerta de la gracia. Cada vez que muestras bondad, el Espíritu Santo te transforma. Y el camino al cielo se abre un poco más y se hace un poco más sencillo. “Señor Jesús, te pido que me ayudes a verte a ti reflejado en cada persona que me encuentro a lo largo del día.” ³³
Levítico 19, 1-2. 11-18 Salmo 19 (18), 8. 9. 10.15
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de marzo, martes Isaías 55, 10-11 La palabra que sale de mi boca… no volverá a mí sin resultado. (Isaías 55, 11) ¿Alguna vez has estado en un invernadero? Sus paredes transparentes atrapan el calor y la humedad, creando una atmósfera tropical, incluso durante el invierno, generando un ambiente fértil. Esta puede ser una buena metáfora para la práctica de la lectio divina, una forma antigua de leer la Escritura en oración. En la primera lectura de hoy, leemos que la palabra de Dios es como la lluvia que riega la tierra y hace crecer las plantaciones para que den fruto. Y la lectio divina es un ambiente especialmente fértil para facilitar este crecimiento. Para experimentar la palabra de Dios a través de la lectio divina, necesitas aislarte para desarrollar los cuatro pasos tradicionales de esta práctica: Lectura, meditación, oración y contemplación. Lectura. Así como el suelo fértil ayuda a las plantas a crecer, las palabras de la Escritura nos ayudan a experimentar la gracia de Dios. La lectura pausada de un pasaje corto es el primer paso de la lectio divina. Este paso generalmente finaliza cuando haces una pausa en una frase, incluso una palabra, que llama tu atención.
Meditación. ¿Recuerdas que las paredes transparentes del invernadero permiten que entre mucha luz? De forma similar, puedes invitar al Espíritu Santo a iluminar las verdades en esa frase o palabra mientras la meditas una y otra vez en tu mente. Oración. Luego, presenta tus reflexiones frente al Señor en la forma de una conversación. Quizá quieras darle gracias por alguna verdad que él te ha revelado. O hacerle cualquier pregunta que tengas en tu corazón. Luego dale espacio para que él responda. En este momento, es posible que el Señor ya esté irrigando tu alma con paz o alegría. Contemplación. Ahora quédate en silencio y abre tu corazón. Permite que aquello que Dios te haya dicho o hecho penetre tu alma. Permite que su palabra eche raíces en tu corazón, incluso, si no “sientes” que nada suceda inmediatamente. Aun cuando es estructurada y simple, la lectio divina contiene sorpresas vivas, como cualquier buen invernadero. Tú nunca sabes en qué momento puedes encontrarte al Señor caminando por el jardín. “Señor, ¡qué tu palabra se vuelva vida en mi corazón!” ³³
Salmo 34 (33), 4-5. 6-7. 16-17. 18-19 Mateo 6, 7-15 Febrero / Marzo 2022 | 73
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de marzo, miércoles Salmo 51 (50), 3-4.12-13.18-19 Misericordia, Dios mío, por tu bondad. (Salmo 51, 3) El salmista nos recuerda dos verdades fundamentales: Somos completamente dependientes de la misericordia de Dios y podemos confiar en que su “bondad” y la “inmensidad” de su “compasión” sobrepasan nuestro pecado (Salmo 51, 3). Eso es lo que hace que el Salmo 51 sea una fuente muy provechosa que nos ayuda a prepararnos para celebrar el Sacramento de la Reconciliación. Así que recemos este salmo juntos mientras nos imaginamos esta conversación con el Señor: Por tu inmensa compasión borra mi culpa (Salmo 51, 3). “Señor, aquí está mi pecado: Una palabra hiriente, la falta de atención hacia alguien que tenía una necesidad, faltar a mi compromiso. Reconozco esa ofensa y lo lamento. Comprendo que me he equivocado, por favor, perdóname.” Lava del todo mi delito (Salmo 51, 4). “A veces me es difícil creer que tú quieres perdonarme. La culpa hace que mis errores se vean más grandes delante de mí. Señor, por favor ayúdame a creer en tu misericordia, sin importar lo que yo haya hecho. Ayúdame a entender que soy tu amado, creado a tu imagen. Mis pecados no definen quién soy yo.”
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Oh Dios, crea en mí un corazón puro (Salmo 51, 12). “Señor, te ruego que me ayudes a desear ser transformado. No quiero simplemente hacer cosas buenas. Quiero amarte y amarlo todo por amor a ti. Quiero comprender cada vez más lo mucho que me amas a mí y a todas las personas que forman parte de mi vida.” Renuévame por dentro con espíritu firme (Salmo 51, 12). “Tengo buenas intenciones y resoluciones en este momento de oración, pero por favor, ayúdame a vivirlas durante todo el día, en el trabajo, en mi casa, con mis amigos y con los extraños. Ayúdame a seguir con firmeza los caminos en los que planeo hacer el bien y evitar el mal.” No me arrojes lejos de tu rostro, no me quites tu santo espíritu (Salmo 51, 13). “Dios, no puedo hacer nada de esto por mí mismo, no importa lo mucho que me esfuerce. Pero creo que en el Bautismo y la Confirmación, yo recibí tu Espíritu Santo. Espíritu de Dios, confío en que tú me des la fuerza para dejar atrás el pecado y amar de la misma forma en la que tú amas.” “Un corazón quebrantado y humillado, tú no lo desprecias” (Salmo 51, 19). ³³
Jonás 3, 1-10 Lucas 11, 29-32
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de marzo, jueves Mateo 7, 7-12 Todo el que pide, recibe; el que busca, encuentra; y al que toca, se le abre. (Mateo 7, 8) Imagina a un padre enseñando a su pequeño hijo a andar en bicicleta. Mientras el niño pedalea, el padre corre detrás, sosteniendo la bicicleta para darle equilibrio mientras esta se tambalea y anima a su hijo a continuar aunque se sienta nervioso. Eventualmente, el niño será capaz de hacerlo por sí mismo, y su radiante sonrisa lo demuestra: Él confía en que su mamá o papá estará ahí para ayudarlo, y esa confianza le ha dado la seguridad que necesita. De la misma manera en que un padre quiere infundir confianza en su propio hijo, Dios quiere infundir confianza en nosotros mientras rezamos. Desde luego, no solo confianza en nosotros mismos, sino la confianza que viene de la fe que tenemos en nuestro Padre celestial. Al rezar, vemos que Aquel a quien le estamos pidiendo es bueno y digno de confianza y comprendemos que podemos descansar en él. Jesús nos dice que para desarrollar esta fe, debemos “pedir”, “buscar” y “tocar” en oración (Mateo 7, 7). El lenguaje original sugiere pedir, buscar y llamar a la puerta continuamente. En otras palabras, ser perseverantes y, sin importar lo que suceda, no rendirse.
