Reza con Jesús en esta Cuaresma
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Si pudieran pedirle al Señor una sola cosa en esta Cuaresma, ¿cuál sería? Quizá le pedirían la resolución de un problema familiar o una solución a una dificultad financiera o de salud. Sabemos que Jesús cuida de todas las áreas de nuestra vida, así que naturalmente queremos ofrecerle nuestras preocupaciones y cargas. Pero, en esta Cuaresma queremos tener una perspectiva distinta.
El Espíritu está en tu corazón en este momento listo para hacer vida en ti las palabras de Jesús, especialmente en lo que se refiere a encontrarse con el Padre en la oración
Imagina que tú eres uno de los primeros seguidores de Jesús. Lo has visto curar a los enfermos, alimentar a los hambrientos y resucitar a los muertos. Lo has visto perdonar pecadores, predicar la buena noticia y exhortar a la gente para que se vuelva a Dios. También lo has visto levantarse de madrugada para rezar solo, incluso has rezado con él. Entonces, podrías hacerle una petición junto con sus discípulos: “Señor, enséñanos a orar” (Lucas 11, 1).
Ese es nuestro objetivo en esta edición de Cuaresma de La Palabra Entre Nosotros. Durante los siguientes cuarenta días, nos sentaremos a los pies de Jesús y lo escucharemos mientras nos enseña a orar a nuestro Padre de una forma que es tanto personal como reverente (Mateo 6, 9-13). Luego, seremos testigos de lo cercana que es su relación con su Padre mientras lo escuchamos rezar durante la Última Cena (Juan 17, 1-26). Finalmente, nos uniremos a él en el huerto de Getsemaní y lo escucharemos mientras se esfuerza por abrazar el llamado del Padre a la cruz.
El Espíritu Santo te enseñará. Quizá te resulte difícil identificar los momentos en los cuales el Señor te está enseñando. Pero tú tienes algo que los discípulos no tenían en aquel tiempo, ¡tú tienes al Espíritu Santo en tu corazón!
La promesa de Jesús a sus discípulos es para ti también: El Espíritu “les enseñará todas las cosas y les recordará todo lo que yo les he dicho” (Juan 14, 26). El Espíritu, que tú has recibido cuando fuiste bautizado, permanece en ti y te presenta ante Jesús cada vez que oras. El Espíritu está en tu corazón en este momento listo para hacer vida en ti las palabras de Jesús, especialmente en lo que se refiere a encontrarse con el Padre en la oración.
Editora Gerente: Susan Heuver
Directora Editorial: María Vargas
Equipo de Redacción: Ann Bottenhorn, Jill Boughton, Lynne Brennan, Kathryn Elliott, Bob French, Joseph Harmon, Theresa Keller, Joel Laton, Laurie Magill, Fr. Joseph A. Mindling, O.F.M., Cap., Patricia Mitchell, Fr. Nathan W. O’Halloran, SJ, Jill Renkey, Hallie Riedel, Lisa Sharafinski, Patty Whelpley, Fr. Joseph F. Wimmer, O.S.A., Leo Zanchettin
La Palabra Entre Nosotros es publicada diez veces al año por The Word Among Us, 7115 Guilford Dr., STE 100, Frederick, Maryland 21704. Teléfono 1 (800) 638-8539. Fax 301-8742190. Si necesita hablar con alguien en español, por favor llame de lunes a viernes entre 9am y 5pm (hora del Este).
Copyright: © 2017 The Word Among Us. Todos los derechos reservados. Los artículos y meditaciones de esta revista pueden ser reproducidos previa aprobación del Director, para usarlos en estudios bíblicos, grupos de discusión, clases de religión, etc.
ISSN 0896-1727
Las citas de la Sagrada Escritura están tomadas del Leccionario Mexicano, copyright © 2011, Conferencia Episcopal Mexicana, publicado por Obra Nacional de la Buena Prensa, México, D.F. o de la Biblia Dios Habla Hoy con Deuterocanómicos, Sociedades Bíblicas Unidas © 1996 Todos los derechos reservados. Usado con permiso.
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Durante esta Cuaresma, cuando reces, te invito a que inicies con estas palabras: “Señor, ¡te pido que me enseñes a orar! Enséñame a mantenerme cerca del Padre. Espíritu Santo, haz vida en mí todo lo que Jesús enseñó a sus discípulos. Señor Jesús, el Viernes Santo cuando sea
testigo de tu pasión, te pido que me ayudes a estar cerca de ti, rezando contigo por el camino.” Que Dios los bendiga en esta Cuaresma.
María Vargas
Directora Editorial
IMAGINA CÓMO SERÍA estar sentado junto con Pedro, Juan y los demás discípulos y escuchar a Jesús enseñarles a ellos a rezar. O cómo sería si pasaras caminando cerca de él y escucharas al Señor conversando con su Padre celestial en oración.
Eso es precisamente lo que haremos durante esta Cuaresma. La oración es una de las prácticas tradicionales del tiempo de Cuaresma que nos ayuda a crecer en nuestro amor por Dios y el prójimo y nos prepara para la alegría de la Pascua. Una forma en que podemos profundizar en nuestra vida de oración durante este tiempo es reflexionar en las enseñanzas y oraciones de nuestro Maestro, Jesús. ¿Cómo nos enseñó él a orar? ¿Cómo le oraba él a su Padre celestial? Y, ¿cómo puede su oración cambiar la forma en que rezamos a nuestro Padre celestial?
En esta edición, nos sentaremos a los pies de Jesús y aprenderemos del Maestro mismo. En nuestro primer artículo, lo escucharemos mientras nos enseña el Padre Nuestro (Mateo 6, 9-13). En el segundo, imaginaremos que escuchamos a Jesús en su propio tiempo de oración hablando personalmente con su Padre (Juan 17). Y en el artículo final, echaremos una mirada a la oración de Jesús en el huerto de Getsemaní mientras
se esforzaba por aceptar el plan del Padre de que ofreciera su vida en la cruz por la salvación del mundo.
Aprende del Maestro. ¡Comencemos! Imagina que tú eres uno de los primeros discípulos de Jesús y que viajas con él de un pueblo a otro. Observas su rutina diaria: Se levanta de madrugada y se aleja a un lugar tranquilo donde pueda estar a solas con su Padre. Tú y los otros discípulos también han comenzado a rezar de la misma manera.
Jesús ha sido muy buen maestro, todos los días les dice a ti y a los otros discípulos: “¿Qué preguntas tienen hoy para mí?” Una mañana tú decides hablar. “Señor, vemos lo mucho que amas a Dios y lo mucho que confías en él. Vemos que te apartas para orar temprano cada mañana. ¿Nos enseñarías a orar como tú lo haces?” Y esto es lo que Jesús te responde.
Dios es tu Padre. “¡Oh, he estado esperando que me lo pidieran! Y cuánto me deleita enseñarles a orar a mi Padre que también es Padre de ustedes.
“Primero recuerden que Dios no es solamente mi Padre. Nuestro Dios, el Creador del universo es también el Padre de ustedes, y ustedes son sus hijos. Por eso les enseñé a decir ‘Padre nuestro’. Y debido a que es nuestro Padre, somos una sola familia y hermanos entre nosotros. Esta
es la razón por la cual los he invitado a seguirme juntos. Y es la razón por la cual les enseñé a amarse y servirse unos a otros, porque somos una familia.
“Cuando inicies tu oración, recuerda que tu Padre no es alguien distante que vive lejos de ti. Sí, él habita en el cielo, pero también está cerca de ti. Dios sabe cuándo te sientas o cuándo te levantas (Salmo 139 (138), 2). El Padre conoce tus alegrías y tus tristezas, él conoce el bien qué haces y también sabe cuándo te equivocas. Incluso te invita a llamarlo Abbá, Padre. Habla con él como lo harías con tu propio padre humano.
“Cuando acudes a tu Padre en oración, comienza diciéndole: Santificado sea tu nombre, Padre. Alabar su nombre te eleva a su presencia y te hace consciente de lo santo y poderoso que él es. Desde luego, cuando consideras lo santo que es tu Padre, puedes sentirte débil y pecador en comparación con él, pero estás en buena compañía. ¿No se sintió indigno el profeta Isaías cuando se encontró con la santidad de nuestro Padre? ‘¡Ay de mí, me voy a morir!’, dijo (Isaías 6, 5). Sí, nuestro Padre es santo, pero recuerda que, al igual que Isaías, él te recibe en su presencia con alegría.
Que venga el Reino de Dios. “Durante estos últimos meses, hemos viajado de pueblo en pueblo proclamando
Imagina que tú eres uno de los primeros discípulos de Jesús y que viajas con él de un pueblo a otro.
el reino de Dios. Gracias por dedicar tanto tiempo y energía a ayudarme a proclamar este mensaje. Tú sabes que todos están invitados al reino de nuestro Padre. Es un reino de perdón y misericordia, de curación y restauración.
“Pero no te olvides: Esta es verdaderamente la obra del Padre. El reino no vendrá solamente por el esfuerzo humano. Así que reza: Padre, que venga tu reino. Reza así al inicio de cada día: Cuando comiences un nuevo proyecto, cuando te sientes
a comer con tu familia y cuando te vayas a dormir. Luego fíjate en qué formas el reino del Padre está avanzando en medio de ustedes.
“También puedes rezar así: Hágase tu voluntad. Cuando yo era joven mi madre me contó cómo un ángel se le apareció un día y le anunció mi nacimiento que estaba próximo. (¡Esa historia se las contaré otro día!) Sus palabras se quedaron conmigo toda mi vida. Ella dijo: ‘Que Dios haga conmigo como me has dicho’ (Lucas 1, 38). Así que haz de estas palabras parte de tu oración diaria. Esto es lo que puedes decir: ‘Hágase tu voluntad con mi tiempo, Padre. Hágase tu voluntad con nuestro dinero. Hágase
tu voluntad con mi familia. Hágase tu voluntad en mis relaciones con mis hermanos y hermanas. Hágase tu voluntad en mis alegrías y mis tristezas.’
En la tierra como en el cielo. “Ten expectativa cuando reces. ¿Quién de ustedes le daría a su hijo un escorpión cuando les pide un huevo? (ver Lucas 11, 12). ¡Ninguno! Tu Padre, el Rey del cielo y de la tierra, es todo bondad, así que reza esperando que verás su voluntad realizarse en la tierra como en el cielo. Recuerda también que cuando rezas por alguien que todavía está en la tierra, tus oraciones pueden conectar a esa persona con el Padre que vive en el cielo. Tu oración tiene poder porque tu Padre, que es todopoderoso y todo amor, te escucha.
“Luego confía en que tu Padre proveerá para tus necesidades. Reza: Danos hoy el pan de cada día. Pídele que te conceda lo que necesitas hoy, ya sea sabiduría para resolver un problema o fortaleza para amar a otra persona. No tienes que pedir más de lo que necesitas más allá de ese día. Recuerda que cuando nuestros antepasados viajaron por el desierto, Dios los alimentó cada día con el maná del cielo. El Padre les dio suficiente para cada día para que pudieran confiar en que él fielmente iba a proveer para ellos. Yo
voy a proveer para sus necesidades diarias también, porque después de que haya completado mi misión, los alimentaré conmigo mismo, el Pan de Vida.
La alegría del perdón. “Sé que muchas veces te sientes abrumado porque has pecado. Así que permíteme darte una lección sobre el perdón de Dios. Cuando te arrepientes de algo que hiciste mal, nuestro Padre se deleita en perdonarte. Dios quiere que sepas que ‘nuestros pecados ha alejado de nosotros, como ha alejado del oriente el occidente’ (Salmo 103 (102), 12). Así que reza así todos los días: Perdona nuestras ofensas.
“Y les digo que cuando pidan perdón, también deben imitar a su Padre diciendo: Como nosotros perdonamos a los que nos ofenden. ¿Recuerdan que les enseñé a perdonarse unos a otros hasta setenta veces siete (Mateo 18, 22)? ‘Pero, Señor’, podrías decir, ‘¡Pedro me hizo esto otra vez o Juan me ofendió con estas palabras! ¡Eso estuvo mal!’ Eso podría ser cierto, pero de cualquier manera, debes estar listo para perdonar y también para pedir perdón. Debes estar en paz con tus hermanos y hermanas tanto como te sea posible. Aun cuando no lo sientas, haz un acto de voluntad rezando: ‘Padre, perdono completamente a esta persona, porque mi
El Reino no pertenece a este mundo sino a nuestro Padre en el cielo y a todos sus hijos e hijas que lo sirven con humildad.
perdón es una fracción de lo que me has dado.’
Líbranos del mal. “Este mundo está lleno de dificultades y tentaciones; lo sé, mis hermanos y hermanas. Pero yo los he puesto en este mundo para que puedan amarse unos a otros y cumplir con la misión que les he encomendado. Ustedes tienen una misión, al igual que la tenían Moisés y Abraham y todos los hombres y mujeres santos de antiguo. Al igual que ellos, ustedes no pertenecen a este mundo; ustedes
pertenecen a su Padre. Así que recen: Padre, no nos dejes caer en tentación y líbranos del mal. Recen unos por otros de esta forma. Preséntense unos a otros al Padre y pídanle que los fortalezca para este camino. Al final, el maligno no saldrá victorioso.
“Les digo, mis discípulos, el reino pertenece no a este mundo, sino a nuestro Padre en el cielo y a todos sus hijos que lo sirven con humildad. Suyos son el reino y el poder y la gloria, ahora y por siempre. Así que confía en tu Padre celestial. Todos los días pídele su amor, misericordia y lo que sea que necesites para ir por la senda que él ha escogido para ti. ¡Nuestro Padre escucha todas las oraciones!” n
¿QUÉ
si hubieras podido escuchar a Jesús cuando oró a su Padre? ¿Qué lo hubieras escuchado decir? ¿Por quién lo hubieras oído rezar? ¡Solo piensa cuánto puedes aprender con solo escuchar a Jesús expresarle a su Padre celestial los deseos más profundos de su corazón!
En realidad, sí tenemos esa oportunidad. Un capítulo entero del Evangelio de San Juan —el capítulo 17— está dedicado a la oración de Jesús a su Padre. Es conocida como la “oración sacerdotal” porque es una oración de intercesión por la Iglesia que surgiría por medio de la muerte y la resurrección de Jesús. El Señor la rezó después de la Última Cena de Pascua que celebró con los apóstoles. Unas pocas horas después, entró en el huerto de Getsemaní y fue arrestado.
En este artículo, usemos nuestra imaginación para que podamos ver más claramente lo que estaba en el corazón de Jesús cuando rezó a su Padre aquella noche. Después de cada extracto, hemos incluido una pregunta para ayudarte a meditar en las palabras de Jesús y cómo se relacionan con tu propia vida. Que estas reflexiones te ayuden para que tu oración sea una conversación abierta y honesta con tu Padre en la cual compartes con él todo lo que está en tu corazón.
La oración sacerdotal de Jesús a su Padre
Padre, la hora ha llegado: glorifica a tu Hijo, para que también él te glorifique a ti. Pues tú has dado a tu Hijo autoridad sobre todo hombre, para dar vida eterna a todos los que le diste. (17, 1-2)
Padre, he pasado tres años viviendo junto con mis discípulos, enseñándoles y mostrándoles el camino hacia ti. He completado mi tiempo con ellos y aunque ellos pensarán que mi muerte es una tragedia, yo sé que no es así. En su lugar, te glorificará a ti y me glorificará también a mí al abrir la puerta a la vida eterna para todos tus hijos. Padre, estoy listo, ha llegado la hora. Padre, debo decirlo, desearía que tu plan fuera diferente. Pero, ¿debería pedirte que me libres de esta angustia? ¡No, que se haga tu voluntad! (Juan 12, 27). Tú me diste la autoridad sobre la humanidad, y esta es la forma en que decido ejercer esa autoridad: Sometiéndome a tu voluntad y entregando libremente mi vida por las personas que tú creaste por amor, amándolas y perdonándolas.
1. Jesús le dice al Padre que está listo para ofrecer su vida en la cruz por la redención del mundo, y sin embargo sabemos que fue difícil para él aceptar el destino que le aguardaba. ¿Es esta lucha de Jesús una fuente de esperanza para ti cuando estás esforzándote por hacer la voluntad de Dios?
Y la vida eterna consiste en que te conozcan a ti, el único Dios verdadero, y a Jesucristo, a quien tú enviaste. Yo te he glorificado aquí en el mundo, pues he terminado la obra que tú me confiaste. (17, 3-4)
Cuando me enviaste a este mundo me diste la misión de darte a conocer en toda la tierra y ofrecer la vida eterna a todos los que te acepten. Me he dedicado a revelar quién eres a todo aquel que me escuche. Anhelo que la gente te conozca. Y debido a que tú y yo somos uno, Padre, anhelo que cada ser humano me conozca. Esta es la obra que me has encomendado realizar, y cada día he buscado darte la gloria cumpliendo con la misión que me has encomendado.
2. ¿Cómo se te ha revelado Jesús en el pasado? ¿Cómo se está revelando en esta Cuaresma?
Ahora, pues, Padre, dame en tu presencia la misma gloria que yo tenía contigo desde antes que existiera el mundo. (17, 5)
Ahora, querido Padre, estoy listo para cumplir con esta última tarea que me has encomendado. Mañana estaré clavado en la cruz, débil, humillado y luchando por respirar. Y sin embargo mi sacrificio será venerado hasta el final de los tiempos. Porque mostrará hasta dónde podemos llegar para salvar a nuestro pueblo y nuestro
gran amor por cada uno de ellos. A través de mi sufrimiento, Padre, seremos glorificados, tal como los ángeles nos glorificaron antes de la creación del mundo.
3. ¿De qué formas puedes venerar el sacrificio de Jesús en la cruz, especialmente durante este tiempo de Cuaresma? ¿De qué forma tus propios sacrificios de Cuaresma rinden honor a Dios?
No ruego por los que son del mundo, sino por los que me diste, porque son tuyos. (17, 9)
Estos hermanos y hermanas te pertenecen y yo te doy gracias
voluntad de Dios?
porque me los has confiado durante estos años. Aunque sean débiles e incluso me vayan a negar dentro de unas horas, tú sabes que ellos han procurado obedecer tu palabra. Y yo te pido por ellos, cada uno individualmente y por todos juntos. El enemigo ha tratado de sacudirlos como si fueran trigo, pero yo he orado por ellos, para que su fe no vacile (Lucas 22, 31).
4. Jesús oró por sus discípulos y está orando por ti, especialmente cuando tu fe está siendo probada.
¿Es esta lucha de Jesús una fuente de esperanza para ti cuando estás esforzándote por hacer la
¿Cómo te consuela esta verdad y cómo te ayuda a perseverar en tus momentos de prueba?
[Te pido que] los protejas del mal. Así como yo no soy del mundo, ellos tampoco son del mundo… Como me enviaste a mí entre los que son del mundo, también yo los envío a ellos entre los que son del mundo. (17, 15-16. 18)
Padre, ¡estoy listo para regresar a tu lado! Estoy listo para pasar por esta puerta de gran sufrimiento. Estoy listo para ir a ti y dejar este mundo. Pero dejo a mis seguidores para que hagan tu voluntad. Este mundo no es su hogar; ellos te pertenecen a ti, Padre. Los dejo aquí para que lleven a cabo tu misión, una misión que tú me encomendaste a mí y que ahora yo les confío a ellos. Mientras permanecen en este mundo, te pido que los hagas uno como tú y yo somos uno. Y en su unidad, protégelos del maligno.
5. ¿Cuál “misión” o llamado te ha encomendado Jesús en esta época de tu vida? ¿Cómo te está ayudando él a llevarla a cabo?
Les he dado la misma gloria que tú me diste, para que sean una sola cosa, así como tú y yo somos una sola cosa: yo en ellos y tú en mí, para que lleguen a ser perfectamente uno, y que
así el mundo pueda darse cuenta de que tú me enviaste, y que los amas como me amas a mí. (17, 22-23)
Padre, tú sabes que amo no solo a estos con los que he vivido estos últimos tres años sino a las muchas personas que vendrán a mí con fe en el futuro. Los amo tanto como amo a mi hermano Pedro, a mi hermana María de Magdala y a todos mis discípulos. Cada persona que tú has creado es mi perla de gran valor, alguien por quien yo entrego mi vida y por quien oro, ahora y para siempre.
Padre celestial, no hay nada más importante para mí que mi unidad contigo. El enemigo ha tratado de separarme de ti, pero no ha tenido éxito ni lo tendrá. Te pido que también sean uno contigo, Padre, para aquellos que vendrán. Vive en ellos como yo vivo en ti. Esta es su gloria, nada puede separarlos de tu amor, Padre. Que nunca permitan que la separación, la división y la desunión rompan sus relaciones. Esta es la forma en que el mundo llegará a conocerte y a saber que tú me enviaste. Sí, el mundo llegará a conocerme por medio del amor entre ellos.
6. ¿Existen separaciones o divisiones en tus relaciones en este momento? ¿Qué puedes hacer para ayudar a conseguir la unidad por la que Jesús oró?
Jesús oró por sus discípulos y está orando por ti, especialmente cuando tu fe está siendo probada.
Padre, tú me los diste, y quiero que estén conmigo donde yo voy a estar.
(17, 24)
Padre celestial, cada discípulo que me diste es un regalo increíble. Te doy gracias por cada uno de ellos. Mi gran anhelo es que estén conmigo, en mi presencia y en la tuya. Esta es mi pasión: Que todos lleguen a amarte. Así que ahora, sí, Padre, glorifícame en esta cruz para que mi oración a ti por estos hermanos y hermanas pueda cumplirse. Padre, ¡hágase en mí según tu palabra!
7. ¿Cómo puedes ser parte de la misión de Jesús de ayudar a otras personas a conocer y amar al Padre celestial? ¿Cómo pueden tus oraciones y acciones hacer la diferencia para aquellos que aún no conocen al Señor?
Al reflexionar en la oración sacerdotal de Jesús en este tiempo de gracia, pídele que te ayude a abrir tu corazón a su Padre tal como lo hizo él. ¡Que llegues a conocer las profundidades de su amor y estar lleno de gratitud por el sacrificio que él ofreció para darte vida! n
LOS ESCRITORES DE LOS EVANGELIOS no se guardan detalles cuando describen la agonía que Jesús experimentó en el huerto de Getsemaní en la noche antes de su crucifixión. En Mateo y Marcos, Jesús dice: “Siento en mi alma una tristeza de muerte” (Mateo 26, 38; Marcos 14, 34). San Lucas dice que Jesús estaba sufriendo tanto que “el sudor le caía a tierra como grandes gotas de sangre” (22, 44). Claramente, este fue un momento de dolor intenso para Jesús. En su oración al Padre, Jesús estaba derramando su corazón, no se estaba reservando nada.
Como hemos hecho en los dos primeros artículos, podemos fijarnos en Jesús para aprender sobre la oración. Así que meditemos en la oración de Jesús en este momento crucial de su vida para ver cómo podemos orar a nuestro Padre en nuestros propios momentos de dificultad y prueba.
Un lugar conocido para orar. “Salió y, según su costumbre, se fue al Monte de los Olivos” (Lucas 22, 39). Jesús era un hombre de oración. Rezaba no solo en las sinagogas y en el templo, como todo buen judío habría hecho, sino también en privado delante de su Padre celestial. Tenía momentos habituales y lugares donde entraba en la presencia del Padre todos los días.
A menudo se levantaba de madrugada para orar, aun antes de que sus discípulos se despertaran (Marcos 1, 35). Jesús quería escuchar a su
Padre cuando aún había tranquilidad a su alrededor. En muchos pueblos donde se quedaba, ya fuera Cafarnaúm, Betania o cualquier otro, probablemente tenía lugares a los que acostumbraba ir para orar. Y cuando se quedaba en Jerusalén, a menudo iba al Monte de los Olivos, un cerro al este de la antigua ciudad que recibía su nombre de los huertos de olivos que cubrían sus laderas (Lucas 21, 37). Ahí, en la base del cerro, se encontraba el huerto de Getsemaní.
Esa noche el estado de ánimo de Jesús era serio y sombrío cuando se fue al jardín a orar. Acababa de celebrar la Pascua con sus discípulos, donde había consagrado el pan y el vino, ofreciéndolos como su propio Cuerpo y su propia Sangre. Luego durante la cena, uno de los Doce se había ido misteriosamente sin decir por qué.
La oración de Jesús en el huerto de Getsemaní
Solo con su Padre. Cuando Jesús entró en el huerto, sabía que no quería estar solo. Así que invitó a los tres discípulos más cercanos a él, aquellos que lo conocían mejor, para que rezaran con él. Jesús necesitaba el consuelo que Pedro, Juan y Santiago le podían dar. Ellos habían visto a Jesús glorioso en la Transfiguración, y ahora les estaba pidiendo que estuvieran junto a él en su debilidad y dolor. El Señor no aparentó que todo estaba bien. No, honestamente les compartió sobre lo triste que estaba. Luego se apartó de sus hermanos a una corta distancia, solamente a una distancia de “tiro de piedra” (Lucas 22, 41). Y a pesar de que acababa de abrir su corazón a sus hermanos, ahora se sentía completamente solo.
En ese momento, incluso el apoyo de sus amigos no era capaz de aliviar el dolor de Jesús. Solo tenía una Persona a la cual recurrir: Su Padre. A lo largo de su vida, aun cuando había enfrentado la oposición y el odio, había sacado fuerza y ánimo de su Padre celestial (Juan 8, 16; 16, 32). Aquella noche, cuando se enfrentó a un dolor distinto a todo lo que había experimentado antes, fue a su Padre a quien acudió.
Jesús no se limitó a decir sus oraciones o leer un pasaje de las Escrituras aquella noche. En su lugar, se tiró al suelo suplicando a su Padre que le diera alivio. Postrado solo a unos metros de sus hermanos que dormían,
Jesús humildemente se vació delante del Padre (Filipenses 2, 8). Jesús estaba en verdadera agonía (Lucas 22, 44); su naturaleza divina no lo protegió de experimentar emociones muy humanas y dolor.
La oración perfecta. Jesús rezó: “Padre, si quieres, líbrame de este trago amargo” (Lucas 22, 42, énfasis añadido). Recuerda que solo unos días antes Jesús inició un viaje a Jerusalén por última vez y un hombre se acercó y le suplicó de la misma manera que sanara a su hijo: “Si puedes hacer algo, ten compasión de nosotros y ayúdanos” (Marcos 9, 22, énfasis añadido). “¿Cómo que ‘si puedes’? ¡Todo es posible para el que cree!” (9, 23). ¿No tenía Jesús más fe que ningún otro ser humano en la historia? Entonces, ¿por qué el Padre no le concedió lo que pidió?
