La Palabra Entre Nosotros - Perú, Octubre 21

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Con esta edición nace “Amigos de la Palabra”

OCTU B R E - N O VIE M B R E 2021

Lo más importante es el amor La fe en Cristo transforma nuestras relaciones


AMIGOS DE LA PALABRA Telf.: (01)488-7118 Cel.: 981 210 822 Correo: amigosdelapalabra@lapalabraentrenostrosperu.org SUSCRIPCIONES : 922 562 402 suscripciones@lapalabraentrenosotrosperu.org


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“En verdad les digo, que cuando lo hicieron con alguno de estos pequeños, que son mis hermanos, lo hicieron conmigo” (Mateo 25, 40)

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En este ejemplar: Octubre - Noviembre 2021

Lo más importante es el amor Una introducción al Evangelio según San Lucas Un retrato de Jesús a través de las palabras Por Padre Joseph A. Mindling

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Ustedes ahora son hermanos 10 La fe en Cristo transforma nuestras relaciones El fruto del Espíritu es paz Un pueblo unido por el amor de Cristo

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Lo más importante es el amor El fruto del amor

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Descubrir la gracia de las “pausas para rezar” 28 El antídoto que descubrí para la caótica vida familiar Por Ruth O’Neil Bajo la protección del Apóstol Santiago Descubrí al santo que salvó a mi pueblo Por Kathy Snider

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Meditaciones diarias Octubre del 1 al 31 Noviembre del 1 al 30

Estados Unidos Tel (301) 874-1700 Fax (301) 874-2190 Internet: www.la-palabra.com Email: ayuda@la-palabra.com 2 | La Palabra Entre Nosotros

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Hermanos, hijos del mismo Padre Queridos lectores:

Y

a sea que hayamos tenido un encuentro personal con Cristo hace pocos o muchos años y que lo hayamos experimentado en un grupo de oración, en un retiro de un fin de semana, en un apostolado de servicio a los necesitados o en las prácticas de la Misa diaria, o tal vez como resultado de una o varias conversaciones con un sacerdote o un amigo dispuesto a compartir su testimonio de vida, lo cierto es que todos hemos llegado a conocer a Jesucristo como nuestro Señor, nuestro Salvador, nuestro Rey y nuestro Dios. Y este encuentro ha sido tan transformador que todo (o casi todo) el sistema de valores que antes teníamos como parte de nuestros ideales personales ha cambiado radicalmente. Y esto no es algo que nos haya sucedido solamente a los que vivimos en el presente; es algo que ha venido sucediendo desde los primeros días de la Iglesia, como podemos reconocerlo en las cartas del Nuevo Testamento y apreciarlo en la vida de los santos. Así, poco a poco, nos hemos llegado a dar cuenta de que la Iglesia, el Cuerpo Místico de Cristo, es en realidad

una familia y todos aquellos a quienes vemos en Misa el domingo son hermanos nuestros, aunque tal vez no los conozcamos. Esto es así porque el Señor lo quiso así, y nos mandó a todos “Así como yo los amo a ustedes, así deben amarse ustedes los unos a los otros” (Juan 13, 34). Pero, ¿qué significa amarnos los unos a los otros? San Pablo lo explica bien claramente: “No hagan nada por rivalidad o por orgullo, sino con humildad, y que cada uno considere a los demás como mejores que él mismo. Ninguno busque únicamente su propio bien, sino también el bien de los otros” (Filipenses 2, 3-4). Naturalmente, este tema es muy amplio y en los artículos de esta edición se aborda en profundidad, pues tiene relación directa con el testimonio colectivo que todos damos, querámoslo o no, en lo que hacemos y decimos. Otros artículos. Los artículos de la sección posterior son principalmente testimonios que nos ayudan a entender cómo otros cristianos, religiosos o no religiosos, han sentido del llamado del Señor a demostrar amor a su prójimo, a sus hermanos. Se añade, además, una reflexión sobre la introducción del Evangelio seOctubre / Noviembre 2021 | 3


gún San Lucas, que tuvo a bien describir los cinco misterios gozosos del Santo Rosario. Octubre es el Mes del Santo Rosario, por eso le pido a la Santísima Virgen María su protección

y bendición para todos nuestros queridos lectores. Luis E. Quezada Director Editorial editor@la-palabra.com

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Una introducción al Evangelio según San Lucas

Un retrato de Jesús a través de las palabras

N

uestra curiosidad por los autores del Nuevo Testamento siempre parece superar la escasa información que sobrevivió a los primeros años de dispersión y persecución en la Iglesia. No obstante, tenemos una corta descripción del hombre detrás del tercer Evangelio en un manuscrito anónimo que data de alrededor del año 160 d.C. Por Padre Joseph A. Mindling, O.F.M. CAP. Lucas, un sirio de Antioquía, médico de oficio, era discípulo de los Apóstoles. Más adelante fue discípulo de San Pablo hasta la muerte de este. Habiendo servido al Señor de forma intachable, permaneció célibe y sin hijos, murió, lleno del Espíritu Santo en Boecia [actualmente el noreste de Grecia] a la edad de 84 años. Al igual que los evangelios que ya habían sido escritos por San Mateo en Judea y San Marcos

en Italia, Lucas, bajo el impulso del mismo Espíritu Santo, escribió su Evangelio en la región de Acaya [Grecia central]. En su prólogo, en que reconoce que ya se habían escritos otros evangelios antes que el suyo, explica que era necesario presentar a los fieles convertidos del paganismo un relato exacto de la salvación, para que no se desviaran de la verdad por los engaños de los herejes. Octubre / Noviembre 2021 | 5


El prólogo al que se refiere el texto, Lucas 1, 1-4, nos introduce “ordenadamente” a lo que sucedió con la vida terrenal de Jesús. Luego, Lucas se refiere a “los hechos que Dios ha llevado a cabo entre nosotros”, llevándonos a pensar sobre la forma en que las palabras y acciones de Jesús establecen un patrón que tiene una influencia profunda en sus seguidores “desde el comienzo”. Al escribir un relato de dos partes, Lucas fue capaz de demostrar cómo los éxitos y sufrimientos primeros que la Iglesia estaba experimentado en los Hechos de los Apóstoles eran un eco de aquellos que sufrió el Maestro del cual habló en su Evangelio. El mensaje central y más poderoso de Lucas es que Jesús aceptó su muerte en la cruz para nuestra salvación y que el Padre confirmó este acto de amor al resucitarlo de entre los muertos. Esta proclamación está en completa armonía con el testimonio del resto de la Iglesia apostólica, pero cada uno de los escritos del Nuevo Testamento presenta la buena nueva en una forma particular, y el Evangelio de San Lucas es especialmente rico en contribuciones únicas. Antes de estudiar su trabajo, identifiquemos algunas de las características que conceden una perspectiva especial del retrato de Jesús que nos presenta Lucas. 6 | La Palabra Entre Nosotros

Un retrato hecho con palabras. Una tradición antigua asegura que San Lucas no era solamente un escritor de historia talentoso sino también un habilidoso artista. Aunque no tenemos cuadros del primer siglo que puedan verificar esta leyenda, la habilidad de Lucas para captar la imaginación humana es una muestra bastante literal en los incontables libros y museos que contienen representaciones que son, en realidad, ilustraciones gráficas de su Evangelio. ¿Cuántos pintores habrán tratado de ilustrar el saludo del ángel Gabriel a la Madre del Mesías, o capturar los coros angélicos entonando “¡Gloria a Dios en las alturas!” a los pastores asombrados? Solamente Lucas registra estos momentos, y otros de similar renombre: Zaqueo, el jefe de los cobradores de impuestos de baja estatura, subido en un árbol (Lucas 19, 1-10); las palabras consoladoras de Jesús a un criminal que aceptó su propia crucifixión (23, 39-43); e incluso el camino a Emaús con el hombre desconocido que se reveló al partir el pan (24, 13-55). Algunas de las escenas memorables de este libro están ilustradas por las palabras del propio Jesús en sus parábolas: El jardinero que le concedió un año más a la higuera para dar fruto (Lucas 13, 6-9); el recaudador de impuestos arrepentido que supera con su plegaria al fariseo autocomplaciente (18, 9-14); y el padre


El mensaje central y más poderoso de Lucas es que Jesús aceptó su muerte en la cruz por nuestra salvación. Liturgia de las Horas continúan haciéndolos parte de la voz de alabanza y de acción de gracias de la Iglesia. Cuando leemos una sección de la Escritura como el Evangelio de Lucas, sabemos por fe que esta es la Palabra de Dios; a través de ella, él se comunica con nosotros. Pero la fe necesita afilar nuestra expectativa de que el Señor tiene algo que compartirnos que está relacionado con las circunstancias específicas de la vida, el “aquí y ahora” de nuestra historia personal. Un Evangelio para rezar. Lucas no Y con la ayuda de la propia Escritura, solamente registra las instruccio- encontramos las palabras para hablarle nes de Jesús sobre la oración, sino a Dios. que nos muestra cómo Jesús mismo mantenía un ritmo de oración que El interés universal de Jesús. Uno de acompañaba todas sus decisiones los temas frecuentemente repasados y actividades. También debemos a en Lucas es la impactante apertura Lucas que los textos que contenían de Jesús hacia todo grupo de perlos cánticos de Zacarías, Simeón y la sonas que necesitaba su atención y Bienaventurada Virgen María (Lucas el poder de su amor para restaurar 1, 68-79; 2, 29-32; 1, 46-55) fueran a su pueblo. Lucas tiene una manepreservados. Aquellos que rezan la ra fresca de señalar esta sensibilidad que recibe con los brazos abiertos al hijo perdido por tanto tiempo, aquel que tocó fondo pero que se salvó y regresó a su hogar (15, 11-32). El mensaje en todas estas parábolas no es nuevo respecto a otros Evangelios, pero cada uno de estos cuadros en el de Lucas resalta la convicción de que Jesús buscaba proclamar a su Padre: Él está listo para mostrar su compasión mucho antes de que el ofensor pueda siquiera pensar en pedir disculpa.

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de Jesús con detalles pequeños pero significativos, o a veces presentando episodios o incidentes completamente nuevos. Es especialmente evidente en la forma en que Jesús muestra interés por los miembros marginados de la sociedad, como los pobres, las viudas y los huérfanos, aquellos afectados por la lepra o las víctimas del prejuicio como los samaritanos. En una vía similar, Lucas reporta diferentes ocasiones en las que Jesús interactuó con las mujeres. Para los lectores modernos esto no parece sorprendente, pero para los palestinos del siglo I, tales iniciativas habrían sido inconcebibles. Todos los evangelistas informan que María Magdalena y las otras mujeres que la acompañaban fueron escogidas para ser las primeras personas en anunciar la resurrección de Jesús, actuando como apóstoles de los apóstoles. Pero la narración de Lucas va más allá al describir el número real de mujeres que menciona y la información que ofrece de algunas formas en que ellas fueron protagonistas del ministerio de Jesús. Incluso nos proporciona nombres específicos de algunas de ellas que de otra manera no tendríamos: Isabel, Ana, Juana, Susana y María, la madre de Santiago (Lucas 8, 1-3; 24, 1-11). Aunque no sepamos nada más de estas personas, todos comprendemos el significado de ser reconocidos y apreciados como individuos, y de ser recordados por nombre. 8 | La Palabra Entre Nosotros

El relato cuidadoso de Lucas contempla desde el material precioso que guarda sobre la Virgen María hasta las mujeres que acompañaron a Jesús en sus viajes de predicación o la admiradora sin nombre y poco convencional que ungió los pies del Maestro y los secó con sus cabellos (Lucas 7, 36-50). ¿Y dónde más podríamos esperar encontrar una parábola en la cual el personaje que representa a Dios es una campesina que reúne a sus amigas para celebrar que han encontrado una sola moneda muy valiosa para ella (15, 8-10)? El interés especial de Jesús por los pobres. Un segundo aspecto se refiere al valor del desprendimiento de las posesiones materiales. Mateo, Marcos y Juan presentan a Jesús como alguien desapegado de las posesiones físicas, que instruye a sus discípulos a conducir sus misiones de una forma austera similar y demostrando una preocupación constante por los pobres. Pero Lucas agudiza su mensaje al incluir diversas enseñanzas de Jesús que no se registran en otros Evangelios: En la parábola de Lázaro y el hombre rico, Jesús advierte que hay consecuencias graves en la otra vida para aquellos que son habitualmente insensibles con los pobres que se encuentran a su puerta (Lucas 16, 19-23). En la parábola del hombre


El mismo Espíritu descendió sobre los discípulos;

derramando sobre ellos el entendimiento, los talentos y la confianza que necesitaban para seguir a Jesús. rico, que piensa en acumular riquezas para sí mismo, Jesús nos recuerda la naturaleza pasajera de los bienes terrenales y la precariedad de la vida terrenal (12, 16-21). Finalmente, al asistir a un banquete ofrecido por un prominente jefe religioso, Jesús exhorta a su anfitrión a invitar a los pobres y discapacitados a sus celebraciones, precisamente porque ellos no podrán invitarlo de vuelta (14, 12-14). Una y otra vez, Lucas recuerda a sus lectores que la limosna y la renuncia a las posesiones personales son requisitos ordinarios de aquellos que desean seguir a Jesús. Abierto al espíritu del Evangelio. Al escuchar este Evangelio y rezar con él, podemos apreciar la riqueza de un texto más profundo si continuamos leyendo los pasajes donde Lucas muestra a Jesús, no solo como una figura noble que despierta asombro, sino como un modelo que inspira imitación. ¿Parece imposible? ¿Dónde encontramos la capacidad de entender y el valor para

adoptar los ideales que Lucas ha preservado en estas páginas? No es sorprendente que él haya anticipado esta pregunta y haya entretejido en su Evangelio un elemento importante, un hilo teológico que une a otros de una manera significativa. Este, por supuesto, es el interés silencioso pero perseverante de Lucas en la función que desempeña el Espíritu Santo. Como sucede en el Antiguo Testamento, el Espíritu Santo es el poder de Dios, responsable de la concepción de Jesús y de su unción en el bautismo. El Espíritu lo guía por el desierto y le da el poder para su misión y milagros. Lucas nos dice que, después de la ascensión de Jesús, el mismo Espíritu descendió sobre los discípulos; derramando sobre ellos el entendimiento, los talentos y la confianza que necesitaban para seguir a Jesús, enseñándoles a someter su corazón y mente a él. n El Padre Mindling colabora regularmente con La Palabra Entre Nosotros. Octubre / Noviembre 2021 | 9


Ámense unos a otros

Conocemos a San Pablo como el Apóstol de los gentiles y como un misionero valiente. Pero Pablo también fue un pastor dedicado que enseñó a las personas a vivir su fe en unidad. Les enseñó que, así como Dios había transformado la vida de las personas, también quería transformar sus relaciones personales. Este mes, queremos estudiar la forma en que las palabras de Pablo pueden ayudarnos en nuestras propias 10 | La Palabra Entre Nosotros

relaciones con las demás personas. Comenzaremos con el consejo que dio a su amigo Filemón. Luego veremos cómo trató el asunto de las divisiones entre los cristianos de Galacia. Finalmente, veremos cómo exhortó a los corintios a vencer la enemistad, el escándalo y el pecado. El amor cristiano va más allá de los buenos sentimien-


Ustedes ahora son hermanos

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s uno de los libros más cortos de la Biblia, solamente tiene 335 palabras en griego original. También es el único libro cuyo énfasis es un asunto doméstico: Si un hombre rico debía admitir de vuelta a un esclavo que había escapado. Pero dentro de este drama doméstico se encuentran algunas de las declaraciones más revolucionarias de la Escritura.

La fe en

respetados de su pequeEste libro es la carta de San Pablo a File- Cristo transforma ña comunidad de fe. Es posible que Pablo món, y la revolución nuestras conociera a Filemón que plantea es el efecrelaciones en la ciudad cercana de to radical que la vida Éfeso, donde le predicó en Cristo puede tener en el evangelio (versículo 19). El nuestras relaciones personales. Estudiemos esta carta para ver lo mensaje de Pablo transformó la vida complejas que eran las palabras de de Filemón, y este aceptó la fe en Pablo en ese tiempo, y cómo siguen el Señor Jesús, y Pablo se convirtió siendo complejas para nosotros como en un padre para él. Pero en ese momento, Pablo estaba en prihoy en día. sión, y Onésimo, el esclavo fugitivo El dilema de Onésimo. Según los de Filemón, había acudido a él para estudiosos, Filemón probablemente pedirle ayuda. Pareciera que Onéera un líder de la iglesia en la ciudad simo huyó, habiendo robado algo de Colosas, en lo que actualmente de valor que pertenecía a su dueño. es el suroeste de Turquía. Él y su es- Probablemente fue a ver a Pablo posa, Apia, organizaban las celebra- porque sabía lo mucho que Filemón ciones eucarísticas semanales de la respetaba al apóstol, y sentía temor iglesia en su casa, y eran miembros por el problema en el cual se había Octubre / Noviembre 2021 | 11


metido. Onésimo esperaba que Pa- tud. Simplemente como un hermano blo lo ayudara de alguna manera. en el Señor, así como él era hermano Tal vez Pablo podría convencer a de Pablo en Jesucristo. ¡Eso era revolucionario! Filemón de perdonarlo o al menos disminuir el castigo. Relaciones transformadas. La petiUna petición osada. Hasta el mo- ción de San Pablo a Filemón en reamento, nada parece extraordinario. lidad revela tres giros revolucionaDesde luego, Pablo trató de conver- rios que tienen que ver con la forma tir a Onésimo pues él siempre es- en que se relacionan los hermanos y taba predicando el evangelio. Pero hermanas en Cristo, tanto en aquel Pablo le hizo una solicitud osada a tiempo como ahora. Filemón: • Primero, la relación de Pablo y FileTal vez Onésimo se apartó de món es claramente de afecto fraterti por algún tiempo para que nal, así como de autoridad apostóliahora lo tengas para siempre, ca. Es evidente que Pablo considera ya no como esclavo, sino como a Filemón amigo, “compañero” en algo mejor que un esclavo: el servicio al Señor, “hermano” en como un hermano querido. Yo Cristo (versículos 17 y 20). Se relo quiero mucho, pero tú defiere a él como “querido compañero de trabajo” en la misión de proclabes quererlo todavía más, no solo humanamente sino tammar el Evangelio (versículo 1). Al mismo tiempo, Pablo le dice a Fibién como hermano en el Señor. (versículos 15-17) lemón que “aunque en nombre de Cristo tengo derecho a ordenarte lo ¡Cómo habrá recibido Filemón que debes hacer”, por el amor que esta petición! Como siempre ha su- le tiene a Filemón prefiere rogárselo cedido con la esclavitud, en el Im- (versículos 8-9). Imagina lo radical que esto debe perio romano los cautivos eran conhaber parecido. Pablo, el fariseo que siderados propiedad de sus amos. Tenían pocos derechos, o ninguno, una vez arrestaba a los cristianos, y el castigo por escapar podía ser se- ahora consideraba a este cristiano vero. Pero, Pablo le estaba pidiendo su querido amigo y hermano. Pablo, a Filemón que tratara a su antiguo el judío riguroso, se hizo amigo ceresclavo ¡como a un hermano! Sin cano, prácticamente familia, de este castigo, sin consecuencias, proba- gentil. Había algo en su relación que blemente también sin más esclavi- superó las divisiones tradicionales y 12 | La Palabra Entre Nosotros


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ablo, el fariseo que una vez arrestaba a los cristianos, ahora consideraba a Filemón su querido amigo y hermano.

los unió en una comunión de amor y respeto. • Segundo, la relación de Pablo y Onésimo cambió radicalmente. Antes de su conversión, Onésimo probablemente veía a Pablo como en dos “niveles” por encima suyo. Primero, estaba su amo, Filemón, y luego estaba Pablo por encima de él, a quien su amo claramente respetaba y reverenciaba. Pero, en lugar de ver a Pablo simplemente como el mentor de su amo, lo veía de la forma en que un hijo debe ver a su padre o como un hombre ve a su hermano mayor: más sabio y más maduro en el Señor, pero también como hijo de Dios. Observa, también, cómo las mismas palabras que Pablo había utilizado para referirse a Filemón las usa

ahora para describir a Onésimo. A ambos los llama “querido” (versículos 1 y 16) y ruega a Filemón que acoja a Onésimo como su “hermano”, la misma palabra que utiliza para describir su propia relación con Filemón (7, 16). En la mente de Pablo, los tres son amados por Dios, han sido redimidos por Cristo y estaban llenos del Espíritu Santo. En un mundo como el del Imperio romano, con su rígido sistema de clases y sus inamovibles estructuras sociales, las relaciones como estas eran sin duda importantes para la gente que los rodeaba. • Finalmente, la relación de Onésimo y Filemón estaba ahora a punto de sufrir la revolución más radical de todas. Tal vez siguieron siendo esclavo y amo —eso no lo sabeOctubre / Noviembre 2021 | 13


mos— pero la forma en que se relacionaban cambió por completo. Alguna vez, Filemón consideró a Onésimo como su propiedad, algo que él podía intercambiar o vender. Pero Pablo lo estaba enviando de vuelta para que lo tuviera “para siempre” (versículo 15). Su relación en Cristo es una relación eterna, con el cielo como su meta. Sin importar lo que suceda, ahora están unidos como hermanos y compañeros de trabajo en el Señor. “Si me tienes por compañero” le dice Pablo a Filemón, “recíbelo [a Onésimo] como si se tratara de mí mismo” (versículo 17). Esa palabra “compañero”, resume toda su carta. El término griego es koinonon, que está estrechamente relacionado con la palabra koinonía, que significa “comunidad”, “comunión”, “hermandad”, y poner en común la vida y el corazón de cada uno. Es la misma palabra que utiliza San Juan para describir nuestra relación con Cristo: “Nuestra comunión es con el Padre y con su Hijo Jesucristo” (1 Juan 1, 3). De manera que Pablo está exhortando a Filemón a que trate a Onésimo con el mismo amor, respeto y honor que le tiene a Pablo, puesto que ¡el mismo Jesús murió por cada uno de ellos por igual! Todos son compañeros en Cristo, unidos en él. Juntos forman una hermandad que se eleva sobre todas las 14 | La Palabra Entre Nosotros

otras formas de ver sus relaciones. Como le dijo Pablo una vez a los cristianos de Galacia: “Ya no importa el ser judío o griego, esclavo o libre” (Gálatas 3, 28). O para ponerlo en un vocabulario contemporáneo, no existe el “nosotros” ni tampoco el “ellos” en la Iglesia; solamente existe el “nosotros”. Aquel que nos mantiene unidos. Hay una cuarta persona además de Pablo, Filemón y Onésimo. En el trasfondo de esta carta y el más importante de todos, está el Señor Jesucristo. Su muerte y resurrección cambiaron la vida de cada uno de los discípulos y la relación que tenían entre ellos. Pablo, Filemón y Onésimo aceptaron a Jesús como su Salvador, aquel que perdonó sus pecados y les abrió el cielo. Y esa experiencia del amor de Dios, el mismo amor ilimitado y ofrecido a cada uno de ellos, los unió en formas en que la clase, la etnia o el estatus no podrían haberlo hecho. Esta experiencia de unidad era la misma experiencia que muchos en la Iglesia primitiva conocieron: Gentiles y judíos que se hicieron hermanos. Esclavos y amos que se convirtieron en compañeros en el Señor. Ricos y pobres que alababan a Dios juntos. Ciudadanos romanos que pertenecían a la misma familia de fe que los extranjeros que no


E

L AMOR de Cristo pertenece a todos, en todo lugar y en igual medida. gozaban de los privilegios de la ciudadanía. Todo esto sucedió porque Jesús los redimió a todos del pecado y les ofreció a todos la ciudadanía plena en su reino. Relaciones regidas por el amor. Radical, revolucionario, sin precedentes: Estas son algunas de las palabras que la gente ha utilizado para describir el mensaje de la carta de San Pablo a Filemón. La división, el estatus y la clase social y el poder eran los motores que impulsaban el mundo antiguo, y lo siguen haciendo en la actualidad. Mientras el mundo se esfuerza por una inclusividad que rompa con estas barreras, esta sencilla carta

personal nos muestra que la fe en Jesús y la confianza en el Espíritu Santo son lo que verdaderamente vence las divisiones y produce la unidad real. Al conocer personalmente al Señor Jesús, nuestra fe nos exhorta a transformar nuestras relaciones. El amor de Cristo pertenece a todos, en todo lugar y en igual medida. Es el amor que perdona a un esclavo que ha huido. Es el amor que sana las relaciones dañadas. Es el amor que supera las diferencias étnicas, financieras o educativas. El amor transformador de Cristo hace a todos aquellos que lo acepten hermanos iguales de una sola familia, el pueblo de Dios. n Octubre / Noviembre 2021 | 15


El fruto del Espíritu es paz

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V

imos en el primer artículo lo revolucionaria que fue la carta de San Pablo a Filemón. Pablo no solo le pidió a Filemón que rechazara las divisiones tradicionales y aceptara de nuevo a un esclavo que había huido, sino que también le pidió que recibiera al esclavo como a su propio hermano en el Señor. Pablo tuvo el atrevimiento de hacer esta solicitud a Filemón porque sabía que su experiencia de fe en Jesucristo había transformado la relación que tenían entre ellos.