Conforme pedimos y seguimos pidiendo, abrimos nuestro corazón a una experiencia más profunda de la bondad de Dios porque comenzamos a ver lo mucho que él cuida de nosotros. Al buscar y seguir buscando, aprendemos que él es digno de confianza porque descubrimos que no nos abandonará. Mientras llamamos y seguimos llamando, comenzamos a entender su justicia y generosidad porque lo descubrimos dándonos, no necesariamente lo que nosotros queremos, sino exactamente lo que necesitamos. En todo esto, nuestra relación con nuestro Padre celestial se hace cada vez más profunda. Así que persevera en presentar tus necesidades a Dios en oración. Confía en que él quiere darte cosas buenas. Cree que él sacará lo bueno incluso de la dificultad o el sufrimiento. El Señor desea que tú confíes en él. Porque con cada oración, te estás acercando más a tu Padre celestial y aprendiendo a confiar más en él. ¡Y ese es el resultado más valioso que pueda tener cualquier plegaria que hagas! “Padre celestial, te presento todas mis necesidades y preocupaciones. Te pido que me ayudes a confiar en tu bondad y amor.” ³³
Ester 4, 17n. p-r. aa-bb. gg-hh Salmo 138 (137), 1-2a, 2bc-3. 7c-8
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de marzo, viernes Mateo 5, 20-26 Si su justicia no es mayor que la de los escribas y fariseos… (Mateo 5, 20) Los escribas y los fariseos eran expertos en las formas del judaísmo. Se esperaba que ellos no solo cumplieran la ley sino que también la enseñaran. Así que, estas palabras que Jesús pronuncia hoy en el Evangelio suenan intimidantes, incluso imposibles. ¿Cómo sería posible superar a estos hombres devotos y santos? Pero Jesús quería decir que la perfección moral rigurosa y precisa no era posible, o suficiente. Nadie es justo por obedecer un solo mandamiento sino por la fe en Cristo, que nos ama y murió por nosotros. La gracia de Dios es la que nos permite entrar en el reino de los cielos. Esta gracia no nos absuelve del llamado a la santidad, pero nos quita la carga imposible de obtener por nuestro propio esfuerzo la rectitud que Dios desea. Esa rectitud va mucho más allá de evitar el asesinato, el adulterio y todo lo demás. Pero por la gracia, que es un don, Dios nos ha salvado y nos ha recibido en una relación con él que hace que la rectitud sea posible. A través de la fe en Jesús, recibimos la gracia que necesitamos para vivir una vida agradable a él.
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Recuerda también que la gracia de Dios no termina donde comienza tu fe. Por su gracia, él promete ayudarte en cada paso del camino. El Señor te ayuda a escucharlo en oración, te fortalece para resistir las tentaciones y para perseverar en las luchas de la vida. Dios ablanda tu corazón para que lo aceptes y te abras a recibir el amor que él desea darte. El Señor transforma tus deseos y renueva tu mente para que tu vida sea un testimonio de lo que es bueno, agradable y perfecto a su vista (Romanos 12, 2). La Cuaresma es gracia. Dios sabe que nos resultará difícil alcanzar su rectitud, e incluso cumplir con nuestras penitencias de Cuaresma. Esa es la razón por la cual Jesús soportó su pasión y muerte. Si nosotros lo lográramos por nosotros mismos, Cristo habría muerto en vano. Recuerda que Dios siempre está dispuesto a ofrecer perdón y ayudarte a comenzar de nuevo. El Señor fortalecerá tu voluntad y te concederá su amor, que nos concede una rectitud que por nosotros mismos jamás obtendríamos. “Amado Señor Jesús, ¡necesito tu gracia! Te pido que me concedas tu gracia para vivir según tu voluntad.” ³³
Ezequiel 18, 21-28 Salmo 130 (129), 1-2. 3-4ab. 4c-6. 7-8
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de marzo, sábado Mateo 5, 43-48 Sean, pues, perfectos como su Padre celestial es perfecto. (Mateo 5, 48) Todos los conocemos, son esas personas “difíciles” que forman parte de nuestra vida. Aun cuando no tengan la intención, parecen propensos a oponerse a nosotros y nuestros planes y a quitarnos la paz, y eso nos hace querer evitarlos. Sabemos que debemos amarnos, como Jesús nos dice que lo hagamos, pero parece tan difícil. ¿Dónde podemos encontrar el amor que conmueva nuestro corazón y supere nuestra resistencia? En Jesús, ¡en él podemos encontrarlo! La clave para amar a las personas —especialmente aquellas a quienes más nos cuesta— es tratar de verlas como Jesús las vería. El Señor no se fija en sus imperfecciones que tienden a nublar nuestra vista. En su lugar, él ve una gema de tanto valor que entregaría su vida por ellas. Estas personas son diamantes en bruto, y él está comprometido a amarlas y ayudarlas tanto como ellas se lo permitan. En otras palabras, Jesús las ve exactamente de la misma forma en que nos ve a nosotros. Dios ama a todos, no solo porque lo merecen, sino porque él es Dios y Dios es amor. Y debido a que Cristo habita en nosotros, podemos aprender a amar de la misma manera.
Los Evangelios nos demuestran que Jesús veía más allá de los pecados. Zaqueo, un recaudador de impuestos corrupto, transformó su vida después de que Jesús lo acogió y lo trató como a un amigo. La mujer samaritana que Jesús encontró en el pozo, tampoco era un ejemplo de virtud. Pero Jesús vio cuánto anhelaba ella encontrar sentido a su vida y esperanza, así que le habló de la verdad por amor a ella. Su encuentro transformó la vida de la mujer, y a través de ella, al pueblo entero. ¡Jesús incluso vio valor en Judas Iscariote y lo amó hasta el final! Jesús no nos está llamando a tener un resultado perfecto cuando tratamos de amar a los demás. Pero sí nos está llamando a tener una perspectiva más perfecta con aquellos que nos cuesta amar. En algunos casos, esto implicará práctica, oración y más de una respiración profunda. Pero, cuando dejemos de ver a las personas como problemas y comencemos a verlos como perlas, podemos estar seguros de que comenzaremos a amarlos. “Señor Jesús, te pido que me ayudes a ver a los demás a través de tus ojos y amarlos como tú los amas.” ³³
Deuteronomio 26, 16-19 Salmo 119 (118), 1-2. 4-5. 7-8
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MEDITACIONES MARZO 13-19
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de marzo, domingo Génesis 15, 5-12. 17-18 Mira al cielo. (Génesis 15, 5) Las tres lecturas de hoy nos exhortan a hacer una sola cosa: Fijar nuestros ojos en cielo. En la primera lectura, Dios le dijo a Abraham que viera hacia arriba al cielo nocturno. “Cuenta las estrellas, si puedes. Así será tu descendencia”, le prometió (Génesis 15, 5). Abraham, que ya estaba anciano y no tenía hijos, de alguna manera se convertiría en padre de muchas naciones. En la segunda lectura, Pablo nos recuerda que somos “ciudadanos del cielo”, y no de este mundo (Filipenses 3, 20). Nos dice que ahí es donde pertenecemos, y que debemos recordar esa verdad para que podamos mantenernos “fieles al Señor” (4, 1). Y en el Evangelio, Jesús le dio a Pedro, Santiago y Juan una visión de su gloria celestial. El Señor sabía que se dirigía hacia la cruz y que su muerte los conmovería hasta lo más profundo de su ser. Así que les dio esta visión para fortalecer su fe y animarlos, aun cuando ellos lo vieran a él ser arrestado, torturado y asesinado. 78 | La Palabra Entre Nosotros
Jesús también desea que fijemos nuestros ojos en el cielo. El Señor desea que nos centremos en su gloria y sus promesas mientras rezamos cada mañana. Sabe que si lo hacemos, le daremos la oportunidad al Espíritu Santo de mostrarnos su amor y misericordia y escribir estas promesas en nuestro corazón. Estas son algunas promesas clave en las que puedes confiar: Primero, Dios promete mantener su alianza contigo, así como mantuvo su alianza con Abraham. Segundo, Jesús promete que eres ciudadano del cielo (Filipenses 3, 20). ¡Tú le perteneces! Y tercero, el Espíritu Santo promete que si fijamos nuestros ojos en Jesús en oración todos los días, comenzaremos a verlo más claramente, así como los apóstoles pudieron verlo en su transfiguración. Escoge alguna de estas promesas hoy y medita en ella. Repítela una y otra vez. Fija tu corazón en ella y en la forma en que revela el amor que Dios tiene por ti. ¡Mira hacia el cielo, y permite que tu corazón se llene de su bondad y su gracia!” “Señor, yo creo en el amor y la misericordia que tienes por mí.” ³³
Salmo 27 (26), 1. 7-8a. 8b-9abc. 13-14 Filipenses 3, 17–4, 1 Lucas 9, 28-36
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de marzo, lunes Lucas 6, 36-38 Una medida buena, bien sacudida, apretada y rebosante. (Lucas 6, 38). ¿Alguna vez has visto el café ser molido y cómo ya en polvo va llenando el recipiente? Aun cuando el café llegue hasta arriba, el proceso aún no ha terminado. Si agitas el recipiente gentilmente unas cuantas veces el café molido se asentará, dejando espacio para un poco más. ¡Así obtienes la medida justa! Las personas en el tiempo de Jesús usaban este mismo enfoque cuando le llevaban sus granos al molinero para que les moliera su harina. Cada uno sabía que un saco podía parecer estar lleno, pero todavía podía tener algo más de espacio. Cuando está verdaderamente lleno, entonces tú tienes una “medida buena”. En el Evangelio de hoy, Jesús utiliza este fenómeno cotidiano para enseñarnos sobre la misericordia de Dios. El Señor nos ofrece su misericordia en una “medida buena” hasta el punto en que mostramos misericordia a las personas que nos rodean (Lucas 6, 38). Al pronunciar estas palabras, Jesús amplió el mandamiento original: “Ama a tu prójimo, que es como tú mismo” (Levítico 19, 18). Pocas personas necesitan ser enseñadas a amarse a sí mismas; es nuestro instinto natural.