Jesús conocía las profecías de Isaías sobre el Siervo Sufriente: “Y sin embargo él estaba cargado con nuestros sufrimientos, estaba soportando nuestros propios dolores… Pero fue traspasado a causa de nuestra rebeldía, fue atormentado a causa de nuestras maldades; el castigo que sufrió nos trajo la paz, por sus heridas alcanzamos la salud” (Isaías 53, 4-5). Al ofrecer libremente su vida, Jesús estaba proclamando el amor del Padre por ti y por mí.
De modo que Jesús voluntariamente aceptó su pasión cuando oró
diciendo: “que no se haga mi voluntad, sino la tuya” (Lucas 22, 42). Posiblemente había aprendido esta plegaria de entrega de sus padres, y la había rezado desde niño. Hacía mucho tiempo María le había contado cómo ella había rezado de la misma manera cuando el ángel la invitó a ser la madre de Jesús. Esta era la oración perfecta, no fue fácil de decir, estaba llena de tristeza y honestidad, era una plegaria de dolor que solamente se podía comparar con el dolor de su Padre.
Por ti y por mí. Jesús estaba tan debilitado por su dolor y tristeza que el Padre le envió un ángel que estuviera con él “para darle fuerzas” (Lucas 22, 43). Y aunque este ángel no podía cargar la cruz por él, Jesús confió en que su Padre estaba con él, dándole la fuerza suficiente para su viaje final, solo la fuerza suficiente para decir sí. Jesús se levantó del suelo y despertó a sus hermanos que dormían. Estaba listo para enfrentar su destino. El Señor hizo esto por ti y por mí. “Lo llevaron como cordero al matadero… Lo arrancaron de esta tierra, le dieron muerte por los pecados de mi pueblo” (Isaías 53, 7. 8)
Dios con nosotros. ¿Qué nos enseña la oración de Jesús en el huerto?
Que podemos acudir al Padre aun cuando no tengamos apoyo humano. Aun cuando nos sintamos abandonados y solos, Dios siempre está con
nosotros, dispuesto para acompañarnos mientras enfrentamos nuestras dificultades.
Que la oración perfecta es la de entrega a la voluntad del Padre, especialmente en tiempos de prueba. Esa oración puede darnos paz mientras hacemos un acto de confianza y entregamos nuestra vida a Dios, que siempre sabe lo que es mejor para nosotros.
Que Dios siempre escucha nuestra oración, aun cuando no responda en la forma en que nosotros deseamos. Aquella noche en Getsemaní, el Padre escuchó la oración de Jesús, y aunque no apartó el trago amargo que Jesús iba a beber, envió al ángel para darle fortaleza. El Padre nos fortalecerá con su gracia a nosotros también.
Y lo mejor de todo, que el amor de Dios por nosotros y su plan por nuestra vida es mayor que todo lo que podamos imaginar. Sí, Jesús tuvo que soportar la tortura y la muerte en una cruz, pero por medio de su pasión y resurrección, salvó al mundo.
Que la Cuaresma sea un tiempo en el que puedas acercarte más a Jesús mientras meditas en su pasión y muerte. Permite que te llene sobreabundantemente con su gracia para que en Pascua, puedas unirte a toda la Iglesia y a todos los ángeles y santos en proclamar con alegría: “¡Jesucristo ha resucitado, verdaderamente ha resucitado!” n
Cuando, en nuestra época, se habla de ayuno, lo más frecuente es enfatizar lo que podríamos llamar su dimensión “social”: se dice que el ayuno encuentra su sentido en que los alimentos que uno no se comió (o su equivalente monetario) se los dé a alguna persona pobre. Entonces, uno se priva de alimentos para compartirlos con los necesitados.
Esa es sin duda una expresión muy loable del ayuno. Nos impulsa a compartir los bienes materiales con quienes habitualmente los necesitan, cuando nosotros habitualmente los tenemos. Más aún, nos lleva a una verdadera solidaridad con ellos: al no comer, estamos experimentando en carne propia lo que ellos suelen experimentar por su indigencia.
Esa visión del ayuno tiene antecedentes en el Antiguo Testamento. En Isaías 58, 3-12 el Señor reprende a los que ayunan mientras explotan a sus trabajadores y dice en qué consiste el ayuno que a él le agrada. Sin
embargo, el énfasis de este pasaje no es tanto el que uno dé a los pobres lo que no se comió o el dinero que no usó, sino que la vida de uno sea coherente: para que el ayuno agrade a Dios tiene que ir acompañado de una vida recta, en que uno es justo con los demás, en que comparte sus bienes con los necesitados. Si uno es injusto y egoísta, sus prácticas religiosas no valdrán nada ante Dios.
Algunos Padres de la Iglesia mencionan explícitamente la práctica de dar a los pobres el alimento del que uno se privó al ayunar. San León Magno dice: “Que nuestros ayunos contribuyan al alivio de los necesitados. Ningún sacrificio de los creyentes es más agradable al Señor que aquel del cual los pobres se benefician” (Sermón 48, 5). Esa dimensión del ayuno tiene, entonces, su asidero en la antigüedad cristiana.
Sin embargo, modernamente se tiende a enfatizar solamente ese aspecto social del ayuno, que
ciertamente está presente tanto en la tradición judía como en la cristiana, pero en ninguna de ellas agota el sentido del ayuno. Al enfatizar tanto esa dimensión social, pareciera olvidarse que hay otras facetas que también le dan sentido a la práctica del ayuno. Entre algunos católicos existe también cierta tendencia a ver el ayuno como “sacrificio” entendido como “privación”. Esto conlleva el riesgo de pensar que el hecho de privarse uno de algo le “gana puntos” ante Dios, como si la relación con él fuera cuestión de acumular méritos. Después veremos una forma más sana de entender el ayuno como sacrificio.
En el Antiguo Testamento vemos que el ayuno se practica principalmente con dos propósitos: “afligir el alma” y “buscar el rostro del Señor”. Con “afligir el alma”, la Escritura se refiere a quebrantar el propio orgullo: al privarse de la comida ya uno no se siente satisfecho, no tiene de qué jactarse; es como si estuviera en duelo. Por su parte, lo de “buscar el rostro del Señor” significa establecer con Dios una relación personal caracterizada ante todo por la justicia y la obediencia a sus mandamientos.
En el caso de los cristianos, sabemos con certeza que el ayuno se practicaba desde los inicios; así se indica en el Nuevo Testamento (ver
p.ej. Mt 6, 16; 9, 15; Hch 13, 3; 14, 23; 27, 9; 1 Cor 7, 5) y se menciona en algunos escritos antiguos. Y los “Padres del desierto” (iniciadores del movimiento monástico en el siglo IV) enuncian dos propósitos muy claros para el ayuno: lo ven como un medio eficaz de luchar contra las pasiones — es decir, de lograr el dominio propio y vencer la tentación—, y también como una forma de combate espiritual.
La fe cristiana ve al ser humano como una unidad de cuerpo y alma, y por eso algo corporal como el ayuno tiene sus efectos en nuestra vida espiritual. Vamos a explorar algunas dimensiones de ese sentido espiritual del ayuno.
Cuando ayunamos sentimos hambre, y al sentirla recordaremos por qué estamos ayunando. Y si tomamos en serio nuestra fe, no nos será difícil entonces dirigir la atención hacia Dios, porque, sea cual sea el propósito de nuestro ayuno, lo estamos haciendo por causa de Dios y de nuestra relación con él.
El ayuno siempre se ha considerado un medio de “penitencia”, es decir, de convertirnos a Dios, de volvernos hacia él. El ayuno, como la oración, es una ayuda para lo que el Antiguo
Testamento llama “buscar el rostro del Señor”: estar en su presencia y buscar la intimidad con él. En efecto, nuestra oración resulta más fácil cuando estamos ayunando que si tenemos el estómago lleno.
El ayuno nos permite, pues, experimentar que Dios es nuestro mayor bien, nuestro tesoro y anhelo. Al sentir hambre física, más fácilmente sentiremos hambre de Dios y de su presencia, y tomaremos conciencia de que él es el único que realmente puede saciarnos.
Jesús, al final de su ayuno en el desierto, le replicó al tentador: “No solo de pan vivirá el hombre, sino de toda palabra que salga de la boca de Dios” (Mt 4, 4). El ayuno, además de ayudarnos en la oración, nos impulsa a alimentarnos de la Palabra de Dios en la Escritura; esa es también una forma de “buscar el rostro de Dios”.
La expresión hebrea “afligir el alma” significa humillarse a sí
mismo; es lo contrario de “enorgullecerse”. El que está saciado después de un banquete, fácilmente alardeará de su satisfacción. “Afligir el alma”, en cambio, es como estar de duelo. Así pues, el ayunar es una forma práctica de humillarnos, de ponernos en situación de necesidad y de carencia.
Los alimentos son necesarios y buenos; Dios nos los provee para nuestra subsistencia y nuestro gozo. Así que al ayunar no estamos renunciando a algo malo, sino privándonos de algo bueno, algo que necesitamos.
En otras palabras, ayunar es hacernos pobres . Al prescindir de algo necesario, a lo que tenemos derecho, nos presentamos ante Dios con las manos vacías; nos reconocemos necesitados de él, con hambre de él. Y eso es ser “pobres de espíritu”: reconocernos pobres, aceptar que no podemos alcanzar la dicha ni la salvación por nuestros propios medios. Estos pobres de espíritu, dice Jesús, son dichosos porque a ellos “les pertenece el Reino de los Cielos” (Mt 5, 3): al reconocernos pobres ante Dios podemos recibir la salvación y
El ayuno nos permite, pues, experimentar que Dios es nuestro mayor bien, nuestro tesoro y anhelo.
la bienaventuranza que él tiene para nosotros.
El ayuno es, en cierto modo, una forma de oración; cuando ayunamos, el cuerpo participa de la oración porque se presenta necesitado ante Dios. Puesto que somos seres unificados, nuestro cuerpo participa de diferentes modos en la oración. Por eso al orar podemos hacer cosas como estar de pie o arrodillarnos, levantar las manos o juntarlas, cerrar los ojos, cantar. Con el ayuno, es el cuerpo entero el que participa de la oración; ayunar es llevar la oración al nivel corporal. Así llegamos a un entendimiento correcto del ayuno como sacrificio. Muchos cristianos piensan que un sacrificio consiste en negarse algo en vez de disfrutarlo, o incluso en que esa negación produzca dolor. Pero en el Antiguo Testamento los sacrificios no eran tanto cosas que uno se negara o se quitara a sí mismo, sino principalmente cosas que uno ofrecía o entregaba a Dios como un don para adorarlo a él. Presentarle a Dios un sacrificio u ofrenda es un modo de honrarlo como Dios, es decir, de rendirle culto. El sacrificio, en sentido bíblico, tiene toda una dimensión positiva: es más dar que quitar.
En la Nueva Alianza, el sacrificio único de Cristo recoge y supera todos los sacrificios del Antiguo Testamento, como se explica ampliamente
en la Carta a los Hebreos. Ese sacrificio único es la máxima y definitiva expresión de culto a Dios, al cual nos unimos todos los cristianos como cuerpo de Cristo que somos. Y por esa unión con Cristo, el Nuevo Testamento dice que nosotros también, en nuestro culto a Dios, le “ofrecemos sacrificios espirituales” (1 Pedro 2, 5). La Carta a los Hebreos menciona dos ejemplos de esos sacrificios: nuestra alabanza, y el compartir nuestros bienes con los demás (Heb 13, 15-16). Y además, San Pablo nos dice que el culto auténtico o “espiritual” que debemos ofrecer a Dios consiste en “presentar nuestro cuerpo como ofrenda viva” (Rm 12, 1). Si bien es probable que con “cuerpo” se refiera a nuestro ser entero, precisamente se trata de nuestro ser en cuanto que abarca nuestra realidad corpórea. Pablo no alude aquí específicamente al ayuno; pero en la medida en que el ayuno es algo que hacemos con nuestro cuerpo, podemos afirmar que ayunar es una expresión concreta de ese culto auténtico en que ofrecemos a Dios todo nuestro ser.
Si la mucha comida fácilmente nos embota y nos distrae (ver Lc 21, 34), privarnos de ella en el ayuno puede ayudarnos a estar más sensibles a la presencia de Dios, al mensaje de su Palabra, a la guía del Espíritu. Los Padres del desierto veían por eso el
ayuno como una forma de “vigilancia”, de estar en vela ante el Señor como nos pide Jesús (Mt 24, 42-44).
Por su conexión con la oración, el ayuno es también una forma de intercesión. Incluso durante los tiempos del día en que no estamos orando, el cuerpo sigue ayunando: es como una intercesión constante, no con palabras ni con la mente sino con el cuerpo que está “presentado a Dios” como ofrenda. Por eso podemos decir que ayunamos “por” alguna petición que le hacemos a Dios. Ayunar es entonces una forma de hacer más intensa y más completa nuestra intercesión ante el Señor.
El ayuno puede servir también para entrenarse en el dominio propio. Como hemos dicho, ayunar es privarse de algo que es bueno, el alimento. Para ayunar hay que ejercer la fuerza de voluntad, porque lo que uno haría por naturaleza es comer. Ayunar es una decisión que exige dominio propio, pero además de exigirlo, lo ejercita. Al dominarse uno a sí mismo en algo que es natural y bueno (el deseo de comer), su carácter se fortalece y entonces adquiere más dominio propio. Ese dominio propio es parte del fruto del Espíritu Santo (Gál 5, 22-23), es decir, parte del carácter cristiano maduro. Con el ayuno aprendemos entonces a dominar aquellos deseos que no son buenos; así vencemos nuestra inclinación al mal. El ayuno, pues, es un
“ejercicio espiritual” que nos ayuda a vivir en santidad, en comunión con Dios, y así constituye también una poderosa arma de combate contra Satanás. Por eso el ayuno es una de las prácticas típicas de la Cuaresma, ese tiempo de intensificar el combate cristiano contra todas las manifestaciones del mal en nuestra vida.
El ayuno es, en fin, una práctica muy valiosa en la tradición bíblica y cristiana. Los cristianos de hoy podemos recuperar su sentido y su ejercicio, siempre buscando “el ayuno que agrada a Dios” (Is 58, 6-10), es decir, en una vida cristiana coherente y no de meras prácticas externas. Si lo hacemos así, descubriremos el gran fruto que puede dar el ayuno en nuestro crecimiento cristiano, en nuestra relación personal con Dios y en nuestra comunión con el resto del pueblo cristiano.
Carlos Alonso Vargas, filólogo y traductor y por muchos años líder en una comunidad cristiana de alianza, es casado, padre de tres hijos y con cinco nietos, y vive con su esposa en San José, Costa Rica.
El ayuno es, en cierto modo, una forma de oración; cuando ayunamos, el cuerpo participa de la oración porque se presenta necesitado ante Dios.
Este humilde fraile me ayudó a entregarle mi dolor al Señor
Hahabido momentos en los últimos diez años en los que un pasaje de la Escritura atrae mi atención o el relato de un santo me habla profundamente. Entonces, parezco encontrar referencias a ese pasaje o santo una y otra vez, ya sea en un devocional que leo, durante la Misa o en mi vida cotidiana. He aprendido que esta es la forma de Dios de enseñarme lecciones importantes para mi corazón y de reafirmarme su amor por mí. Moisés restauró mi confianza, el rey David me enseñó a confiar y Pedro me mostró el
Así que cuando La Palabra Entre Nosotros me pidió que escribiera sobre el Padre Pío, no me sorprendió ver su nombre en el plan de estudios de la clase de religión de la secundaria de mi hijo. Y parece más que una coincidencia que esa misma noche encontrara una película sobre él en la televisión. Encendí el televisor justo a tiempo para verlo en intensa oración. Su cabeza estaba reclinada hacia abajo, pero sus ojos y manos estaban levantados hacia el cielo en un gesto de entrega. La intensidad de su mirada me cautivó.
¡Oh, qué bien conozco esa postura! Una y otra vez me encuentro exactamente en esa misma situación: Mi cabeza descansando pesadamente sobre mis brazos doblados, mis manos levantadas hacia el cielo mientras mis rodillas se adormecen por presionarlas contra un reclinatorio de madera. Fue en esa posición que supliqué sanar el dolor de haber perdido a mi bebé, Catherine, cuando un tirador abrió fuego en la Escuela Primaria de Sandy
Hook el 14 de diciembre de 2012. Presioné el botón de pausa en el control remoto en esa imagen por un largo tiempo mientras preguntaba:
“¿Qué fue lo que te llevó a estar de rodillas?”
Una fe profunda y como la de un niño. Francesco Forgione nació en mayo de 1887, era el segundo de los cinco hijos vivos de una familia campesina del sur de Italia. Francesco era tan devoto desde niño que se consagró él mismo al Señor con tan solo cinco años de edad. A los diez años, el joven Francesco quiso unirse a los frailes capuchinos, pero fue rechazado por no tener la educación apropiada. ¿Se sentiría desilusionado?, me pregunté, ¿o se había rendido fácilmente a la voluntad de Dios?
Independientemente de lo que Francesco pensara de este revés, su padre no se dio por vencido. Más bien, se mudó a los Estados Unidos para encontrar trabajo y ganar el dinero necesario para pagarle un
tutor a su hijo. Cinco años más tarde, Francesco fue aceptado en la orden como novicio. Adoptó el nombre de Pío en honor al Papa San Pío I y profesó sus votos en 1904. Se sentía especialmente atraído por el voto de pobreza, el cual vivió plenamente, hasta el punto de ayunar tanto que a menudo debía ser cargado hasta su habitación por alguno de sus hermanos capuchinos.
Un siervo sufriente. Pío nunca gozó de buena salud y su ayuno solo lo hacía más frágil. Pero aunque su vida estaba llena de enfermedad, él dedicaba toda la energía que pudiera a sus labores sacerdotales, especialmente a escuchar confesiones. Se corrió la voz de su santidad y como resultado, las personas acudían a él masivamente, deseosas de exponer su alma a este gentil fraile.
Fue alrededor del tiempo de su ordenación en 1910 que el Padre Pío exhibió los primeros signos de los estigmas que llevaría por el resto de su vida. Heridas profundas aparecieron en sus manos y pies, junto con una laceración en su costado.
Pío trató de ocultarlas, pero se volvieron bastante notorias. En 1918, las heridas comenzaron a sangrar y dejaron marcas duraderas. También estaban acompañadas de un tremendo dolor físico y emocional. Y como si sus aflicciones terrenales no fueran suficientes, a menudo luchaba
con demonios, que lo atormentaban y dejaban su cuerpo golpeado y con moretones.
Sin embargo, a pesar de los estigmas, el agotamiento provocado por la enfermedad y el tormento de los espíritus malignos, el Padre Pío se mantenía fiel en sus obligaciones sacerdotales. Y esa fidelidad produjo fruto. Miles acudían a él, esperando por horas para unirse a la Misa, confesar sus pecados y buscar la curación del cuerpo y el alma. Él nunca le dio la espalda a nadie.
Su reputación de santidad se difundió rápidamente. Las historias sobre su capacidad de leer el alma de las personas, la bilocación y sus muchas curaciones milagrosas abundaban. Algunos días pasaba más de doce horas escuchando confesiones. Otros días recibía a lo que parecía un flujo interminable de visitantes, incluyendo campesinos de la localidad, peregrinos de toda Europa y sacerdotes y obispos de todo el mundo. Quizá por su propia experiencia, a menudo les dejaba consejos que se convertían en una clase de lema para él: “Reza, espera y no te preocupes. Las preocupaciones son inútiles. Dios es misericordioso y escuchará tu oración.”
Pero debido a todo su trabajo sirviendo a las personas, Pío comprendió que todo el cuerpo de Cristo debía estar involucrado en aliviar el sufrimiento humano. Él tenía una
función que desempeñar, pero también los médicos, los consejeros y los investigadores. Así que se abocó a construir un hospital para cuidar de los heridos y los que sufrían que acudían a él. Inaugurado en 1956, el
Dos imágenes. Después de estudiar la vida del Padre Pío, ahora sé qué fue lo que cautivó mi atención cuando vi por primera vez esa imagen de él en la televisión. Ahí estaba un hombre que había sufrido tremendamente y
Tal como sucedió antes, de nuevo aprendí que estoy llamada a entregarme y confiar en que mi Padre celestial sabe lo que necesito.
hospital Casa Alivio del Sufrimiento se ha convertido en uno de los hospitales líderes en investigación en Europa mientras aún mantiene su distintiva identidad católica.
El Padre Pío murió el 23 de septiembre de 1969, casi cincuenta años después de aquel día en que por primera vez recibió los estigmas. Fue beatificado el 2 de mayo de 1999 y canonizado el 16 de junio de 2002.
que aun así nunca abandonó el llamado que Dios le había hecho. Ya fuera que estuviera soportando el dolor de los estigmas, los rigores de sus ayunos, las horas en el confesionario o incluso las acusaciones de fraude que se levantaron en su contra, él mantenía una entrega gentil —casi como la de un niño— al Señor.
Veo fotografías mías que me tomaron justo después de que Catherine fue asesinada, y veo algo diferente. Mis ojos están hinchados y rojos por la falta de sueño. Tengo una sonrisa forzada y mi postura está enfrentada con el mundo. Veo a una persona
tratando de mostrar a las personas lo que pensaba que los demás querían ver. Estaba tratando de vivir mi duelo como yo creía que tenía que hacerlo: Heroicamente, estoicamente y en privado.
Pero mi luto estoico no produjo en mí el alivio que yo esperaba. Me dejó vacía y yo me erizaba y me quejaba en vez de confiar en Dios. Mi postura en la oración no reflejaba la del Padre Pío, de entrega. Fue solamente a través del tiempo y la perseverancia —y especialmente de un poco de gracia del Señor— que fui capaz de soltarme en sus manos.
Una promesa de descanso. Todavía enfrento tiempos en los que el dolor, la frustración y la impaciencia están a flor de piel; el camino puede volverse muy difícil. Me debato si alejarme del Señor y decidir llevar una vida más fácil. Yo sé que si lo hago, me arriesgo a endurecer mi corazón, pero hay tiempos en que
la carga y la tristeza son casi insoportables.
En esa situación me encontraba cuando me pidieron que escribiera sobre el Padre Pío. A pesar de toda la gracia que Dios ha derramado en mi vida —un hijo cuyas risa y determinación me dejan sin aliento, un refugio de animales que honra la inocencia de Catherine y las oportunidades de hablar de las formas en que Dios me ha mostrado su amor— me he cansado de esperar el día en que Dios alejará de mí el dolor. Pero tal como sucedió antes de que me encontrara con Moisés y el rey David, sucedió también cuando me encontré con este humilde fraile de Pietrelcina: De nuevo aprendí que estoy llamada a entregarme y confiar en que mi Padre celestial sabe lo que necesito. Dios me ama y me dará la belleza de su presencia a cambio de las cenizas de mi dolor. El Padre ofrece descanso para mi alma abatida y el perdón de mis pecados. Al asumir una vez más la postura de entrega, la confianza en él reemplaza mi esfuerzo por hacer lo que se “espera”, y yo finalmente encontraré descanso. n
Jennifer Hubbard vive en Newtown, Connecticut, con su hijo. Su libro, Finding Sanctuary, está disponible en Ave Maria Press.
este hombre?
Por Leo ZanchettinSiempre me han fascinado los revolucionarios. No del tipo de los que inician guerras, sino de los que abren nuevos caminos para transformar el mundo. Siempre me sentiré maravillado por la forma en que Walt Disney reinventó el arte de la animación. O la forma en que los fundadores de los Estados Unidos de América crearon un sistema de gobierno completamente nuevo en 1789. O la manera en que Steve Jobs cambió al mundo con su computadora Apple y su
iPhone.
Un narrador de historias revolucionario. Pero de todos los revolucionarios que admiro, ninguno se acerca a San Marcos, el autor del primer Evangelio. Bajo la guía y la inspiración del Espíritu Santo, Marcos creó una forma completamente nueva de hablar sobre Jesús y la salvación que obtuvo para nosotros. Y esa nueva forma ha cambiado el curso de la historia.
Antes de que Marcos llegara, la Iglesia había difundido relatos sobre
Jesús —tanto orales como escritos— que habían sido contados por los apóstoles y los primeros cristianos. Fue Marcos quien primero tomó estos relatos y los unió en un gran arco argumental que comienza con el bautismo de Jesús y termina con su resurrección.
¡Y qué gran historia es esta! El Evangelio de San Marcos puede ser el más corto, pero cada relato que narra está lleno de detalles vívidos. Marcos es el que nos cuenta que los amigos de un hombre paralítico quitaron una parte del techo de la casa en la que se encontraba Jesús para acercarle a su amigo (2, 1-4). Es Marcos el que nos dice que el endemoniado de Gerasa era tan fuerte que rompía las cadenas que las personas usaban para tratar de contenerlo (5, 4-5).
¡También nos ofrece la inolvidable imagen de una piara de cerdos lanzándose al mar para morir ahogados (5, 13)!
San Marcos también nos presenta con tanto lujo de detalles a los personajes que prácticamente saltan de la página. Por ejemplo, nos dice que la mujer que padecía de hemorragias “temblaba de miedo” cuando le informó a Jesús de su curación milagrosa (5, 33). Cuando hace un recuento de la conversación de Jesús con el endemoniado de Gerasa, nos dice que el hombre se puso a sí mismo un apodo aterrador —“Legión”—que reflejaba
su situación desesperada (5, 7-9).
Y describe al padre del muchacho poseído por un espíritu impuro como un hombre destrozado por el dolor de lo que le sucedía a su hijo (9, 14-25).
Marcos también sabía cómo crear una tensión dramática. Piensa en la forma en que describió el creciente conflicto entre Jesús y las autoridades religiosas en Jerusalén (Marcos 11, 27—12, 37). O piensa en cómo transmitió el entusiasmo y la alegría que sintieron las personas que fueron curadas por Jesús (5, 18-20. 42; 6, 53-56). O la manera en que mostró a Jesús como un Mesías poderoso pero compasivo cuya autoridad era absoluta y cuyo amor nunca falló (6, 34-43; 10, 23-31).
Un discipulado revolucionario. Desde luego, todos sabían que los relatos de Marcos no eran solamente producto de su propia imaginación. Como dijimos, estos relatos ya habían estado circulando —junto con otros que él decidió no incluir— entre los cristianos por algún tiempo. Pero al escoger estos en particular y contarlos de una forma única, Marcos presentó un mensaje revolucionario sobre el costo y el desafío del discipulado.