Un pueblo

judíos como ellos necePablo enfrentó situaciones similares en tounido por el sitaban aceptar la cirdas las comunidades cuncisión y cumplir la amor de cristianas. Es más, una ley de Moisés. Decían de sus principales preoque no era suficiente Cristo experimentar la convercupaciones era mantener unidas a las iglesias nuevas sión y ser bautizados. Según y por eso exhortó a los creyentes a ellos, los gentiles debían convertirperseverar en el amor recíproco. Un se al judaísmo si querían obtener ejemplo notable es la iglesia en la una salvación plena. Naturalmente, provincia romana de Galacia. Para esta falsa enseñanza provocó mucha estos creyentes, el asunto no tenía confusión y tensión. ¿No eran sufique ver con esclavos que se escapa- cientes la muerte y la resurrección ban o con divisiones económicas. de Jesús para salvar a los gentiles? La tensión fue tan fuerte que Sino más bien con la enemistad entre judíos y gentiles a lo largo de los comenzaron a pelear entre ellos, siglos. Y en el centro de su lucha se “mordiéndose y devorándose”, encontraba la cuestión fundamental como lo dijo Pablo. Él temía que, si esta lucha continuaba, terminade lo que significaba ser cristiano. rían destruyéndose unos a otros La iglesia en Galacia. ¿Qué sucedió (Gálatas 5, 15). Como respuesta, San Pablo esen Galacia? Parece que algunos judíos convertidos que venían de Je- cribió una apasionada carta suplirusalén habían visitado esta iglesia cando a los gálatas que renunciaran y estaban enseñando que los cris- a esta falsa enseñanza y se trataran tianos que no eran originalmente unos a otros, y a todos sus hermanos Octubre / Noviembre 2021 | 17


en Cristo, según la guía del Espíritu. Él sabía que si ellos se comprometían nuevamente a dejarse guiar por el Espíritu Santo, sus relaciones serían completamente diferentes. No estarían caracterizados por el “odio, la discordia, los celos, los arrebatos de ira, las rivalidades y las disensiones”, sino por el “amor, la alegría, la paz, la paciencia, la amabilidad, la bondad, la fidelidad, la humildad y el dominio propio” (v. Gálatas 5, 20. 22-23). Si ponemos atención a los problemas de los gálatas, probablemente llegaríamos a la conclusión de que el fruto del Espíritu que más necesitaban era la paz. De igual manera, si pensamos hoy en nuestro mundo, que está sumamente dividido, podríamos llegar a la misma conclusión. Todos necesitamos aprender a vivir en paz, pero, ¿cómo podemos aprender a crecer en la paz que viene del Espíritu Santo? ¿Qué es la paz? Veamos algunas acciones que los gálatas podrían haber hecho para lograr la paz y que nosotros también podemos adoptar en las relaciones con nuestros hermanos en Cristo. Fundamentalmente, la paz es mucho más que simplemente la ausencia de conflicto. Todos conocemos la tendencia que tenemos a ocultar los desacuerdos detrás de un rostro calmado cuando estamos frente a una 18 | La Palabra Entre Nosotros

persona con la que tenemos algún problema. También sabemos lo difícil y poco saludable que puede ser reprimir los sentimientos por largo tiempo. Tarde o temprano, los verdaderos sentimientos pueden salir o incluso explotar. La paz de Cristo no es esta clase de calma antes de la tormenta. Más bien, es la paz que resulta de vivir relaciones buenas y saludables con los demás. Es la paz que nace del compromiso cristiano con los demás. Pablo imploró a los gálatas: “No seamos orgullosos, ni sembremos rivalidades y envidias entre nosotros” (5, 26). Esto puede suceder si ignoramos nuestro llamado a ser humildes con los demás y a respetarnos unos a otros como hijos de Dios. Sin esto, nos arriesgamos a concentrarnos en nuestras diferencias o a compararnos con los demás. Esto no siempre es fácil. Tal vez alguien nos ha hecho daño a nosotros o a un ser querido. O quizá simplemente no podemos estar de acuerdo con alguien respecto a un asunto en particular, y nuestro desacuerdo crece y comienza a cobrar vida por sí mismo. Los conflictos son, después de todo, una parte normal de la vida. Pero, ¿qué podemos hacer cuando la paz se rompe? ¿Cómo podemos resolver los conflictos de tal manera que se produzcan sanación y unidad?


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A PAZ de Cristo es la paz que resulta de vivir relaciones buenas y saludables con los demás. ¿Bueno o malo? Una de las cosas más importantes que podemos hacer es dar un paso atrás y preguntarnos: “¿Cuál es la verdadera razón por la que estamos discutiendo?” Resulta tentador mantenernos en nuestra posición simplemente porque no deseamos perder. O es posible que hayamos convertido un asunto menor en un problema mucho más grande de lo que realmente es. De modo que hacer una breve pausa siempre es útil, es un momento para conectarse nuevamente con el Señor y pedirle que nos ayude a ver el problema a través de sus ojos. Si nos hacemos a un lado, podemos observar si desde la perspectiva de Dios algo es bueno o malo, o si por el contrario es un asunto en el

que podemos estar de acuerdo o en desacuerdo. Por ejemplo, cuando San Pablo escribió a los gálatas, él entendía que algo fundamental estaba en juego: ¿Es suficiente el sacrificio de Jesús, o tenemos que añadirle algo? Desde luego, él conocía la respuesta. Solamente Jesús puede vencer al pecado y rescatarnos de la muerte. Este era un asunto de verdad básica, de lo que es cierto o falso. Podría no existir un acuerdo aceptable, especialmente entre aquellos que se dicen cristianos. Así que Pablo abordó este asunto directamente. De forma similar, cuando no estamos de acuerdo en un asunto que es correcto o incorrecto hay que ser directos, amorosos y respetuosos, Octubre / Noviembre 2021 | 19


pero firmes. Por ejemplo, el aborto siempre es malo. Lo mismo sucede con el adulterio, el robo y con faltar el respeto al Señor de forma abierta y activa. En situaciones como estas, no debemos simplemente esperar a que la otra persona cambie. Esto fue lo que Pablo aconsejó a los gálatas: “Si ven que alguien ha caído en algún pecado, ustedes que son espirituales deben ayudarlo a corregirse. Pero háganlo amablemente; y que cada cual tenga mucho cuidado, no suceda que él también sea puesto a prueba” (Gálatas 6, 1). Al mismo tiempo, debemos estar preparados para pedir perdón si vemos que de alguna forma podemos haber contribuido al problema, y preparados para perdonar aquello que nos hayan hecho a nosotros. En esa atmósfera de apertura y humildad, el Espíritu Santo puede ayudarnos a trabajar juntos para lograr la reconciliación. ¿Bueno o mejor? Sin embargo, es poco común que nuestros conflictos se relacionen con lo bueno o malo, o con lo correcto o incorrecto. La mayoría de ellos tienen que ver, más bien, con la prudencia o las preferencias personales. Por ejemplo, tal vez unos esposos están discutiendo si su hijo debe formar parte del equipo de béisbol o del de fútbol. O quizá dos servidores de la parroquia tienen diferencias sobre 20 | La Palabra Entre Nosotros

los himnos que deben elegirse para una Misa especial. Este tipo de situaciones no son ni buenas ni malas, son simplemente un desacuerdo, y son normales, aunque el asunto sea muy importante para nosotros. Tal vez el esposo le dé la razón a la esposa, reconociendo que su hijo se beneficiará tanto en un deporte como en el otro. O tal vez los dos servidores de la parroquia pueden convenir en que su relación y su testimonio cristiano son más importantes, y que ellos encontrarán la forma de llegar a un acuerdo. De nuevo, en estos casos la mejor estrategia se compone de humildad y amabilidad. Si podemos procurar estar “sujetos los unos a los otros, por reverencia a Cristo”, colaboraremos a un ambiente de confianza y respeto mutuo que profundizará los lazos que tenemos entre nosotros (Efesios 5, 21). Para San Pablo, la clave es la paciencia: “Les ruego que se porten como deben hacerlo los que han sido llamados por Dios… tengan paciencia y sopórtense unos a otros con amor” (Efesios 4, 1-2). Soportarnos unos a otros a veces puede ser difícil, pero a menudo es la mejor respuesta. La mayoría de los desacuerdos pueden resolverse si actuamos con paciencia. Muestra un interés genuino por la otra persona, defiende su dignidad y


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esús nos asegura que nunca es demasiado tarde para reconciliarnos. disponte a ayudarle a soportar cualquier carga que pueda tener. Procura ponerte en sus zapatos, y aprovecha toda oportunidad que se presente para atender sus necesidades. Este es exactamente el punto en el cual los gálatas perdieron el rumbo. Estaban peleando en torno a si todos los cristianos debían seguir la ley de Moisés, pero el verdadero problema iba más allá de una cuestión teológica. Más bien era falta de amor. No se estaban tratando unos a otros como verdaderos hermanos. Desde luego la doctrina y la teología son importantes, pero Pablo dejó claro que aún en estas situaciones “toda ley se resume en un solo mandato: ‘Ama a tu prójimo como a ti mismo’” (Gálatas 5, 14). El Espíritu es el pacificador. No siempre es fácil vivir en paz. La tentación del orgullo y de la divi-

sión puede ser fuerte. Debido a que nuestra naturaleza es débil, terminamos sucumbiendo a la tentación y dejamos que de nuestra boca salgan palabras airadas u ofensivas antes de que nos demos cuenta. Pero Jesús nos ha dado su Espíritu, “el vínculo de la paz” (Efesios 4, 3). Así que cuando ofendemos a alguien o le hacemos daño, simplemente debemos pedirle al Señor que nos perdone y hacer lo mismo con la otra persona. Jesús nos asegura que nunca es demasiado tarde para reconciliarnos. Realmente es posible experimentar la paz de Cristo en nuestras relaciones. En el Espíritu Santo, Jesús nos ha dado a todos la gracia que necesitamos para respetarnos unos a otros y nos pide que nos apropiemos de ella. ¡Quiera el Señor que todos seamos un pueblo unido en el amor de Dios! n Octubre / Noviembre 2021 | 21


La más importante es el amor

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a mayoría de nosotros estaría de acuerdo con que el mundo de hoy se caracteriza por la división y el desacuerdo más que por la unidad y los valores en común. Existen tantos puntos de vista distintos, y a menudo las personas se apegan a ellos fuertemente. Es más, la división y las diferencias tienen una tendencia a aumentar y convertirse en discordias y faltas de respeto. A veces, ¡incluso es difícil mantener conversaciones civilizadas! Viendo hacia atrás con nostalgia, podríamos pensar: “¡Si tan solo pudiéramos vivir como la gente de la Iglesia primitiva! Todos estaban unidos en su amor por Cristo y se cuidaban los unos a los otros.” Pero la verdad es que, las divisiones eran tan agudas y dolorosas en ese entonces como lo son ahora.

El fruto del amor

Corinto: Una iglesia dividida. Al igual que los gálatas, de quienes hablamos en el artículo anterior, los cristianos de Corinto también estaban sufriendo por la división y la hostilidad. Corinto era una ciudad populosa y multicultural, llena de personas con una variedad de contextos distintos, así que es fácil imaginar que los miembros de esta iglesia tuvieran diferencias que luego se convertían en discusiones que terminaron causando división. Octubre / Noviembre 2021 | 23


Y eso es exactamente lo que sucedió. Los creyentes comenzaron a discutir sobre la forma apropiada de abordar una relación incestuosa entre dos miembros de la comunidad (1 Corintios 5, 1-5). Había personas que hablaban en lenguas o profetizaban que comenzaron a ver por encima del hombro a aquellos que no ejercían estos dones con tanta libertad (12, 4-24). Las celebraciones de la Eucaristía, que en ese entonces incluían una cena, se convirtieron en ocasiones de enfrentamiento pues los miembros más ricos de la iglesia querían comer antes de que sus hermanos y hermanas más pobres llegaran (11, 17-22). ¡Algunos de ellos incluso se estaban demandando unos a otros en la corte en lugar de intentar resolver sus diferencias como hermanos! Pablo aborda estos asuntos y otros más en su carta, pero en el centro de todos ellos se encuentra su repetida exhortación a que las personas superen sus divisiones como hermanos y hermanas en Cristo. El amor como fundamento. Pablo sabía que el buen consejo, aunque es importante, no es suficiente. La gente necesitaba guía espiritual para que su unidad reposara sobre un fundamento sólido. Así que puso énfasis en la voluntad de Dios de ayudarlos a vivir como una familia en Cristo. Y para lograrlo, destacó 24 | La Palabra Entre Nosotros

que el primer y más importante fruto del Espíritu, el único que tiene el poder de sanar todas sus divisiones es el amor. “El amor jamás dejará de existir” (1 Corintios 13, 8). Y no es cualquier amor. Pablo los llamó a tener un amor radical y comprometido que solamente el Espíritu Santo podía darles. El amor que Pablo enseñó en cada comunidad cristiana no se limita a los sentimientos. La mayoría de los padres estarían de acuerdo con él en este punto. Ellos miden el amor que tienen por sus hijos por el compromiso, no solo por emociones pasajeras. Pueden sentirse exasperados o irritados por las rabietas de su niño pequeño o por una discusión difícil con un hijo adulto, sin embargo, su amor permanece. Es la clase de amor que “todo lo disculpa, todo lo cree, todo lo espera, todo lo soporta” (1 Corintios 13, 7). El fruto espiritual del amor se expresa con acciones, no solamente con palabras. ¿Cómo es entonces tener el amor, el fruto del Espíritu, activo en nuestra vida? Por un lado, el amor contiene el otro fruto del Espíritu dentro de sí mismo. “El amor es paciente, es bondadoso” (1 Corintios 13, 4). El amor cristiano “no se alegra de la injusticia, se alegra con la verdad” (1 Corintios 13, 6). No se comporta con “rudeza” ni tampoco es “egoísta” respecto a las necesidades de los demás. No se “enoja”


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uando nos preocupamos por alguien más en lugar de nosotros mismos, nuestro corazón se ablanda.

ni “guarda rencor” (13, 5). Claramente, el amor es una decisión de poner al otro primero que nosotros, especialmente cuando no nos nace hacerlo o cuando sentimos que esa persona nos ha causado daño. Pablo sabía que si los discípulos de Corinto le daban a esta clase de amor la mayor de las prioridades en lugar de sus controversias y divisiones, encontrarían su camino de vuelta a la unidad y la paz. Amar a través del servicio. San Pablo entendió que la clave para mantenerse unidos en el amor era a través del servicio y de la donación de sí mismo. Él quería que todos los cristianos de Corinto se sirvieran unos

a otros, y que lo hicieran de una manera que resultara útil y constructiva. “Hay diferentes maneras de servir”, escribió, pero “un mismo Señor” (12, 5). Pablo quería que los corintios imitaran a Jesús, que no “vino para que lo sirvan, sino para servir” (Marcos 10, 45). La experiencia nos dice que cuando nos preocupamos por alguien más en lugar de nosotros mismos, nuestro corazón se ablanda. Así como un esposo entrega su vida por su esposa todos los días, de formas prácticas y viceversa, así los hermanos y hermanas en Cristo deben estar dispuestos a entregar su tiempo y energía para ayudarse unos a otros. Esto es doblemente cierto si Octubre / Noviembre 2021 | 25


dejamos de lado nuestros intereses para hacer algo bueno por alguien con quien no estamos de acuerdo. Cualquier orgullo o terquedad que haya en nuestro corazón puede abrir espacio a la compasión, la caridad y una mente abierta. Si pudiéramos aprender a amarnos unos a otros al servirnos mutuamente, veríamos una disminución dramática de divisiones en medio de las familias así como las parroquias. Los resentimientos guardados por mucho tiempo podrían abrir paso al perdón. El espíritu de juicio podría transformarse en espíritu de entendimiento y paz. De manera que, promueve el bienestar de las personas que te rodean, especialmente aquellos más inmediatos como tu familia o parroquia. Pon a un lado tus intereses para hacer el bien por ellos. Busca formas de cuidar de las personas que son diferentes a ti de alguna manera o alguien a quien te es difícil aceptar. Sé práctico, humilde y dispuesto a ayudar. Procura sembrar paz para que las discordias disminuyan. ¡Y no te sorprendas si terminas amando a esas personas mucho más de lo que las amas ahora! Jesús: El mayor signo de amor. Pablo le dijo a los corintios que el amor es el “más importante” de todos los dones que Dios puede concedernos (1 Corintios 13, 13). 26 | La Palabra Entre Nosotros

En realidad, si lees cualquiera de sus cartas, verás a Pablo enseñando que la mayor expresión de este amor es Jesús. Cada día en que estuvo en esta tierra, Jesús demostró su amor a través de sus palabras y acciones: Curando a los enfermos, perdonando a los pecadores y proclamando la promesa del cielo. Seguramente hubo días en que se sintió exhausto, pero perseveró. Con seguridad en otros momentos se sintió frustrado debido a la débil fe de sus discípulos, pero aun así continuó enseñándoles. Luego, llegado el momento, les dio la mayor muestra de amor posible: Se sometió a sí mismo a la cruz. De todas las formas posibles, Jesús nos mostró a los cristianos que el amor se demuestra en el servicio cotidiano. Por ejemplo, podemos imaginar lo hermoso y conmovedor que fue el gesto de Jesús de lavar los pies a sus discípulos. Pero lavar los pies de alguien era una labor sucia y humilde. Estaba reservada ya fuera para que la realizaran los esclavos de la casa o que la persona misma se ocupara de limpiarse. Luego, cuando terminó, le dijo a sus discípulos: “Pues si yo, el Maestro y Señor, les he lavado a ustedes los pies, también ustedes deben lavarse los pies unos a otros” (Juan 13, 14). Dejó claro que a veces el amor cristiano es un trabajo de


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l estar conectados con el Espíritu todos los

días, nos resultará más sencillo servirnos unos a otros, perdonar a aquellos que nos han hecho daño y tratar a todos con bondad y amabilidad. poco valor y otras veces es un trabajo sucio, pero es el llamado más grande que alguno de nosotros pueda tener. Amor: Un fruto del Espíritu. Pablo fue enfático en que el amor que él estaba exhortando a los corintios a adoptar era el amor perfecto e infinito de Dios. Dejó claro que amar a nuestros hermanos en Cristo no solamente depende de nuestras propias decisiones y capacidades humanas sino del amor con que “ha llenado… nuestro corazón por medio del Espíritu Santo” (Romanos 5,

5). O como escribió San Juan: “Nosotros amamos porque él nos amó primero” (1 Juan 4, 17. 19). Al estar conectados con el Espíritu todos los días, nos resultará más sencillo servirnos unos a otros, perdonar a aquellos que nos han hecho daño y tratar a todos con bondad y amabilidad, sin importar cómo seamos tratados nosotros. No siempre es fácil, y esto no resolverá todos los problemas, pero podemos confiar en que el Espíritu Santo está cerca para fortalecernos y darnos la gracia de seguir adelante. n Octubre / Noviembre 2021 | 27


Descubrir la gracia de las “pausas para rezar”

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o había llegado al límite. Mi esposo y yo estábamos teniendo problemas con un familiar que estaba en prisión. Apoyábamos a mi suegro enfermo, dábamos clases en casa a nuestros hijos, cumplíamos con las actividades de la iglesia, teníamos nuestros respectivos trabajos y procurábamos mantener el ritmo de la vida familiar cotidiana. Simplemente, me sentía abrumada.

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Tentada a escapar. Empecé a en- estaban ahí, así que era fácil desfrentar esta situación reaccionando ahogar mis frustraciones sobre ellos. emocionalmente. El estrés me con- Cuando regresé a casa esa noche, ducía al enojo, lo que ponía al sin embargo, todos estaban ’Neil límite a todos los demás O dormidos. Yo estaba sola th en la casa también. con mis pensamientos El antídoto Una tarde en que y emociones. me sentía especialque descubrí para mente irritable, me Mirar al rey David. la caótica vida percaté de que uno En el silencio de la de mis hijos, quien familiar noche, decidí sacar debía estar haciendo mi Biblia. Esperaba su trabajo de la escuela, leer algo que calmara mi perdía el tiempo. Empecé corazón ansioso y palpitante. a hablarle de mal modo, bueno, es La abrí en 1 Crónicas 16, que deprobable que en realidad le hubiera scribe la eufórica celebración que gritado: “¿Qué crees que estás ha- se llevó a cabo cuando el rey Daciendo?” vid llevó el arca de la alianza a su

Mi voz incluso asustó al perro que corrió y se escondió debajo del sofá. No fue bonito. No podía esperar para irme al trabajo esa noche. Yo trabajaba afuera de casa en un centro de llamadas durante tres horas y media cada noche. Era una bendición, tanto por el ingreso adicional como por el respiro que me daba de mi esposo y mis hijos. No importaba que ellos no fueran la causa de mi tensión. Simplemente

legítimo lugar de veneración en Jerusalén. Fue un día de consagración y de alegre compañerismo con Dios y con los demás. David se aseguró de que todo el pueblo participara en la santa ocasión repartiendo porciones de carne, un regalo raro para tanta gente. Era como si los israelitas fueran invitados a la fiesta de Dios. Sin embargo lo que más me fascinó fue una pequeña frase que Octubre / Noviembre 2021 | 29


se encontraba al final. Concluía de esta manera: “Después todos se volvieron a sus casas, y también David volvió a su casa para bendecir a su familia” (16, 43). Esa frase “volvió a su casa para bendecir a su familia” llamó mi atención. Me maravillé de cómo un hombre como David podía cumplir con sus obligaciones reales, guiar a los israelitas para alabar a Dios y todavía ir a casa al final del día para “bendecir” a su propia familia. Conforme el Espíritu Santo le dio vida a este versículo, mis pensamientos se volvieron lentamente hacia mi propio desorden de una noche. A diferencia de David, yo no había estado poniendo a Dios en el centro de mi vida laboral, de mi hogar y de mis responsabilidades. Al contrario, tenía el hábito de regresar a mi casa a quejarme de mi día y de todo lo que había salido mal. Yo sabía en mi corazón que necesitaba hacer cambios si quería bendecir a mi familia como David había bendecido a la suya. Más fácil decirlo que hacerlo. A la mañana siguiente, me levanté temprano y preparé el desayuno para mi familia. Comimos juntos e incluso rezamos un poco antes de que todos nos dedicáramos a nuestros propios quehaceres. Tuve que levantarme más temprano de lo normal, pero parecía ser un paso 30 | La Palabra Entre Nosotros

pequeño y significativo para bendecir a mi familia. Hasta cierto punto ayudó, pero desafortunadamente no fue la cura definitiva. Después de unas semanas, surgieron nuevas presiones, y yo me sentía de nuevo irritable y con mal temperamento. El familiar encarcelado terminó su condena y regresó a la ciudad con muchas necesidades. Una de nuestras hijas adolescentes estaba teniendo mal comportamiento, todo se convertía en una discusión y parecía que, a sus ojos, yo no podía hacer nada bien. Para el momento en que mi esposo regresaba a casa del trabajo, yo estaba preparada para arremeter de nuevo. Una vez más, me encontré luchando con el deseo de ser una bendición para mi familia. Después de un par de tensas discusiones con mi esposo, decidimos sentarnos a conversar. Ambos sentíamos que el demonio estaba tratando de separarnos como matrimonio y como familia. Ninguno de los dos quería que eso pasara y sabíamos que necesitábamos la ayuda de Dios. No era algo que yo pudiera hacer sola. Momento a momento, con Dios. Así que empecé algo nuevo. Decidí tomar un “tiempo fuera” cuando una situación caótica amenazara con sacarme de balance. Me iría a mi habitación, sola, a rezar por unos minutos, justo en medio del


“Después todos se

volvieron a sus casas, y también David volvió a su casa para bendecir a su familia” (1 Cr 16, 43).

problema. Dar un paso al lado a menudo me ayudaba a calmarme, buscar la ayuda de Dios y ver las cosas desde su perspectiva. Encontré que estos momentos eran refrescantes y purificadores. Dios podía hablar a mi corazón y ayudarme a encontrar formas nuevas de hablar y relacionarme con mi familia, especialmente en situaciones de tensión. Y había muchas de estas situaciones. Pero aprendí algunas cosas en el proceso. Aprendí que me gusta arreglar cosas, pero que no puedo arreglarlo todo. En lugar de preocuparme y tratar de controlar a nuestro familiar que salió de prisión, lo que debo hacer es rezar por él. En vez de hacer todo lo que esté a mi alcance para

mantener sano a mi suegro, debo aceptar su debilidad física. En lugar de simplemente tratar de frenar el comportamiento de mi hija adolescente, puedo intentar ayudarla a madurar en su relación con Cristo. Al volverme cada vez más hacia el Señor, todavía veo que no tengo todo lo que necesito para ser una mamá paciente y una esposa amorosa por mis propios medios. Pero con la ayuda de Dios, puedo pensar de forma distinta y finalmente tratar distinto a las personas. Puedo invitarlo a guiar cada uno de mis sentimientos y mis reacciones. n

Ruth O’Neil vive en Lynchburg, Virginia con su esposo y tres hijos. Octubre / Noviembre 2021 | 31


Bajo la protección del apóstol Santiago Descubrí al santo que salvó a mi pueblo

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Por Kathy Snider

e detuve frente a la pequeña iglesia católica y contemplé la estatua de un hombre que montaba un caballo blanco, y empuñaba una espada. “¿Él es el Apóstol Santiago?”, pregunté. “Sí, hermana”, respondió Juan, el amable hombre que se encontraba a mi lado. 32 | La Palabra Entre Nosotros


Yo acababa de llegar a Santiago de Ixcán, un pueblo remoto en Guatemala. Juan, un catequista local, me acompañaba mientras yo estaba frente a la estatua antes de reunirme con todos los catequistas de la parroquia. Llegué ahí como parte de mi trabajo como agente pastoral para la parroquia Cristo Redentor en el pueblo de Playa Grande, Ixcán, a unas seis horas de distancia. Encontré a mi nueva familia. Yo sabía, por lo que dicen los Evangelios, que Santiago era un pescador que dejó todo para seguir a Jesús, que era uno de sus más cercanos seguidores y que había sido martirizado. Pero lo que no sabía es quién era él para mí hasta que vine a Santiago de Ixcán. Este pueblo es el hogar de unas trescientas familias indígenas: Agricultores pobres que para subsistir cultivan maíz y frijoles en la selva de Ixcán en el noroeste de Guatemala.

