La Palabra Entre Nosotros - Perú, Abril 22

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Edición Especial de Pascua

AB R IL - M AYO 2 022

La resurrección de Jesús es nuestra esperanza


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En este ejemplar: Abril - Mayo 2022

Nuestra esperanza está en la Resurrección Los cristianos tenemos la promesa segura de la vida eterna

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Un cielo nuevo y una tierra nueva Dios va a restaurar todas las cosas en Jesús

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Seamos un faro de esperanza Podemos ser testigos del poder de la resurrección

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Llamados a servir 22 Meditaciones del Papa Francisco de los Evangelios Cristo en el camino a Emaús. Jacques Stella (1596-1657) Museo de Bellas Artes, Nantes, Francia/ Bridgeman Images

Por S.S. el Papa Francisco

Caminar sobre la cuerda floja de la fe La enfermedad fue mi escuela de confianza

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Por Irina Turayeva

Nadie se pierde para siempre Jacques Fesch: Asesino condenado, cristiano convertido

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Por Anne Bottenhorn

Programa de verano Contigo Amigos de La Palabra

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Por Fabiola Fernández

Meditaciones diarias Abril del 1 al 30 Mayo del 1 al 31 Estados Unidos Tel (301) 874-1700 Fax (301) 874-2190 Internet: www.la-palabra.com Email: ayuda@la-palabra.com

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Jesús es nuestra esperanza Queridos hermanos:

¿Quién puede mantener la esperanza después de ver a aquel a quien ¡Cristo ha resucitado! Pedro proclamó que era el Mesías ¡Verdaderamente ha resu- terminar su vida de aquella manera? citado! En su primera Después de la proclamación de Pedro, carta a los corintios San Pablo dijo: Jesús anunció a sus discípulos la “Y si Cristo no resucitó, el mensaje muerte que habría de sufrir, aunque que predicamos no vale para nada, también les hizo una promesa: “Lo ni tampoco vale para nada la fe que van a matar, pero al tercer día resuustedes tienen… Pero lo cierto es citará” (Lucas 9, 22). Naturalmente, que Cristo ha resucitado.” (15, 14. haber tenido que presenciar aquellos eventos del Viernes Santo les hicieron perder la esperanza fácilmente y olviHemos dedicado esta dar la promesa que él les había hecho. edición de Pascua a Vivimos en un mundo lleno de reflexionar en la esperanza agitación: Guerras, desastres naturaque encontramos en la les, hambrunas e incluso pandemias. resurrección de Jesucristo. Nosotros también podríamos perder la esperanza con facilidad. Por 20). Tenemos la certeza de que el eso, hemos dedicado esta edición de sepulcro está vacío y de que Jesús Pascua a reflexionar en la esperanza se levantó de entre los muertos; y que encontramos en la resurrección la esperanza que tenemos es que de Jesucristo. un día nosotros también resucitaremos y viviremos junto a él por toda La promesa de la vida. El Señor no la eternidad. solamente le prometió a los apósNo hay duda de que aquellos días toles que resucitaría, sino que les de la pasión de Jesús fueron una prometió a ellos, y a nosotros tamverdadera prueba de fe para sus dis- bién, que viviremos con él por toda cípulos. Habían pasado tres años la eternidad. junto a él, lo vieron realizar milagros También en su primera carta a los portentosos y predicar el Reino de corintios San Pablo dijo: “Tres cosas Dios en la tierra; pero en cuestión hay que son permanentes: la fe, la de horas, su Maestro fue arrestado, esperanza y el amor...” (13, 13). La juzgado y crucificado al lado de dos esperanza es, por tanto, una virtud criminales. que debemos desarrollar, pues el 2 | La Palabra Entre Nosotros


Señor nos llama a convertirnos en portadores de esta esperanza para que otros también anhelen la vida eterna. En nuestros artículos especiales, encontrarán el relato de un hombre que encontró al Señor en prisión y fue, precisamente, la esperanza de la vida eterna la que lo mantuvo firme

Editora Gerente: Susan Heuver Directora Editorial: María Vargas Equipo de Redacción: Ann Bottenhorn, Jill Boughton, Lynne Brennan, Kathryn Elliott, Bob French, Joseph Harmon, Theresa Keller, Joel Laton, Laurie Magill, Fr. Joseph A. Mindling, O.F.M., Cap., Patricia Mitchell, Fr. Nathan W. O’Halloran, SJ, Jill Renkey, Hallie Riedel, Lisa Sharafinski, Patty Whelpley, Fr. Joseph F. Wimmer, O.S.A., Leo Zanchettin

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mientras esperaba la muerte. También, dos testimonios de vida que confío en que los edificarán en la fe. Pido al Señor que les conceda un bendecido tiempo de Pascua. María Vargas Directora Editorial

Presidente: Jeff Smith Director de Información: Jack Difato Directora Financiera: Jamie Smith Gerente General: John Roeder Gerente de Producción: Nancy Clemens Gerente del Servicio al cliente: Mary Callahan Dirección de Diseño: David Crosson, Suzanne Earl

Las citas de la Sagrada Escritura están tomadas del Leccionario Mexicano, copyright © 2011, Conferencia Episcopal Mexicana, publicado por Obra Nacional de la Buena Prensa, México, D.F. o de la Biblia Dios Habla Hoy con Deuterocanónicos, Sociedades Bíblicas Unidas © 1996 Todos los derechos reservados. Usado con permiso. De vez en cuando llamamos por teléfono a nuestros lectores para ofrecerles nuestros productos y publicaciones. Igualmente, de vez en cuando, seleccionamos a ciertas instituciones que desean enviar información a nuestros suscriptores sobre las misiones que ellas cumplen. Sin embargo, nunca compartimos los números telefónicos de nuestros clientes con ninguna otra organización. Si usted no desea recibir material de promoción de otras instituciones o si no desea recibir llamadas telefónicas desde nuestras oficinas, sírvase llamar a Servicio al Cliente al 1-800-6388539, o enviarnos un correo electrónico a support@wau.org o una carta a 7115 Guilford Dr., STE 100, Frederick, Maryland 21704.

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Nuestra esperanza está en la

Los cristianos tenemos la promesa segura de la vida eterna

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odos los viernes, José acostumbra a ir al supermercado de la esquina y comprar un billete de lotería. Y cada semana, cuando los números ganadores son anunciados, él los compara con su propio tiquete. Él siempre espera ganar, y siempre termina sintiéndose decepcionado. Pero eso no le ha impedido seguir comprando otro billete semana tras semana. Él siempre alimenta la esperanza de ganar algún día, aun cuando las probabilidades estén en su contra. Todos alimentamos esperanzas de diversos tipos. Esperamos vivir una vida larga y productiva. Esperamos que nuestros hijos y nietos crezcan y lleguen a ser personas que contribuyan a la sociedad. Esperamos la paz del mundo y la prosperidad. Todas estas son cosas buenas, pero no necesariamente podemos asumir que van a suceder, pues también podrían no hacerlo. Entonces, ¿qué esperanza podemos tener que no nos decepcione? San Agustín una vez escribió: “La

resurrección del Señor es nuestra esperanza” (Sermón 261: 1). Poner nuestra esperanza en la resurrección de Jesús es una apuesta segura. De hecho, podemos apostar nuestra propia vida. La razón es que la esperanza de la que habla San Agustín es diferente a la que José tiene de ganarse la lotería. Mientras que José no sabe si alguna vez ganará, nosotros sabemos que todos los que creen en que Jesús ha resucitado de entre los muertos se salvarán (Romanos 10, 9). Por lo tanto, nosotros no Abril / Mayo 2022 | 5


estamos simplemente deseando que algo bueno suceda; ¡estamos seguros de que sucederá! En esta edición de Pascua, queremos reflexionar en la esperanza que tenemos en la resurrección de Jesús, tanto la esperanza que nos produce personalmente como la que produce para el mundo. También queremos ver de qué manera podemos crecer en la virtud de la esperanza y cómo podemos volvernos modelos de fe para las personas que nos rodean. En este artículo, analicemos la evidencia de que la resurrección de Jesús realmente sucedió, la cual nos demostrará la razón por la cual podemos tener esta esperanza de Pascua. Recuentos de los testigos oculares. Los dos discípulos que iban por el camino a Emaús sentían como si el suelo bajo sus pies acabara de ceder. Ellos habían puesto su esperanza y sueños en Jesús, este hombre de Nazaret que realizaba milagros, pero que había sido brutalmente ejecutado por las autoridades romanas. “Nosotros teníamos la esperanza de que él sería el que había de libertar a la nación de Israel”, le dijo uno de ellos a un extraño que se les había unido por el camino desde Jerusalén hacia Emaús (Lucas 24, 21). Desde luego, ellos no se dieron cuenta de que aquel extraño que caminaba junto a ellos era Jesús, el Cristo resucitado. 6 | La Palabra Entre Nosotros

Cuando ellos le contaron lo que turbaba su corazón, Jesús comenzó a hablar de todos los pasajes en la Escritura que se referían a él. Al acercarse al pueblo, le pidieron a Jesús que se quedara con ellos, y al bendecir y partir el pan durante la cena, ellos se dieron cuenta de repente de quién era él (Lucas 24, 31). Al repasar lo que acababa de suceder, comprendieron que “el corazón nos ardía” cuando él les explicó las Escrituras (24, 32). De repente, comprendieron que su esperanza se había cumplido, y que iba mucho más allá de sus sueños más descabellados. Jesús estaba vivo; había conquistado a la muerte y ellos mismos lo habían presenciado. Aunque no nos hemos encontrado con Cristo resucitado en la carne como lo hicieron estos dos discípulos, tenemos los recuentos de los testigos presenciales, muchos de sus primeros discípulos. Además de estos dos, María Magdalena se lo encontró junto al sepulcro (Marcos 16, 9-10; Mateo 28, 1-10; Lucas 24, 1-9; Juan 20, 11-18). Luego se le apareció a los once discípulos mientras estaban escondidos de las autoridades; incluso comió algo de pescado frente a ellos (Lucas 24, 43). La semana siguiente, Jesús se apareció de nuevo (Juan 20, 24-29). Finalmente, se le apareció a Pedro y a algunos de los discípulos en la orilla del mar de Galilea, mientras


Nuestra esperanza en la resurrección está basada en un evento real que transformó la vida de personas reales. ellos pescaban, y les preparó el desayuno (Juan 21). El apóstol Pablo también se encontró con Jesús resucitado en el camino a Damasco (Hechos 9, 3-9). Más adelante, él relata cómo Jesús también “se apareció a más de quinientos hermanos a la vez” (1 Corintios 15, 6). Lo importante es que, nuestra esperanza en la resurrección no es solo una esperanza abstracta. Está basada en un evento real que transformó la vida de personas reales. Y lo que sucedió hace dos mil años sigue siendo verdad hoy: ¡Jesús está vivo y habita entre nosotros! La predicación de los apóstoles. Aquí hay otra razón para esperar en la resurrección de Jesús: Fue el fundamento de la predicación de los apóstoles. Sin ella, ellos no habrían tenido nada

especial que proclamar. En Pentecostés, Pedro le dijo a la multitud que Dios había resucitado a Jesús “liberándolo de los dolores de la muerte, porque la muerte no podía tenerlo dominado” (Hechos 2, 23-24). Más adelante, después de que Pedro y Juan curaron al mendigo que se encontraba en la entrada del templo, Pedro le dijo a la multitud que se había reunido ahí: “Y así mataron ustedes al que nos lleva a la vida” (Hechos 3, 15-16). Fue Jesús, resucitado en gloria, quien había sanado a este hombre. Pablo también basó su prédica en la resurrección de Jesús: “Si Cristo no resucitó”, escribió, “la fe de ustedes no vale para nada” (1 Corintios 15, 17). Él enfatizó en el hecho de que Jesús ha ganado el perdón para nosotros. Debido a que Cristo ha resucitado, nosotros también podemos Abril / Mayo 2022 | 7


tener la esperanza segura y certera tendremos parte en su resurrección de que vamos a resucitar con él, si en el último día. Si este no fuera el ponemos nuestra fe en él y respon- caso, ¿por qué Dios habría resucitado demos a su llamado en nuestra vida. a Jesús? De manera que podemos Pedro, Pablo y todos los apósto- poner nuestra esperanza en nuestra les estaban tan convencidos de la propia resurrección, porque Jesús nos resurrección de Jesús que estaban dis- ha mostrado —en su propio cuerpo— puestos a morir en lugar de renunciar lo que Dios tiene destinado para a su fe en él. Pablo incluso preguntó nosotros. a los corintios las razones por las qué Y esta es la razón final: Jesús, ahora él y los otros apóstoles pondrían su resucitado en gloria, nos ha dado vida en peligro y se enfrentarían a el Espíritu Santo como “el anticipo” la muerte si la resurrección no fuera de nuestra prometida resurrección verdadera (1 Corintios 15, 30) (Efesios 1, 14). El Señor nos dio el En vista de todo esto, ¿cómo no Espíritu para guiarnos y consolarnos, pondríamos toda nuestra esperanza para ayudarnos a reconocer nuestro en la resurrección de Jesús? pecado, y para capacitarnos para servir a su pueblo. Esto significa que Jesús es el primero, pero no el último. el Cristo resucitado vive y actúa en El “primer fruto” era la primera por- nosotros a través del Espíritu, y no ción de la cosecha que los israelitas solo en nosotros. Si observamos con ofrecían a Dios en acción de gracias y atención, ¡podemos ver la prueba de como un signo de una gran cosecha la resurrección de Jesús en la vida de que estaba por venir. Pablo llama a nuestros hermanos en Cristo! la resurrección de Jesús de entre los muertos “el primer fruto de la cose- La razón de nuestra esperanza. El cha: ha sido el primero en resucitar” Papa Benedicto XVI dijo una vez: (1 Corintios 15, 20). Aunque él ha “Si quitamos a Cristo y su resurrecsido la primera persona en resucitar, ción, no hay salida para el hombre, no será el último. Y esa es una ter- y toda su esperanza sería ilusoria.” cera razón para nuestra esperanza: Sin la resurrección de Jesús, nues¡La resurrección de Jesús fue sola- tra vida no solo terminaría aquí en mente el inicio! la tierra, sino que no tendría sentido El plan de nuestro Padre fue des- o propósito eterno, moriríamos en truir la muerte para siempre. Jesús pecado (Juan 8, 24). La resurrección fue primero que nosotros, pero aque- de Jesús nos da mucha esperanza porllos que hemos creído en él también que podemos vivir la vida abundante 8 | La Palabra Entre Nosotros


Debido a que somos cristianos, nunca estamos realmente sin esperanza. que él nos ha dado aquí en la tierra, y podemos mantenernos firmes en la promesa de la vida eterna con él para siempre en el cielo. Muchas personas viven hoy en día sin esperanza. Nosotros también hemos experimentado momentos en los que nos sentimos así. Pero debido a que somos cristianos, nunca estamos realmente sin esperanza. Dios nos ama y nos redimió, sin importar cómo nos sintamos nosotros. El Señor tiene un plan para nuestra vida, sin importar las circunstancias que estemos pasando. Y debido a que él resucitó de entre los muertos, nosotros también resucitaremos un día y experimentaremos la unión con él.

San Pedro exhortó a los cristianos a estar “siempre preparados a responder a todo el que les pida razón de la esperanza que ustedes tienen” (1 Pedro 3, 15). Todos tenemos esperanzas y sueños que queremos que se cumplan. Pero nada puede compararse con la promesa cierta de la vida eterna que Dios nos ha hecho en Jesús. Independientemente de las luchas que experimentemos en esta vida, esa es nuestra esperanza sólida. Así que durante este tiempo de Pascua, dispongámonos a decirle a las personas cuál es el motivo por el cual hemos puesto nuestra esperanza en la resurrección de Jesucristo, nuestro salvador. n Abril / Mayo 2022 | 9


Cristo Pantocrátor © Fine Art Images, Bridgeman Images 10 | La Palabra Entre Nosotros


Dios va a restaurar todas las cosas en Jesús

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n el libro del Apocalipsis, San Juan relata una visión del cielo que Dios le dio. En esa visión, él ve un gran trono cubierto de piedras preciosas y rodeado de un arco iris que brillaba como una esmeralda, y un mar frente a él que era transparente como un cristal. Escuchó una voz como de trompeta y truenos. Veinticuatro ancianos, todos en sus propios tronos, adoraban al Señor y llevaban coronas de oro (Apocalipsis 4, 1-11). Todas estas imágenes, por muy majestuosas que suenen, solo pueden describir lo que es definitivamente indescriptible. La Iglesia trata de ponerle palabras cuando nos enseña que el cielo “es la comunidad bienaventurada de todos los que están perfectamente incorporados a Él.” Además, el cielo “sobrepasa toda comprensión y toda representación”, y sin embargo es “el fin último y la realización de las aspiraciones más profundas del hombre, el estado supremo y definitivo de dicha” (Catecismo de la Iglesia Católica, 1026, 1027, 1024). Abril / Mayo 2022 | 11


Esta es la esperanza por la cual vivimos. Aunque a veces tengamos que sufrir aquí en la tierra, y aunque muramos, nuestra fe no es en vano. El mayor deseo de Dios es que vivamos con él para siempre. Y él lo hizo posible a través de la muerte y resurrección de su Hijo, Jesús. La mejor parte es que, ¡esta esperanza no es solo para nosotros! Parte de la alegría que experimentaremos en el cielo viene de estar unidos no solo a Dios sino también con nuestros seres queridos, es más, ¡con todos nuestros hermanos y hermanas en Cristo! Nuestra felicidad se extenderá más allá de nosotros mismos. Nos regocijaremos en y con todos los creyentes que han pasado antes que nosotros. Los muertos resucitarán. Aunque nos imaginemos lo maravilloso y hermoso que debe ser el cielo, probablemente no tengamos el cuadro completo. La resurrección de Jesús tiene implicaciones más allá de abrir el cielo para nosotros. Debido a que él ha resucitado, incluso el temor a la muerte misma ha sido derrotado. No sabemos cuándo vendrá Jesús de nuevo, pero sí sabemos que cuando venga, nuestros cuerpos corruptibles serán incorruptibles (1 Corintios 15, 42-43; CIC, 1038). Resucitaremos así como él resucitó. Recibiremos cuerpos incorruptibles como el suyo, y nuestro corazón 12 | La Palabra Entre Nosotros

será completamente purificado de todo pecado, tristeza y sufrimiento. Finalmente experimentaremos, en nuestro propio cuerpo, ¡la promesa de la muerte que ha sido derrotada! Creer en la resurrección de nuestro cuerpo no es algo que resulte sencillo. Podríamos preguntarnos cómo será posible que nuestra carne pueda resurgir después de que nuestro cuerpo ya se ha descompuesto. Incluso para los primeros cristianos esta enseñanza fue difícil de comprender y aceptar (1 Corintios 15, 12). Pero como Pablo lo enseñó, nuestra resurrección está directamente unida a la propia resurrección de Jesús. “Si los muertos no resucitan”, escribió, “tampoco Cristo resucitó” (15, 16). En otras palabras, ¿cuál sería el objetivo de que Jesús resucitara en su cuerpo si él no pretendía resucitarnos a nosotros, sus hijos amados, para estar también con él? No sabemos exactamente cómo será tener un cuerpo glorioso, pero podemos encontrar algunas pistas en la Escritura. El cuerpo resucitado de Jesús era muy parecido al nuestro. Estaba compuesto de carne y hueso; Tomás pudo meter su mano en las heridas y el costado de Jesús (Juan 20, 27). Jesús incluso comió pescado cocinado en frente de sus discípulos (Lucas 24, 42-43). Pero de otras maneras, Jesús no era como nosotros. Parecía poder atravesar puertas cerradas (Juan 20, 19), y


En el juicio final, todo lo que estaba mal en el mundo será bueno, y el Reino de Dios perdurará para siempre. al menos uno de los relatos dice que podía desaparecer inmediatamente de la vista de los demás (Lucas 24, 31). Nosotros no sabemos si seremos capaces de hacer cosas similares cuando resucitemos de entre los muertos, pero sí sabemos que nuestros cuerpos serán perfectos e inmortales. Eso significa que nunca más experimentaremos la enfermedad, nunca envejeceremos ni nuestros cuerpos se descompondrán. Un cielo nuevo y una tierra nueva. En este cuadro celestial, encontramos otro detalle importante: Cuando Jesús venga de nuevo y nos resucite, viviremos en “un cielo nuevo y una tierra nueva” (Apocalipsis 21, 1). En

el libro del Apocalipsis, San Juan describe a Jerusalén, la ciudad celestial, que baja a la tierra: “La ciudad brillaba con el resplandor de Dios; su brillo era como el de una piedra preciosa, como un diamante, transparente como el cristal” (21, 10-11). ¡Qué cuadro tan hermoso y lleno de esperanza nos describe Juan! En el juicio final, todo lo que estaba mal en el mundo será bueno, y el Reino de Dios perdurará para siempre, aquí mismo en la tierra. El cielo y la tierra serán uno solo, y será nuestro hogar nuevo y eterno. Como nos enseña la Iglesia: “Esta renovación misteriosa… será la realización definitiva del designio de Dios de ‘hacer que todo tenga a Cristo por Cabeza, lo Abril / Mayo 2022 | 13


que está en los cielos y lo que está en la tierra’” (CIC, 1043; Efesios 1, 10). Mientras Juan veía la ciudad santa bajar desde el cielo, escuchó una fuerte voz que proclamaba: Aquí está el lugar donde Dios vive con los hombres. Vivirá con ellos, y ellos serán sus pueblos, y Dios mismo estará con ellos como su Dios… porque todo lo que antes existía ha dejado de existir. (Apocalipsis 21, 3-4)

De alguna manera, nuestro mundo será transformado, ¡así como nosotros seremos transformados! Como escribió San Pablo, toda la creación “se queja y sufre como una mujer con dolores de parto”. Pero incluso la creación será “liberada de la esclavitud y la destrucción, para alcanzar la gloriosa libertad de los hijos de Dios” (Romanos 8, 22. 21). ¿Puedes imaginar un mundo donde no haya terremotos o huracanes, inundaciones o hambrunas? ¿Un mundo donde no existe ni la más mínima posibilidad de sufrir una pandemia? ¿Un mundo donde todos vivan en unidad, libres de la amenaza de las guerras o de la división étnica o racial? Esto es lo que Dios nos ha prometido y es lo que Jesús ha obtenido con su resurrección. Este cuadro glorioso es el fundamento de toda nuestra esperanza en este mundo. Al 14 | La Palabra Entre Nosotros

final de los tiempos, Dios restaurará verdaderamente todas las cosas en él, incluyéndote a ti, y hará bueno todo lo que ha sido malo. Una esperanza que nunca defrauda. El pecado, el conflicto, la enfermedad, la adicción y la muerte son todas partes de este mundo, pero no tienen la última palabra. Mientras vivimos en nuestra cotidianeidad aquí en la tierra, sabemos que Cristo está con nosotros. Lo que Jesús ha hecho a través de su muerte y resurrección ya ha comenzado. El Señor nos ha liberado del pecado. Ya nos ha encomendado la misión de hacer avanzar su reino en la tierra. Podemos vivir en la plena confianza de que en el último día, él completará todo lo que ha iniciado (Juan 6, 39). En una serie de discursos que el Papa Francisco ha dado sobre la esperanza cristiana, dijo que a pesar del pecado que vemos en el mundo, sabemos que hemos sido salvados por Dios. Incluso podemos ver signos de la resurrección a nuestro alrededor: El cristiano no vive fuera del mundo, sabe reconocer en la propia vida y en lo que le circunda los signos del mal, del egoísmo y del pecado… pero, al mismo tiempo, el cristiano ha aprendido a leer todo esto con los ojos de la Pascua, con


Imagina un mundo en el que no hay huracanes, un mundo sin pandemias y en el que no existen las guerras o la división racial. los ojos del Cristo Resucitado. Y entonces sabe que estamos viviendo el tiempo de la espera, el tiempo de un anhelo que va más allá del presente, el tiempo del cumplimiento. En la esperanza sabemos que el Señor desea resanar definitivamente con su misericordia los corazones heridos y humillados y todo lo que el hombre ha deturpado (desfigurado) en su impiedad, y que de esta manera Él regenera un mundo nuevo y una humanidad nueva, finalmente reconciliados en su amor. (Audiencia General, 22 de febrero de 2017)

En este tiempo de espera, no debemos sentirnos desanimados, a pesar de lo que veamos que está sucediendo

a nuestro alrededor. Podemos tener esperanza, no solo por nuestra salvación personal, sino por la salvación de nuestros seres queridos e incluso por la de todo el mundo. Dios presentó su plan de rescate cuando hizo una alianza con Abraham y cuando los israelitas se convirtieron en su pueblo escogido. A través de ellos, Jesús vino al mundo como Señor y Salvador. Cuando venga de nuevo, se cumplirá la promesa de Dios de rescatar a su creación del pecado y la muerte para siempre. Esta es la esperanza que podemos ofrecer a todos los que están sufriendo, a los que anhelan el amor, la misericordia y la justicia. Que nosotros podamos ser mensajeros, ofreciendo nuestra esperanza a las personas a donde quiera que Dios nos envíe. n Abril / Mayo 2022 | 15


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Curación del paralítico © Purix Verlag Volker Christen / Bridgeman Images


Podemos ser testigos del poder de la resurrección

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n 1918, una joven intelectual alemana llamada Edith Stein fue invitada a pasar un mes en la ciudad de Gotinga con su amiga que recientemente había quedado viuda, Ana Reinach. Edith había sido alumna de filosofía de Adolfo, el esposo de Ana, y ella le pidió a Edith que le ayudara a ordenar los papeles de su esposo. Aunque estaba feliz por ir, Edith estaba nerviosa. ¿En qué estado emocional encontraría a la viuda doliente? Ana estaba de duelo, pero no estaba desesperada. Más bien, Edith la encontró en paz. Ana y Adolfo se habían convertido al cristianismo unos pocos años antes, y Ana había puesto su confianza en la promesa de la salvación de Dios. La fe de Ana impresionó tanto a Edith que fue uno de los factores clave para su conversión. “Ese fue el momento en que mi falta de fe colapsó”, escribió más tarde, “y Cristo comenzó a brillar en mí.” Ana se había convertido en un faro de esperanza para Edith. Abril / Mayo 2022 | 17


Como cristianos llenos de fe, nosotros también estamos llamados a convertirnos en faros de esperanza. Eso puede ser difícil, especialmente cuando las circunstancias parecen robarnos la esperanza. Somos bombardeados por un río constante de malas noticias que pueden hacernos sentir indefensos y deprimidos. Además, todos tenemos situaciones difíciles en nuestra vida, o en la vida de nuestros seres queridos, que pueden causar que perdamos la esperanza. Pero nuestra esperanza en Cristo y en lo que él obtuvo por medio de su muerte y resurrección puede ser un testimonio poderoso para las personas que nos rodean. Como fue el caso con Edith Stein, incluso podría ser el catalizador para la conversión de alguien más. Como vimos en nuestro primer artículo, la esperanza cristiana no está basada en los deseos, ni tampoco es una negación exageradamente optimista del sufrimiento en el mundo. Más bien, está profundamente enraizada en Jesús y su resurrección. Está basada en una verdad que no cambia, la verdad de un Dios que nos ama y que ha venido a salvarnos. Desarrollar “músculos de esperanza”. La Iglesia nos enseña que, junto con la fe y el amor, la esperanza es una virtud teologal “infundida 18 | La Palabra Entre Nosotros

por Dios en el alma de los fieles para hacerlos capaces de obrar como hijos suyos” (Catecismo de la Iglesia Católica, 1813). Pero, si bien es cierto, la esperanza es un don de Dios, nosotros podemos crear nuestros propios “músculos” de esperanza ejercitando intencionalmente esta virtud. La esperanza crece en nosotros mientras nos mantenemos fieles al Señor con el paso de los años. No es algo que suceda de una sola vez, requiere mantenerse firmes en Dios aun cuando no podamos ver la luz al final del túnel. Como escribió una vez San Pablo: “Esperar lo que ya se está viendo no es esperanza, pues, ¿quién espera lo que ya está viendo? Pero si lo que esperamos es algo que todavía no vemos, tenemos que esperarlo sufriendo con firmeza” (Romanos 8, 24-25). A continuación, algunas maneras de hacer esto: Sumérgete en la palabra de Dios. Dios no solamente nos habla a través de su palabra, sino que también la utiliza para formar nuestro corazón y nuestra mente (Romanos 12, 2). Cuanto más leamos y recemos con la Escritura, podremos interiorizarla más y adoptar una visión diferente de la realidad. En cierto sentido, se convierte en el guion de nuestra vida. Comenzamos a ver todo lo que sucede, bueno y malo, dentro del contexto más amplio del plan


Cada domingo tenemos la oportunidad de celebrar la resurrección de Jesús. de Dios que se está desarrollando. Aprendemos a poner nuestra fe en las promesas de Dios de salvarnos y cuidar de nosotros. Luego cuando enfrentamos una tragedia o alguna otra dificultad, podemos lamentarnos, pero como sucedió con la amiga viuda de Edith Stein, podemos encontrar esperanza en nuestra fe.

puedes perder la nueva vida que has recibido a través de la resurrección de Jesús a menos que la rechaces. Así que de vez en cuando pregúntate dónde debes poner tu esperanza. Si ves que estás invirtiendo demasiado en las cosas de este mundo, preséntate ante el Señor y pídele la gracia para redirigir tu esperanza hacia él y la vida eterna que él obtuvo para ti.