San Marcos tenía una razón específica para centrarse en el llamado de Jesús al discipulado: Él estaba escribiendo durante un tiempo crítico para la Iglesia en Roma. El
San Marcos tenía una razón específica para centrarse en el llamado de Jesús al discipulado: Él estaba escribiendo durante un tiempo crítico para la Iglesia en Roma.
emperador, Nerón, había iniciado una persecución feroz contra los cristianos en la ciudad alrededor del año 64 d. C. En lugar de asumir la responsabilidad por su pobre liderazgo durante el devastador incendio que destruyó la ciudad, Nerón culpó a los cristianos que habitaban en ella. Los acusó de “odio por la raza humana” y realizó una serie de ejecuciones públicas de creyentes para distraer la atención de su incompetencia (Tácito, Anales, 15.44).
La muerte de estos mártires conmovió a los creyentes hasta la médula. Quizá, pensaron muchos, era mejor abandonar a Jesús y sus enseñanzas. Quizá, para salvarse a sí mismos y a sus familias, necesitaban abandonar su conexión con el Señor.
Viendo a los creyentes vacilar en su compromiso con Cristo de esta manera, Marcos los animó a mantenerse firmes. Recordó la advertencia de Jesús de que sus seguidores serían entregados “a las autoridades” y tendrían que “comparecer ante
gobernadores y reyes” por su causa, pero que el Espíritu Santo los ayudaría (13, 9. 11). Él les mostró cómo Jesús continuó al lado de sus discípulos, aun cuando la fe de ellos vacilara (10, 23-31). Y tal vez lo que es más memorable, recordó estas palabras cruciales de Jesús: “Porque el que quiera salvar su vida, la perderá; pero el que pierda la vida por causa mía y por aceptar el evangelio, la salvará” (8, 35).
Un Evangelio revolucionario. No estoy completamente seguro de por qué la invitación de San Marcos a un discipulado radical me atrae tanto. No pretendo pensar de mí mismo como un héroe de ninguna manera. Yo soy muy egoísta, estoy demasiado aferrado a este mundo. Soy muy propenso a minimizar el llamado al discipulado. Pero la descripción que hace Marcos de la relación de Jesús con su Padre —el propio discipulado de Jesús— me llena de admiración. Jesús tenía una mente única. Encontraba mucha alegría y significado en servir a su Padre, y eso me impulsa a seguir intentado. Sé que él quiere darme ese mismo sentido de alegría y propósito.
Así que celebremos a San Marcos: Un maestro de la narración, pionero revolucionario y discípulo inquebrantable. Y celebremos el Evangelio que lleva su nombre y el relato que lo cambió todo. n
Leo Zanchettin es director editorial para The Word Among Us, la edición en inglés de La Palabra Entre Nosotros.
Mi año sabático se convirtió en una misión a largo plazo
María Kane
Cuando yo tenía cinco años, mis padres adoptaron a dos niños provenientes de Rusia. Yo quedé impactada por la forma en que estos huérfanos rápidamente se volvieron parte de nuestra familia. Es más, difícilmente yo podía notar alguna diferencia entre mis nuevos hermanos y mis hermanos biológicos. El amor, la conexión y la cercanía en nuestra nueva familia me
hizo pensar en cuántos otros huérfanos había en el mundo que quizá nunca tendrían la oportunidad de experimentar el amor de una familia. Yo no podía dejar de pensar en que debía ayudar a los huérfanos. Sentía que ninguna de las universidades a las cuales había aplicado podían llenar mi vida como la llenaría ir al extranjero a ayudar a cuidar de los niños que habían perdido a sus padres. Así
que decidí tomarme un año sabático y ofrecerme como voluntaria en un orfanato para niños con necesidades especiales en Uganda.
Cuando llegué a la ciudad de Kampala, me sorprendí con lo difíciles que podían ser las tareas cotidianas. Los frecuentes apagones, la falta de agua potable y los caminos sin pavimentar hacían que las labores más simples consumieran mucho tiempo y se volvieran muy demandantes. Pero quedé tan maravillada con la gente que conocí, que asumí mi misión y acepté todas las dificultades que surgieron en mi camino.
De la desesperación a la esperanza. Poco tiempo después de que comencé a trabajar como voluntaria en el orfanato, conocí a Sara, de diecinueve años y a su hijo Daniel de cinco.
Cuando Sara quedó embarazada con tan solo catorce años de edad, fue amenazada por su familia: O abortaba o se iba de la casa. Ella decidió quedarse con su bebé y trató de defenderse por sí misma.
Cuando Daniel tenía ocho meses, Sara observó que tenía una dificultad para tragar y que a menudo se ahogaba con la comida. Con el tiempo, comprendió que Daniel no estaba progresando en habilidades simples, como caminar o gatear, de la misma forma en que otros niños de su edad lo hacían. Sin saber qué hacer, lo llevó a donde un brujo que realizó
unas ceremonias espirituales, le frotó hierbas sobre la piel y lo untó con aceite. Luego le dijo a Sara que su hijo estaba poseído y que lo mejor era que muriera. Sara sabía lo que debía hacer, así que se marchó, sola y nuevamente rechazada.
Sara nunca podía conseguir un trabajo porque Daniel necesitaba cuido de tiempo completo. Como resultado, constantemente luchaba para alimentar a Daniel y alimentarse a sí misma. Para el momento en que yo los conocí, ambos estaban severamente desnutridos. Todas las costillas de Daniel se saltaban y su cabello se estaba tornando dorado, una señal inequívoca de una importante desnutrición. Cada vez que yo los visitaba, llevaba frijoles, arroz, jabón y azúcar. Pero los alimentos y los suministros nunca duraban lo suficiente, y ellos no lograban superar el rechazo y el abandono que habían experimentado.
Un día, en que una amiga y yo visitamos su casa, Sara comenzó a llorar. ¡Se sentía desesperada! Mi corazón se quebrantó por ella y yo deseaba darle palabras de esperanza para contrarrestar las palabras duras de juicio que había escuchado por tanto tiempo. Mi amiga y yo rezamos en voz alta, proclamando en fe que Dios tenía buenos planes para Daniel y que el Señor permanecería al lado de ellos dos en cada momento de su vida.
Después de que rezamos, sentí que el Señor quería que yo le preguntara a Sara si tenía alguna habilidad que pudiera usar para proveer para su hijo y para ella misma. Ella me explicó que antes de que Daniel naciera, había trabajado como costurera en su pueblo. Me dijo que si tuviera una máquina de coser, podía ganar lo suficiente para mantenerse ella y su hijo. No habían pasado cinco minutos antes de que yo estuviera montada en la parte de atrás de una motocicleta camino a conseguirle una máquina de coser. Con entusiasmo ella aceptó el regalo como una oportunidad de un nuevo comienzo.
Dios proveyó para Sara ese mismo día y la ayudó a obtener de nuevo
un sentido de dignidad. Sara descubrió que, a pesar de todo el rechazo que había soportado, Dios verdaderamente la amaba. El Señor deseaba proveerle una forma de salir de aquel ciclo de vergüenza y condenación que ella había soportado durante cinco largos años.
Una misión de rescate. El tiempo que pasé en el orfanato me dio suficientes oportunidades para rezar y esperar en nombre de madres y niños quienes, al igual que Sara y Daniel, a menudo eran estigmatizados y abandonados en su cultura debido a las necesidades especiales que tenían. Un día, recibí una llamada de la trabajadora social y eso significaba que recibiríamos un nuevo bebé, y me
En ese momento supe que la vida de este pequeño bebé estaba en las manos de Dios y que ninguna situación sería demasiado difícil para el Señor.
sentí entusiasmada y nerviosa. Ya estábamos cuidando de ochenta y cinco niños abandonados, así que aunque siempre era una alegría recibir un nuevo bebé, también era triste saber que otra madre sentía que esta era la única esperanza para su hijo, esta vez recibimos a Emanuel.
Cuando vimos a Emanuel por primera vez, fue evidente que necesitaba cuidados médicos inmediatos y nos apresuramos con él al hospital. Con dos meses de edad, Emanuel pesaba solamente un kilo, y se estaba muriendo. El hospital más cercano estaba a tan solo treinta minutos de distancia, pero el camino pareció durar para siempre. Una vez que llegamos, Emanuel comenzó a luchar por respirar, y yo le pedí a Dios que interviniera. Sin embargo, Emanuel dejó de respirar por completo y comenzó a ponerse morado.
Desesperada y asustada, levanté mis ojos y vi un crucifijo justo encima de su cama. Recé de nuevo: “Señor, perdón por dudar de ti, pero
necesito tu ayuda en este preciso momento. Tú moriste para que nosotros pudiéramos vivir. En el nombre de Jesús, por favor trae a este bebé de vuelta a la vida.” Aun antes de que yo terminara de rezar, Emanuel respiró con dificultad y comenzó a ahogarse, ¡estaba vivo!
En ese momento supe que la vida de este pequeño bebé estaba en las manos de Dios y que ninguna situación sería demasiado difícil para el Señor. Hoy, Emanuel es un niño feliz y sano.
Aceptar la incomodidad. Mi “año sabático” en Uganda ya ha durado cinco años y continúa. He visto tanto la bondad de Dios como el pecado que provoca a la gente tanto sufrimiento y quebranto. Cada día, tengo oportunidades para ayudar; también tengo muchas oportunidades para quejarme. A menudo me digo a mí misma: “María, ¡es hora de sentirme cómoda con la incomodidad!” Al hacerlo, mi determinación aumenta y descubro que estoy más abierta a la presencia y la acción de Dios en mí y a mi alrededor. n
María Kane actualmente sirve como la directora de finanzas de Imprint Hope, una organización sin fines de lucro que cuida a los niños con discapacidades y a sus familias en Uganda. Puedes encontrar más información en https://imprinthope.com
Cada día, tengo oportunidades para ayudar; también tengo muchas oportunidades para quejarme
1de febrero, miércoles
Marcos 6, 1-6
¿De dónde aprendió este hombre tantas cosas? ¿Qué no es este el carpintero, el hijo de María?
(Marcos 6, 2. 3)
No importa hace cuánto tiempo lo conocemos, Jesús siempre puede sorprendernos. Sus vecinos probablemente pensaban que lo conocían perfectamente. Quizá uno de los ancianos dijo, mientras se agachaba a la altura de su rodilla: “Jesús, ¡te conozco desde que eras de este tamaño!” Muchos de los habitantes de su pueblo natal podrían haber pensado que no había manera de que él pudiera ser más de lo que ellos predijeron: Quizá solo un carpintero, o quizá un hombre muy espiritual o tal vez incluso un poco fanático. Quizá algunos pocos habían abierto su corazón. Pero la mayoría de ellos no podían concebir esta nueva clase de carpintero. Lo habían encasillado, y cuando él trató de demostrarles que su perspectiva era muy corta, ellos se ofendieron.
¿Alguna vez te has sentido sorprendido por Jesús? Si es así, no te preocupes porque no has sido el único. Algunos de los Doce a menudo seguían desconcertados conforme Jesús les iba mostrando quién era él, ¡incluso por medio de su muerte y resurrección! Una forma en la que él nos sorprende es por medio de las cosas que nos pide que hagamos. Quizá tú recuerdes alguna
ocasión en que te sentiste inspirado por el Espíritu Santo, y tu reacción inicial fue hacer preguntas: “¿Tú quieres que yo rece con ella?”, o “¿tú quieres que lo perdone a él? ¡Creí que tú eras un Dios de justicia!”
Esta es otra sorpresa: No siempre es tan importante que estemos en lo correcto sobre lo que esperamos de Jesús. El Señor parece disfrutar haciendo todas las cosas nuevas. Pero lo importante es cómo respondemos cuando el Señor nos sorprende. ¿Nos ofendemos y nos alejamos? ¿O intentamos aceptar su guía, aun tentativamente, y procuramos avanzar por el nuevo camino que él ha abierto para nosotros?
Aquí hay una paradoja. Jesús es todo lo que necesitamos, pero siempre lo necesitamos más. Necesitamos conocer más sus caminos y sus pensamientos. Necesitamos experimentar todavía más de su amor conforme nuestra relación crece. Así que también puedes acostumbrarte. Jesús continuará sorprendiéndote durante toda tu vida. Y realmente, ¿qué podría ser mejor que ser sorprendido por Aquel que te ama más allá de lo imaginable?
“Señor, te pido que me ayudes a aceptar con gozo tu guía.”
³ Hebreos 12, 4-7. 11-15
Salmo 103 (102), 1-2. 13-14. 1718a
2de febrero, jueves
La Presentación del Señor
Malaquías 3, 1-4
De improviso entrará en el santuario el Señor, a quien ustedes buscan.
(Malaquías 3, 1)
Las palabras del profeta Malaquías parecen escritas precisamente para la fiesta de hoy de la Presentación del Señor: Jesús llegó “de improviso” al templo (3, 1). En silencio, sin algarabía, en los brazos de su madre, sí, pero de improviso de cualquier manera, de una forma totalmente inesperada. Simeón había estado esperando por años para verlo, aun cuando no sabía exactamente qué era lo que estaba esperando. Y cuando el Espíritu Santo lo guio al templo a encontrarse con este niño pobre y humilde, es posible que se hubiera sorprendido. Este era el Mesías que él había estado anhelando.
Así como sucedió con Simeón y con todo el pueblo de Israel, así puede suceder contigo: Siempre hay algo tanto esperado como inesperado sobre la venida de Jesús. Al igual que Simeón, podrías esperar por un tiempo y luego encontrar la plenitud sorprendente pero gozosa.
Por ejemplo, quizá estás sufriendo en medio de una relación complicada y te sientes desanimado, y en medio de esa situación te surge la idea de una reconciliación. O cuando estás listo para darte por vencido en la
lucha contra una tentación, de pronto encuentras la gracia para resistir. Quizá ni siquiera estás buscando a Jesús con mucho entusiasmo. Pero luego, en Misa o mientras rezas, su Espíritu hace que su palabra tome vida en tu corazón de una forma nueva y poderosa.
Es como dos lados de una misma moneda. Anhelamos a Jesús; esperamos su venida al “templo” de nuestra vida y de las situaciones que nos abruman. Y cuando Jesús llega, a menudo no es en la forma en que esperábamos.
Podrías asociar la espera y el anhelo del Señor con el tiempo de Adviento. Pero el Adviento ya pasó. La fiesta de la Presentación es un recordatorio de que buscar al Señor y esperar su venida no es solo para una temporada del año. Jesús puede llegar de improviso al templo de tu vida en cualquier momento, ¡incluso hoy! Así que mantente fiel y preparado. Y abre tu corazón a las sorpresas mientras él responde tus oraciones o se muestra de una forma nueva e inesperada.
“Señor, te anhelo y te pido que vengas hoy a mi vida y me ayudes a dejarme guiar por tu Espíritu.”
³ Salmo 24 (23), 7. 8. 9. 10
Hebreos 2, 14-18
Lucas 2, 22-40
de febrero, viernes
Marcos 6, 14-29
Herodes había mandado apresar a Juan. (Marcos 6, 17)
Alex Hannold es conocido por su atrevida escalada —sin cuerda— del traicionero acantilado El Capitán, en el Parque Nacional Yosemite. Si hubiera dado un paso en falso habría caído cientos de metros hasta morir. Pero Hannold parecía saber cómo controlar su miedo para completar con éxito su objetivo.
La lectura del Evangelio de hoy nos enseña una valentía todavía más admirable. Juan el Bautista pasó su vida preparando a las personas para la venida del Señor. Él señalaba los pecados de las personas, reprendía a los jefes religiosos y se rehusó a guardar silencio respecto al adulterio del rey Herodes. Esta última confrontación le costó su vida, y sin embargo él se mantuvo firme hasta el final.
Podemos pensar que los grandes santos como Juan el Bautista nunca lucharon con el miedo. Pero siendo realistas, eso es poco probable. Él sabía que sus palabras y su estilo de vida generaban controversia y oposición y podían llevarlo a prisión o algo peor. Sin embargo, continuó con su misión y eso es lo que lo convirtió en un gran héroe.
Aunque no hemos sido llamados a ser profetas en el desierto como Juan,
todos tenemos momentos en los que necesitamos ser valientes. Puede haber situaciones en las cuales tenemos que decidir ser honestos e íntegros cuando sería más fácil esconder la verdad o simplemente decir una mentira. O denunciar cuando un colega del trabajo está siendo tratado injustamente. O aconsejar a un amigo con amor y sensibilidad si lo vemos dirigirse por una senda que no es correcta.
Estas situaciones, y muchas otras, pueden ser difíciles. Pero aunque reconozcas tus miedos, no permitas que tus emociones te paralicen. La próxima vez que te sientas temeroso, respira profundamente, di una oración rápida y luego ve y haz lo que tienes que hacer. Incluso un pequeño paso en la dirección correcta te dará el valor de seguir hacia adelante. Y aunque aún puedas tener miedo, puedes contar con que el Señor te ayuda a actuar con valentía. Al final, eso es lo que más importa.
Dios necesita discípulos valientes en el mundo actual. ¡Pidámosle que nos ayude a enfrentar nuestros miedos confiando en su gracia y su sabiduría!
“Señor, te pido que me ayudes hoy a ser valiente para enfrentar las situaciones que se me presentan.”
³ Hebreos 13, 1-8
Salmo 27 (26), 1.3. 5. 8b-9abc
de febrero, sábado
Marcos 6, 30-34
Vengan conmigo… para que descansen un poco. (Marcos 6, 31)
Los apóstoles habían finalizado un exitoso viaje de misión (Marcos 6, 12). Al regresar, Jesús les dijo que era tiempo de descansar. Necesitaban tiempo a solas, no solo para descansar su cuerpo sino también para pasar un tiempo tranquilo en oración.
Entonces, ¿por qué Jesús no le dijo a la muchedumbre que los dejara solos por algunas horas? ¿No podían darle a él y a sus discípulos un descanso? Bueno, quizá tuvieron el descanso que necesitaban. Recuerda, Jesús había llevado a los Doce a una barca y navegó con ellos por el lago hasta un lugar desierto que él tenía en mente. Fue hasta que llegaron a su destino que fueron recibidos por otras personas. Al menos tuvieron ese tiempo tranquilo sobre el agua para descansar y renovar un poco sus fuerzas. Es interesante hacer notar que navegaron tan despacio que todas estas personas tuvieron el tiempo para llegar (¡a pie!) al lugar al que se dirigían antes que Jesús y sus discípulos.
Quizá este tiempo de descanso y oración, aun si fue solo ese corto periodo en la barca, fue exactamente lo que permitió a Jesús y a sus discípulos comenzar a ministrar a las personas tan pronto como llegaron a la orilla.
Quizá fue como una “poderosa siesta” espiritual.
Ahora piensa: Si Jesús necesitaba balancear su activo ministerio con el descanso físico y el tiempo de oración, ¿cuánto más lo necesitamos nosotros? Si tienes dificultad para servir a otras personas, quizá es porque estás demasiado ocupado y no estás dedicando suficiente tiempo al descanso y a la oración. Tal vez has dejado de lado el hábito de buscar ese “lugar desértico” en la oración para renovarte y refrescarte en el Espíritu Santo.
¿Cómo es tu ritmo de servicio, descanso, recreación y oración? ¿Es tiempo de hacer una evaluación y algún cambio? Quizá si te acuestas una hora más temprano eso te ayude a dormir más y tengas más tiempo para rezar en la mañana. O, ¿qué tal tomar unos minutos en la tarde para “apartarte” y rezar, o incluso tomar una siesta corta? Cuanto más descansado estés, tanto física como espiritualmente, más compasión tendrás por las personas que Dios te ha confiado.
“Señor Jesús, te pido que me muestres cuando debo apartar tiempo contigo para descansar y renovar mis fuerzas.”
³ Hebreos 13, 15-17. 20-21
Salmo 23 (22), 1-3a. 3b-4. 5. 6
FEBRERO 5-11
5de febrero, domingo
Si miras a tu alrededor, ciertamente verás oscuridad. El chisme puede estar fuera de control en tu vecindario. En casa, tu esposo o esposa podría estar desanimado por un revés en su trabajo. Un niño que conoces podría ser víctima del matonismo. Incluso podría haber una familia pobre y sin hogar refugiándose afuera de la puerta de la iglesia.
Mateo 5, 13-16
Para que viendo las buenas obras que ustedes hacen, den gloria a su Padre, que está en los cielos. (Mateo 5, 16)
Ser sal que realmente dé sabor; ser una lámpara puesta en lo alto. ¡Esos son estándares altos para la vida! Este pasaje puede hacerte sentir como si tuvieras que subirte en un banco y comenzar a predicar en una esquina. Desde luego, debes hablar con las personas sobre tu fe, pero esa no es la única forma de predicar el evangelio a los demás.
Una de las maneras más eficaces que tienes para impactar el mundo que te rodea es con tu comportamiento. Tus acciones hablan claramente a tu familia, tus amigos, vecinos e incluso a extraños. Jesús mismo dice que nuestras “buenas obras” ayudan a la gente a ver y glorificar a Dios. El profeta Isaías va más allá y dice que las acciones como compartir lo que tenemos y no darle la espalda a las personas tiene el poder de volver la oscuridad a nuestro alrededor en “luz de mediodía” (Isaías 58, 10).
¿Cómo puedes brillar entonces? Cambia de tema si una conversación comienza a convertirse en chisme.
Cocínale a tu esposo o esposa su comida preferida y escucha mientras alivia su corazón. Ofrece una palabra de aliento a ese adolescente triste. Lleva contigo una comida preparada para entregar a quien la necesite la próxima vez que vayas a la iglesia. O comparte una copia de La Palabra Entre Nosotros con alguien en tu vecindario u oficina. Las oportunidades son realmente infinitas.
Puedes ser una luz en tu mundo cotidiano. Si te esfuerzas por brillar, Dios brillará a través de ti. Y eso significa que las personas que te ven también verán al Padre celestial.
“Padre, quiero ser una luz que les muestre a otros tu amor y misericordia.”
³ Isaías 58, 7-10
Salmo 112 (111), 4-5. 6-7. 8a. 9
1 Corintios 2, 1-5
de febrero, lunes
Marcos 6, 53-56
Apenas bajaron de la barca, la gente los reconoció. (Marcos 6, 54)
En el Evangelio de hoy, la gente comienza a reconocer una nueva realidad: Dios estaba poderosamente presente en la persona de Jesús. Así que se aglutinaban en donde escucharan que él estaba. Acudían a él con su curiosidad, sus preocupaciones y le llevaban a sus familiares y amigos enfermos para que los sanara. Llegaban a escuchar a Jesús comunicarles la Palabra de Dios y a recibir el amor sanador que él tenía para ellos. Nosotros sabemos que podemos encontrarnos con Dios de una forma única y privilegiada en los lugares de culto. El Señor está ahí cuando su pueblo se reúne para rezar y su presencia amorosa permanece en el Sagrario.
Pero es posible que durante la reciente pandemia por coronavirus hayas hecho un descubrimiento importante. Cuando la gran mayoría de las iglesias estuvieron cerradas, al menos por un tiempo, podrías haber llegado a reconocer que la presencia de Jesús no se limita al edificio de la iglesia. La dificultad de haber tenido que dejar de asistir a tu parroquia o santuario favorito podría haberte convencido de que Jesús nunca abandona a su amado pueblo. El Señor hace su casa con todos
los creyentes y susurra su invitación a todo el que lo busca.
Piensa en las formas en que Jesús se encontró contigo durante ese tiempo cuando no era seguro acudir a la iglesia. Quizá lo sentiste cerca por medio de las páginas de la Biblia o a través de la computadora mientras rezabas junto con tus amigos o familiares. Quizá lo reconociste en la forma en que los vecinos se ayudaron mutuamente. Jesús estuvo ahí en esas situaciones y en muchas otras. El Señor siempre anhela estar con nosotros, donde sea que estemos. Y aunque nada se compara con su presencia en la Eucaristía, esa no es la única forma en que puedes encontrarte con él.
¿En cuál área de tu vida Jesús “se bajará de la barca” hoy? Al igual que la muchedumbre en el Evangelio de San Marcos, corre a encontrarte con él con tus necesidades más profundas y tu alabanza amorosa. ¡El Señor irá a tu encuentro tanto en la iglesia como en tu vida cotidiana! Cuanto más claramente lo encuentres en un lugar, más fácilmente lo reconocerás en otro.
“Señor Jesús, te pido que abras mis ojos para que yo pueda reconocer tu presencia en mi vida.”
³ Génesis 1, 1-19
Salmo 104 (103), 1-2a. 5-6. 10. 12. 24. 35
7de febrero, martes
Génesis 1, 20–2, 4 Hagamos al hombre a nuestra imagen y semejanza. (Génesis 1, 26)
En tiempos antiguos, a menudo un rey colocaba estatuas de sí mismo alrededor de su reino. Estas imágenes actuaban como recordatorios visuales, tanto para su pueblo como para las potencias extranjeras. En efecto, transmitían este mensaje: “Esta área está bajo mi protección y haré lo que sea necesario para cuidarla y defender a mis súbditos.”
De una forma similar, cuando Dios nos creó a su imagen y semejanza, fue como si él también estuviera colocando su imagen por todo su reino. Somos representaciones vivas y visibles no solo del reino de Dios en la tierra sino de la protección que él provee en contra de las fuerzas del mal.
Desde luego, Dios no pretendía que nosotros actuáramos como señales de advertencia unos contra otros de la misma forma en que los reyes advertían a otros monarcas para que dejaran a sus reinos en paz. Más bien, actuamos como advertencias contra nuestro enemigo común, el diablo. Cuando abrazamos esta herencia de haber sido creados a imagen y semejanza de Dios, también nos levantamos más alto frente a los planes del diablo. Le decimos: “Este mundo y toda su gente están protegidos. Tú no tienes lugar aquí.”
Esta es la función que los amigos, padres y abuelos pueden desempeñar en el mundo. Como imágenes de Dios, pueden levantarse contra los intentos sutiles del diablo para influenciar a los amigos, hijos y nietos de ellos. Esto no necesariamente depende de acciones específicas que nosotros realicemos. Es más importante que continuemos procurando parecernos más a Jesús para que podamos formarnos más a su semejanza, de la misma forma en que una estatua se hace con un molde. No hay nada más aterrador para el diablo que la evidencia de que los hombres y mujeres están viviendo su dignidad como hijos de Dios.