La iglesia en Santiago es principalmente dirigida por líderes laicos y catequistas, un sacerdote llega a la comunidad solamente cada seis semanas. Los líderes laicos dirigen las actividades de la iglesia, dan mantenimiento al edificio y a los terrenos de la parroquia y organizan los servicios eucarísticos, las reuniones de oración carismática y la Hora Santa de cada semana. Además, viajan a Playa Grande para recibir formación con

regularidad. Durante mi visita, un líder laico llamado Agustín me invitó a quedarme a vivir ahí con ellos. Asombrada, pensé ¿vivir aquí? El pueblo era remoto y solo se puede llegar a él a pie o en mula. Pero después de un mes de meditar al respecto, escuché la llamada de Dios y decidí aceptar la invitación. Ahora camino junto con la gente de Santiago Ixcán, compartiendo sus alegrías y tristezas y ayudándolos en sus necesidades espirituales y materiales. Mi principal trabajo es asistir a las personas que vienen a mi puerta con distintas necesidades incluyendo fondos para transporte de emergencias médicas, alimentos y hospedaje; un programa de becas y una microempresa para mujeres que son tejedoras y hacen joyería. También llevo la Comunión a los enfermos y rezo con ellos, dirijo los grupos de mujeres para compartir la fe y ofrezco dirección espiritual. A su vez, ellos me ayudan a mí. No tengo suficientes palabras para explicar la forma en que el pueblo de Santiago Ixcán me ha ayudado. Basta con decir que, ellos se han convertido en mi familia. Un santo durante la Violencia. Como católica, creo en la intercesión de los santos patronos, que nos protegen y nos guían y rezan por nosotros ante Dios. Comprendí claramente esta Octubre / Noviembre 2021 | 33


“Rezamos el Rosario veinticuatro horas al día, por turnos, durante cinco meses.” verdad a través del testimonio del violencia. Así que optaron por lo que pueblo de Santiago Ixcán. Esto fue mejor sabían hacer: Rezar. lo que ellos me contaron: Los líderes dividieron a los homEn 1982, necesitaron la interven- bres, las mujeres y los niños de la ción del apóstol Santiago. Su vida era comunidad en grupos, rezaron a lo difícil: El pueblo carecía de caminos, largo del día y de la noche en difeelectricidad, teléfonos y un hospital. rentes turnos. “¿Qué pidieron?”, pregunté. El intenso calor tropical y la humedad, junto con el lodo que se forma “Que Dios nos salvara del enemigo, durante la estación lluviosa, repre- y si no, que nos preparara para morir”, sentaban una dificultad incluso para me dijo don Miguel, uno de los cateel más fuerte entre ellos. Además, lle- quistas y líderes del pueblo. “¿Cómo rezaron?” vaban ya veintidós años envueltos en la Violencia, una guerra civil que en “Rezamos el Rosario veinticuatotal duró treinta y seis años. tro horas al día, por turnos, durante Aterrorizados después de que dos cinco meses.” de los líderes de la iglesia de Santiago Al mismo tiempo, los militares fueron asesinados, el pueblo se reunió guatemaltecos estaban quemando en el templo y la escuela de la villa. y destruyendo el pueblo vecino, Se estaban quedando sin alimentos a tan solo dos horas de camino y no podían salir de ahí debido a la a pie. Los pobladores podían ver 34 | La Palabra Entre Nosotros


Una gruesa neblina descendió sobre el lugar. Dentro de la nube, pudimos ver a un hombre montado sobre un caballo blanco. Estábamos aterrorizados. el humo negro subiendo hacia el cielo y sabían que seguían ellos. El capitán del ejército que dirigía el escuadrón de hombres les había ordenado “destruir Santiago Ixcán”. Después de la guerra, un exsoldado de ese escuadrón le contó esta historia a un habitante del pueblo: Teníamos órdenes de destruir el pueblo. Pero de pronto algo extraño sucedió. Una gruesa neblina descendió sobre el lugar. Dentro de la nube, pudimos ver a un hombre montado sobre un caballo blanco. Estábamos aterrorizados. No estábamos familiarizados con esta parte de la selva, no podíamos ver bien y estábamos desorientados. Nuestro jefe se comunicó con su comandante por medio de un radio: “¡Estamos perdidos! ¡No podemos ver nada con esta neblina!” La voz al otro lado ordenó con fuerza: “¡Abandonen la misión, den la vuelta!” Los pobladores de Santiago Ixcán están convencidos de que el hombre

misterioso sobre el caballo blanco era el apóstol Santiago. Él fue la razón por la cual su pueblo no fue reducido a cenizas. Él me protege. Llegué a Santiago Ixcán dos años después de que la guerra terminó, pero los peligros aún estaban presentes y continúan hasta la actualidad. Aunque los soldados uniformados ya no recorren la selva, grupos de hombres armados asaltan a los vehículos de transporte público y amenazan a aquellos que van de viaje, incluso a mí. A veces, cuando viajo temprano en la mañana, cuando aún está oscuro, en un microbus o un camión, siento que unos hombres enmascarados y armados me esperan a la vuelta del camino. En esos momentos de temor, imagino a Santiago montado en su caballo blanco galopando al lado de mi vehículo, con su espada en la mano. Él vuelve su cabeza hacia mí con una mirada que dice “yo te protejo”. Luego respiro profundamente y me acomodo en mi asiento, mi cabeza descansa contra la ventana y el temor se va. Me confío en las manos de Dios bajo la protección de Santiago. Junto con los habitantes de Santiago Ixcán, él es mi ayuda y compañero en mi caminar hacia Dios. n

Kathy Snider ha servido al pueblo de Santiago de Ixcán, Guatemala, por más de veinte años. Octubre / Noviembre 2021 | 35


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E D I T A C I O N E S

de octubre, viernes Baruc 1, 15-22 Nos sentimos hoy llenos de vergüenza. (Baruc 1, 15) Probablemente todos podemos identificarnos con los israelitas de la primera lectura de hoy. ¿Quién no ha sentido vergüenza por cometer un error? Todos podemos sentirnos avergonzados en algún momento, y esto va más allá del remordimiento. Cuando comprendemos que nos hemos equivocado, sentimos culpa. La vergüenza, sin embargo es lo que sentimos cuando permitimos que nuestros errores nos definan. Es el sentimiento que surge cuando creemos que hay algo deshonroso e inaceptable en lo que somos, no solo en lo que hemos hecho. Puede hacernos sentir que no merecemos ser amados e impedirnos acudir a Dios en busca de ayuda. Esa fue la situación en la que se encontraron los israelitas en el exilio en Babilonia. Comprendieron que su pecado había provocado la destrucción de Jerusalén. Aferrándose a su fe, siguieron reuniéndose para leer la palabra de Dios y ofrecer plegarias sinceras, pero sentían el peso de la vergüenza sobre sus hombros. Guardaron luto por la muerte de muchas personas y se lamentaron por el hecho de que podrían haber evitado el saqueo de Jerusalén si hubieran obedecido la palabra de Dios. 36 | La Palabra Entre Nosotros

Pero luego algo sucedió. En lugar de quedarse atrapados en la vergüenza, se volvieron a Dios arrepentidos, “no te presentamos nuestra súplica por los méritos de nuestros antepasados” (Baruc 2, 19). Ellos confiaron en que Dios mantendría su alianza con ellos a pesar de sus pecados (2, 27. 35).Y así fue, con el tiempo, el exilio terminó y ellos regresaron a reconstruir Jerusalén. Al enviar a Jesús, Dios removió nuestra culpa y nuestra vergüenza. Jesús lavó todos nuestros pecados y “soportó la cruz, sin hacer caso vergonzoso de esa muerte” (Hebreos 12, 2). Ahora él quiere recordarnos que no nos condena. No tenemos que vivir más bajo el peso de la vergüenza. Si tú, al igual que los israelitas, sientes el peso de la vergüenza, tal vez Dios te está invitando a acudir al Sacramento de la Reconciliación, a quitarte ese peso de encima. Confiesa todo aquello que te pese. Luego pídele a Dios que te quite la culpa y la vergüenza. Y respira profundo en alivio y gratitud mientras escuchas al sacerdote decir: “Yo te absuelvo de tus pecados.” “Señor, te ruego que me ayudes a acudir a ti en busca de misericordia, para quedar libre de la vergüenza.” ³³

Salmo 79 (78), 1-5. 8. 9 Lucas 10, 13-16


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E D I T A C I O N E S

de octubre, sábado Santos ángeles custodios Mateo 18, 1-5. 10 Sus ángeles, en el cielo, ven continuamente el rostro de mi Padre, que está en el cielo. (Mateo 18, 10) Jesús siempre tuvo una sensibilidad especial por los niños, los amaba muchísimo. Cuando sus discípulos creyeron que él estaba demasiado ocupado para atender a un grupo de niños, Jesús los recibió (Mateo 19, 14). El Señor los elogió e instruyó a los adultos a ser como ellos (18, 3): “Quien se haga pequeño como este niño,” dijo, “ese es el más grande en el Reino de los cielos” (18, 4). Lo que a Jesús le gustaba de ellos no era su inmadurez, sino su humilde dependencia. Pero, ¿no se supone que los adultos se vuelven independientes conforme maduran? ¡Sí, por supuesto! Por eso en cada etapa de la vida, debemos aprender a ser dependientes de Dios, así como un niño depende de sus padres. Es más, dependemos de Dios mucho más de lo que podríamos creer, incluso dependemos de él para respirar. Esa es la razón por la cual Dios nos da ángeles guardianes, para ayudarnos a recordar que dependemos de nuestro Padre celestial. Es fácil pensar que no necesitamos mucho a Dios, especialmente cuando las cosas están saliendo bien. Si somos bendecidos con buena salud,

una familia feliz y comodidades básicas, podemos adormecernos en la autoconfianza y no prestarle a Dios la atención suficiente. A veces, entre más bendiciones recibimos, más nos olvidamos de que necesitamos a Dios. Aun cuando nuestras circunstancias cambian, nuestra primera reacción puede ser tratar de confiar en nuestros propios recursos. Y sin embargo, ¡Dios nos da muchas bendiciones! Cuando olvidamos presentar ante él nuestras necesidades, somos como las personas que viven de una dieta de subsistencia cuando podríamos estar disfrutando de un banquete. Cada día él desea darnos su gracia, su fuerza, su sabiduría y su protección. Incluso ha asignado a un ángel para que nos cuide todos los días de nuestra vida. Hoy, ya sea que te sientas fuerte o necesitado, recuerda que tú eres el hijo amado de Dios. El Señor desea que te apoyes en él para que pueda bendecirte. ¡Incluso te ha asignado a tu propio ángel especial para que te ayude y te guíe! “Amado Señor, te necesito. Te ruego que no permitas que me olvide de todas las bendiciones que deseas darme cada día.” Baruc 4, 5-12. 27-29 Salmo 69 (68), 33-35. 36-37

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MEDITACIONES OCTUBRE 3-9

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de octubre, domingo Génesis 2, 18-24 No es bueno que el hombre esté solo. (Génesis 2, 18) ¿Te da la impresión de que Dios creó a Adán y luego se dio cuenta de que faltaba algo? Quizá se dio cuenta de que este hombre necesitaba una pareja, así que decidió sacarle una de sus costillas y crear un ser igual a él. Desde luego, sabemos que Dios no cometió un error, él creó a nuestros primeros padres exactamente como tenía planeado hacerlo. Al decir “No es bueno que el hombre esté solo”, estaba declarando una verdad eterna. Fuimos creados para vivir en comunidad. Esta verdad fundamental es la razón por la cual los hombres y las mujeres se casan y tienen hijos. Y por eso también, tienen vecinos, parroquias, estadios deportivos y restaurantes. ¡Nos necesitamos unos a otros! Dios nos ha dado a todos el deseo de entregarnos los unos a los otros. Y necesitamos recibir a otras personas en nuestra vida para sentirnos humanos. Esta es la razón por la cual resulta tan doloroso cuando un matrimonio termina en divorcio. Nos hemos entregado 38 | La Palabra Entre Nosotros

tanto el uno al otro, y de una forma tan íntima, que nos sentimos traicionados, rechazados y solos. En lo profundo de nuestro corazón, comprendemos que no es bueno estar solo, y eso nos duele. Si tu matrimonio va bien, ¡alabado sea Dios! Sigan amándose y cuidándose mutuamente. Si tu matrimonio está atravesando dificultades, ¡no te rindas! Permite que otras personas les ayuden: Tal vez el párroco, un matrimonio con más años o un consejero. Ni tú ni tu esposo o esposa tiene por qué luchar por sus propios medios. Si estás divorciado, ¡no te desanimes! Tu historia no ha terminado, Dios no te ha rechazado. El Señor nunca dejará de amarte. A tu alrededor hay personas preparadas para ayudarte, personas a través de las cuales puedes sentir el amor y la presencia de Jesús. Dios no desea que ninguno de nosotros esté solo; él está caminando a tu lado y ha enviado personas que caminen a tu lado también. El Señor te ama mucho como para abandonarte. “Señor, te ruego que aquellos que se sienten solos, puedan recordar siempre que tú estás a su lado.” ³³

Salmo 128 (127), 1-6 Hebreos 2, 9-11 Marcos 10, 2-16


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de octubre, lunes Lucas 10, 25-37 Lo vio y pasó de largo. (Lucas 10, 31) En la parábola de Jesús, el sacerdote y el levita pasaron de largo al ver a un hombre al lado del camino que había sido asaltado, golpeado y dejado inconsciente. No sabemos por qué estos dos hombres continuaron su camino, tal vez iban apurados a algún lugar o simplemente tuvieron miedo de detenerse y ser asaltados y golpeados también. Quizá simplemente no les importó. Solamente el samaritano estuvo dispuesto a sacrificar su tiempo y dinero para salvar al hombre. Es posible que hoy cada uno de nosotros “pase de largo” frente a la necesidad de otra persona. Aunque podría ser alguien literalmente abandonado al lado del camino, también podría ser un compañero de trabajo que está luchando contra la soledad. O alguien que vive en nuestra propia casa, como un adolescente que está preocupado o ansioso. ¿Cómo nos relacionaremos con estos “prójimos” a quienes Jesús nos está pidiendo que amemos (Lucas 10, 27)? ¿Podríamos comenzar sentándonos al lado de nuestro compañero de trabajo en el comedor y conversar? ¿Podríamos dedicar tiempo para nuestro hijo y preguntarle qué pasa por su mente y cómo se siente realmente?

Jesús narró su parábola para ilustrar la forma en la que Dios define el amor y cómo él nos invita a amar a los demás. Amar a nuestro prójimo a menudo se traduce en algún nivel de sacrificio personal. Podría llamarnos a dejar nuestra comodidad, o donar nuestro tiempo y recursos. Tal vez no sintamos que tengamos nada adicional que dar en ese momento. Solo piensa: Jesús podría haber “pasado de largo” al vernos, haberse quedado en el cielo y evitado el dolor de hacerse hombre y soportar la cruz. Pero no lo hizo. El Señor sufrió por nosotros para que podamos reunirnos con su Padre. Jesús nos vio a cada uno de nosotros como el hijo amado de su Padre por quien valía la pena sacrificarse y morir. Cuando hacemos el sacrificio de formar parte de la vida de alguien más, estamos amando de la misma forma en que Jesús nos ama. Estamos decidiendo ver a nuestro prójimo como él lo ve, como un hijo amado de Dios. Hoy, Jesús nos invita: “Anda y haz tú lo mismo” (Lucas 10, 37). “Señor, te ruego que me muestres de qué forma puedo amar hoy a mi prójimo.” ³³

Jonás 1, 1-2; 2, 11 (Salmo) Jonás 2, 2-5. 8

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de octubre, martes Jonás 3, 1-10 El Señor volvió a hablar a Jonás y le dijo: “Levántate y vete a Nínive…” Se levantó Jonás y se fue a Nínive. (Jonás 3, 1-3) ¡Dios debe haberse sentido muy complacido cuando Jonás finalmente decidió ir a Nínive! Al igual que cualquier buen padre, Dios le había dado a Jonás una segunda oportunidad de hacer lo que le había pedido. Debe haberse sentido muy complacido de ver a su profeta dejar de lado el odio y la superioridad que sentía hacia los ninivitas para llevarles el mensaje que el Señor tenía para ellos. Ahora, piensa en la forma en que los padres tratan a su hijo pequeño que está aprendiendo a caminar. Ellos no esperan que el niño sepa cómo hacerlo bien desde la primera vez que lo intenta. Pero lo motivan con cada paso que da en la dirección correcta y mantienen sus ojos puestos sobre la meta. Tal vez el niño esté destinado a llegar a ser un atleta olímpico algún día, pero por ahora, todo lo que necesita es aprender a poner un pie delante del otro. Esta es la forma en que Dios actúa en nosotros, nos da una segunda oportunidad e inclusive una tercera o cuarta para que hagamos su voluntad. Y aunque él preferiría que lo hagamos bien desde la primera vez, el Señor

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siempre está viendo hacia el futuro, no al pasado. Podría haber áreas en tu vida en las que sientes que le has fallado al Señor. Quizá, al igual que Jonás, te has resistido a aceptar el llamado que Dios te ha hecho de predicarle su palabra a alguien más. Tal vez estás en medio de un conflicto con otra persona, y Dios quiere sanar esa herida. O podría haber un área de pecado que simplemente no deseas entregarle al Señor. Sea lo que sea, puedes motivarte con el relato de Jonás y sacar fuerzas para intentar llevar a cabo tu misión. Dios no espera una perfección inmediata; a él le gusta mucho el progreso. Todo lo que pide es que des un paso más hacia adelante, aun cuando no estés seguro de que puedas dar el que sigue. El Señor siempre estará a tu lado, atento para sostenerte si te caes, ¡y dándote ánimo en cada paso que das por el camino! “Padre, mi corazón está dispuesto a escuchar tu voz y a hacer tu voluntad. Por favor abre mi corazón para aceptarte y aparta las barreras que me impiden hacer tu voluntad. ¡Señor, te ruego que me des la valentía de aceptar el llamado que me has hecho !” ³³

Salmo 130 (129), 1-2. 3-4ab. 7-8 Lucas, 10, 38-42


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de octubre, miércoles Lucas 11, 1-4 Padre, santificado sea tu nombre. (Lucas 11, 2) ¿Te ha sucedido cuando rezas, que te pones a imaginar cómo es Dios Padre físicamente? Tal vez te has imaginado a un hombre viejo con barba blanca sentado en un trono gigante. O quizá, por el contrario, te imaginas un ser muy distante e incomprensible con el que no sería posible que te relaciones. Algunas personas podrían recordar a su propio padre que los decepcionó. Otros piensan más en Dios como una especie de juez que como un padre amoroso. Cualquiera que sea la razón, rezarle al Padre puede resultar difícil. Algunos de los discípulos de Jesús podrían haberse sentido igual cuando el Señor les dijo que rezaran diciendo: “Padre, santificado sea tu nombre” (Lucas 11, 2). Muchos judíos mostraban tanta reverencia a Dios que ni siquiera se atrevían a pronunciar su nombre. ¿Cómo podrían atreverse a llamar “Padre” al Dios santísimo? Pero Jesús les mostró un lado diferente de Dios. Les mostró un Dios de paz, alegría y compasión. Los discípulos vieron la relación cercana de Jesús con el Padre, y comprendieron que Jesús les estaba ofreciendo un nuevo camino hacia él. En su sufrimiento, muerte y resurrección, Jesús

ganó para ellos, y para nosotros, una nueva cercanía con Dios. Jesús vino a revelar al Padre para que todos pudiéramos conocerlo y experimentar su amor. “El que me ha visto a mí, ha visto al Padre”, le dijo a sus discípulos (Juan 14, 9). Cuando rezaba, Jesús se dirigía al Padre directamente y enseñó a los discípulos a hacer lo mismo. A través del don de la oración del Padre Nuestro, Jesús nos asegura que podemos relacionarnos con Dios como sus hijos, usando las mismas palabras que él nos enseñó. Jesús nos ha dado palabras simples y familiares para decir, junto con la promesa de que nuestro Padre nos escuchará. No necesitamos hablar elocuentemente o poseer un entendimiento teológico profundo. Solamente necesitamos acudir a él. Intenta visualizar a Jesús a tu lado mientras rezas. Podrías usar un icono, o un cuadro o simplemente imaginarlo. Contempla este rostro que te guía hacia “mi Padre y Padre de ustedes, mi Dios y Dios de ustedes” (Juan 20, 17). Jesús es la imagen del Dios invisible (Colosenses 1, 15). Acude a él, y te encontrarás con tu Padre celestial. “Padre Nuestro, ayúdame a verte como tú eres, te lo ruego.” ³³

Jonás 4, 1-11 Salmo 86 (85), 3-4. 5-6. 9-10

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de octubre, jueves Lucas 11, 5-13 ¿Cuánto más el Padre celestial les dará el Espíritu Santo a quienes se lo pidan? (Lucas 11, 2) “¡Voy a superar este problema así sea lo último que haga!” ¿Qué tan a menudo piensas así? Es común hablar de una prueba como si fuera una batalla en la que debemos vencer. A veces incluso utilizamos términos militares como “conquistar”, “vencer” o “prevalecer”. Nos sentimos orgullosos de nuestra perseverancia de guerreros. Pero tener una mentalidad agresiva de este tipo puede provocar el efecto indeseado cuando las cosas no salen como esperábamos. Cuando perdemos, podemos sentir como si no nos hubiéramos esforzado lo suficiente o que nuestra estrategia era deficiente o que hubo algo que pudimos hacer diferente. No solo nos sentimos derrotados, sino también responsables, aun frente a factores que están fuera de nuestro control. ¿Qué tal si, en lugar de pensar en pelear una batalla, decidimos rendirnos? No en el sentido de darse por vencido con aquello que nos perturbe, sino más bien en entregarnos a Dios. Esto requiere de una perseverancia diferente y menos centrada en uno mismo: La determinación de controlar nuestros pensamientos ansiosos, de dejar de gastar nuestra energía

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innecesariamente y perseverar en la ayuda y guía de Dios. En la lectura del Evangelio de hoy, Jesús nos exhorta a perseverar: Pedir, buscar y llamar a la puerta del Padre, firmes en la fe de que Dios escuchará y nos responderá. Jesús nos dice que en lugar de luchar por nuestros propios medios, decidamos esperar y escucharlo a él. Nos pide que le entreguemos nuestra ansiedad junto con cualquier pensamiento de autosuficiencia que pueda impedirnos confiar en él y cumplir sus mandamientos. ¿Qué aspecto tiene este tipo de entrega? En realidad, es bastante activa. Implica estar consciente de nuestros pensamientos, especialmente nuestros temores, y entregárselos al Señor. Significa pedirle que nos ayude a decidir lo que debemos hacer y lo que debemos dejar en sus manos. También significa entregarle a él todos nuestros temores y confiar en que él estará con nosotros mientras dormimos. No siempre es fácil rendirse a Dios, puede ser difícil entregarle el control. Pero Dios es nuestro Padre, él nos ama y nunca nos abandonará. “Señor, te ruego que me ayudes a entregarte mi independencia y a perseverar en mi confianza en ti.” ³³

Malaquías 3, 13-20 Salmo 1, 1-2. 3. 4. 6


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de octubre, viernes Joel 1, 13-15; 2, 1-2 El templo del Señor se ha quedado sin ofrendas… clamen al Señor (Lucas 5,13) En el año 2000, al inicio del nuevo milenio, San Juan Pablo II celebró la Misa del Perdón, en la que guio a la congregación con plegarias de arrepentimiento por los pecados del pueblo de Dios durante los dos mil años anteriores. Ese gesto de arrepentimiento, realizado en nombre de toda la Iglesia, es similar a la convocatoria que hizo Dios a través del profeta Joel de los sacerdotes y ministros del templo. Joel los llamó para reunirse en la casa del Señor y realizar una liturgia de lamentación por los pecados del pueblo que provocaron una terrible plaga sobre ellos (Joel 1, 14). Él comparó la tierra devastada con la condición del corazón de las personas y los llamó a arrepentirse. Los sacerdotes habían abandonado sus deberes y estaban privando a Dios del honor que él se merece y al pueblo del beneficio de las oraciones y sacrificios en su nombre. Observa que Dios reunió a los sacerdotes y los ministros para ofrecer plegarias de arrepentimiento en nombre de Israel. ¿Sorprendente verdad? Dios sabía que las oraciones de un pequeño grupo de sacerdotes podía cambiar el rumbo de una

gran plaga y volver a él el corazón de su pueblo. ¡Esa es la belleza y el poder de la oración de intercesión, y no se limita solamente a los sacerdotes! Cada uno de nosotros puede imitar a estos ministros del templo y tender un puente sobre la brecha para las personas que no pueden acudir al Señor o no quieren hacerlo. Le ofrecemos plegarias de arrepentimiento, acción de gracias o alabanza por un hijo o una hija, un maestro o un estudiante, un compañero de trabajo o un primo que necesita ayuda o se ha alejado del Señor. ¿Cómo se hace esto? Bueno, además de rezar por las necesidades de la persona, dile a Dios que quieres rezar en lugar de la persona. Tal vez eso implica ofrecer oraciones de arrepentimiento en nombre de ellos. Podría significar dar gracias a Dios por bendecir a alguien. O podría significar simplemente imaginarse a la persona de pie frente a Jesús e imaginar lo que Jesús querría decirle. No importa cómo reces, recuerda que tus ruegos nunca pasan desapercibidos. “Señor, derrama tu Espíritu cuando clamamos pidiendo tu ayuda, te lo ruego.” ³³