Todos queremos que nuestros propios “sacos de granos” se llenen hasta el borde (¡aun cuando llenamos nuestro saco con sustitutos baratos del buen grano de Dios!). Sin embargo, nuestro cuidado natural por nosotros mismos, es apenas un tenue reflejo del amor que Jesús desea que tengamos por los otros. El Señor desea que reflejemos su propio amor y generosidad. Dios no es tacaño con nosotros, él nos da una medida de misericordia buena, “sacudida, apretada y rebosante” (Lucas 6, 38). Y él nos da de esta manera aun cuando nosotros no lo merecemos. Y así cada vez que deseas juzgar o condenar, cada vez que te sientes herido o rechazado, él te llama a perdonar de una forma sobreabundante. Hoy, agradece a Dios por su misericordia. Pídele al Espíritu Santo que te ayude a dar esta clase de “medida buena” a alguien más. Si alguien te ofende, presenta esa herida, indignación o humillación a Jesús. Pídele la gracia para perdonar a la otra persona, e imagina que tu perdón hacia ella brota sobreabundantemente, exactamente de la misma forma en que tú recibirías la misericordia de Dios. “Señor, te pido que me enseñes a ser misericordioso.” ³³
Daniel 9, 4-10 Salmo 79 (78), 8-9. 11. 13
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de marzo, martes Isaías 1, 10. 16-20 Busquen la justicia. (Isaías 1, 17) Lo que nos proponemos tiene una gran repercusión en el hecho de que lo obtengamos. Así que, ¿cómo nos proponemos obtener la justicia? Puede parecer algo muy idealista y fuera de nuestro alcance. ¿Por dónde comenzamos? Una palabra hebrea clave que se usa en este pasaje, daresh, transmite la imagen de alguien que despeja el camino. Paso a paso, está forjando una senda hacia un futuro más justo. No existe un atajo para crear un camino natural hacia afuera, y tampoco existe un método de un solo paso y que no requiera esfuerzo para alcanzar la justicia. Más bien, es una tarea continua, como despejar el camino, proceso que generalmente comienza con un paso en la dirección correcta. Paso a paso: Eso puede sonar lento y tedioso. Pero consideremos cuánto bien puede surgir de cada individuo que personalmente responde al llamado de buscar la justicia. El beato Federico Ozanam, fundador de la Sociedad de San Vicente de Paúl, comenzó su trabajo haciendo entregas de la leña que él mismo picaba para el invierno a una mujer que recientemente había quedado viuda. Un acto de caridad por vez, él y sus amigos buscaron a los pobres
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de París. Eventualmente, su fervor y práctica auténtica del Evangelio los cautivó. Ahora más de ochocientos mil miembros en ciento cuarenta países siguen ese mismo camino de preocupación por los pobres. Este es el mismo principio que cada uno de nosotros puede seguir: Decide satisfacer una necesidad visible y luego continúa fielmente avanzando por el camino hacia la justicia. Desde luego, Dios no nos pide que proveamos indiscriminadamente para las necesidades de todas las personas, pero podemos confiar en que él nos guiará hacia personas y situaciones específicas. Al responder nosotros dando pasos por ese camino, podemos confiar en que él proveerá para nosotros la gracia y los recursos para que podamos continuar por esa senda. El Señor escucha el lamento de cada víctima de la injusticia, y nos pide que hagamos lo mismo. Así que considera las oportunidades cerca de ti y cómo puedes dirigirte hacia la necesidad en lugar de mantener la distancia. Anhela con todo tu corazón satisfacer esa necesidad y persigue siempre la justicia como una meta en tu vida. “Padre , te ruego que me ayudes siempre a buscar la justicia.” ³³
Salmo 50 (49), 8-9. 16bc-17. 21. 23 Mateo 23, 1-12
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de marzo, miércoles Jeremías 18, 18-20 Tendamos un lazo a Jeremías. (Jeremías 18, 18) Los judíos en la primera lectura de hoy se tuvieron que enfrentar a un dilema difícil. Querían matar al profeta Jeremías, pero no querían admitir que estaban haciendo algo malo. Así que comenzaron a buscar excusas para racionalizar su comportamiento. Pensaban que si lo mataban no iba a “faltar doctrina al sacerdote… ni inspiración al profeta” (Jeremías 18, 18). Él era solo una persona; sin embargo, en el pueblo de Israel seguía habiendo muchos otros que podían aconsejar al pueblo (y con aconsejar se referían a decir cosas que no fueran duras como las que decía Jeremías, sino las que ellos deseaban escuchar). Esta racionalización del mal es solamente una parte de un problema mayor: La falta de voluntad de los judíos para admitir su propio pecado. Era mejor convertir a este inconveniente profeta en un chivo expiatorio que abrazar con seriedad su llamado al arrepentimiento. Era mejor silenciarlo que tener que escuchar sus plegarias apasionadas para que dejaran atrás el pecado y transformaran su vida. Muchos de los pecados que plagaron Judá nos resultan familiares a nosotros hoy en día: Idolatría, injustica, abuso y explotación. Y al igual que la gente
de ese entonces, muchos acuden a las excusas y los desvíos de atención para tratar de racionalizar su pecado. Pero, al igual que los judíos, nosotros también tenemos voces proféticas que nos llaman al arrepentimiento. Generalmente podemos darnos cuenta cuando estamos dando excusas o tratando de explicar nuestro pecado. Aun cuando el mundo no nos permita escuchar su voz claramente, el Espíritu Santo siempre nos está llamando, exhortándonos a transformar nuestro corazón y a regresar a nuestro Padre celestial. Cuando lo escuchas hablándole a tu consciencia, cuando lo sientes tratando de conmover tu corazón, no le des la espalda, no trates de silenciarlo. Más bien, aquieta tu corazón y escucha. Permite que él te convenza de que es mucho mejor confesar tu pecado que vivir con él. Permite que él te muestre que el amor de Dios es mucho más satisfactorio que el pecado y que él es cálido y misericordioso con todos los que buscan su perdón. “Amado Señor, te ruego que sanes la ceguera que me impide reconocer mis pecados y que yo pueda escuchar con claridad la voz del Espíritu Santo.” ³³
Salmo 31 (30), 5-6. 14. 15-16 Mateo 20, 17-28
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de marzo, jueves Lucas 16, 19-31 Un mendigo, llamado Lázaro, yacía a la entrada de su casa. (Lucas 16, 20) Esta parábola que contó Jesús podría hacernos sentir incómodos, intimidados o incluso culpables. Pero él quería mostrarnos la realidad de los pobres, personas que están justo frente a nosotros pero que no vemos porque estamos demasiado centrados en nosotros mismos. Estas son las personas por las que, al igual que Lázaro, Dios se preocupa profundamente. El Señor sufre cuando ellos sufren, y nos llama a responder a sus súplicas. ¿Cómo? Primero, podemos rezar, no solo por la persona que sufre, sino también por nosotros mismos. Podemos pedir la gracia de ver el mundo a través de los ojos de Dios para que no dejemos de ver a los pobres que sufren más necesidad. Y no necesariamente tiene que ser una persona materialmente pobre. También puede ser espiritualmente pobre, alguien que está solo, abandonado o perdido de alguna manera. Podemos rezar para que estemos más dispuestos a acercarnos a estas personas, aun cuando eso nos haga sentir incómodos o incluso cuando sentimos que estamos demasiado ocupados. Segundo, podemos preguntarle a Dios de qué manera nos está invitando a responder. Hay, desde luego, muchos