Medita en cómo Dios te ha hecho intencionalmente a su imagen y te ha colocado en el lugar que ocupas en el mundo para representarlo a él y proteger su reino. El Señor sabe que tú puedes hacer la diferencia, solo siendo quien él te ha llamado a ser, su hijo o hija. Y así como él se deleita en toda su creación, también se deleita en ti en la función que desempeñas para defender a su pueblo.
“Padre celestial, te pido que me ayudes ser cada vez más semejante a ti.”
³ Salmo 8, 4-5. 6-7. 8-9
Marcos 7, 1-13
8de febrero, miércoles
Génesis 2, 4-9. 15-17
Dios hizo el cielo y la tierra. (Génesis 2, 4)
Ya sea que nuestro universo haya sido creado en unos pocos días o en miles de millones de años, una verdad es clara: Dios fue quien lo comenzó todo; él creó todo de la nada y él lo sostiene todo por el poder de su amor.
¿No es eso sorprendente? Ni siquiera el científico más talentoso ha sido capaz de crear vida de la nada o crearla a partir de una sustancia inanimada, como la arcilla que Dios usó para crear a Adán (Génesis 2, 7). Ningún científico puede explicar completamente cómo emergió la primera chispa de vida en nuestro planeta. Aunque la ciencia contiene verdades importantes que revelar, fue Dios quien diseñó el universo y dirigió su desarrollo.
Y debido a que Dios nos tenía en su mente como la cumbre de su hermosa creación, se aseguró de que todas nuestras necesidades fueran satisfechas.
Esto incluyó no solo nuestra necesidad física de alimento, agua y luz del sol, sino también nuestra necesidad interior de la belleza y el orden. Esto lo vemos en la forma en que el libro del Génesis describe el jardín del Edén: Sus árboles fueron “de hermoso aspecto” así como de “sabrosos frutos” (2, 9).
Toma un momento, ahora mismo y en el lugar en donde te encuentres para
dar gracias a Dios por haberte puesto en este hermoso planeta. Dios no solo creó el sol, las estrellas, los mares y las montañas, ¡te creó a ti! Tú eres único, maravillosamente creado a su imagen y profundamente amado por él.
Pero estas grandes bendiciones vienen acompañadas de responsabilidades. Dios encargó a Adán que “cultivara y cuidara” el jardín del Edén (Génesis 2, 15). Sin embargo, esa tarea también nos la encomendó a todos nosotros. Dios quiere que cuidemos de este mundo y de todas sus criaturas para que pueda seguir siendo una fuente de sustento para nosotros y un reflejo de su gloria, majestad y amor. Cuando haces lo que está a tu alcance para cuidar de su creación, estás atesorando este regalo y preservándolo para las futuras generaciones. No solo eso, sino que cuando cuidas de la creación que Dios ama y por la cual se interesa, tú te conviertes en una expresión del amor que él tiene por el mundo.
“Gracias, Padre celestial, por el don de la vida, la mía y la de todo cuanto me rodea. Te pido que me ayudes a pensar en ti cada vez que disfruto de tu creación.”
³ Salmo 104 (103), 1-2a. 27-28.
29bc-30
Marcos 7, 14-23
Génesis 2, 18-25
No es bueno que el hombre esté solo. (Génesis 2, 18)
Desde niños hemos escuchado el relato de cómo Dios sacó una costilla del costado de Adán y de esa costilla formó a Eva. “No es bueno que el hombre esté solo”, dijo (Génesis 2, 18). Dios conocía la necesidad que tenía Adán, como criatura humana, de tener la compañía apropiada, una compañera que fuera igual a él, y llenó esa necesidad. Pero antes de crear a Eva, el Señor creó también toda clase de aves y animales.
Dios sabía que los rinocerontes y los avestruces no serían compañeros apropiados para el hombre; que las ovejas, cabras y toros, aunque son útiles para la comida y el abrigo, no eran la verdadera compañía que Adán necesitaba. El anhelo de Adán era que alguien como él le ofreciera su amistad y compañía. Pero Dios sabía que Adán de cualquier manera necesitaría toda clase de ayuda para cultivar y cuidar el jardín. Así que fue más allá de la necesidad principal de Adán y le dio mucho más de lo que él podría haber pedido o imaginado.
Esta también es la forma en que Dios nos trata a nosotros. A veces tú le pides que te provea algo que necesitas pero él te da algo distinto a lo que le pediste. Cuando esto sucede, puedes preguntarte: ¿Se habrá confundido Dios? ¿Se estará negando a darte esa
cosa buena que le pediste y en cambio se lo habrá dado a alguien más? Desde luego que no. Dios sabe lo que tú necesitas antes de que se lo pidas (Mateo 6, 8). Es posible que él te esté dando algo que sabe que necesitas aun antes de que tú mismo sepas que debes pedírselo. Hoy, dile a Dios que crees en su amor y sabes que él cuida de ti. El Señor conoce todas tus necesidades, y quiere darte toda cosa buena que satisfaga esas necesidades. Si le has pedido algo y piensas que él no te ha respondido, lee nuevamente la primera lectura de hoy. Medita en la respuesta de Dios a la necesidad de Adán de tener una compañía apropiada y luego pídele al Espíritu Santo que te muestre la forma en que te está respondiendo. Rechaza los pensamientos que te dicen que Dios no te escucha, que no se preocupa por ti o que no responderá. Declara en voz alta tu confianza en su sabiduría y en su tiempo para tu vida. Recuerda las palabras del Señor por medio del profeta Jeremías: “Yo sé los planes que tengo para ustedes, planes para su bienestar y no para su mal, a fin de darles un futuro lleno de esperanza” (Jeremías 29, 11).
“Padre, ¡creo en tu amor perfecto por mí!”
³ Salmo 128 (127), 1-2. 3. 4-5 Marcos 7, 24-30
10de febrero, viernes
Marcos 7, 31-37
Le llevaron entonces a un hombre sordo. (Marcos 7, 32)
Si fueras un director de cine que está filmando esta escena que se describe en el Evangelio de hoy, podrías centrarte en Jesús y en lo maravilloso que fue este milagro. Pero, en realidad, podría ser más interesante centrarte en las personas que llevaron a aquel hombre a Jesús. ¿Qué estaban haciendo unos momentos antes? Quizá se acababan de enterar de que Jesús estaba en el pueblo. Entonces, entusiasmados con la posibilidad de ayudarlo, llevaron a su amigo en medio de la multitud, justo a donde estaba Jesús. Uno de ellos se arrodilló y le suplicó: “Jesús, he oído que tú realizas grandes milagros, por favor, ayuda a nuestro amigo.”
Una escena así resaltaría el hecho de que no fue Jesús el que apareció de la nada y curó a este hombre. Fueron sus amigos los que lo llevaron donde estaba Jesús. Su fe les dio el valor de pedirle al Señor Jesús que lo curara. No sabemos cuánta fe tenían aquellas personas, lo importante es que fue suficiente para acercarse a él y pedirle ayuda.
Cuando escuches el relato de un milagro como este, recuerda que no sucedió solamente debido al estupendo poder de Dios. Ciertamente Dios
puede hacer cosas increíbles más allá de lo que tú puedes imaginar (Efesios 3, 20). El Señor es el que cura; tu fe no fuerza su mano. Pero él te invita a que participes en esos milagros. Dios te invita a ejercer tu fe presentándole tus necesidades. No necesitas una fe extraordinaria, solo la suficiente para confiar en el Señor y pedirle que actúe.
A nuestro Padre celestial lo que más le gusta es cuando confiamos en él. Dios quiere dar a sus hijos cosas buenas, y a veces también milagros. ¡Así que tómale la palabra! Pídele la curación para tu amigo o para ti mismo. Pídele que intervenga en una situación que parece imposible de resolver y deja en sus manos el resultado, confiando en que él hará lo que sea mejor.
Lo que es más importante aún, no pienses que tu fe es demasiado débil para que Dios cuide de ti. Ejercita la fe que tienes y cree que Dios puede actuar. Sigue pidiéndole lo que necesitas. No es que él necesite que tú reces unas plegarias adicionales para actuar, pero tú sí las necesitas, para aumentar tu fe y acercarte más a él.
“Señor Jesús, creo que tú puedes hacer lo imposible. Te pido que me des la fe para pedirte lo que necesito.”
³ Génesis 3, 1-8 Salmo 32 (31), 1-2. 5. 6. 7
11de febrero, sábado
Marcos 8, 1-10
¿Cuántos panes tienen?
(Marcos 8, 5)
“Si tan solo…”, es una frase con la que quizá alguna vez te has lamentado. Puede ser frustrante pensar que hay tanto que podrías hacer por las personas que amas. Si tan solo tuviera más tiempo, si tan solo viviera más cerca, si tan solo tuviera más energía.
Este sentimiento no es exclusivo de nuestra época. En el Evangelio de hoy, Jesús está preocupado por las personas que han estado con él durante tres días. “Si los mando a sus casas en ayunas”, les dice a sus discípulos, “se van a desmayar en el camino” (Marcos 8, 3). Imagina lo que deben haber pensado los discípulos: “Si tan solo hubiéramos despedido antes a la gente.” “Si tan solo tuviéramos más comida a la mano.” “Si tan solo Jesús no pasara tanto tiempo enseñando.”
Pero Jesús alejó sus preocupaciones con una fe profunda en que su Padre tomaría lo poco que ellos tuvieran y realizaría un milagro con ello. Repartió los panes y los pescados y pudo alimentar a las cuatro mil personas que se encontraban ahí, ¡y llenaron canastas con las sobras!
La realidad es que siempre tendremos que luchar contra esta forma de pensar. Siempre vamos a querer hacer más de lo que somos capaces de hacer,
es la naturaleza humana. Pero eso no debería impedirnos hacer algo. La determinación de usar los recursos que tengamos y la fe en que Dios bendecirá nuestros esfuerzos son las armas que podemos utilizar cuando nos enfrentamos a las dudas que nos genera pensar en lo que podríamos haber hecho.
¡Incluso ofrecer un poco de tiempo o esfuerzo es mejor que no hacer nada! Quizá no tengas tiempo para visitar a alguien, pero siempre puedes escribir un correo electrónico o un mensaje de texto. Tal vez no puedes llegar a servir en el comedor para indigentes, pero siempre puedes llamar para ver si hay alguna otra cosa que puedes hacer para ayudar. Quizá no tengas tiempo para preparar una comida para alguien, pero siempre puedes ayudar con las compras en el supermercado.
Recuerda el relato de hoy de los panes y los pescados cuando te enfrentes a una situación en la que quisieras poder hacer más. Si das lo poco que tengas, ¡Jesús encontrará la forma de multiplicarlo más allá de tus expectativas!
“Señor Jesús, te pido que me ayudes a encontrar formas de servir a otras personas con los recursos que tenga a mi alcance.”
³ Génesis 3, 9-24
Salmo 90 (89), 2. 3-4. 5-6. 12-13
FEBRERO 12-18
12de febrero, domingo
Eclesiástico 15, 15-20
Delante del hombre están la muerte y la vida; le será dado lo que él escoja. (Eclesiástico 15, 17)
El libre albedrío es el don más grande que Dios nos dio pero también el más riesgoso. Esta libertad nos ha permitido decidir por nosotros mismos qué clase de persona queremos ser. Nos ha permitido crear música y arte, construir ciudades y caminos, casarnos y tener hijos. También nos ha permitido destruir en lugar de crear, herir y traicionar en lugar de sanar y edificar. Y a través de nuestra libre voluntad decidimos si queremos seguir a Jesús o a nuestros propios pensamientos y deseos.
El autor del libro del Eclesiástico parece estar muy consciente de que nuestro libre albedrío puede ser una espada de dos filos. Cada uno de nosotros, dice, es libre de escoger entre “fuego y agua… la muerte y la vida” (Eclesiástico 15, 16. 17). Y Dios respetará la decisión que tomemos.
Nuestro Padre celestial anhela que escojamos la vida en él, pero jamás nos forzará a hacerlo. El Señor no es como
los dioses mezquinos que se imaginaban los paganos, que utilizaban las amenazas y la manipulación para mantener a su pueblo sometido.
El Eclesiástico también enseña que esta libertad tiene consecuencias: “Le será dado lo que él escoja” (Eclesiástico 15, 17). Dios respeta nuestras decisiones, pero también respeta los resultados que esas decisiones producen.
En el Evangelio de hoy, Jesús nos ofrece una ilustración de la vida real: “Todo el que se enoje con su hermano, será llevado también ante el tribunal” (Mateo 5, 22). Si decides albergar enojo, resentimiento y condena, no te sorprendas si otras personas comienzan a tratarte de la misma forma. Pero si generas un ambiente de confianza y respeto, eso es lo que recibirás.
Entonces, escoge la vida. Utiliza este maravilloso don de tu libertad para escoger la bondad, la paciencia y todos los demás frutos del Espíritu (Gálatas 5, 22-23). Por sobre todo, escoge a Jesús. Recíbelo en tu vida y permite que su amor conmueva tu corazón. Será la mejor decisión que puedas hacer jamás.
“Señor, te pido que me ayudes a escogerte a ti hoy y siempre.”
³ Salmo 119 (118), 1-2. 4-5. 17-18. 33-34
1 Corintios 2, 6-10
Mateo 5, 17-37
Génesis 4, 1-15. 25
¿Por qué te enfureces tanto y andas resentido? (Génesis 4, 6)
¿Cuántas veces puedes identificar la compasión que Dios tuvo por Caín en la primera lectura de hoy? Primero, es el Señor quien inicia una conversación con Caín, preguntándole por qué está enfurecido. Luego le hace la siguiente advertencia: “el pecado estará a tu puerta” (Génesis 4, 7) —el Señor se refería a la puerta del corazón de Caín—. Finalmente, a pesar de que Caín desobedeció al Señor y asesinó a su propio hermano Abel, Dios cuida de él diciéndole que “el que te mate a ti será castigado siete veces” (4, 15).
La devoción que muestra Dios hacia Caín, aun a pesar de su pecado, resentimiento y desobediencia es un relato profundo que nos muestra la forma en que el Padre también nos mira a nosotros. Dios cuida de nosotros y nos quiere proteger del pecado. Es más, no importa cuántas veces pequemos, no importa cuántas veces nos equivoquemos, él siempre está dispuesto a recibirnos cuando regresamos a él arrepentidos.
¿Conoces a alguien que podría estar actuando de una forma hiriente, ya sea hacia ti o hacia alguien más, o incluso hacia sí mismo? Como hizo con Caín, Dios quiere que esa persona sepa que él es un Dios amoroso y misericordioso. El
Señor desea que todos recuerden qué él dejará a las otras noventa y nueve ovejas para ir tras la que se perdió (Mateo 18, 12-14).
Pero Dios te invita a ser su embajador en esta misión de compasión y misericordia. Puedes acercarte a alguien que parezca confundido, herido o perdido. Inicia una conversación con esa persona, pregúntale cómo está e interésate genuinamente en su respuesta y ofrécele tu ayuda. Si la persona abre su corazón, puedes preguntarle si quiere que reces con ella y también puedes prometerle que rezarás por ella. Con seguridad estos pequeños detalles pueden ayudarte a salir de tu zona de comodidad, especialmente si la persona está actuando de una forma que es dañina, Dios, por su parte bendecirá tus esfuerzos, no lo dudes.
Dios nos ha ofrecido a cada uno de nosotros, en nuestra debilidad, nuestro pecado y dolor la misma compasión que le ofreció a Caín. A nosotros nos invita a seguir su ejemplo y ofrecer esa compasión a otros, y ser testigos de su amor.
“Señor Jesús, te pido que me enseñes a tratar a las personas con el mismo amor y la misma compasión que tú les tienes.”
14de febrero, martes
Marcos 8, 14-21
Ellos comentaban entre sí…
(Marcos 8, 16)
Un marinero experimentado sabría que debe empacar suficiente comida y agua para su viaje. Entonces, ¿por qué los Doce, la mayoría de los cuales eran pescadores que trabajaban en el agua, olvidaron empacar alimentos antes de subirse a la barca? Quizá el entusiasmo de haber visto a Jesús multiplicar los panes y los pescados los sobrepasó. O tal vez se fueron apresurados para que Jesús pudiera regresar antes de que oscureciera.
Si el Evangelio de hoy deja algo en claro, es que a veces seguir a Jesús es tanto absorbente como confuso. Aun sus palabras informales pueden resultar misteriosas y producir suficientes preguntas como para mantener a sus discípulos preocupados. Por ejemplo, ¿por qué estaba Jesús hablando de “la levadura de los fariseos y de la de Herodes”? Quizá estaba usando sus provisiones olvidadas para demostrarles algo.
Sea cual sea el caso, mientras el asunto para los discípulos era algo inmediato —la falta de pan— Jesús quería compartir con ellos una verdad espiritual. Aquel día en esa barca, les estaba advirtiendo que estuvieran vigilantes de la autoconfianza vana, la cual puede propagarse fácilmente
como la levadura en el pan. Lo contrario a la fermentación, según Jesús, es recordar y confiar en el poder y la provisión de su Padre, un hábito que también se propaga y crece. “¿No recuerdan… cuando repartí cinco panes entre cinco mil hombres?”, les preguntó (Marcos 8, 18).
Cuando Jesús multiplicó la comida para la multitud, nos dio el ejemplo perfecto de acudir con confianza a Dios con sus necesidades y las de las personas que estaban a su alrededor. Jesús siempre tenía a su Padre en mente, y sus milagros eran señales que tenían como objetivo fortalecer la fe de los discípulos en su Padre.
No podemos culpar a los discípulos por su olvido, confusión u otra forma humana de pensar. Al igual que ellos, nosotros todavía estamos aprendiendo y creciendo. Pero el Evangelio de hoy nos recuerda que la diferencia entre nuestras capacidades y el poder y el amor de Dios es mucho mayor de lo que podemos imaginar. Dios anhela que pongamos nuestra confianza y nuestro entendimiento plenamente en él, como lo hizo Jesús.
“Padre, te pido que multipliques mi fe en tu providencia.”
³ Génesis 6, 5-8; 7, 1-5. 10
Salmo 29 (28), 1a. 2. 3ac-4. 3b. 9b-10
Marcos 8, 22-26
Veo a la gente, como si fueran árboles que caminan.
(Marcos 8, 24)
Los Evangelios registran muchos milagros instantáneos, pero la curación que se narra en este ocurrió por etapas. Los amigos de un hombre ciego lo llevaron donde Jesús, quien lo tomó de la mano y lo alejó de la muchedumbre. Le puso saliva en los ojos y le preguntó qué le estaba sucediendo. “¿Ves algo?” El hombre estaba “empezando a ver”, pero las personas que veía parecían sombras que se movían. Jesús tocó sus ojos de nuevo, y entonces el hombre pudo ver con claridad.
¡Este es un maravilloso modelo de crecimiento espiritual! Hemos encontrado al Dios viviente, y estamos comenzando a ver las cosas de una nueva manera. Sin embargo, muchas otras permanecen borrosas y confusas. Solamente a través del diálogo continuo con Jesús y su contacto repetido podemos crecer en nuestra capacidad de ver el mundo a la luz del amor de Dios.
Pero hay otra forma de aplicar esta historia a nuestra vida. Para la mayoría de nosotros, la obra de nuestra vida se pone de manifiesto gradualmente en lugar de revelarse desde un principio. Por ejemplo, a tres de nosotros
pueden gustarnos los números, pero esa aptitud puede llevar a una persona a convertirse en maestro y a otra en programador de computación y a la otra a componer música. Solo conforme crecemos y experimentamos, y mientras escuchamos al Señor y a los mentores que él nos ha dado, discernimos cuál es nuestro verdadero llamado. También nuestra vocación puede delinearse en un momento de decisión. Ya sea el sacerdocio, la vida religiosa o el matrimonio, encarnar esa vocación toma toda la vida. Pero solo en cooperación con el Espíritu Santo nuestra rutina diaria puede convertirse en una vocación de amor, una forma de traer el reino de Dios a un tiempo y un lugar específicos.
En tu oración de hoy, dile a Jesús lo que puedes ver y admite aquello que sigue siendo confuso. Observa cómo se está desarrollando tu vocación. ¿Cómo te está invitando Dios a amarlo más a él? Pídele que agudice tu visión espiritual para que puedas ver tu vida y tu vocación más claramente.
“Señor Jesús, anhelo verme a mí mismo y ver a otros como tú nos ves. Te pido que abras mis ojos a la realidad y el poder de tu amor.”
³ Génesis 8, 6-13. 20-22
Salmo 116 (115), 12-13. 14-15. 18-19
16de febrero, jueves
Marcos 8, 27-33
Y ustedes, ¿quién dicen que soy yo? (Marcos 8, 29)
¡Pobre Pedro! Había empezado muy bien. La pregunta de Jesús “¿quién dicen que soy yo?” había dejado en silencio a los otros discípulos, pero Pedro habló por todos ellos: “Tú eres el Mesías” (8, 30). Así profesó que Jesús era más que un maestro, profeta o curandero; era el Mesías esperado.
Sin embargo, el momento brillante de Pedro fue corto. Una vez que Jesús explicó que sería rechazado y lo matarían, Pedro lo reprendió. El sufrimiento no calzaba con su idea de un Mesías.
Esta no fue la última vez que Pedro se equivocó. A pesar de su fe en Jesús, negó al Señor en la hora de necesidad.
¿Cómo es que Pedro podía saber tanto y a la vez saber tan poco?
Al igual que nosotros, Pedro entendía un poco, pero aún le faltaba mucho camino por recorrer. Pedro no tuvo un conocimiento pleno de una sola vez. Él no podía simplemente dar la respuesta correcta y dar el asunto por finalizado. Su entendimiento tenía que desarrollarse cada vez más todos los días con cada paso que daba para seguir a Jesús. Incluso los errores de Pedro le enseñaban sobre su Maestro. Y al igual que Pedro, conforme seguimos a Jesús nuestra comprensión también crecerá.
Todos los días, Jesús nos pregunta: “Ustedes, ¿quién dicen que soy yo?”
Al igual que Pedro, podemos dar la respuesta correcta: Sabemos que él es el Hijo de Dios. Pero también nuestra respuesta necesita madurar. Pedro tenía mucho que aprender, nosotros también. Y podemos aprender siguiendo a Jesús, pasando tiempo con él, escuchando su voz y obedeciendo sus mandamientos. Al seguirlo, nuestra relación con él se hace más profunda y nuestra fe se fortalece. Y al igual que Pedro, llegamos a conocer a Jesús lo suficiente para confiar en él y obedecerlo, aun cuando no lo entendamos todo.
Hay un “conocimiento” que obtenemos solamente al tropezarnos, caernos y seguir de nuevo a Jesús. En nuestro camino de pecado y gracia, llegamos a conocer quién es verdaderamente Jesús. El Señor se muestra a nosotros aun por medio de nuestros errores.
Sigue hoy a Jesús; escucha y obedece su palabra. Al igual que Pedro, encontrarás a un Mesías que es más misericordioso y más poderoso de lo que tú jamás te has atrevido a soñar.
“Señor Jesús, quiero seguirte hoy. Te pido que me des la gracia de escuchar tu palabra y obedecerla.”
Génesis 11, 1-9
Construyamos una ciudad y una torre… antes de dispersarnos por la tierra. (Génesis 11, 4)
El de la torre de Babel es uno de los relatos más conocidos del Antiguo Testamento. Todos recordamos a las personas que trataron de construir una torre tan alta que llegara al cielo, solo que Dios confundió sus lenguas y los dispersó por toda la tierra. Pero hay un detalle que a menudo pasa desapercibido cuando recordamos esta historia: La motivación que tuvieron estas personas para construir esa torre. Esencialmente, querían hacerse famosos y querían permanecer juntos.
Podemos comprender la razón por la cual el primer motivo provocó que Dios interviniera. Desde el puro principio, nuestra tentación más grande ha sido convertirnos en rivales de Dios. Pero, ¿por qué Dios objetaría su deseo de permanecer juntos?
Para encontrar la respuesta, debemos regresar al relato de la creación. Ahí, Dios le dijo al primer hombre y a la primera mujer que fueran fructíferos y se multiplicaran, y que conquistaran la tierra y la dominaran (Génesis 1, 28). El Señor quería que su pueblo fuera cocreador con él, dispersándose por toda la tierra y poniéndola bajo su dominio. Pero en lugar de tomar el camino del servicio a Dios,
los constructores en este relato decidieron permanecer en un solo lugar y establecer un pequeño y cómodo enclave para sí mismos. También trataron de construir un monumento a su inteligencia en lugar de difundir la belleza y la majestad de Dios por todo el mundo. Entonces Dios se encargó del asunto y los dispersó y confundió su idioma para asegurarse de que no pudieran reunirse otra vez.
La enseñanza de este relato todavía puede aplicarse a nosotros hoy en día. Dios nos está pidiendo que difundamos el poder de su amor y la gracia de su Espíritu Santo por toda la tierra. El Señor desea que vayamos por el mundo y prediquemos su evangelio, que trabajemos por la paz y la justicia en nuestras comunidades y que nos acerquemos a las personas solitarias y heridas.
Es tentador contentarnos con las comodidades del hogar y de la vida de la parroquia. Pero la cosecha está lista y Dios nos está pidiendo que nos unamos a él en los campos.
“Padre, te ruego que me ayudes a ver que la recompensa de ser tu discípulo es mayor que la de construir un mundo para mí mismo.”
³ Salmo 33 (32), 10-11. 12-13. 1415
Marcos 8, 34–9, 1
18de febrero, sábado
Marcos 9, 2-13
En realidad no sabía lo que decía. (Marcos 9, 6)
Cada persona tiene un temperamento específico que desarrolla durante toda su vida. Por ejemplo, algunos difícilmente hablan mientras que otros piensan cuidadosamente lo que van a decir. Finalmente están esas personas que hablan mucho y ¡no siempre piensan antes de hacerlo! Pedro ciertamente era de esta última categoría. Habiendo tenido una poderosa visión de Jesús en la transfiguración, estaba sorprendido; no sabía qué decir. Sin embargo, ¡él fue el primero en decir algo!
Si tratas de seguir la vida de Pedro en los Evangelios, descubrirás que su tendencia a hablar y actuar impulsivamente es constante y de cierta forma, incluso simpática. Su humildad y devoción al dejar sus redes para seguir a Jesús (Lucas 5, 1-11), son conmovedoras. Fue el primer discípulo en identificar a Jesús como “el Mesías”, pero luego demostró que no comprendía la naturaleza sacrificial de su misión (Marcos 8, 27-33). Y al transfigurarse Jesús, Pedro lo hace de nuevo. Contemplando la gloria celestial de Jesús, Pedro incorrectamente supone una vez más que él sabe qué es lo que está sucediendo. Cree que la misión de Jesús está a punto de cumplirse, así que propone erigir un
monumento para marcar aquella ocasión tan especial.