Pregunta: ¿Dónde pongo mi esperanza? Piensa en la forma en que ves tu hogar, tu familia, tu carrera o tus capacidades. Es posible que te hayas esforzado mucho para desarrollarlas, pero también sabes que la tragedia puede golpear en cualquier momento y llevarse parte o todo eso. Pero de ninguna manera

Celebra el Día del Señor y encuentra esperanza en la Eucaristía. Cada domingo tenemos la oportunidad de celebrar la resurrección de Jesús, tanto en la Misa como durante el día. Es un día que podemos dedicar más tiempo al Señor y darle gracias por darnos un “futuro lleno de esperanza” (Jeremías 29, 11). Abril / Mayo 2022 | 19


En la Misa, nos encontramos con el mayor signo de esperanza que hay en este mundo: La Eucaristía. Todos los días, a toda hora, la Misa se está celebrando en algún lugar. El Cristo resucitado está en medio de nosotros, listo para fortalecernos para el camino alimentándonos con su Cuerpo y su Sangre. Incluso en los momentos más bajos de nuestra vida, podemos buscar a Jesús en la Eucaristía para que nos fortalezca y nos dé la esperanza que necesitamos para perseverar. Haz tu mejor esfuerzo por trabajar para tener un mundo mejor. Creemos que un día, Jesús vendrá de nuevo para corregir todo lo que está mal en el mundo. Pero Dios quiere que nosotros trabajemos con él desde ahora para promover la justicia. ¿Qué te podría estar pidiendo Dios específicamente? Cada acción que realizas para compartir el amor, la misericordia y la compasión de Dios es una forma de ofrecer esperanza a las personas que un día vivirán en un mundo mejor. Comparte tu esperanza. ¿Qué tan a menudo te involucras en conversaciones en las que tu propia falta de fe desanima a otras personas? Sin embargo, si por el contrario intentamos ver el mundo con los ojos de la esperanza, confiados en que Dios está llevando a cabo su plan, podemos 20 | La Palabra Entre Nosotros

volvernos una fuente de esperanza. No queremos ofrecer un sentido de falsa esperanza, desde luego, pero siempre tenemos la oportunidad de expresar nuestra confianza en que “Dios dispone todas las cosas para el bien de quienes lo aman, a los cuales él ha llamado de acuerdo con su propósito” (Romanos 8, 28). Pídele a Dios que aumente tu esperanza. A menudo todos nos sentimos tentados a perder la esperanza, especialmente cuando estamos enfrentando situaciones difíciles. Así que, especialmente cuando te sientes desanimado, pídele a Dios que aumente tu esperanza. No te preocupes si no te sientes especialmente alegre de forma inmediata. Recuerda que la esperanza está íntimamente conectada con la fe y el amor. Cuanto más profunda sea tu fe, más crecerá tu esperanza en las promesas de Dios. De igual manera, cuanto más confíes en el amor de Dios, más capaz serás de creer que no importa lo que suceda, Dios estará contigo y sacará algo bueno de ello. Espera en el plan de Dios para su creación. ¿Cómo sabremos que nuestra esperanza está aumentando? Es posible que descubramos que tenemos menos temor y ansiedad pues nuestra confianza en Cristo se está haciendo más fuerte. Y esa clase de


Dios quiere que nosotros trabajemos con él desde ahora para promover la justicia. confianza nos permite concentrar nuestra vida aquí y ahora y no preocuparnos demasiado en lo que podría pasar en el futuro. Podríamos empezar a tener una perspectiva distinta de la muerte. En lugar de verla como el final de la vida, podríamos verla como un paso hacia una vida más nueva y mejor. Como escribió San Pablo, si “nosotros hemos muerto con Cristo, confiamos en que también viviremos con él” (Romanos 6, 8). También podríamos descubrir que nos hemos vuelto más alegres. Eso se debe a que comenzamos a ver las cosas desde la perspectiva de Dios en lugar de la nuestra. Vemos más claramente el plan de Dios para la creación desarrollándose delante de nosotros. Debido a que Jesús resucitó, sabemos que él ya conquistó la muerte y el pecado. Comenzamos a esperar ese día en que Jesús vendrá de nuevo y el

pecado y la muerte dejarán de existir para siempre. Debido a que sabemos cómo termina la historia, podemos alegrarnos aun en medio de las tristezas de esta vida. Hermanos y hermanas, Dios necesita que nos convirtamos en faros de esperanza en este mundo. El Señor desea que proclamemos su resurrección viviendo en una forma que demuestre que no solo creemos en que Cristo ha resucitado de entre los muertos sino que eso hace una diferencia aquí y ahora. Así que en este hermoso tiempo de Pascua tan lleno de esperanza, pídele a Dios que te conceda una mayor esperanza en él y en el poder de su resurrección. Permítele que te conceda ser un signo de esperanza para el mundo, que refleje su amor y misericordia y su constante deseo de estar unido con cada uno de sus hijos, ahora y para siempre. n Abril / Mayo 2022 | 21


Llamados a servir Meditaciones del Papa Francisco sobre los Evangelios Por S.S. El Papa Francisco

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esús les hace a sus discípulos una pregunta aparentemente indiscreta: «¿De qué discutían por el camino?» Una pregunta que también puede hacernos hoy: ¿De qué hablan cotidianamente? ¿Cuáles son sus aspiraciones? «Ellos –dice el Evangelio– no contestaron, porque por el camino habían discutido sobre quién era el más importante». (Mc. 9, 34) Les daba vergüenza decirle 22 | La Palabra Entre Nosotros

a Jesús de lo que hablaban. Como a los discípulos de ayer, también hoy a nosotros, nos puede acompañar la misma discusión: ¿Quién es el más importante? Jesús no insiste con la pregunta, no los obliga a responderle de qué hablaban por el camino, pero la pregunta permanece no solo en la mente, sino también en el corazón de los discípulos...


¿Quién es el más importante? Jesús es simple en su respuesta: «Quien quiera ser el primero —o sea el más importante— que sea el último de todos y el servidor de todos». (Mc 9, 35). Quien quiera ser grande, que sirva a los demás, no que se sirva de los demás. Y esta es la gran paradoja de Jesús. Los discípulos discutían quién ocuparía el lugar más importante, quién sería seleccionado como el privilegiado —¡eran los discípulos, los más cercanos a Jesús, y discutían sobre eso!—, quién estaría exceptuado de la ley común, de la norma general, para destacarse en un afán de superioridad sobre los demás. Quién escalaría más pronto para ocupar los cargos que darían ciertas ventajas. Y Jesús les trastoca su lógica diciéndoles sencillamente que la vida auténtica se vive en el compromiso concreto con el prójimo. Es decir, sirviendo. Una invitación a servir. La invitación al servicio posee una peculiaridad a la que debemos estar atentos. Servir significa, en gran parte, cuidar la fragilidad. Servir significa cuidar a los frágiles de nuestras familias, de nuestra sociedad, de nuestro pueblo. Son los rostros sufrientes, desprotegidos y angustiados a los que Jesús propone mirar e invita concretamente a amar. Amor que se plasma en acciones y decisiones. Amor que se manifiesta en las

distintas tareas que como ciudadanos estamos invitados a desarrollar. Son personas de carne y hueso, con su vida, su historia y especialmente con su fragilidad, las que Jesús nos invita a defender, a cuidar y a servir. Porque ser cristiano entraña servir la dignidad de sus hermanos, luchar por la dignidad de sus hermanos y vivir para la dignidad de sus hermanos. Por eso, el cristiano es invitado siempre a dejar de lado sus búsquedas, afanes, deseos de omnipotencia ante la mirada concreta de los más frágiles. Hay un «servicio» que sirve a los otros; pero tenemos que cuidarnos del otro servicio, de la tentación del «servicio» que «se» sirve de los otros. Hay una forma de ejercer el servicio que tiene como interés el beneficiar a los «míos», en nombre de lo «nuestro». Ese servicio siempre deja a los «tuyos» por fuera, generando una dinámica de exclusión. Todos estamos llamados por vocación cristiana al servicio que sirve y a ayudarnos mutuamente a no caer en las tentaciones del «servicio que se sirve». Todos estamos invitados, estimulados por Jesús a Abril / Mayo 2022 | 23


Eduardo Berdejo/CNA Catholic News Agency

hacernos cargo los unos de los otros por amor. Y esto sin mirar de costado para ver lo que el vecino hace o ha dejado de hacer. Jesús dice: «Quien quiera ser el primero, que sea el último y el servidor de todos». Ese va a ser el primero. No dice, si tu vecino quiere ser el primero que sirva. Debemos cuidarnos de la mirada enjuiciadora y animarnos a creer en la mirada transformadora a la que nos invita Jesús. Este hacernos cargo por amor no apunta a una actitud de servilismo, por el contrario, pone en el centro la cuestión del hermano: el servicio siempre mira el rostro del hermano, toca su carne, siente su proximidad y hasta en algunos casos la «padece» y busca la promoción del hermano. 24 | La Palabra Entre Nosotros

Por eso nunca el servicio es ideológico, ya que no se sirve a ideas, sino que se sirve a personas… No nos olvidemos de la Buena Nueva de hoy: la importancia de un pueblo, de una nación; la importancia de una persona siempre se basa en cómo sirve la fragilidad de sus hermanos. Y en esto encontramos uno de los frutos de una verdadera humanidad. Porque, queridos hermanos y hermanas, «quien no vive para servir, no sirve para vivir». n Homilía pronunciada por el Papa Francisco el 20 de septiembre de 2015 en La Habana, Cuba. Extractado del libro “La Ternura Infinita de Dios”, publicado por The Word Among Us Press.


Caminar sobre la cuerda floja de la fe La enfermedad fue mi escuela de confianza

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ací y fui criada en Ucrania por padres que eran ateos. Como la mayoría de las personas en la Unión Soviética, mis padres creían que una persona de fe no tenía educación y era de mente limitada. Al mismo tiempo, mis padres eran personas decentes y amables e hicieron su mejor esfuerzo para enseñarme a vivir con valores morales. A pesar de que Dios no era parte de sus enseñanzas, estoy muy agradePor Irina Turayeva cida por la educación que ellos me dieron. Abril / Mayo 2022 | 25


Mi camino hacia Dios comenzó con una popular serie de televisión latinoamericana que comencé a ver no mucho después del colapso de la Unión Soviética. La trama del programa era sobre un sacerdote ficticio que luchaba en contra de la injusticia y desempeñaba un papel importante en el final feliz de cada episodio. ¡Nunca pensé que los sacerdotes pudieran ser buenos! Más adelante, cuando yo estaba en la universidad, mi padre murió de cáncer. Éramos muy cercanos y su pérdida fue muy difícil para mí. En medio de mi duelo, comencé a pensar mucho sobre la muerte y el significado de la vida. Unos meses después, mi amiga me presentó a la hermana Dolores, una monja que ella había conocido en un servicio de oración ortodoxo. A través de la hermana Dolores, conocí a un sacerdote, y después de numerosas conversaciones con él, decidí convertirme al catolicismo. A la edad de diecinueve años, fui bautizada en la Catedral de la Asunción de la Bienaventurada Virgen María en Kharkiv. Todavía en control. Al inicio de mi caminar cristiano, escuché una homilía que me conmovió profundamente. El padre Yuri Ziminsky, el fundador de las ediciones rusa y ucraniana de La Palabra Entre Nosotros, estaba predicando sobre la confianza en Dios. 26 | La Palabra Entre Nosotros

Él utilizó una alegoría sobre un equilibrista en un circo. Antes de cada nuevo truco, él le preguntaba a la audiencia: “¿Ustedes creen que yo puedo caminar sobre la cuerda floja con mis ojos cerrados? O, ¿caminar en la cuerda mientras empujo este carrito?” Cada vez, la multitud gritaba: “¡Sí! ¡Nosotros creemos!” Pero cuando el equilibrista invitaba a uno de ellos a sentarse en su carrito, ninguno de los espectadores se ofrecía como voluntario. El padre Yuri explicó que nosotros podemos asemejarnos a la audiencia del circo. Asistimos a Misa, rezamos, ayunamos y decimos que creemos. No dudamos en decir que Dios es todopoderoso y que confiamos en él. Pero cuando surge un problema personal, preferimos mantenerlo bajo nuestro control en lugar de subirnos con Jesús “en el carrito”. En otras palabras, una cosa es decir que confiamos en Dios, pero la otra es realmente arriesgarnos junto con él. Cuando escuché este mensaje, sentí que mi fe era fuerte, y podía verme sentada en aquel carrito. Poco después de escuchar este sermón, comencé a trabajar como traductora para la edición ucraniana de La Palabra Entre Nosotros. Los años pasaron, yo disfrutaba de mi trabajo y me sentía fuerte en mi fe. Pero algo cambió cuando comencé a trabajar en un artículo sobre la mujer que tocó el manto de Jesús y se curó (Marcos


Esta experiencia de confianza total en Jesús sigue siendo el milagro más grande que he recibido durante esta prueba.

5, 25-34). Sentí una conexión profunda con el relato, y sentí que Dios me estaba invitando a recorrer este mismo camino. “Dios, esto no,” pensé. “No quiero enfermarme, aun cuando eso signifique que tú vas a curarme. Yo creo que tú eres todopoderoso, pero sentarse en este carrito es demasiado.” ¿Estás preparada para subirte a mi carrito? Yo me sentía bien, pero después de hablar con una amiga que fue diagnosticada con cáncer de mama asintomático, decidí hacerme una mamografía. Los resultados del examen mostraron que uno de mis nódulos linfáticos era del tamaño de un limón, y yo estaba en una etapa

avanzada del linfoma. Poco después de mi biopsia, empecé a sentirme enferma. No podía acostarme porque sentía que me estaba sofocando, así que dormía en posición vertical. También tosía constantemente. La impresión inicial fue reemplazada con el pánico, conforme fui comprendiendo que estaba muy enferma. También comprendí lo superficial que había sido mi fe. En ese momento recordé la homilía del padre Yuri sobre subirse en el carrito con Cristo. Sentí que Jesús estaba junto a mí con el carrito. El Señor me dijo: “¿Crees que puedo llevarte al límite del temor y la muerte?” Dios no me presionó ni me reprochó por haber olvidado todo lo que él ya había hecho por mí. Más Abril / Mayo 2022 | 27


En cada paso del camino, el Señor estuvo cercano, mostrándome su amor y cuidado. bien, se ganó mi confianza con su paciencia excepcional. El siguiente año estuvo lleno de exámenes, resonancias, cirugías, quimioterapia y tratamientos de radiación. El tratamiento fue muy difícil, tanto física como mentalmente. Al poco tiempo de ser diagnosticada tuve que dejar de trabajar a tiempo completo, pues estaba muy enferma. En cada paso del camino, el Señor estuvo cercano, mostrándome su amor y cuidado a través de mis amigos, familiares y conocidos. Una de mis amigas más cercanas vino desde Crimea, que está a unas ocho horas de viaje, para vivir conmigo todo el año. Dios desea darnos más. Después de un año completo de tratamiento, asistí a la serie final de exámenes. Mi amiga se había devuelto a Crimea para visitar a su madre pero después no pudo regresar a mi casa porque las fronteras fueron cerradas debido a la pandemia del covid-19. Y con mis amigos y familiares todos en cuarentena, nadie podía visitarme. Me había quedado sola con Cristo. 28 | La Palabra Entre Nosotros

Durante este tiempo, Jesús ha llenado mi corazón con una paz tan profunda que no hay lugar en él para el temor. Comprendí que yo estaba finalmente “en el carrito” con él, confiando completamente en que el Señor ha cuidado de mí en esta travesía del cáncer. Ahora estoy en remisión, pero esta experiencia de confianza total en Jesús sigue siendo el milagro más grande que he recibido durante esta prueba. Sí, los tratamientos eran incómodos y dolorosos, pero me acercaron más a la misericordia y fidelidad de Cristo. Las personas que me rodeaban durante mis tratamientos también fueron impactadas por el Señor a través de mi enfermedad y tratamiento. Mi amiga que se quedó viviendo conmigo era escéptica de mi fe, pero durante mi enfermedad rezó mucho, habló de temas espirituales y fue a Misa conmigo cuando yo podía asistir. A finales del 2020, ella fue recibida en la Iglesia católica, y hoy en día es un miembro activo de su parroquia. Yo sé que podemos descubrir muchos resultados sorprendentes cuando nos subimos en el carrito con el Señor, incluyendo la sanidad y una vida transformada. n Irina Turayeva es la traductora y editora de la edición rusa y ucraniana de La Palabra Entre Nosotros. Ella vive en Kharkiv, Ucrania.


Nadie se pierde para siempre

Jacques Fesch: Asesino condenado, cristiano convertido

Por Anne Bottenhorn


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l 25 de febrero de 1954, un joven que huía de un frustrado asalto en París entró en pánico y disparó descontroladamente. Mató a un policía e hirió gravemente a un transeúnte. El aspirante a ladrón fue arrestado, recluido en la prisión de máxima seguridad de La Santé y condenado a muerte en la guillotina. Cuando ingresó en prisión era ateo, pero ahí experimentó una conversión tan profunda que, en la noche antes de su ejecución, escribió: “Mi cabeza caerá —gloriosa vergüenza— ¡con el cielo como su premio! Estoy feliz.” El alma perdida de Jacques Fesch había sido salvada por Cristo mientras se encontraba en la prisión. Delincuente, vividor y asesino juvenil. Nacido el 6 de abril de 1930, Jacques Fesch fue criado en una atmósfera que parece haberle drenado la confianza, la iniciativa y la fe. Era un estudiante pobre que a menudo era descrito como una mente ausente y un “soñador sin metas”. Sobre sí mismo, escribió: “Naturalmente débil, yo era rebelde, perezoso, fácilmente manipulable y… [necesitado].” Fesch abandonó la escuela a los dieciocho años de edad para trabajar, con mucha apatía, en el banco de su padre. A los veintiún años, se casó con una joven mujer que estaba embarazada de su hijo y se fue a trabajar para el padre de ella. Fesch soñaba con crear su propia sucursal del negocio de su suegro. Adquirió un préstamo, pero se compró un auto y así gastó la mitad del dinero. Rápidamente comprendió que esta compra le 30 | La Palabra Entre Nosotros

imposibilitaba tanto llevar a cabo su plan, como pagar el préstamo. A inicios de 1954, Fesch estaba ahogado por la deuda, la desilusión y el desánimo. Para salvarse a sí mismo, ideó un plan para escapar: Compraría un bote y navegaría hacia Tahití. La idea de libertad y de un nuevo comienzo se volvió una obsesión para él, pero no tenía forma alguna de costearla. Para remediar eso, diseñó un plan para asaltar a un cambista de dinero. El plan falló horriblemente y Fesch fue capturado sosteniendo todavía un arma en su mano ensangrentada. Parecía que además de haberle disparado al policía, se había disparado accidentalmente a sí mismo. Prisionero. Fesch fue arrestado, interrogado y ubicado en confinamiento solitario. El capellán que primero lo visitó encontró a un prisionero


Foto © AGIP / Bridgeman Images

Jacques Fesch abraza a su esposa, Pierrette, el día de su arresto en 1954.

destruido y desesperado que lo echó, alegando que no profesaba ninguna fe. Para aliviar las largas y solitarias horas, Fesch leía libros, escribía cartas y, en la soledad de su celda, comenzó a redescubrir a Dios. Sus ideas se fueron transformando gradualmente. “Ya no tenía la certeza de que Dios no existiera”, escribió. “Comencé a abrir mi corazón a él… a creer con mi razón, sin rezar, ¡o rezando solo un poco!” Fesch comenzó a abrirse a este destello de fe y abrazó la gracia que Dios le estaba ofreciendo, para leer

su misal y la Biblia. La gracia para rezar y reflexionar; para perseverar en la fe en un lugar que gritaba desesperación. Más tarde escribió: “Sin Dios, la celda sería un foso de oscuridad y desesperación que fácilmente podría corromper a una persona o… convertirla en una bestia salvaje.” Luz del amanecer. A Fesch no le sucedió ninguna de las dos. Durante un año mientras esperaba el juicio, la fe de Fesch maduró lentamente. Él confiaba en que no sería sentenciado a muerte, pero entendía muy Abril / Mayo 2022 | 31


bien que haber abierto su corazón a la fe no era ninguna estrategia para influenciar a un juez o un jurado. En octubre de 1954, “una poderosa ola de emociones” cayó sobre él. “En el espacio de unas pocas horas, acepté la fe, con una certeza absoluta”, escribió. “Creía y ya no podía entender cómo era posible que antes no creyera. La gracia había descendido sobre mí. Una gran alegría invadió mi alma, y por sobre todo, una profunda paz.” Esa alegría y paz lo sustentaron durante los últimos tres años de su vida. El confinamiento solitario le ofreció las interminables horas para crecer en su relación con Cristo, para reflexionar profundamente en la Escritura, en la cruz y en las cosas eternas. “Jesús me atrae hacia él”, escribió. “Me da tanto, cuando yo le pido tan poco.” Para Fesch, era un asunto de responder “sí” una y otra vez, se trataba de una conversión continua. En su última noche en este mundo, escribió: “Jesús está muy cerca de mí. El Señor me atrae más y más cerca de él, y yo solo puedo adorarlo en silencio.” Muchas de las cosas que él aprendió mientras estaba en prisión, las compartió luego con su familia y amigos por medio de cartas. Un biógrafo las calificó de cartas “extraordinarias” que “solamente podían ser el fruto de la luz y la 32 | La Palabra Entre Nosotros

“¡En cinco horas, veré a Jesús! Qué bueno es él… El Señor me acerca tan gentilmente a sí mismo, dándome una paz que no es de este mundo…Espero en la oscuridad, y en paz. ¡Espero en amor!”

fuerza divinas.” Para el hermano Tomás, un amigo religioso, Fesch escribió: “No soy yo el que avanza hacia Cristo, sino que es él quien… me carga sobre sus hombros… Todo es gracia, y… no me acerco a la muerte, sino a la vida.” “La obra de la gracia a veces es lenta.” Fesch anhelaba que su esposa y su familia compartieran su fe. Aunque su padre nunca pareció aceptar la conversión de su hijo, Fesch fue capaz de “notar el progreso de la gracia en su alma.” En su última carta a su suegra, con quien intercambió cartas varias veces a la semana durante sus años en prisión, Fesch escribió: “Te animo a que perseveres en la forma en que


lo estás haciendo, en la cual solamente has progresado un poco.” Su esposa comenzó a reaccionar visiblemente, también, aceptando asistir a la Confesión y recibiendo la Comunión luego de que él se lo solicitara. Por sobre todo, él aconsejaba a su esposa, y quizá a sí mismo: “Paciencia… la obra de la gracia a menudo es lenta.” Los años en confinamiento solitario pasaron lentamente. Una vez a la semana, hasta que se dictó el veredicto final, a Fesch se le permitía una visita de treinta minutos, que generalmente realizaban su suegra o su esposa. La mayor parte del tiempo, él lo pasaba animándolas, exhortándolas a no desesperar sino a creer en la bondad de Dios.