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ministerios que sirven a los pobres en los que podemos ofrecernos como voluntarios, y siempre están los indigentes a quienes les pueden ser útiles algo de dinero o una taza de café. Pero no te olvides del Lázaro que se encuentra también en tu puerta. ¿Conoces a alguien que necesite sentirse amado, cuidado y aceptado por ser quien es? Finalmente, podemos interceder. No tenemos que limitarnos a rezar por la persona que estamos ayudando. Podemos ofrecernos a rezar con ella, para que Dios cambie su situación por una mejor. Podemos rezar por sanación y podríamos rezar para que experimente el amor y la misericordia abundantes de Dios. Dios desea que tengamos el mismo corazón generoso que él tiene, uno que esté dispuesto a dar libremente a las personas en necesidad. La parábola de Jesús nos muestra lo importante que es para Dios que nos cuidemos unos a otros. Así que hoy, abre tus ojos y tu corazón a alguien que necesite más del amor de Dios en su vida, a través de las oraciones, de tu presencia y de tu provisión. “Señor, te pido que mi corazón sea como el tuyo para cuidar del ‘Lázaro’ que yace en mi puerta.” ³³
Jeremías 17, 5-10 Salmo 1, 1-2. 3. 4. 6
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de marzo, viernes Génesis 37, 3-4. 12-13. 17-28 Vendieron [a José] a los mercaderes por veinticinco monedas de plata. (Génesis 37, 28) ¿Alguna vez has sentido como si estuvieras atrapado en un pozo? Quizá una salud frágil, problemas financieros o conflictos familiares te han hecho sentir que estás atrapado en un hoyo que parece demasiado profundo como para poder salir de él. Bueno, no estás solo. De hecho, uno de los personajes más populares del Antiguo Testamento —José, el hijo de Jacob— de hecho estuvo atrapado en un pozo. En la primera lectura de hoy, vemos que José, el hijo favorito de un adinerado propietario de tierras, provocó tantos celos en sus hermanos que lo lanzaron al pozo y luego lo vendieron como esclavo. Era muy fácil enojarse con Dios, pero José permitió que la experiencia le enseñara lecciones importantes sobre humildad y confianza en el Señor. Para el momento en que él y sus hermanos se reconciliaron muchos años después, un José más sabio y santo confesó: “Ustedes pensaron en hacerme mal, pero Dios cambió ese mal en bien” (Génesis 50, 20). José no solo se acercó más a Dios, sino que su sufrimiento despejó el camino para que toda su familia se salvara de la hambruna.
A veces es bueno tratar de encontrar el camino para salir de nuestros “pozos”. También puede haber momentos en los cuales intentar salir de ellos es infructífero o imprudente. A veces solamente tienes que reconocer que la situación se ha salido de control, entregársela al Señor y esperar a ver de qué manera él te ayudará. Quizá usará la situación para enseñarte paciencia, perseverancia o perdón. Tal vez utilizará tu testimonio de fe para ablandar el corazón de alguien más. O tal vez él tenga una mejor solución esperándote un poco más adelante en el camino. Cualquiera que sea el caso, siempre puedes confiar en que su plan es más grande que el tuyo. El relato de José nos enseña que Dios puede sacar algo bueno de cualquier situación. Dios puede ayudarnos a crecer en amor y gracia aun cuando sintamos que estamos en el foso de la desesperación. Sentirse atrapado genera temor, pero si tú crees que no estás solo en ese hoyo, si puedes confiar en que Dios te acompaña y te ayuda a crecer, el pozo puede llevarte a un mundo mejor. “Gracias, Señor, porque tú nunca me abandonas.” ³³
Salmo 105 (104), 16-17. 18-19. 20-21 Mateo 21, 33-43. 45-46
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de marzo, sábado San José Mateo 1, 16. 18-21. 24 José, hijo de David, no dudes. (Lucas 15, 20) El sueño de José de tener un matrimonio y una familia feliz parecía desvanecerse rápidamente. Él era un judío devoto y un “hombre justo” (Mateo 1, 19), sabía que la ley le ordenaba defender la santidad del matrimonio, que se veía amenazada por el embarazo de María. Pero él también quería protegerla a ella. Así que decidió obedecer la ley pero evitar el juicio público. Parecía un plan misericordioso, justo y santo. Pero el plan de Dios era aún mejor. Para reorientar a José, Dios envió a un ángel a que le explicara sus intenciones: “No dudes en recibir en tu casa a María, tu esposa” (Mateo 1, 20). Sin duda, los pensamientos cruzaron a toda velocidad en la mente de José. Dios incluso le prometió que este niño no sería un hombre ordinario. Más allá de las esperanzas y los sueños de José, el hijo de María sería el Mesías, Aquel que salvaría a su pueblo de sus pecados. No había ningún motivo para dudar. Dios seguía actuando, y más de lo que José podía imaginar. Él solo tenía que confiar en la promesa de Dios y adentrarse en lo desconocido. Al igual que José, muchos de nosotros tenemos esperanzas y aspiraciones
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para el futuro. En el caso de aquellos de nosotros que somos padres, estas esperanzas incluyen el futuro de nuestros hijos. Los amamos y hacemos planes y sacrificios para que ellos puedan crecer y lograr grandes cosas. Sin embargo, a veces la cosas no salen como esperábamos. Y al igual que José, debemos buscar un “plan B”. Seamos padres o no, conocemos la decepción o la confusión cuando los caminos de Dios resultan ser distintos a los nuestros. Dios ve el cuadro completo de nuestra vida, desde antes de que fuéramos concebidos hasta la eternidad. El Señor sabe cómo las situaciones que enfrentamos calzan en este plan más grande para bendecirnos y para bendecir a las futuras generaciones. Y él está con nosotros, aún en la incertidumbre, aún en el sufrimiento. Es posible que no recibamos un mensaje angelical, pero podemos confiar en la bondad de Dios y escuchar su voz diciendo: “No dudes” (Mateo 1, 20). “Padre celestial, te entrego los planes que tengo para mi vida y confío en que se hará tu voluntad. Te pido que me ayudes a no dudar. San José, ¡ruega por mí!” ³³
2 Samuel 7, 4-5. 12-14. 16 Salmo 89 (88), 2-3. 4-5. 27. 29 Romanos 4, 13. 16-18. 22
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MEDITACIONES MARZO 20-26
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de marzo, domingo Éxodo 3, 1-8. 13-15 He visto la opresión de mi pueblo. (Éxodo 3, 7) El Miércoles de Ceniza, comenzamos el tiempo de Cuaresma con el milenario llamado al arrepentimiento: “Vuélvanse a mí de todo corazón” (Joel 2, 12). Este tema se repite en la segunda lectura de hoy y también en el Evangelio. Pero la primera lectura es un poco distinta pues habla sobre la gracia gratuita y sobreabundante de Dios. Para los hijos de Abraham, la misericordia de Dios llegó en la forma de la liberación de la esclavitud de Egipto. Para nosotros, esa misericordia viene en la forma de la liberación de la esclavitud del pecado. Dios mostró misericordia y gracia a los israelitas no porque ellos fueran perfectos, sino porque eran su pueblo y él cuidaba de ellos. De igual manera, él nos muestra su misericordia porque somos sus hijos, y no desea vernos atados al pecado. El éxodo también fue el inicio. En cada era, Dios ha mostrado su misericordia a su pueblo. El Señor le dijo