Como Pedro, todos hacemos nuestro mejor esfuerzo por comprender el plan de Dios y eso es algo bueno. Pero a veces, el secreto de una vida espiritual más profunda significa escuchar y no apresurarse a la acción. A menudo, el mundo nos dice que deberíamos movernos rápido para avanzar en cada situación que parece estar fuera de foco en nuestra vida. Pero si hacemos esto, nos arriesgamos a actuar antes de escuchar la guía y dirección del Espíritu Santo, ya sea por medio de la oración, en la Escritura o en el consejo de un hermano en Cristo.
Con el tiempo, Pedro desarrolló una actitud de esperar, escuchar y preguntar. A través de la prueba y el error, aprendió a aquietar su corazón y a discernir lo que el Espíritu Santo le inspiraba. Y esa es una gran noticia para nosotros. Al igual que Pedro, nosotros también podemos escuchar mejor, tanto a Dios como a otras personas. Todo lo que se necesita es práctica.
“Señor, te pido que me ayudes a escuchar y aprender antes que dar consejo y actuar. Por favor inspira mis palabras y acciones con sabiduría y discernimiento.”
³ Hebreos 11, 1-7
Salmo 145 (144), 2-3. 4-5. 10-11
que sean hijos de su Padre celestial” (Mateo 5, 44-45). En otras palabras, si quieres ser perfecto, comienza por amar a tus enemigos.
¿Estás pensado “esto es demasiado”?
¡Por supuesto que lo es! Va más allá de las capacidades humanas, o lo sería si Jesús no hubiera sufrido y muerto por nosotros.
Mateo 5, 38-48
Amen a sus enemigos.
19de febrero, domingo
(Mateo 5, 44)
¿Te imaginas llegar al cielo y que la primera persona con la que te encuentres sea la que menos te gustaba en la tierra? Es una posibilidad, después de todo, Dios ama a esa persona tanto como te ama a ti. O, ¿qué sucede con los personajes malos sobre los que has leído en la Biblia, como el faraón de Egipto, la reina Jezabel o el rey Herodes? Ellos no están fuera del alcance de las intenciones amorosas de Dios tampoco. Lo que Dios desea para ti es lo que también quiere para tu molesto vecino o para los peores tiranos de la historia: Que sean “perfectos, como su Padre celestial es perfecto” (Mateo 5, 48).
Esta es otra sorpresa: Tu enemigo puede ayudarte a moverte hacia esa abrumadora meta de la perfección. El mandamiento de Jesús de ser perfecto aparece justo después de que explica cómo tratar a aquellos que nos odian: “Amen a sus enemigos y rueguen por los que los persiguen y los calumnian, para
Intenta cooperar con el Señor. En lugar de albergar pensamientos de desprecio, reza una pequeña oración por alguien que te moleste. Piensa si hay otras personas a quienes deberías amar más de lo que las amas, no “enemigos” precisamente pero personas que supones que siempre están ahí, que miras por encima del hombro o que consideras indignas.
Inicia con aquellos con los que vives y trabajas. Presta atención a los pensamientos que cruzan tu mente mientras lees el periódico o ves a un indigente en la calle. Pídele a Dios perdón cuando descubras tus errores. Aprovecha cada invitación a amar y la perfección de Dios comenzará a brillar sobre ti.
“Padre, ayúdame a aceptar tu gracia transformadora y a buscar más la perfección a la cual me estás llamando, te lo ruego.”
³ Levítico 19, 1-2. 17-18
Salmo 103 (102), 1-2. 3-4. 8. 10.
12-13
1 Corintios 3, 16-23
Marcos 9, 14-29
Si puedes, ten compasión de nosotros y ayúdanos. (Marcos 9, 22)
Imagina esta escena que narra el Evangelio de hoy: Un padre se acercó a los discípulos de Jesús porque necesitaba un milagro. La gente se reunió para ver qué sucedía y los discípulos se juntaron alrededor del muchacho y le ordenaron al espíritu maligno que se fuera; pero… nada sucedió. Quizá alguno de los curiosos hizo un comentario sobre su falta de poder y eso inició un acalorado debate. El tiempo pasó y la esperanza se desvaneció del rostro de aquel padre.
¿No es triste que esta súplica desesperada de curación se convirtiera en una discusión entre los discípulos de Jesús y algunos maestros religiosos? La situación demandaba acción, pero los discípulos terminaron envueltos en un debate. No es de sorprenderse que cuando Jesús llegó y preguntó por qué estaban discutiendo, ellos no respondieron.
Ahora observa cómo Jesús actuó en la vida de este hombre: Hizo una pregunta que demuestra compasión.
“¿Cuánto tiempo hace que le pasa esto?” (Marcos 9, 21). Le aseguró que todo era posible con fe y luego expulsó al espíritu maligno. Finalmente, se agachó para tomar gentilmente la mano del muchacho y ayudarlo a levantarse.
¡Qué diferencia! Los discípulos quedaron envueltos en una disputa, mientras Jesús solo mostró amor. El amor hizo la diferencia en ese entonces, ¡y la sigue haciendo hoy en día! Diariamente nos encontramos con personas que necesitan experimentar el amor que Jesús tiene para ellas. Necesitan ver que él cuida de ellas y necesitan verlo a través nuestro.
Piensa cómo Dios te ha mostrado su amor y cómo lo sigue haciendo. El Señor no se limita a dirigirte desde la cómoda distancia del cielo. Dios actúa en tu vida y te ayuda. Como hombre, Jesús se involucró en las situaciones desesperadas de las personas a las cuales quería ayudar. El Señor sintió dolor, hambre y las necesidades que todos sentimos, y obtuvo nuestra salvación en su propio cuerpo.
Hoy, Jesús te está invitando a que te unas a él para actuar en la vida de las personas que él desea ayudar. ¿Te está señalando a alguien en particular? Mantente disponible para esa persona. Prepárate con una palabra de aliento, prepárate para caminar con ella y ser parte de su vida.
“Amado Señor Jesús, te pido que me acerques a tus hijos para poder transmitirles tu amor.”
³ Eclesiástico 1, 1-10
Salmo 93 (92), 1ab. 1c-2. 5
21de febrero, martes
Marcos 9, 30-37
Pero ellos no entendían aquellas palabras. (Marcos 9, 32)
¡Qué distintos son nuestros pensamientos de los pensamientos de Dios! Esto es más que evidente en el Evangelio de hoy. Jesús estaba enseñándoles a sus apóstoles y, quizá como había hecho en otras ocasiones, estaba tratando de que entendieran lo que él tenía que hacer y por qué tenía que hacerlo. “El Hijo del hombre”, les dijo, “va a ser entregado en manos de los hombres; le darán muerte, y tres días después de muerto, resucitará” (Marcos 9, 31). Jesús sintió que todas sus curaciones milagrosas y sus inspiradas prédicas lo conducirían hacia su muerte, y quería preparar a sus discípulos para ello.
En lugar de ponerse tristes o pedirle a Jesús una mayor explicación, los apóstoles hicieron algo inesperado. San Marcos nos dice que no entendieron lo que Jesús les estaba diciendo. Quizá esto es cierto, pero había otro conflicto más allá de su incapacidad de entender este misterio. Los apóstoles estaban gastando su energía en tratar de convencerse unos a otros cuál de ellos era el más importante. Imagina a Pedro diciendo: “Jesús me dijo que yo soy la roca”, o a Mateo: “Jesús cenó en mi casa”. Incluso a Judas: “Él me confía el dinero a mí.”
Las lecturas de hoy nos dicen que los caminos de Dios no son nuestros caminos. El Señor desea reconciliarnos consigo mismo. Por el contrario, nosotros nos parecemos más a los apóstoles, que estaban demasiado enfocados en sí mismos. Así como Jesús les dijo a los Doce, nos dice hoy a nosotros: “Si alguno quiere ser el primero, que sea el último de todos y el servidor de todos” (Marcos 9, 35).
Al comenzar mañana la Cuaresma, pongámonos como meta centrarnos más en Jesús y menos en nosotros mismos. Tratemos de que sus caminos sean lo nuestros. Incluso un pequeño progreso puede ayudarnos inmensamente. También pidámosle al Espíritu Santo que nos muestre los momentos en los cuales estamos demasiado centrados en nosotros mismos y no lo suficientemente interesados en servir a otros. Los pequeños actos de bondad, generosidad y comprensión pueden ayudarnos a animar el espíritu de nuestros amigos y seres queridos.
“Señor, al acercarnos al tiempo de Cuaresma, te pido que me des la gracia que me ayude a ver más allá de mis propias necesidades.”
³ Eclesiástico 2, 1-11 Salmo 37 (36), 3-4. 18-19. 27-28. 39-40
Joel 2, 12-18
Todavía es tiempo… (Joel 2, 12)
Estamos al inicio del tiempo de Cuaresma, y las primeras palabras que escuchamos en las lecturas de hoy son impostergables, realmente urgentes: “Todavía es tiempo. Vuélvanse a mí…” (Joel 2, 12).
Las palabras del profeta Joel son un recordatorio para nosotros de que la Cuaresma es un “tiempo” completo de cuarenta días. Todos los días durante este tiempo, puedes aprovechar para arrepentirte de tus pecados y volverte al Señor. No después, sino ahora. Puedes hacer planes para ayunar o dedicar más tiempo a la oración o dar a los necesitados. No en algún momento en el futuro, sino ahora. Hay un sentimiento de apertura en la Cuaresma porque Dios te está ofreciendo un nuevo comienzo, una nueva oportunidad para acercarte a él; otra oportunidad para poner en acción tu amor por él.
¿Y si vacilas? ¿Si te quedas dormido en el tiempo que apartaste para rezar o inconscientemente comes carne un viernes o cancelas tus planes de servir el almuerzo en el albergue del vecindario? Cada día es un nuevo momento, una nueva oportunidad para comenzar otra vez. La misericordia de Dios se renueva cada mañana (Lamentaciones 3, 22-23). Si un día resulta desalentador,
el siguiente puede ser mejor porque el Señor es “compasivo y misericordioso”. Dios es “lento a la cólera, rico en clemencia” (Joel 2, 13). El Señor derrama su misericordia, fortaleza y alegría sobre ti, ahora, cada vez que te vuelves a él con arrepentimiento, confianza y humildad.
Esa es la razón por la cual la Cuaresma es un tiempo de tanta bendición. Cada día tú tienes la oportunidad de volverte al Señor, de conocerlo más y de aprender a amar mejor a las personas que te rodean. Cuando amas y te comprometes con él, Dios llena tu corazón con su amor y su gracia. Tú haz tu mejor esfuerzo, y aun cuando te equivoques, él te hará regresar y te ofrecerá un nuevo comienzo. Su vida puede crecer dentro de tu corazón cada vez más y más todos los días, conforme te acercas a la Pascua.
Hoy es miércoles de Ceniza, el inicio de la Cuaresma, haz un plan y vuélvete al Señor, todavía es tiempo.
“Señor Jesús, quiero usar cada día de esta Cuaresma para acercarme más a ti, te pido que me ayudes a volverme a ti hoy.”
³ Salmo 51 (50), 3-4. 5-6a. 12-13.
14. 17
2 Corintios 5, 20–6, 2
Mateo 6, 1-6. 16-18
de febrero, jueves
Deuteronomio 30, 15-20
Elige la vida. (Deuteronomio 30, 19)
¿No parece un poco fuera de lugar que al principio del camino de la Cuaresma estemos leyendo las palabras que pronunció Moisés a los israelitas al final de su travesía por el desierto? Sin embargo, la realidad es que la primera lectura de hoy contiene un mensaje valioso para nosotros en este momento. Moisés nos está diciendo que cada día durante este tiempo, enfrentaremos numerosas decisiones sobre la forma en que queremos vivir, y nos está dando tres simples palabras que nos ayudarán a guiarnos en esas decisiones: “Elige la vida” (Deuteronomio 30, 19).
Todos los días nos encontraremos en situaciones en las cuales podemos decidir si queremos elegir la vida siguiendo al Señor o ir por nuestro propio camino. Puede ser tan simple como decidir si prestamos atención a un pensamiento extraviado que puede despertar envidia o resentimiento en nuestro corazón. O puede ser tan complejo como decidir si perdonar a alguien que nos ha hecho daño. Realmente, cada situación nos ofrece la oportunidad de “elegir la vida… amando al Señor” (Deuteronomio 20, 19. 20).
Moisés nos dice algo más que es igual de importante: Dios nos bendecirá cada vez que elijamos la vida.
Moisés prometió a los israelitas que esta bendición implicaba que el Señor les daría una larga vida en aquella tierra a la cual los había llevado. Pero las bendiciones de la vida en Cristo son más abundantes que eso. Son bendiciones de una relación cercana con él, las bendiciones de conocer su presencia y escuchar su voz más claramente. Son las bendiciones que San Pablo llamó “el fruto del Espíritu”: Amor, alegría, paz, paciencia, amabilidad, bondad y otras más (Gálatas 5, 22).
Jesús sabe que puede ser difícil seguirlo. Sabe que elegir su camino a veces significa negarse a nosotros mismos y tomar nuestra cruz (Lucas 9, 23). Pero también sabe que esas bendiciones superan por mucho los costos. Y así mientras comenzamos nuestro camino por la Cuaresma, él nos pide que calculemos el costo y escojamos la vida. Jesús nos está pidiendo que veamos cada situación como otra oportunidad para decidir seguirlo y que recordemos las bendiciones que esta decisión producirá.
¿Cómo quieres vivir hoy?
“Señor, creo que lo que más quieres es llenarme con tu amor. Señor, te pido que me ayudes a elegir la vida hoy, ayúdame a elegirte a ti.”
³ Salmo 1, 1-2. 3. 4. 6
Lucas 9, 22-25
Isaías 58, 1-9
El ayuno que yo quiero… (Isaías 58, 6)
“¡Solo hazlo!” es una consigna popular que significa: “Deja de pensar sobre el asunto y actúa.” Puede referirse a hacer algo divertido como irse de vacaciones o realizar una tarea que has estado posponiendo como lavar la ropa, limpiar el patio o la cocina.
Pero “solo hazlo” no siempre es la actitud correcta en lo que se refiere a nuestras prácticas cuaresmales. Los israelitas en la primera lectura de hoy simplemente estaban ayunando. Pero eso no estaba transformando su corazón y su mente. Dios no quería que ayunaran simplemente por ayunar; él quería que sus sacrificios produjeran fruto en la forma en que amaban y cuidaban a otras personas.
Eso es lo que todos nosotros queremos también. Entonces, ¿cómo pueden tu oración, ayuno y obras de caridad producir fruto en esta Cuaresma? ¿Cómo puedes ir más allá del enfoque de simplemente realizar estos propósitos?
Comienza dedicando algo de tiempo adicional a la oración —ya sean minutos u horas— para que el Señor te llene de su amor y misericordia. Luego, cuando ayunes, puedes centrarte en vaciarte a ti mismo incluso de placeres mundanos legítimos —ya sea de
alimentos, tiempo de pantallas o algo más que disfrutes— para que puedas crear más espacio para que el Señor te llene.
Respecto a las obras de caridad, puedes compartir con otras personas las riquezas que Dios te ha dado. Puedes preguntarte: “¿Cómo puedo romper ‘las cadenas injustas’, liberar ‘a los oprimidos’ y compartir mi ‘pan con el hambriento’ o vestir ‘al desnudo’ (Isaías 58, 6. 7)?” Podría significar hacer una contribución monetaria, también algo que implique poner manos a la obra y que sea más personal con alguien de tu familia, parroquia o comunidad. Dios, que es infinitamente creativo, te conoce íntimamente y te mostrará las formas en que tú eres capaz de compartir su amor.
En esta Cuaresma, permite que tu oración, ayuno y obras de caridad se conviertan en un manantial del amor de Dios que fluye de ti hacia otros. Este tiempo es mucho más que un tiempo para bajar unos kilos o dejar un mal hábito o limpiar el ropero. Este es un tiempo para llevar a cabo los objetivos de Dios.
“Padre, te pido que me llenes con tu amor y me muestres cómo compartir ese amor con otros.”
³ Salmo 51 (50), 3-4. 5-6a. 18-19
Mateo 9, 14-15
Lucas 5, 27-32
¿Por qué comen y beben con publicanos y pecadores?
(Lucas 5, 30)
En el Evangelio de hoy, Jesús acude a un gran banquete celebrado en su honor en la casa de Leví (Mateo). Imagina que tú mismo estás en este banquete con Jesús. Es más, imagina que eres uno de estos “pecadores” (Lucas 5, 30) que se encontraban allí. Jesús se sienta a tu lado y comienza a hacerte preguntas. Al escucharlo, ves la calidez y el amor que hay en sus ojos. Gradualmente sientes algo que conmueve tu corazón. Tú quieres seguir a este hombre, quieres que él transforme tu vida.
Esa experiencia fue precisamente lo que los fariseos en este relato se perdieron. Estaban enojados porque Jesús estaba dedicando tiempo a personas tan pecadoras. Pero si hubieran visto a Jesús interactuar con los invitados, quizá su forma de pensar habría cambiado. En su lugar, podrían haberse fijado en su propia necesidad de arrepentimiento. Conocían la ley de Moisés; es más, habían dedicado su vida a ella. Pero lo que necesitaban era un encuentro con el Dios que hizo la ley.
A veces podemos ser como esos fariseos y juzgar a las personas con mucha severidad. A veces nos juzgamos a nosotros mismos con mucha severidad y pensamos que Dios nunca sería capaz
de perdonarnos por todos los pecados que hemos cometido. Pero cuando nos “sentamos” con Jesús, vemos la verdad: El Señor es todo amor, todo justicia y todo misericordia. Y vemos que nos recibe incondicionalmente, aun cuando no siempre nosotros somos amorosos, justos y misericordiosos con nuestro prójimo. Cuando comprendamos esta realidad, vamos a querer cambiar y parecernos más a él.
Este tiempo de Cuaresma es una maravillosa oportunidad para acercarnos más al Señor Jesús. Haz el hábito de aquietarte y ponerte en su presencia. Puedes visitar tu iglesia o capilla local y sentarte delante de él. O dispón un pequeño espacio de oración en tu casa, con un crucifijo o un cuadro sagrado y una Biblia. Solo quédate ahí en silencio, deja atrás el ruido del mundo para que puedas escuchar a Jesús hablarte. ¿Puedes escucharlo decir “te amo”? Eso es lo que está diciendo, una y otra vez. No importa quién eres o lo que has hecho o no has hecho. Jesús quiere que lo conozcas, y que sepas que él te ama.
“¡Gracias, Señor Jesús, por tu amor insondable! Te pido que me des la gracia, en esta Cuaresma, para sentarme a tus pies y escucharte.”
de febrero, domingo
Mateo 4, 1-11
Si tú eres el Hijo de Dios…
(Mateo 11, 3)
El enemigo trató de usar la estrategia de sembrar dudas en la mente de Jesús sobre la bondad y el amor de Dios. Si podía hacer vacilar la confianza de Jesús en su Padre, entonces quizá Jesús se sentiría menos obligado a mantenerse fiel. Las tentaciones se acumulan hasta el golpe final: Dios no te está ayudando aquí; todo lo que te ha dejado es hambre y humillación. ¿Vale la pena todo el dolor? Yo puedo darte mucho más, entonces, ¿por qué en su lugar, no te arrodillas delante de mí?
Esta es la misma estrategia que la serpiente usó en contra de Adán y Eva en la primera lectura de hoy. “¿Es cierto que Dios les ha prohibido…?” (Génesis 3, 1). Dios sabe que si comen de ese fruto serán como él. Dios está tratando de evitar que ustedes se conviertan en todo lo que pueden llegar a ser porque no quiere ningún rival.
Pero en donde nuestros primeros padres fallaron, Jesús tuvo éxito. Y
al tener éxito, abrió para nosotros el camino para tener éxito también. Superó las tentaciones del diablo haciendo lo que incluso nosotros podemos hacer cuando somos tentados: Ejerció una fe firme. Sí, Jesús estaba hambriento y exhausto, y quería alivio desesperadamente. Pero sabía bien qué era lo que Dios le había pedido, y se mantuvo fiel a la voluntad y las promesas de Dios.
Al final, Jesús ganó. Después de escuchar solamente las palabras de acoso del diablo, escuchó a los ángeles entonando cánticos de consuelo y alabanza. No tengas duda de que en este tiempo de Cuaresma serás tentado, si no lo has sido ya. El diablo tratará de convencerte de que no le importas a Dios o de que obedecer los mandamientos te dejará insatisfecho. ¡No le creas! Mantente fiel a tus compromisos de Cuaresma, mantente fiel en oración. Y si te equivocas, recuerda que tú sigues siendo un hijo de Dios. Ten fe, el Señor te ama y siempre estará a tu lado para ayudarte, ¡hasta podría enviar un ángel a consolarte!
“Señor Jesús, te pido que me fortalezcas con tu gracia para que yo pueda vencer cualquier tentación.”
³ Génesis 2, 7-9; 3, 1-7
Salmo 51 (50), 3-4. 5-6a. 12-13. 14. 17
Romanos 5, 12-19
de febrero, lunes
Levítico 19, 1-2. 11-18
Sean santos, porque yo, el Señor, soy santo. (Levítico 19, 2)
Este mandamiento —ser santos como Dios es santo— puede parecer imposible de cumplir, y por lo tanto un poco aterrador. Sabemos que Dios es santo; lo repetimos tres veces en cada Misa cuando rezamos: “Santo, santo, santo, es el Señor Dios de los ejércitos.” Y sin embargo, ¿se supone que debemos ser santos como él es santo? Es una pregunta que nos invita a reflexionar y rezar para pedir la guía y la gracia de Dios.
En primer lugar, recuerda que el trabajo de ser el Dios santo ya le pertenece a alguien más, ese no es su llamado para ti. Más bien, ser santo implica reconocer a Dios como la fuente de vida. Como lo dice el Catecismo de la Iglesia Católica, “Dios es la plenitud del Ser y de toda perfección”; de él recibimos lo que somos y lo que tenemos (213). Dios, la fuente de toda vida y de toda santidad, ya habita en ti por medio de su Espíritu Santo. Tú recibiste esta vida en el Bautismo y fue fortalecida en ti en la Confirmación.
Una vez que reconoces que la santidad solo puede venir de la vida de Dios en ti, puedes comenzar a “ser santo” haciendo las cosas que nutren esa vida. Puedes pasar tiempo en su presencia por medio de la oración y al
recibir los sacramentos. Puedes estudiar los Evangelios para que puedas aprender de Jesús cómo es la santidad en un ser humano. Puedes esforzarte por seguir los mandamientos de Dios, examinando tu consciencia a menudo y arrepintiéndote cuando sabes que te has equivocado. Puedes cuidar de las personas que tienen las mayores necesidades. Al hacer todas estas cosas, la vida de Dios en ti crecerá en tu corazón y se derramará sobre las personas con las que te encuentres cada día.
Dios te ha hecho único para que puedas manifestar su santidad como nadie más puede hacerlo. Así que confía en él cuando te dice que seas santo. Confía en que al cooperar con su gracia, él te mostrará, día tras día, cómo crecer en su amor. Confía en que él te dará todo lo que necesitas: Sabiduría, visión, fortaleza y energía. Durante este día, continúa abriendo tu corazón a Aquel que es la fuente de toda vida y santidad. Y no tengas miedo, ¡la santidad no es imposible! El Señor derramará su gracia sobre ti para que puedas alcanzarla.
“Padre celestial, gracias por invitarme a ser santo como tú eres santo.
Te pido que me muestres cómo puedo responder a ese llamado hoy.”
³ Salmo 19 (18), 8. 9. 10. 15
Mateo 25, 31-46
de febrero, martes
Mateo 6, 7-15
Ustedes, pues, oren así. (Mateo 6, 9)
Al enseñarnos el Padre Nuestro, Jesús nos ofrece más que las palabras correctas para pronunciar. Nos está dando las claves para una relación más íntima, fructífera y plena con su Padre celestial. Entonces, dediquemos un tiempo a repasar algunas de las frases que componen esta oración para ver cómo pueden ayudarnos a profundizar en nuestra amistad con él.
Padre nuestro (Mateo 6, 9). Tú tienes el mismo Padre celestial que Jesús, y como su hijo o hija, tú le perteneces. Tú puedes, realmente, estar tan seguro de su amor por ti como lo estaba Jesús, y como cualquier hijo que tiene un padre bueno y amoroso.
Hágase tu voluntad (Mateo 6, 10). Tu Padre quiere que le pidas que se haga su voluntad porque es lo que te bendecirá de la forma más perfecta. Dios ve un cuadro más grande del que tú ves. Esto implica que el Señor te pide que confíes en que su camino es mejor que el tuyo y que lo obedezcas, aun cuando preferirías ir por tu propio camino.
Danos hoy nuestro pan de cada día (Mateo 6, 11). Dios desea que tú confíes en que él proveerá para todas tus necesidades. Dios es la fuente de todo lo que tienes, de cada respiración que haces, de cada bocado de alimento que comes
y de cada bendición que disfrutas. Más allá de las bendiciones materiales, tu Padre celestial desea que le pidas la gracia, la fuerza y el amor que necesitas para seguirlo.
Perdona nuestras ofensas (Mateo 6, 12). Tu Padre envió a su Hijo a la tierra para abrir el camino hacia el cielo. Dios desea que todos sus hijos se salven. Todo lo que pide de ti es que te arrepientas de todos tus pecados y te esfuerces por seguirlo. Tu Padre sabe lo difícil que esto puede ser, pero el Señor te promete que cada vez que rezas el Padre Nuestro, tienes la oportunidad de reconciliarte con él.
Hoy, al rezar el Padre Nuestro piensa en cómo el amor, la confianza, la obediencia, la dependencia y el arrepentimiento son los ingredientes para la clase de relación que Dios desea tener con cada uno de nosotros, sus hijos amados. Agradécele al Señor por las formas en que has experimentado su cuidado paternal durante tu vida, y continúa conversando con él, no dejes de presentarle tus necesidades y peticiones.
“Señor Jesús, gracias por enseñarme cómo rezar a ‘mi Padre y Padre de ustedes, mi Dios y Dios de ustedes’ (Juan 20, 17).”
³ Isaías 55, 10-11
Salmo 34 (33), 4-5. 6-7. 16-17.