El proceso de apelación siguió su curso, y la lucha para mantenerse firme, y avanzar, en la gracia de Dios también. El capellán de la prisión, ahora un visitante bienvenido, le ofreció dirección, libros y, una vez al mes, los sacramentos. Su abogado, un católico devoto, le ofreció ánimo y apoyo mientras él intentaba ganar la apelación de Fesch. A pesar de una “voz interior” que él creía que le había dicho que el resultado de su juicio sería la ejecución, Fesch se mantuvo firme a su conversión y a la gracia. Las horas más maravillosas. Fesch fue guiado por la idea de que le quedaba poco tiempo de vida. En mayo de 1956, se describió a sí mismo Abril / Mayo 2022 | 33


“Nadie se pierde para siempre a los ojos de Dios, aun cuando haya sido condenado por la sociedad.” – Cardenal Lustiger como “un caracol que se arrastra por el camino de la fe.” En septiembre de 1957, tres semanas antes de su ejecución, corrigió esa descripción: Estoy viviendo las horas más maravillosas… Por cada pequeño esfuerzo que hago, recibo otra gracia, y, en vista del poco tiempo, este ascenso hacia Dios se ha logrado mucho más rápido de lo que habría sido para alguien a quien todavía le quedan muchos años por vivir… Sé con absoluta certeza que estoy rodeado por gracia y amor y que el Señor desea salvarme a pesar de mí mismo. ¡Fiat Señor! El que una vez fue un soñador sin propósito cuya obsesión lo llevó a cometer un crimen precipitado y maligno ahora se consolaba en la terrible angustia de su última noche. “Dios es fiel, no debo olvidar eso”, escribió. Justo antes de acostarse y rezar mientras esperaba su ejecución, escribió: 34 | La Palabra Entre Nosotros

“¡En cinco horas, veré a Jesús! Qué bueno es él… El Señor me acerca tan gentilmente a sí mismo, dándome una paz que no es de este mundo… Espero en la oscuridad, y en paz. ¡Espero en amor!” A las cinco y treinta de la mañana del 1 de octubre de 1957, Jacques Fesch fue decapitado en la guillotina. El 21 de septiembre de 1987, el cardenal Jean-Marie Lustiger, Arzobispo de París, inició una investigación diocesana de la vida y la santidad de Jacques Fesch. La opinión pública estaba dividida. Muchas personas lo denunciaron como alguien que no podía ser ejemplo luego de haber sido sentenciado por asesinar a un policía. Sin embargo, otros, han encontrado consuelo e inspiración en el relato de esta impresionante conversión. El Cardenal Lustiger sostuvo que la vida de Fesch demuestra la verdad de que “nadie se pierde para siempre a los ojos de Dios, aun cuando haya sido condenado por la sociedad.” La causa para la beatificación de Fesch fue abierta formalmente en 1993. n Ann Bottenhorn colabora desde hace mucho tiempo con La Palabra Entre Nosotros.


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de abril, viernes Juan 7, 1-2. 10. 25-30 Yo sí lo conozco, porque procedo de él y él me ha enviado. (Juan 7, 29) ¿De dónde eres? ¿Cuántas veces te han hecho esta pregunta? Generalmente contestamos con el nombre de la ciudad, el estado o el país donde crecimos o hemos vivido por un largo tiempo. Ese lugar se ha convertido en parte de nuestra identidad. La forma en que hablamos, lo que comemos, los equipos deportivos que apoyamos, todo esto y más, a menudo se ve influenciado por el lugar de donde venimos. Los habitantes de Jerusalén sabían que Jesús era de Nazaret, en Galilea. Probablemente, incluso, tenía acento galileo. Y, precisamente, ese era el problema. “Cuando llegue el Mesías”, decían, “nadie sabrá de dónde viene” (Juan 7, 27). De acuerdo, no es que realmente no se sabría de dónde venía, pues una de las profecías del Antiguo Testamento dice que el Mesías vendría de Belén, la ciudad de David (Miqueas 5, 1). Sin embargo, ¿que viniera de Galilea? ¡Imposible! Jesús no negó sus raíces: “Saben de dónde vengo” (Juan 7, 28). Pero sus raíces iban mucho más allá de Nazaret. Iban incluso más allá de sus lazos familiares. Jesús tenía sus raíces en su identidad como Hijo de Dios. Venía del Padre que lo había enviado. Ese era el punto central alrededor del cual

giraba toda su vida: Lo que pensaba, decía y hacía. Tú naciste en una familia específica en un momento y lugar específicos, y eso tiene influencia sobre quién eres tú hoy. Pero tu identidad más profunda viene de Dios tu Padre. El Señor te creó, y por virtud de tu Bautismo, te convertiste en su hijo o hija. Al igual que Jesús, ese debería ser el punto central sobre el que gire todo en tu vida. Estar firmes en nuestra identidad como hijos de Dios transformará nuestra vida. Impactará lo que decidamos hacer con nuestro tiempo y energía. Nos motivará a rezar y celebrar los sacramentos, e influenciará la forma en que nos relacionamos con las personas y la manera en que les hablamos. Nos hará más conscientes de las necesidades del pobre y le dará un propósito y significado a nuestra vida, porque al igual que Jesús, nosotros también hemos sido enviados a proclamar la buena nueva del amor misericordioso de Dios. ¡Qué honor ser llamado hijo o hija de Dios! “Padre celestial, te ruego que me ayudes a vivir mi identidad como hijo tuyo.” ³³

Sabiduría 2, 1. 12-22 Salmo 34 (33), 17-18. 19-20. 21. 23

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de abril, sábado Juan 7, 40-53 De Galilea no ha salido ningún profeta. (Juan 7, 52) ¡Ciertamente esa parece una declaración intransigente! Como vimos en la meditación del día de ayer, los fariseos estaban seguros: El Mesías sería un descendiente del rey David y vendría de Belén. Era imposible que viniera de Galilea, ese lugar donde las tribus del norte de Israel habían sido destruidas y que aquellos que habían quedado se habían mezclado con los gentiles. Jesús fue descartado simplemente por el lugar de donde provenía. Pero Nicodemo tenía motivos de peso para objetar esta línea de razonamiento: “¿Acaso nuestra ley condena a un hombre sin oírlo primero y sin averiguar lo que ha hecho?” (Juan 7, 52). En lugar de confiar en las experiencias del pasado y el conocimiento limitado, ¿no era mejor analizar la situación actual y sacar conclusiones según lo analizado? Sí, Jesús era de Galilea, pero curaba a los enfermos, expulsaba demonios y resucitaba a los muertos. Además, hablaba con la autoridad del mismo Dios. Seguramente esas eran señales más evidentes sobre quién era él en realidad que sus supuestos “oscuros” orígenes. No es difícil ver cómo esta clase de razonamiento todavía puede invadir nuestra mente hoy en día. Podríamos 36 | La Palabra Entre Nosotros

caer en la trampa de pensar que conocemos a alguien basándonos en su nivel de educación o su trabajo, su lugar de residencia o su contexto o incluso a cuál iglesia asisten —o si asisten del todo—. Si alguna vez has hecho un juicio de este tipo, probablemente este es un buen momento para analizar más tus pensamientos. Cuando te descubras haciendo esta clase de declaraciones intransigentes sobre alguien más como la que hicieron los fariseos en el Evangelio de hoy, sería sabio hacer una pausa y seguir el ejemplo de Nicodemo. Antes de apresurarte, mira otra vez, más profundamente, a la persona que está frente a ti. Permite que Dios te muestre cómo lo ve él. El Señor ve a alguien creado a su propia imagen y semejanza y lo que realmente desea es que esa persona lo reconozca como su Padre. Tomarse el tiempo para ver con mayor profundidad también te dará la oportunidad de ver a Jesús reflejado en esta persona. Y eso puede marcar toda la diferencia. “Amado Señor Jesús, te pido que me ayudes a verte reflejado en las personas que me rodean. Enséñame, por favor, a amar aun cuando me resulte difícil.” ³³

Jeremías 11, 18-20 Salmo 7, 2-3, 9-12


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MEDITACIONES ABRIL 3-9

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de abril, domingo Juan 8, 1-11 Tampoco yo te condeno. Vete y ya no vuelvas a pecar. (Juan 8, 11) ¿No te gustaría saber lo que pasó con esta mujer después de que se alejó de Jesús aquel día? San Juan no nos lo dice. En realidad, casi nunca sabemos lo que sucedió con las personas que aparecen en los Evangelios después de que Jesús las perdonara o las curara. Pero estas eran personas reales que probablemente vivieron muchos años después de su encuentro con él. Así que tratemos de imaginar lo que pasó después con esta mujer, acusada de adulterio por los fariseos. El rechazo de Jesús a condenarle debe haberla impactado profundamente. Su acto de misericordia salvó su vida, no solo físicamente, sino también espiritualmente. Quizá estaba tan agradecida con Jesús que se convirtió en una de sus seguidoras. Tal vez regresó y se reconcilió con su esposo. Algo que no podemos imaginar es que hubiera regresado a vivir de la misma forma en que lo había estado haciendo. Esto es lo que sucede cuando tenemos un encuentro con la misericordia

de Dios. Conmueve nuestro corazón y nos ayuda a ser más misericordiosos con otras personas y recibimos la gracia que nos fortalece contra la tentación a pecar. ¿Deseas tener esta clase de encuentro con Jesús? ¡Puedes pedirlo! Las palabras que le dijo Jesús a esta mujer son esencialmente las mismas que te dice el sacerdote cuando te confiesas: “Yo te absuelvo de todos tus pecados.” Aun cuando sientas que otras personas te condenan, aun cuando tú mismo te condenes, Jesús no te condena, al contrario, te perdona y te salva. En estas próximas dos semanas, aprovecha las oportunidades que te ofrecerá tu parroquia o alguna cercana para confesarte. Permite que la misericordia de Jesús te libere. Luego dedica los siguientes días para dirigirte hacia la Pascua agradeciéndole por amarte tanto. Permite que tu gratitud te mueva a seguir a tu Salvador todavía más de cerca, y a ser tan misericordioso con la gente que te rodea como lo es él contigo. “Señor Jesús, ¡gracias por tu infinita misericordia!” ³³

Isaías 43, 16-21 Salmo 126 (125), 1-2ab. 2cd-3. 4-5. 6 Filipenses 3, 7-14

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de abril, lunes Salmo 23 (22), 1-3a. 3b-4. 5-6 Tu bondad y tu misericordia me acompañan todos los días de mi vida. (Salmo 23, 6) ¿Qué significa ser “acompañado” por la bondad y la misericordia? Un significado de la palabra hebrea “acompañar” es “perseguir”, esto puede sonar muy negativo, como un policía que persigue a un criminal. Pero en este caso significa “buscar” o “asistir muy de cerca”. Mientras que “ir tras de” tiene una connotación negativa, el acompañamiento que hace Dios produce esperanza. El Señor es incansable en su deseo de darnos cosas buenas. Dios no cesa de buscarnos solo con las mejores intenciones. A veces puede ser difícil creer esa verdad, especialmente cuando estamos enfrentando situaciones difíciles. En esos momentos, el temor y la ansiedad parecen ser las únicas cosas que nos siguen. Quizá no vemos la bondad y la misericordia de Dios que nos asisten muy de cerca cuando las confusiones y las demandas de la vida diaria parecen abrumadoras. En la primera lectura de hoy, Susana es falsamente acusada y se enfrenta a la ejecución. Sintiéndose desamparada, exclama: “Dios eterno…” (Daniel 13, 42). Y el Dios eterno la ayudó. Su bondad y misericordia la acompañaron por medio de Daniel, quien expresó 38 | La Palabra Entre Nosotros

palabras sabias, examinó más a fondo la situación y así logró salvarla. Susana no había estado sola en aquel jardín cuando los dos ancianos malvados quisieron tenderle una trampa; la bondad y la misericordia del Señor estaban junto a ella, siguiendo cada movimiento que ella hacía. La bondad y la misericordia de Dios te siguen muy de cerca. Quizá te alcancen a través de otra persona, así como sucedió con Susana a través de Daniel. Podrías verlas en una palabra amable que te dicen en el momento justo, o una pequeña prueba de afecto de parte de tu esposo o esposa, o la sabiduría que de pronto te invade en medio de una situación adversa. Incluso si la dificultad que estás enfrentando no se resuelve en la forma en que tú esperabas, siempre puedes confiar en que verás la bondad y la misericordia de Dios manifestarse en el momento indicado y en la forma correcta. Recuerda que sea lo que sea que suceda, puedes confiar en que el Señor está cerca de ti, no solo en las situaciones desesperadas, sino todos los días de tu vida. “Te ruego que me ayudes, amado Señor, a reconocer tu bondad y misericordia en mi vida.” ³³

Daniel 13, 1-9. 15-17. 19-30. 33-62 Juan 8, 12-20


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de abril, martes Juan 8, 21-30 Si no creen que Yo Soy, morirán en sus pecados. (Juan 8, 24) En este pasaje que leemos en el Evangelio de hoy, Jesús no estaba hablando solamente de la muerte física. También estaba hablando sobre la muerte espiritual que es el estado en el que se encuentran todas aquellas personas que viven en pecado. Estaba advirtiendo a sus oyentes de que si no tenían fe en él, se arriesgaban a pasar el resto de su vida en una clase de “muerte en vida”. Lo que quería decirles era que se arriesgaban a ir por la vida incapaces de liberarse del peso de sus pecados y luego tendrían que cargar con esos pecados por toda la eternidad. Trata de imaginar la vida sin Cristo. Sin él, no hay alivio de la carga de la culpa. No hay gracia divina para fortalecernos frente a la tentación. Y, no hay don del Espíritu Santo que ilumine nuestro corazón con el amor de Dios. Es posible que, si lo intentamos por nosotros mismos, lleguemos a un estancamiento en nuestra lucha contra algunos de nuestros pecados, pero eso es lo más que vamos a lograr. ¿En dónde está la victoria? ¿En dónde está la alegría en la misericordia de Dios? Esa no es la vida que Jesús quiere para ti, ¡ni para nadie! Su sacrificio en la cruz fue más que un símbolo de

su amor. Es más que un ejemplo de la bondad extrema que él espera que nos inspire a esforzarnos más. Es el propio poder y sabiduría de Dios (1 Corintios 1, 24). Es el único “acto justo” que hace que todos aquellos que se acerquen a él “tengan vida” (Romanos 5, 18). Esas son buenas noticias en el Evangelio de hoy: Jesucristo, el Cordero de Dios, es el que quita los pecados del mundo. Por su cruz, él ha expiado todos nuestros pecados y los de todos aquellos en quienes tú puedas pensar. Nadie que se vuelva a él permanecerá muerto por sus pecados. Nadie tiene que ir por la vida cometiendo los mismos pecados una y otra vez. Todos pueden ser liberados de la oscuridad del pecado y llevados a la luz del amor de Dios. Jesús prometió que cuando lo levantáramos en la cruz, veríamos lo lejos que había ido con tal de salvarnos. Así que fija tus ojos en Cristo crucificado. Míralo y verás su amor fluyendo hacia ti. Permite que ese amor te traiga de la muerte a la vida. “¡Gracias, Señor Jesús, por rescatarme del pecado y de la muerte!” ³³

Números 21, 4-9 Salmo 102 (101), 2-3. 16-18. 19-21

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de abril, miércoles Daniel 3, 14-20. 91-92. 95 Estoy viendo cuatro hombres sueltos, que se pasean entre las llamas… Y el cuarto parece un ángel. (Daniel 3, 25) Podemos comparar las tragedias, pruebas o adversidades, cualquier situación que requiera de una fuerza extraordinaria para vencerla o soportarla, con un horno o calentador, no de esos que calientan la casa en invierno, sino uno que destruye y quema todo lo que hay a tu alrededor. La primera lectura de hoy nos recuerda que no importa lo difícil que sea la tarea que tenemos delante de nosotros, Dios estará a nuestro lado. El Señor puede darnos la fuerza y la valentía para enfrentar esas llamas y salir más fortalecidos que nunca. Para algunos de nosotros, el solo hecho de tener que levantarse cada día puede ser una experiencia abrasadora. Las personas que viven con depresión o ansiedad pueden vivir con temor de la mañana que sigue y de las incertidumbres del día que tienen por delante. Las personas que sufren de una enfermedad terminal pueden resentir el final de otro día de dolor. Pero incluso en estas situaciones, si clamamos al Señor, él puede envolvernos en su amor, calmar nuestros temores y darnos una valentía que no sabíamos que teníamos. 40 | La Palabra Entre Nosotros

Para otros de nosotros, una relación personal dañada puede parecer como un horno que nos quema la paz y la seguridad que una vez encontramos en la amistad con esa persona. Pero Dios está en medio de las llamas también, ofreciéndonos su sanación y ayudándonos a decidir cuándo y cómo buscar la reconciliación. Identificar y detener el comportamiento que nos lleva a pecar también puede ser muy difícil cuando las llamas de la tentación se acercan más y más. Pero también ahí está Dios, justo a nuestro lado cuando esos pensamientos y deseos dañinos surgen. Ellos no pueden alejarlo; él siempre está dispuesto a darnos la fuerza y la determinación para seguir luchando. Dios nunca prometió que la vida sería fácil, pero sí prometió que él estaría con nosotros para ayudarnos a pasar por el fuego. Siempre recuerda eso cuando te enfrentes a una decisión difícil o una situación peligrosa. El Señor te dará la valentía de continuar por el camino de la fe, él estará ahí para ayudarte y sostenerte. “Señor, por favor ayúdame a mantenerme firme y confiado aun cuando sienta que las llamas me tienen rodeado.” ³³

(Salmo) Daniel 3, 52-56 Juan 8, 31-42


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de abril, jueves Génesis 17, 3-9 Establezco una alianza perpetua para ser el Dios tuyo. (Génesis 17, 7) Observa todas las veces en que Dios está hablando de sí mismo en este pasaje: “Aquí estoy… la alianza que hago contigo… te he constituido como padre de muchas naciones… Te haré fecundo… Establezco una alianza… yo seré el Dios de ustedes” (Génesis 17, 3. 5. 6. 7. 8). ¡Todas estas declaraciones son promesas que Dios le hizo a Abraham y a sus descendientes! Lo que es verdaderamente increíble es saber que, en Cristo, ¡nosotros también somos herederos de esas promesas! Aun así, Abraham y Sara a veces dudaban de que Dios cumpliría estas promesas. ¿Cómo podrían tener un hijo en su ancianidad? ¿Cómo sería posible que este hijo convirtiera a Abraham en padre de muchas naciones? Tampoco fue de mucha ayuda que las promesas no se cumplieran de la noche a la mañana. Así que, después de muchos años de espera, Abraham y Sara trataron de forzar la mano de Dios cuando Abraham tuvo un hijo con Agar, la criada de Sara (Génesis16, 1-4). Podrías pensar que semejante acto de desconfianza los podía descalificar. Pero eso no fue lo que sucedió. Dios se mantuvo fiel a su promesa y les dio un hijo: Isaac. Al igual que sucedió con Abraham y Sara, nos puede resultar difícil confiar

en las promesas de Dios. Las dificultades y la espera pueden causar que nos preguntemos si Dios se ha olvidado de nosotros. Incluso podríamos tratar de tomar el asunto en nuestras manos. Pero, así como Dios se mantuvo fiel a Abraham y Sara y al igual que permaneció fiel a los israelitas a pesar de las muchas veces en que ellos le dieron la espalda, así también permanece fiel a nosotros. En la cruz, Jesús selló una nueva alianza con nosotros; él ha prometido salvarnos del pecado y la muerte y estar con nosotros siempre. Estas son promesas sólidas en las que podemos confiar, independientemente de lo que suceda en nuestra vida. La alianza de Dios es eterna. Fue iniciativa suya y él ha prometido defenderla. Como lo prometió a Abraham, él mantendrá su alianza con nosotros para siempre (Génesis 17, 7). Demos gracias al Señor por su fidelidad. Continuemos confiando en su palabra y luchando por permanecer fieles a él. Creamos en nuestro corazón que él es nuestro Dios y siempre mantendrá su palabra. “¡Gracias, Señor, porque tu fidelidad dura para siempre!” ³³

Salmo 105 (104), 2-3a. 3bc-4. 5-6. 7 Juan 8, 51-59

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de abril, viernes Jeremías 20, 10-13 Denunciemos a Jeremías. (Jeremías 20, 10) Una mujer estaba sirviendo comida para los indigentes en el comedor de su parroquia cuando un hombre se acercó al mostrador. De improviso, le preguntó a ella, “¿cómo van tus negocios últimamente?” Casualmente, la mujer estaba enfrentado problemas en su vida personal, y se lo contó al hombre. Él respondió señalando hacia arriba. “Solo confía en él”, dijo, elevando sus ojos hacia arriba con una sonrisa. La mujer, aceptó estas palabras como un signo de confianza de parte de Dios y comenzó a llorar. Sin embargo, la historia no termina ahí. Otro indigente que estaba observando no entendió bien la situación y pensó que las palabras del otro hombre habían hecho sentir mal a la mujer. Así que corrió y lanzó al hombre al suelo. Una vez que la verdad salió a la luz, el atacante se disculpó y regresó tímidamente a la mesa para seguir comiendo. Esta historia real es un ejemplo de lo que puede suceder a las personas que se arriesgan a compartir su fe o un mensaje de la Escritura con alguien más. Solo mira al profeta Jeremías. Él soportó la crítica, la denuncia e incluso la violencia por reprender a la gente de Jerusalén y exhortarlos a arrepentirse por las formas en que se habían alejado

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de Dios. En la lectura de hoy, Jeremías describe la forma en que sus antiguos amigos lo despreciaron porque no les gustaba lo que Dios les estaba diciendo a través de él. Jesús mismo también fue tratado de esta manera; el Evangelio de hoy nos dice que fue prácticamente apedreado por hablar de lo que los jefes religiosos consideraban que era blasfemia (Juan 10, 33). La vida para los profetas no es sencilla. Cuando transmiten el mensaje de Dios, especialmente cuando es uno que los demás no quieren escuchar, a menudo encuentran oposición. Pero Dios sigue llamándonos a cada uno a ser profetas en el mundo. Debido a que Jesús habita en nosotros, podemos ser expresiones vivientes de esperanza, ánimo, verdad y a veces convicción para otros. Desde luego, podemos estar arriesgándonos, podemos ser incomprendidos. ¡Solo observa lo que le sucedió a Jeremías y al hombre en el mostrador de la comida! Pero también podemos ofrecer una palabra a alguien que realmente la necesita. ¡Y ese riesgo definitivamente vale la pena! “Padre, te pido que me ayudes a proclamar tu palabra.” ³³

Salmo 18 (17), 2-3a. 3bc-4. 5-6. 7 Juan 10, 31-42


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de abril, sábado Juan 11, 45-56 Conviene. (Juan 11, 50) El sumo sacerdote Caifás estaba a punto de pasar por alto la nueva obra que Dios estaba realizando a través de Jesús. Desde el principio, tanto él como Jesús parecían haber estado en el mismo nivel: Tenían un profundo respeto por la ley de Moisés, y amaban al pueblo de Dios y el templo. Como parte de una familia sacerdotal, Caifás, o un pariente suyo, debe haber estado presidiendo cuando José y María presentaron a su hijo siendo un bebé en el templo. Quizá él estuvo entre aquellos que, una docena de años después, se maravillaron con la comprensión que el niño Jesús demostró en el templo. Sin embargo, aquí vemos a Caifás conspirando para matar a Jesús. ¿Cómo fue que sus caminos se separaron? Caifás protegía ferozmente los derechos del Israel ocupado. Estaba tan preocupado por la amenaza romana que temía que los romanos endurecieran su represión en respuesta a la gran popularidad de Jesús. Y por lo tanto en una de las declaraciones más irónicas de la Biblia, Caifás hizo un pronunciamiento claro y profético: “Conviene que un solo hombre muera por el pueblo” (Juan 11, 50). Caifás no podía ver quién era Jesús en realidad, y su pronunciamiento

puso en marcha los engranajes: A partir de ese día, los fariseos planearon matar a Jesús, y Jesús dejó de viajar y mostrarse en público. En realidad, era mucho mejor que un hombre, específicamente Jesús, muriera, que arriesgarse a que todo el pueblo de Dios siguiera perdiendo y siendo humillado. Sí, era bueno que este hombre —puro, inocente y hacedor de milagros— diera su vida para que su pueblo viera el cumplimiento de la alianza que Dios hizo con ellos. A través de las Escrituras, vemos a Dios haciendo cosas nuevas, cosas que a veces parecían ilógicas o incluso ridículas, pero que al final resultaban ser verdaderamente sabias. Ya sea que los humildes hereden la tierra (Mateo 5, 5), o que Dios se muestre más poderoso cuando actúe a través de nuestra debilidad (2 Corintios 12, 9) o humillar a los poderosos para exaltar a los humildes, él a menudo actúa de formas que difieren de lo que nosotros esperamos. Así que mantén tus ojos abiertos, ¡Dios podría hacer algo nuevo hoy! “Señor Jesús, no deseo subestimar nunca tu gracia. Te ruego que me ayudes a ver tu mano actuando de formas inesperadas.” ³³

Ezequiel 37, 21-28 (Salmo) Jeremías 31, 10-13

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MEDITACIONES ABRIL 10-16

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de abril, domingo Domingo de Ramos Lucas 22, 14–23, 56 Llegada la hora. (Lucas 22, 14) Una de las mejores formas de leer el relato de la pasión de Jesús es poniéndonos en sus zapatos. Primero, Jesús vio cómo uno de sus apóstoles lo traicionaba con un beso. ¿Alguna vez alguien te ha sonreído superficialmente pero luego hace algo que te hiere intencionalmente? Si es así, has tenido una prueba de la pasión del Señor. ¿Alguna vez has sido abandonado por tu mejor amigo en un tiempo de oscuridad? Esa también es una prueba de la pasión. Si alguna vez has sido víctima de bromas terribles que te han hecho daño, definitivamente, has experimentado la pasión. ¿Algo de esto fue divertido? Desde luego que la respuesta es no. ¿Te dolió profundamente? Probablemente sí. ¿Te enojaste, te sentiste humillado o guardaste resentimiento? Es lo más probable. ¿Quisieras vengarte? Quizá. Si Jesús se hubiera sentido presa, aunque fuera por una milésima de

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segundo, del resentimiento o del enojo, no habría sido capaz de salvarnos. Todo se habría perdido. Pero eso no sucedió. A través de este sufrimiento, por injusto que fuera, Jesús actuó como el cordero llevado al matadero. No se defendió a sí mismo ni tampoco luchó. En su lugar, todo lo que hizo fue decir: “Padre, perdónalos” (Lucas 23, 34). Todos nosotros enfrentaremos acusaciones falsas o abusos o traiciones en algún momento de nuestra vida. Al escuchar hoy el relato de la pasión del Señor, decidamos ser misericordiosos con aquellos que nos han hecho daño, nos han ridiculizado, nos traicionaron o mancharon nuestra reputación. También decidamos no volver a humillar o herir a alguien nunca más. Reflexionar en la pasión de Jesús naturalmente genera un sentimiento de dolor. Nos entristece ver a Jesús sufrir tanto y ser tan maltratado. Pero también podemos contemplar la cruz y pedirle a Dios que nos ayude a ser más misericordiosos, así como fue Jesús. “Señor, te ruego que me ayudes a ser misericordioso como tú eres misericordioso conmigo.” ³³

Lucas 19, 28-40 Isaías 50, 4-7 Salmo 22 (21), 8-9. 17-18a. 19-20. 23-24 Filipenses 2, 6-11


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de abril, lunes Isaías 42, 1-7 Esto dice el Señor Dios, que creó el cielo y lo extendió… Yo, el Señor… te tomé de la mano. (Isaías 42, 5. 6) Santa Juliana de Norwich cayó mortalmente enferma cuando tenía treinta años de edad, momento en el cual tuvo una serie de visiones místicas sobre la pasión de Jesús. En ellas, Juliana contempló el dolor y la angustia que Jesús experimentó en la cruz pero también la profunda alegría que él sintió en sufrir por ella y por toda la raza humana. Unos días después, ella se recuperó milagrosamente y escribió una crónica de sus visiones en un libro llamado Dieciséis Revelaciones del Amor Divino. Las visiones ilustraron el inmenso —e incluso sobrecogedor— amor que Dios tiene por nosotros. Durante una de las visiones, Juliana sostuvo en su mano algo pequeño, “no más grande que una nuez”. Pero Dios le reveló que era “todo lo que se había creado”. Imagina eso: Las grandes galaxias y las nebulosas, ¡todas comprimidas en el tamaño de una nuez! Por un momento, Santa Juliana vio el universo a través de los ojos del Creador. De pronto, se preocupó pensando en que debido a su pequeñez se podría dañar. Pero Dios le dijo que “perdura y siempre lo hará” porque él ama a ese universo.