a Moisés que esta era la forma en que siempre debía ser recordado: “¡El Señor! ¡El Señor! ¡Dios tierno y compasivo, paciente y grande en amor y verdad!” (Éxodo 34, 6). Luego, otros profetas continuaron la enseñanza, refiriéndose a Dios siempre como “compasivo y misericordioso” (Isaías 30, 18; Joel 2, 13; Jonás 4, 2). Incluso los salmos alaban repetidamente la misericordia de Dios. Cuando Jesús vino, él también centró su ministerio en la misericordia y la compasión de su Padre celestial (Mateo 5, 7; 18, 33; Lucas 6, 36; Lucas 10, 37); él mismo era la misericordia de Dios. Se negó a condenar a una mujer atrapada en adulterio (Juan 8, 1-11). Acogió a los recaudadores de impuestos y pecadores públicos como sus discípulos (Lucas 15, 1-2). Y lo mejor de todo, le prometió al ladrón que fue crucificado junto a él: “Te aseguro que hoy estarás conmigo en el paraíso” (Lucas 23, 43). No es una sorpresa que una de las súplicas más comunes que Jesús escuchó mientras estuvo en la tierra fue “¡ten compasión de mí!” ¡Es una oración que él no podía negarse a contestar! “Señor, ten misericordia de mí, te lo ruego.” ³³
Salmo 103 (102), 1-2. 3-4. 6-7. 8. 11 1 Corintios 10, 1-6. 10-12 Lucas 13, 1-9
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de marzo, lunes 2 Reyes 5, 1-15 …una jovencita. (2 Reyes 5, 2) ¿Alguna vez has observado un cuadro creado por un pintor famoso y de primera entrada te parece casi ordinario? Pero luego, cuando miras con más atención, y observas el uso que hace el artista de la sombra, la luz, la perspectiva y el contraste, ¡la escena se vuelve más viva frente a tus ojos! El relato que se encuentra en la primera lectura de hoy sobre Naamán se asemeja a esta situación. Todo comienza con una jovencita, una heroína inesperada, y sin embargo, ella desempeña una función importante en la curación milagrosa de Naamán. Ella demuestra que los pequeños y humildes pueden dar mucha gloria al Señor. ¿Por qué sucede esto? Es debido a que los pequeños y humildes no atraen la atención hacia sí mismos. Todo lo que quieren hacer es seguir al Señor; no les preocupa si la gente lo nota o no. La escena de esta joven nos motiva porque su origen es totalmente inesperado, se origina en la pureza, sinceridad y simplicidad. ¿No te parece asombroso que Dios se revele por medio de personas y circunstancias insospechadas? La Biblia nos cuenta sobre Gedeón, el más joven de la familia menos importante de Israel, que guio a su pueblo a la
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victoria. También está el relato de Rut, una extranjera viuda y pobre, que se ganó el corazón de un israelita adinerado y se hizo parte del árbol familiar de Jesús. Y también nos habla del rey David; este líder heroico que era solamente un joven pastor cuando el Señor lo eligió. De forma similar, Dios puede revelarse a través de ti. Quizá tú no seas adinerado o poderoso o famoso. También podrías sentir que no tienes mucho control sobre tus circunstancias. Pero nada de eso le importa a Dios. Así como actuó por medio de una muchacha para cambiar el curso de la historia, él puede actuar por medio de ti para provocar un cambio poderoso en las personas que te rodean. Ya sea que estés lavando los trastos, arreglando el jardín o llenando documentos, tú puedes ser una vasija del amor y la gracia de Jesús. Una simple palabra de ánimo, pronunciada desde el corazón del amor y la confianza, puede hacer mucho más de lo que tú imaginas. ¡Solo pregúntale a la muchacha que guio a Naamán por el camino de la sanación! “Señor, te pido que me uses para revelar tu amor.” ³³
Salmo 42 (41), 2. 3; 43 (42), 3. 4 Lucas 4, 24-30
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de marzo, martes Mateo 18, 21-35 Si mi hermano me ofende, ¿cuántas veces tengo que perdonarlo? (Mateo 18, 21) Todos podemos identificarnos con Pedro en este pasaje. ¿Cuántas veces debemos dejar pasar los pecados y hábitos molestos de aquellos que conocemos mejor? Si estuvieran realmente arrepentidos, ¡dejarían de hacer siempre lo mismo! Es posible que Pedro no estuviera haciendo una pregunta teórica. Al igual que nosotros, él probablemente estaba teniendo dificultades para perdonar a alguien una y otra vez. Quizá era un hermano irresponsable que arruinó las redes porque no las guardó bien. Tal vez era su esposa, cuya paciencia llegó a un punto de inflexión al final del día. Incluso podría haber sido uno de los otros apóstoles. Jesús, gentilmente, le presentó un dilema a Pedro. El Señor se abstuvo de señalarle que probablemente él también debía ser perdonado en repetidas ocasiones. En su lugar, le narró una parábola que ayudó a Pedro a llegar a esa conclusión él mismo. Con la ayuda del deudor de la parábola, Jesús redireccionó la atención de Pedro de las faltas de su hermano a la misericordia que él mismo había recibido. Dios no nos trata de la forma en que a veces nos tratamos los unos a
los otros, especialmente cuando nos acercamos a él pidiendo perdón una y otra vez. Es más, cada vez que juntamos valor para acercarnos a él pidiendo perdón, Dios se muestra complacido. El Señor no utiliza nuestros pecados pasados como una manera de no darnos su misericordia. Por el contrario, está feliz de vernos y deseoso de ayudarnos a evitar el pecado en nuestra vida. Dios nos ofrece su misericordia infinita conforme hacemos el esfuerzo, por más pequeño que sea, para cambiar para bien. No es difícil imaginar que Pedro se reconoció a sí mismo al final de esta parábola. De igual manera, no debería ser difícil reconocernos nosotros también. Así como Dios continúa perdonando, él espera que nosotros aceptemos cada vez más el llamado a ser misericordiosos como él es misericordioso (Lucas 6, 36). Con seguridad puede ser difícil ofrecer perdón una vez más. Pero el perdón que Dios nos ofrece puede ser nuestra inspiración y fortaleza. Y, ¡pedirle a San Pedro que rece por nosotros es una buena idea! “Señor Jesús, gracias por la gran misericordia que me has concedido.” ³³
Daniel 3, 25. 34-43 Salmo 25 (24), 4bc-5ab. 6-7bc. 8-9