18-19
Jonás 3, 1-10
Que cada uno se arrepienta de su mala vida. (Jonás 3, 8)
Imagina que esta historia de Jonás te sucediera a ti hoy. Puedes imaginar al profeta de pie en la esquina de una ajetreada calle predicando el arrepentimiento, y, en lugar de que todos lo ignoren, ¡las personas están poniendo atención! Todos expresan dolor por sus pecados y se vuelven a Dios.
Ciertamente, es una escena difícil de imaginar. Realmente con tanto pecado en el mundo, sería un milagro ver a tantas personas reunirse para buscar la misericordia del Señor. ¡Sería más sencillo imaginar a Dios dividiendo el Mar Rojo o silenciando un huracán!
Pero en cierta forma sí vemos que se realiza un milagro como el de Nínive cada domingo. Al entrar por las puertas de las iglesias, millones de personas están respondiendo al llamado de Jesús de “vuélvanse a Dios y acepten con fe sus buenas noticias” (Marcos 1, 15). En lo profundo, todos buscan tener un encuentro con el Señor y una oportunidad para escapar del pecado que los arrastra lejos de él. Están buscando algo más grande que ellos y un sentido de paz que el mundo no puede darles.
Están buscando la paz de Cristo.
Jesús prometió que ni siquiera “el poder de la muerte” podrá vencer a la Iglesia (Mateo 16, 18). Es cierto que
la Iglesia ha enfrentado hostilidad y violencia en muchos momentos de la historia. También es cierto que ha tenido un buen número de escándalos. Sin embargo a pesar de todas las fuerzas que se han desplegado en contra y dentro de ella, la Iglesia continúa siendo el lugar donde Jesús cura, convierte, consuela y transforma a aquellos que llegan buscándolo.
Así que si te sientes desanimado por la falta de fe a tu alrededor —o en ti—, anímate. Si Dios puede usar a Jonás para convertir a una ciudad completa, imagina lo que es posible a través de Jesús y de su Iglesia si todos acuden con su corazón abierto y dispuesto.
Recuerda que tú también eres parte de la Iglesia. Tus oraciones, actos de amor y compartir tu fe hacen la diferencia, aun si tú no puedes verlo. Nunca se van sin la gracia de Dios. Cuantas más personas se reúnen, esa gracia fluirá aún más poderosamente. ¡Nunca subestimemos la capacidad de Dios de actuar por medio nuestro para ayudar a las personas a arrepentirse “de su mala vida” (Jonás 3, 8)!
“Padre celestial, te pido que me des valentía para proclamar tus buenas noticias.”
³ Salmo 51 (50), 3-4. 12-13. 18-19
Lucas 11, 29-32
2de marzo, jueves
Mateo 7, 7-12
Pidan… busquen… toquen.
(Mateo 7, 7)
Hay muchas cosas que no son las ideales pero que las hacemos para ahorrar tiempo. Los restaurantes de comida rápida son convenientes, pero sabemos que los alimentos que allí consumimos no son tan nutritivos como una comida hecha en casa. Los cursos de lectura rápida nos ayudan a leer un libro a mayor velocidad, pero nos arriesgamos a hacerlo con menos profundidad y claridad que si nos hubiéramos tomado nuestro tiempo. Si eres soltero, quizá has intentado las citas rápidas y terminaste conociendo a mucha gente, pero solo de manera superficial.
¡Claramente hay algunas cosas con las que no deberías apresurarte!
Esto también es cierto en el plano espiritual. A veces deseamos tanto hacer algo que tratamos de tomar atajos. Quizá nos dedicamos a buscar paz o plenitud por nuestra propia cuenta, cuando lo que deberíamos hacer es esperar a que Dios nos guíe por el camino que él ha trazado para nosotros. Después comprendemos que si hubiéramos dedicado tiempo a pedir, buscar y llamar a la puerta, habríamos encontrado algo más profundo, algo que no fluye con nuestras circunstancias.
Si deseas ver resultados buenos y duraderos, debes ejercitar tu fe y
confianza. Y a veces eso significa esperar pacientemente a que el Señor actúe.
Cuando esperamos así en el Señor, demostramos que creemos que él nos escucha. Demuestra que confiamos en que él nos dará pan, no una piedra (Mateo 7 ,9).
¡Dios cuidará de ti! El Señor siempre te responderá en la forma que sea mejor para ti, y en el momento que sea más necesario para ti. Un buen padre no siempre da a sus hijos exactamente lo que ellos quieren cuando ellos lo quieren. Él sabe que es mejor darles lo que necesitan, cuando lo necesitan y en la forma en que más los ayude.
¿En qué necesitas que te ayude el Señor? Ten la confianza de pedírselo. Dile que estás dispuesto a esperar que las cosas sucedan según su sabiduría y a su tiempo. Al hacerlo, lo encontrarás dispuesto a satisfacer tus necesidades y llevar a cabo el plan que él tiene para ti en la forma en que él lo ha decidido. ¡Dios realmente quiere bendecirte!
“Amado Señor, te pido que abras mis ojos para que yo pueda ver tu sabiduría y generosidad. Gracias por no ser simplemente un proveedor sino un Padre que quiere lo mejor para mí y para aquellos que amas.”
3de marzo, viernes
Ezequiel 18, 21-28
Ciertamente vivirá.
(Ezequiel 18, 28)
¿Te recuerda algo esta frase del profeta Ezequiel? En las páginas iniciales de la Escritura leemos cómo Dios le dio a Adán y Eva la libertad de comer de cualquier árbol en el Jardín del Edén, excepto uno. Se les prohibió comer del árbol del conocimiento del bien y del mal. Y, ¿qué sucedería si ellos desobedecían esta orden? Ciertamente morirían (ver Génesis 2, 17); y así fue. Como resultado de su desobediencia, fueron desterrados de la perfección del Edén y quedaron sujetos a una vida de sufrimiento y muerte.
En el tiempo del profeta Ezequiel, el pueblo de Dios está otra vez en el exilio y de nuevo esta situación es el resultado de su desobediencia. Deportados de su tierra en la lejana Babilonia, el pueblo se encontraba demasiado lejos del templo donde adoraban al Señor. Pero en lugar de cerrarles la puerta, Dios les ofreció el camino de regreso. Por medio de Ezequiel, les prometió revertir el castigo por su pecado. Todo lo que debían hacer era alejarse de su pecado y hacer lo que era recto y justo, entonces ciertamente vivirían (Ezequiel 18, 20. 28, énfasis añadido).
Nosotros vivimos muchos siglos después del profeta Ezequiel, pero nuestra experiencia es similar a la de ellos.
Nuestros pecados pueden separarnos de Dios y colocarnos en una especie de exilio espiritual. A pesar de eso, Dios nos hace la misma oferta de gracia y restauración: Con seguridad vivirán. Esta es la promesa que Dios nos hace siempre que nos alejamos del pecado y lo seguimos a él con obediencia. Es una promesa de paz y seguridad. Es una puerta abierta a la nueva esperanza y libertad. Por sobre todo, es una invitación a vivir con el Señor para siempre. La Cuaresma es el tiempo perfecto para aceptar la invitación del Señor. En el Sacramento de la Reconciliación, puedes alejarte del pecado, hacer lo que es correcto y regresar a Dios. No te preocupes si te has alejado por un tiempo. Comienza por examinar tu consciencia, quizá usando las preguntas que se encuentran en esta revista. Permite que el Espíritu gentilmente te muestre las formas en las que has desobedecido al Señor. Luego preséntaselas a Dios en la Confesión. El Señor te hace esta promesa: Si te alejas del pecado y caminas por sus sendas, ciertamente vivirás.
“Señor Jesús, gracias por tu misericordia. Te ruego que me ayudes a seguirte con obediencia.”
³ Salmo 130 (129), 1-2. 3-4ab. 4c-6. 7-8
Mateo 5, 20-26
4de marzo, sábado
Mateo 5, 43-48
Amen a sus enemigos… sean... perfectos. (Mateo 5, 44. 48)
Este mandamiento que Jesús nos da en el Evangelio de hoy, pareciera difícil de cumplir, ¿no te parece? Pero no te preocupes, Jesús no espera que lo cumplas tú solo haciendo uso de tus propias fuerzas. El Señor sabe que amar a todos como lo hace Dios, nuestro Padre —especialmente a la gente que por alguna razón nos resulta más difícil— es prácticamente imposible para nosotros. También sabe que para recibir la gracia de amar a otros necesitamos pasar tiempo en su presencia y cultivar nuestra relación con él.
Es posible que esto sea algo en lo que no pienses inmediatamente: Si quieres amar a tus enemigos, ¡reza primero por ti mismo! Todos necesitamos la ayuda del Espíritu Santo para amar como lo hace el Padre. Pídele al Espíritu Santo que te conceda sabiduría, paciencia, bondad, poder y autocontrol, y también más del amor de Dios. Luego pídele al Señor que te enseñe sobre las circunstancias y dificultades que enfrentas mientras procuras amar a otros. Esas dificultades son únicas para ti; no son las de tu esposo o esposa, ni las de tus padres, las de tus vecinos ni las de nadie más. Dios puede mostrarte en qué ocasiones necesitas tomar la decisión de ajustar o hacer cambios en tu corazón.
Después de rezar por ti mismo, reza por tus enemigos. (Si crees que no los tienes, no es necesario que busques “enemigos”, hay muchas personas a nuestro alrededor que califican para ese título). Con el paso del tiempo, posiblemente descubras que estás intercediendo con mayor bondad, comprensión o paciencia. Puedes sentir a Dios moviéndote a realizar algún acto de bondad hacia esa persona que te costaba amar. Podrías sentir que el Señor te está dando una mayor compasión por él o ella. Dios es infinitamente creativo, ¡así que prepárate para que él te mueva en direcciones inesperadas!
Jesús no te dio un mandamiento imposible de cumplir. Más bien, te dio un mandamiento diseñado para ayudarte a crecer a su imagen y semejanza, a ser perfecto como él es perfecto (Mateo 5, 48). Ahora, él está dispuesto a darte lo que necesitas para amar a tus “enemigos”. ¿Lo harás bien siempre? No, pero ten la seguridad de que crecerás en su amor y perfección conforme te esfuerzas una y otra vez por hacer lo que él te manda.
“Señor Jesús, te pido que me permitas conocer tu amor de forma que yo pueda amar a mis enemigos.”
³ Deuteronomio 26, 16-19
Salmo 119 (118), 1-2. 4-5. 7-8
5
de marzo, domingo
Mateo 17, 1-9
Si quieres, haremos aquí tres chozas. (Mateo 17, 4)
“¿Tres tiendas? Pedro lo está haciendo de nuevo”, podríamos pensar al escuchar este pasaje del Evangelio de hoy. “Aquí está Pedro haciendo otra aseveración apresurada.” Pero, ¿realmente Pedro estaba equivocado?
No exactamente, recuerda que Jesús mismo llevó a Pedro a la cima del monte junto con Santiago y Juan. Ahora estaban ahí los tres, observando a Moisés y a Elías hablando con Jesús, que estaba envuelto en la gloria del Padre. Quizá lo que estaba viendo no tenía un sentido perfecto para Pedro, pero él sabía que era algo bueno. Estaba tan entusiasmado que era razonable que quisiera levantar algunas tiendas y quedarse ahí.
Esta experiencia en “la cima del monte” debe haber reforzado la fe de Pedro. ¡Él vio la gloria de Dios! Él oyó a Dios decir que Jesús era su hijo amado y que debían escucharlo. Y todas estas cosas eran muy buenas. ¿Necesitaba
Pedro bajar de la montaña y continuar
siguiendo a Jesús hasta la cruz? Sí, pero eso no quitaba su necesidad de haber estado en aquella montaña; de ser fortalecido y que su corazón se llenara con la gracia del Padre.
Jesús te está llamando a irte con él a una montaña alta también. Te está invitando a apartar tiempo para él todos los días. Reza, asiste a Misa, medita en su palabra, siéntate en su presencia y déjate llenar de asombro y maravilla por saber quién es él. Dios tiene un mensaje para ti hoy, él quiere tocar tu corazón y hablarte. Así como Pedro escuchó las palabras “este es mi Hijo muy amado” (Mateo 17, 5), tú puedes escuchar al Espíritu Santo decir:
“Este es el Cordero de Dios” cuando lo recibes en la Comunión. O “en la paz de Cristo, vayan a servir a Dios y a sus hermanos” cuando es momento de bajar de la montaña. Recuerda, no es egoísta apartar tiempo para estar con Jesús. No estás escapando de tus problemas cuando tomas un tiempo para orar. Siempre es bueno apartarte con Jesús, mientras estés dispuesto a seguirlo en el mundo también.
“Señor Jesús, ¡te amo y quiero apartar tiempo para ti todos los días!”
³ Génesis 12, 1-4
Salmo 33 (32), 4-5. 18-19. 20. 22
2 Timoteo 1, 8-10
Daniel 9, 4-10
De nuestro Dios… es el tener misericordia y perdonar. (Daniel 9, 9)
¿Alguna vez has conducido sobre un charco de agua solo para descubrir que estaba cubriendo un profundo agujero en la calle? Dependiendo de lo profundo que sea el agujero, tu auto podría haberse dañado seriamente.
Nuestro camino con el Señor a veces puede parecerse a ese desafortunado encuentro con el agujero: Comienzas el día con un plan perfecto de cómo quieres que vaya tu caminar con el Señor, pero luego te desvías del camino. Quizá discutes con un familiar o te involucras en un chisme con un amigo durante el almuerzo. Tal vez dices una “mentira blanca” o miras a alguien con lujuria. De repente, todo tu plan se sale del esquema. Puedes sentirte atrapado por la culpa o la vergüenza. A pesar de que sabes que estás tratando de acercarte más al Señor, tu incapacidad de seguir tus propios objetivos te desanima.
En la primera lectura de hoy, Daniel se encuentra en una situación similar. Está angustiado por la forma en que los pecados de su pueblo, y los suyos propios, resultaron en su exilio en Jerusalén. En esos siete cortos versículos, Daniel habla de la vergüenza, el abandono y la rebelión seis veces. Pero aun frente a tanto pecado, Daniel no se queda en la vergüenza o la culpa.
Más bien, recuerda el amor y la misericordia de Dios y se aferra a ellos. Se sostiene tan firmemente que le dan fuerzas para seguir sirviendo al Señor a pesar de todo el pecado.
Recuerda esto cada vez que te sientas avergonzado por haber caído en el agujero. Sí, tu plan inicial puede haberse descarrilado. Sí, podrías sentir como si nunca fueras a salir de ese agujero. Pero Dios sigue estando a tu lado; él no se ha olvidado de ti y ciertamente no se ha dado por vencido contigo. Te está esperando para que te sostengas de su misericordia y te ofrece la gracia no solo de perdonar sino también de cambiar. El Señor no espera que renuncies por tus propias fuerzas a la culpa, él está a tu lado, te lleva de su mano y te concede la gracia. Nunca debes sentirte desamparado en tu lucha en contra del pecado. Acepta la misericordia infinita de Dios, pídele que te perdone y luego perdónate a ti mismo. Permite que él te saque del agujero y te devuelva al camino.
“Señor Jesús, ¡creo que tú eres un Dios de compasión y misericordia! Te ruego que me concedas la gracia de aceptarlas y de tomarme de tu mano que me cuida y me sostiene.”
³ Salmo 79 (78), 8. 9. 11. 13
Lucas 6, 36-38
7de marzo, martes
Mateo 23, 1-12
Ustedes… no tienen más que un Maestro, y todos ustedes son hermanos.
(Mateo 23, 8)
Un maestro dotado es alguien que prepara cuidadosamente el material que desea que sus estudiantes dominen y está preparado para lograr los objetivos de aprendizaje de forma distinta con cada clase que es única. Involucra a sus estudiantes para que realicen su propio aprendizaje por medio de preguntas u ofreciéndoles ejemplos prácticos para ayudarlos a retener mejor la lección. Probablemente escoge algunos estudiantes como “ayudantes de la clase” para que asistan a sus compañeros y aumenten su propio conocimiento.
Espiritualmente, todos necesitamos seguir aprendiendo. ¡Gracias a Dios tenemos un maestro habilidoso que es Jesús! Desde luego, él es mucho más que un simple maestro. Pero nos enseña y lo hace con el “objetivo” de llevarnos a la vida eterna.
Los Evangelios nos muestran que Jesús era infinitamente creativo cuando enseñaba. Narró historias, respondió preguntas y se relacionó con cada individuo de una forma personal. Algunos pasajes anteriores al Evangelio de hoy, lo encontramos respondiendo una pregunta honesta (“¿Cuál es el mandamiento más importante de la ley?”
Mateo 22, 36) y haciendo una para
generar análisis (“¿Qué piensan ustedes del Mesías? ¿De quién desciende?”
Mateo 22, 42). Y en el capítulo 17, Jesús enseña a Pedro sobre los privilegios de ser un hijo de Dios al enviarlo a pescar un pez para pagar el impuesto del templo (17, 27).
Entonces, ¿cómo nos enseña Jesús? Por medio del Espíritu Santo, él utiliza una variedad de métodos. Nos habla por medio de las Escrituras, pero también utiliza “ayudantes” en el aula de nuestra vida. Puede enseñarnos a través del testimonio de otro cristiano, por medio de la familia y los amigos o por medio de eventos que experimentamos cada día. Al mantenernos en sintonía con el Espíritu Santo, seremos capaces de aprender algo de la gente con la que nos encontramos y descubrir lecciones en cada circunstancia de nuestra vida. Jesús, el Maestro, te está hablando hoy. Por medio del Espíritu Santo está encontrando formas creativas para ayudarte a aprender sus lecciones y mantenerte alerta y receptivo a su enseñanza. Por eso, procura mantenerte abierto a aprender algo nuevo todos los días.
“Espíritu Santo, por favor abre mi mente y mi corazón para aprender de Jesús todos los días.”
³ Isaías 1, 10.16-20
Salmo 50 (49), 8-9. 16bc-17. 21. 23
8
de marzo, miércoles
Salmo 31 (30), 5-6. 14. 15-16
Te digo: “Tú eres mi Dios.”
(Salmo 31(30), 14)
El salmo responsorial de hoy hace eco del mensaje del profeta Jeremías en la primera lectura. Enfrentado a la injusticia y la persecución por el propio pueblo que está tratando de ayudar, Jeremías acaba siendo arrojado a un foso de lodo para que muera. Aunque intentó hacer lo correcto y hablar en nombre de Dios, fue ignorado, atacado verbalmente y herido físicamente. Sin embargo, al igual que el salmista, Jeremías declaró su confianza en Dios. Fue honesto respecto a sus sentimientos de dolor, pero después de una oración que brotó del corazón, decidió hacer lo que Dios le estaba pidiendo que hiciera.
¿Qué sucede contigo? Cuando tu reputación es desprestigiada o tus circunstancias parecen no tener esperanza, ¿cómo reaccionas? Quizá sientes la necesidad de tomar el control de la situación y tratar de resolverla inmediatamente. Podrías querer tomar represalias, en el nombre de la “justicia”, o trazar tu propio camino fuera del desastre, sin importar lo que cueste. Quizá pienses: “No puedo confiar en nadie más que se preocupe por mis necesidades. Si no actúo rápidamente, nada sucederá. Necesito encontrar una solución, ¡ahora!”
Hoy, la palabra de Dios nos invita a imitar al profeta Jeremías. Podemos iniciar con una oración honesta: “Dios, esto parece realmente injusto” o “Señor, no veo la forma de salir de este embrollo.” Luego, simplemente podemos decir: “Tú eres mi Dios” (Salmo 31 (30), 14). Al ofrecer esta oración, podemos invitar a Dios a ayudarnos a ver la situación a través de sus ojos para que podamos entregarle a él el resultado. Quizá no seamos liberados de inmediato, pero al entregar nuestra vida y nuestras circunstancias al Señor, nos estamos recordando a nosotros mismos —y a quienes nos rodean— que Dios es verdaderamente digno de confianza.
Dios es más que capaz de ayudarte a enfrentar cualquier dificultad que surja en tu camino. Siempre puedes confiar en que, a su propia manera, él te dará la sanación, liberación, sabiduría o redención que más necesitas. Así que intenta hacer tu mejor esfuerzo para ver más allá de la difícil circunstancia que tú o un ser querido están enfrentando. Fija tus ojos en el Señor, él es fiel y la fuente de toda nuestra esperanza.
“Señor, junto con el salmista, proclamo que ‘tú eres mi Dios’. Te pido que me ayudes a confiar en tus caminos.”
³
Jeremías 18, 18-20
Mateo 20, 17-28
9de marzo, jueves
Jeremías 17, 5-10
Será como un árbol plantado junto al agua, que hunde en la corriente sus raíces. (Jeremías 17, 8)
El poeta jesuita Gerard Manley Hopkins una vez clamó a Dios en un poema: “Oh Señor de la vida, envía lluvia a mis raíces”. Las palabras de Hopkins pueden expresar cómo nos sentimos a veces. Puede ser que no sintamos el amor y la presencia del Señor en la oración y sentimos como si él nos hubiera abandonado. O podríamos estar esforzándonos mucho por algo que parece no dar fruto. Con seguridad esa es la forma en que el profeta Jeremías se sentía a veces. Dadas las dificultades que debió soportar, es muy claro que sabía lo que era experimentar un desierto espiritual así como una aridez física.
Aun así, Jeremías compara a aquellos que disfrutan de la bendición de Dios con un árbol cuyas raíces se hunden en el agua de la corriente cercana. En tiempos de calor y sequía, el árbol sigue encontrando los nutrientes que necesita al hundir sus raíces en el agua que fluye en el manantial. ¿Cómo hundimos nosotros nuestras raíces en el Señor cuando nos sentimos secos y con sed?
Por muy difícil que pueda resultar en esos momentos, debemos seguir buscando al Señor y pedirle con fe que nos conceda su gracia por medio de la oración diaria, de la Escritura y de los
sacramentos. Aunque puede parecer que el Señor está lejos, la verdad es que siempre está cerca de nosotros; simplemente experimentamos momentos en que no podemos sentir su presencia. A veces también nos ayuda pronunciar breves oraciones que recuerdan a la del poema de Hopkins: “Señor Dios, ¡por favor envía lluvia a mis raíces!” O podemos ofrecer una oración de acción de gracias: “Señor Jesús, gracias por permitir este tiempo de aridez. Confío en que de alguna manera actuarás en y por medio de este tiempo.”
La sabiduría del profeta Jeremías nos recuerda que somos verdaderamente bendecidos si confiamos en el Señor y ponemos en él toda nuestra esperanza. Esa esperanza nunca nos decepcionará, porque la aridez y la sequía espiritual que podemos sentir durará solo un tiempo. Sabemos que podemos confiar en la bondad y la fidelidad de nuestro Dios. El Señor fortalecerá nuestra fe durante esta sequía y nos dará una gran alegría cuando nos envíe su agua de vida una vez más.
“Amado Señor Jesús, riega nuestras ‘raíces’ con el agua de vida de tu Espíritu para que podamos acercarnos más a ti, te lo ruego.”
³ Salmo 1, 1-2. 3. 4. 6 Lucas 16, 19-31
10de marzo, viernes
Génesis 37, 3-4. 12-13. 17-28
Llegaron a odiarlo, al grado de negarle la palabra. (Génesis 37, 4)
Hay una razón por la cual los libros de autoayuda sobre la rivalidad entre hermanos siguen siendo tan populares. Todos los padres saben que sus hijos, por muy amorosos que sean, también pueden ser muy celosos y competitivos entre sí. El relato de José y sus hermanos es uno de muchos en la Biblia que muestran lo difícil que puede ser para los hermanos llevarse bien. Al igual que Caín y Abel, Raquel y Lía, Jacob y Esaú, este relato está lleno de sospechas, envidia y rivalidad.
Podríamos sorprendernos de encontrar tales relatos en la Biblia, pero también podríamos sentirnos un poco aliviados. Puede ser consolador saber que ni siquiera los grandes héroes bíblicos eran inmunes a los conflictos familiares. ¡Eso significa que para nosotros también hay esperanza!
¿Qué podemos hacer al respecto? De nuevo, la Escritura puede ayudarnos. Si leyeras el relato completo de José y sus hermanos (Génesis 37–50), podrías descubrir una historia de traición, engaño, deslealtad y perdón. La historia termina bien porque José encontró en su corazón la voluntad para perdonar a sus hermanos y ellos fueron lo suficientemente humildes
para arrepentirse y recibir su perdón. Jesús nos dijo que busquemos el perdón tanto como lo necesitemos y lo ofrezcamos tanto como podamos (Mateo 18, 21-35). No siempre tiene que deberse a grandes problemas como los que enfrentaron los hijos de Jacob, aunque definitivamente esos también deben resolverse tan pronto como sea posible. A menudo, son las pequeñas cosas irritantes del día a día las que necesitan aclararse antes de que se conviertan en pecado permanente.
Simplemente pedirle a un familiar que perdone esas pequeñas ofensas puede abrir nuevos caminos de comprensión, respeto y amor. También puede abrir espacio al Espíritu Santo para que sane las relaciones familiares. Jesús desea enseñarnos a vivir con misericordia y amor, especialmente en nuestra familia. El Señor sabe que si basamos nuestras relaciones en el perdón diario, estaremos más dispuestos a mostrar misericordia cuando surjan las grandes dificultades. Unidos bajo la bandera del perdón, ¡encontraremos la gracia para soportar cualquier tormenta! “Señor, te pido que nos ayudes a arrepentirnos rápidamente y estar dispuestos a perdonar.”
³ Salmo 105 (104), 16-17. 18-19. 20-21
Mateo 21, 33-43. 45-46
11de marzo, sábado
Lucas 15, 1-3. 11-32
Cuando su padre lo vio… se enterneció profundamente.
(Lucas 15, 20)
¿Cómo es tu Padre celestial? Muchos de los que se encontraban entre la multitud escuchando a Jesús, especialmente los “publicanos y los pecadores” (Lucas 15, 1), se lo imaginaban como un Dios lleno de ira y juicio. Pero Jesús lo conocía mejor, y por eso contó esta parábola que revelaba la verdad sobre su Padre. Reflexionemos en esta parábola mientras nos preguntamos nuevamente: ¿Cómo es el Padre?
En primer lugar, Dios no se da por vencido con nosotros. El padre de esta parábola fue tratado injustamente por su hijo menor. Él podría haber pasado sus días sanando sus heridas. Pero en su lugar, contemplaba el horizonte todos los días, esperando que su hijo se arrepintiera, cambiara su corazón y regresara a él. Aun cuando podría perder la esperanza con nosotros o nuestros seres queridos, Dios nunca la pierde.