Si te parece extraño estar hablando de nueces y el cosmos durante la Semana Santa, recuerda las palabras de Jesús: “Pues Dios amó tanto al mundo, que dio a su Hijo único” (Juan 3, 16). ¿No te parece increíble que Dios amara tan profundamente algo tan pequeño, que entregara a su único Hijo para rescatarlo? ¿No es asombroso que Jesús sufriera en la cruz por nosotros? En sus visiones, Santa Juliana vio que a través de la cruz, Cristo “nos abrazó” y “nos rodeó” con su tierno amor. A través de la cruz, nos sostiene de la mano (Isaías 42, 6) y nos saca del foso del pecado. Jesús nos recibió a todos en sus brazos y ese es el motivo de la Semana Santa: “¡Dios es amor!” En esta semana, mientras acompañas a Jesús en el camino al Calvario, recuerda el asombroso amor de Dios. Pídele a Dios que te deje echar una mirada a la pasión, una mirada al sufrimiento de Cristo y a la alegría profunda en el corazón de Dios. “Señor Jesús, abro mi corazón para recibir la abundancia de tu amor, con el cual me has envuelto para perdonar mis pecados.” ³³

Salmo 27 (26), 1. 2. 3. 13-14 Juan 12, 1-11

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de abril, martes Isaías 49, 1-6 Te voy a convertir en luz de las naciones. (Isaías 49, 6) La primera vez que esta profecía fue proclamada, los israelitas eran cautivos de los babilonios. Y a pesar de la situación en la que se encontraban, Dios les estaba prometiendo un siervo que los rescataría a ellos, no solo de su cautiverio geográfico, sino del cautiverio de su pecado. Y no solo a ellos, el siervo sería “luz de las naciones”, alcanzando “los últimos rincones de la tierra” (Isaías 49, 6). Dios deseaba alcanzar a toda la humanidad. Al leer hoy estas palabras, podemos ver que Dios ha logrado su plan a través del nacimiento, la muerte y la resurrección de su Hijo. Solamente piensa: Jesús no vino solo por los primeros discípulos o la Iglesia primitiva. Vino por tu vecino de al lado o por la persona que te rebasó peligrosamente en la carretera. El Señor vino por el esposo que está inmerso en un matrimonio difícil o luchando contra las drogas. Vino por aquellas personas que aún no tienen fe; vino por cada persona, incluyéndote a ti. Jesús desea que cada uno de nosotros lo conozca a él como el Señor. No hay oscuridad, ya sea en una situación difícil o un corazón endurecido o herido, que pareciera estar más allá de la capacidad de Dios para

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iluminarla. No hay un pecado que él no pueda perdonar. Como dice la primera lectura de hoy, sería “poco” que su siervo restaure solamente a los sobrevivientes de Israel (Isaías 49, 6). Jesús vino a traer luz para todos. Este debe haber sido un mensaje de ánimo para los israelitas, ¡como lo es para cada uno de nosotros! Es Semana Santa, y pronto veremos a Jesús alcanzar “los últimos rincones de la tierra”. Lo veremos ofrecer perdón al ladrón en la cruz junto a él (Lucas 23, 43). Lo veremos pidiendo a su Padre que perdone a sus verdugos (23, 34). Veremos a un gentil, el centurión romano, reconocerlo como el Hijo de Dios (Marcos 15, 39). Finalmente, lo veremos resucitar de entre los muertos y vencer al pecado y la muerte para siempre. Jesús, la Luz del mundo, vino para salvar a las naciones, tanto en su tiempo como en el nuestro. Pidamos que todas las personas se vuelvan a él y lo acepten como el Señor. “Señor Jesús, te ruego que permitas que tu luz brille sobre todos aquellos que no te conocen y viven en tinieblas.” ³³

Salmo 71 (70), 1-2, 3-4a. 5-6ab. 15. 17 Juan 13, 21-33. 36-38


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de abril, miércoles Isaías 50, 4-9 Por eso endurecí mi rostro como roca y sé que no quedaré avergonzado. (Isaías 50, 7) “Ciertamente eso espero.” “Espero que obtenga el ascenso.” “Espero que ella esté bien.” Piensa en lo que significa la palabra “esperar” en estas frases. Parece más un optimismo abstracto que la virtud de la esperanza. Es como si estuviéramos diciendo que realmente queremos que algo suceda, o que, si tenemos suerte, las cosas saldrán bien para nosotros. La primera lectura de hoy nos muestra una clase distinta de esperanza. Aunque la palabra no se utiliza explícitamente, se puede leer entre líneas que este pasaje habla de la esperanza. Podemos ver que el siervo de la lectura ha puesto su esperanza en el Señor. Pero este no era simplemente un optimismo abstracto; en realidad era un acto de confianza total. “El Señor me ayuda”, dice, “por eso no quedaré confundido… no quedaré avergonzado” (Isaías 50, 7). Al igual que este siervo, el rostro de Jesús estaba “endurecido” (Isaías 50, 7). San Lucas nos dice que cuando se acercaba el tiempo, Jesús “emprendió con valor su viaje a Jerusalén” (Lucas 9, 51). Jesús confiaba en el amor de su Padre, y sabía que cualquier vergüenza que sintiera

durante el camino no tendría la última palabra. Jesús tenía esperanza porque sabía que su Padre era totalmente digno de confianza. Nuestra esperanza está fundada en la misma clase de confianza en Dios. Podemos confiar en que nuestras dificultades no tendrán la última palabra porque tenemos un Padre en el cielo que nunca nos abandonará. La mejor forma de enfrentar las situaciones que amenazan nuestra esperanza, ya sean disposiciones internas o circunstancias externas, es fijar nuestros ojos en Dios y en su fidelidad y amor. ¡Anímate, hermano! Fija tus ojos en lo que Jesús hizo en la cruz por ti. Ahí fue donde él aceptó todo tu sufrimiento, dolor y pecado. El Señor no solo soportó la agonía de una ejecución brutal, sino que venció a la muerte en el proceso. Y eso te da a ti la esperanza final en la vida eterna junto a él. Con tal confianza en la cual apoyarte, puedes endurecer tu rostro y recordar que, no importa lo que suceda, no serás avergonzado. “Señor Jesús, al contemplar tu pasión, te pido que me ayudes a confiar en tu amor y a poner toda mi esperanza en ti.” ³³

Salmo 69 (68), 8-10, 21bcd-22. 31. 33-34 Mateo 26, 14-25

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de abril, jueves Jueves Santo Juan 13, 1-15 Los amó hasta el extremo. (Juan 13, 1) En las familias judías, el hijo menor cumple una función muy importante en el Séder (cena para conmemorar la Pascua). El niño pregunta: “¿Por qué esta noche es diferente a todas las demás noches?” Y así se inicia la conmemoración familiar de todo lo que Dios hizo para salvar al pueblo de Israel de la esclavitud en Egipto. Hoy también celebramos una noche diferente de todas las demás noches. Con gratitud, recordamos la noche en que Jesús comenzó su pasión. La noche en que nos salvó de la esclavitud del pecado y de la muerte y nos amó hasta el extremo. “Señor Jesús, me maravillo frente a tu humildad. En esta noche, a pesar de que tenías un peso en tu corazón por el sufrimiento que estabas por enfrentar, no pensaste en ti mismo. Más bien, te hiciste un sirviente. Tú, que sostienes el universo, te arrodillaste y lavaste los pies de los hombres que te iban a traicionar, a negar y abandonar en tu hora de necesidad. Te humillaste y nos mostraste lo que significa ser grande en el Reino de Dios. Nos enseñaste cómo amar. Tú nos amaste hasta el extremo. “Señor, me sobrecoge tu generosidad. En esta noche, sabiendo que ibas 48 | La Palabra Entre Nosotros

a regresar al Padre, partiste el pan y compartiste el vino con tus discípulos. Tú, el Cordero de Dios que quita los pecados del mundo nos ofreciste tu propio Cuerpo y Sangre en la Eucaristía. Te entregaste a nosotros, un sacrificio que nos alimenta y nos une a tu Padre hasta que tú regreses. Tú nos amaste hasta el extremo. “Señor Jesús, tu obediencia me enmudece. En esta noche en Getsemaní, tú rezaste en agonía y te abandonaste en las manos de tu Padre mientras tus discípulos dormían. Tú, que podrías haber reunido legiones de ángeles para que te salvaran, aceptaste la voluntad de tu Padre para salvarnos. Tú te entregaste libremente en manos de los pecadores, sabiendo que eso significaba aceptar la muerte en la cruz. Miraste al que te traicionó, a tus discípulos que huían, a tus acusadores, a quienes te torturaron, a nosotros. Tú, que nunca pecaste, decidiste ofrecerte por nuestros pecados. Como un cordero llevado al matadero, nos amaste hasta el extremo. “Gracias, Señor, por amarme hasta el extremo.” ³³

Éxodo 12, 1-8. 11-14 Salmo 116 (115), 12-13. 15-16bc. 17-18 1 Corintios 11, 23-26


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de abril viernes Viernes Santo Isaías 52, 13—53, 12 Muchos pueblos se llenarán de asombro. Ante él los reyes cerrarán la boca. (Isaías 52, 15) Para muchas personas, el Viernes Santo es un día triste y sombrío. La liturgia nos presenta imágenes y descripciones de la crucifixión de Jesús, el Hijo único de Dios, quien era completamente inocente y no merecía recibir castigo alguno. Fue una injusticia suprema, un verdadero escándalo. Así que sí, debemos tener una actitud reflexiva el día de hoy, quizá incluso sombría. Pero, en verdad, hoy no es un día para estar triste. Mas bien, meditemos en la pasión y la muerte de Jesús con asombro y adoración. Miremos a nuestro Señor crucificado y esperemos quedar maravillados y sin poder pronunciar palabra (ver Isaías 52, 15). Porque la cruz de Cristo, por paradójico que parezca, revela la poderosa y sorprendente belleza de Dios; es la muestra del amor y la misericordia infinita que nos tiene nuestro Padre celestial. La crucifixión de Jesús nos muestra que el amor de Dios es tan poderoso que incluso puede hacer que la maldad del pecado y la muerte le sirva para su plan perfecto. La bondad y la fortaleza del deseo de Dios de redimirnos no pueden ser obstaculizadas

ni siquiera por los peores planes de los seres humanos. Ningún acto de violencia o mentira es capaz de detenerlo a él. No parece posible que el sufrimiento de Jesús pudiera culminar en triunfo. Pero aunque él tuviera “desfigurado su semblante” (Isaías 52, 14), Dios prometió que “será engrandecido y exaltado” (52, 13). Esto es lo que resulta sorprendente: Justo cuando parece que el mal tendría la última palabra y vencería, ¡ganó el bien! Cuando contemples hoy la pasión del Señor, recuerda que tú conoces el final de la historia. La maldad del sufrimiento, el dolor y el rechazo que Jesús soportó en su pasión y muerte en la cruz fue real. Pero también lo es la redención que él alcanzó a través de esto. Así es la culminación perfecta del plan de Dios de perdonarte y redimirte. La muerte no tiene la última palabra, la vida sí. ¡Y eso es algo verdaderamente hermoso! “Amado Jesús, mientras medito hoy en tu crucifixión y muerte, te pido que me des la gracia de que mi corazón se maraville frente a la belleza de tu amor.” ³³

Salmo 31 (30), 2. 6. 12-13. 15-16. 17-25 Hebreos 4, 14-16; 5, 7-9 Juan 18, 1—19, 42

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de abril, sábado Vigilia Pascual Génesis 1, 1–2, 2 En el principio… (Génesis 1, 1) Es el día después de la crucifixión de Jesús. Su cuerpo descansa en el sepulcro, apresuradamente envuelto en una tela de lino. El funeral apropiado puede esperar para después del Shabat. Por el momento, un sepulcro prestado, cerca del sitio de la crucifixión será suficiente. El día de ayer fue aterrador. Un eclipse solar oscureció la tierra (Lucas 23, 44-45). Un terremoto quebró las rocas y abrió los sepulcros. Algunos dicen que el terremoto provocó que el velo del templo se rasgara por la mitad. Las personas incluso informaron que habían visto a los héroes de la fe muertos hace mucho tiempo (Mateo 27, 51-53). Eso fue ayer. Hoy Jerusalén está inmersa en una quietud que no es natural. Las personas se abren camino entre las rocas destrozadas. Los sacerdotes del templo se preguntan cómo reparar el velo. El paisaje alrededor del Gólgota se parece a un vacío sin forma similar al del propio principio del Universo. Al morir, Jesús dijo: “Todo está cumplido” (Juan 19, 30). “Quizá este sea el final”, decía la gente. “Quizá estas son señales de que el mundo se está sumiendo en el caos”. No, estos son solo los dolores de parto de una nueva creación. El orden 50 | La Palabra Entre Nosotros

antiguo, atado por el pecado y la muerte, había tratado de destruir a Jesús, pero no lo logró. Jesús lo destruyó cuando murió. Ahora, un nuevo orden, marcado por la gracia y la promesa de la vida eterna, está surgiendo de los escombros del pasado. “En el principio” Dios creó los cielos y la tierra (Génisis 1, 1). En este nuevo orden, el cielo bajará a la tierra. En el principio, Dios infundió vida en el hombre (2, 7). En este nuevo orden, él infundirá su Espíritu Santo en todas las personas (Juan 20, 22). En el principio, Dios advirtió al hombre para que no comiera del árbol equivocado (Génesis 2, 16). En este nuevo orden, él alimentará a todos con su propio Cuerpo y su propia Sangre (Juan 6, 51). Pero eso es lo que sucederá mañana. Hoy observamos el paisaje de nuestra propia vida, herida por el pecado pero llena de esperanza. Al mantenernos en vigilia en esta noche, seremos testigos de la nueva creación que surgirá. “Gracias, Señor, porque con tu Cuerpo y con tu Sangre has renovado toda la creación.” ³³

Salmo 104 (103), 1-2a. 5-6. 10. 12. 13-14. 24. 35 Romanos 6, 3-11 Lucas 24, 1-12


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MEDITACIONES ABRIL 17-23

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de abril, domingo La Resurrección del Señor Juan 20, 1-9 Los dos iban corriendo. (Juan 20, 4) Cuando estamos enfermos, corremos al médico. Cuando hay una gran oferta en una tienda, corremos al centro comercial. Cuando vemos a un niño pequeño que se cae, corremos a consolarlo. El Evangelio de hoy nos dice que Pedro y Juan también corrieron. Fueron corriendo al sepulcro el domingo de Pascua después de que María Magdalena les dijo que el cuerpo de Jesús no estaba ahí. Pareciera que, durante tres años, muchas personas corrieron para encontrar a Jesús: El centurión romano, el hombre poseído por un demonio, la mujer con hemorragias; el hombre enfermo de lepra, la mujer conocida como la pecadora y Zaqueo, el recaudador de impuestos. También lo hicieron la madre de un niño poseído por un demonio, el joven rico y el ciego Bartimeo. Y no nos olvidemos de las multitudes que se agolpaban alrededor de Jesús en cada pueblo que visitaba. Jesús una vez dijo: “Dejen que los niños vengan a mí, y no se lo impidan,

porque el reino de los cielos es de quienes son como ellos” (Mateo 19, 14). También dijo: “Vengan a mí todos ustedes que están cansados de sus trabajos y cargas, y yo los haré descansar” (Mateo 11, 28). Y: “A los que vienen a mí, no los echaré fuera” (Juan 6, 37). Es una invitación abierta, no hay condiciones, no hay ataduras. Jesús desea que todos acudan a él, tal como son. Hoy, al celebrar el evento más importante en la historia de la humanidad, acepta la invitación que te hace Jesús. Corre hacia él, no te detengas porque crees que no eres digno. Corre para recibir su misericordia sobreabundante, corre para recibirlo como el Pan Vivo en la Misa. Cuando Pedro y Juan corrieron hacia el sepulcro, su corazón se llenó de esperanza. En este domingo de Pascua, pongamos también nuestra esperanza en aquel que está “sentado a la derecha de Dios” (Colosenses 3, 1). Cuando corramos hacia Jesús, lo encontraremos, él ha resucitado, él está vivo. El Señor desea ayudarnos tanto como ayudó a quienes corrieron hacia él. “Señor, creo que tú has resucitado. ¡Gracias por llamarme a tu lado!” ³³

Hechos 10, 34. 37-43 Salmo 118 (117), 1-2. 16ab-17. 22-23 Colosenses 3, 1-4

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de abril, lunes Hechos 2, 14. 22-33 Con visión profética habló de la resurrección de Cristo. (Hechos 2, 31) Según lo que nos dice la primera lectura de hoy, ¿realmente el rey David sabía sobre Jesús y su resurrección? Pues, no exactamente. Pero él sí había recibido una promesa de Dios de que uno de sus descendientes reinaría para siempre, y por ese motivo se aferró a esa promesa (2 Samuel 7, 12-16). Y no solo David, todo Israel esperaba con ilusión al “Hijo de David” prometido que restauraría al pueblo de Israel (Mateo 12, 23). Desde luego que podríamos pensar, ¿qué tiene que ver con nosotros todo esto en el lunes de Pascua? Simplemente que, en Cristo, hemos recibido una promesa todavía mejor: Debido a que la muerte no pudo vencer a Jesús, y debido a que hemos sido bautizados en Cristo, entonces la muerte tampoco podrá vencernos a nosotros. ¡La muerte no es el final al que estamos destinados! Tomemos un momento para reflexionar en algunas de las otras promesas que Dios nos ha hecho y que también se cumplieron con la resurrección de Jesús. Dios ha prometido renovar la creación. De la misma manera en que el cuerpo crucificado de Jesús fue

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resucitado y glorificado, el nuestro también lo será. La muerte, el dolor, y la ansiedad desaparecerán. La Biblia nos dice que Jesús hará todas las cosas nuevas, no solo a nosotros (Apocalipsis 21, 5). El Señor restaurará toda la creación. Dios ha prometido reconciliar a su pueblo. Ya no habrá más guerras, injusticias o divisiones. Jesús reunirá a su Iglesia desde todo el tiempo y espacio, y nos convertirá en una sola familia de Dios. Incluso seremos reunidos en Cristo con nuestros seres queridos que ya han muerto. Dios ha prometido recompensar a sus siervos. No podemos imaginar la alegría que nos espera cuando por fin estemos en la presencia de Dios, pero no duele intentar. Incluso ahora, él está preparando una recompensa para cada acto de amor sacrificial, sin importar lo pequeño que sea. Al igual que David, nadie sabe exactamente cómo o cuándo sucederán estas cosas. Pero Dios mantendrá su palabra. ¿Hay algún elemento de la promesa de Dios que sea especialmente significativo para ti? Al rezar, procura aferrarte a él y permite que la esperanza de la Pascua llene tu corazón. “¡Gracias, Señor Jesús, porque tú eres fiel a tus promesas!” ³³

Salmo 16 (15), 1-2a. 5. 7-8. 9-10. 11 Mateo 28, 8-15


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de abril, martes Juan 20, 11-18 Jesús le dijo: “¡María!” (Juan 20, 16) María estaba desesperada. Jesús no solo había sido ejecutado pública y brutalmente, sino que ahora su cuerpo había desaparecido. Sin desanimarse por la carga del dolor y la miseria, hizo el esfuerzo por intentar averiguar qué le había pasado a él. Al asomarse dentro del sepulcro donde Jesús había sido colocado, vio dos ángeles. Pero en lugar de reaccionar con temor, ella ni siquiera vaciló. Nada más importaba, ni siquiera que Pedro y Juan ya habían visto la tumba vacía y habían regresado sin haber resuelto el misterio (Juan 20, 9). Ella estaba completamente enfocada en encontrar a Jesús. Luego Jesús pronunció su nombre, y ella lo reconoció. Pocos de nosotros escucharemos alguna vez a Jesús pronunciar nuestro nombre de forma audible. Pero cuando tú lo buscas como lo hizo María Magdalena, puedes tener seguridad en la promesa que él hizo de que sus ovejas reconocerán su voz (Juan 10, 15). Tú la reconocerás cuando un pasaje de la Escritura permanezca en tu mente o conmueva tu corazón. Podrías “escuchar” su voz en tu mente cuando una idea se te ocurra repetidamente animándote a hablar con una persona, a cuidar de alguien o a pedirle perdón

a otro. Y a veces reconocerás su voz a través de una nueva perspectiva del amor que Dios tiene por ti. Así que busca a Jesús aun cuando estés cargando con el dolor o la culpa o cualquier otra emoción fuerte. Vuelve tus pensamientos al Señor y pregúntale: “¿Dónde estás en este momento, Señor?”, mientras esperas un campo en el hospital o en la fila para dejar a tus hijos en la escuela. Detente por sesenta segundos cada hora para examinar tu consciencia o tratar de ver lo que Jesús está haciendo a tu alrededor en ese momento. Jesús está contigo siempre, aunque a veces no sea fácil reconocerlo. Pero si estás dispuesto y determinado como María Magdalena a dejar las cosas de lado y concentrarte totalmente en él, escucharás su voz. Las cargas que tienes no son un obstáculo para Jesús, tampoco te descalifican para encontrarlo. “Ustedes me buscarán y me encontrarán”, promete el Señor, “porque me buscarán de todo corazón. Sí, yo dejaré que ustedes me encuentren” (Jeremías 29, 13-14). “Espíritu Santo, te pido que me ayudes a buscar a Jesús hoy para que así pueda escuchar su voz.” ³³

Hechos 2, 36-41 Salmo 33 (32), 4-5. 18-19. 20. 22

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de abril, miércoles Lucas 24, 13-35 Quédate con nosotros. (Lucas 24, 29) Los dos discípulos en el camino a Emaús estaban abatidos y confundidos. Por eso, estuvieron dispuestos a hablar de los dolorosos eventos de los últimos días con un extraño que se les acercó. Sin embargo, cuando él comenzó a explicarles las Escrituras, estaban tan intrigados que no pudieron dejarlo ir. “Quédate con nosotros”, le dijeron (Lucas 24, 29). Quédate con nosotros. Estas tres palabras cambiaron todo para estos discípulos. Cuando su compañero de viaje partió el pan, ellos reconocieron a Jesús, resucitado de entre los muertos. ¡Había estado caminando a su lado todo ese tiempo! Nosotros sabemos que el Cristo resucitado está siempre con nosotros. A través de nuestro bautismo, habita en nuestro corazón. En la Misa, él está ahí al partir el pan. Y sin embargo esta petición, “quédate conmigo”, puede transformar nuestra vida porque refleja los verdaderos deseos de nuestro corazón e invita a Jesús a responder. Cuando le pedimos a Jesús que se quede con nosotros, estamos demostrando nuestro profundo anhelo por él. No queremos que se vaya de nuestro lado —nunca— porque, como hizo por los discípulos, él abre nuestros ojos a 54 | La Palabra Entre Nosotros

las realidades espirituales que de otra manera nos hubiéramos perdido. Cuando hacemos esa súplica, también estamos reconociendo lo mucho que necesitamos a Jesús, para que nos conceda su gracia, sabiduría y guía. Necesitamos que él se quede con nosotros para que podamos escuchar su voz y hagamos su voluntad. Y cuando presentamos nuestras necesidades a Jesús, él responde dándonos todavía más de lo que hemos pedido. Finalmente, esta oración demuestra que queremos más de su amor, misericordia y luz en nuestra vida. Refleja una conciencia de la abundancia y la generosidad de Dios. Sin importar lo que hayamos recibido de él ayer, siempre hay algo más que él quiere concedernos hoy. El Padre Pío escribió una bella oración que hace eco de las palabras de estos dos discípulos. La oración termina de esta manera: “Quédate conmigo, Señor, porque es a ti a quien busco, tu amor, tu gracia, tu voluntad, tu corazón y tu espíritu, porque te amo y no pido más recompensa que amarte más y más.” Hoy, nos apropiamos de esta oración. “Señor, te pido que te quedes conmigo.” ³³