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de marzo, miércoles Mateo 5, 17-19 No he venido a abolirlos, sino a darles plenitud. (Mateo 5, 17) Según el Código Canónico (1252), cuando los católicos alcanzan la edad de sesenta años ya no están obligados a ayunar el Miércoles de Ceniza o el Viernes Santo. Pero cuando su amigo bromeó con Guillermo, que acababa de cumplir sesenta años, diciéndole que ya podía ir a un elegante restaurante para darse un festín justamente el viernes antes de la Pascua, Guillermo respondió: “¿Por qué voy a detenerme ahora? Ya he creado el hábito de ayunar. En lugar de comer el almuerzo, dedico una hora en la iglesia el Viernes Santo, y me encanta hacerlo. ¡Gracias a esta costumbre, me siento mucho más cerca del Señor Jesús al llegar la Pascua!” La respuesta de Guillermo puede ayudarnos a comprender las palabras de Jesús en el Evangelio de hoy sobre su misión de cumplir la ley en lugar de abolirla. Jesús estaba hablando principalmente del cumplimiento que nace del corazón, no de los actos de sacrificio que son difíciles pero realizamos obedientemente. Como sabemos, es sencillo adoptar una mentalidad basada en “reglas” durante la Cuaresma. Nos concentramos más en marcar la lista de intenciones o de ayuno o limosna. Pero eso no era lo 88 | La Palabra Entre Nosotros
que Jesús quería; él desea sacrificios que nazcan del corazón, no solo de dientes apretados. Esa es la razón por la cual observamos la Cuaresma en primer lugar, para acercarnos más a Dios y crecer en amor por su pueblo. La belleza de este tiempo es que cuanto más intentamos seguir a Jesús y conocer su amor, más terminaremos siguiendo sus reglas. En otras palabras, amar y conocer a Jesús aumentará nuestro deseo de seguirlo y hacer sacrificios por él. En el relato anterior, Guillermo ayunaba su almuerzo y dedicaba el tiempo para rezar. Y ese acto de sacrificio lo ayudó a amar a Jesús y a querer continuar con su práctica aun cuando ya no tenía que hacerlo. Ese es el sacrificio del corazón. Permite que Jesús haga algo parecido contigo en esta Cuaresma. Sí, a él le agrada ver que te esfuerzas para mantenerte fiel a tus sacrificios. Pero más que eso, él desea bendecir cada paso que das para acercarte a él y sacrificarte cada vez más por amor. “¡Gracias, amado Señor Jesús, por este tiempo de Cuaresma! Permite que mi amor por ti motive todo lo que hago, te lo ruego.” ³³
Deuteronomio 4, 1. 5-9 Salmo 147, 12-13. 15-16. 19-20
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de marzo, jueves Jeremías 7, 23-28 Escuchen mi voz. (Jeremías 7, 23) Ya sea que estés hablando en una reunión de negocios o dando instrucciones a tus hijos, es importante que te asegures que lo primero que digas es lo principal que deseas que tus oyentes recuerden. Dios hace eso en esta lectura, a través de Jeremías. Su mensaje principal es “Escuchen mi voz”. Para la gente del tiempo del profeta, eso significó seguir los mandamientos de los primeros cinco libros de la Escritura y escuchar la palabra de Dios proclamada por los profetas. Significó estudiar las palabras de Dios con atención para que quedaran grabadas en su corazón y así se volvieran naturales para ellos. Hoy en día, varios siglos después, todavía necesitamos meditar y estudiar la palabra de Dios con atención. Eso nunca ha cambiado. Lo que sí ha cambiado es que ahora tenemos al Espíritu Santo habitando en nuestro corazón. Él está aquí para darnos la palabra de Dios y concedernos la sabiduría que necesitamos. El Espíritu da vida a las palabras escritas de la Escritura y nos enseña la forma en que podemos aplicarlas en nuestras situaciones cotidianas. Dios siempre está hablando: a través de la oración y de las ideas que vienen
a la mente mientras rezas; a través de la Escritura y de la música sacra; a través de las palabras de otras personas; incluso por medio de tus recuerdos, imágenes y emociones. Dios también puede hablar por medio de anuncios publicitarios o catálogos, el viento entre los árboles o las olas en la orilla del mar, del fuego ardiendo o de un suave murmullo. Y, como sucedió con los israelitas, él desea que nosotros lo escuchemos, que le pongamos atención a su voz durante todo el día. Quizá no siempre escuches correctamente, pero puedes esperar que él te hablará. Con el tiempo, tú aprenderás a reconocerlo. El salmo responsorial dice: Si escuchas hoy su voz “no endurezcáis vuestro corazón” (Salmo 95 (94), 8). Abre tu corazón, disponte y prepárate a responder a lo que escuchas, a pedir comprensión o a anotarlo para rezar más tarde. Decide obedecer lo mejor que puedas, y luego actúa según tu entendimiento. Dios promete que el resultado es que le pertenecerás a él: “Yo seré su Dios y ustedes serán mi pueblo” (Jeremías 7, 23). “Señor, te pido que me ayudes a escuchar tu voz, para que yo pueda vivir fielmente.” ³³
Salmo 95 (94), 1-2. 6-7. 8-9 Lucas 11, 14-23
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de marzo, viernes Anunciación del Señor Lucas 1, 26-38 María contestó… “cúmplase en mí lo que me has dicho.” (Lucas 1, 38) Hemos estado caminando ya por varias semanas en este tiempo de Cuaresma, haciendo nuestro mejor esfuerzo para cumplir con nuestras resoluciones. A estas alturas, quizá nos sentimos un poco desanimados. Si es así, las lecturas de la fiesta de hoy de la Anunciación pueden darnos ese tan necesitado empujón para lo que nos falta por delante. Comencemos con la primera lectura. El profeta Isaías llama nuestra atención con la promesa de una virgen que dará a luz un hijo. Su nombre será “Emanuel”, es decir, “Dios con nosotros” (Isaías 7, 14; 8, 10). Dios verdaderamente está con nosotros, y podemos confiar en que él nos dará cualquier cosa que necesitemos para que hagamos lo que él nos pide. Y si nos equivocamos, podemos volvernos a él en cualquier momento y pedir su perdón, porque Dios siempre está a nuestro lado y es un Dios de amor y misericordia. Luego sigue la respuesta al Salmo 40 (39): “Aquí estoy, Señor, para hacer tu voluntad.” Junto con el salmista, nosotros también podemos clamar: “Señor, a pesar de mi fragilidad y debilidad humanas, ¡quiero hacer hoy tu 90 | La Palabra Entre Nosotros
voluntad!” Su gracia animará, ayudándonos a comprometernos nuevamente con nuestras resoluciones de Cuaresma. Finalmente, llegamos a la descripción de la Anunciación que hace San Lucas. La Virgen María reacciona a las sorprendentes palabras del ángel preguntando: “¿Cómo podrá ser esto?” (Lucas 1, 34). Una vez que ella escucha la explicación del ángel Gabriel, María responde con un extraordinario acto de fe. Nosotros también podemos preguntarnos cómo Dios cumplirá lo que ha prometido; incluso podemos cuestionarlo, como lo hizo María. Pero luego necesitamos confiar en él haciendo nuestras sus palabras: “Cúmplase en mí lo que me has dicho” (1, 38). Hoy, en esta fiesta especial, pidámosle a nuestra Madre que interceda por nosotros para que permanezcamos fieles a nuestros compromisos. Aunque ella no tenía pecado original, ciertamente sabía lo que es ser humana, sentirse fatigada y ser sacudida por las tentaciones. Ella es nuestra madre devota y fiel, y con seguridad presentará nuestras intenciones a su hijo, Jesús. “Santa María, reza por mí para que pueda completar este camino de la Cuaresma con un celo renovado.” ³³
Isaías 7, 10-14; 8, 10 Salmo 40 (39), 7-8a. 8b-9. 10. 11 Hebreos 10, 4-10