Salmo 9, 2-3. 6. 16. 8-9 Lucas 11, 15-26

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de octubre, sábado Lucas 11, 27-28 Dichosos los que escuchan la palabra de Dios y la ponen en práctica. (Lucas 11, 28) Quizá la mujer que se dirige a Jesús en el Evangelio de hoy, estaba pensando en sus propios hijos, pensaba en lo orgullosa que ella sería si uno de sus niños llegara a ser un orador que influenciara al público y un líder carismático. Además, ¡podía ver que Jesús realmente amaba a Dios! Así que mientras se encontraba en medio de la multitud escuchando a Jesús, el entusiasmo la sobrecogió. “¡Dichosa la mujer que te llevó en su seno y cuyos pechos te amamantaron!”, exclamó (Lucas 11, 27). Quizá este pequeño encuentro hizo pensar a Jesús en su propia madre. Cómo ella escuchó las palabras del ángel y las aceptó. Cómo ella fue bendecida con el privilegio de ser la Madre de Dios y sin embargo nunca buscó ningún reconocimiento o trato especial. Desde luego, la mujer entre la multitud acertó, María estaba orgullosa de Jesús, pero ella siempre vio más allá del orgullo maternal para centrarse en lo que Dios decía y hacía a través de su hijo, aun cuando él estuviera siendo perseguido o se hablara en su contra. ¡Esa es la razón por la cual su madre era bendecida! Bendito todo aquel que, al igual que María, ve más allá del éxito humano o 44 | La Palabra Entre Nosotros

del aparente fracaso y contempla la forma en la que actúa el Reino de Dios. Es muy fácil sentirse bien respecto a Jesús cuando la multitud lo aclama y Dios parece estar con él. De forma similar, podemos asumir que Dios está feliz con nosotros cuando todo va bien en nuestra vida. Pero luego, cuando las dificultades o las traiciones surgen, nos preguntamos si Dios nos ha abandonado. Pero la vida de Jesús y sus palabras, nos enseñan que Dios está actuando incluso cuando nos sentimos abandonados. Tú puedes seguir escuchando la palabra de Dios y aceptándola a pesar de lo que esté sucediendo en tu vida. Procura mantener tus ojos fijos en tu Padre celestial. Trata de ver tu vida a través de sus ojos. Permite que María te muestre que ser bendecido no significa que tu vida siempre saldrá como tú quieres. Incluso si hoy termina siendo el peor día de tu vida, recuerda que Dios tiene una palabra y un plan para ti. “Ven, Espíritu Santo, te pido que por favor abras mis ojos. Ayúdame a recordar que Jesús está a mi lado en cada situación que atravieso durante el día, te lo ruego.” ³³

Joel 4, 12- 21 Salmo 97 (96), 1-2. 5-6. 11-12


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MEDITACIONES OCTUBRE 10-16

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de octubre, domingo Hebreos 4, 12-13 La palabra de Dios es… más penetrante que una espada de dos filos. (Hebreos 4, 12) ¡Qué imagen más vívida! La palabra de Dios es filosa, capaz de atravesar nuestros pensamientos más profundos. Puede exponer los motivos y deseos de nuestro corazón. La mayoría de nosotros se estremecería con solo pensar en un arma semejante. Pero es bueno saber que este no es el cuadro completo. Si deseamos un panorama más amplio, debemos leer el Evangelio de hoy. Un hombre rico le pregunta a Jesús qué debe hacer para alcanzar la vida eterna. Jesús le recuerda los mandamientos, y el hombre le contesta con seguridad que los ha cumplido todos. ¿Qué es lo que todavía le hace falta? En este punto San Marcos nos ofrece un detalle esencial: Jesús “lo miró con amor”, y le dijo que diera su dinero a los pobres y luego lo siguiera (Marcos 10, 21). Esta mirada de amor es la que traspasa la confusión humana y expone su verdadera identidad. Jesús vio su

sinceridad, pero también vio la única cosa que le impedía dar el paso: Estaba demasiado apegado a su riqueza (Marcos 10, 21). La “mirada” de Jesús no era un escrutinio severo, más bien era una mirada de invitación. Era una mirada cálida y compasiva que vio las fortalezas y debilidades de aquel hombre y le ofreció la gracia de convertirse en el discípulo que él deseaba ser. Es desafortunado que el hombre rico se entristeciera y se fuera “apesadumbrado” (Marcos 10, 22). ¡Pero tú no tienes que seguir sus pasos! Todos los días, Jesús, la Palabra viva de Dios, te contempla con la misma mirada penetrante y amorosa. El Señor ve todo en ti —lo bueno, lo malo y lo feo— y él te ama intensamente. Toma un momento para permitir que Jesús te busque. Mientras haces esto, descubrirás que él encuentra mucha bondad en tu corazón, una bondad que tú te atribuiste o que ni siquiera sabías que tenías. Desde luego, él ve áreas que necesitan ser transformadas. Pero es tan feliz con todo lo demás que está más que dispuesto a ayudarte a realizar esos cambios. “Señor Jesús, no puedo ocultarte nada. ¡Gracias por mirarme con tanto amor!” ³³

Sabiduría 7, 7-11 Salmo 90 (89), 12-13. 14-15. 16-17 Marcos 10, 17-30 Octubre / Noviembre 2021 | 45


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de octubre, lunes Lucas 11, 29-32 La gente de este tiempo es una gente perversa. (Lucas 11, 29) ¿A qué se refería Jesús al hablar así? Con seguridad está bien buscar un signo de vez en cuando, ¿cierto? Después de todo, Gedeón pidió una señal, ¡dos veces! (Jueces 6, 36-40). Dios mismo le ofreció a los pastores una señal que probara que el Mesías había nacido (Lucas 2, 12). Entonces, ¿cuál era el problema de Jesús con que le pidieran que realizara una señal? La diferencia en este caso era la actitud con la cual se hacía la petición. Los detractores de Jesús prácticamente se estaban burlando de él, haciendo demandas que ellos estaban seguros de que él no podría cumplir (Lucas 11, 15-16). Es más, se las estaban haciendo después de que Jesús ya había realizado un sinnúmero de signos de curación y liberación que ellos podían investigar. Jesús vio su suspicacia y terquedad, y básicamente dijo: “Ya fue suficiente. Solamente habrá una señal más para aquellos que se rehúsan a creer: la ‘señal de Jonás’, mi propia resurrección de entre los muertos.” Seamos claros. Está bien pedirle a Dios una señal que te ayude a discernir tu camino o a confirmar una decisión que ya has tomado. Solamente asegúrate de que estás haciendo tu petición desde la confianza y la fe. Dale a Dios 46 | La Palabra Entre Nosotros

la libertad de concederte la señal que estás pidiendo o de no hacerlo y permitirte ejercitar tu fe un poco más. Por ejemplo, digamos que vas camino a una entrevista de trabajo. Toma un momento para agradecer a Dios por su amor incondicional por ti. Agradécele por su misericordia y por todas las veces en que él ha actuado en tu vida hasta ahora. Profesa tu confianza en su capacidad de proveer para ti y tu familia. Luego, pídele que te ayude a ver tu camino con claridad. Dile que quieres hacer su voluntad, sin importar cuál sea, y que lo seguirás, con señal o sin señal. Recuerda siempre que Dios te ama y escucha tu oración. El Señor conoce tus necesidades, tus preguntas, esperanzas y temores. Dios nunca te negaría una señal por rencor o para castigarte. Así que si has pedido pero aún no recibes respuesta, confía en él y espera pacientemente a que te dé una respuesta. “Padre celestial, te entrego todas las incertidumbres de mi vida. Te ruego que me enseñes a vivir con fe y confianza en ti.” ³³

Romanos 1, 1-7 Salmo 98 (97), 1-2. 5-6. 11-12


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de octubre, martes Romanos 1, 16-25 Dios manifiesta desde el cielo su reprobación. (Romanos 1, 18) ¿A qué se refiere San Pablo cuando habla de “reprobación”? ¿Cómo es posible que un Dios lleno de misericordia, amor y compasión por sus hijos también los repruebe? Lo que es más importante, ¿significa que la idea de un Dios que nos reprueba debe hacernos vivir en constante temor? ¡Absolutamente no! Piensa en todas las veces que Jesús le dijo a sus discípulos: “No teman”. Piensa, también, en las formas en que Jesús nos dice que tenemos un Padre amoroso en el cielo que solamente desea liberarnos del pecado. O piensa en las palabras de Pablo a la iglesia de Éfeso, asegurándonos a todos que podemos tener “libertad para acercarnos a Dios, con la confianza que nos da nuestra fe en él” (Efesios 3, 12). Entonces, ¿cómo podemos tener libertad y confianza y al mismo tiempo estar nerviosos y temerosos? Al hablar de la reprobación de Dios, San Pablo pone énfasis en lo real y grave que es el pecado. El pecado nos divide los unos de los otros y nos separa de Dios. Causa rivalidad y enemistad y que nosotros vivamos con ira, resentimiento, temor y vergüenza. Verdaderamente el pecado era tan grave, que Jesús tuvo que ir a la cruz para derrotarlo.

Pero el pecado también puede ser perdonado, siempre y a todos; cada vez que alguien se vuelve al Señor. Sí, Pablo escribió que Dios manifiesta su reprobación. Pero también le ofrece su infinita misericordia, su amor y su compasión tierna a cada persona atrapada por el pecado. Es esta redención del poder del pecado lo que celebramos cada vez que nos reunimos en la Misa. Comenzamos diciendo “Señor, ten piedad”, pero luego pasamos a la alegría que resulta de esa misericordia en el Gloria, para recordar su revelación en el Credo, y compartirla entre nosotros en el Signo de la Paz. Luego, lo que es todavía mejor, nuestro Padre nos ofrece el Pan de Vida y el Cáliz de la salvación en lugar de su reprobación. Sabemos que no somos dignos de que Jesús entre en nuestra casa, pero él ha pronunciado la palabra y nuestro corazón ha sido sanado. Donde una vez hubo pecado —y con él, reprobación— ahora solo hay misericordia y salvación. “Amado Jesús, por favor enséñanos a vivir en paz bajo la protección de tu misericordia.” ³³

Salmo 19 (18), 2-3. 4-5 Lucas 11, 37-41

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de octubre, miércoles Romanos 2, 1-11 ¿Por qué desprecias la bondad inagotable de Dios, su paciencia y su comprensión? (Romanos 2, 4) No es muy a menudo que podemos pensar en que el arrepentimiento es un regalo que el Señor nos da en su bondad. Para la mayoría de nosotros, probablemente, asistir a la Confesión es equivalente a ir al consultorio del dentista: Algo que no nos gusta pero que evita que más adelante tengamos problemas. ¡Y pensar así está mal! El Sacramento de la Reconciliación es una de las formas más poderosas en que podemos experimentar la profundidad del amor que Dios tiene por nosotros. No hay nada más liberador que quitarnos de encima la carga frente al Dios Todopoderoso y saber que escucharemos palabras de misericordia y compasión, en lugar de condena y rechazo. San Juan Vianney, el sacerdote del siglo XIX que transformó el pueblo francés de Ars dedicando horas a escuchar confesiones, una vez escribió: “Hijos míos, no podemos comprender la bondad que Dios nos muestra en este grandioso Sacramento de la Reconciliación. Si solo pudiéramos pedir un favor a nuestro Señor, nunca se nos hubiera ocurrido pedirle esto. Pero él previó nuestra fragilidad y nuestra

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inconstancia… y su amor lo indujo a hacer lo que nosotros nunca nos habríamos atrevido a pedir.” San Agustín, que intentó desesperadamente satisfacerse con todo lo que este mundo podía ofrecerle, solamente logró sentirse cada vez más vacío. Entrando en razón, comprendió que solo Dios podía llenar ese vacío, suplicó misericordia, ¡y fue escuchado! No hubo condiciones, todos sus pecados fueron perdonados de inmediato y él se convirtió en una nueva creación. ¿Qué hay de ti? ¿Pones en duda cómo te recibirá el sacerdote? Bueno, ¡no lo hagas! Tu Padre está lleno de compasión y misericordia, y de la gracia para ayudarte. Nada podrá cambiar esto. Hoy puedes hacer un plan para asistir a la Confesión. Pídele al Espíritu Santo que te ayude a escudriñar tu corazón, y no solo de una manera superficial. Ve a la raíz de tus pecados para que puedas ser liberado. Luego, cuando escuches las palabras de absolución, ¡recuerda que puedes irte en completa paz con una consciencia absolutamente libre! “Padre, ¡te ruego que me muestres tu misericordia y amor!” ³³

Salmo 62 (61), 2-3. 6-7.9 Lucas 11, 42-46


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de octubre, jueves Salmo 130 (129), 1-2. 3-4b. 4c-6 Mi alma espera en el Señor, espera en su palabra. (Salmo 130 (129), 5) En la primera lectura de hoy de la carta a los romanos, San Pablo nos ofrece un mensaje lleno de muchísima profundidad teológica y de verdad. Nos dice que todos hemos pecado y estamos “privados de la presencia salvadora de Dios” (Romanos 3, 23). Pero también nos dice que somos “justificados gratuitamente por su gracia, en virtud de la redención llevada a cabo por medio de Cristo Jesús” (3, 24). Dios nos ha concedido gratuitamente su misericordia a cada uno de nosotros a través del perdón de nuestros pecados y de la reconciliación con su corazón. Con noticias tan buenas como estas, deberíamos regocijarnos en el Señor y alabarlo por la gracia que ha derramado sobre nosotros. También deberíamos unirnos al salmista, anhelando que Dios nos hable personalmente. Una cosa es escuchar la palabra, ya sea por medio de las Escrituras o al participar de la Misa, que expresa las verdades universales sobre Dios y sus mandamientos. Pero otra muy distinta es escuchar a Dios hablarnos, aplicando estas verdades a nuestra vida y a nuestras situaciones particulares. Por ejemplo, si su palabra nos dice que todos somos pecadores, deberíamos

escuchar con atención cuando Dios nos pide que cambiemos algo. Y si su palabra nos habla sobre nuestra redención, deberíamos mantener nuestros ojos abiertos para encontrar formas nuevas de disfrutar y celebrar nuestra libertad en Cristo. Lo que sea que Dios quiera decirnos, podemos confiar en que su palabra nacerá de las profundidades del amor del Padre. Será una expresión de su bondad, y nos mostrará el camino para alcanzar la “completa libertad” (Salmo 130 (129), 7). Aun cuando a veces parezca un mensaje difícil de aceptar, podemos descansar en la seguridad de que su palabra está llena de compasión y promesas. ¿Cómo vas a escuchar hoy la palabra de Dios? ¿Será en la quietud de tu corazón mientras meditas la Escritura o te sientas en silencio en la adoración eucarística? ¿O te hablará Dios por medio de otra persona, como la prédica del sacerdote en su homilía o un amigo que te hace un comentario casual? Escucha con atención y humildad, ¡Dios desea hablarte! “Señor Jesús, te ruego que tu luz brille sobre mí, y que tu palabra me conceda la libertad.” ³³

Romanos 3, 21-30 Lucas 11, 47-54

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de octubre, viernes Lucas 12, 1-7 Cuídense. (Lucas 12, 1) La hipocresía, incredulidad, los juicios del corazón, el odio, el resentimiento, la lujuria y cualquier clase de deseo indigno, todo será puesto a la luz y se gritará desde las azoteas (Lucas 1, 23). Pensar en un secreto oscuro puede ser suficiente para arruinar tu día. Pero la verdad es que, todos guardamos secretos, esperando que nunca lleguen a revelarse. Como lo hicieron Adán y Eva cuando se cubrieron con hojas de higuera y corrieron a esconderse de Dios entre los árboles (Génesis 3, 7. 8), todos tratamos de esconder algo que nos hace sentir avergonzados y culpables. Pero Jesús, el Buen Pastor, vino a traer buenas noticias, no malas. Y la buena noticia de hoy es esta: Tú eres valioso a la vista de Dios. “Ustedes valen mucho más que todos los pajarillos” (Lucas 12, 7). Si Dios conoce y valora a cada pajarito, y se venden cinco por no más de un centavo cada uno, ¡cuánto más te conocerá y cuidará de ti! El Señor te ama mucho y te valora tanto, que nunca será necesario que te escondas de él. Dios te conoce profundamente y el amor que tiene por ti es eterno. Así que nunca le temas a Dios, nunca. Más bien, procura conocerlo, dedica tiempo a estar con él. Cuando 50 | La Palabra Entre Nosotros

asistas a Misa, agradécele por acogerte en su casa y en su presencia. Escucha con atención su palabra en la Escritura. Si no la entiendes, pídele al Espíritu Santo que te ayude. En el silencioso tiempo después de la Comunión, pídele al Padre que te dé una prueba de su amor. Dios se deleita en responder esas peticiones, porque se deleita en ti. Conforme conoces cada vez más profundamente a Dios y el amor que tiene por ti, ese amor echará fuera el temor (1 Juan 4, 18). Siempre te estarás “cuidando”, pero no con la ansiedad de alguien que vive escondido. Al contrario, serás cuidadoso, al buscar en tu corazón cualquier cosa que amenace tu relación con él. Y cuando encuentres algo, querrás ponerlo a la luz inmediatamente en lugar de mantenerlo oculto. Vas a preferir resolverlo inmediatamente, a la luz de su amor, en lugar de que finalmente se haga público. Permite que Dios te muestre todo lo que él puede hacer por ti, y con cuánta gentiliza y amor lo hará. ¡Tú vales mucho frente a sus ojos! “Padre, reemplaza mi vergüenza y temor con el gran amor que tienes por mí, te lo ruego.” ³³

Romanos 4, 1-8 Salmo 32 (31), 1-2. 5. 11


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de octubre, sábado Lucas 12, 8-12 Aquel que blasfeme contra el Espíritu Santo, no se le perdonará. (Lucas 12, 10) Estas palabras pueden resultarnos confusas. ¿No es que Dios perdona todos los pecados? Claro que sí. Entonces, ¿de qué está hablando Jesús en el Evangelio de hoy? San Juan Pablo II lo explica de esta forma: La blasfemia “no consiste en el hecho de ofender con palabras al Espíritu Santo”, sino más bien “en el rechazo de aceptar la salvación que Dios ofrece al hombre por medio del Espíritu Santo” (Dominum et Vivificatem, 46). No es que literalmente exista un “pecado irremisible” (es decir, que no puede ser perdonado), que nosotros seamos capaces de cometer. Dios perdonará cualquier pecado del cual nos arrepintamos. Pero si no pedimos y recibimos su misericordia, sí se convierte en “irremisible”. Es como estar en una habitación que has cerrado por dentro, y no permites que el Señor entre. Tú estás atrapado, pero has sido tú mismo quien se ha quedado atrapado. Ahora, todos sabemos lo que es luchar para arrepentirse de un pecado. Podemos cargar tanta vergüenza y culpa que nos resistimos a entregárselo al Señor. Quizá pensemos que lo que hemos hecho es demasiado grave

como para que Dios esté dispuesto a perdonarlo. O tal vez ni siquiera reconozcamos que estamos ofendiéndolo así que no nos molestamos en pedir perdón. En este punto es que el Espíritu Santo cobra protagonismo, despertando nuestra consciencia y mostrándonos que hemos cometido un pecado. Luego nos anima a buscar al Señor en oración y en el Sacramento de la Reconciliación. Cuando ignoramos estas señales, alejamos de nosotros la salvación que Dios nos ofrece. Por el contrario, cuando les ponemos atención, nuestra relación con Dios se hace más fuerte. Experimentamos su misericordia y compasión de primera mano, y comprendemos que a pesar de que somos pecadores, también somos redimidos y amados. ¡Nunca dudes del deseo que Dios tiene de perdonarte! Nunca dudes en presentarle y entregarle cualquier pecado que te pese. Cree que Dios no desea nada más que escuchar al sacerdote decir: “Yo te absuelvo de tus pecados, en el nombre del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo.” “Espíritu Santo, te suplico que me ayudes a reconocer mis pecados y me des la valentía para acudir al Sacramento de la Reconciliación en busca de tu perdón.” ³³

Romanos 4, 13. 16-18 Salmo 105 (104), 6-7. 8-9. 42-43 Octubre / Noviembre 2021 | 51


MEDITACIONES OCTUBRE 17-23

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de octubre, domingo Marcos 10, 35-45 El Hijo del hombre no ha venido a que lo sirvan, sino a servir y a dar su vida por la redención de todos. (Marcos 10, 45) Se estima que las compañías incipientes de Internet tratan de obtener la ganancia de diez años en solo tres. Imagina la extenuante cantidad de trabajo que todo el equipo debería realizar para obtener estos resultados en tan poco tiempo y los sacrificios que cada miembro tendría que hacer para obtener el éxito de la compañía. Ahora imagina lo que sucedería si, un día, uno de los empleados de alguna de estas compañías se pusiera de pie durante una reunión y pidiera al fundador que lo nombre un ejecutivo clave por encima de los demás. Imagínalo pidiendo la oficina más grande y todos los demás beneficios que vienen con el puesto. ¿Cómo crees que reaccionarían sus compañeros de trabajo? ¡Todos han trabajado igual de fuerte! ¿Por qué este amigo querría tener un trato especial? Este escenario es una muestra moderna de la lectura del Evangelio de 52 | La Palabra Entre Nosotros

hoy, en la que Santiago y Juan le piden a Jesús que les garantice un lugar especial cuando llegue a su Reino. Todos los discípulos habían trabajado fuerte y habían seguido a Jesús con fidelidad, entonces, ¿por qué estos dos debían estar por encima de los demás? Pareciera que Santiago y Juan no habían entendido tres aspectos importantes. Primero, no entendían que Jesús estaba destinado a un reino celestial, no terrenal. No comprendieron que él quería edificar un reino centrado en la misericordia y el amor, no en el poder y el dominio. Segundo, que Jesús había venido a morir, no a reinar. No vino a ser servido como la realeza, sino a servir a su pueblo, al punto de entregar su propia vida por ellos. Finalmente, que esta no era una competencia. ¡Todos los que sirven a Jesús recibirán un lugar de honor en el cielo! Al igual que los apóstoles, tú también eres parte del equipo de Jesús. ¿Cómo te está llamando él a entregar tu vida al servicio de su Reino? “Padre, te pido que me des un corazón de siervo.” ³³

Isaías 53, 10-11 Salmo 33 (32), 4-5. 18-19. 20. 22 Hebreos 4, 14-16


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de octubre, lunes San Lucas Lucas 10, 1-9 Ya se acerca a ustedes el Reino de Dios. (Lucas 10, 9) Quizá sepas que San Lucas era médico (Colosenses 4, 14) y además “compañero de trabajo” de Pablo (Filemón 1, 24). Pero, ¿sabías que también era historiador? Lucas, cuya fiesta celebramos hoy, fue el autor tanto del Evangelio que lleva su nombre como del libro de los Hechos de los Apóstoles. En el prólogo de su Evangelio, nos dice que aunque otros han compilado una narración de los eventos que rodean la vida de Jesús, “Yo también… lo he investigado todo con cuidado desde el principio, y me ha parecido conveniente escribirte estas cosas ordenadamente” (1, 3). Él afirma desde el principio que no está narrando un relato fantasioso, sino que está diciendo que Dios, en la persona de Jesús, realmente vino al mundo como el Salvador y Redentor. Y ese es el asunto: Nosotros no creemos en un mito; creemos en un Dios que actúa en y a través de la historia. Primero, Dios se reveló al pueblo de Israel y lo escogió. Luego, “cuando se cumplió el tiempo”, envió a su Hijo no solo a salvar a Israel sino a toda la humanidad (Gálatas 4, 4). Eso significa que no tenemos un Dios que permanece en su reino separado de nosotros,

haciendo visitas supernaturales de vez en cuando. No, tenemos un Dios que se hizo carne e inauguró su reino aquí en la tierra. El libro de Hechos comienza con la ascensión de Jesús al cielo, pero aunque podría parecer como si la obra de Jesús ya se hubiera acabado para ese momento, la realidad es que él continúa actuando poderosamente. Su Espíritu Santo descendió sobre sus discípulos, y ellos se volvieron predicadores y realizaron curaciones (capítulo 2). Jesús se apareció a Pablo en el camino a Damasco y transformó su vida (capítulo 9). Pablo y sus compañeros misioneros se salvaron milagrosamente del peligro en numerosas ocasiones. El libro de los Hechos de los Apóstoles termina en el capítulo 28, mientras Pablo esperaba su juicio en Roma. Pero hay un “capítulo 29”. El capítulo no escrito de la historia de las incontables veces en que Dios ha actuado a través de los siglos en la vida de su pueblo. Y esa historia aún no termina. ¡El Reino de Dios está verdaderamente cerca! “Padre celestial, ¡gracias por permitirme ser parte de la historia de tu Reino!” ³³

2 Timoteo 4, 9-17 Salmo 145 (144), 10-11. 12-13. 17-18

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de octubre, martes Lucas 12, 35-38 …esperando a que su Señor regrese… para abrirle en cuanto llegue y toque. (Lucas 12, 36) Su hijo estaba por regresar a casa después de su primer año fuera en una universidad distante. La madre estaba esperando, quizá con algo de ansiedad, a que llegara. Mientras trabajaba en el jardín detrás de la casa, levantaba su cabeza cada dos minutos para ver si ya venía. Se aseguró de que el portón estuviera abierto para que él pudiera entrar fácilmente. ¡Estaba deseosa de darle la bienvenida! Esa es la actitud de corazón y mente a la que se refería Jesús cuando exhortó a sus discípulos a ser como sirvientes que esperan ansiosamente el regreso de su señor. Podría haberlos estado llamando a ellos, y a nosotros, a estar preparados para su regreso al final de los tiempos. Pero la verdad es que, Jesús siempre está llamando a la puerta. El Señor desea que tengamos una relación diaria y creciente con él. Está buscando corazones que son como ese portón abierto y listo para recibirlo. ¿Cómo es un corazón “abierto”? Comencemos por lo opuesto. Cuando nuestro corazón está “cerrado”, no aceptamos que el Señor entre en él. Podría ser que tengamos temor de lo que él podría decirnos o pedirnos, así que no lo escuchamos; ni siquiera le 54 | La Palabra Entre Nosotros

pedimos nada. Podemos encerrarnos en nosotros mismos porque sentimos vergüenza o culpa y no creemos que podamos ser perdonados. Podemos sentir mucho remordmiento sobre el pasado o sentirnos demasiado heridos por alguien que es cercano a nosotros como para abrir nuestro corazón porque no queremos ser lastimados de nuevo. O podemos ocuparnos con muchas actividades que creemos que son buenas pero no vemos que el ajetreo nos impide acercarnos a Dios. Por el contrario, cuando nuestro corazón está “abierto”, permitimos que el Señor entre. Estamos prestos a escuchar su voz en lugar de preocuparnos con demasiadas actividades. Como dice el salmista: “Tú no quieres sacrificios ni ofrendas, y, en cambio, me abriste el oído” (Salmo 40 (39), 7). No olvidamos que hemos sido perdonados, y por lo tanto confiamos en Aquel que nos quitó la vergüenza. Nuestro corazón está abierto cuando anticipamos el futuro con esperanza. Jesús vendrá hoy a ti, te hablará y llamará a la puerta. ¿Cómo puedes dejarla abierta y lista para recibirlo cuando llegue? “Señor, anhelo recibirte en mi corazón.” ³³