Hechos 3, 1-10 Salmo 105 (104), 1-2. 3-4. 6-7. 8-9


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de abril, jueves Hechos 3, 11-26 Y de ello nosotros somos testigos. (Hechos 3, 15) Pedro y Juan fueron testigos de primera mano de la resurrección de Jesús. Ellos lo habían visto con sus propios ojos. Pero cuando Pedro curó al paralítico “en el nombre de Jesucristo nazareno”, todos los que estaban ahí ese día se convirtieron también en testigos (Hechos 3, 6), pues vieron de primera mano el poder y la gloria de Jesús. “Testigos” en realidad podría ser una buena descripción del trabajo de los cristianos. Los apóstoles fueron los primeros testigos, y a través de su predicación y curación, otras personas se hicieron cristianas. Y así ha sucedido de una generación a otra. ¡Hoy esa función ha pasado a ti! Dios te ha llamado a ser un testigo por tu modo de vida. Pero también te llama a compartir tu fe abiertamente, y no solo el evento histórico que sucedió hace mucho tiempo, sino a Jesús resucitado, vivo y presente hoy en día. ¿Cómo? No es necesario que te pongas de pie delante de una multitud y prediques como lo hizo Pedro. Diariamente el Señor te ofrece oportunidades de dar testimonio de la acción de Jesús en tu vida. Por ejemplo, podrías contarle a un amigo algún incidente que sucedió en el pasado en el que viste a Dios responder

una oración. O podrías hablar sobre lo que piensas que el Señor te está diciendo hoy. Incluso podrías querer compartir con otras personas algunas de tus propias luchas y dudas como una forma de demostrar que pueden existir junto con la fe verdadera. Ahora, no solo la creatividad es importante; también necesitas tener tacto. Eso comienza con ser sensible al contexto de la otra persona. Significa escuchar más de lo que hablas y abstenerte de tratar de forzarla para que acepte tus creencias. Aun si la otra persona parece cerrarse a la idea de la fe en ese momento, puedes ofrecerle rezar por cualquier necesidad especial que tenga o que tenga su familia. Estamos en el tiempo de Pascua, un tiempo en que celebramos la resurrección de Jesús. Ahora es un buen momento para que te dispongas a prepararte para ser testigo de su poder y su gloria en tu propia vida. Tú nunca sabes lo importante que puedes ser si continúas con esa cadena de testigos que se extiende a lo largo de los siglos y en el futuro. “Señor Jesús, te pido que me des la gracia de ser testigo tuyo y proclamar la buena nueva de tu resurrección.” ³³

Salmo 8, 2a. 5. 6-7. 8-9 Lucas 24, 35-48

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de abril, viernes Juan 21, 1-14 Simón Pedro… se anudó a la cintura la túnica… y se tiró al agua. (Juan 21, 7) La vida de los apóstoles cambió mucho en muy poco tiempo. Jesús había lavado sus pies mientras se encontraban en la Última Cena el Jueves Santo y al día siguiente se enfrentó a la muerte. Tres días después vinieron las noticias de la resurrección en el domingo de Pascua. Algunos lo habían visto unas pocas veces desde esa mañana, pero los apóstoles deben haber anhelado ver a Jesús de nuevo, estar con él una vez más. Pero él no regresó. Así que puedes perdonarlos por no haber podido reconocer rápidamente a Jesús cuando él se apareció en la orilla del Mar de Galilea. Sin embargo, todo eso cambió con la pesca milagrosa y con el grito de reconocimiento de Juan; “Es el Señor” (Juan 21, 7). Inmediatamente Pedro saltó en el agua y nadó hacia la orilla. Al igual que los apóstoles, nosotros podemos tener días en que sentimos que el Señor está distante. Tratamos de rezar, pero simplemente no sentimos su presencia. Incluso ahora, solo unos pocos días después de la Pascua, el entusiasmo puede haberse apagado, dejándonos con el sentimiento de que todo ha regresado a la misma monotonía de antes del Miércoles de Ceniza.

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Está bien sentirse así de vez en cuando. Solo recuerda que Jesús no ha decidido dejar de amarte o de cuidar de ti. Podrías estar teniendo un mal día. La casa o el trabajo pueden ser una carga para ti. Quizá simplemente no dormiste lo suficiente la noche anterior, pero no olvides que puedes confiar en que Jesús está contigo y en que él está cuidando de ti. Cuando descubres que te sientes desanimado por algún motivo, toma unos momentos para reflexionar en la razón por la cual Pedro saltó de esa barca. Él había esperado suficiente; ¡ya no podía esperar más para estar junto al Señor! De manera similar, recuerda que en un futuro cercano, puedes experimentar un momento en el cual lo reconocerás, un momento en el que las nubes se despejarán y sentirás su presencia una vez más. Hasta ese día, mantente vigilante en oración, confiando en su amor y listo para saltar al agua tan pronto como lo veas a lo lejos. “Señor Jesús, te pido que me ayudes a mantenerme firme en la fe y confiar en que tú siempre estás a mi lado.” ³³

Hechos 4, 1-12 Salmo 118 (117), 1-2. 4. 22-24. 25-27a


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de abril, sábado Hechos 4, 13-21 Al ver el aplomo con que Pedro y Juan… (Hechos 4, 13) ¡Vaya cambio sufrieron los discípulos después de la pasión y resurrección de Jesús! Pedro ya no era el mismo que trató de pasar inadvertido en el patio de la casa del sumo sacerdote. Aquellos ya no eran los hombres que se escondieron después de la muerte de Jesús, temiendo por su vida. Ahora, le dijeron a los jefes religiosos, “no podemos dejar de contar lo que hemos visto y oído” (Hechos 4, 20). ¿De dónde provenían esta confianza y valentía? Los eventos sobre los que hemos estado leyendo desde el principio del libro de los Hechos sucedieron poco después de que los discípulos recibieron el Espíritu Santo en Pentecostés. Si bien es cierto el don del Espíritu Santo marcó el inicio de un nuevo modo de vida para Pedro y Juan, ciertamente este no fue un proceso de una sola etapa. Pedro y Juan vieron al Espíritu actuar cuando hicieron lo que él les inspiró. Fueron testigos de muchas conversiones, la formación de comunidades de creyentes e incluso de curaciones milagrosas. Todo esto ayudó a los discípulos a ver el fruto de ejercitar su fe, desarrolló su confianza y les ayudó a actuar con más valentía. Tú también has recibido el Espíritu Santo. Si deseas un poco de la valentía

que ves en Pedro y Juan, intenta ver la vida de los santos a través de la historia y verás cómo el Espíritu ya se movía incluso antes de que tú nacieras. Pero asegúrate de mirar hacia atrás también en tu propia vida. Mira aquellos momentos en los que el Espíritu te guio o respondió a tus oraciones. Aprovecha las oportunidades que tienes hoy para salir en fe y ver al Espíritu actuando en ti y a través de ti. Cuanto más veas el fruto de ejercitar tu fe, más confianza tendrás. Cuando veas una oración contestada, tendrás un mayor deseo de rezar con más frecuencia. Cuando veas a un amigo que está esforzándose por abrir su corazón al Señor porque hablaste con él, sentirás un mayor entusiasmo por buscar a más amigos para compartirles la maravillosa noticia del amor que Dios tiene por ellos. Te vas a sentir más entusiasmado por la posibilidad de actuar en fe y con valentía. Permite que el Espíritu Santo fortalezca hoy tu fe y te permita confiar con audacia en él. “Espíritu Santo, te pido que me des la valentía de confiar en ti y proclamar el Evangelio.” ³³

Salmo 118 (117), 1. 14-15. 16ab-18. 19-21 Marcos 16, 9-15

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MEDITACIONES ABRIL 24-30

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de abril, domingo de la Divina Misericordia Juan 20, 19-31 ¡Señor mío y Dios mío! (Juan 20, 28) Tomado de la homilía del Papa Francisco del Domingo de la Divina Misericordia del 7 de abril de 2013: “En el Evangelio de hoy, el apóstol Tomás experimenta precisamente esta misericordia de Dios, que tiene un rostro concreto, el de Jesús, el de Jesús resucitado. Tomás no se fía de lo que dicen los otros Apóstoles: “Hemos visto el Señor” (Juan 20, 25); no le basta la promesa de Jesús, que había anunciado… Quiere ver, quiere meter su mano en la señal de los clavos y del costado. “¿Cuál es la reacción de Jesús? La paciencia: Jesús no abandona al terco Tomás en su incredulidad; le da una semana de tiempo, no le cierra la puerta, espera. Y Tomás reconoce su propia pobreza, la poca fe. “‘Señor mío y Dios mío” (Juan 20, 28): con esta invocación simple, pero llena de fe, responde a la paciencia de Jesús. Se deja envolver por la misericordia divina, la ve ante sí, en las heridas de las manos y de los pies, en

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el costado abierto, y recobra la confianza: es un hombre nuevo, ya no es incrédulo sino creyente… “Tal vez alguno de nosotros puede pensar: mi pecado es tan grande, mi lejanía de Dios es como la del hijo menor de la parábola, mi incredulidad es como la de Tomás; no tengo las agallas para volver, para pensar que Dios pueda acogerme y que me esté esperando precisamente a mí. Pero Dios te espera precisamente a ti, te pide sólo el valor de regresar a Él… Precisamente… mirando mi pecado, yo puedo ver y encontrar la misericordia de Dios, su amor, e ir hacia Él para recibir su perdón… “Dejémonos envolver por la misericordia de Dios; confiemos en su paciencia que siempre nos concede tiempo; tengamos el valor de volver a su casa, de habitar en las heridas de su amor dejando que Él nos ame, de encontrar su misericordia en los sacramentos. Sentiremos su ternura, tan hermosa, sentiremos su abrazo y seremos también nosotros más capaces de misericordia, de paciencia, de perdón y de amor.” “¡Señor mío, y Dios mío! ¡Gracias por tu misericordia infinita!” ³³

Hechos 5, 12-16 Salmo 118 (117), 2-4. 22-24. 25-27a Apocalipsis 1, 9-11. 12-13. 17-19


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de abril, lunes San Marcos Marcos 16, 15-20 Vayan por todo el mundo y prediquen el Evangelio. (Marcos 16, 15) ¡Feliz fiesta de San Marcos! La primera vez que aparece Juan Marcos es en Hechos 12 como un joven en misión. Él vivió en Jerusalén durante la primera persecución, cuando Santiago fue martirizado y Pedro estuvo a punto de ser asesinado. Se unió a Pablo y Bernabé en viajes misioneros (Hechos 12-13), los dejó en Panfilia (13, 13), pero eventualmente llevó a cabo sus propias misiones evangelísticas. Finalmente, es mencionado tanto por Pablo como por Pedro en Roma (Colosenses 4, 2; Timoteo 4, 1; Pedro 5). Pareciera que la vida misionera de Marcos siempre ocurrió de forma apresurada, casi en peligro constante de ser encarcelado o algo peor. La tradición católica desde los primeros siglos también atribuye el segundo Evangelio a San Marcos, cuya narración pareciera no tener pausas. Por lo visto, mientras se encontraba en sus viajes misioneros, Marcos no podía esperar a contarle a todos sobre las buenas noticias de Jesús. La Iglesia nos ofrece a santos como Marcos no solo como intercesores sino también como modelos a seguir. Así que hagamos una pausa y consideremos su ejemplo. En el Evangelio de hoy, Marcos relata la enorme misión que Jesús

le dio a sus apóstoles: “Vayan por todo el mundo y prediquen el Evangelio a toda criatura” (16, 15). Quizá hoy sea un buen día para revisar cómo avanza nuestra evangelización. Al igual que Marcos, hemos escuchado las buenas noticias. Al igual que él, sabemos que Jesús espera que las proclamemos. Pero eso nos puede resultar difícil de hacer; nos preocupa decir algo incorrecto, tememos sonar muy insistentes o simplemente el ritmo acelerado de la vida puede impedirnos dar pasos concretos para asumir este llamado. Quizá el ejemplo de Marcos puede ayudarnos a inspirarnos con creatividad. Recuerda, él siempre parecía estar corriendo a toda velocidad. Esa clase de ritmo puede parecernos familiar. Quizá podemos tomar algo de la energía que tenemos en nuestra vida cotidiana —correr a la tienda, a la oficina, a la universidad, recoger a los niños— y canalizarla para servir al Señor. ¿Hacia dónde correrás hoy? ¿Hay alguna oportunidad de detenerte por un momento, mirar alrededor, y ver si alguien cercano a ti podría necesitar una palabra de aliento? “San Marcos, reza por mí para que pueda encontrar fuerzas para proclamar el evangelio.” ³³

1 Pedro 5, 5-14 Salmo 89 (88), 2-3. 6-7. 16-17

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de abril, martes Juan 3, 7-15 El viento sopla donde quiere y oyes su ruido. (Juan 3, 8) “Viento,” un poema del escritor escocés Robert Louis Stevenson, describe la experiencia que vive una persona con el viento de la siguiente forma: He visto todo cuanto haces, aunque siempre te ocultabas. Sentí tu empuje, oí tu llamada, pero no pude verte. Cuando Jesús describió la acción “invisible” del Espíritu Santo a Nicodemo, utilizó una imagen similar a la de este poema. Al igual que el viento, el Espíritu no puede ser visto, pero podemos sentir su llamada y su “empuje”. Todos hemos experimentado una situación similar; todos nos hemos sentido a menudo impulsados a hacer algo, o a no hacerlo, que de otra forma no se nos hubiera ocurrido. Por ejemplo, podrías acordarte de alguien y querer ponerte en contacto con esa persona con quien no has hablado en mucho tiempo. O precisamente en el momento en que vas a decir algo negativo, te percatas de que debes refrenar tu lengua. ¡Ese es el Espíritu Santo! Cuando obedeces a estas inspiraciones del Espíritu, lo haces “visible” a las personas que te rodean. Al igual que Nicodemo, muchas personas hoy

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en día buscan una prueba tangible de que Dios es real. A veces, aun si hablas persuasivamente, no son en realidad las palabras las que acercan a las personas a Jesús. Es el espíritu que hay detrás de esas palabras y ahí es donde el Espíritu Santo actúa. Cuando estás intentando seguir al Espíritu, las personas verán que Dios es real y está actuando en y a través de tu testimonio. Cuanto más tratas de seguir la guía del Espíritu Santo, mejor lograrás hacerlo. En lugar de ignorarla, podrías ofrecerle a una persona indigente dinero o una palabra amable. Cuando alguien te cuenta sobre sus problemas, en lugar de sentirte molesto escucharás pacientemente y te ofrecerás a rezar con esa persona. Cuando eres injustamente criticado, responderás con amabilidad en lugar de enfado. A pesar de que no podemos ver al Espíritu con nuestros propios ojos, sus movimientos serán difíciles de ignorar. A través de ti, las personas serán capaces de sentir esa llamada gentil. Es más, pueden ser atraídos por su abrazo amoroso e invisible, aunque poderoso. “Señor, te pido que abras mis oídos a escuchar la llamada de tu Espíritu, y me des la valentía de seguirlo a donde sea que él me guíe.” ³³

Hechos 4, 32-37 Salmo 93 (92), 1ab. 1c-2. 5


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de abril, miércoles Juan 3, 16-21 El que obra el bien conforme a la verdad se acerca a la luz. (Juan 3, 21). Piensa en cómo es que el sol salga nuevamente después de varios días en los que el cielo ha estado nublado. Tú sientes que se te levanta el ánimo; te sientes más vivo y con más energía. El mundo no parece un lugar tan malo después de todo. Así es como podemos sentirnos cuando acudimos a la presencia del Señor, ¡aún en los días más nublados! Pero la luz de Jesús no está ahí simplemente para hacernos felices, sino que revela cosas. Si alguna vez has jugado “al escondite” afuera en un día soleado, entonces sabes lo difícil que es evitar ser detectado. Lo mismo sucede con tu pecado. Así como la oscuridad esconde cosas, nosotros intentamos esconder nuestras malas acciones y actitudes de pecado. No queremos que ninguna de ellas salga a la luz. Así que piensa en la primera cosa que venga a tu mente cuando escuchas a San Juan en el Evangelio de hoy hablar sobre las personas que “prefirieron las tinieblas” (Juan 3, 20). ¿Te imaginas como una de esas personas, o piensas en alguien que conoces? La mayoría de nosotros tiende a subestimarse a sí mismo o a pensar en personas que conoces y que no parecen

ser los más ejemplares. ¡Hacemos cualquier cosa para evitar que la luz brille sobre aquello que estamos intentando esconder! Pero incluso los mejores entre nosotros han luchado con el pecado. Piensa en San Juan Pablo II. Para él era una prioridad confesarse todas las semanas. Probablemente esto no era porque tuviera muchas cosas malas que necesitara confesar. Sino porque no quería que sus pecados permanecieran ocultos en la oscuridad, incluso los más pequeños que generalmente ignoramos. Él quería invitar a Jesús a que su luz brillara sobre todos sus pecados para que la oscuridad y las sombras que los rodeaban se disiparan. Si Juan Pablo II podía admitir sus faltas, tú también podías hacerlo. Recuerda, Jesús no hace brillar su luz en tu corazón para avergonzarte. El Señor vino para “que el mundo se salvara por él” (Juan 3, 17). ¡Así que permítele que te siga salvando! ¡Permite que su vida te ofrezca la oportunidad de cambiar! “Señor Jesús, no deseo esconder mis pecados de ti o de mí mismo. Te pido que me des la valentía de enfrentarlos para que yo pueda acercarme más a ti.” ³³

Hechos 5,17-26 Salmo 34 (33), 2-3. 4-5. 6-7. 8-9

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de abril, jueves Juan 3, 31-36 Dios le ha concedido sin medida su Espíritu. (Juan 3, 34) Levantemos nuestro corazón en acción de gracias a nuestro Dios en este día, pues él no tiene límites y no restringe su generosidad: “Padre, te doy gracias porque tú no racionas tu tiempo y atención. Aun cuando yo no aparte un tiempo regularmente para estar contigo y exponer delante de ti lo que hay en mi corazón, tú siempre estás disponible tan pronto como vuelvo mi corazón hacia ti. Tengo la certeza de que tú escuchas las oraciones que te ofrezco por distintas personas y necesidades. Tú nunca estás demasiado ocupado para mí. Aun cuando yo me olvide de ti o vuelva mi atención hacia algo más, tú permaneces justo ahí en mi corazón y a mi lado. “Padre, te alabo porque tú no limitas tu amor por mí. Tú me has amado en cada instante de mi existencia, y nada de lo que yo haga puede cambiar tu amor incondicional. Tú estás dispuesto a perdonarme y a mostrarme tu amor en la forma en que yo más lo necesito. Puede ser por medio del hermoso mundo que tú has creado para que yo disfrute. Puede ser a través de los amigos que son parte de mi vida. Quizá sea a través de “notas de amor” que encuentro en la Escritura o en un canto. Incluso podría ser a través de los 62 | La Palabra Entre Nosotros

aromas especiales o alimentos que me recuerdan mi infancia o alguna ocasión especial. Tú puedes usar cualquier cosa para mostrarme que soy tu hijo valioso. “Padre, te glorifico porque tú no racionas los dones que necesito para aceptarte y servirte. Cuando siento que ya no puedo más, tú me das fortaleza y esperanza. Cuando estoy confundido sobre el camino que debo seguir, tú me guías hacia la dirección correcta cerrando puertas o dándome paz sobre mi decisión. Incluso me ofreces consejo sabio. Cuando no sé cómo puedo perdonar, tú me recuerdas de que no hay límite para tu amor. Tú me muestras cómo aceptar ese amor y compartirlo con las personas que forman parte de mi vida. “Padre, estoy tan agradecido porque tú me has concedido sin medida el don del Espíritu Santo. Tu Espíritu habita en mí y abre mis ojos a tu paciencia, amor y llamado para mi vida. Tú me concedes tu Espíritu para mostrarme el camino de amor y seguirte.” “Amado Señor, mi corazón se regocija por tu fidelidad. ¡Hoy deseo recibir la gracia que envías por medio de tu Espíritu Santo! Te pido que abras mi corazón a todas las bendiciones que tienes para mí.” ³³

Hechos 5, 27-33 Salmo 34 (33), 2. 9. 17-18. 19-20


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de abril, viernes Juan 6, 1-15 Lo seguía mucha gente. (Juan 6, 2) ¿Quién no querría seguir a Jesús? Convirtió el agua en vino, curó a los enfermos y volcó las mesas de los cambistas en el templo; trajo algo de entusiasmo, y quizá un poco de esperanza, a la vida de las personas. Debe haber sido por estos motivos que un pequeño niño se unió a la multitud que seguía a Jesús alrededor del Mar de Galilea mientras él subía por una ladera. Tal vez esperaba ver más milagros. Sin embargo, Jesús tenía algo mucho mejor en mente. El Señor quería alimentar a aquellas personas que se congregaron aquel día a escucharlo, para satisfacer tanto su hambre física como la espiritual. Cuando ese niño siguió a Jesús que subía a la montaña, probablemente no pensó en cómo Moisés subió al Monte Sinaí para encontrarse con Dios. Y probablemente nunca pensó en que su almuerzo se convertiría en maná para los demás. Probablemente tenía preocupaciones más prácticas. Sus dos pescados y cinco panes, el “pan de los pobres”, eran más de lo que él solo se podía comer. Quizá llevaba las provisiones de su familia o tal vez pretendía vender los alimentos para ganar algo de dinero.

Imagina lo sorprendido que debe haberse sentido cuando Andrés lo presentó delante de Jesús. ¡Qué honor! Pero cuando Andrés sugirió tomar su almuerzo para alimentar a la multitud, el muchacho enfrentó un momento de decisión. ¿Podía renunciar a su comida? ¿Qué dirían sus padres? Él no tenía idea de lo que haría Jesús, sin embargo se los entregó de igual manera. Jesús, por su parte, aceptó la pequeña ofrenda del muchacho, dio gracias al Padre, ¡y la multiplicó! Hoy, Jesús ve a los miles de millones de personas en la tierra, y a la vez las mira individualmente. El Señor está cuidando de cada niño que sufre porque no tiene pan que comer y de cada persona que tiene hambre de él, el Pan de Vida. Y te ve a ti. Sus ojos son acogedores y sus brazos están abiertos. El Señor te invita a ofrecer lo que tienes para alimentar a su pueblo. Podrías sentir que no tienes suficiente que sea útil. Podrías sentir que no estás calificado para ayudar. Pero Jesús se complace en recibir y bendecir lo que tú le ofrezcas. Acércate; sal de la multitud. Dale tu corazón y tus dones. “Aquí estoy, Señor Jesús. Te pido que me utilices para edificar tu reino hoy.” ³³

Hechos 5, 34-42 Salmo 27 (26), 1. 4. 13-14

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de abril, sábado Juan 6, 16-21 Jesús todavía no los había alcanzado. (Juan 6, 17) Muchos de nosotros podemos pensar que para los discípulos fue más fácil creer en Jesús y comprender quién era él de lo que lo es para nosotros. Después de todo, el Señor estaba físicamente ahí con ellos. Pero el Evangelio de hoy parece hablarnos directamente a nosotros, que nos tocó vivir después de la resurrección de Jesús y su ascensión al cielo. En este pasaje que nos narra San Juan, encontramos a los discípulos en aguas profundas, tanto literal como figurativamente. Jesús se había escabullido entre la multitud para subir al monte a orar, dejando atrás a los Doce para que ellos tomaran una barca de regreso a Cafarnaúm. Así que, físicamente, los discípulos estaban lejos del Señor cuando la tormenta comenzó y la barca en la que ellos iban empezó a moverse de un lado para otro, sacudida por la fuerza de las olas y el viento. Pero aun cuando los apóstoles estuvieran separados geográficamente de Jesús, nunca estaban separados de él espiritualmente. Jesús todavía podía verlos, todavía se preocupaba y cuidaba de ellos. El Señor había subido al monte a orar, y tú puedes imaginártelo a él incluyendo a estos hombres en sus oraciones al verlos cómo luchaban contra la tormenta. Luego, en ese preciso

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momento en que parecía que la barca se hundía, él se acercó a ellos, calmó el mar, calmó sus temores y los llevó seguros a la orilla. Muchas veces nos imaginamos que, al igual que los discípulos, nos quedamos solos para enfrentar los problemas mientras Jesús parece permanecer lejos en el cielo, al lado de su Padre y de los ángeles. Pero aquellos discípulos atormentados aprendieron que Jesús no está limitado por su ausencia física, y nosotros necesitamos creer en eso también. Siempre estamos en su mente y su corazón. Jesús ve nuestras luchas y continúa manteniéndonos cerca de él e intercediendo por nosotros ante su Padre. Si estás preocupado por ti mismo o un ser querido, anímate. Recuerda a los discípulos en el bote. Comprométete a memorizar esta línea del salmo responsorial de hoy: “Los ojos del Señor están puestos en sus fieles, en los que esperan su misericordia” (33 (32), 18). El Señor te ve, él te tiene en la palma de su mano y actuará justo en el momento indicado. “Amado Jesús, ayúdame a creer y a confiar en que tú nunca me alejas de tu vista.” ³³