En segundo lugar, Dios es compasivo. Habría sido razonable esperar que el enojo y el resentimiento surgieran en el corazón del padre al ver venir a su hijo de vuelta a casa. Pero más bien “se enterneció profundamente” (Lucas 15, 20). Vio lo que su hijo había sufrido, y en lugar de rechazarlo, le echó los brazos al cuello y le dio la bienvenida
de regreso a su hogar. Esa es la forma en que Dios nos trata a nosotros. El Padre no está enojado porque hayamos pecado; solo desea restaurar nuestra relación con él.
Tercero, Dios celebra. El padre de la parábola no se limita a darle a su hijo las sobras para comer; en su lugar, mata al becerro gordo y ordena que se haga un festejo. Este no es momento para recriminaciones, es tiempo para celebrar porque su hijo “ha vuelto a la vida” (Lucas 15, 32). Cuando nos arrepentimos y nos volvemos al Padre, él se alegra. El Señor no ve el pecado sino solamente la nueva vida que quiere para nosotros.
Finalmente, Dios cuida de cada uno de nosotros. El hijo mayor naturalmente se resintió, pero el padre le aseguró su amor y le suplicó que se uniera a la celebración. Dios desea que nos sintamos seguros de su amor y tan alegres como él está cuando una persona que estaba perdida regresa a su verdadero hogar. Así es tu Padre celestial. ¡Por eso alábalo y dale gracias por su amor, su misericordia y su fidelidad!
“Señor, gracias por revelarme el corazón del Padre.”
³ Miqueas 7, 14-15. 18-20 Salmo 103 (102), 1-2. 3-4. 9-10.
11-12
de marzo, domingo
Juan 4, 5-42
Dame de beber. (Juan 4, 7)
Jesús y sus discípulos habían estado caminando toda la mañana. Ahora el sol estaba alto en el cielo y ellos tenían calor, estaban llenos de polvo y sedientos. Cuando Jesús se sentó junto al pozo de Jacob, probablemente estaba deseando un refrescante trago de agua.
Pero cuando le pidió a la mujer samaritana que llegó al pozo que le diera de beber, Jesús estaba tratando de hacer algo más que calmar la sed física. Como escribió Santa Teresa de Lisieux: “Cuando él dijo ‘dame de beber’, lo que el Creador del universo estaba buscando era el amor de su pobre criatura. Estaba sediento de amor.”
Podríamos preguntarnos: ¿Por qué Jesús desearía el amor de alguien que no solo era samaritana sino que tenía un pasado deplorable y vivía con un hombre que no era su esposo? Porque así es Jesús. Al igual que el Padre y el Espíritu Santo, Jesús nos ama a cada uno de nosotros. No importa quiénes
somos o cuáles son nuestros pecados, él que es amor no puede sino buscar nuestro amor. El Señor tiene sed de nosotros.
¿Cómo calmamos la sed de Jesús?
Pasando tiempo con él. No pienses en ello como una obligación o una tarea, algo que le “debes” a Dios. Piensa en ello más bien como un tiempo en el que tú estás permitiendo que Jesús te llene. El Señor te ama tanto que desea obtener toda tu atención. Te ama tanto que quiere que hagas a un lado todas las otras demandas de tu vida para que por un rato vayas a un lugar tranquilo y te sientes a su lado.
Por eso dale a Jesús de “beber” como él te lo pide. Aun si no te sientes diferente mientras estás rezando, cree que estás deleitando a Jesús con tu presencia. Recuerda, ¡él disfruta estar contigo! También cree que cuando te sientas a su lado, él te está dando el “agua de vida” que llenará tus necesidades y deseos más profundos, el agua que lleva a la vida eterna (Juan 4, 14).
“Señor Jesús, que yo pueda tener sed de ti como tú tienes sed de mí, te lo ruego.”
³ Éxodo 17, 3-7
Salmo 95 (94), 1-2. 6-7. 8-9
Romanos 5, 1-2. 5-8
de marzo, lunes
2 Reyes 5, 1-15
Si el profeta te hubiera mandado una cosa muy difícil, ciertamente la habrías hecho. (2 Reyes 5, 13)
Naamán no era un marginado. A pesar de su enfermedad, había podido reunirse con el rey de Israel, después de todo. Su “lepra” era en realidad más una condición que desfiguraba la piel que la enfermedad de Hansen, que obligaba a quien la padecía a alejarse de las demás personas. Pero cualquier aflicción puede conducir a una persona a recorrer grandes distancias, y este general del ejército de Siria estaba preparado para recorrer grandes distancias. ¡Para lo que no estaba preparado era para una cura simple!
Todos hemos sentido algo de la desesperación de Naamán. Las relaciones personales que son difíciles, el pecado persistente o la enfermedad física o emocional pueden parecer abrumadoras: Demasiado grandes, demasiado complicadas, demasiado dolorosas como para poder resolverlas. Pero Dios sabe que tú necesitas curación, y nada está más allá de su capacidad de sanar, de reconciliar y de restaurar. El Señor conoce la mejor forma en que puedes ser sanado (aunque podría no ser como tú esperas), y él quiere hacerlo fácil para ti.
Un camino “simple” para la sanación son los sacramentos, que “hacen crecer y curan a los miembros de Cristo” (Catecismo, 798). En el Sacramento de la Unción de los Enfermos, Dios concede una gracia especial para restaurarte y fortalecerte cuando sufres de una enfermedad (1510-11). En el Sacramento de la Reconciliación, Dios puede sanarte de toda clase de pecado, ya sea de los celos, el enojo o el resentimiento y concederte la paz cuando te reconcilias con él (1496). Y en el Sacramento de la Eucaristía, Jesús puede llenarte con su gracia, fortalecer tu amor por Dios y el prójimo y ayudarte a dejar los comportamientos dañinos (1323, 1394).
No todos nosotros necesitamos sanación física, pero todos necesitamos sanación espiritual. Esta semana, haz a un lado cualquier menosprecio a la “cura simple” y a tus propias ideas de cómo debe curarte Dios. No permitas que nada te aparte de la gracia que él te ofrece en los sacramentos. Considera asistir a la Misa diaria o la Confesión. Confía en que tu Padre te encontrará ahí con el bálsamo de la misericordia y la gracia y la fuerza para darte plenitud. Confía en que él te ofrecerá esa simple cura.
³ Salmo 42 (41), 2. 3; 43 (42), 3. 4 Lucas 4, 24-30
“Señor, necesito hoy de tu sanación.”
de marzo, martes
Daniel 3, 25. 34-43
Señor, nos vemos empequeñecidos frente a los demás pueblos… a causa de nuestros pecados. (Daniel 3, 37)
¿Qué estaba haciendo Azarías, el personaje central de la primera lectura de hoy, en medio del fuego? También conocido como Abed-negó, Azarías era uno de los tres israelitas que servían como administradores del rey Nabucodonosor en Babilonia. Cuando estos tres jóvenes se negaron a adorar a una gran estatua de oro del rey, fueron lanzados al horno “ardiente” como castigo. Pero el “ángel del Señor” descendió al horno y evitó que las llamas les hicieran daño a estos hombres (Daniel 3, 19-20. 49-50). El pasaje de hoy es parte de la oración que Azarías ofreció al Señor mientras él y sus compañeros estaban en medio del fuego.
Cuando pensamos en el fuego en la Biblia, podemos pensar primero en los fuegos del infierno. Pero el fuego se utiliza más como un símbolo de la acción de Dios para purificar a su pueblo de lo que se utiliza como símbolo del castigo eterno. Ese es el caso del relato de Azarías. El fuego no es solo literal; también es símbolo de una crisis, un tiempo de prueba que nos puede hacer más fuertes y más santos.
Aunque Azarías ya era un hombre devoto, su decisión de desafiar a
Nabucodonosor sin duda probó su fe. El fuego también parecía profundizar su conciencia de cómo sus propios pecados habían contribuido a la derrota y el exilio de su pueblo. A veces la amenaza de alguna clase de “fuego” puede mostrarnos una perspectiva diferente.
¿Estás experimentando algún “fuego” en este momento? ¿Cómo podría estarlo usando Dios para acercarte más a él? Por ejemplo, un hijo difícil podría ayudarte a volverte más paciente. O una crisis de salud puede ayudarte a ser más empático con los problemas de otras personas.
Es más fácil olvidarnos del Señor cuando nuestra vida está bien. Es en medio del fuego que clamamos a él. Posiblemente no aceptemos este fuego, pero Dios, en su infinita sabiduría, puede usarlo para aumentar nuestra santidad. Aun si no nos rescata del fuego de la misma forma milagrosa en que protegió a Azarías, él estará con nosotros en medio del fuego, y lo utilizará para purificarnos y acercarnos más a él.
“Señor Jesús, te pido que me enseñes a alabarte y a confiar en ti en medio del fuego, como lo hizo Azarías.”
de marzo, miércoles
Mateo 5, 17-19
He venido… a darles plenitud. (Mateo 5, 17)
Muchos de los jefes religiosos judíos creían que Jesús estaba rechazando la ley de Moisés. Lo atacaban por sanar en el día de reposo o por no observar siempre los rituales prescritos del lavado de manos. Pero en el Sermón de la Montaña, Jesús enseñó el verdadero significado de la ley. No era simplemente una observancia externa sino un cambio interior del corazón. Y él demostró eso no solo con sus enseñanzas sino con la forma en que vivía.
Sin embargo, eso no es todo lo que Jesús hizo. Por medio de su muerte y resurrección, llevó a cabo el plan de Dios de salvarnos de la muerte y el pecado y darnos su gracia para vencer la tentación. Aunque nosotros todavía podemos dudar, nuestros pecados no nos mantienen separados de Dios; podemos ser perdonados y reconciliados. Ahora, cuando nos cueste obedecer los mandamientos de Dios, podemos invocar el poder del Espíritu Santo que ha sido derramado en nuestro corazón. Este es el reino que Jesús introdujo, y nosotros hemos sido bendecidos al ser invitados a entrar en ese reino.
¿Qué significa para nosotros vivir el Sermón de la Montaña? No es solo que no cometamos adulterio, sino que podemos arrepentirnos, ser perdonados
y facultados por el Señor cuando luchamos con los pensamientos lujuriosos. No es solo que podamos evitar cometer un asesinato, sino que podemos pedir la misericordia del Señor y su ayuda cuando luchamos con los pensamientos de enojo y las acciones que surgen del rencor que podemos llegar a albergar en nuestro corazón. No solo no debemos tomar venganza sobre aquellos que nos han hecho daño, sino que con la gracia de Dios, podemos perdonarlos y rezar por ellos. Esta es la forma en que Jesús quiere que vivamos y lo que Dios siempre quiso para su pueblo cuando le dio la ley.
De manera que cuando te resulte difícil vivir la ley del amor, recuerda que Jesús ya ha trazado un camino para ti. El Señor te ha dado su Espíritu Santo para que puedas ir más allá de la ley y cambiar tu corazón en el proceso. Y cuando te equivoques, puedes arrepentirte, ser perdonado e intentar de nuevo. Todo esto es posible debido al sacrificio de amor de Jesús. ¡Alaba al Señor por todo lo que ha hecho por ti!
“Gracias, amado Señor, por entregar tu vida por mí para que yo pueda vivir según tu voluntad. Te pido que me des la gracia de vivir en el amor.” ³ Deuteronomio 4, 1. 5-9 Salmo 147, 12-13. 15-16. 19-20
16de marzo, jueves
Salmo 95 (94), 1-2. 6-7. 8-9
No endurezcáis el corazón. (Salmo 95 (94), 8)
Podríamos preguntarnos si nos hemos vuelto como los israelitas de la primera lectura de hoy: Todo un “pueblo que no escuchó la voz del Señor” (Jeremías 7, 28). O tenemos nuestro corazón abierto al Señor o lo tenemos cerrado; no hay ninguna otra opción en el medio.
El salmista nos ofrece en el salmo de hoy una estrategia diferente: ¡No endurezcan su corazón! La verdad es que no importa en qué lugar de nuestro camino con el Señor nos encontremos, podemos ser más abiertos y dóciles con él y con los demás.
¿Cómo suavizamos nuestro corazón? La respuesta del salmista es simple y poderosa: Adorando al Señor.
Venid, aclamemos al Señor (Salmo 95 (94, 1). No hay duda de que elevar nuestra voz al Señor con “salmos, himnos y cantos espirituales” abre nuestro corazón al Señor (Efesios 5, 19). Como decía San Agustín: “Quien canta reza dos veces”. No te preocupes por cantar bien, solo “aclama” al Señor (Salmo 95(94), 1).
Entremos a su presencia dándole gracias (Salmo 95 (94), 2). Así como cantar nos ayuda a elevar nuestro corazón al Señor, darle gracias nos ayuda a recordar lo que él ha hecho por nosotros.
Los alimentos que comemos, la ropa que vestimos, nuestros seres queridos que nos han sido confiados, incluso el aire que respiramos, todos son regalos de un Dios que nos ama. Cuanto más reconocemos esto, más inclinados estaremos a rendirle honor al Señor, acudir a él para pedirle ayuda y obedecer sus mandamientos.
Postrémonos por tierra (Salmo 95 (94),6). Si el Papa Francisco entrara en tu casa en este momento, probablemente te pondrías de pie, ¿cierto? Sin ni siquiera pensarlo, asumirías una posición de respeto frente a él. Podemos hacer algo similar arrodillándonos delante del Señor mientras rezamos. Al usar nuestro cuerpo para adorar al Señor, descubriremos que nuestro corazón lo adorará también.
Por eso elige un himno o un cántico de alabanza hoy y cántalo. Al hacerlo, ¡arrodíllate o eleva tus manos, incluso puedes danzar! Recuerda todo lo que Dios ha hecho por ti, y dale gracias. Al abrir tu corazón al Señor en adoración, él convertirá tu corazón de piedra en uno de carne.
“Señor, te pido que conmuevas mi corazón para que yo pueda escucharte.”
³ Jeremías 7, 23-28
Lucas 11, 14-23
de marzo, viernes
Marcos 12, 28-34
No estás lejos del Reino de Dios. (Marcos 12, 34)
Imagina que te digan que vas a recibir un regalo muy especial en tu cumpleaños pero que tienes que estar presente personalmente para aceptarlo. Tú no logras imaginar de qué puede tratarse, pero pasas todo el día en tu casa esperando con entusiasmo el regalo. A eso del mediodía, un viejo amigo que vive lejos pasa por tu casa. Tú lo saludas afectuosamente y lo invitas a pasar, pero todo el tiempo que él está ahí contigo, tú estás distraído. Sigues esperando a que suene el timbre y llegue esa entrega especial.
¿Adivina qué? ¡Te lo perdiste! Tú estabas esperando un regalo que llegaría en una caja o envoltorio, no a una persona.
Esta es una forma de entender el Evangelio de hoy. El escriba de este relato estaba buscando una respuesta, pero Jesús le estaba ofreciendo una relación personal.
“No estás lejos del Reino de Dios”, le dijo Jesús (Marcos 12, 34). Eso es literalmente cierto porque sin que el escriba lo supiera, estaba en frente de Aquel que nos introduce en el reino. En sí mismo y su misión, todas las leyes de Moisés alcanzaron la plenitud, y el reino de Dios fue establecido aquí en la tierra.
Así que el escriba tenía una decisión que tomar. ¿Permanecería cerca de Jesús y se acercaría a él en fe? ¿O desecharía las afirmaciones de Jesús sin más y seguiría esperando el cumplimiento de lo que ya había sucedido? No sabemos si el escriba aceptó la fe en Jesús o permaneció “no lejos” de él, pero podemos estar seguros de una cosa: Si él hubiera sabido que Dios mismo estaba presente en Jesús, se hubiera sentido abrumado. Lo hubiera adorado en lugar de simplemente ponerse a conversar con él.
A veces nosotros también nos detenemos cerca del reino. En lugar de escuchar humildemente cuando presentamos nuestras preocupaciones a Jesús, todo lo que hacemos es hablar. En lugar de someternos a sus mandamientos, buscamos un escape o un atajo. ¡No permitas que eso suceda hoy! Vuélvete a él y permite que te enseñe cómo vivir en el amor que él vino a traer. Jesús está a la puerta en este momento, ¿lo reconocerás a él como el regalo que has estado esperando?
“Gracias, Señor Jesús, por el regalo de tu Reino. Te pido que me enseñes a amarte y a amar a tu pueblo como tú lo amas.”
³ Oseas 14, 2-10
Salmo 81 (80), 6c-8a. 8bc-9. 1011ab. 14. 17
Lucas 18, 9-14
Dios mío, apiádate de mí, que soy un pecador. (Lucas 18, 14)
La trampa de la comparación podría parecer un problema moderno gracias a la Internet. Pero la parábola que narra Jesús en el Evangelio de hoy nos demuestra que es un dilema antiguo.
¿Alguna vez te ha sucedido que te has dicho a ti mismo “no hay forma de que yo cometa ese pecado si fuera él (o ella)”? ¿O quizá te has unido a la burla hacia alguien cuyos errores se han hecho públicos? Es sencillo señalar o publicar comentarios groseros en línea, especialmente cuando parece que eso es lo que todos los demás están haciendo, e incluso puede hacerse desde el anonimato.
O quizá las imágenes en tu pantalla te conducen directamente hacia una espiral de comparación, en la que tu propia familia y tus propias circunstancias parecen llenas de defectos. Podrías comenzar a pensar: “Desearía tener una familia como esa”, o “desearía ser feliz como lo parece ella.”
Si algo de esto te suena familiar, escucha la parábola que narra Jesús hoy. Hablando a aquellos “que se tenían por justos y despreciaban a los demás”, Jesús les ofreció un antídoto para las distintas trampas que los llevaban a comparase a sí mismos con otras personas (Lucas 18, 9).
Mientras el fariseo se centró en autofelicitarse por lo bueno que era, el publicano se concentró en pedir misericordia. Este, según Jesús, es el remedio para la comparación insana. La misericordia de Dios es mayor que el pecado de tu prójimo, así que tú deberías amarlo como lo ama Jesús. La misericordia de Dios también es mayor que tu propia debilidad, así que date un respiro. Recuerda la dignidad que tienes en Cristo y el amor con el que Jesús te mira.
Así cuando te sientas tentado a rebajar a otros o rebajarte a ti mismo, en su lugar vuelve tu corazón hacia Dios. Habla con él, con apertura y simplicidad, sobre tus luchas y pon tu esperanza en su misericordia infinita. Esa misericordia es mayor que cualquier pecado que hayas cometido y siempre está disponible. Como dijo Santa Faustina: “Solo una cosa es necesaria; que el pecador deje entreabierta la puerta de su corazón, aunque sea un poco, para permitir que entre un rayo de la gracia misericordiosa de Dios.”
“Señor, te pido que me ayudes a ser misericordioso como lo eres tú, tanto hacia otras personas como conmigo mismo.”
³ Oseas 6, 1-6
Salmo 51 (50), 3-4. 18-19. 20-21b
MARZO 19–25
condenado y expulsado, sino a un hijo de Dios que necesitaba sanación y salvación. Y lo que vio lo movió a actuar con misericordia.
Y, ¿qué vio el hombre ciego en Jesús? No a un “pecador” que no respetó el día de descanso, sino al Mesías que trae libertad y restauración. Y lo que vio lo movió a postrarse y adorarlo.
19de marzo, domingo
Juan 9, 1-41
Si estuvieran ciegos, no tendrían pecado. (Juan 9, 41)
Al inicio de este relato del Evangelio de hoy, nos encontramos con un hombre que todos asumen que es un pecador porque está ciego (Juan 9, 2). Pero al final de la historia, Jesús dice que aquellos que aseguran que pueden ver son los que realmente están en la oscuridad.
¿Qué aseguraban los fariseos que veían en este hombre? Un pecador, tanto porque había estado ciego como porque se había atrevido a desafiar su autoridad. Y lo que vieron los impulsó a reprenderlo y a expulsarlo de la sinagoga.
Algo similar sucedió cuando vieron a Jesús. Debido a que él había sanado en el día de descanso, lo vieron como a otro pecador. ¡Nadie que sea justo se atrevería a desobedecer la ley de Moisés! De nuevo, lo que vieron los motivó a perseguirlo aún más.
Pero, ¿qué vio Jesús en aquel hombre ciego? No a un “pecador” que debía ser
Jesús desea ayudarnos a ver el mundo de la misma forma en que él lo ve. El Señor quiere que veamos a las personas no como pecadoras bajo el juicio de Dios sino como hermanos y hermanas a quienes se les ofrece la misma misericordia que hemos recibido. Jesús quiere que nos guardemos nuestro propio juicio y en su lugar mostremos bondad.
Debido a que esa es la forma en que Jesús ve a las personas, es la forma en que te ve a ti. Así que mientras contemplas el crucifijo y la Hostia hoy en la Misa, permite que la mirada amorosa de Jesús traspase tu corazón. Permítele que sane tu ceguera para que puedas ver el mundo a través de sus ojos.
“Señor Jesús, te pido que abras mis ojos y me permitas ver como tú ves.”
³ 1 Samuel 16, 1. 6-7. 10-13
Salmo 23 (22), 1-3a. 3b-4. 5. 6
Efesios 5, 8-14
San José, esposo de la Virgen María
Mateo 1, 16. 18-21. 24
Cuando José despertó de aquel sueño, hizo lo que le había mandado el ángel del Señor. (Mateo 1, 24)
Este pasaje de la Escritura, que encontramos en el Evangelio de hoy, nos muestra algo muy importante sobre San José: Él obedecía rápidamente la voluntad de Dios. Estaba listo para divorciarse de María después de enterarse de que ella estaba embarazada, pero todo cambió cuando un ángel lo visitó en un sueño. Inmediatamente, José llevó a María a su casa. Gustosamente dejó sus planes a un lado e hizo lo que había entendido que era la voluntad del Señor.
Podría parecernos admirable que José fuera tan rápido para obedecer, ¡especialmente debido a que él estaba por convertirse en el guardián del Hijo de Dios! Pero podemos estar seguros de que no fue solo un sueño lo que convenció a José de hacer lo correcto. San José no se volvió obediente de pronto en medio de aquella situación. Él era el “hombre justo” que había pasado su vida cumpliendo los mandatos de la Torá (Mateo 1, 19). A lo largo de su vida de obediencia sencilla, su corazón se dispuso a obedecer a Dios en lo que él le pidiera.
¿Cómo puedes cultivar tú un espíritu de obediencia? No te preocupes pensando si el Señor te pedirá que hagas algo fuera de lo ordinario. Solo sigue haciendo lo que tú ya sabes que debes hacer. La fortaleza de José se encontraba en su sencillez. Él siguió ejerciendo una actitud de obediencia en el cuidado de su familia y cumpliendo los mandamientos de Dios. Él aprendió a escuchar a Dios mientras era fiel a sus compromisos.
Al seguir el ejemplo de José y mantenerte fiel a ese ejemplo, serás capaz de escuchar cuando el Señor quiere decirte algo específico. Y si sientes que Dios te está invitando a hacer algo específico, trata de obedecerlo. Si es algo difícil o poco agradable, tu primera respuesta podría ser “¡no, gracias!” Pero si estás cultivando la obediencia en tus tareas cotidianas, no solo serás más capaz de escuchar la voz de Dios, sino que también tendrás el valor de responder positivamente.
Por sobre todo, recuerda a San José. Sigue su ejemplo, y cuando te cueste ser obediente, pídele ayuda a él que es un intercesor poderoso.
“San José, el más obediente, ¡reza por nosotros!”
³ 2 Samuel 7, 4-5. 12-14. 16
Salmo 89 (88), 2-3. 4-5. 27. 29
Romanos 4, 13. 16-18. 22
de marzo, martes
Ezequiel 47, 1-9. 12
Por dondequiera que el torrente pase… crecerán árboles frutales de toda especie.
(Ezequiel 47, 12)
Los agricultores de frutas saben por experiencia propia que el rendimiento de una cosecha puede fluctuar de un año al otro. Cada año pueden tener que enfrentarse con sequías, pestes o condiciones del suelo que afectarán la cantidad de fruto que dé cada árbol. Para los agricultores es una batalla constante, y no hay duda de que esperar lo que sucederá con la cosecha siguiente es difícil.
Con nuestra vida espiritual sucede igual. En algunas temporadas de la vida, estás lleno de energía para servir al Señor con alegría, para ver y valorar sus dones y para compartir su abundancia con las personas que te rodean. En otras temporadas, puedes sentirte reducido, exhausto y árido. Afortunadamente, la visión del profeta Ezequiel puede darnos esperanza para cada temporada de la vida.
Imagina que caminas al lado de Ezequiel a través de un manantial cristalino que fluye desde el cielo. Estás rodeado de árboles de toda clase —manzana, mango, granado y melocotón— cada uno cargado de deliciosos frutos. ¡Esto no se parece a ningún huerto que hayas visto!
Estos increíbles huertos son regados por el torrente infinito y dador de vida, y esa agua nunca deja de fluir. Así que los árboles en las riberas nunca se secan. Dan un suministro constante de fruto nutritivo.
Al igual que un agricultor de frutas, ciertamente nosotros nos encontraremos con tiempos de sequía y agotamiento. Pero la visión de Ezequiel no es simplemente imaginaria o reservada para el futuro. Hablando sobre el don del Espíritu —que nosotros ya hemos recibido— Jesús dijo: “Si alguien tiene sed, venga a mí… que beba” (Juan 7, 37; ver 7, 39). A menudo mientras experimentas tiempos de sequía y aridez —aun cuando la experimentes diariamente o durante unas cuantas horas— Jesús desea que le pidas la vida del Espíritu.
Hoy, cuando reces, cree que estás entrando en el manantial de vida de Dios, aun cuando no te sientas para nada diferente. Permite que las verdades de su amor y misericordia incondicionales te ayuden a refrescarte y restaurarte para que puedas dar fruto, incluso hoy, para su Reino.
“Ven, Espíritu Santo, sumérgeme en tu vida para que yo pueda dar fruto, te lo ruego.”
³ Salmo 46 (45), 2-3. 5-6. 8-9
Juan 5, 1-3. 5-16
de marzo, miércoles
Juan 5, 17-30
Quien escucha mi palabra y cree en el que me envió, tiene vida eterna. (Juan 5, 24)
Cuando pensamos en la vida eterna, pensamos en el cielo y en la vida que nos espera después de que muramos. Pero en el Evangelio de San Juan —y especialmente en este versículo de la lectura del Evangelio de hoy— la “vida eterna” también se refiere a la vida que experimentamos ahora como creyentes en el Señor Jesús. Reflexionemos en lo que significa esto personalmente para cada uno de nosotros.