Romanos 5, 12. 15. 17-19. 20-21 Salmo 40 (39), 7-8a. 8b-9. 10. 17


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de octubre, miércoles Lucas 12, 39-48 Porque a la hora en que menos lo piensen, vendrá el Hijo del hombre. (Lucas 12, 40) Abres la puerta de tu casa después de un largo día de trabajo. Tienes un millón de cosas en tu cabeza: Pagar las cuentas, arreglar la grieta en el techo, llevar al perro a caminar. Pero al entrar por la puerta, quedas completamente asombrado. Tus amigos están en la sala con grandes sonrisas en sus rostros. De inmediato, comprendes lo que está sucediendo cuando todos exclaman “¡sorpresa!”, con todas sus fuerzas. Te están dando un fiesta sorpresa por tu cumpleaños. La experiencia de una fiesta sorpresa parece un poco contrastante con la “sorpresa” de la que Jesús está hablando en el Evangelio de hoy. Obviamente, Jesús está hablando de un evento muy serio con consecuencias eternas. El Señor desea que estemos preparados para su venida y para recibirlo con alegría. Jesús quiere que nos ocupemos de su trabajo y de vivir nuestra vida para él. El Señor comprende nuestra tendencia humana a relajarnos, y nos advierte de las consecuencias si lo hacemos. Regresemos a la idea de la fiesta sorpresa por un momento. La razón por la cual Jesús nos advierte que debemos estar preparados es que él desea que nos sintamos agradablemente sorprendidos

cuando él regrese. Ninguno de nosotros podrá evitar esta sorpresa. Ninguno de nosotros sabe cuándo vendrá Jesús, podría ser mañana, o la próxima semana o dentro de cinco minutos. Pero si estamos preparados para su venida, sin duda, será un evento maravilloso y alegre para nosotros. En realidad, ¡debería ser algo que estemos esperando todos los días! Imagina que tú eres parte de la sorpresa y sabes cuándo regresará Jesús. ¿Qué harás para estar preparado? ¿Qué le añadirías, o quitarías, a tu vida? Tú sabes las respuestas a estas preguntas. Sin importar lo que necesites hacer, no lo pospongas. Pero no actúes por temor. Actúa como si te estuvieras preparando para el día más emocionante de tu vida, ¡porque eso es lo que estás haciendo! Solamente piensa en lo complacido que está el Señor con cada paso que das y cada decisión que tomas por él. Jesús tiene una corona gloriosa esperando por ti y te la entregará cuando regrese (2 Timoteo 4, 8). Así que sigue viviendo para él, ¡y prepárate para ese maravilloso día! “Señor Jesús, ¡espero tu venida! Te pido que me ayudes a prepararme para encontrarme contigo.” ³³

Romanos 6, 12-18 Salmo 124 (123), 2-3. 4-6. 7-8

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de octubre, jueves Romanos 6, 19-23 Entregados al servicio de Dios. (Romanos 6, 22) La esclavitud siempre ha sido y será un mal terrible. Estar esclavizado significa sufrir física y emocionalmente. Los esclavos no tienen libertad; no son dueños de sí mismos. Entonces, ¿por qué razón Pablo diría que él y otros cristianos estaban “al servicio de Dios”? ¿Y por qué diría que Jesús “tomó naturaleza de siervo” cuando se hizo hombre (Filipenses 2, 7)? Este es un ejemplo más de cómo la Biblia toma nuestras expectativas y filosofías y las revoluciona por completo. Lo primero que debemos recordar es que Jesús vino al mundo para liberarnos del pecado, de la esclavitud que todo ser humano experimenta. Y segundo, que Dios nos concedió el don del libre albedrío, y lo último que desea es quitárnoslo. Más bien, él nos permite decidir si lo seguiremos o no y cómo lo vamos a servir, si lo llegamos a servir del todo. Esta es exactamente la razón por la cual San Pablo nos dice que nos pongamos por nuestra propia decisión “al servicio de la justicia” (Romanos 6, 19). Él nos exhorta a decidir libremente cumplir con los mandamientos de Dios y buscar su voluntad. Sin embargo, ¿por qué alguien que ha sido liberado de algún tipo

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de esclavitud —del pecado— querría entrar en otra forma de esclavitud opresiva y peligrosa? La esclavitud que Pablo tiene en mente es completamente diferente. Es una esclavitud de amor, es el servicio que nace de la gratitud y la humildad, no de la coerción y el abuso. Es un don voluntario de Dios para nuestra vida, que nos da todo. Esta es la clase de esclavitud que escogemos cada día. Nos decidimos por ella cada vez que nos sentimos tentados pero nos volvemos al Señor de cualquier manera. Cuando hacemos sacrificios por nuestras familias que impiden que simplemente hagamos lo que queramos, nos estamos decidiendo por ella. Nos decidimos por esta esclavitud cuando refrenamos nuestra lengua, decidimos perdonar o rechazamos el resentimiento. Y, el resultado es ¡la vida eterna (Romanos 6, 23)! Servir a Dios con libertad es uno de los mayores regalos que podemos ofrecerle. También es el único regalo que tiene un retorno invaluable. Cada día podemos decirle: “Señor, quiero servirte, quiero obedecerte. Gracias por amarme tan profundamente, es un privilegio corresponder ese amor.” “Amado Señor, por favor ayúdame a usar mi libertad para servirte.” ³³

Salmo 1, 1-2. 3-4. 6 Lucas 12, 49-53


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de octubre, viernes Romanos 7, 18-25 ¿Quién me librará? (Romanos 7, 24) A lo largo de siete capítulos, San Pablo ha estado exponiendo un largo argumento teológico: el evangelio que él predica es “poder de Dios para que todos los que creen alcancen la salvación” (Romanos 1, 16-17). Versículo tras versículo, él ha ido demostrando que en este asunto no hay diferencia entre judíos y gentiles. Todos han pecado, todos son culpables y por lo tanto, todos necesitan la salvación. Y esa salvación les ha sido otorgada libremente a través de la muerte y resurrección de Jesús. Ahora, al acercarse al final de su defensa, Pablo cambia el tono. En lugar de ser Pablo el teólogo cuidadoso, nos encontramos al creyente apasionado. Reflexionando en su propia experiencia de lucha entre el pecado y la justicia, confesó que aunque quisiera hacer el bien no siempre era capaz de hacerlo. “Me encuentro con el mal”, dice, siempre listo para frustrar su determinación de ser santo (Romanos 7, 21). Finalmente, en un lamento de desesperación exclama: “¡Pobre de mí! ¿Quién me librará de este cuerpo, esclavo de la muerte?”(7, 24). ¡Jesús es quien lo librará! “¡La gracia de Dios, por medio de Jesucristo!”, proclama (Romanos 7, 25).

En este pasaje, Pablo parece repetir lo que ha dicho todo el tiempo, solo que ahora lo dice personalmente y con alegría, y lleno de gratitud por el don de la salvación. Así, Pablo sigue enseñando, está utilizando su propia experiencia para dar vida a su enseñanza. Esta era su forma de mostrar que él no estaba enseñando simples teorías abstractas. Todo lo que había dicho hasta ese momento era profundamente importante para él, y quería que lo fuera también para todos los demás. Hermano, ¡Jesús es importantisímo! Su evangelio es tu salvación de los pecados que cometes. Su misericordia es tu esperanza de paz y consuelo en la batalla contra el pecado. Su amor, un amor real que puedes sentir en tu corazón y en las personas que te rodean, es el fundamento de tu vida. De modo que cuando la tentación se presente, o cuando la frustración, la culpa o la ansiedad se sientan como una piedra de molino atada a tu cuello, acuérdate de Pablo. Recuerda su enseñanza, pero sobre todo recuerda sus luchas y fe. Luego clama junto con él: “¡Doy gracias a Dios, por medio de nuestro Señor Jesucristo! ³³

Salmo 119 (118), 66. 68. 76. 77. 93. 94 Lucas 12, 54-59

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de octubre, sábado Romanos 8, 1-11 Si el Espíritu del Padre, que resucitó a Jesús de entre los muertos, habita en ustedes, entonces el Padre, que resucitó a Jesús de entre los muertos, también les dará vida a sus cuerpos mortales. (Romanos 8, 11) San Ireneo una vez dijo que la gloria de Dios se refleja en los hombres y mujeres que están “plenamente vivos”. Y de cierta forma, esto es exactamente lo que San Pablo nos está diciendo hoy en la primera lectura de hoy. Nos dice que el Espíritu Santo “les dará vida” a nuestros “cuerpos mortales” y que Dios desea que disfrutemos de la vida en este mundo, mientras esperamos el venidero. El Padre no quiere que pensemos que podemos agradarle con actos severos de autonegación. Por el contrario, debemos vivir con moderación y no volvernos esclavos de nuestros propios deseos. Pero al mismo tiempo, Dios desea que nuestro cuerpo esté tan vivo como lo estaba el de Jesús. Recuerda: Jesús mismo vivió en la tierra con un cuerpo como el nuestro, y ciertamente experimentó las limitaciones de su cuerpo, excepto las del pecado. Sintió hambre, cansancio y dolor. Es más, él estuvo dispuesto a aceptar esta situación, porque así tuvo más cosas en común con sus compañeros. Le dio más capacidad para

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“compadecerse de nuestra debilidad” (Hebreos 4, 15). Recuerda, también, que fue en su cuerpo humano que Jesús experimentó el consuelo de la camaradería, la alegría de liberar a las personas de sus enfermedades y la inspiración de decir lo correcto en el momento preciso. Debe haberse reído con muchas ganas. Con alegría compartió comidas con las personas, a veces en banquetes formales, a veces solo pan y pescado seco. El Señor cuidó de sus amigos, lavándoles los pies y exhortándolos a darse un merecido descanso después de su viaje de misión. El discípulo amado recostó su cabeza en el pecho de Jesús, y el Señor lloró por la muerte de su gran amigo, Lázaro. A veces puede resultar difícil tratar de encontrar el balance correcto entre disfrutar nuestra vida y no excederse. Pero esa es la razón por la cual tenemos el Espíritu. Con su guía, podemos aprender a vivir plenamente nuestra vida en la tierra, con el espíritu, alma y cuerpo. “Señor, gracias por el testimonio que nos dejaste de una vida terrenal llena de alegría. Por favor, enséñame a vivir como viviste tú.” ³³

Salmo 24 (23), 1-2. 3-4ab. 5-6 Lucas 13, 1-9


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MEDITACIONES OCTUBRE 24-30

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de octubre, domingo Marcos 10, 46-52 Comenzó a gritar. (Marcos 1’, 47) Bartimeo nos da un ejemplo muy claro: Cuando realmente queremos algo, sortearemos todos los obstáculos con tal de conseguirlo. Bartimeo se abrió campo entre la multitud que trataba de impedirle que llegara a Jesús. Deseaba ser sanado, y nada lo iba a detener. De forma similar, las “multitudes” del mundo parecen querer impedirnos que nos acerquemos a Jesús y recibamos su sanación. Nos dicen que estemos conformes con ser quienes somos. “Jesús no puede ayudarte”, nos dicen, “así que mejor acepta tu realidad.” El problema es, que lo que el mundo ofrece puede dejarnos inquietos, insatisfechos y buscando aquello que nos haga felices. Con mucha frecuencia, nuestros deseos por la paz y el amor de Dios se vuelven momentos pasajeros que se acallan por el ruido de la multitud. Cada día, de cierta forma, enfrentamos una oposición similar a la que enfrentó Bartimeo. Él estaba envuelto en un “manto” de comodidad. La

multitud le dijo que se lo pusiera y se conformara con su ceguera. “Jesús no puede ayudarte; tú no eres digno de que te dedique tiempo.” Pero Bartimeo estaba desesperado y se rehusó a escuchar a la multitud. Como resultado, Jesús lo escuchó, y Bartimeo gustosamente tiró su capa y corrió a donde Jesús podía envolverlo con su amor divino. ¡Sigue el ejemplo de Bartimeo! Las multitudes del mundo desean todo tu tiempo, pero tú no tienes por qué seguirlas a ellas. Hoy y todos los días, puedes tirar tu manto de comodidad parcial y correr a encontrarte con Jesús (Marcos 10, 50). Permite que él te envuelva en una capa de gracia y sanación. También recuerda esto: Mientras las multitudes del mundo quieren mantenerte alejado de Jesús, también están las multitudes de discípulos que quieren que lo sigas. Ellos pueden ayudarte a crecer en tu fe. Busca personas que recen juntas, encuentra un grupo de estudios bíblicos. Únete a personas que sirvan a los pobres. Rodéate de gente que comparta el mismo deseo por Jesús. Únete a ellos mientras sigues a Jesús “por el camino” (Marcos 10, 52). “Abre mis ojos, Señor Jesús, te lo ruego.” ³³

Jeremías 31, 7-9 Salmo 126 (125), 1-2ab. 2cd-3. 4-5. 6 Hebreos 5, 1-6

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de octubre, lunes Romanos 8, 12-17 Los que se dejan guiar por el Espíritu de Dios, esos son hijos de Dios. (Romanos 8, 14) Muy a menudo, leemos pasajes como este y solamente nos enfocamos en lo que hacemos: “Realmente necesito esforzarme más para dejarme guiar por el Espíritu.” Si bien es cierto, siempre es buena idea asegurarte de que estás siendo responsable con el llamado que has recibido de parte del Señor, ¿qué tan a menudo simplemente te regocijas por el hecho de que eres un hijo de Dios? Es verdad: Tú tienes un Padre en el cielo que te ama inmensamente. Y solo para asegurarse de que sabes esto, él pone al Espíritu Santo en tu corazón, el Espíritu que confirma esta verdad clamando: “¡Abba! ¡Padre!” (Romanos 8, 15). Como si eso no fuera suficiente, las noticias son aún mejores. No solo eres hijo de Dios, sino que también eres su heredero (Romanos 8, 17). Por ejemplo, el príncipe Guillermo de Inglaterra algún día heredará el reino de su padre, el actual príncipe Carlos, y de su abuela, la reina Isabel II. Todas las riquezas y derechos de la corona serán suyas. Ahora, si el príncipe Guillermo está anhelando que ese momento llegue, ¿cuánto más deberías estar esperando

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tú a que llegue el día en que heredarás el Reino de Dios? ¡Recuerda que tu herencia es infinitamente mayor! En aquel día, recibirás “la corona merecida” (2 Timoteo 4, 8). Vivirás para siempre en un lugar de belleza pura donde toda lágrima será enjugada y donde no habrá más tristeza ni llanto ni dolor o muerte (Apocalipsis 21, 4). Ciertamente, todo esto aturde la mente, pero, ¡es todo tuyo! ¿Sabías que puedes comenzar a disfrutar de tu herencia ahora mismo? Verdaderamente, Dios te ha dado su Espíritu “como garantía” de todos los tesoros que te esperan (2 Corintios 1, 22). De modo que pídele al Espíritu que te muestre cómo apropiarte de tu herencia celestial. Pídele que te conceda ahora una prueba de la bondad de tu Padre. Las oraciones pueden ser contestadas, las heridas curadas y las relaciones restauradas. Todo lo que se necesita es un poco de fe y el valor para dar un paso al frente y reclamar tu herencia. “Amado Señor, ¡estoy maravillado por la herencia que tú me has concedido! Te pido que me ayudes a aprovechar la gracia, la misericordia y el amor que has apartado para mí.” ³³

Salmo 68 (67), 2. 4. 6-7ab. 20-21 Lucas 13, 10-17


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de octubre, martes Romanos 8, 18-25 Porque ya es nuestra la salvación, pero su plenitud es todavía objeto de esperanza. (Romanos 8, 24) Un escalador que estaba escalando una montaña, tropezó y se resbaló hacia atrás en un precipicio, pero pudo detener su caída sosteniéndose con sus manos de una pequeña cornisa rocosa. La noche caía y con el pasar de las horas, se sostuvo fuertemente con gran desesperación. Lo único que deseaba con todo su corazón era que alguien viniera y lo rescatara. Finalmente, no pudo sostenerse más. Sus dedos comenzaron a soltarse lentamente y comenzó a caer. Casi inmediatamente, sus pies tocaron roca firme. ¡Todo ese tiempo había tenido un lugar seguro bajo sus pies! Hay momentos en nuestra vida en que podemos sentirnos como ese escalador desamparado mientras atravesamos tiempos de prueba. Nos sentimos como si nuestra vida peligrara, aferrados a una débil esperanza de ser rescatados. “Gemimos interiormente” (Romanos 8, 23). Pero si nuestra esperanza está puesta en el Señor Jesús, podemos confiar en que la roca firme de su amor está siempre debajo de nosotros. Como le dijo Pablo a los romanos, ¡con esa esperanza hemos sido salvados (Romanos 8, 24)!

Observa que hay una gran diferencia en “esperar que” y “esperar en”. Yo espero que los investigadores descubran la cura a la diabetes o que Dios intervenga y me cure a mí. Pero espero en el Dios que me ama, me sostiene y me provee la sabiduría y el ánimo que necesito para vivir con mi diabetes. Espero que mi hijo rebelde escuche mi consejo y se arrepienta de sus decisiones destructivas. Por otro lado, espero en el Dios que lo ama más de lo que yo mismo lo amo y está continuamente tratando de acercarse a él. Espero que mi situación financiera mejore. Pero espero en el Padre que provee de sus recursos abundantes para mis necesidades. Podemos esperar que nuestra situación mejore o que las cosas salgan a nuestro favor. Esos son eventos futuros que pueden ayudarnos a ir hacia adelante, y son peticiones apropiadas para presentarlas delante del Padre. Pero resulta mucho más poderoso poner nuestra esperanza en el Dios que nos ama aquí y ahora, y que nunca nos abandonará. “Padre celestial, sé que tu amor me sostiene en este momento. Te pido que me ayudes a esperar en ti y a confiar en que tú sostienes mi futuro en tus manos amorosas.” ³³

Salmo 126 (125), 1-2ab. 2cd-3. 4-5. 6 Lucas 13, 18-21

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de octubre, miércoles Romanos 8, 26-30 Todo contribuye para bien de los que aman a Dios. (Romanos 8, 28) ¿Te has sentido tentado alguna vez a cuestionar la afirmación de San Pablo de que Dios siempre actúa para tu bien? Si somos honestos, la mayoría de nosotros probablemente diría que sí. Hay muchas cosas en la vida que no tienen sentido y que no parecen suceder para nuestro beneficio. Eso es particularmente cierto cuando estamos sufriendo o vemos a un ser querido enfrentar una dificultad. No sabemos por qué Dios permite que las personas sufran. Pero sí sabemos esto: Cuando Jesús se hizo humano como nosotros, experimentó la tentación, el rechazo y la soledad de la misma forma en que los experimentamos nosotros. El Señor conoció el peso del dolor y de un corazón preocupado. Además sufrió de incomodidades físicas como hambre, sed y cansancio, y por supuesto sufrió de una agonía física y mental en su pasión y muerte. Es inmensamente consolador recordar que Jesús comprende exactamente lo que estamos viviendo porque él ha pasado por eso antes. Nos muestra que Dios nos amó lo suficiente para compartir nuestras cargas y dolores. No se limitó simplemente a rescatarnos desde la comodidad del cielo, sino que vino

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a vivir entre nosotros para mostrarnos que no estamos solos. Pero, así como Jesús ha probado nuestro sufrimiento humano, también ha experimentado primero la resurrección. El Señor ha abierto para nosotros las puertas del cielo para que podamos ir a un lugar donde no habrá más dolor ni tristeza. Cuando finalmente veamos a Dios cara a cara, ya no nos cuestionaremos más su amor por nosotros o su propósito para nuestra vida. Todo será revelado, ¡y será maravilloso! Esta es la razón por la cual Pablo podía escribir esta famosa línea en su carta a los romanos. Él había sufrido dolor, tristeza y rechazo al predicar el evangelio. Pero también vio la meta final: La vida en el cielo junto a Dios para siempre. Así que, aunque nunca veas nada bueno salir de las dificultades y los sufrimientos en tu vida, cree que Dios realmente tiene un bien supremo reservado para ti. Cree que aun los recuerdos más dolorosos de esta vida desaparecerán a la luz brillante de la gloria celestial cuando tú estés envuelto en el maravilloso amor de Dios. “Señor Jesús, gracias por tener reservadas cosas buenas para mí desde siempre.” ³³

Salmo 13 (12), 4-5. 6 Lucas 13, 22-30


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de octubre, jueves Santos Simón y Judas Efesios 2, 19-22 Ustedes… son conciudadanos de los santos. (Efesios 2, 19) El pueblo makondo de Tanzania, en África oriental es especialmente conocido por sus trabajos en madera, especialmente su versión del “árbol genealógico”. Desde la distancia, realmente parece un árbol, pero cuando te acercas, te das cuenta de que es algo más parecido a una columna hecha por personas. Representa a los miembros de la familia, incluyendo la familia extendida y los ancestros. Están todos subidos unos encima de los otros y apoyándose los unos en los otros. De esta forma, los makondos muestran cómo es vivir en comunidad: Que la vida de cada persona se edifica en parte a partir de la de alguien más. Esa es una gran imagen para mantener en mente mientras meditas en la lectura de hoy. Cada parroquia en el mundo puede trazar su herencia de vuelta hasta San Pedro y los primeros apóstoles. Cada una está edificada sobre “la base de los Apóstoles y los profetas”, sobre santos como Simón y Judas, cuya fiesta celebramos hoy. ¡Ellos son el fundamento sobre el cual se edifica nuestra Iglesia! Son parte de nuestro propio árbol genealógico. Y no solo los apóstoles, sino también incontables santos y héroes anónimos en la

fe. Todos juntos son como las piedras sobre las cuales te puedes sostener, y te ayudan en tu camino hacia el cielo. ¡Tú no tienes que intentar llegar por tus propios medios! Quizá esta es la razón por la cual celebramos a muchos santos juntos y no solos: Simón y Judas, Pedro y Pablo, Cirilo y Metodio, Perpetua y Felicidad y muchos otros. Son un ejemplo de que no se hicieron santos por sí mismos. Y si eres miembro de una parroquia o un sacerdote, un monje o una madre, un recluso o un pasante, estás caminando por la misma senda que el resto de las personas. Tú les perteneces a ellos y ellos te pertenecen a ti. Esto significa que tienes una función vital que cumplir en tu parroquia y en la Iglesia en general, ya sea que la reconozcas o no. Tú eres esencial en la vida de tus hermanos en el Señor. Como un árbol genealógico, ellos te necesitan para que tú los ayudes, para que los sostengas como parte de esta comunidad de fieles. Y tú también los necesitas a ellos. Todos somos una sola familia de hermanos unidos por un solo Padre misericordioso y amoroso. “¡Gracias, Señor, por hacernos parte de tu cuerpo!” ³³

Salmo 19 (18), 2-3. 4-5 Lucas 6, 12-16

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de octubre, viernes Lucas 14, 1-6 Si a alguno de ustedes se le cae en un pozo su burro o su buey, ¿no lo saca enseguida, aunque sea sábado? (Lucas 14, 5) “Todo lo que necesitas es amor.” Esta es la línea de una canción que podríamos cantarle a los fariseos y los eruditos en el Evangelio de hoy. En eso se resume el corazón de la ley, no en “todo lo que necesitas es reglas”. Sabemos que el objetivo de los mandamientos es ayudarnos a amar a Dios y a su pueblo. Cuando Jesús compara a un hombre con hidropesía con el hijo de un erudito en el pasaje del Evangelio de hoy, está tratando de ayudar a las personas a ver cómo toda la ley está al servicio de estos dos grandes mandamientos de vivir en amor. El hombre que sufría de hidropesía no era una persona sin importancia; era un hijo de Dios, un hermano dentro de la familia de Dios. Curarlo a él significaba amarlo, y así cumplir con la ley. Podría parecer obvio que ayudar a una persona un domingo no desagrada a Dios. Pero a veces podemos olvidar la visión general de cómo vivir los mandamientos en la vida cotidiana. Por ejemplo, digamos que nos frustramos cuando llegamos tarde a Misa porque estábamos discutiendo con uno de nuestros hijos en la puerta. Aunque es

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bueno querer llegar a Misa a tiempo, eso no es tan importante como para perder la paciencia con nuestra familia. Es bueno apartar un tiempo para rezar en familia diariamente, pero cuando un amigo llama en medio de nuestro tiempo de oración porque está enfrentando un problema, podemos dedicar ese tiempo a escucharlo. Resolver este tipo de cosas puede ser complicado y aleccionador. No es fácil tener paz cuando nuestras expectativas se ven alteradas. Ciertamente no era sencillo para los fariseos ceder a sus expectativas e ideas sobre lo que significa cumplir la ley. Era difícil para ellos recibir la enseñanza de Jesús; ella mostraba que todavía les faltaba crecer en la comprensión e implementación del mensaje central de la ley. Jesús desea seguir enseñándonos a vivir la ley, con amor, en nuestra vida cotidiana. Si somos humildes, estamos dispuestos a aprender y abiertos a recibir sabiduría fresca, él seguirá guiándonos para que aprendamos a amar como él ama. “Señor Jesús, te ruego que abras mi corazón para recibir tu enseñanza.” ³³