Hechos 6, 1-7 Salmo 33 (32), 1-2. 4-5. 18-19


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MEDITACIONES MAYO 1- 7

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de mayo, domingo Hechos 5, 27-32, 40-41 Se retiraron… felices de haber padecido aquellos ultrajes. (Hechos 5, 41) ¡Eso suena un poco extraño! ¿No sería más razonable pensar que los apóstoles estarían agradecidos de salir vivos de ese juicio? Seguramente sí, pero pareciera que estaban más felices de haber sido encontrados “dignos” de ser arrestados, amenazados y flagelados por su propio pueblo (Hechos 5, 41). ¿Por qué los apóstoles pensaron de esa forma? La respuesta se encuentra en una simple línea del pasaje de hoy. Al explicarse frente al sanedrín, Pedro y los otros dijeron: “El Dios de nuestros padres resucitó a Jesús, a quien ustedes dieron muerte colgándolo de la cruz” (Hechos 5, 30). ¡La resurrección de Jesús cambió todo! Ellos lo habían visto soportar una muerte agonizante y regresar vivo de entre los muertos lleno de la gloria de Dios. Con sus propios ojos, vieron la prueba definitiva de que la muerte había sido vencida. Ese no era el final

de la historia de Jesús y tampoco era el final de la de ellos. Unos setenta y cinco años después de este evento, un obispo de Antioquía llamado Ignacio dijo algo similar. Él había sido arrestado por su creencia en Cristo, y mientras iba camino a su ejecución en Roma, escribió a los cristianos que se encontraban ahí y les suplicó que no interfirieran. Ignacio había vivido una vida larga, y la muerte no le causaba temor. De hecho, la esperaba con impaciencia. “Dejadme que sea entregado a las fieras”, escribió, “puesto que por ellas puedo llegar a Dios” (A los romanos, 4). Tanto Pedro como Ignacio nos dicen que las puertas del cielo se han abierto para nosotros. La muerte, y todo lo que representa, ha perdido su poder sobre nosotros. También nos dicen que el temor ha perdido su poder, porque todos los temores sacan su fortaleza del miedo a la muerte (Hebreos 2, 15). Jesús, nuestro Señor resucitado, ha vencido, y ahora te invita a formar parte de esa victoria. La muerte no es el final de nuestra historia, en realidad es solo el comienzo. “Señor, ¡te alabo por la victoria de tu resurrección!” ³³

Salmo 30 (29), 2. 4. 5. 6. 11. 12a. 13b Apocalipsis 5, 11-14 Juan 21, 1-19 Abril / Mayo 2022 | 65


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de mayo, lunes Juan 6, 22-29 Ustedes no me andan buscando por haber visto signos, sino por haber comido de aquellos panes hasta saciarse. (Juan 6, 26) A primera vista, estas palabras que Jesús dirigió a la multitud que lo seguía parecían desconcertantes, quizá incluso un poco severas. Ellos habían sido testigos de la milagrosa multiplicación de los panes y los peces para alimentarlos. El Señor no solo había saciado su hambre, sino que también había mostrado el poder y la autoridad de Dios que reposaban en él. ¿No era razonable que lo buscaran de nuevo? Pero Jesús sabía lo que había en el corazón y la mente de todos ellos. Estaban buscándolo porque comieron y quedaron satisfechos, no necesariamente por ninguna otra razón. Jesús parecía estarles diciendo: Ustedes comieron del pan y quedaron satisfechos. Pero hay uno que está delante de ustedes que puede darles el pan que va a satisfacer su hambre espiritual. Las personas estaban contentas con haber sido alimentados físicamente, pero Jesús tenía mucho más para darles: Su propio Cuerpo y su propia Sangre. Como seguidores de Jesús, a veces actuamos como estas personas de las que nos habla el Evangelio. Ciertamente no hay nada de malo en pedirle a Jesús que provea para nuestras necesidades

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inmediatas. Nos preocupa perder nuestro trabajo o pagar las cuentas o ese ser querido que está batallando contra una enfermedad grave. Desde luego, tenemos toda la razón de estar preocupados. Pero si nos concentramos solo en esas dificultades, podríamos perdernos la gracia real del “pan espiritual” que él nos ofrece en cada Eucaristía: Una comunión y amistad más profundas con él. Esa es la verdadera hambre que tenemos. Hoy en oración, presenta tus necesidades inmediatas delante de Jesús con fe y confianza en que él cuida de ti. Pero no te detengas ahí. Escúchalo y permítele que te muestre lo que está en tu corazón. Eso es lo que los buenos amigos hacen. El Señor puede recordarte su amor constante por ti o animarte de alguna manera que tú no esperabas. Incluso si no escuchas nada, siéntate delante suyo en silencio y permite que te llene con su presencia y paz. Si buscas a Jesús con la fe de que solo él puede satisfacer tu hambre, hallarás gracia en el “pan” que él te ofrece. “Señor Jesús, te pido que me des de ese “alimento” que nunca se estropea (Juan 6, 27).” ³³

Hechos 6, 8-15 Salmo 119 (118), 23-24. 26-27. 29-30


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de mayo, martes Santos Felipe y Santiago 1 Corintios 15, 1-8 Se me apareció también a mí. (1 Corintios 15, 8) No sabemos mucho de estos dos apóstoles, cuya fiesta se celebra hoy. Sabemos que Felipe era de Betsaida, el pueblo natal de Pedro y Andrés. Aparece algunas veces en los Evangelios, como cuando presentó a Nataniel a Jesús y cuando le pidió a Jesús que les mostrara al Padre (Juan 1, 43-46; 14, 8). De Santiago, hijo de Alfeo, sabemos todavía mucho menos. Se cree que provenía de Caná y a veces es llamado Santiago el Menor, para distinguirlo de Santiago, el hijo de Zebedeo. Pero lo que sí sabemos es que tanto Felipe como Santiago vieron a Jesús resucitado. Al igual que San Pablo, en la primera lectura de hoy, ellos podrían decir: “Se me apareció a mí” (1 Corintios 15, 8). Para estos primeros cristianos, ver al Señor resucitado de entre los muertos hizo toda la diferencia. Su resurrección validó todo lo que Jesús había dicho y hecho durante su ministerio. Debido a que el Señor Jesús resucitó, ellos no temían enfrentar la oposición, persecución e incluso el martirio. Ellos sabían que la muerte no tenía la última palabra, ni para Jesús ni para ellos. Pero nosotros vivimos dos mil años después de Jesús. ¿Cómo podemos

tener esta misma confianza en el Señor y la seguridad en la vida eterna? Como sucedió con Felipe y Santiago, comienza con un encuentro con Jesús resucitado. Incluso ahora, Jesús sigue “apareciéndose” a las personas. No lo vemos físicamente como lo hicieron Felipe y Santiago. Y probablemente no vemos una luz resplandeciente como sucedió con Pablo (Hechos 9, 3). Pero podemos saber, profundo en nuestro corazón, que Jesús es real, que está a nuestro lado y que ha resucitado. Reconoceremos su presencia mientras él calma nuestro corazón y nos llena con su paz. Estaremos convencidos de que él ha resucitado mientras experimentamos su ayuda para vencer el pecado y él nos enseña a amar a nuestro prójimo. Estaremos seguros de que él nos conoce y nos ama conforme responde nuestras oraciones y nos recuerda justo el pasaje correcto de la Escritura para ayudarnos a enfrentar nuestras circunstancias. Jesús anhela que todo creyente diga “Se me apareció también a mí” (1 Corintios 15, 8). Permite que el Señor se muestre frente a ti. “Amado Señor Jesús, te pido que me ayudes a verte hoy.” ³³

Salmo 19 (18), 2-3. 4-5 Juan 14, 6-14

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de mayo, miércoles Hechos 8, 1-8 Felipe bajó a la ciudad de Samaria… (Hechos 8, 5) Para predicar la buena nueva, Felipe terminó yendo a Samaria. De todos los lugares, ¡se decidió precisamente por ese! Para entender lo radical que esto era en tiempos de Jesús, analicemos el contexto. La ruptura entre los judíos y los samaritanos fue tan escabrosa como cualquier división política moderna. Estaba fundamentada en la convicción de los judíos de que los samaritanos se habían apartado de las creencias más fieles. La hostilidad, considerada justa por algunos judíos, resultó en un evitamiento y odio cada vez más profundo (Juan 4, 9). Jesús y sus seguidores habían quedado atrapados ellos mismos en aquella desagradable división. Un pueblo samaritano se había negado a ofrecerles hospitalidad (Lucas 9, 52). En otro momento, alguien “insultó” a Jesús llamándolo samaritano, sugiriendo que él era tan despreciable y transgresor de la ley como decían que eran ellos (Juan 8, 48). Pareciera como si los samaritanos fueran las últimas personas en la tierra a los que los judíos fieles querrían tratar como parte de la familia. ¡Eran más como familiares desconocidos! Así que eran las últimas personas en el mundo

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a quienes el tan anhelado Mesías se les mostraría, o al menos eso era lo que muchos judíos, incluyendo los discípulos, probablemente pensaban. Pero Jesús escuchó a su Padre. En unidad con la voluntad del Padre, le dijo a sus discípulos: “Al que viene a mí yo no lo echaré fuera” (Juan 6, 37). La voluntad de su Padre era, y sigue siendo actualmente, que todo aquel que crea en el Hijo tenga vida eterna (6, 40). Jesús vivió esta receptividad profunda y amplia ofreciendo el agua viva de la salvación a los samaritanos (4, 10) y pidiéndole a sus discípulos que fueran testigos para ellos como hermanos y hermanas (Hechos 1, 8). Por esa razón, los creyentes como Felipe se fueron a predicar el mensaje de salvación y curación por medio de Jesús en Samaria. A menudo nos vemos tentados a alejarnos de las personas a las que no comprendemos o con quienes no estamos de acuerdo. Pero Jesús nos enseña que nadie en este mundo es indigno o está excluido de su familia. Pídele un espíritu de apertura para que tú, al igual que Felipe, estés dispuesto a compartir el amor de Dios con todos, sin importar quiénes sean. “Señor, te pido que me ayudes a ser testigo de tu amor.” ³³

Salmo 66 (65), 1-3a. 4-5. 6-7a Juan 6, 35-40


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de mayo, jueves Salmo 66 (65), 8-9. 16-17. 20 Aclama al Señor, tierra entera. (Respuesta del salmo) ¿Cuándo fue la última vez que clamaste a Dios con alegría? ¿Una boda o un nacimiento? ¿La recuperación de una enfermedad? ¿Una largamente esperada reunión con un ser querido? Estas son ocasiones perfectas para exclamar de alegría. Pero el salmista no se limita a un momento específico. Más bien, nos exhorta a exclamar de alegría en todo tiempo porque Dios “nos ha devuelto la vida”, y no rechaza nuestra súplica ni nos retira su favor (Salmo 66 (65), 9. 20). La primera lectura de hoy ejemplifica esta alegría continua. Dios envió a Felipe a una ruta desértica. Felipe no sabía por qué o dónde debía ir, y el terreno era rocoso y árido. Pero la alegría del Señor lo sostuvo en el trayecto y posiblemente lo convirtió en un evangelista entusiasta y alegre. Y, ¿qué sucedió con el oficial etíope? ¿Cuál fue su reacción después de que recibiera el Espíritu Santo en el Bautismo? Él “prosiguió su viaje, lleno de alegría” (Hechos 8, 39). Podemos imaginarnos que la alegría permaneció con él cuando regresó a su propio país. La alegría no es simplemente un sentimiento pasajero sino un fruto del Espíritu que habita en nuestro corazón y el producto de la vida de Dios en

nosotros (Gálatas 5, 22). En lugar de sentir alegría en distintos momentos, es posible vivir en un estado de gozo permanente. Esta alegría que es infundida con esperanza —la expectativa de lo bueno— aun cuando nuestras circunstancias inmediatas no sean felices en sí mismas. La vida de Dios en nosotros crece y madura, y conforme lo hace, nuestra alegría aumenta. Eso significa que tú también puedes crecer en alegría. ¡Y puedes comenzar expresándola! Comienza con: “Bendecid… a nuestro Dios” (Salmo 66, 8). Luego abre tu corazón al Señor, vuelve tus pensamientos a él continuamente. Adóralo en oración, encuéntralo en la Escritura y celébralo en la Eucaristía. Dile los motivos de tu gratitud: Por concederte este día; por curarte, por perdonarte y por consolarte. “Haced resonar sus alabanzas” (66, 8) contándole a alguien más sobre lo que Dios ha hecho por ti, incluso —y especialmente— aquellas pequeñas bendiciones que el Señor te da cada día. Sí, aclama a Dios con alegría, y observa ese gozo florecer en ti. “Padre, te pido que me ayudes a aclamar con alegría hoy y en toda circunstancia.” ³³

Hechos 8, 26-40 Juan 6, 44-51

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de mayo, viernes Hechos 9, 1-20 Yo lo he escogido como instrumento. (Hechos 9:15) Ananías sabía todo sobre Saulo de Tarso, el celoso perseguidor que suponía un peligro mortal para él y sus hermanos cristianos. ¿Realmente Dios le estaba pidiendo que lo buscara y rezara para que Saulo recuperara la vista? Pero cuando Ananías cuestionó más a Dios, el Señor lo invitó a ajustarse a su manera de pensar y ver a Saulo con una nueva luz. Fue el Señor, no Ananías, el que decidió lo que Saulo merecía. Dios lo había escogido como su propio instrumento para proclamar la buena noticia por todo el mundo, y eso era lo que importaba. ¡Claramente Dios no veía a Saulo de la misma forma en que Ananías lo hacía! Entonces, Ananías cambió de parecer. Cuando encontró a Saulo, no le hizo preguntas ni le reprochó sus pecados pasados. Simplemente se dirigió a él como “hermano” y rezó para que Dios le devolviera la vista (Hechos 9, 17). Y no se detuvo ahí. También rezó por Saulo para que se llenara del Espíritu Santo, lo bautizó y se aseguró de que comiera algo. En otras palabras, le ayudó a Pablo a encontrar la fuerza que necesitaba para comenzar la obra que Dios evidentemente lo había llamado a realizar.

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Ananías claramente fue más allá de solo darle a Saulo el beneficio de la duda. Y aunque no vuelve a ser mencionado de nuevo en la Biblia, todos nos beneficiamos de su ejemplo. Después de todo, cualquiera de nosotros puede caer en la trampa de etiquetar a las personas de acuerdo a lo que hemos escuchado de ellas. Solo Dios tiene el panorama completo. Independientemente de lo que podamos aprender sobre otra persona, una verdad sobresale por sobre todo lo demás: Esta persona es alguien que Dios creó y a quien él ama mucho. De manera que cuando te sientas tentado a emitir juicios, pídele a Dios más luz, como lo hizo Ananías. Ver a las personas a la luz del amor de Dios nos ayuda a verlos de forma más completa, más verdadera. Ananías nos demuestra que obtener una nueva perspectiva es solamente el comienzo. ¿Te estará pidiendo Dios que vayas más allá y bendigas la vida de alguien hoy? ¿De qué manera tus generosas acciones pueden hacer la diferencia en su vida? “Amado Jesús, derrama la luz de tu amor en quienes me rodean, te lo ruego.” ³³

Salmo 117 (116), 1. 2 Juan 6, 52-59


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de mayo, sábado Juan 6, 60-69 Este modo de hablar es intolerable, ¿quién puede admitir eso? (Juan 6, 60) Imaginen lo impactantes que deben haber sido las palabras de Jesús para quienes las escucharon. ¿Realmente tenemos que comernos la carne y bebernos la sangre de este hombre (Juan 6, 53)? Pedro, y todos los discípulos, deben haberlas encontrado difíciles de aceptar también. Pero observa la forma en que Pedro respondió cuando Jesús le preguntó a él y a los otros discípulos si querían irse con todos los demás: “¿A quién iremos? Tú tienes palabras de vida eterna” (Juan 6, 66. 68). Pedro creía que Jesús era el Mesías, y esto lo ayudó a aceptar las palabras de Jesús, aun cuando no las pudiera comprender completamente en ese momento. Ahora, quizá tú no tengas un problema en creer en la Eucaristía. Pero, ¿hay alguna otra enseñanza de Jesús o de la Iglesia que tú o alguien que tú conoces encuentran “difícil” de aceptar (Juan 6, 60)? Podría ser una enseñanza moral, o sobre la Virgen María, tal vez es un pasaje de la Biblia. Cuando surge algo que nos cuesta comprender o aceptar completamente, ¿qué debemos hacer? Podemos imitar la actitud de Pedro: Continúa siguiendo a Jesús y cree en que a su debido tiempo, podrás

comprender aquello que no has podido aceptar. Esto no es lo mismo que la fe ciega. Dios no nos está pidiendo que abandonemos la razón. El Señor respeta nuestro intelecto, y quiere que lo utilicemos. Mientras tanto, necesitamos ser pacientes y decir: Aun cuando no entiendo completamente, decido creer. Y debido a que procuro comprender, buscaré con fe. Pero, ¿cómo, de forma práctica, podemos continuar profundizando nuestro conocimiento? Podríamos hablar con un amigo o un sacerdote o alguien más que entienda mejor el asunto. Además, muchos recursos, incluyendo la mayoría de los documentos de la Iglesia y el Catecismo, se encuentran disponibles en Internet. Podemos encontrar un buen estudio bíblico, pero lo que es más importante, podemos rezar para que Dios nos guíe y nos ayude. Jesús sabía que sus palabras sobre la Eucaristía podrían ser difíciles de aceptar. También sabe qué cosas serán difíciles para ti. Así que acércate y confía en que él te dará la perspectiva correcta, un paso a la vez. “Señor, ¡yo creo!” ³³

Hechos 9, 31-42 Salmo 116 (115), 12-13. 14-15. 16-17

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MEDITACIONES MAYO 8-14

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de mayo, domingo Hechos 13, 14. 43-52 Se llenaron de envidia. (Hechos 13, 45) La palabra griega para “envidia” es la misma que se utiliza para “celo”. Hay una línea muy delgada entre estas dos emociones. La envidia surge cuando vemos a alguien más disfrutando algo que deseábamos tener. Por otro lado, el celo surge del deseo de ver a otra persona disfrutar de algo que sabemos que es bueno. La envidia se centra en uno mismo, mientras que el celo se centra en los demás. Esta distinción puede ayudarnos a entender la reacción de algunos de los judíos en la sinagoga en Antioquía de Pisidia. Sentían envidia al ver la gran multitud que se reunió para escuchar a Pablo y Bernabé predicar. Los enojaba ver que estos extranjeros recibían más atención que ellos. Así es como funciona la envidia. Alguien tiene algo que pensamos que es valioso. Al ver a esa persona disfrutar de esa cosa, nuestro deseo por el objeto aumenta. Si no tenemos cuidado, nuestro deseo puede transformarse 72 | La Palabra Entre Nosotros

en resentimiento hacia esa persona. Y nuestro resentimiento puede volverse tan intenso que nos olvidamos de lo que queríamos en primer lugar. Nuestro enfoque cambia del objeto hacia la persona a la cual envidiamos. Es el motivo por el cual Caín mató a Abel. También es la razón por la cual David mató a Urías, y por la cual algunos fariseos odiaban a Jesús. También es la razón por la cual estos judíos contradijeron a Pablo y Bernabé “con palabras injuriosas” (Hechos 13, 45). La mejor forma de vencer esta clase de envidia es pedirle a Dios que nos ayude a practicar la generosidad en lugar de codiciar lo que alguien más tiene, ofrécele a esa persona el regalo de tu oración. En lugar de volverse contra el otro, procura ser feliz porque está disfrutando de lo que tú deseabas para ti mismo. Reprime cualquier intento de envidia sofocándola con amor, bendiciones y compasión enfocados en la otra persona. La envidia no tiene que controlarte, tú puedes controlarla por medio de la gracia de Dios. “Señor, te pido que me ayudes a contar mis bendiciones y a bendecir a los demás.” ³³

Salmo 100 (99), 2. 3. 5 Apocalipsis 7, 9. 14-17 Juan 10, 27-30


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de mayo, lunes Hechos 11, 1-18 Entonces Pedro les contó desde el principio. (Hechos 11,4) La retrospectiva es repasar un evento que sucedió en el pasado y, así, poder encontrar el sentido de ese evento que vivimos. Eso fue lo que Pedro experimentó al mirar hacia atrás y repasar los sorprendentes eventos que se narran en la primera lectura de hoy. Conforme la historia se desarrolla, Pedro se enfrenta a situaciones inusuales, y al final, toda su perspectiva ha cambiado. Su visión, los tres hombres que llamaron a la puerta, su decisión de ir con ellos “sin dudar”, el Espíritu Santo derramándose sobre un hogar de gentiles, cada una de estas acciones formaba otra parte en el plan de Dios. Pero solamente con una retrospectiva espiritual, Pedro pudo comprender que Dios quería incluir a los gentiles en su Iglesia. Pedro estaba tan convencido, en realidad, que fue capaz de explicárselo a los creyentes circuncidados en Jerusalén (Hechos 11, 2). Piensa en cómo se aplica esto en tu vida. Podrías vivir una situación que al principio no tiene sentido. Quizá perdiste tu trabajo y tuviste que quedarte en casa con tus hijos. O tal vez un buen amigo se mudó al otro lado del país. Sin lugar a dudas, una situación así será una transición difícil, pero al repasarla más tarde, puedes descubir

que Dios tenía un propósito perfecto y un plan para cada momento. Quizá quedarte en casa te ofrezca la oportunidad de mejorar tu relación con uno de tus hijos o, aunque parezca difícil, puedes encontrar una forma de profundizar tu amistad a la distancia. La perspectiva espiritual puede ayudarte a maravillarte del plan de Dios. Lo que es más importante, puede inspirarte a buscar su ayuda la próxima vez que algo inesperado suceda. Esa es la razón por la cual de vez en cuando vale la pena repasar algunos de los eventos de tu vida o de la vida de tus seres queridos. Pídele al Espíritu Santo que te ayude a ver la forma en que Dios ha estado actuando a través de estas circunstancias. Más aún, anota tus ideas al respecto como un recordatorio de la fidelidad para los momentos en que tengas dudas. Al hacer esto, podrás imitar mejor a Pedro: Aunque es posible que al principio él no comprendiera cómo iban a desarrollarse los acontecimientos, él procuró seguir al Espíritu Santo en cada paso del camino. “Espíritu Santo, te pido que me des una retrospectiva espiritual para ver tu fidelidad a lo largo de mi vida.” ³³

Salmo 42 (41), 2-3; 43 (42), 3. 4 Juan 10, 1-10

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de mayo, martes Juan 10, 22-30 Si tú eres el Mesías, dínoslo claramente. (Juan 10, 24) Los judíos del tiempo de Jesús tenían una idea de lo que su Mesías haría cuando apareciera. Expulsaría a los invasores extranjeros, gobernaría como rey y traería paz a todo el mundo. Suena maravilloso, ¿verdad? Por eso no sorprende que los jefes judíos que se mencionan en el Evangelio de hoy parecían tan entusiasmados cuando le dijeron a Jesús: “¿Hasta cuándo nos vas a tener en suspenso? Si tú eres el Mesías, dínoslo claramente” (Juan 10, 24). Podemos detectar la frustración de Jesús en su respuesta. Habían visto sus palabras y acciones. Ya había demostrado que él era el Mesías. Sin embargo ellos seguían sin ver a quién tenían en frente. Jesús no era nada de lo que estos judíos esperaban. Ellos esperaban a un guerrero, y en su lugar, obtuvieron un Mesías que hablaba de poner la otra mejilla (Lucas 6, 29). Ellos esperaban un líder militar que organizara una revuelta en contra de Roma. En su lugar, Jesús dedicaba su tiempo a enseñar y curar a los pobres, los enfermos y los rechazados. En lugar de llevar paz, Jesús parecía estar provocando toda clase de controversias. Sin embargo, hubo algunos que vieron debajo de la superficie de este 74 | La Palabra Entre Nosotros

humilde predicador. Jesús llamó a estos seguidores “ovejas” que escucharon su “voz” y confiaron en su liderazgo (Juan 10, 27). El Señor había transformado su vida, y ellos se comprometieron con él. De esta forma, comprendieron que el reino del cual Jesús estaba predicando no estaba limitado por la etnia o las fronteras o la política de ese tiempo. En su reino, todos eran bienvenidos; todos estaban invitados a vivir del mismo modo en que él vivía: Con misericordia, humildad y sacrificio. Dios tiene una forma de sorprendernos con su generosidad, y Jesús es la máxima expresión de esa generosidad. Es el Salvador más allá de lo que cualquiera de nosotros podría desear o merecer. El Señor es la imagen visible del Dios invisible, un misterio que se expresa en el Evangelio de hoy cuando dice: “El Padre y yo somos uno” (Juan 10, 30). Jesús nos ofrece algo más precioso de lo que podría ofrecernos cualquier líder terrenal: Amor incondicional, curación para nuestras almas heridas y una vida en la eternidad junto a Dios. “Amado Jesús, yo creo que tú eres el Mesías de Dios. Te pido que abras mi corazón para recibir tu amor y salvación.” ³³

Hechos 11, 19-26 Salmo 87 (86), 1-3. 4-5. 6-7


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de mayo, miércoles Hechos 12, 24–13, 5 Resérvame a Saulo y a Bernabé. (Hechos 13, 2) La primera lectura de hoy describe el inicio de los viajes misioneros de San Pablo. En los siguientes quince capítulos del libro de los Hechos de los Apóstoles, lo seguiremos por toda Asia menor y el sur de Europa mientras predica el evangelio y funda iglesias. Pero, ¿qué sucedió con Bernabé, su primer compañero en la misión? Pablo es una figura tan importante que tiende a opacar un poco a Bernabé, pero, la realidad es que, si no fuera por él, no tendríamos a San Pablo. El verdadero nombre de Bernabé era José, pero los primeros apóstoles lo apodaron Bernabé que en arameo significa “Hijo de consolación” (Hechos 4, 36). Y eso es precisamente lo que él era. Siempre estaba preocupado por los oprimidos, los incomprendidos y los marginados. Siempre estaba buscando animarlos y edificarlos. Por ejemplo, una vez vendió una parte de un terreno que le pertenecía y le dio el dinero a los apóstoles para ayudarlos a cuidar de los miembros más pobres de la nueva iglesia. Bernabé también estuvo al lado de Pablo cuando la iglesia de Jerusalén cuestionó su conversión (Hechos 9, 26-30). Y cuando la iglesia de Antioquía comenzó a crecer, Bernabé viajó

a Tarso para buscar a San Pablo. Y, a pesar de que Pablo todavía tenía algo de mala reputación en Jerusalén, tuvo éxito en convencerlo de regresar a Antioquía y se convirtió en su ayudante (11, 25-26). Bernabé se quedó con su primo Juan Marcos aun después de que Pablo se negó a viajar con Juan Marcos quien los había abandonado en una misión anterior (Hechos 13, 13; 15, 36-38). El pasado de las personas no era importante para Bernabé, solo su futuro. Él no se centraba en sus falencias. Más bien, procuraba reforzar sus fortalezas y los ayudaba a descubrir cómo podían servir al Señor. Tú, ¿cómo crees que Bernabé puede ser ejemplo para ti? Podemos estar tan acostumbrados a pensar en lo que nos hace falta que olvidamos los dones que Dios nos ha dado y el hecho de que él nos está llamando a servirlo. ¡No caigas en la trampa! Permite que el testimonio de Bernabé te anime. Dios te ha concedido dones especiales, y él quiere que tú los uses para edificar su Iglesia. “Padre, te pido que me ayudes a reconocer mis dones y a usarlos para tu gloria.” ³³

Salmo 67 (66), 2-3. 5. 6. 8 Juan 12, 44-50

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de mayo, jueves Juan 13, 16-20 El que recibe al que yo envío, me recibe a mí. (Juan 13, 20) Podemos ver a la Iglesia como una carrera de relevos: Una generación le entrega el bastoncillo a la siguiente pasando el mensaje del evangelio. Desde luego hay verdad en ello: Queremos guardar “el depósito de la fe”, y mantenerlo alejado del error para la siguiente generación (Catecismo de la Iglesia Católica, 86). Pero transmitir la fe implica mucho más que esto. No solo estamos pasando información; estamos compartiendo a una persona, a Jesús mismo. Esa es la razón por la cual, en el Evangelio de hoy, Jesús le dice a los discípulos: “El que recibe al que yo envío, me recibe a mí” (Juan 13, 20, énfasis añadido). No estamos pasando un “objeto”. Estamos presentando personalmente a nuestro maravilloso amigo, Jesús. El Papa Benedicto XVI enfatizó esto cuando escribió: “No se comienza a ser cristiano por una decisión ética o una gran idea, sino por el encuentro con un acontecimiento, con una Persona, que da un nuevo horizonte a la vida y, con ello, una orientación decisiva” (Deus Caritas Est, 1). Cuando somos testigos de Jesús, es como si estuviéramos encendiendo un fuego precioso en la oscuridad de la noche, algo que transforma la vida.