Como dijo Jesús, quien crea en él “ya pasó de la muerte a la vida”, de la esclavitud del pecado a la libertad de la vida en Cristo (Juan 5, 24). Debido a que tenemos vida eterna, podemos vivir aun ahora en la gracia de Dios. Ningún pecado es tan grande que no pueda ser perdonado. Por medio de la cruz y la resurrección de Jesús, siempre seremos perdonados cuando acudimos a él con un corazón arrepentido.
Porque tenemos vida eterna, nunca debemos preguntarnos “¿quién soy yo?” o “¿mi vida realmente importa?”
Creemos que fuimos creados en amor por nuestro Padre celestial y que somos amados eternamente en Cristo, su Hijo. Esas verdades básicas dan significado y dirección a nuestra vida. Sabemos quiénes somos —hijos e hijas de Dios—y
sabemos qué somos llamados a ser: Discípulos de Cristo.
Debido a que tenemos vida eterna, el sufrimiento adquiere significado. En oración, podemos unir nuestro sufrimiento y sacrificios con los de Cristo para ayudar a aquellos que más necesitan de la gracia y la misericordia de Dios. Además, podemos confiar en que Dios sacará algo bueno de las dificultades y las pruebas más dolorosas.
Debido a que tenemos vida eterna, estamos unidos a los demás creyentes. Ya sea que siguen aquí en la tierra o que ya disfrutan de la gloria celestial, estamos en comunión con ellos porque Cristo habita en cada uno de nosotros. La muerte física no nos separará para siempre. De alguna forma misteriosa, todos somos uno en nuestro Señor.
Jesús dijo que él da vida a quien él desee (Juan 5, 21). ¡El Señor Jesucristo decidió darte vida a ti! Es una vida que nunca terminará porque Cristo mismo es eterno y habita en tu corazón. ¡Nunca dejemos de maravillarnos y de dar gracias a nuestro Padre por este don increíble e invaluable!
“Señor Dios, te doy gracias por el don de la vida eterna.”
³ Isaías 49, 8-15
Salmo 145 (144), 8-9. 13cd-14.
17-18
de marzo, jueves
Juan 5, 31-47
Otro es el que da testimonio.
(Juan 5, 32)
Según la tradición judía, el propio Dios guarda el día de reposo, pero hace una excepción: Incluso en ese día concede la vida. Por eso cuando Jesús sanó a un hombre en el sábado, algunos de sus contrincantes lo objetaron y lo acusaron de infringir la ley de Moisés. Pero con su respuesta, Jesús quiso decirles: “Restauré la vida de un hombre enfermo; ¿no debería decirles eso quién soy yo?” Esa declaración podría haber causado una reacción importante en la mente de sus críticos, porque habrían comprendido que eso significaba que Jesús estaba en un plano similar o quizá incluso igual a Dios.
En efecto a eso era a lo que se refería. Jesús estaba diciendo que así como Dios su Padre estaba actuando, así él también estaba actuando para dar vida (Juan 5, 17). ¿Y cómo daba él la vida? Curando a los enfermos, haciendo que los cojos caminaran y que los ciegos vieran (4, 50; 5, 9; 9, 11). Delante de los propios ojos de sus contrincantes, Jesús cumplió las profecías mesiánicas de que la venida de Dios en medio de ellos sería anunciada por obras que dan vida (Isaías 35, 4-6). Aún hoy, Dios no ha dejado de actuar. Día tras días, él sigue concediendo vida a su pueblo, ¡sigue concediéndote la vida a ti!
¿Tú lo has visto actuar? ¡Claro que sí! Cada vez que has experimentado sanación —de una enfermedad física o de una herida emocional o de una relación que se había roto con un familiar o amigo— él está actuando para darte vida. Cada vez que has sido liberado de la culpa de tus pecados o has recibido una visión del amor que Dios tiene por ti, Jesús está actuando para darte vida. Estas obras testifican que Jesús es el Hijo de Dios, que es consubstancial (es decir, un mismo ser) con el Padre celestial y dan testimonio del poder y el amor que Dios tiene para ti. Dios, nuestro Padre, no está sujeto a las limitaciones humanas de espacio y tiempo. Jesús siempre está actuando para darte vida, en la forma y el lugar en que tú la necesites. El Señor puede dar vida en el día de descanso: Ya sea en las vacaciones, los días de boda así como en cualquier día de la semana, Jesús puede darte vida. Así que hoy pídele que te libere del pecado y te dé vida en abundancia (Juan 10, 10).
“Gracias, Señor Jesús, porque siempre estás derramando vida abundante en mí. Te pido que me concedas la gracia de abrir mi corazón para recibirla.”
³ Éxodo 32, 7-14
Salmo 106 (105), 19-20. 21-22. 23
de marzo, viernes
Juan 7, 1-2. 10. 25-30
También llegó él, pero sin que la gente se diera cuenta, como de incógnito. (Juan 7, 10)
La fiesta de los Tabernáculos en Jerusalén era el lugar para estar. No solo era el evento más alegre del año judío, sino que todos los hombres adultos debían asistir. Habría sido impensable que Jesús no llegara. Pero cuando su familia se fue a la fiesta, él decidió retrasar su salida. Jesús sabía que los jefes religiosos en Jerusalén lo estaban buscando para matarlo. También sabía que ese momento —el momento que su Padre había establecido para que él ofreciera su vida por la salvación del mundo— aún no había llegado. Así que al llegar en secreto cuando las festividades ya habían iniciado, minimizó el riesgo de ser arrestado pero siempre cumplió con su obligación de hacerse presente en las celebraciones.
Jesús siempre estaba tratando de mantenerse apegado a la voluntad de su Padre. Como le dijo a la gente en numerosas ocasiones, tenía cuidado de hacer “lo que ve hacer al Padre” (Juan 5, 19; ver también 12, 49 y 17, 4). Y a nosotros nos dijo que tuviéramos el mismo cuidado al seguirlo a él.
¡Este llamado a la obediencia puede ser difícil! Pero el secreto es iniciar de forma simple. Recuerda que Jesús te ama, de manera que siempre puedes
confiar en él. No debes temer que él te conduzca a equivocarte. No siempre es fácil, y no todos comprenderán, pero hacer la voluntad de Jesús tiene sus propias recompensas. Y en aquellas situaciones cuando estamos esforzándonos por saber qué es lo que nos está pidiendo, podemos consolarnos recordando que el Señor es misericordioso. Jesús no nos castigará por intentar, ¡aun cuando nos equivoquemos! El Señor sabe que a veces todo lo que podemos hacer es decidir ir por el camino que creemos que es el mejor.
Jesús nunca se desvió del plan de su Padre ni decidió tomar los asuntos en su propias manos, de manera que ahora nos pide que nos comprometamos con él a actuar de la misma manera. Así como Jesús podía confiar en su Padre con toda su vida, nosotros podemos confiar en él. Aun cuando no podemos ver el camino que tenemos por delante, o aun cuando ese camino sea difícil, el Señor nos ayudará a encontrarlo. Todo lo que nos pide es que intentemos mantener nuestro corazón abierto a la guía de su Espíritu.
“Señor, te pido que me ayudes a ser fiel en seguirte y hacer tu voluntad para mi vida.”
³ Sabiduría 2, 1. 12-22
Salmo 34 (33), 17-18. 19-20. 21-23
La Anunciación del Señor
Lucas 1, 26-38 Alégrate, llena de gracia.
(Lucas 1, 28)
Con estas palabras, el ángel Gabriel saludó a la Virgen María. El ángel inició su saludo con la palabra “alégrate” y no podríamos imaginar que lo hiciera de otra manera: “¡Alégrate! ¡Te va a encantar el mensaje que traigo!” Después de todo, estaba transmitiendo increíbles noticias: Dios viene a la tierra como un hombre, —como un niño, nada más y nada menos— ¡y María será su madre! Al aceptar que “no hay nada imposible para Dios”, ni siquiera el milagro de que una virgen concibiera un hijo, María aceptó la voluntad de Dios sin dudarlo (Lucas 1, 37). Y gracias a su disposición, ahora el mundo entero tiene una maravillosa razón para alegrarse.
¡Alégrate! Este es el buen mensaje de Dios para ti en este día. Al igual que María, tú has recibido la gracia de Dios. Piensa en las diferentes formas en que él ha derramado su gracia sobre ti. Ahora alégrate por las formas en que tú has respondido a esa gracia. Alégrate también porque Dios te ha dado una función que desempeñar y que consiste en compartir esa gracia con las personas que te rodean.
¡Alégrate! Al igual que María, tú puedes decidir que harás la voluntad de Dios. Puedes dudar de vez en cuando,
o puedes temer que hacer su voluntad obstaculice tu felicidad y entonces podrías rechazar aquello que el Señor te está pidiendo. Pero aun si eso sucede, siempre puedes alegrarte en su misericordia porque puedes ser como María y confiar en que Dios es bueno y que quiere el bien para ti y tus seres queridos. Puedes alegrarte, también, al saber que cuando te sostienes de él en los tiempos difíciles, él pondrá tus pies en suelo firme y sólido.
¡Alégrate! ¡Dios continúa revelándose! El Señor continúa hablándote por medio de la Escritura, la Iglesia y la inspiración del Espíritu Santo en tu corazón. Alégrate porque Dios está contigo, así como Jesús estaba con María. Alégrate porque por medio de su palabra y su inspiración, Dios siempre está buscando guiarte y revelarte el amor que tiene por ti. Alégrate de que Cristo está contigo para evitar que te pierdas. Alégrate porque Jesús te ha dado todo lo que necesitas para permanecer fiel.
“Santa María, Madre de Dios y Madre nuestra, ¡ruega por nosotros para que podamos alegrarnos contigo hoy!”
³ Isaías 7, 10-14
Salmo 40 (39), 7-8a. 8b-9. 10. 11
Hebreos 10, 4-10
de marzo, domingo
Juan 11, 1-45
¡Lázaro, sal de allí!
(Juan 11, 43)
De una homilía del Papa Francisco:
“Todos nosotros tenemos dentro algunas zonas, algunas partes de nuestro corazón que no están vivas, que están un poco muertas; y algunos tienen muchos sectores del corazón muertos, una auténtica necrosis espiritual… Pero si estamos muy apegados a estos sepulcros y los custodiamos dentro de nosotros y no queremos que todo nuestro corazón resucite a la vida, nos convertimos en corruptos y nuestra alma comienza a dar, como dice Marta, “mal olor” (cf. Jn 11, 39), el olor de esa persona que está apegada al pecado. Y la Cuaresma es un poco para esto. Para que todos nosotros... podamos escuchar lo que Jesús dijo a Lázaro: “Gritó con voz potente: ‘Lázaro, sal afuera’” (Jn 11, 43).
Hoy os invito a pensar un momento, en silencio, aquí: ¿dónde está mi necrosis dentro? ¿Dónde está la parte muerta de mi alma? ¿Dónde está mi tumba?...
Pensemos: ¿cuál es esa parte del corazón que se puede corromper, porque estoy apegado a los pecados o al pecado o a algún pecado? Y quitar la piedra, quitar la piedra de la vergüenza y dejar que el Señor nos diga, como dijo a Lázaro: “Sal afuera”. Para que toda nuestra alma quede curada, resucite por el amor de Jesús, por la fuerza de Jesús. Él es capaz de perdonarnos. Todos tenemos necesidad de ello. Todos. Todos somos pecadores, pero debemos estar atentos para no convertirnos en corruptos. Pecadores lo somos, pero Él nos perdona. Escuchemos la voz de Jesús que, con el poder de Dios, nos dice: “Sal afuera. Sal de esa tumba que tienes dentro. Sal. Yo te doy la vida, te doy la felicidad, te bendigo, y te quiero para mí.”
Que el Señor hoy, en este domingo, que tanto nos habla de la Resurrección, nos dé a todos nosotros la gracia de resucitar de nuestros pecados, de salir de nuestras tumbas; con la voz de Jesús que nos llama, salir afuera, ir a Él.” (Homilía, 6 de abril de 2014)
“Señor Jesús, escucho tu llamada, te pido que me ayudes a levantarme de mis pecados.”
³ Ezequiel 37, 12-14
Salmo 130 (129), 1-2. 3-4ab. 6. 7-8
Romanos 8, 8-11
Daniel 13, 1-9. 15-17. 19-30. 33-62
Dios eterno, que conoces los secretos.
(Daniel 13, 42)
¿Alguna vez has dado seguimiento a un escándalo que salta a la luz pública? Alguien acusa a una persona famosa de algún delito, y el acusado niega cualquier falta. Lees las noticias y comentas el incidente con tus amigos. Tratas de decidir quién está diciendo la verdad y quién no. Tu opinión se basa no solo en los hechos, sino también en las impresiones. Riqueza, inclinación política, trabajo, estado civil son factores que pueden influenciarte, aun cuando tú no lo reconozcas.
Todo esto describe el drama de la primera lectura de hoy. Prácticamente todos los presentes emitieron juicios sobre Susana que estaban basados principalmente en impresiones. Susana era una mujer hermosa, así que puedes imaginar que los hombres supusieron que tenía un amante secreto. Los dos jueces que acusaron a Susana eran respetados dentro de la comunidad. Solo su posición era suficiente para provocar que la gente se pusiera de su lado, y eso parece haber influido en su decisión de no permitir que Susana testificara.
Entonces apareció Daniel, un hombre íntegro y justo quien interrogó a los hombres individualmente, permitiendo
que saliera a la luz la inocencia de Susana.
En la Escritura, Dios nos dice: “No se trata de lo que el hombre ve; pues el hombre se fija en las apariencias, pero yo me fijo en el corazón” (1 Samuel 16, 7). Y eso fue exactamente lo que expuso Daniel: El corazón mentiroso y egoísta de estos dos jueces.
¿Cómo crees que sería el mundo si no fuéramos tan rápidos para juzgar? ¿Qué pasaría si nos tomáramos el tiempo para escuchar y hacer preguntas en lugar de suponer que sabemos lo que otras personas están pensando? Y, ¿cómo crees que sería el mundo si todos nos viéramos unos a otros como seres creados a imagen de Dios? ¡Imagina el respeto y la dignidad que mostraríamos a los demás! Deberíamos dedicar tiempo para conocer a las personas que parecen distintas a nosotros. Evitaríamos hacer comentarios dañinos sobre las personas con las que no estamos de acuerdo. Aprenderíamos de todas las personas con las que nos encontramos. Actuaríamos como Dios nos llama a actuar: Con humildad, un deseo sincero por la verdad y un corazón lleno de amor.
“Padre, te pido que me ayudes a ser rápido para escuchar y lento para juzgar.”
³ Salmo 23 (22), 1-3a. 3b-4. 5-6
Juan 8, 1-11
de marzo, martes
Juan 8, 21-30
Cuando hayan levantado al Hijo del hombre, entonces conocerán que Yo Soy. (Juan 8, 28)
¿Qué ves cuando miras un crucifijo?
Cuando los israelitas vieron la serpiente de bronce que Moisés levantó en medio de ellos, vieron la fealdad de su propio pecado. Vieron reflejado, en la serpiente, el efecto corrosivo de su queja y desconfianza. Sus lamentos los habían mordido, y resultaron ser mortales.
Cuando contemplas a Jesús en la cruz, puedes ver tu cobardía, tu indiferencia o tu crueldad. Podrías sentirte triste por ver a este hombre inocente herido y desfigurado a causa de tus pecados.
Pero no te detengas ahí. Continúa mirando el crucifijo y encontrarás más que los efectos de tu pecado. Así como los israelitas comprendieron cuando elevaron su vista hacia la serpiente de bronce, verás que el castigo de Dios no es la última palabra. Verás el perdón y la sanación que él está ofreciendo a su pueblo extraviado. Lo que verás en esa cruz es la solución de Dios a nuestra rebeldía. Dios se rehúsa a darse por vencido con nosotros. La cruz es la forma en que Dios trata decisivamente nuestro pecado.
Mira más de cerca y podrás ver en los ojos de Jesús no solo tristeza
sino un amor abrumador. Podrás ver sus brazos abiertos con misericordia para ti y levantados en obediencia hacia el Padre. Comprenderás que no existe un límite para su compasión y misericordia.
Si te quedas observando el tiempo suficiente, verás más allá del castigo, el sufrimiento y el pecado; algo que va más allá del perdón. Como dijo Jesús: “Cuando hayan levantado al Hijo del hombre, entonces conocerán que Yo Soy” (Juan 8, 28). Verás que la muerte no es el final. El Señor resucitará, y no solo eso, sino que te resucitará a ti junto con él. Jesús te dará la completa unión con Dios, que te ha amado desde el principio de la creación.
Durante esta semana busca un momento para sentarte, quedarte de pie o arrodillarte delante de un crucifijo, ya sea en una iglesia o en tu propio rincón de oración en casa. No te preocupes por lo que vas a decir, solamente aquieta tu corazón delante de Jesús y quédate ahí con él. Permite que comparta contigo su dolor de corazón y su amor sobrecogedor.
“Amado Jesús, Señor crucificado, te pido que me ayudes a comprender más profundamente todo lo que revelaste en la cruz.”
³ Números 21, 4-9
Salmo 102 (101), 2-3.16-18. 19-21
de marzo, miércoles
Juan 8, 31-42
Si se mantienen fieles a mi palabra, serán verdaderamente discípulos míos. (Juan 8, 31)
Jesús hablaba con un grupo de judíos que habían comenzado a creer en él, pero cuando les dijo que permanecieran fieles a su palabra para que conocieran la verdad, comenzaron a discutir con él (Juan 8, 31). En vez de tratar de aceptar su palabra para que pudiera cambiarlos, se dieron por vencidos cuando esta enseñanza los cuestionó.
Nosotros también podemos encontrar difíciles muchas de las enseñanzas de Jesús. Pero sabemos que permanecer fieles a su palabra significa más que decir que creemos en ella. También significa aceptarla y ponerla en práctica en nuestra vida. Esa es la única forma en la cual podemos crecer verdaderamente como discípulos del Señor.
Ciertamente el precio del discipulado puede ser alto, pero a cambio, Dios da bendiciones a sus discípulos. Mira las poderosas bendiciones que derramó sobre cuatro hombres que se mencionan en las lecturas de hoy: Abraham, cuyas obras llenas de fe Jesús alaba; y Sedrak, Mesak y Abednegó, cuyo compromiso de adorar al único y verdadero Dios condujo a un rey extranjero a la fe (Juan 8, 39; Daniel 3). En ambos casos, ellos
pagaron el alto precio de ser fieles a la palabra de Dios. Abraham dejó su tierra y se le pidió que sacrificara a su hijo Isaac. Los tres compañeros de Daniel se enfrentaron a una salvaje sentencia de muerte.
¡Pero mira el resultado de estos eventos! El grupo de amigos que se encontraba dentro del horno, cuya fe les había enseñado que el poder del Dios todopoderoso debía ser exaltado sobre todas las cosas creadas, recibió un milagro que les salvó la vida. Y la obediencia de Abraham no solo le permitió tener incontables descendientes, sino que su familia también se convirtió en un signo de la salvación de Dios para el mundo.
No siempre veremos unos efectos tan evidentes al permanecer fieles a la palabra de Dios, al menos no en esta vida. Pero todo será absolutamente claro cuando lleguemos al cielo. Simplemente no podemos anticipar cuánto multiplicará Dios nuestros esfuerzos por mantenernos fieles a él y su palabra. Conforme su verdad se arraiga en nuestro corazón, se vuelve más poderosa que todas las dificultades que enfrentamos en la tierra.
“Padre, aumenta mi confianza en tu palabra para que yo pueda ser un testigo de la fe, te lo ruego.”
³ Daniel 3, 14-20. 49-50. 91-92. 95
(Salmo) Daniel 3, 52-56
de marzo, jueves
Génesis 17, 3-9
Establezco una alianza perpetua para ser el Dios tuyo.
(Génesis 17, 7)
En la primera lectura de hoy, Dios hace una alianza con Abraham y le promete muchas cosas: Que se convertirá en padre de las naciones, que los reyes descenderán de él y que entraría en la Tierra Prometida. Abraham no vio todo el cumplimiento de estas promesas mientras vivió. Vio solamente destellos en el regalo de su hijo, Isaac, pero no mucho más. Pero en el corazón de la alianza que Dios hizo con Abraham estaba la seguridad de su amor y presencia infinita. Dios le prometió que nunca lo abandonaría, y nunca lo abandonó. En los tiempos buenos y en los malos, permaneció fiel como el Dios de Abraham.
De los descendientes de Abraham viene el Salvador, Jesucristo, que nos introdujo en una nueva alianza de amor. Ahora, nosotros no solo tenemos la seguridad del amor y la presencia de Dios, sino que por medio de la muerte y la resurrección de Jesús, hemos sido perdonados y redimidos; y un día, cuando el Señor venga de nuevo, ¡seremos resucitados con él!
De manera que los altibajos que enfrentemos en la vida no son importantes, no importa cómo se vean las cosas, sabemos que Dios mantiene
sus promesas de la alianza. Cuando las cosas eran difíciles para Abraham —cuando se preguntó cómo podía concebir un hijo en su ancianidad, y luego cuando fue llamado a sacrificar a ese hijo— él creyó que Dios iba a ser fiel. Creyó que de alguna manera, aunque él no podía predecir exactamente cómo o cuándo, Dios le mostraría su amor incondicional y mantendría su palabra. Eso también es cierto para nosotros. Esto es lo que significa que Dios tenga una alianza con nosotros: Que a pesar de que posiblemente no sepamos todos los detalles ni veamos todo desarrollarse a lo largo de nuestra vida, Dios continuará amándonos, perdonándonos y caminando a nuestro lado. Es esta alianza de amor la que nos ayuda a perseverar en esos momentos en que estamos esperando y preguntándonos cómo nos responderá Dios. Hay mucho que no podemos saber sobre el futuro. Hay tanto que no podemos controlar. Pero podemos mantenernos firmes en la certeza de que Dios tiene un compromiso con nosotros. Él es un Dios que “se acuerda de su alianza eternamente” (respuesta del Salmo).
³ Salmo 105 (104), 4-5. 6-7. 8-9
Juan 8, 51-59
“¡Gracias, Señor, por tu amor inquebrantable!”
de marzo, viernes
Jeremías 20, 10-13
Él ha salvado la vida de su pobre de la mano de los malvados. (Jeremías 20, 13)
Conocido como el profeta de las lamentaciones, Jeremías pasó su vida sufriendo por Jerusalén y Judá, aun cuando les advirtió del castigo por sus pecados. Durante generaciones, Israel había desobedecido los mandamientos de Dios. Una y otra vez, Dios envió mensajeros que llamaran a su pueblo al arrepentimiento, pero la mayor parte del tiempo sus advertencias fueron ignoradas. Ahora, le correspondía a Jeremías hacerles una advertencia final.
No hace falta decir que el profeta Jeremías no era muy popular. Soportó el ridículo e incluso el abuso físico debido a sus esfuerzos. Aun así, frente a tal persecución, proclamó que Dios rescata a aquellos que lo invocan.
¿No parece esto una contradicción? Pero quizá Jeremías estaba describiendo una clase distinta de rescate. El rescate de Dios no era la destrucción de todos su problemas. No significaba su seguridad física o que Judá se volvería de nuevo a Dios. Significaba que el Señor preservaría a Jeremías y lo fortalecería para que continuara predicando su mensaje impopular. Al igual que el salmista, Jeremías podía proclamar: “Él [Señor] escuchó mi voz” porque aún en medio de los problemas, encontró
la gracia para perseverar (Salmo 18 (17), 4-5).
Tal como hizo por Jeremías, Dios nos rescatará y sostendrá aun en medio de nuestras circunstancias más difíciles. Su “rescate” nos da la fuerza para soportar y la fe para confiar en él. Ya sea que él provea un momento de paz cuando la ansiedad sea abrumadora, o el poder para seguir adelante cuando un familiar está batallando con su salud, Dios está ahí para animarnos.
Esto sucede en formas pequeñas y grandes, y es posible que no las veamos excepto en retrospectiva. Dios puede usar un pasaje de la Escritura o una conversación con un amigo para consolarnos. Una caminata al aire libre puede refrescar nuestro espíritu o un momento de claridad puede darnos sabiduría.
Sea lo que sea que estés enfrentando hoy, puedes invocar al Señor. Preséntale tus preocupaciones y pídele que intervenga. Ya sea que su respuesta llegue de manera evidente o sutil, ya sea que responda inmediatamente o más adelante, puedes estar seguro de que el Señor te ha escuchado y que él está contigo.
“Señor, te pido que hoy escuches mi oración, rescátame con tu amor.”
³ Salmo 18 (17), 2-3a. 3bc-4. 5-6. 7
Juan 10, 31-42
Con mucha alegría celebramos un Bautizo Comunitario de 13 niños y 2 adultos, el sábado 10 de Diciembre en la Parroquia Santa Rita de Casia de Miraflores.
Fue realmente una fiesta para las familias de la “Biblioteca Mi Angelito” de Lomo de Corvina, en Villa el Salvador, en donde los “Amigos de la Palabra” desarrollamos nuestra actividad de apoyo social en favor de los niños
La alegría de todos los presentes, se pueden ver en los rostros de la Fotografía. Alegrìa por lo que significa ser hijos de Dios y a ser parte de la Iglesia.
Luego disfrutaron de una pequeña fiesta preparada en el local del comedor comunitario que funciona conjuntamente con la Biblioteca. Muchas gracias al entusiasmo y al permanente apoyo de su coordinadora Rocío.
La preparación de los padres y padrinos, asi como de los adultos que se bautizaron, fue realizada por el equipo de Amigos de la Palabra
Agradecemos el apoyo recibido del padre Ignacio Reinares, párroco de Santa Rita de Casia
Próximo paso
-Primera Comunión para los niños
-Confirmación y Primera Comunión para los adultos
2.- LLEVANDO UNA SONRISA POR NAVIDAD
El 23 de diciembre celebraron la Fiesta de Navidad y con el apoyo que recibimos, pudimos enviarles, una Bolsa de Navideña a cada uno de los 80 niños que están inscritos en el Comedor Comunitario
3.-PROGRAMA DE VACACIONES UTILES 2023
Estamos preparando el Programa de Verano para los niños
- Lectura compartida
- Cuenta Cuentos
- Lúdico educativo
- Danza
PROGRAMAS DE APOYO
Programa CONTIGO, Educativo y formativo, para niños en lo alto de Lomo Corvina. En la Biblioteca “Mi Angelito”
Programa “COMPARTIENDO LA PALABRA”
De evangelización, para los internos de los diferentes penales del Perú
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