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de marzo, sábado Lucas 18, 9-14 Dios mío, apiádate de mí, que soy un pecador. (Lucas 18, 13) Aun antes de pronunciar su plegaria, los gestos del recaudador de impuestos revelaron lo que había en su corazón: Se mantuvo a distancia, se golpeó el pecho y bajó su mirada (Lucas 18, 13). Sabía que él era un pecador necesitado de la misericordia de Dios, así que humildemente se la pidió. ¿Quiere Jesús que nos mantengamos a la distancia y bajemos nuestros ojos cuando vayamos mañana a la iglesia? Probablemente no, pero por medio de su parábola, nos muestra lo complacido que está con una actitud de humildad y arrepentimiento genuino. Y el primer paso para cultivar esa actitud es comprender que somos pecadores necesitados de la misericordia de Dios. Ahora es un buen momento para hacer un examen de conciencia, que puede ayudarnos a reflexionar honestamente en las formas en que nos hemos equivocado. Al hacer esto, el Espíritu despertará en nosotros un deseo genuino de buscar la misericordia de Dios. En esta edición, hemos incluido uno en la contraportada. Examinar nuestra consciencia no solo nos ayuda a evitar los pecados graves, sino también los sutiles. Así como un bote puede alejarse gradualmente de su curso si el capitán no presta
atención, nosotros podemos alejarnos lentamente del Señor si no hacemos una revisión periódica de nuestra vida. Eso fue lo que le sucedió al fariseo en la parábola de Jesús, él no vio cómo los pecados de orgullo y autojustificación estaban afectando su relación con Dios. Puede ser doloroso revisar nuestras acciones y descubrir cuándo nos hemos desviado del camino. Pero el Espíritu Santo es bondadoso. Aun cuando reprende nuestro pecado, él nos asegura que Dios nos ama y lo que más desea es perdonarnos. También nos ayuda a ver cuánto necesitamos de su ayuda para crecer en el amor a Dios y a sus hijos. De manera que, hazte el propósito de asistir a la Confesión al menos una vez en este tiempo de Cuaresma. Y cuando vayas, acércate al Señor con un corazón honesto y humilde, tal como lo hizo el recaudador de impuestos. No temas admitir la necesidad que tienes de tu Salvador. Dios tiene un océano de misericordia esperando por ti y está dispuesto a perdonar todos tus pecados. “Señor, te pido que seas misericordioso conmigo, que soy pecador.” ³³
Oseas 6, 1-6 Salmo 51 (50), 3-4. 18-19. 2021ab
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MEDITACIONES MARZO 27–2 ABRIL
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de marzo, domingo Lucas 15, 1-3, 11-32 Este recibe a los pecadores. (Lucas 15, 2) Podría decirse que esta parábola, en lugar de llamarse la “parábola del hijo pródigo”, debería llamarse la “parábola del padre misericordioso”. Ya que este relato nos habla del amor infinito que nos tiene nuestro Padre celestial. La parábola del hijo pródigo tiene dos objetivos distintos: Nos muestra que Dios desea que todos experimenten su amor, y nos muestra que Dios desea que aquellos que conocen su amor lo experimenten más profundamente. De cierto modo, el hijo pródigo estaba “muerto” debido a los pecados que había cometido cuando se fue de su casa. Pero en el momento en que regresó, fue como si hubiera vuelto a la vida. Jesús usó a esta persona para describir a las personas que no han aceptado el amor que Dios les tiene. Ellos deben dar la vuelta y regresar a él, necesitan lo que nosotros llamaríamos una “conversión inicial”. Estas son las personas que Dios nos pide que presentemos en oración de
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una forma especial, sobre todo a nuestros seres queridos que se encuentran alejados del Señor. ¡Que todos puedan experimentar una conversión inicial! Sin embargo, el hermano mayor del hijo pródigo, estaba “vivo”. Él era fiel y trabajador. Pero también necesitaba la conversión. Él podría haber sido obediente a su padre, pero muchos pensamientos pecaminosos seguían ocupando su mente. Este hombre necesitaba una “conversión continua”, un alejamiento más profundo del resentimiento, el enojo y la autojustificación. Aun si nosotros creemos en Jesús, rezamos todos los días y asistimos a Misa con regularidad, necesitamos una conversión continua. Podemos intentar hacer nuestro mejor esfuerzo para vivir una buena vida y cuidar de nuestra familia. Pero siempre podemos tener maneras de pensar juiciosas, auto justificadas y egoístas. Y Dios nos pide que sigamos volviéndonos a él para recibir su ayuda y sanación. Dios recibe a todos los que acuden a él. No importa qué tan grandes o pequeños sean sus pecados, él siempre está esperando con los brazos abiertos. “Gracias, Padre celestial, por tu misericordia.” ³³
Josué 5, 9. 10-12 Salmo 34 (33), 2-3. 4-5. 6-7 2 Corintios 5, 17-21
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de marzo, lunes Isaías 65, 17-21 Se llenarán de… perpetua alegría por lo que voy a crear. (Isaías 65, 18) ¿Conoces a alguien que ha rezado por algo en particular, como por ejemplo un aumento de salario? Su deseo puede ser tan fuerte que no puede imaginar que Dios quisiera algo mejor, por eso ahora tiene un nuevo trabajo donde consiguió no solo un aumento de salario sino mayores oportunidades de crecimiento. Algo similar pareciera haber sucedido con los israelitas. A través de su profeta, Dios prometió crear “un cielo nuevo y una tierra nueva” (65, 17). Los estudiosos de la Biblia creen que esta profecía fue revelada durante el periodo del “Segundo templo” que siguió al exilio en Babilonia. La oportunidad de reconstruir el gran templo de Jerusalén —donde los judíos creían que el cielo se encontraba con la tierra— fue una ocasión de inmenso regocijo, esperanza y promesa para Israel. Así que un cielo nuevo y una tierra nueva pueden haber sonado un poco innecesarios, o al menos bastante confusos. ¿No era suficiente la reconstrucción del templo? Los israelitas estaban entusiasmados por haber regresado del exilio. Sin embargo, parecían estar tan concentrados en lo que estaba pasando
en ese momento que se perdieron de la inmensa esperanza y promesa de lo que Dios les estaba diciendo. Era como si su idea de anchura, altura y profundidad del amor de Dios estuviera limitada por la anchura, altura y profundidad del templo. ¿Qué tan a menudo te conformas con una visión más simple de tu vida de lo que Dios promete? Todos somos susceptibles a que esto nos suceda, porque no vemos nuestro mundo y todas sus posibilidades como lo hace Dios. Pero eso no significa que nuestras expectativas deban ser pequeñas o se encojan cuando llegan las desilusiones. Aun cuando no podamos verlo, podemos confiar en que Dios está actuando en nuestra vida y en el mundo hoy. El Señor cumplirá todas sus promesas, incluyendo, algún día, ¡un cielo nuevo y una tierra nueva! Ya sea que estés satisfecho con tu vida o que estés esperando un cambio, no te pierdas la inmensidad de la visión que Dios ofrece en la Escritura. Su amor y sus promesas exceden por mucho lo que nos imaginamos de nosotros mismos y nuestros seres queridos. “Señor, te pido que me ayudes a alegrarme con tus promesas.” ³³
Salmo 30 (29), 2. 4. 5-6. 11-12a. 13b Juan 4, 43-54