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Pero, ¿cómo podemos presentarle a Jesús a otra persona? El Maestro mismo nos enseñó la forma: Con servicio humilde. En el Evangelio de hoy, Jesús acababa de terminar de lavar los pies de sus discípulos cuando les dijo que siguieran su ejemplo. No estaba simplemente enseñándoles algo; les estaba mostrando cómo hacerlo. Esta ha sido la manera en que la Iglesia ha hecho las cosas desde el principio: Compartimos el mensaje de Jesús a través de nuestras palabras y nuestro amor. Si quieres que las personas que te rodean conozcan a Jesús, comienza por servirlas a ellas. Puedes escucharlos cuando tienen algo que contarte. Puedes ofrecerles una comida o llevarlos a Misa. Podría ser más fácil simplemente darles una Biblia, como si fuera un bastoncillo de relevos, y evitar enfrentarse a sus “pies sucios”. Pero no hay nada que pueda equipararse al contacto humano para ofrecer el amor de Jesús, a través de una sonrisa, de tu voz o de tus manos y pies. “Señor Jesús, te pido que me ayudes a compartir tu amor y presencia con aquellos que se encuentran a mi alrededor.” ³³

Hechos 13, 13-25 Salmo 89 (88), 2-3. 21-22. 25. 27


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de mayo, viernes Juan 14, 1-6 Yo soy el camino, la verdad y la vida. (Juan 14, 6) Jesús es el camino. Es el Hijo perfecto del Padre que hizo solo lo que el Padre le dijo que hiciera. No se aferró a su propia visión de la forma en que su vida debía desarrollarse; tampoco se aferró a su condición divina. En esto, él nos mostró cuál debe ser nuestro modo de vivir. Jesús amó al Padre con confianza total. Sabía que estaba en las manos de su Padre celestial, y ahí fue donde descansó. Habiendo ascendido al cielo, Jesús nos llama a vivir de la misma forma en que él vivió: Confiando plenamente en el Padre y dedicando nuestra vida al llamado que Dios nos ha hecho. El Señor nos enseñará, nos guiará, nos moldeará y nos convertirá en hijos suyos. Nos enseñará cómo descansar en sus manos, tal como él mismo descansó en las manos del Padre. Jesús es la verdad. Cada palabra que el Señor Jesucristo pronunción aquí en la tierra, era la verdad. Cuando hacía una promesa, la cumplía. Cada milagro que realizó, cada parábola que contó, cada sermón que predicó demuestra el amor que el Padre celestial nos tiene a cada uno de nosotros y la manera en que él quiere que vivamos en amor unos con otros. Todo lo que Jesús hizo al caminar sobre la tierra, y todo lo que

hace ahora al actuar en y a través de su Iglesia, es una proclamación de su amor. Esta verdad es el fundamento de toda la creación, es el fundamento de la vida de cada uno de nosotros. Jesús es la vida. Conocer a Jesús es estar completamente vivo porque él nos ha concedido estar en comunión con su vida divina. Cada vez que recibimos el Cuerpo y la Sangre de Cristo, su vida se manifiesta en nuestro corazón pecador. Jesús ha decido habitar en nosotros. El Señor ha decidido depositar su propia vida en nuestro corazón y hacer que esa vida sea el manantial que nutre la nuestra. Jesús viene a satisfacer nuestras necesidades más profundas y a regocijarse con nosotros por cada buen don que él mismo nos ha otorgado. El Señor viene a enseñarnos, a llenarnos y a guiarnos. Jesús es el camino, la verdad y la vida. En él, nada nos falta. El Señor nos ha dado mucho más que el perdón de nuestros pecados. Nos ha dado todo un nuevo modo de vivir, en unión de su Padre celestial. “Señor Jesús, te amo. Te pido que abras mis ojos para verte y conocerte más. ¡Abre mi corazón, te lo ruego, para recibir tu vida más plenamente!” ³³

Hechos 13, 26-33 Salmo 2, 6-7. 8-9. 10-11

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de mayo, sábado San Matías Hechos 1, 15-17. 20-26 Le tocó a Matías. (Hechos 1, 26) Pedro estaba en un aprieto. No estaba claro quién debía reemplazar a Judas Iscariote como el doceavo apóstol. Él sabía que necesitaban a alguien que hubiera estado con Jesús desde el principio y pudiera ser “testigo de la resurrección” (Hechos 1, 22). Esa descripción solo podía aplicarse a un cierto número de personas, incluyendo a muchos de los setenta y dos que Jesús envió como sus embajadores al inicio de su ministerio (Lucas 10, 1). Por esta razón, Pedro trató de reducir la lista lo más que pudo, y dejó el resto al Señor. Al final, le tocó a Matías. Este relato de la primera lectura de hoy nos dice dos cosas. Primero, que todo aquel que se ha encontrado con el Señor está calificado para ser su testigo. Cada uno de los discípulos en la lista de Pedro tenía su propia historia que contar sobre Jesús. Cada uno de ellos tenía algo que compartir, y probablemente lo hicieron, con sus familias, vecinos y amigos. Segundo, este pasaje nos dice que cada uno de nosotros tiene una función que desempeñar en el reino de Dios. Solo podía haber un doceavo apóstol, y Dios escogió a Matías. Pero eso no significa que José Barsabá, el otro candidato, no fuera importante. 78 | La Palabra Entre Nosotros

Solo significaba que Dios tenía algo más en mente para él. Todavía podía ser un testigo del Señor resucitado según el llamado que Dios le estuviera haciendo: Ya fuera curar enfermos, ser intercesor, profeta, maestro o una combinación de todas estas. Tal vez tú no has visto al Señor resucitado, físicamente, como Matías y los otros lo vieron, pero has tenido tus propios encuentros personales con él, quizá en Misa, en la oración o a través de un amigo. Eso significa que tú también tienes una historia que contar y que te pertenece solamente a ti. Además significa que tienes un rol único que desempeñar en el Reino de Dios. En la semana que inicia, podrías dedicar tiempo para pensar en tu propia historia. ¿Alguna persona que conoces nunca ha escuchado sobre los encuentros que has tenido con Cristo? ¿Puede tu historia darle la confianza de que podría vivir algo similar? Piensa en tu llamado, también. Tú eres un discípulo, destinado a ser testigo de Cristo resucitado, y Dios tiene una tarea para ti que nadie más puede realizar. “Señor, te pido que me ilumines y me muestres cómo ser testigo de tu resurrección y de tu amor.” ³³

Salmo 113 (112), 1-2. 3-4. 5-6. 7-8 Juan 15, 9-17


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MEDITACIONES MAYO 15-21

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de mayo, domingo Juan 13, 31-33. 34-35 Que se amen los unos a los otros. (Juan 13, 35) Lo que Jesús estaba diciendo parece sencillo: Ser amable, cuidar de otras personas, quizá dar algo de dinero a los pobres. Pero, repasemos el contexto de este mandamiento. Jesús acababa de lavar los pies de sus discípulos, y Judas se había retirado en su misión de traicionarlo. Jesús sabía que no estaría con sus amigos mucho tiempo más. Así que cuando le dijo a sus discípulos que se amaran unos a otros como él los había amado, los estaba llamando a amar de una forma que reflejara su propio amor, que es desinteresado y sacrificado, un amor que fluye del amor incondicional de Dios por cada persona en la tierra. Esta forma de amar apartaría a los seguidores de Jesús porque es muy diferente de la forma en que la mayoría de las personas piensan del amor. El amor de Jesús lavó los pies de su traidor, perdonó a aquellos que lo clavaron a la cruz, cruzó líneas culturales para

abrazar a samaritanos y gentiles y se extendió a los marginados y los rivales políticos. Es la clase de amor que conquistó gente en el primer siglo: Ellos vieron a los creyentes cuidar de los marginados como las viudas y los huérfanos y poniendo todas sus posesiones en común. Pero también ha ganado gente a lo largo de la historia: Personas que vieron a los cristianos cuidando de las víctimas de la plaga en la Edad Media, creyentes arriesgando su seguridad para esconder judíos durante la Segunda Guerra Mundial y más recientemente a San Juan Pablo II perdonando al hombre que le disparó. El asombro de ver santos que amaron de esta forma puede hacerte pensar que es imposible para ti, pero este llamado a amar no es solamente para los santos. Jesús ha impactado tu vida y habita en tu corazón, así como sucedió con ellos. ¿Cómo lo hicieron? Experimentaron el amor de Jesús de primera mano, y cambiaron la forma en que amaron a las personas que los rodearon. Lo mismo puede sucederte a ti. “Amado Jesús, te pido que me enseñes a amar como tú amas.” ³³

Hechos 14, 21-27 Salmo 145 (144), 8-9. 10-11. 1213ab Apocalipsis 21, 1-5

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de mayo, lunes Juan 14, 21-26 El Espíritu Santo… les recordará todo cuanto yo les he dicho. (Juan 14, 26) ¡Es difícil recordar todo lo que tenemos que hacer! Es bueno que existan los recordatorios: Alarmas en el teléfono celular, una seña de alguien en nuestra casa o un compañero de trabajo o las infalibles notas adhesivas. ¡Gracias a Dios porque en el Espíritu Santo tenemos un “recordatorio” celestial! Desde luego, el Espíritu es mucho más que el tono de un timbre del teléfono, pero una de las cosas que Jesús prometió que el Espíritu haría es recordanos sus enseñanzas en todo tiempo y lugar. Durante su ministerio público, Jesús le enseñó a sus discípulos mucho sobre su Padre celestial y sobre la clase de vida que él quiere que vivamos. Sin embargo, él no esperaba que ellos lo comprendieran todo de una sola vez, tampoco espera eso de nosotros. El Señor sabe que ese es un trabajo que ocupará toda la vida. Y esa es la razón por la cual el Espíritu Santo es tan importante. Él viene a nosotros para ayudarnos a recordar todo lo que Jesús nos enseñó y a guiarnos a una vida que sea más agradable para el Señor. ¿De qué maneras puede el Espíritu Santo hacernos recordatorios? Quizá algunos ejemplos nos pueden 80 | La Palabra Entre Nosotros

ayudar. Cuando estamos enfrentando una situación difícil, él es quien nos recuerda que Dios es digno de confianza, quizá trayendo un pasaje de la Escritura a nuestra mente o por medio de las palabras de un amigo para animarnos. Cuando dudamos de su amor, él nos ayuda a recordar que Cristo vive en nosotros, tal vez por medio de un himno en la Misa o trayendo a nuestra mente un evento pasado que estuvo lleno de su gracia. El Espíritu nos recuerda llamar a un amigo o familiar que está sufriendo. Nos anima a ser generosos cuando nos sentimos presionados. Y nos ayuda a recordar el propio ejemplo de misericordia de Jesús cuando nos cuesta perdonar. Lo que es mejor, el Espíritu no solo actúa como nuestro recordatorio; ¡también nos capacita para hacer lo que Jesús nos enseñó! Agradece al Espíritu Santo por su acción en tu vida y reflexiona en las maneras en que él te está ayudando a seguir a Jesús. Luego pídele todavía más y más de su poder, guía y amor, para que puedas vivir una vida que sea semejante a la de Jesucristo. “Espíritu Santo, ¡quiero más de ti! Gracias por tus ‘recordatorios’.” ³³

Hechos 14, 5-18 Salmo 115 (113B), 1-2. 3-4. 15-16


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de mayo, martes Hechos 14, 19-28 Animaban a los discípulos y los exhortaban a perseverar en la fe. (Hechos 14, 22) “Exhortar”. No es una palabra que se use tan a menudo hoy en día, pero la exhortación es central en nuestro llamado como discípulos de Cristo. Exhortar a alguien significa animarlo fuertemente de alguna manera. En el caso de nuestro caminar cristiano, significa animarnos unos a otros a “perseverar en la fe”, tal como lo hicieron Pablo y Bernabé con las personas que habían evangelizado en su primer viaje misionero (Hechos 14, 22). La exhortación cristiana requiere de un balance delicado de ánimo positivo y de crítica constructiva, todo gestionado con el amor y la gracia suficientes para que el oyente no se sienta desalentado. Generalmente, esto no es algo que haces con un simple conocido. Solamente ofreces este tipo de aliento a los amigos que conoces y en quienes confías, personas con las que has compartido tu vida y que a su vez han compartido la suya contigo. La verdad es que, a Dios le gustaría que todos nosotros tengamos amistades cercanas como estas que están enraizadas en nuestra fe común y nuestro amor por él. El Señor desea ver a todos sus hijos tener hermanos

en Cristo que están dispuestos a ayudarse unos a otros a crecer en santidad. Quizá tú ya tienes uno o dos amigos cercanos como estos. Si es así, ¡dale gracias al Señor por ellos y valóralos! Si no, pídele a Dios que te envíe un hermano o hermana que pueda cumplir esta función en tu vida. O más aún, piensa en tus amigos y mira si puedes comenzar a edificar una relación de este tipo con alguno de ellos. ¿Hay alguien con quien te sientes cómodo compartiendo tu vida? Comienza por compartir tus ideas sobre la homilía del domingo o permítele saber que estás rezando por él o ella. También podrías preguntar si hay intenciones específicas por las que puedes rezar. O comparte tus intenciones de oración con ellos. Jesús le dijo a sus discípulos: “Si se aman los unos a los otros, todo el mundo se dará cuenta de que son discípulos míos” (Juan 13, 35). ¡Imagina el impacto que esto puede tener en el mundo si todos aprendemos a amarnos y exhortarnos unos a otros en Cristo! “Señor, te pido que me des amistades profundas que me ayuden a acercarme más a ti.” ³³

Salmo 145 (144), 10-11. 12-13ab. 21 Juan 14, 27-31

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de mayo, miércoles Juan 15, 1-8 Yo soy la vid verdadera. (Juan 15, 1) Probablemente la mayoría de nosotros no somos expertos en cultivar uvas. Así que, en un principio, una conversación sobre vides, ramas, podar plantas o dar fruto podría parecer un poco lejana a nuestra experiencia personal. Sin embargo, dediquemos unos minutos para ver qué nos pueden enseñar las uvas sobre la vida en Cristo: Una vid saludable: En el caso de las uvas, como sucede con muchas plantas, la salud y la productividad de toda la planta depende de la fortaleza de la vid, también conocida como el tronco. De hecho, las plantas nuevas son injertadas en troncos saludables y consolidados para darles una mejor oportunidad de sobrevivir. De la misma forma, nuestra fortaleza y vida vienen de Jesús, la vid verdadera. Ya que hemos sido injertados en él, no tenemos que intentar dar fruto por nosotros mismos. Podemos recibir la fortaleza y vida que provienen de Jesús y que bendicen nuestros esfuerzos y nos hacen fructíferos. Permanecer unidos a la vid: Para que las ramas den fruto abundante, tienen que permanecer firmemente unidas a una vid saludable. Al acercarnos a Jesús en oración de forma regular o cuando lo hacemos por medio del estudio de la Palabra, al buscarlo durante el día 82 | La Palabra Entre Nosotros

o al alabarlo por lo bueno y lo malo que sucede en nuestra vida, estamos aprendiendo a permanecer en él. De esta manera nos estamos uniendo a él con más firmeza y así podemos recibir más de su vida. Ser podados: Una vid saludable y productiva siempre necesita ser podada cada año. Si las ramas no son podadas, dan menos fruto y pueden enfermarse. Eventualmente dejan de dar fruto del todo. Examinar nuestra consciencia y confesar nuestros pecados puede ser una forma de podarnos. Es posible que queramos evitar la incomodidad de dejar de lado aquello que nos separa de Dios, pero es vital si queremos dar fruto. Debemos hacer a un lado todo lo que pueda estar bloqueando nuestra conexión con Jesús. El Señor ha dicho que él es la vid verdadera. Cuanto más lo reconozcamos como nuestra fuente de vida, permanecemos en él y le pedimos que quite los obstáculos que nos impiden recibir su gracia, más nos pareceremos a él y, ¡daremos fruto bueno y que perdura! “Señor, te ruego que me ayudes a permanecer unido a ti como una rama está unida a la vid. ¡Quiero dar fruto que perdure para tu Reino!” ³³

Hechos 15, 1-6 Salmo 122 (121), 1-2. 3-4a. 4b-5


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de mayo, jueves Hechos 15, 7-21 Dios… mostró su aprobación dándoles el Espíritu Santo. (Hechos 15, 8) Los ancianos de la Iglesia se reunieron en Jerusalén para discutir si los gentiles convertidos debían circuncidarse para salvarse. Este era un asunto que estaba causando confusión y división entre las personas. Pero cuando Pedro les hizo ver que el Espíritu Santo había sido derramado sobre los gentiles de la misma forma en que lo fue sobre los judíos, los apóstoles comprendieron que este era un signo de Dios (Hechos 15, 8). Dios estaba guiando a la Iglesia primitiva a través de la acción del Espíritu Santo. Incluso hoy, el Espíritu Santo a menudo nos habla a través de las señales y las circunstancias. A veces esas señales son muy evidentes. Quizá estás rezando y pidiéndole guía a Dios sobre si debes cambiar de trabajo, pero la posición que quieres ya está ocupada por alguien más. O sientes que es momento de mudarte, y encuentras un apartamento disponible exactamente en el lugar en donde querías vivir. Pero más a menudo, discernir hacia dónde te está guiando Dios implica un proceso. Por ejemplo, para los apóstoles no fue fácil entender lo que el Espíritu Santo los estaba llamando a hacer respecto a los gentiles cristianos

y la circuncisión. Necesitaban reunirse y dialogar sobre el asunto. Al escucharse unos a otros y rezar pidiendo guía, comenzaron a comprender que Dios no necesitaba que los gentiles se circuncidaran antes de enviarles el Espíritu Santo. El don del Espíritu era el signo para ellos de que el Bautismo, no la circuncisión, era la única llave necesaria para entrar en el Reino de Dios. Si estás enfrentando una decisión o necesitas la guía del Espíritu Santo, ve y busca las señales, pero también sé paciente con el proceso. Quizá necesites dedicar tiempo a conversar del asunto con un amigo de confianza o tu párroco. Podrías necesitar “probar” la decisión por algún tiempo. Sobre todo, tendrás que rezar. Al ir dando cada uno de estos pasos, tendrás más confianza de hacia dónde te está guiando el Espíritu. El Espíritu Santo realmente quiere guiarte. Puede requerir tiempo, como le sucedió a Pedro y a la Iglesia primitiva. Podría haber algunos desvíos en el camino, pero cree en que de una forma u otra, el Espíritu te ayudará a encontrar el camino correcto. “¡Ven, Espíritu Santo, te pido que me des tu guía!” ³³

Salmo 96 (95), 1-2a. 2b-3. 10 Juan 15, 9-11

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de mayo, viernes Juan 15, 12-17 Los llamo amigos. (Juan 15, 15) ¿Alguna vez has pensado en lo que significa ser “amigo de Dios”? Moisés, que recibió los Diez Mandamientos, hablaba con Dios “como quien habla con un amigo” (Éxodo 33, 11). Abraham era llamado “amigo de Dios” (Santiago 2, 23) porque creyó en las promesas de Dios de que se convertiría en “padre de muchas naciones” (Génesis 17, 5). Ante estas evidencias, podríamos pensar en que si todos los amigos de Dios son como estos dos, ¡nunca seremos parte de este grupo tan selecto! Sin embargo, mira a los discípulos. Jesús los llamó sus amigos, pero la mayoría de ellos tenía defectos graves y momentos de debilidad. Pedro negó a Jesús (Juan 18, 17. 25. 27); Tomás dudó de que el Señor hubiera resucitado (Juan 20, 25); Santiago y Juan eran ambiciosos (Marcos 10, 37); y la lista continúa. No solo eso, Moisés y Abraham, por muy santos que fueran, estaban lejos de ser perfectos. Pareciera, entonces, que nuestros logros no son los que nos convierten en amigos de Dios después de todo. La verdad es que no es necesario que hagas algo especial o que seas perfecto para ser amigo de Jesús. Tú eres su amigo simplemente porque él te ha 84 | La Palabra Entre Nosotros

escogido. Jesús sabe todo de ti, conoce tus debilidades y tu pasado, y aun así te llama su amigo. ¡El Señor disfruta de tu presencia! Piensa en la relación que tú tienes con tus amigos. Quieres pasar tiempo con ellos, escuchar lo que tienen que decirte y saber cómo está su vida. El Señor desea ese mismo tipo de cercanía contigo. Cuanto más conoces a Jesús como un amigo, más valorarás esa relación. Apreciarás el gran regalo de haber sido escogido por Jesús. Estarás más dispuesto a agradarlo e imitarlo. Esa es la razón por la cual Jesús desea que sus amigos hagan lo que él manda (Juan 15, 14), no porque sean esclavos obligados a obedecer, sino porque son sus amigos que lo aman y desean ser como aquel que los ama a ellos. Sí, Jesús te escogió primero; pero tú puedes decidirte por él todos los días. Tú puedes decidir cada día responder al don de su amistad amándolo y procurando seguir sus pasos. “Señor Jesús, gracias por escogerme para ser tu amigo. Te pido que me ayudes a responder a este regalo con mi propia decisión de seguirte.” ³³

Hechos 15, 22-31 Salmo 57 (56),8-9. 10-12


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de mayo, sábado Juan 15, 18-21 El mundo los odia porque no son del mundo. (Juan 15, 19). Probablemente todos hemos tenido la experiencia de sentirnos “odiados” por nuestra fe. Sin embargo las palabras de Jesús en este pasaje no se refieren simplemente al odio “del mundo”, sino también a cualquier oscuridad que acecha tu corazón. A veces somos nosotros los que “odiamos”. Ahora, podrías pensar: “Un momento, ¿odiar yo a alguien? ¡Eso es imposible!” Pero, detente un momento y piensa en esos momentos en que no amas como deberías o cuando sucumbes a las tentaciones de la envidia, ira o ingratitud. Tal vez no sea odio propiamente dicho, pero cualquier falta de amor abre espacio para que crezca lo opuesto. En este contexto, puede ser de mucha ayuda recordar la clásica definición del amor de San Pablo. Él nos dice que el amor es paciente y bondadoso, no es envidioso, ni orgulloso ni presumido. No busca sus propios intereses. El amor lo sufre todo, espera en todo tiempo y lo soporta todo (1 Corintios 13, 4-7). Ciertamente este listón está alto, pero como lo dice Jesús en el Evangelio de hoy, nosotros no pertenecemos a este mundo (Juan 15, 19). Eso significa que él nos ha dado la gracia de amar de un modo que va más allá

de la idea de amor que tiene el mundo. A través de Cristo, podemos aprender a amar a todos, aun a aquellos que no nos corresponden ese amor, y sí, incluso a los que nos odian. ¿Cómo? Primero, recordemos que Dios es misericordioso. Cuando ves una situación en la cual no has amado, pídele al Señor que te perdone. Luego permite que tu confianza en su misericordia te ayude a pasar por alto las faltas y pecados de otras personas. Segundo, procura estar preparado para pedir perdón de alguien a quien has hecho daño. Buscar el perdón del otro te recordará la clase de persona que Dios te está llamando a ser. También abre la puerta de una manera poderosa no solo a la recomendación, sino también a una relación más profunda y llena de amor con la persona a la cual has ofendido con tus palabras o acciones. Con la misericordia de Dios en mente y la disposición para pedir perdón, tú puedes ser parte de la solución de Cristo para vencer el odio, tanto en el mundo como en tu propio corazón. “Padre celestial, tu amor nunca falla, te pido que me des la fortaleza para amar.” ³³

Hechos 16, 1-10 Salmo 100 (99), 2. 3. 5

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MEDITACIONES MAYO 22-28

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de mayo, domingo Juan 14, 23-29 Mi paz les doy. (Juan 14, 27). ¿No te gustaría que hubiera un poco más de paz en tu vida y en el mundo? Los reportes de noticias están llenos de conflictos tanto nacionales como internacionales. Las relaciones sufren de discordia y desacuerdos. Aun nuestros propios pensamientos y deseos pueden estar en conflicto a veces. ¿De dónde puede venir esa paz? ¡De Jesús, por supuesto! En el Evangelio de hoy, cuando él le ofrece paz a sus discípulos, la palabra que Jesús usa es del hebreo, shalom, que significa bienestar y plenitud. Shalom se utiliza tanto como un saludo o una despedida, y generalmente entre dos amigos que se desean el bien el uno al otro. Pero Jesús no simplemente desea paz a sus discípulos, sino que se las da. La paz de la salvación, la tranquilidad de saber que él los ha restaurado a ellos en su Padre. La certeza gozosa de que todo ha sido puesto en el orden apropiado y todos los obstáculos para la paz han desaparecido. 86 | La Palabra Entre Nosotros