Romanos 9, 1-5 Salmo 148 (147), 12-13. 14-15. 19-20


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de octubre, sábado Lucas 14, 1. 7-11 Cuando te inviten, ocupa el último lugar (Lucas 14, 10) Antes de dar este pequeño discurso, Jesús dio el ejemplo del comportamiento del que habla en esta lectura. Cuando entró, no se sentó en el lugar de honor en la mesa del banquete. Más bien, dejó de lado sus intereses y mostró su interés por alguien más. Se anuló a sí mismo frente al invitado que más necesidad tenía de curación y aceptación: un hombre que sufría de hidropesía. Jesús sabía que iba a ser criticado por curarlo en sábado, pero no podía dejar pasar la oportunidad de aliviar el sufrimiento del otro, o dar un ejemplo vivo de su enseñanza. Aunque los presentes en el lugar “estaban espiándolo”, Jesús se muestra como el verdadero observador del comportamiento humano. Era consciente de la necesidad de este hombre y de la hostilidad de los otros. También observó que los invitados escogían los lugares, eligiendo los primeros de la mesa. Así que les ofreció un consejo práctico: Ocupen el último lugar. Jesús no estaba recomendando esa clase de falsa humildad por la cual ocupas el último lugar para verte mejor cuando alguien importante te escolta a un lugar de honor. No, él desea que sus seguidores pongan a las demás personas en primer lugar, acogiéndolos

con el amor del Padre. El Señor sabe que si ponemos en primer lugar a los otros, no tendremos tiempo ni necesidad de preocuparnos por nuestra propia posición. Este es el mismo principio que San Pablo enseñó a los filipenses cuando les dijo: “No hagan nada por rivalidad o por orgullo, sino con humildad, y que cada uno considere a los demás como mejores que él mismo” (Filipenses 2, 3). Hacemos esto al decidir ayudar a una persona que tenga alguna necesidad. Puede ser un compañero de trabajo que está al límite con sus obligaciones y necesita palabras de ánimo. O tal vez un vecino lleva mucho tiempo luchando contra una enfermedad. Quizá uno de tus hijos esté teniendo dificultades en la escuela y requiera de un poco más de atención para fortalecer su confianza. Pídele al Padre que te ayude a sentir el gran amor que él tiene por esa persona. Luego acércate y transmite el amor de Cristo y observa cómo actúa el Espíritu en tu corazón y el de la otra persona. “Señor Jesús, por favor ayúdame a descubrir tu invitación a acercarme con amor a los demás.” ³³

Romanos 11, 1-2. 11-12. 25-29 Salmo 94 (93), 12-13a. 14-15. 17-18

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de octubre, domingo Deuteronomio 6, 2-6 Teme al Señor, tu Dios. (Deuteronomio 6, 2) ¿Qué significa temer al Señor? Bueno, nunca deberíamos minimizar esta palabra porque aparece más de trescientas veces en la Biblia. Pero temer a Dios no es lo mismo que vivir con terror. Se refiere más bien a darle a él la reverencia apropiada. Como sucede con muchas otras verdades en la Biblia, temer al Señor es una cosa diferente al temor terrenal con el que estamos familiarizados. Es una disposición positiva, no una negativa. Es una forma de edificar nuestra fe y profundizar nuestra relación con Dios, no de mantenernos alejados de él. En el fondo, el temor a Dios nos ayuda a rechazar el deseo de pecar. Funciona más como una forma de protección que un medio de opresión. El temor a Dios es el que nos motiva a decir: “No quiero decir o hacer cualquier cosa que provoque que me aleje de mi Padre celestial.” Los padres inculcan un “amor temeroso” similar en sus hijos. Les enseñan a mantenerse dentro de ciertos límites 66 | La Palabra Entre Nosotros

para hablar y comportarse de forma que se conviertan en adultos responsables y respetuosos. Por su parte, los niños saben las consecuencias si deciden cruzar esos límites. Y por lo tanto en la base de la sabiduría de los niños existe un cierto “temor amoroso”. De forma similar la Escritura nos dice que el principio de la sabiduría es “el temor del Señor” (Proverbios 9, 10). El temor del Señor es una herramienta que nos mantiene seguros mientras crecemos y maduramos. Y al igual que todas las herramientas de aprendizaje, es útil solo por un tiempo. Eventualmente, este temor piadoso debe dar paso al amor, porque el amor perfecto echa fuera el temor” (1 Juan 4, 18). Este es un proceso de toda la vida, por supuesto, pero es alentador saber que aún el temor piadoso puede disiparse conforme el amor crece. Así que interioricemos el mandamiento más importante de Dios: “Amarás al Señor, tu Dios, con todo tu corazón” y “Ama a tu prójimo, que es como tú mismo” (Deuteronomio 6, 5; Levítico 19, 18). “Señor, te ruego que me ayudes a amar de la forma más perfecta.” ³³

Salmo 18 (17), 2-3a. 3bc-4. 47. 51ab Hebreos 7, 23-28 Marcos 12, 28-34


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de noviembre, lunes Todos los Santos Mateo 5, 1-12 Dichosos serán ustedes. (Mateo 5, 11) Si te paseas por los pasillos de una sala de maternidad, verás los rostros de los padres que brillan de felicidad por el nacimiento de sus hijos. También los escucharás diciendo cosas tales como: “Espero que crezca siendo exitoso en la vida.” “Me voy a asegurar de que tenga todas las oportunidades que yo nunca tuve.” Por otro lado, estas son algunas cosas que no escucharás a estos felices padres decir: “Espero que encuentre en su vida la tristeza.” “Me voy a asegurar de que sus compañeros de la escuela la hagan sufrir.” ¡Nadie quiere eso para sus hijos! Sin embargo, en el Evangelio que leímos hoy, vemos que Jesús llama “dichosos” a aquellos que sufren. Ahora, Jesús no quiere que busquemos la persecución o el dolor. Pero sí quiere que seamos conscientes de que seguirlo puede provocar esta clase de dificultades. Eso es porque la vida de discipulado a menudo se contrapone a lo que nos ofrece el mundo. • En un mundo dañado por el resentimiento y la venganza, Jesús desea que sepamos perdonar a quien nos ofendió y ofrezcamos la otra mejilla. • En un mundo enfocado en el dinero y el poder, Jesús desea que vivamos

humildemente y compartamos generosamente nuestros bienes. • En un mundo herido por las guerras y las divisiones, Jesús desea que amemos a nuestros enemigos y trabajemos por la paz. Cada santo, conocido y desconocido, ha experimentado estos altibajos entre el mundo y el reino de Dios. Y esa es precisamente la razón por la cual celebramos hoy a los santos: Ellos “han pasado por la gran tribulación” con su fe intacta (Apocalipsis 7, 14). Y no solo los santos han experimentado dificultades, también cada creyente tiene sus tiempos de “gran tribulación”. Resulta consolador saber que no estás solo en esta lucha. Recuerda que todos los santos están rezando por ti. El Espíritu Santo habita en ti para fortalecerte y guiarte. Y además tienes a tus hermanos en Cristo. Es verdaderamente posible “sobrevivir” aun a las más grandes tentaciones y ocupar tu lugar junto con todos los santos en el cielo. “Espíritu Santo, te ruego que me des la gracia que necesito no solo para vencer las tentaciones de este mundo sino también para prosperar como un discípulo de Jesús.” ³³

Apocalipsis 7, 2-4, 9-14 Salmo 24 (23), 1-2. 3-4ab. 5-6 1 Juan 3, 1-3

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de noviembre, martes Todos los fieles difuntos Sabiduría 3, 1-9 Los probó como oro en el crisol. (Sabiduría 3, 6) Al conmemorar hoy a todos los fieles difuntos, podríamos encender una vela en la iglesia en honor a nuestros seres queridos que han fallecido. O podríamos colocar su fotografía en nuestra casa. Muchas culturas dedican este día a recordar a los familiares y amigos fallecidos, y a rezar por ellos. Pero, ¿por qué exactamente rezamos por los muertos? Es por nuestro deseo de que todos disfruten de la alegría del cielo. Sabemos que debido a que Jesús murió y resucitó de entre los muertos, cada uno de nosotros tiene la esperanza del cielo. Jesús nos ha perdonado, ha vencido a la muerte y ha abierto las puertas a la vida eterna. Pero también sabemos que los efectos del pecado pueden pasar su factura, aun cuando tengamos una relación con Dios. Piensa en aquellos momentos en que alguien te ha perdonado por un estallido de furia o por una palabra hiriente, pero el dolor que provocaste todavía persiste. ¿Pueden esas consecuencias del pecado y esos motivos coexistir con Dios? No. Gracias a Dios, cuando morimos en buenos términos con él, somos salvados. Pero para esos efectos persistentes del pecado, Dios nos ofrece

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oportunidades para purificarnos y limpiarnos todavía más profundamente, así como el oro es purificado para remover impurezas (Sabiduría 3, 6). En su encíclica Spe Salvi (Salvados en la esperanza), el Papa Benedicto XVI dice que cuando estamos cara a cara con Jesús, “toda falsedad se deshace”. Al encontrarnos con aquel cuyo amor ha conquistado todo mal, “su amor nos penetra” el corazón. Ese amor es tan fuerte que quema el mal o el pecado que quedan en nosotros. Benedicto llama a esto el “dolor del amor” (47). Es algo que puede resultar doloroso, pero también alegre, porque en última instancia nos trae la salvación. Podemos verlo como la forma en que Dios nos quita el pecado. ¡Anímate, hermano! Dios desea seguirte purificando, aun después de la muerte. El Señor desea que disfrutes de las alegrías del cielo, tú y todos tus seres queridos. Reza por ellos, ¡pídele al Espíritu Santo que les ayude a pasar a través de este “dolor del amor” para que puedan verlo cara a cara! “Señor, te ruego que concedas la alegría del cielo a todos aquellos que ya han fallecido.” ³³

Salmo 23 (22), 1-3. 4. 5. 6 Romanos 5, 5-11 Juan 6, 37-40


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de noviembre, miércoles Romanos 13, 8-10 El que ama al prójimo, ha cumplido ya toda la ley. (Romanos 13, 8) ¡Pierde peso de la noche a la mañana! ¡Desarrolla una costumbre para que tu matrimonio sea el mejor! ¡Mejora instantáneamente tu presupuesto! Todo el mundo quiere arreglar las cosas rápidamente, en formas que no requieren esfuerzo para lograr aquello que nos resulta difícil. Esta afirmación de San Pablo, de que el amor es el cumplimiento de los mandamientos, puede sonar igual a esa clase de pensamiento. ¿Cumplir cada uno de los mandamientos de la Biblia con una simple acción? ¡Anótenme en la lista! Pero así como sucede con las soluciones simples e instantáneas, leer la letra menuda puede ser revelador. El amor definitivamente no es fácil. Como escribió San Pablo, requiere de paciencia y bondad; de no ser envidioso, ni enojarse, ni guardar rencor ni ser orgulloso. No podemos alegrarnos de las injusticias (1 Corintios 13, 4-7). La palabra griega para este tipo de amor, ágape, transmite un sentido de dar sin esperar nada a cambio. Amar a alguien así puede ser difícil, y generalmente, no surge naturalmente. Aún más, no podemos hacerlo por nosotros mismos. Requiere de mucha gracia divina.

Misericordiosamente, Dios se deleita en derramar esa gracia sobre cualquier persona que se la pida. El Señor se complace en darla a aquel que humildemente reconoce que simplemente no puede decir “te perdono” una vez más… o esperar pacientemente a que su padre anciano dé sus lentos pasos o a un niño distraído… o resistirse a ser irónico o sarcástico con un compañero de trabajo que es irritante o un conductor imprudente. Cada día presenta oportunidades para que tú muestres simpatía o consideración con alguien más o rechaces guardar resentimientos o pensamientos egoístas. Diariamente puedes crecer en el amor que es el cumplimiento de la ley, porque Dios te ayudará. Aun cuando no sientas que Dios te esté dando la gracia que necesitas en el momento, cree que sí lo está haciendo, y luego actúa de acuerdo a eso. Como escribió C. S. Lewis: “Cuando te comportas como si amaras a alguien, pronto llegarás a amarlo” (Cristianismo ¡y nada más!). ¡Y eso realmente comienza con un simple paso! “Padre celestial, necesito tu gracia hoy para amar a las personas con paciencia y bondad.” ³³

Salmo 112 (111), 1-2. 4-5. 9 Lucas 14, 25-33

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de noviembre, jueves Lucas 15, 1-10 Alégrense conmigo. (Lucas 15, 6) ¿Alguna vez te has sentido tan entusiasmado por algo que no puedes esperar a contarle a todos? Podría ser una nueva canción que escuchaste en la radio o un artículo que leíste en línea. Incluso podría ser un amigo nuevo que acabas de hacer. Sin importar lo que fuera, simplemente tenías que contarlo. Así es como Jesús quiere que nos sintamos respecto a él. El Señor quiere vernos deseosos de hablarle a la gente sobre él y la forma en que ha actuado en nuestra vida, para que de esa forma, cada vez más personas se vuelvan a él y reciban su salvación. La lectura del Evangelio de hoy nos dice que Jesús nos busca a cada uno de nosotros. Día y noche, está buscando a aquellos están listos para ser “encontrados” por él. Y nos está pidiendo que nos unamos a él en esta labor. El Señor quiere enviarnos a buscar personas para hablarles de su amor y misericordia. Pero, ¿cómo le narras a alguien la historia más grande y más importante en el mundo sin sonar demasiado dramático o como si lo supieras todo? A menudo cuando pensamos en la evangelización, pensamos en comunicar la doctrina o narrar de nuevo toda la historia de la vida, muerte y resurrección de Jesús. Con mucha frecuencia, tenemos expectativas poco realistas de 70 | La Palabra Entre Nosotros

nosotros mismos y al final nos sentimos derrotados incluso antes de iniciar. Pero no tiene por qué ser así. La estrategia perfecta puede resumirse en tres simples palabras: Sé tú mismo. Habla de tu propia experiencia del amor de Dios. Habla sobre la forma en que has sido sorprendido por la simplicidad y el poder del mensaje. Comparte sobre algo que comprendiste en tu oración o recientemente en Misa. Habla sobre una oración contestada o un pequeño milagro inesperado. La Escritura nos exhorta a estar “siempre preparados” para “dar razón de la esperanza” que tenemos (1 Pedro 3, 15). Esto es algo suficientemente simple de hacer si recordamos lo bueno que el Señor ha sido con nosotros. Luego, cuando surja una oportunidad, podemos contar nuestro testimonio. ¡Que agradable será regocijarnos con el Señor por todos aquellos que una vez estuvieron perdidos pero han sido encontrados! “Señor Jesús, ¡deseo compartir con todos tu amor incondicional! Te ruego que envíes a personas que necesitan conocerte y me capacites para llevar a cabo esta obra.” ³³

Romanos 14, 7-12 Salmo 27 (26), 1. 4. 13-14


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de noviembre, viernes Romanos 15, 14-21 No me atrevería a hablar de nada sino de lo que Cristo ha hecho por mi medio. (Romanos 15, 18) A pesar de que había pasado gran parte del tiempo ministrando a las comunidades cristianas establecidas, el deseo más profundo de San Pablo era abrir un nuevo camino, aspiraba a que aquellos que nunca habían escuchado la buena nueva conocieran a Cristo. Así que invitó a los creyentes en Roma, prácticamente desconocidos para él, a rezar por su misión. Aquellos de nosotros que vivimos en países con una larga historia de cristianismo podríamos no sentirnos identificados con las preocupaciones que tenía Pablo. Con seguridad todos aquellos con los que nos encontramos reconocen el nombre de Jesús y saben algo de su vida y de lo importante que él es. Pero, ¿lo conocen? De muchas maneras, vivimos en un mundo “post-cristiano”, en el que muchas personas creen que todos nuestros problemas pueden resolverse por medio de avances científicos, leyes más justas o cambios sociales. Podrían haber escuchado sobre Jesús, pero no han experimentado su amor, no han escuchado que él quiere establecer una relación personal con cada uno de ellos que puede

transformar su vida. Ese es el mensaje que podemos darles. En tu oración de hoy, dedica unos minutos a pedirle al Señor que te conceda la convicción y la valentía que necesitas para salir y predicar la buena noticia. La evangelización inicia con esta convicción interna del Espíritu Santo. Comienza con la seguridad de que Jesús desea que cada persona lo llegue a conocer como Señor y Salvador, y que nosotros somos sus instrumentos. Luego, pídele al Espíritu Santo que hoy te conceda una oportunidad para compartir estas buenas nuevas con alguien más. Durante el día, permanece alerta a las oportunidades que te concederá el Espíritu. Las posibilidades podrían ir desde un desconocido que ves preocupado en un elevador del hospital, hasta tu hija que está teniendo un mal día o un amigo que te encuentras en el supermercado. Ofréceles rezar el Padre Nuestro juntos, dales una palabra de consuelo, habla sobre Jesús y su amor. Y si esta persona no acepta tu oferta, ¡siempre puedes ofrecer una bendición en lo profundo de tu corazón! “Señor, te ruego que me des la valentía para predicar la buena nueva.” ³³

Salmo 98 (97), 1. 2-3ab. 3bc-4 Lucas 16, 1-8

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de noviembre, sábado Romanos 16, 3-9. 16. 22-27 Saluden a Prisca y a Áquila, colaboradores míos. (Romanos 16, 3) Mucho tiempo antes de que la Iglesia tuviera templos, los cristianos se reunían para rezar y celebrar la Eucaristía en las casas. Prisca y Áquila, amigos cercanos y colaboradores de San Pablo, siempre estaban entre los anfitriones de estas reuniones. A pesar de que la persecución religiosa y el celo evangélico causaba que con frecuencia se reubicaran, eso nunca los detuvo de recibir a otros creyentes en su hogar. Dadas las tradiciones del primer siglo en Roma, es interesante ver que el nombre de Prisca (o Priscila) siempre viene primero cuando ella y Áquila son mencionados en la Escritura. Pero también es posible que ella tuviera habilidades de liderazgo más fuertes, y por lo tanto fuera más conocida. Cualquiera que fuera la razón, esta fascinante pareja se dedicaba a predicar el evangelio, y Prisca jugaba un papel clave. Cuando Pablo conoció a Prisca y Áquila por primera vez, ellos ya eran creyentes y habían comenzado a ayudar a otros, como Apolo, a crecer en su fe (Hechos 18, 1-3). A pesar de todos los dones que tenía, Pablo sabía que necesitaba amigos cercanos que lo ayudaran a vivir el evangelio que él predicaba, y ellos parecían ser los indicados. Pablo

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se hizo su amigo luego de reconocerlos como afines en su amor por el Señor y su compromiso en la edificación de la Iglesia. Que ellos también fueran tejedores de tiendas como él no fue un problema, ¡podían unirse en el negocio también! Esta heroica pareja deseaba que Dios fuera el centro de su vida. Su historia es una gran motivación para nosotros, pues nos recuerda que también podemos encontrar amigos cercanos en nuestra iglesia. Podemos encontrar mucho apoyo y fortaleza de parte de otros creyentes que también están buscando dar a Jesús un lugar en su vida. Prisca y Áquila nos muestran, también, que no solo los “superhéroes” como Pablo han sido llamados a edificar la Iglesia. Mira todos los otros nombres que Pablo menciona en la primera lectura de hoy, y verás que cada uno de ellos tuvo un impacto en la gente que los rodeaba. ¡No hay ninguna razón para que nuestros nombres no puedan ser añadidos a esa lista! “Amado Jesús, te pido que me des la gracia para que yo pueda experimentar tu amor más profundamente y proclamar tu evangelio más eficazmente.” ³³

Salmo 145 (144), 2-3. 4-5. 10-11 Lucas 16, 9-15


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de noviembre, domingo Marcos 12, 38-44 Esa pobre viuda… (Marcos 12, 43) En todas las lecturas de hoy, hay un personaje en común: Una viuda. En la primera lectura, Elías se encuentra con la viuda de Sarepta. Luego, el Salmo nos dice: “Sustenta al huérfano y a la viuda” (Salmo 146 (145), 9). Finalmente, Jesús exalta a una viuda en el templo por dar como ofrenda todo lo que tenía. Desde Rut y Noemí hasta la anciana de la lectura del Evangelio de hoy, las viudas tienen un lugar importante en la Escritura. Junto con los huérfanos, eran consideradas las personas más vulnerables. Y es por lo humildes, necesitadas e indefensas que son que Dios tiene un amor especial por ellas. También esa es la razón por la cual él nos manda a tratarlas de una forma especial. La heroína del Evangelio de hoy no tenía nada que ofrecer a la gente.

No tenía dinero, no tenía clase social ni influencia que ayudara a otros a superarse. Probablemente estaba muy anciana como para cuidar niños o incluso ocuparse de los quehaceres del hogar. Todo lo que otros podían hacer era cuidar de ella, protegerla y tratarla con honor y respeto. Jesús mismo parecía tener un cariño especial por las viudas. Se desvió de su camino para resucitar al hijo de una viuda sola (Lucas 7, 11-17). Narró el relato de una viuda insistente para enseñarnos a rezar (18, 1-8). Y se aseguró de que sus discípulos vieran la generosidad de la viuda en el templo. Jesús nos ha mandado tener un cuidado especial por las viudas, junto con los viudos, los huérfanos, los vulnerables y los que tienen alguna necesidad. Algunos de ellos enfrentan dificultades y necesitan de nuestra ayuda. Lo que es más, cuidar por los amados pobres de Dios también tiene el poder de rescatarnos del egoísmo, el orgullo y la autosuficiencia; nos enseña a servir como lo hizo Jesús. Al final, eso podría ser simplemente lo que nos salve. “Señor, te ruego que me enseñes a amar a las viudas y a los huérfanos no solo con mis pensamientos sino también con mis acciones.” ³³

1 Reyes 17, 10-16 Salmo 146 (145), 7. 8-9a. 9bc-10 Hebreos 9, 24-28 Octubre / Noviembre 2021 | 73


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de noviembre, lunes Lucas 17, 1-6 Perdónalo. (Lucas 17, 4) “¿Cómo puede Jesús esperar que yo perdone a alguien que me ha hecho tanto daño?” Jesús sabe lo difícil que puede ser perdonar, sin embargo desea que lo intentemos. Tal vez nos sentimos profundamente heridos, ofendidos o traicionados. O tal vez la simple repetición de una ofensa menor nos ha dejado exhaustos o nos exaspera. Aun así, Jesús nos dice “perdona”. No hay condiciones o vacíos en ese mandamiento, simplemente perdona. De manera que puedes comprender lo abrumados que se sentían los apóstoles con esta idea. “Auméntanos la fe”, le suplicaron (Lucas 17, 5). Esto es muy difícil, no tenemos ni un poco de la fe que necesitamos si vamos a poner esto en práctica. Pero Jesús no estuvo de acuerdo. Todo lo que ellos necesitaban era tener la fe del tamaño de una diminuta semilla de mostaza. Si ponían en práctica solo un poco de fe al tratar de perdonar, encontrarían que su capacidad para ser misericordiosos aumentaría. Debido a que el tema del perdón puede estar tan cargado de dolor, debemos recordar una cosa: El perdón solamente es una parte de la ecuación, especialmente cuando se trata de ofensas graves. Jesús no desea que estemos involucrados en relaciones abusivas,

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especialmente si no existe la intención de un verdadero cambio. No es saludable simplemente perdonar a alguien y seguir permitiendo que nos ofenda. A veces necesitamos ayuda de alguien más para lograr la sanación verdadera y la resolución a una relación dañina. Pero, ¿qué sucede con esas pequeñas cosas que continúan molestándonos? ¿El conductor que se nos atraviesa en la carretera o el hijo que sigue dejando su ropa sucia tirada por la casa? ¡Eso es precisamente en lo que podemos progresar! Toma la fe que tienes, aun cuando parezca demasiado pequeña para la tarea, y haz lo que puedas. Hoy da solamente un pequeño paso y luego otro mañana y uno más al día siguiente. Eventualmente, te sentirás liberado y podrás dejar ir aquello que te molesta. Solo sigue rezando: “Señor Jesús, no puedo perdonar, pero deseo comenzar y confiar en que tú me ayudarás con el paso del tiempo.” Todo lo que necesitas es la fe del tamaño de una semilla de mostaza para comenzar a perdonar. “Gracias, Señor Jesús, por la gracia que me has dado. ¡Te pido que aumentes mi fe! ¡Ayúdame a decidir perdonar!” ³³

Sabiduría 1, 1-7 Salmo 139 (138), 1-3. 4-6. 7-8. 9-10


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de noviembre, martes Dedicación de la Basílica de Letrán 1 Corintios 3, 9-11. 16-17 Ustedes… son el templo de Dios. (1 Corintios 3, 10) Es fácil imaginar la alegría que contagió a los cristianos cuando las puertas del templo se abrieron por primera vez en el año 313 d.C. Después de casi trescientos años de celebrar la Misa en secreto y de esconder su fe por miedo a la persecución, los creyentes podían salir a la luz: ¡El emperador Constantino había legalizado el cristianismo! No solo eso, el propio Constantino les había dado su primera iglesia oficial: Un lugar donde pudieran reunirse públicamente sin temor. Desde entonces, esta iglesia, la Basílica de San Juan en la colina de Letrán en Roma, ha sido el templo central del catolicismo. Continúa siendo la sede oficial del obispo de Roma, el Papa, y por lo tanto tiene un lugar especial de honor, ¡incluso sobre la Basílica de San Pedro en el Vaticano! Es increíble pensar en todas las Misas y celebraciones que se han llevado a cabo durante casi dos milenios en ese templo. Sin embargo, también debemos tomar en consideración lo que ha salido de esa iglesia. La palabra “Misa” es prácticamente la misma que en latín missa, y que significa “envío”. Esa es la forma en

que nuestra Misa termina siempre, el sacerdote nos envía y nos dice : “En la paz de Cristo, vayan a servir a Dios.” Eso es exactamente lo que ha sucedido en la Basílica de Letrán a lo largo de todos estos siglos. El pueblo de Dios ha pasado por sus puertas para fortalecer su fe, y luego han salido de allí preparados para proclamar la buena noticia de Cristo al mundo. Al entrar en ella, participan plenamente de la Iglesia, el cuerpo de Cristo, al que Dios desea que pertenezcan y luego llevan esta luz a los demás. Solo piensa, si no fuera por esta “madre y cabeza de todas las iglesias del mundo”, ni siquiera tendrías un templo al cual asistir. Por eso es justo celebrar este día de su dedicación. Recuerda esto la próxima vez que atravieses las puertas de tu iglesia. Estás yendo ahí para ser alimentado. Estás ahí para fortalecer tu fe y recibir a Jesús en tu propio cuerpo y alma. Todo esto para que luego vayas y des testimonio de su gloria y de su amor. “Señor Jesús, te ruego que me fortalezcas para que yo pueda cumplir la misión de amor y servicio que tú me has encomendado.” ³³

Ezequiel 47, 1-2. 8-9. 12 Salmo 46 (45), 2-3. 5-6. 8-9 Juan 2, 13-22

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de noviembre, miércoles Lucas 17, 11-19 Levántate y vete. (Lucas 17, 19) A menudo en los Evangelios se habla del descanso, de sentarse a los pies de Jesús, inmersos en su enseñanza y encontrar paz en él. Pero ese no es el caso de hoy. En este relato de curación se habla más de “ir” que de “descansar”. Jesús se dirige hacia Jerusalén; los diez leprosos van donde el sacerdote; uno de los leprosos sanados se devuelve agradecido hacia Jesús, quien le da la orden de irse. Todo este movimiento puede ayudarnos a ver la forma en que nuestra vida cristiana implica dirigirse hacia Jesús y luego irse de misión: • Jesús estaba en una misión encomendada por su Padre cuando se encontró con los diez leprosos: Iba camino a Jerusalén, donde comenzaría su pasión. Al detenerse a curarlos, mostró la compasión del Padre. La “gran historia” de la salvación no es tan grande como para que nuestras luchas se vuelvan insignificantes. Dios siempre está interesado en nuestra vida. • Los leprosos se fueron en busca del sacerdote. Es muy probable que para ese momento ellos hubieran intentado todo remedio posible; ahora estaban obedeciendo a Jesús. Una vez que entendieron que habían sido curados, nueve de 76 | La Palabra Entre Nosotros

ellos siguieron su camino. Estaban haciendo lo que Jesús les había dicho que hicieran, obtener su certificado de salud e iniciar con su vida lo más pronto posible. Nuestros primeros pasos deben ser de obediencia a lo que Jesús nos dice que hagamos. • Pero uno decidió regresar con Jesús, lleno de gratitud por haber sido sanado; él vio su curación como una invitación a acercarse más a Jesús. Cada vez que Jesús actúa en nuestra vida, nos está invitando a acercarnos a él, con amor y gratitud. Con la ayuda del Espíritu Santo, podemos aprender a escuchar ese llamado. • Finalmente, Jesús le dio al hombre una misión: No se limitó a decirle “Tu fe te ha salvado”, sino que también le dijo “Levántate y vete”. Una vez que hemos acudido a Jesús con nuestras necesidades y recibimos su curación o misericordia, él nos dice que vayamos y compartamos lo que hemos recibido. ¿De qué manera necesitas acudir a Jesús? ¿Dónde podría él estarte enviando hoy? “Señor Jesús, permíteme caminar contigo, te lo ruego.” ³³

Sabiduría 6, 1-11 Salmo 82, (81), 3-4. 6-7


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de noviembre, jueves Lucas 17, 20-25 El Reino de Dios ya está entre ustedes. (Lucas 17, 19) Cuando Jesús les dijo a los fariseos que el Reino de Dios estaba entre ellos, les estaba diciendo que él estaba introduciendo ese reino. Esto era algo difícil de comprender para los fariseos. Ellos habían estado esperando al Mesías y su reino por años, y confiaban en que lo descubrirían según su forma de entender la Escritura. Pero en realidad estaba frente a sus ojos de una forma sorprendente. Llegó en la persona de un humilde carpintero y en un lugar y de una manera que ellos no pudieron prever. Al igual que estos fariseos, todos tenemos ciertas expectativas que pueden impedirnos ver al Señor entre nosotros. Por ejemplo, tal vez tu hijo adulto necesitaba regresar a tu casa por un tiempo. Tú ya estabas disfrutando de la paz y la quietud del nido vacío, pero entonces descubriste que Dios te estaba dando una oportunidad para pasar un tiempo adicional con tu hijo y cultivar una relación más profunda con él. O quizá tuviste que mudarte inesperadamente debido a tu trabajo. Aunque no querías mudarte, descubriste las bendiciones del nuevo lugar donde vives, por ejemplo, una parroquia vibrante o nuevas amistades.