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de marzo, martes Juan 5, 1-16 Cuando se agita el agua. (Juan 5, 7) El agua es esencial para la vida. En ambientes extremadamente áridos, las plantas exprimen cada gota de humedad del suelo o del aire para permanecer vivas. San Juan muestra esta cualidad del agua que da vida en el Evangelio de hoy cuando nos narra el relato de Jesús y la curación del hombre que se encontraba cerca de la piscina en Jerusalén. Jesús ve a este hombre, que permanecía cerca de una piscina que se decía que tenía poderes curativos pero por alguna razón él nunca había sido curado. “Cuando logro llegar, ya otro ha bajado antes que yo”, le dijo el hombre (Juan 5, 7). Según una antigua tradición, la piscina contenía poderes curativos solo en ciertos momentos, cuando Dios agitaba el agua. El movimiento probablemente venía de un manantial subterráneo que ocasionalmente fluía dentro de la piscina. En el lenguaje bíblico, el agua que corría, en lugar del agua quieta de una piscina, era llamada “agua viva”. Aquí encontramos una ironía impactante: El hombre estaba contándole su historia de aflicción a Jesús, la fuente de toda agua de vida (Juan 4, 10. 14). Jesús no necesitaba usar la piscina. Todo lo que tenía que hacer era dar una orden, y el hombre quedaría curado. 94 | La Palabra Entre Nosotros
Nosotros podemos encontrarnos en una situación similar en nuestra relación con Jesús. A menudo nos volvemos a Dios para resolver algún problema o para que nos conceda una bendición. Desde luego esto no es malo en sí mismo, Jesús comenzó con el deseo natural del hombre: “¿Quieres curarte?” (Juan 5, 6). Pero si nuestra relación con Jesús se limita a este tipo de plegarias, podría significar que estamos buscándolo por lo que él puede hacer por nosotros, no por quien él es. Al igual que el hombre en la piscina, podemos no darnos cuenta de que Jesús, la fuente de vida y de curación, está justo delante de nosotros. El Señor puede calmar nuestra sed de amor, perdón, libertad y propósito en la vida. Su presencia puede calmarnos como el agua de vida. Jesús puede llenarnos con una paz que no va y viene. En él podemos encontrar respuestas; podemos encontrar esperanza. Podemos encontrarlo a él que nos satisface como nada más puede hacerlo. Jesús te ofrece de su agua de vida, él está a tu lado para curarte y restaurarte. “Amado Señor Jesús, tengo sed de tu agua de vida.” ³³
Ezequiel 47, 1-9. 12 Salmo 46 (45), 2-3. 5-6. 8-9
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de marzo, miércoles Isaías 49, 8-15 ¿Puede acaso una madre olvidarse de su creatura…? (Isaías 49, 15) La primera lectura de hoy contiene muchas imágenes hermosas que transmiten el amor y el cuidado que Dios nos tiene. Es un mensaje que es tan consolador para nosotros hoy como debe haber sido para los israelitas de ese tiempo, que habían estado exiliados de su país. Estos israelitas son los mismos que trataron de asesinar al profeta Jeremías. Los mismos que ignoraron las advertencias de Ezequiel de que debían arrepentirse de sus pecados. Los mismos que hicieron sacrificios a dioses falsos y que practicaron graves injusticias en contra de los pobres y marginados. Sus pecados los llevaron a la situación desafortunada en la que se encontraban. Y sin embargo, ahí estaba Dios, en su ternura y misericordia, prometiéndoles que los llevaría a su casa y que cuidaría de ellos por el camino. Aquí está Dios comparándose con una madre que nunca se olvida de su hijo. El pueblo de Israel se alejó de Dios una y otra vez, y tú podrías preguntarte: ¿Cómo es que él aún estaba dispuesto a ayudarlos? Nosotros tendemos a imponerle a Dios nuestra naturaleza humana y suponemos que él hubiera
actuado como lo haríamos nosotros cuando sentimos que nos han ofendido: Con enojo, resentimiento, autocompasión y venganza en nuestro corazón. Pero Dios no piensa ni actúa de esa manera. El Señor no se resiente si lo ignoramos, tampoco se siente restituido o satisfecho cuando nos ve sufrir. Su preocupación más grande es nuestro bienestar, y él siempre sabe lo que es mejor para nosotros. Como dice el salmo de hoy: “El Señor es bueno con todos” (Salmo 145 (144), 9). No solo con los santos, sino también con los peores pecadores. Dios no se olvida de nadie; él siempre está dispuesto a ofrecerles su misericordia, perdonarlos y acercarlos a él nuevamente. ¡Lo mismo sucede contigo! Así que aprópiate del mensaje de redención que encontramos hoy en la Escritura. Busca las bendiciones de Dios en tu vida. ¿Puedes ver las maneras en que está tratando de acercarte más a él? Aun cuando caigas en pecado, recuerda que él es un Padre que te ama y desea llevarte por el camino de sanación y paz. ¡Su bondad es sobreabundante! “Padre celestial, gracias por concederme tu amor, misericordia y salvación.” ³³
Salmo 145 (144), 8-9. 13cd-14. 17-18 Juan 5, 17-30
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de marzo, jueves Juan 5, 31-47 Otro es el que da testimonio de mí… y yo bien sé que ese testimonio que da de mí, es válido. (Juan 5, 32) En el Evangelio de hoy, Jesús le dice a los judíos que Juan el Bautista dio un testimonio de él que es eficaz. Pero, ¿qué hizo a Juan tan eficaz? Él no realizaba milagros, no se vestía con un estilo popular o se juntaba con personas poderosas. Por el contrario, vivía en el desierto, usaba ropa hecha de pelo de camello y comía langostas y miel silvestre. Sin embargo, las personas se sentían atraídas a él. Incluso el rey Herodes lo protegía y le gustaba oírlo hablar (Marcos 6, 20). ¿Qué hizo que Juan sobresaliera? Su determinación. Él tenía un propósito en su vida: Cumplir su llamado a ser el heraldo del Señor. El hecho de que cada aspecto de la vida de Juan reflejara ese llamado hizo que la gente lo respetara y tomara en serio las palabras que predicaba. Estamos a la mitad del tiempo de Cuaresma. Para este momento, muchos de nosotros podemos sentirnos desanimados o frustrados. Quizá no hemos sido tan fieles con nuestros propósitos de Cuaresma como quisiéramos. Tal vez nos sentimos avergonzados, pensando que no somos testigos creíbles de Cristo. Pero los pensamientos desalentadores 96 | La Palabra Entre Nosotros
como estos, ¡verdaderamente pueden empeorar tu vida espiritual! Quizá te has quedado atrás con tus metas de Cuaresma, pero hoy es un nuevo día, y la misericordia de Jesús jamás desaparece. De hecho, ¿no eran las profundidades de la misericordia de Dios las que Juan mismo proclamó cuando predicó su mensaje de arrepentimiento? ¡No permitas que esta predicación sea en vano! Si deseas ser un buen testigo de Cristo en estos días que quedan de la Cuaresma, entonces aprópiate de las palabras de Juan. Primero, pide a Dios que te perdone cualquier infidelidad que hayas cometido. Luego, confiando en su misericordia, sigue adelante. Adopta la misma determinación que tenía Juan, y decide que hoy serás fiel al Señor. No te quedes en el pasado. No te preocupes por el tiempo que hayas perdido o las bendiciones que podrías haber perdido. Aprovecha la gracia que está disponible hoy, es gratuita y abundante, y es tuya si la deseas. “Señor Jesús, te pido que me ayudes a dejar atrás mi pasado y comenzar este día con esperanza y confianza en tu gracia.” ³³
Éxodo 32, 7-14 Salmo 106 (105), 19-20. 21-22. 23
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