Jesús te concede su paz a ti también. Comienza internamente, conforme conoces la misericordia, el amor y la salvación que has recibido en Cristo. Cada vez que te confiesas, cada vez que rezas delante del Santísimo, cuando tu confianza aumenta, la paz de Jesús toma mayor fuerza en tu vida. Cada vez que dices “ven, Espíritu Santo”, estás acercándote a Aquel que infunde paz en tu corazón. Gradualmente, tu corazón se abre a la confianza de que el amor de Dios por ti puede vencer cualquier conflicto que veas. Al cultivar tu paz interna, comenzará a extenderse en tus relaciones personales. Será menos probable que respondas de la misma manera cuando alguien te ofenda. Te resultará más fácil seguir sonriendo cuando alguien se te atraviese en la carretera. Incluso podrías buscar reconciliarte con un familiar distanciado o ser amable con un vecino poco amigable. Y a partir de ahí, ¿quién sabe? Conforme cada uno de nosotros cultiva la paz, el mundo se convertirá en un lugar más pacífico. “Amado Jesús, ¡gracias por el don de tu paz!” ³³

Hechos 15, 1-2. 22-29 Salmo 67 (66), 2-3. 5. 6. 8 Apocalipsis 21, 10-14. 22-23


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de mayo, lunes Hechos 16, 11-15 Si están convencidos de que mi fe en el Señor es sincera, vengan a hospedarse en mi casa. (Hechos 16, 15) Imaginemos a San Pablo acomodándose para pasar la noche en la casa de Lidia en Filipos. Él y Silas habían iniciado un viaje desde Antioquía con la intención de visitar las iglesias que Pablo había fundado en Asia Menor. Jamás se les habría ocurrido pensar que terminarían ahí y serían los primeros apóstoles en entrar a Europa. ¿Qué podría haberle dicho Pablo al Señor mientras se preparaba para el tan necesitado descanso? “Señor, ¡ciertamente tú actúas de formas misteriosas e inesperadas! ¡A veces quisiera que me mostraras el plan completo! Pero tú no nos muestras todo el itinerario por adelantado, ¿verdad? Al mismo tiempo, estoy asombrado por la manera en que nos has guiado en cada paso del camino. “Eso no significa que no nos sentimos frustrados durante el camino, Señor. Parecía que cada vez que creíamos que debíamos dirigirnos en cierta dirección, tu espíritu lo impedía. Cuando eso sucede, es difícil creer que tú tienes algo mejor en mente. No nos permitiste ir a Bitinia, así que todo lo que pudimos hacer fue dar la vuelta y dirigirnos a Tróade y esperar. ¡No

sabíamos qué debíamos hacer luego! Estoy muy agradecido por el sueño que finalmente me concediste: Un hombre que yo reconocí como macedonio que suplicaba “¡Ven a Macedonia y ayúdanos!” (Hechos 16, 9). Me recordó que cada vez que tú cierras una puerta, eventualmente abrirás otra. “Eso es lo que sucedió aquí en Filipos. Gracias por traernos a la casa de Lidia, esta nueva creyente. Cuando llegamos, no estábamos seguros de lo que íbamos a encontrar, así que fuimos a la orilla del río buscando a algunos judíos que se hubieran reunido para rezar. Y predicamos la buena nueva sobre Jesús con el grupo de mujeres gentiles que encontramos ahí. Ahora tenemos a una amiga y hermana, que es Lidia. Siendo una mujer de negocios, adinerada y con influencias, ¡ella podría ofrecer un centro estratégico para nuestra misión aquí! “Jesús, te pido que me ayudes a no querer adelantarme a ti. Evidentemente tú tienes un plan. Solo permíteme saber cómo cooperar para desarrollarlo juntos. Ayúdame a escucharte. ¡Guíame!” “Señor, tú eres digno de toda confianza. Te pido que me ayudes a esperar hasta que tú me muestres el camino que debo seguir.” ³³

Salmo 149, 1-2. 3-4. 5-6a. 9b Juan 15, 26 –16, 4

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de mayo, martes Juan 16, 5-11 Su corazón se ha llenado de tristeza. (Juan 16, 5. 6) Jesús le había dicho a los discípulos cosas inquietantes, no solo sobre la traición que sufriría y su ejecución, sino también que el mundo lo odiaba a él y, por lo tanto, a ellos. Era demasiada aflicción que comprender, y Jesús sabía que su corazón se concentraría en todas las noticias perturbadoras que él les acababa de dar. Al igual que los discípulos, nosotros también luchamos con el temor y las preocupaciones. Algunas son las ansiedades de la vida cotidiana, y otras provienen de eventos que alteran la vida y que nos llevan al límite. Y es precisamente por ese llamado a servir al Señor, aun en medio de estas dificultades, que Jesús envió al Espíritu Santo. ¿No resulta consolador saber que Jesús no minimiza nuestras dificultades? ¿No resulta inspirador escuchar que él nos ha enviado al Espíritu para ayudarnos a evitar que el dolor llene nuestro corazón? Eso es exactamente lo que el Espíritu ha venido a hacer: A ofrecernos una perspectiva celestial para que nosotros podamos percibir la forma en que Dios está actuando en las personas que nos rodean y que están sufriendo, y en las situaciones difíciles que nosotros mismos enfrentamos.

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“Les he dicho todas estas cosas”, nos dice Jesús, “pero no se centren solo en ellas. Pídanle a mi Espíritu que les ayude a enfocarse también en lo que estoy haciendo.” Cuando estás en medio de una crisis, trata de abrir tu mente a algo más grande que el problema inmediato que tienes frente a ti. Puede parecer difícil, pero toma un momento para buscar las señales del Espíritu. ¿Te está invitando a confiar en él más profundamente en medio de esta dificultad? ¿Te está pidiendo que le entregues en sus manos una situación o a un ser querido? Quizá solo quiere que tengas fe en él. Cualquiera que sea tu dificultad, acostúmbrate a preguntar: “¿Qué estás haciendo, Señor? ¿Cómo puedo unirme a ti en la obra que estás realizando?” Luego haz una pausa para respirar profundo y procura abrir tu corazón a su guía y dirección. Aun si no recibes una respuesta, puedes consolarte recordando que has hecho lo mejor posible y que el Espíritu sigue a tu lado para ayudarte a seguir caminando. “Espíritu Santo, te pido que me ayudes a encontrarte en las distintas situaciones de mi vida.” ³³

Hechos 16, 22-34 Salmo 138 (137),1-2ª. 2bc-3. 7c-8


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de mayo, miércoles Juan 16, 12-15 El Espíritu de la verdad, él los irá guiando hasta la verdad plena. (Juan 16, 13) La lectura del Evangelio de hoy proviene del discurso que Jesús dio a sus discípulos en la Última Cena. Pareciera que Juan quería capturar las últimas palabras de Jesús en la medida de lo posible, ¡les dedicó cuatro capítulos completos! Pero aun después de haber pasado tanto tiempo con ellos, Jesús dijo que había mucha más cosas que quería decirle a los Doce, “pero todavía no las pueden comprender”, añadió (Juan 16, 12). ¿Qué quería decir Jesús con eso? Así como un maestro experimentado no trata de saturar a sus alumnos con demasiada información en una sola clase, Jesús tampoco quería abrumar a sus discípulos. Ya ellos se sentían lo suficientemente confundidos. Pedro no entendía por qué Jesús quería lavarle los pies (Juan 13, 6-10). Felipe le pidió a Jesús que les mostrara al Padre (14, 8). Judas no entendía por qué Jesús iba a “mostrarse” a ellos y no al mundo (14, 22). Y otros discípulos se preguntaban a dónde iba Jesús y si lo volverían a ver alguna vez (14, 5; 16, 17). ¿No desearías que Jesús les hubiera dado más información? O, más bien, ¿no desearías que él hubiera

respondido cada pregunta que ellos tenían? Pero Jesús no hacía las cosas de esa manera. Los Doce recibieron algunas de las respuestas al ser testigos de la pasión, muerte y resurrección de Jesús. Pero las cosas realmente comenzaron a tener sentido solo hasta que recibieron al Espíritu Santo en Pentecostés, tal como Jesús se los había prometido. Solamente cuando aprendieron a escuchar al Espíritu recordaron sus palabras y reafirmaron su fe (Juan 2, 22; 14, 26). Lo mismo sucede con nosotros. En realidad, no saber todo tiene sus ventajas. Así aprendemos a buscar al Espíritu para pedir más sabiduría y para apoyarnos en él cuando nos sentimos débiles y confundidos. Los caminos de Dios no siempre tienen sentido al principio, pero dale tiempo y sigue pidiéndole al Espíritu que te siga “guiando hasta la verdad plena (Juan 16, 13). Sé paciente, y no te sientas desanimado durante tu camino de fe. Recuerda que el Espíritu Santo está a tu lado y te muestra su sabiduría poco a poco, permitiéndote crecer en santidad justo al ritmo correcto. “Ven, Espíritu Santo, y ayúdame a conocer tus caminos.” ³³

Hechos 17, 15, 22–18, 1 Salmo 148, 1-2. 11-12ab. 12c.-14a. 14bcd

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de mayo, jueves Juan 16, 16-20 Ustedes estarán tristes, pero su tristeza se transformará en alegría. (Juan 16, 20) Probablemente los apóstoles estaban confundidos cuando Jesús les dijo que su tristeza se transformaría en alegría (Juan 16, 20). Después de todo, él acababa de informarles que pronto los dejaría (16, 5). Pero, como lo profetizó Jesús, su tristeza en la crucifixión se convirtió en alegría cuando se encontraron nuevamente con él, con Cristo resucitado. Lo que Jesús nos dice aquí también aplica para nosotros. Podemos estar tristes al ver que el diablo sigue actuando, pero un día, en la Segunda Venida del Señor, nuestra tristeza se convertirá en alegría. Eso sucederá cuando el mundo presente pase y seamos justificados en el Reino de Dios. Solo piensa: No habrá más relaciones rotas con familiares o amigos, no habrá más pobreza o racismo o aborto, tampoco más enfermedades ni dolor de ninguna clase. Y sin embargo no necesitamos esperar hasta la Segunda Venida para experimentar el anticipo de ese Reino celestial. La razón es que el Cristo resucitado está aquí con nosotros. El Señor está presente y actuando cada vez que un padre y su hijo resuelven sus diferencias y se reconcilian. Cuando un

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amigo se cura de cáncer, es porque Jesús fue su fuente de sanación. Cuando una mujer tiene una crisis por su embarazo y recibe apoyo que le ayudará a cuidar de su bebé, Jesús está caminando a su lado y la llena de fortaleza. En los buenos tiempos y en los malos, el Reino de Dios continuará irrumpiendo porque Jesús no nos ha abandonado en este mundo. Sí, esta vida es una mezcla de luces y sombras, pero Jesús sabe lo que es caminar a través de ambas. Y permite que sus discípulos, todos nosotros, sepamos con anticipación que enfrentaremos tiempos buenos así como de dificultad. Pero también nos dice que ese no es el final. Si la tristeza que él experimentó durante su pasión y muerte no tuvo la última palabra, tampoco la tendrá con nosotros. De manera que hoy, sea lo que sea que te preocupe, mantente firme en la promesa de Jesús. Cree en que los destellos del reino del cielo que tú ves y experimentas en esta vida, son solamente un reflejo pálido de la alegría que te espera en la eternidad. “Señor Jesús, quiero mantenerme firme en tu promesa de la alegría eterna.” ³³

Hechos 18, 1-8 Salmo 98 (97), 1. 2-3ab. 3cd-4


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de mayo, viernes Juan 16, 20-23 Se alegrará su corazón. (Juan 16, 22) Imagina que estás en el aposento alto con los discípulos. Como ellos, has estado con Jesús por varios años, y ahora él te dice que en poco tiempo, ya no lo verás más. ¿No tendrás muchas preguntas que hacerle? ¿Cómo puede dejarnos después de todo lo que hemos pasado juntos? ¿Acaso él no sabe que lo hemos dejado todo para estar con él, y ahora él va a abandonarnos? ¿No sabe que quedaremos devastados? Jesús conocía y entendía la inquietud de los discípulos y usó ese momento para prepararlos para la tristeza que los iba a embargar debido a su muerte. Pero el Señor no se dejó impresionar por el dolor que ellos sintieron, él sabía que es una parte natural de una pérdida. Pero también les prometió que esa tristeza desaparecería. El Señor les aseguró que su reunión final en el cielo quitaría toda tristeza y les provocaría una alegría mucho mayor de lo que ellos pudieran sentir a causa de su muerte. Ya sea que perdamos a uno de nuestros padres, a un amigo, un hijo o a nuestro esposo o esposa, la muerte nos impacta a cada uno de nosotros de forma inevitable. Y cuanto más cercanos seamos de la persona que fallece, más fuerte será el dolor que

nos provoca su muerte. Pero es en ese preciso momento en que Jesús puede hablarle a nuestro corazón lleno de dolor: “Yo los volveré a ver, se alegrará su corazón y nadie podrá quitarles esa alegría” (Juan 16, 22). Dios sabe que nuestros sentimientos de tristeza y pérdida pueden ser intensos. Es posible que nuestro dolor nunca desaparezca por completo, aun cuando sigamos con nuestra vida, nunca volveremos a ser los mismos. Pero Dios nos promete que al elevar nuestros ojos llorosos con fe, podemos experimentar su consuelo y misericordia y vivir con la esperanza de que veremos de nuevo a nuestros seres queridos. Luego comenzamos a mirar al cielo y a esperar la Segunda Venida de Cristo, no simplemente como algo lejano y que no se relaciona con nuestra vida, sino con un anhelo personal profundo. Comenzamos a anhelar estar con el Señor lo mismo que con aquellos que amamos. Esperamos el día en que no habrá separación nunca más. Y ese es el momento en que nuestro corazón estará alegre. “Padre celestial, anhelo el día que nos reunirás a todos de nuevo. ¡Ven, Señor Jesús!” ³³

Hechos 18, 9-18 Salmo 47 (46), 2-3. 4-5. 6-7

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de mayo, sábado Juan 16, 23-28 El Padre mismo los ama. (Juan 16, 27) En cada Misa, el sacerdote introduce el Padre Nuestro señalando que podemos “atrevernos” a ofrecer esta plegaria porque Jesús mismo nos la enseñó. Es, después de todo, un poco atrevido dirigirnos al Creador del universo en una forma tan personal e íntima. Pero eso fue exactamente lo que Jesús nos dijo que hiciéramos: El amor de Dios por nosotros es tan fuerte como el amor que cualquier padre siente por sus hijos. Es más, él nos ama más de lo que cualquier padre terrenal jamás podría amar a sus hijos. Pero, ¿no te resulta difícil, no importa cuántas veces reces el Padre Nuestro, creer, en lo profundo de tu corazón que Dios te ama? Piensa en la clase de ideas que pueden surgir en nuestra mente: Con seguridad Dios ama a la humanidad en general, pero debe estar muy decepcionado conmigo. Dios me ha concedido muchas bendiciones, pero sigo cometiendo errores; ¿cómo podría él amar a alguien así? Cuando estas ideas surjan, imagina al propio Jesús diciéndote con su fuerte voz: “El Padre mismo los ama” (Juan 16, 27). Jesús mismo ofreció una prueba del amor que el Padre tiene por cada uno de nosotros solo unas pocas horas después cuando aceptó voluntariamente

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su pasión y muerte. Este acto de amor conmovió mucho a San Juan que, décadas después, recordó la promesa de Jesús de que nuestra alegría sería “completa” porque él hizo posible que nos acerquemos a Dios como nuestro Padre (16, 24). Esta verdad es tan revolucionaria que ha cambiado el curso de la historia, y, ¡está cambiando tu vida también! Dedica parte de tu oración hoy a meditar en este versículo. Léelo una y otra vez, o recítalo en voz alta: “El Padre mismo los ama”. Pídele al Espíritu Santo que te recuerde constantemente esta verdad. Al hacerlo, imagina a Jesús a tu lado, animándote a acercarte al Padre. Olvida cualquier idea de que Dios es cruel, se enoja o no te perdona. En su lugar, concéntrate en la inquebrantable fe de Juan en esta verdad: “Pues Dios amó tanto al mundo, que dio a su Hijo único…” (3, 16). Dios te ama. Más allá de quién seas tú o lo que hayas hecho, él te ama. Acude a él en oración hoy, atrévete a llamarlo tu Padre. “Padre celestial, en el nombre de Jesús, te ruego que escuches mi súplica. Te pido que me des la gracia de experimentar tu amor.” ³³

Hechos 18, 23-28 Salmo 47 (46), 2-3. 8-9. 10


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de mayo, domingo La Ascensión del Señor Hechos 1, 1-11 Se fue elevando a la vista de ellos. (Hechos 1, 9) La ascensión de Jesús al cielo está rodeada de mucho misterio. Por ejemplo, ¿por qué Cristo resucitado dejó la tierra después de solo cuarenta días (Hechos 1, 3)? ¿Cómo fue él físicamente elevado al cielo (1, 9)? ¿Fue algo que sucedió instantáneamente o durante un tiempo? Quizá nunca sepamos las respuestas a estas preguntas en este lado del cielo. Pero al meditar en esta fiesta podemos comprender algo del gran amor que Dios tiene por nosotros. Primero, la ascensión nos dice que cuando Jesús adoptó nuestra naturaleza humana en la Encarnación, no lo hizo temporalmente. Es decir, la Palabra se hizo carne, no solo por los treinta y tres años que Jesús caminó sobre la tierra, sino para siempre. La Encarnación de Cristo fue un acto de gran humildad, Dios rebajándose para hacerse criatura. Pero fue más que Dios rebajándose. También nos estaba

elevando a nosotros porque Jesús, que es tanto hombre como Dios, ha tomado su lugar a la derecha de Dios (Marcos 16, 19). Ahora nuestra naturaleza humana forma parte en la vida de la Trinidad. ¡Así de grande es el amor que Dios tiene por nosotros! Segundo, debido a que rezamos a Dios que sigue siendo humano y divino, nuestra relación con Jesús es muy personal. Al rezar, podemos imaginar a un ser humano de verdad que se encuentra delante de nosotros, mirándonos a los ojos y consolándonos con un abrazo cálido. No solo eso, pero tenemos la certeza de que en el cielo, Jesús en su cuerpo humano está intercediendo físicamente por nosotros (Hebreos 7, 25). ¡Qué consolador es saber que él comprende nuestra condición humana! El Señor la ha experimentado él mismo y por lo tanto simpatiza con nuestra debilidad (4, 15). El día de hoy, dedica unos minutos en la Misa para reflexionar en la gran maravilla de un Dios que nos ama tanto que se convirtió en uno de nosotros, no solo por poco tiempo, ¡sino para siempre! “Padre, te doy gracias por haber enviado a tu Hijo Jesús.” ³³

Salmo 47 (46), 2-3. 6-7. 8-9 Efesios 1, 17-23 Lucas 24, 46-53

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de mayo, lunes Hechos 19, 1-8 Descendió el Espíritu Santo. (Hechos 19, 6) Los discípulos que San Pablo encontró en Éfeso no sabían que existía el Espíritu Santo, ni siquiera que Jesús era el Mesías. Pero cuando Pablo les contó las buenas noticias y rezó con ellos, sus ojos se abrieron a los dones espirituales que ahora les pertenecían a través de Cristo. Los discípulos de Éfeso sabían que el Espíritu Santo “descendió” porque eran capaces de profetizar y hablar en lenguas concedidas por Dios (Hechos 19, 6). Estas manifestaciones eran, sin duda, un signo de la presencia del Espíritu en la Iglesia primitiva, e incluso en la actualidad hay creyentes que experimentan estos dones “carismáticos” (1 Corintios 12, 4-11). Mientras estos dos son los signos más evidentes del Espíritu, la Escritura nos habla de otros dones que podemos experimentar (Isaías 11, 2-3): • Cuando pides la guía que necesitas para tomar una decisión y recibes sabiduría, puedes tener la seguridad de que viene del Espíritu. • Cuando te ves tentado a hacer o decir algo grosero, y te resistes diciendo rápidamente un Ave María, el Espíritu de inteligencia te está concediendo dominio propio. 94 | La Palabra Entre Nosotros

• Cuando estás buscando recibir crédito por tus logros, el temor del Señor te recuerda que todos tus talentos vienen de Dios. • Cuando estás confundido con la enseñanza de la Iglesia en un asunto moral y encuentras una nueva perspectiva, el Espíritu te está concediendo conocimiento e inteligencia. • Cuando estás al límite de una situación pero sigues perseverando en la fe, estás recibiendo fuerza del Espíritu Santo. • Cuando te sientes impaciente en Misa pero un himno te ayuda a sentir el amor de Dios, el Espíritu te está dando prudencia. Pentecostés está cerca, así que pidámosle al Señor que nos llene con más dones para que podamos servirlo mejor a él y a su pueblo. Pide libremente y espera. Recuerda: “Dios da abundantemente su Espíritu” (Juan 3, 34). Quizá, estás pasando una necesidad especial de fortaleza o sabiduría. Tal vez te gustaría experimentar los dones carismáticos. Sea lo que sea, no tengas temor en pedir. ¡Dios lo desea para ti! “Derrámate sobre mí, Espíritu Santo, y fortalece los dones que me has concedido, te lo ruego.” ³³

Salmo 68 (67), 2-3ab. 4-5acd. 6-7ab Juan 16, 29-33


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de mayo, martes Visitación de la Virgen María Lucas 1, 39-56 ¿Quién soy yo para que la madre de mi Señor venga a verme? (Lucas 1, 43) María acababa de descubrir que estaba esperando al Hijo de Dios. Sin embargo, en lugar de retirarse en silencio y soledad a contemplar este milagroso evento, emprendió un cansado viaje de ciento veinticuatro kilómetros para visitar a su prima Isabel. ¿Por qué estaba María tan entusiasmada con este viaje? Con seguridad María quería ofrecer a Isabel su ayuda práctica y apoyo pues su anciana prima también esperaba el nacimiento de su hijo, Juan el Bautista. En esos últimos días del embarazo de Isabel, María podía compartir la alegría y la espera de Isabel. Pero María además quería confiar a Isabel sus propias noticias maravillosas del próximo nacimiento del tan anhelado Mesías. Debe haber sabido que ella recibiría estas noticias con entusiasmo y alegría, en vez de escepticismo. Y tal como María esperaba, ¡Isabel proclamó su fe en el momento en que escuchó la voz de María! (Lucas 1, 42). La decisión de María de pasar tiempo con Isabel fue un acto de solidaridad humana. Refleja una verdad fundamental de la forma en que Dios nos

creó, como una comunidad de personas que comparten sus alegrías y tristezas unos con otros. Dios no quiere que enfrentemos solos las dificultades de nuestra vida; él desea que desarrollemos una fraternidad más profunda entre nosotros. Las acciones de María también reflejaron la presencia de Cristo en ella. En lugar de centrarse en sí misma, fue en ayuda de alguien más. ¡Su primer instinto de visitar a su prima fue increíblemente hermoso! Sin embargo, ¿no es eso lo que la presencia de Cristo produce en nosotros? Nos impulsa, como a María, a buscar y amar a otra persona en una forma específica e inspirada. Eso es lo que significa permitir que Cristo que habita en nuestro corazón nos mueva al amor. Hoy, pidámosle a nuestra Madre Santísima que interceda por nosotros para que el amor de Cristo pueda crecer más fuerte en nosotros y nos guíe a realizar actos de solidaridad humana. Que nosotros nunca dudemos de acudir “presurosos” a las personas que Dios ha hecho parte de nuestra vida (Lucas 1, 39). “Madre de Dios, reza para que yo pueda acercarme a otros con amor, tal como tú lo hiciste.” ³³

Sofonías 3, 14-18 Isaías 12, 2-3. 4bcd-6

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PROGRAMA DE VERANO CONTIGO 2022 Amigos de la Palabra, organizó el Programa de Verano Contigo 2022 donde un grupo de niños de Lomo de Corvina participaron de los talleres de Manualidades, Danza, Música y Cuenta Cuentos. Durante el programa, fuimos testigos del avance de estos pequeños quienes demostraron compromiso, dedicación y mucho empeño en las diferentes actividades que se organizaron, las cuales los ayudó no solo a potenciar su creatividad, paciencia, capacidad de concentración, psicomotricidad sino que también los ayudó a regular su nivel de estrés, reforzar su autoestima, mejorar sus habilidades sociales y de trabajo en equipo. El sábado 26 de febrero se realizó la clausura del programa y los niños demostraron lo aprendido; presentaron una coreografía de la danza Caporales donde las niñas se destacaron por su gracia, picardía y sincronización en el baile y los niños 96 | La Palabra Entre Nosotros

del taller de Música demostraron la destreza que adquirieron al tocar tres piezas musicales: Vida de Rico del cantautor Camilo, la canción principal de la recordada película Titanic y la famosa pieza musical El Himno de la Alegría de Beethoven. Fue una mañana de grandes emociones y de mucho deleite para quienes tuvimos la oportunidad de apreciar el resultado al compromiso y amor al arte de estos pequeños. Muchas gracias a cada uno de los docentes que hicieron un alto a sus actividades y compartieron sus talentos con estos niños; a los voluntarios que se prepararon con tanto esmero y dedicación para llevar una enseñanza a los niños a través de los Cuenta Cuentos y actividades lúdicas, a los auspiciadores que permitieron a través de su aporte material que podamos comprar los útiles y accesorios para las diferentes actividades. Fabiola FMV


Pizarrín Informativo PROGRAMA DE VERANO CONTIGO 2022 Talleres de: • Música • Teatro • Danza • Lúdico • Cuenta cuentos ¡Te invitamos a que participes activamente, llámanos!

Nueva cuenta de ahorros y Yape Banco de Crédito: 194-04610351-0-19 Interbancaria: 002 194 10461035101996 Yape: 946 534 864 ¡ Ahora más fácil ! Para renovar o suscribir a la revista o Para donar para el nuevo programa “Contigo”


PROGRAMA CONTIGO Biblioteca “Mi Angelito” en Lomo de Corvina

¡Clausurando el ciclo de verano con mucha alegría!

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