En medio de todas las sorpresas que la vida nos da, Dios quiere que nos fijemos en una sola cosa: Él está en medio de nosotros, “el Reino de Dios ya está entre ustedes” (Lucas 17, 21). Y debido a eso, podemos confiar en que él sacará el bien de toda situación que enfrentemos. El cambio y la transición pueden ser difíciles, las pérdidas pueden ser frustrantes, a veces, incluso no hacer nada puede ser complicado. Pero Dios nunca nos abandonará. El Señor siempre estará a nuestro lado, independientemente de si la situación era una sorpresa o no. Debido a que el Reino vino de una forma que nadie esperaba, estos fariseos tuvieron problemas para recibirlo como una bendición. En lugar de descubrir la gracia de tener a Jesús en medio de ellos, se aferraron a su propio entendimiento y se opusieron a él. Si bien puede ser difícil aceptar ideas o planes diferentes, Jesús quiere que confiemos en él en medio de lo inesperado. Si lo hacemos, experimentaremos no solo su presencia sino todas las formas en que él quiere bendecirnos. “Señor Jesús, en toda situación, ya sea esperada o inesperada, confío en ti.” ³³

Sabiduría 7, 22—8, 1 Salmo 119 (118), 89. 90. 91. 130. 135. 175

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de noviembre, viernes Lucas 17, 26-37 El que esté en el campo, que no mire hacia atrás. (Lucas 17, 31) Este pasaje puede provocar algo de temor. ¿Realmente puede suceder que al final, alguien será llevado al cielo y otros “serán dejados” (Lucas 17, 31)? Y si ese realmente fuera el caso, ¿quién sería dejado? ¿Podría ser alguno de nosotros o un ser querido? Sin embargo, cuando se trata de hablar del fin de los tiempos, la Iglesia nos advierte de no interpretar literalmente algunas de las imágenes bíblicas o tratar de encajar los eventos actuales en la Escritura. De manera que cuando reflexionemos en el Evangelio de hoy, quizá tengamos una mejor perspectiva si pensamos más en la forma en que estamos invirtiendo nuestro tiempo aquí en la tierra que en si podemos ser misteriosamente llevados al cielo. Podría ser que no vivamos para ver a Jesús regresar, pero todos llegaremos a estar cara a cara con él cuando muramos. Cuando eso suceda, todas las posesiones que hemos acumulado a lo largo de la vida y de las que hemos estado cuidando se quedarán atrás. Lo mismo sucederá con nuestros seres queridos, trabajos y planes sin concluir. Por más sombrío que esto parezca, también hay mucha esperanza en la lectura del Evangelio de hoy. Piensa en los santos, ¿qué cosas dejaron ellos

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atrás? Nadie recuerda la ropa que usaban o en qué clase de casa vivían. Pero sí recordamos su amor, fe, sacrificio, confianza frente al sufrimiento, bondad y valentía, así como los frutos de estos rasgos: Hospitales, refugios para indigentes, órdenes religiosas, enseñanzas inspiradas y una multitud de hijos e hijas espirituales. ¿Qué cosas dejarás tú atrás? Tal vez una familia más unida debido a tu compromiso con la reconciliación. Quizá una parroquia que está más cerca de Jesús gracias a tu testimonio de alegría en el Señor. O podrían ser unos nietos que tienen más sed de Jesús gracias a tu intercesión. El mañana no está asegurado. ¿A qué te está llamando Jesús hoy? Comienza por escuchar las pequeñas inspiraciones que él ha puesto en tu corazón y actuar de acuerdo a ellas. Algún día, Jesús te llamará de vuelta a casa. Hasta entonces, haz tu parte para que el mundo sea un mejor lugar para las personas que dejarás atrás. ¡Comienza ahora! “Señor concédeme la gracia de dejar a los demás un legado de fe y amor los unos por los otros, te lo ruego.” ³³

Sabiduría 13,1-9 Salmo 19 (18), 2-3. 4-5


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de noviembre, sábado Lucas 18, 1-8 ¿Dios no hará justicia a sus elegidos, que claman a él día y noche? (Lucas 18, 7) En el Evangelio de hoy, Jesús nos narra la parábola sobre una viuda insistente, necesitada de justicia y un juez “que no temía a Dios ni respetaba a los hombres” (Lucas 18, 2). La viuda estaba desesperada, así que día tras día acudía frente al juez deshonesto y le pedía una resolución. A pesar de la indiferencia del juez, ella no se dio por vencida. Más bien, sus súplicas se volvieron cada vez más intensas y frecuentes hasta que finalmente el juez le dio una respuesta. Ahora, nosotros sabemos que Dios no es para nada como ese juez injusto cuando acudimos a él por medio de la oración de intercesión. Al contrario, sus oídos están abiertos, y él siempre está dispuesto a escucharnos. Sin embargo, debemos ser como esa viuda, y perseverar mientras intercedemos frente a Dios, llamándolo de día y de noche. Ese “llamado” es algo mucho más que un saludo casual o una petición rápida. Está enraizado en una necesidad profunda que debe ser escuchada. Y eso implica no darse por vencido. Entonces, ¿por qué a veces parece que Dios se tarda en responder? Porque cuando perseveras y le entregas todas tus necesidades a Dios, estás abriendo

tu corazón para recibir las bendiciones que van más allá de la simple solución a un problema o de la forma de esquivar un obstáculo. De esta manera adquieres su corazón y su perspectiva. ¡Y eso es lo más importante que te pueda pasar! Esto es especialmente cierto si no percibes una solución inmediata o si sientes que Dios no está contestando tus oraciones. Entre más perseveres, más oportunidades tendrás para ofrecerle a él no solo tus necesidades sino también tus temores, deseos y esperanzas. Estarás más dispuesto a invitarlo a entrar en tu corazón y pedirle que te fortalezca. Esa es una recompensa misteriosa de la intercesión. Va más allá de obtener la respuesta que esperas a tus plegarias. Dios te asegura que te concederá su “justicia” por medio de su sabiduría, paz, amor y carácter (Lucas 18, 7). Y te ayuda a que desarrolles una relación todavía más profunda con Aquel que concede toda clase de dones. “Padre celestial, te pido que me ayudes a perseverar en mi oración de intercesión. Quiero permanecer cerca de ti y estar en comunión con tu corazón.” ³³

Sabiduría 18, 14-16; 19, 6-9 Salmo 105 (104), 2-3. 36-37. 42-43

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MEDITACIONES NOVIEMBRE 14-20

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de noviembre, domingo Marcos 13, 24-32 Nadie conoce el día ni la hora… solamente el Padre. (Marcos 13, 32) ¿Jesús nos estaba diciendo que ni siquiera él mismo sabe cuándo regresará? Eso parece. El Señor quería recordarnos que debía someterse a las limitaciones del ser humano al igual que nosotros. Sí, él era plenamente divino, pero también completamente humano. Y eso implicaba ciertas limitaciones. Esta es la razón por la cual el Evangelio según San Lucas nos dice que Jesús iba creciendo en sabiduría “ante Dios y ante los hombres” (Lucas 2, 52). Repetidamente a lo largo de la historia, las personas han tratado de predecir el fin del mundo. San Pablo creía que estaba a la vuelta de la esquina. San Hipólito de Roma y San Ireneo de Lyon pensaban que sucedería en el año 500 d.C. Juan Wesley, el primer metodista, pensó que el fin llegaría en 1836. Los Testigos de Jehová, los bautistas del sur, líderes no religiosos y no pocos físicos, también han hecho sus predicciones. Desde luego, muchos han calculado 80 | La Palabra Entre Nosotros

nuevamente la fecha después de que su primera predicción fallara, solo para decepcionar de nuevo a sus seguidores. Algunos creyentes son más cautos. Nos dicen que veremos señales específicas cuando el tiempo se acerque. Ellos señalan ciertos signos: Una guerra en el Medio Oriente, una sequía en África, terremotos en Perú u otro desastre natural. Cuando esas señales sucedan, significa que Jesús está cerca. Sin embargo, ningún ser humano sabe cuándo regresará Jesús. Podría ser hoy o podría no suceder en los siguientes mil años. San Francisco de Asís tenía una visión distinta del tema. Una vez, mientras trabajaba en su jardín, un fraile le preguntó: “¿Qué estarías haciendo ahora si supieras que Jesús va a regresar hoy?” Francisco le respondió: “Seguiría trabajando en mi jardín”. Él sabía que estaba haciendo su mejor esfuerzo para estar preparado, y no había nada más que pudiera hacer al respecto. Lo que interesa es que Jesús regresará. Por lo tanto, nuestra mejor respuesta es la misma que siempre ha sido: Estén preparados. “¡Ven, Señor Jesús!” ³³

Daniel 12, 1-3 Salmo 16 (15), 5. 8. 9-10. 11 Hebreos 10, 11-14. 18


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de noviembre, lunes 1 Macabeos 1, 10-15. 4143. 54-57- 62-64 Muchos israelitas permanecieron firmes y resueltos. (1 Macabeos 1, 62) ¿Recuerdas la imagen de veintiún cristianos coptos en trajes anaranjados? Estaban en la playa, arrodillados y a punto de ser martirizados por su fe. Fue un recordatorio de que la clase de persecución descrita en la primera lectura de hoy sigue sucediendo en la actualidad. El primer libro de los Macabeos comienza trágicamente. Algunos israelitas habían decidido unirse a un rey pagano para destruir la religión judía y “convencieron” a otros judíos a unírseles (1, 11). Como resultado, muchos abandonaron la fe. Pero algunos permanecieron “firmes y resueltos” a no abandonar al Señor (1, 62). Y por eso fueron asesinados. La mayoría de nosotros no enfrentamos esta clase de persecución. Pero algunos de nuestros hermanos sí enfrentan estas decisiones. Por ejemplo: • De los setenta millones de cristianos que han sido martirizados a lo largo de la historia, más de la mitad fueron martirizados hace muy poco, en el siglo XX. • Trescientos veintidós cristianos son asesinados por su fe cada mes. • Cada mes se destruyen doscientas

catorce iglesias y otras propiedades cristianas. • Cada mes se llevan a cabo setecientas veintidós formas de violencia (golpizas, violaciones o detenciones arbitrarias) contra cristianos. • En más de sesenta países los cristianos enfrentan algún tipo de persecución. Tanta violencia puede hacernos sentir indefensos. Pero, ¡nosotros podemos ayudar! Podemos apoyar organizaciones que defienden a los cristianos perseguidos alrededor del mundo. Y sobre todo, podemos rezar. Estamos conectados con nuestros hermanos perseguidos por medio del Bautismo y la fe. Cuando ellos sufren, todo el cuerpo de Cristo sufre. Pero si unimos nuestras plegarias a las de ellos, Jesús escuchará nuestro clamor y nos responderá a todos. También podemos rezar por las personas que están persiguiendo a los cristianos. Dios desea que incluso aquellos que se han involucrado en las peores atrocidades. lleguen a conocer el amor salvador y la misericordia de Jesucristo nuestro Señor. “Señor, escucha el clamor de tu pueblo y transforma el corazón de quienes lo persiguen.” ³³

Salmo 119 (118), 53. 61. 134. 150. 155. 158 Lucas 18, 35-43

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de noviembre, martes Lucas 19, 1-10 Zaqueo, bájate pronto, porque hoy tengo que hospedarme en tu casa. (Lucas 19, 5) El relato de San Lucas sobre Zaqueo nos revela un patrón que se repite en los Evangelios. Es el siguiente: Jesús parece anticipar lo que una persona tiene en su mente y corazón. Percibe al que busca incansablemente a Dios, aun si esa persona no es completamente consciente de lo que hace. Luego Jesús “aparece” de una forma inesperada transformando a esa persona y concediéndole una nueva vida y la conversión de su corazón. De alguna manera, Jesús sabía que Zaqueo subiría a aquel árbol. También entendió que Zaqueo, a pesar de su ocupación y riqueza, estaba preparado para arrepentirse y recibir al Señor en su corazón y en su casa. Y eso fue precisamente lo que Zaqueo hizo, incluso se comprometió públicamente a devolver hasta cuatro veces todo aquello que hubiera robado a las personas. ¿Dónde más vemos un patrón similar a este? Por ejemplo, observa a Simón Pedro. Después de una noche sin poder pescar nada, Jesús se aparece y le dice que lo intente otra vez. Pedro queda asombrado por la enorme pesca y deja todo para seguirlo (Lucas 5, 1-11). La mujer samaritana en el pozo es otro ejemplo. Jesús percibe la sed que ella

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tenía, y en su lugar le ofrece agua de vida, conduciéndola a contar la noticia de que el Mesías había llegado (Juan 4, 4-40). O los dos discípulos en el camino hacia Emaús: Jesús ve su desánimo y les concede esperanza y alegría al revelarse delante de ellos (Lucas 24, 13-27). Tú podrías identificar este mismo patrón en tu propia historia. ¿En qué momentos ha “aparecido” el Señor y te ha dado exactamente lo que necesitabas de él? Quizá te ayudó a abrir tus ojos y verte diferente o ver diferente a alguien más. O tal vez te inspiró a cambiar de actitud o perspectiva. Sin importar lo que haya sucedido, su gracia te ayudó a dar un paso más cerca de él. Las personas que Jesús encontró en los Evangelios respondieron teniendo una confianza más profunda en él, en su capacidad de curarlos y liberarlos y en su llamado a seguirlo. ¡Que nosotros podamos seguir su ejemplo y hacer lo mismo en esos momentos en que Jesús se anticipa a nuestra necesidad y viene a nosotros! “Señor, ¡gracias por anticiparte a mis necesidades y por satisfacerlas todas!” ³³

2 Macabeos 6, 18-31 Salmo 3, 2-3. 4-5. 6-7


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de noviembre, miércoles 2 Macabeos 7, 1. 20-31 Muy digna de admiración y de glorioso recuerdo fue aquella madre que, viendo morir a sus siete hijos en el espacio de un solo día… (2 Macabeos 7, 20) Es difícil imaginar lo que vivió esa madre de siete hijos conforme los vio ser ejecutados uno tras otro por negarse a rechazar su fe. Solamente tenemos las palabras que le dijo al menor de ellos, y son notables. En lugar de decirle qué hacer o dialogar sobre la viabilidad política de sus opciones, le dijo: “Te ruego, hijo mío, que mires el cielo”. Sus palabras revelan una simple verdad: Cuando nos enfrentamos al sufrimiento y a la tentación, ¡debemos fijar nuestra mirada en lo verdaderamente importante! Frente a la muerte, esta madre instruyó a su hijo a que pensara en quién era Dios: El creador del universo, Dios sabía lo que este joven estaba enfrentando y era perfectamente capaz de ver a través y más allá de eso. Podemos ver una actitud similar en María, que presenció el rechazo, la tortura y la injusta ejecución de su único hijo. Con seguridad su corazón estaba destrozado. Pero en todo lo que vivió, ella elevó sus ojos al cielo y pudo encontrar ahí el consuelo del Espíritu Santo. Ella no se dejó vencer por la desesperación. Más bien, recordó todo lo que había comprendido del plan de

Dios y encontró en ese plan la fortaleza para soportar. Como nuestra Madre celestial, María nos ofrece un consuelo similar: ¡No te olvides de quién es Dios y del amor que él tiene por ti! ¡Recuerda su plan perfecto para ti y tu familia! Recuerda que él creó el universo y tiene todo bajo control, no importa lo malas que parezcan las cosas ahora. No importa lo que tú estés viviendo, ya sea algo tan sencillo como morir al pecado o la autonegación, o tan confuso y complicado como una injusta persecución. Dios camina a tu lado y te concederá su fortaleza divina. En este día, medita en las palabras y actitudes de estas dos madres y frente a las oportunidades y dificultades, ¡asegúrate de mirar hacia arriba! Cuando te sientas tentado a pecar o sientas el peso de tus cargas, piensa en el Dios que creó el universo mirándote con amor. Permite que esa visión aclare tu mente y fortalezca tu decisión de seguirlo. “Señor, creo que tú me amas. Cuando no puedo comprender lo que está sucediendo, ¡miraré hacia arriba para recibir la fuerza de perseverar!” ³³

Salmo 17 (16), 1. 5-6. 8b. 15 Lucas 19, 11-28

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de noviembre, jueves Lucas 19, 41-44 Contempló la ciudad, lloró por ella. (Lucas 19, 41) La razón por la cual Jesús lloró en este pasaje es clara: Él sabía muy bien lo que iba a pasarle a Jerusalén en un futuro cercano. En el año 70 d.C., Tito, el general romano y sus legiones sitiarían la ciudad. En los horribles días que seguirían al sitio de Jerusalén, muchos de sus ciudadanos morirían de hambre. Luego los romanos asesinarían a todos los demás y destruirían el templo judío. ¡Conocer el destino de Jerusalén debe haber destrozado su corazón! Sin embargo, el propio hecho de que Jesús estuviera llorando debe brindarnos algo de consuelo porque sus lágrimas son un signo de compasión. El Señor no estaba condenando a Jerusalén, se estaba lamentando por ella. Jesús vio que su destrucción sería el resultado del pecado del pueblo y del rechazo que la gente de Israel había tenido por él y los profetas que había enviado. Sabía que esto iba a suceder, pero sin embargo decidió ir a la cruz y ofrecer su vida por su pueblo; se negó a abandonarlo. A pesar de su pecado, aún quería salvarlo, y junto con ellos al resto del mundo. Jesús no nos abandona, pero ciertamente llora por nuestros pecados porque ve el innecesario sufrimiento que nos provocan. El Señor sabe que 84 | La Palabra Entre Nosotros

son un obstáculo para el propósito de nuestra vida que es conocerlo y servirlo a él. Jesús vino a la tierra, murió y resucitó para que nosotros seamos liberados de esos pecados y vivamos la vida abundante que él tiene para nosotros (Juan 10, 10). Aun cuando nos desviamos del camino, él nos espera pacientemente a que regresemos. Jesús no condena a nadie y no te condenará a ti (Juan 3, 17), él quiere salvarte. Por eso ha señalado una forma para que tú experimentes la salvación más profundamente, a través del Sacramento de la Reconciliación. Así que no permitas que tus pecados sean una carga para ti, ¡llévalos a la Confesión! Si no has asistido por un tiempo y estás nervioso por ir, solo recuerda la imagen de Jesús llorando. Así es como él se preocupa por ti, y así es como él desea ayudarte. Una vez que has sido absuelto de tus pecados y has hecho tu penitencia, permanece en silencio por un momento. Ahora piensa en Jesús nuevamente, imagínalo riendo de alegría. ¡El Señor se deleita en que tú, su amado hijo, has acudido a él para recibir su misericordia! “Amado Jesús, te doy gracias por tu amor y misericordia infinita.” ³³

1 Macabeos 2, 15-29 Salmo 50 (49), 1-2. 5-6. 14-15


ON N EE SS M M EE DD II TTAA CC II O

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de noviembre, viernes Lucas 19, 45-48 Jesús enseñaba todos los días en el templo. (Lucas 19, 47) Los enemigos de Jesús lo andaban cazando como halcones que acosan a su presa, pero no podían encontrar la oportunidad para dar el golpe porque él tenía muchos seguidores; y constantemente estaba rodeado de gente que lo escuchaba con atención “pendiente de sus palabras” (Lucas 19, 48). La gente no quedaba cautivada con las palabras de Jesús porque él fuera un gran orador o un político experto. Su magnetismo provenía de la autoridad con la que hablaba; de la propia palabra de Dios que “tiene vida y poder. Es más cortante que cualquier espada de dos filos” (Hebreos 4, 12). A menudo Jesús citaba la palabra de Dios que se encuentra en las Escrituras hebreas para contradecir a sus enemigos. En distintos momentos comenzó diciendo: “La Escritura dice” (Lucas 19, 46; Mateo 4, 4. 7. 10; Marcos 7, 6; Juan 8, 17). ¿No tenemos todos “enemigos” ocultos en nuestra mente y corazón, tratando de superar y expulsar a Jesús de nuestra vida? ¿No tenemos todos cajones interiores llenos de dudas, resentimientos y tentaciones poderosas que preferirían mantenerse bajo llave en lugar de enfrentarse a Jesús? Afortunadamente, tenemos un arma que puede vencer a todos estos enemigos:

La Escritura vence todas las mentiras del maligno y de nuestra naturaleza pecadora. Esta es la razón por la cual leer la Biblia diariamente puede ser una herramienta poderosa. Aprenderse de memoria algunos versículos y recordarlos en momentos clave de ansiedad, enojo o duda puede ayudarnos a derrotar a estos enemigos. Recordar las plegarias de confianza de los salmos o las palabras de consuelo de los Evangelios puede ayudarnos a edificar nuestra vida sobre bases firmes. Puede crear un escudo a nuestro alrededor, protegiéndonos de las emociones negativas y las reacciones que el mundo lanza contra nosotros. ¿Tienes un plan para leer la Escritura? Quizá esta misma revista, que hace énfasis en las lecturas de la Misa diaria, puede ofrecerte algo de ayuda. Hagas lo que hagas, asegúrate de sumergirte en la Palabra de Dios. Permite que cautive tu corazón, así como Jesús cautivó el corazón de sus oyentes en el templo. Con el tiempo, ¡tus enemigos huirán! “Señor, ¡te ruego que me concedas tener sed por la Escritura, para así poder crecer en sabiduría y confianza.” ³³

1 Macabeos 4, 36-37. 52-59 (Salmo) 1 Crónicas 29, 10. 11ab. 11d-12

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de noviembre, sábado Lucas 20, 27-40 Dios no es Dios de muertos, sino de vivos. (Lucas 20, 38) Los saduceos del Evangelio de hoy le presentan a Jesús una situación trágica pero poco común. Una mujer se casa y queda viuda siete veces, todos sus esposos eran hermanos entre sí. Ella no tuvo hijos con ninguno de ellos. En el cielo, “¿de cuál de ellos será esposa la mujer?” (Lucas 20, 33), le preguntaron. Los saduceos realmente no estaban interesados en esta supuesta mujer y sus matrimonios. Ellos solo estaban tratando de tenderle a Jesús una trampa. Las personas en el cielo no se casarán, al menos de la forma en que lo entendemos en la tierra. ¿Alguna vez te has preguntado cómo será estar en el cielo con tus familiares? Todos conocemos personas que se han divorciado o han enviudado y se han vuelto a casar. ¿Cuál será su relación con sus exesposos o sus hijastros en el cielo? Incluso aquellos que han tenido un solo esposo o esposa en su vida, o que nunca se han casado, podrían estar preocupados por conflictos familiares no resueltos. La buena noticia es que en el cielo no tendremos conflictos. Ahí, según nos dice la Escritura, Dios “Secará todas las lágrimas” y “ya no habrá muerte, ni llanto, ni lamento, ni dolor” (Apocalipsis 21, 4). Ya no sufriremos ni 86 | La Palabra Entre Nosotros

sentiremos el peso del pecado que es el origen de tantas de nuestras dificultades. Podría haber más de un esposo o esposa esperándonos en el cielo o tal vez algún hermano con quien no nos llevábamos muy bien. Puede ser difícil imaginar estas relaciones sin todos los problemas, complicaciones o malos sentimientos que las han caracterizado, pero nada de eso existirá más. ¡Gloria a Dios! Mientras en esta vida procuramos traer paz a nuestros hogares, vecindarios y lugares de trabajo, resulta consolador recordar que algún día nuestras relaciones serán perfectas. En realidad, ¡estas luchas pueden servir para acercarnos más a Dios y prepararnos para la vida futura! De manera que puedes encontrar consuelo en las palabras que Jesús pronuncia en la lectura de hoy. El Señor es “Dios de vivos”, y eso significa que puede darle nueva vida y esperanza a tus relaciones ahora mismo. Y, ¡que te espera en el cielo para darte el amor que supera lo que hayas vivido en la tierra! “Señor Jesús, cuando me encuentre luchando con las dificultades, te pido que me ayudes a fijar mis ojos en el cielo, mi verdadero hogar.” ³³

1 Macabeos 6, 1-13 Salmo 9, 2-3. 4. 6. 16b. 19


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MEDITACIONES NOVIEMBRE 21-27

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de noviembre, domingo Jesucristo, Rey del Universo Juan 18, 33-37 Mi Reino no es de este mundo. (Juan 18, 36) Según relata la Escritura, Caín, que mató a su hermano Abel, también fundó la primera ciudad (Génesis 4, 17). A partir de ese momento la violencia ha formado parte de todo reino conocido en el mundo. Prácticamente todo gobernante que puedas nombrar ha usado alguna forma de violencia con el objetivo de “mantener la paz” y retener su poder. Incluso el gran rey David aconsejó a su hijo Salomón que asesinara a su oponente político como una forma de consolidar su reinado cuando David muriera (1 Reyes 2). ¡Por eso Jesús dijo que su Reino “no es de este mundo” (Juan 18, 35)! Jesús vino como el “Príncipe de Paz”, no como un tirano calculador (Isaías 9, 5). Esto es lo que hace que la fiesta de hoy sea tan especial. Es la celebración de una nueva clase de Rey, que marca el inicio de una nueva clase de reino.

El reinado de Jesús es distinto a cualquier otro que hayamos visto. En lugar de ejercer el poder sobre su pueblo, él se sometió al poder de ellos, aun cuando eso significó permitir que lo mataran. Y debido a que rechazó la tentación de dominar a su pueblo, Dios lo resucitó y lo estableció como el verdadero y único rey de toda la creación. ¿Y cuál es el reino en el que Jesús gobierna? Es el de quienes han convertido su corazón a él. Es el reino de las personas que han renunciado al pecado y la violencia y se esfuerzan por vivir en paz y con justicia. Desde luego, no somos perfectos, seguimos cometiendo pecados. Todavía acudimos a la violencia, aunque sea sutil, para lograr lo que queremos. Pero en lugar de utilizar la amenaza de la violencia externa para forzarnos a comportarnos, Jesús, nuestro Rey, nos trata con bondad y con una misericordia inesperada, inmerecida y sorprendente. El Señor ablanda nuestro corazón y nos pide que nos amemos los unos a los otros como él nos ama: Humildemente, prefiriendo a los otros antes que a nosotros mismos. “Señor, ven y reina en mi corazón, te lo ruego.” ³³

Daniel 7, 13-14 Salmo 93 (92), 1ab. 1c-2. 5 Apocalipsis 1, 5-8

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de noviembre, lunes Lucas 21, 1-4 Vio… a una viuda pobre, que echaba… más que todos. (Lucas 21, 1. 3) “¡Muéstrame el dinero!” Esta línea de una película de los años noventa se convirtió rápidamente en un lema conocido. En otras palabras, el dinero habla. Esta era una forma de pensar tan popular en el tiempo de Jesús como lo es ahora. Pero Jesús era diferente. Mientras las monedas tintineantes atraían la atención y la admiración de los jefes religiosos judíos, a él no lo impresionaban. El Señor veía el corazón de los contribuyentes, no la cantidad de dinero que estaban depositando en las alcancías. En lugar de admirar las donaciones asombrosas, él se impresionó por la humilde ofrenda de la viuda. En su modesto atuendo y su pequeña ofrenda, esta mujer podría haber pasado prácticamente desapercibida para todos los demás que se encontraban en el templo aquel día. Pero Jesús la vio. Quizá fue porque la humilde confianza que esta mujer tenía en que Dios cuidaba de ella le recordó a él su hogar celestial. Es como si estuvieras de viaje al otro lado del mundo y de pronto te encontraras con alguien que habla tu mismo idioma. De forma similar, a Jesús, esta mujer le resultó familiar. Este relato del Evangelio de hoy, nos muestra que la fe y la humildad son la 88 | La Palabra Entre Nosotros

vía más segura y directa hacia el corazón de Jesús. El Señor anhela ver en nosotros lo que está en el centro de su propia vida: La generosidad y la confianza en la provisión de Dios que le ayudó y le dio fuerzas para ir a la cruz por nosotros. Esto es lo que significa ser semejante a Jesús en espíritu. Significa, también, confiar en su Padre y ofrecerle a él y a su pueblo nuestra vida en las formas en que nos sea posible. Significa no retener nuestro dinero, tiempo o amor cuando las oportunidades para dar con generosidad se presentan. Significa creer que Dios proveerá para nosotros si decidimos dar un poco más de lo que hemos dado en el pasado. Significa poner delante de Jesús el “dinero” de un corazón ofrecido a él en confianza y fe. Pídele a Dios que te conceda un corazón como el de esta pobre viuda y como el del propio Jesús. Cree que lo que sea que le ofrezcas con fe y con confianza, él lo transformará en un tesoro celestial, ¡incluso dos pequeñas monedas! “Señor Jesús, ruego que puedas reconocer en mí lo que viste en esta pobre viuda.” ³³

Daniel 1, 1-6. 8-20 (Salmo) Daniel 3, 52-56


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de noviembre, martes Daniel 2, 31-45 El Dios del cielo hará surgir un reino que jamás será destruido. (Daniel 2, 44) Los primeros capítulos del libro de Daniel narran varios relatos de la valentía y la sabiduría de los seguidores leales de Dios durante el exilio en Babilonia. En el episodio de hoy se resalta la sabiduría otorgada por Dios a Daniel quien interpretó un misterioso sueño del rey Nabucodonosor. Daniel predijo que el reinado de Nabucodonosor sería sucedido por gobiernos cada vez más débiles, y finalmente desaparecería cuando Dios mismo estableciera su reino eterno. Este relato señala un asunto de mucha importancia: Dios es el Señor de la historia, que está a cargo sin importar quiénes gobiernen en la tierra. Finalmente, Dios establecerá su propio Reino, independientemente de lo fuertes que otros regímenes puedan parecer. Al final, su justicia, santidad y amor prevalecerán. Esta verdad debería darnos confianza cuando vemos las situaciones que vivimos y cuando pensamos en las necesidades y crisis que azotan el mundo en general. No importa lo difícil que pueda parecer una situación en particular, el Reino de Dios triunfará. ¡Ciertamente Dios ganará al final! Esa es la razón por la cual podemos interceder con audacia,

confiados en que nuestras plegarias están dirigidas al Rey de reyes. Si tienes dificultad para aceptar esta verdad, podría resultarte útil recordar el resultado de las dificultades que hubo en el pasado. Mira hacia atrás y recuerda las formas en que Dios te ayudó a navegar a través de las situaciones difíciles, incluso si su victoria no llegó inmediatamente. Permite que la experiencia de vivir una “historia sagrada” propia te pruebe que Dios ganará al final en las dificultades que puedas estar enfrentando en este momento. La sabiduría de Dios es mucho más grande que la nuestra. Su poder es mucho más grande que el poder del enemigo. Aun si no comprendemos sus formas, siempre podemos confiar en él. De manera que, no dejes de perseverar en tu fe. El Señor de la historia está a tu lado. Dios actuará según su grandiosa sabiduría. Si te aferras fuertemente a tu confianza en Cristo, ¡podrás arrebatar la victoria de las garras de la derrota! “Señor Jesús, ¡tú reinas sobre todas las cosas! ¿Cómo podría yo dejar de creer en ti, que eres el Señor de todo? Mi confianza está puesta en ti. ¡Yo sé que tú actúas según tu sabiduría y la misericordia de tu plan!” ³³

(Salmo) Daniel 3, 57-61 Lucas 21, 5-11

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de noviembre, miércoles Daniel 5, 1-6. 13-14. 1617. 23-28 Me han dicho que posees el espíritu de Dios. (Daniel 5, 14) Una de las reglas de oro de la publicidad es que para vender un producto, tienes que mostrar modelos atractivos que lo están disfrutando. Entonces, un héroe del deporte es fotografiado usando el último calzado deportivo. Una actriz esbelta y hermosa aparece bebiendo un refresco dietético. O un respetado político se convierte en el portavoz de un nuevo medicamento. El mensaje subliminal (aunque a veces no tanto) es: “Si quieres ser exitoso como esta persona, entonces, ¡imítala utilizando este producto!” Imagina que te piden que desarrolles una campaña publicitaria para motivar a las personas a mantenerse firmes en su fe. Sin duda sería muy difícil encontrar a un mejor modelo que Daniel, el héroe de la primera lectura de hoy. De acuerdo al relato, este joven que pertenecía a una familia real, fue llevado cautivo a Babilonia cuando Jerusalén fue saqueada en el siglo VI a. C. Ahí fue obligado a servir al rey Nabucodonosor. Rodeado de paganos, Daniel trabajó fuertemente y tomó grandes riesgos para mantenerse fiel a las tradiciones judías. Se negó a comer los alimentos que consideraba impuros, a inclinarse frente a un ídolo falso 90 | La Palabra Entre Nosotros

y continuó practicando su religión a pesar de los severos edictos que prohibían el judaísmo. En cada situación, sin importar a cuántos peligros se viera expuesto debido a su fe, Daniel superó la prueba. En medio de estas dificultades, Daniel es descrito como un hombre humilde, sabio y justo. Su carácter no tenía mancha alguna, a diferencia del rey David que cometió adulterio, o del rey Salomón que adoró a dioses falsos. Desde el día en que se escribieron sus historias, él ha sido el héroe de los héroes, alguien a quien todo joven creyente debería aspirar a imitar. Nosotros nunca enfrentaremos el foso de los leones o un horno ardiente, pero sí enfrentamos la presión cultural para ser como todos lo demás, aun cuando eso implique renegar de nuestra fe. El ejemplo de Daniel nos recuerda que Dios nos recompensará y protegerá si nos mantenemos firmes en aquello que sabemos que es bueno y también malo. “Señor, te ruego que me ayudes a mantenerme firme en mi fe. Por favor concédeme valentía y sabiduría para seguirte a pesar de las circunstancias.” ³³

(Salmo) Daniel 3, 62-67 Lucas 21, 12-19


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de noviembre, jueves Lucas 21, 20-28 Se acerca la hora de su liberación. (Lucas 21, 28) Un joven y curioso estudiante le hace a su maestro de religión una pregunta verdaderamente difícil de contestar. Incapaz de dar una respuesta adecuada, el maestro responde: “Ese es un misterio de la fe.” Pero, ¿qué es un misterio en primer lugar? Un misterio no es algo sobre lo que no podemos saber abosolutamente nada, más bien es algo sobre lo que simplemente no podemos saberlo todo. La Segunda Venida, sobre la cual leemos hoy, es uno de esos misterios. No podemos conocer todos los detalles sobre el regreso de Jesús; ni el día ni la hora, los eventos que sucederán antes de su llegada y la forma en que sucederá el juicio final. Pero sí sabemos algo, y puede resultar un poco confuso: “El día del Juicio, al fin del mundo, Cristo vendrá en la gloria para llevar a cabo el triunfo del bien sobre el mal” (Catecismo de la Iglesia Católica, 681). La Escritura nos dice que la venida de Jesús estará precedida por un tiempo de agitación y caos, tanto en el mundo como en la Iglesia. Una nación se levantará contra otra, el hambre, las plagas y la persecución se multiplicarán. Y finalmente, las personas no aceptarán más la verdad sino que comenzarán a aceptar falsedades en una forma alarmante.

La intención de Jesús no es asustarnos, sino prepararnos. El Señor vino a este mundo con un mensaje de amor y misericordia, no de maldición y oscuridad. Jamás dijo que fuera a ser sencillo, pero si nos preparamos bien y damos pasos para crecer en el amor a Dios y al prójimo, ¡podemos anticipar una eternidad llena de maravillas y alegría! Como nos dice la Escritura: “Dios ha preparado para los que lo aman cosas que nadie ha visto ni oído, y ni siquiera pensado” (1 Corintios 2, 9). Por lo tanto, no hay que concentrarse en prepararse ansiosamente para el tumultuoso fin del mundo. Más bien, debemos confiar en la victoria de Jesús, prepararnos para el comienzo glorioso de la vida eterna; caminar con fe en lugar de dudas; estar llenos de esperanza y no de ansiedad y tratar de crecer en amor, no en temor. Jesús ha vencido al mundo, él ha derrotado al pecado y a la muerte. ¡Y ahora espera el momento apropiado para regresar y llevarte con él! “Señor Jesús, te ruego que me ayudes a prepararme con gran alegría para la vida eterna. Deseo pasar toda la eternidad a tu lado y al lado de la gran familia que tú has reunido.” ³³

Daniel 6, 12-28 (Salmo) Daniel 3, 68-74

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de noviembre, viernes Lucas 21, 29-33 Sepan que el Reino de Dios está cerca. (Lucas 21, 31) ¿Has observado cuántas de las lecturas que se han hecho en la Misa en las últimas dos semanas se han centrado en el regreso triunfante de Jesús al final de los tiempos? Ciertamente, es bueno pensar en esto ahora, al final del año litúrgico y es bueno estar preparado para recibir al Señor cuando regrese. Pero muchos de estos pasajes, como por ejemplo, el Evangelio de hoy, también pueden leerse a la luz de la presencia del Reino que ya se encuentra entre nosotros en este momento. Sí, es cierto que todavía falta más, pero ya estamos viviendo en esa nueva creación en la que Jesús, el Señor crucificado y resucitado, reina. ¿Cómo es que Dios habita en medio de su pueblo? Esta es una forma de pensar al respecto: Conforme avanzamos hacia el tiempo de Navidad, tendrás muchas oportunidades de ver a Dios actuando en medio de tu familia, amigos y comunidad. Todas esas pueden ser señales de cómo es la vida en el Reino de Dios. Por ejemplo, podrías observar que los estantes del banco local de alimentos están desbordándose, no solo con aquello que es necesario, sino también con obsequios especiales. O podrías encontrar una caja llena de regalos

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para los niños en el refugio de tu vecindario. Podrías notar que uno de tus vecinos está visitando a la pareja de ancianos que vive al final de la calle y ayudándoles a decorar su casa. Incluso podrías sorprenderte con la apertura de tus familiares para contarte lo que está sucediendo en su vida, o por su deseo de reconciliarse contigo. Ahora, es fácil ver el Reino de Dios irrumpiendo en nuestro mundo a través de toda esta generosidad en las personas que nos rodean. Pero el Reino también está cerca cuando las situaciones no parecen tan “celestiales”. A veces, las reuniones familiares se vuelven tensas. O el intercambio de regalos navideños simplemente te hace sentir más solitario. O el mal clima acentúa los apuros de los que no tienen un hogar. Pero el Reino sigue estando aquí. Jesús está ahí, sufriendo con los pobres y llorando por nuestras divisiones. El Señor está aquí, abrazándonos en nuestro aislamiento. Ciertamente, Jesús es Rey. Podemos verlo y recordarlo sin importar lo que la vida nos ponga en frente y eso nos da esperanza. “Señor, te ruego que abras mis ojos para ver las señales de tu Reino aquí y ahora.” ³³

Daniel 7, 2-14 (Salmo) Daniel 3, 75-81


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de noviembre, sábado Lucas 21, 34-36 Estén alerta… [de] las preocupaciones de esta vida. (Lucas 21, 34. 36) Detente, lánzate al suelo y rueda. Por años, a los niños se le ha enseñado esta frase para ayudarlos a recordar lo que deben hacer en caso de incendio. Deben detenerse cuando, debido al temor, empiecen a correr; luego, deben lanzarse al suelo, y rodar para apagar cualquier fuego que pueda haber saltado sobre su ropa. El Padre Pío daba un consejo, que es igual de simple de recordar, para los momentos en que sentimos que estamos siendo “quemados” por aquellos pensamientos que estén cargados de ansiedad y preocupación: “Reza, espera y no te preocupes.” Esta frase es tan sencilla y eficaz que podemos identificar fácilmente su semejanza con “detente, lánzate al suelo y rueda” como una forma de ayudarnos a evadir la trampa de la preocupación. Detente y reza. Si los pensamientos de angustia empiezan a surgir, detente tan pronto como los detectes y vuélvete a Dios en oración. Recuerda que el Señor está contigo y que él te ayudará a entregar tus cargas y preocupaciones en sus manos. Incluso te ayudará a entregar ayuda profesional si tu ansiedad te incapacita.

Lánzate con esperanza. Una vez que has terminado de rezar, arrodíllate, ya sea literal o figurativamente, e intencionalmente entrégale tu ansiedad al Señor. Si te resulta de ayuda, levanta tus manos hacia él y ábrelas; imagínate que estás dejando tus preocupaciones a sus pies y recibe la gracia que él derrama sobre ti. Dile: “Señor, toda mi esperanza está en ti. Por favor ven y ayúdame.” Rueda y no te preocupes. No permitas que tus preocupaciones te paralicen. Más bien, procura “rodar” con aquello que se cruce en tu camino. Por supuesto que es fácil decir “simplemente no te preocupes”, pero es difícil hacerlo. Esa es la razón por la cual tenemos el don de la fe. Ejercita tu fe en el amor y la providencia de Dios procurando hacer tu mejor esfuerzo para seguir adelante con tu día. A menudo, uno o dos pasos pueden ser todo lo que necesites para avanzar. Jesús nos advierte que estemos “alertas” para que no tropecemos con las preocupaciones (Lucas 21, 34). Así que procura estar más consciente de tus pensamientos durante este día. Prepárate para detenerte, lanzarte y rodar cuando necesites hacerlo. “Señor, te pido que me ayudes a rezar, esperar y no preocuparme.” ³³

Daniel 7, 15-27 (Salmo) Daniel 3, 82-87 Octubre / Noviembre 2021 | 93


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MEDITACIONES 28 DE NOVIEMBRE AL 4 DE DICIEMBRE

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de noviembre, domingo Jeremías 33, 14-16 Se acercan los días, dice el Señor… (Jeremías 33, 14) A menudo hablamos de “la historia de Navidad” como si se tratara de una sola. En realidad, está compuesta por diversas historias individuales, cada una de las cuales nos dice algo único sobre el niño Jesús. El relato de la Anunciación nos habla de la apertura de María al plan de Dios. El de Zacarías e Isabel nos cuenta cómo recibió su nombre Juan el Bautista, el precursor de Cristo, a la hora de nacer. Los relatos de los pastores y los Magos nos enseñan que vale la pena buscar a Jesús. Pero, hay otro relato sobre el que no pensamos a menudo por lo corto que es. Y es el del posadero cuyas puertas cerradas guiaron a José y María hasta el establo. Ahora, por un momento imagina que él hubiera encontrado espacio para ellos. Sería su posada, en lugar del pesebre, la que sería recordada alrededor del mundo. Probablemente habría una gran iglesia en el lugar donde estaba ubicada, y los peregrinos acudirían año tras año. 94 | La Palabra Entre Nosotros

En este Adviento, no seamos como el posadero. Él perdió su gran oportunidad porque no hizo espacio para Jesús. Muchos de nosotros nos reuniremos con la familia y amigos en esta Navidad. Sabemos que los preparativos consumen mucho tiempo. Todo tiene que estar perfecto para crear un ambiente agradable y acogedor, no importa cuánto trabajo implique. La satisfacción es ver a todos reunidos. Tengamos esta misma actitud con Jesús. Preparémonos con alegría, aun si esto implica algo de trabajo de nuestra parte. Aceptemos las oportunidades para rezar un poco más, para examinar nuestra vida y para mostrar más amor a aquellos que nos rodean. La primera lectura de hoy nos dice que “se acercan los días” cuando Dios visitará a su pueblo (Jeremías 33, 14). Preparemos nuestro corazón para que sea lo más acogedor posible para que Jesús encuentre un hogar cómodo en él. “Señor, te ruego que me ayudes a apartar tiempo para ti durante este Adviento.” ³³

Salmo 25 (24), 4bc-5ab. 8-9. 10. 14 1 Tesalonicenses 3, 12—4, 2 Lucas 21, 25-28. 34-36


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de noviembre, lunes Isaías 2, 1-5 Hacia él confluirán todas las naciones. (Isaías 2, 3) Unos ochocientos años antes de Cristo, el profeta Isaías prometió que todas las naciones llegarían a Israel para conocer al Señor. “De Sion saldrá la ley”, y esa ley atraerá a toda clase de personas hacia Dios (Isaías 2, 4). Ahora, aquí estamos nosotros, dos mil quinientos años después, y la profecía de Isaías continúa siendo verdadera, pero de una nueva forma que muestra cómo el Antiguo Testamento se cumplió en Jesús. Es su buena noticia la que atrae a la gente de toda procedencia hacia su presencia. Este es un tema que se encuentra en toda la Escritura. En Génesis, Dios le dijo a Abraham que bendeciría “por medio de él a todas las naciones” (Génesis 18, 18). Luego, en el Éxodo, una multitud de extranjeros siguió a los israelitas que salieron de Egipto para adorar a Dios (Éxodo 12, 38). Más tarde, Rut, una mujer moabita, dejó su tierra natal y a sus dioses para seguir a Noemí que se dirigía a Israel (Rut 1, 16). Y las historias continúan. En el Evangelio de hoy, vemos a Jesús curar al sirviente del centurión romano, un pagano. Pero Jesús declara que “muchos vendrán de oriente y occidente” y se sentarán a comer en el reino de Dios (Mateo 8, 11). Finalmente,

seremos testigos de cómo la multitud “de todas las naciones, razas, lenguas y pueblos” se reúnen alrededor del trono de Dios en la gloria del cielo (Apocalipsis 7, 9). Actualmente, el evangelio se proclama por medio de misioneros que viajan a tierras extranjeras o comparten el amor de Cristo en los refugios para indigentes de nuestro vecindario. Y las personas están fluyendo como resultado de esta proclamación. Tú también tienes una parte que desempeñar. No es necesario que seas un profeta como Isaías o un misionero para proclamar con tu vida la buena nueva. Los actos cotidianos de amor y bondad son suficientes. Puedes visitar al vecino que está enfermo y ofrecerte a rezar por él, ¡incluso junto con él! Puedes invitar a ese solitario compañero de trabajo a celebrar las fiestas contigo. Puedes enseñar catecismo o colaborar en la actividad social de tu parroquia. Tu testimonio del evangelio acercará a las personas a Dios. “Señor Jesús, te pido que me concedas ser testigo de tu amor.” ³³

Salmo 122 (121), 1-2. 3-5. 6-7. 8-9 Mateo 8, 5-11

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de noviembre, martes San Andrés Mateo 4, 18-22 Ellos, dejando enseguida la barca y a su padre, lo siguieron. (Mateo 4, 20) Andrés era un pescador judío en el tiempo en que Roma cobraba impuestos por cada pesca. Pero a pesar, o tal vez debido a, las dificultades de este negocio, parecía que Andrés deseaba algo más. Él también era un seguidor de Juan el Bautista, un hombre devoto que buscaba al Mesías prometido de Israel (Juan 1, 35-42). Solo para escuchar a Juan predicar, Andrés tenía que viajar varios días desde Cafarnaúm hasta el Valle del Jordán. Por eso, no debe sorprendernos que Andrés estuviera dispuesto y listo para responder cuando finalmente conoció al Mesías. De las muchas personas que escucharon sobre el ministerio de Jesús en sus inicios, Andrés tuvo una respuesta única. Junto con su hermano Pedro, y sus amigos, Santiago y Juan, Andrés dejó sus redes en un extraordinario acto de fe. Su encuentro con Jesús lo impactó de tal manera que estuvo dispuesto a abandonarlo todo para poder aprender más de este hombre. Al igual que Andrés, nosotros debemos estar dispuestos a dejar nuestra antigua vida de lado mientras buscamos al Señor en este tiempo de Adviento. Podemos agudizar el oído para escuchar a Jesús y estar preparados para 96 | La Palabra Entre Nosotros

correr detrás de él. En este tiempo de Adviento, anímate a rezar mientras lees alguno de los Evangelios como una forma de encontrarte con Jesús. Mientras meditas en la palabra de Dios, presta atención para ver si Jesús te está pidiendo que dejes atrás “lo de siempre”. Quizá te esté pidiendo que apartes un tiempo para estar a su lado y así aprender de él. Aunque físicamente no puedas caminar con Jesús como lo hizo Andrés, puedes hacerlo de cierta forma a través de las páginas de la Biblia. En la primera semana de diciembre, la primera lectura de la Misa viene del libro del profeta Isaías. Conforme lees estos pasajes, medita en todos los versículos de la profecía sobre Jesús y lo que vino a hacer. Mientras vas descubriendo cada uno, piensa en él como un “rasgo de carácter” del Mesías que tú estás decidiendo adoptar. Y cuando veas a Jesús pasar, anímate a dejar “la barca” y seguirlo más de cerca. “Señor, te ruego que me ayudes a seguirte durante este tiempo de Adviento.” ³³

Salmo 19 (18), 2-3. 4-5 Romanos 10, 9-18


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