Como prepararnos para orar - pรกg. 32 GRATIS
Calendario 2021 DICIEM B R E 2 0 2 0 - E N E R O 2021
ยกOh Ven, oh Ven, Emmanuel! Dios nos habla e diversas maneras - pรกg. 31
En este ejemplar: Diciembre 2020 - Enero 2021
Ya viene el Rey de la Gloria Ojalá rasgaras los cielos, Señor El clamor de cada corazón en el Adviento
4
Dios responde a nuestras oraciones El Señor te ha colmado de abundantes bendiciones
8
Día de júbilo y alabanza El significado del domingo de gaudete
12
Les prepararé una morada En la Navidad celebramos todo lo que hace nuestro Dios
16
La prioridad de la oración Siguiendo la guía del Señor
20
Muéstrame el camino, Señor Consejos para discernir la voluntad de Dios
26
Dios nos habla de diversas maneras
31
Un camino para entrar en oración
32
Meditaciones diarias
Diciembre del 1 al 31 Enero 2021, del 1 al 31 Estados Unidos Tel (301) 874-1700 Fax (301) 874-2190 Internet: www.la-palabra.com Email: ayuda@la-palabra.com
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Pronto llegará el Rey de la Gloria ¡Qué alegría y expectativa nos embarga cuando pensamos que dentro de pocas semanas celebraremos la Navidad, aquel hecho tan portentoso y trascendental y a la vez tan sencillo y humilde que estamos esperando durante todo el Adviento! Las Antífonas Mayores o Antífonas de la O, que rezamos al aproximarse la Navidad, nos ayudan a despertar la esperanza y el anhelo de que Jesucristo venga pronto; por eso, dirigimos la mirada a la Persona de nuestro Señor confiando que así crecerá nuestra propia expectativa, y que esa expectativa será recompensada cuando invitemos a Jesús a venir y nacer de nuevo en nuestro corazón en esta Navidad. Las siguientes Antífonas de la O nos ayudan en este anhelo: 17 de diciembre: Oh, Sabiduría, que brotaste de los labios del Altísimo, abarcando del uno al otro confín, y ordenándolo todo con firmeza y suavidad: Ven y muéstranos el camino de la salvación. ¡Ven pronto, Señor! 18 de diciembre: Oh, Adonai, Pastor de la casa de Israel, que 2 | La Palabra Entre Nosotros
te apareciste a Moisés en la zarza ardiente y en el Sinaí le diste tu ley: ¡Ven a librarnos con el poder de tu brazo! 19 de diciembre: Oh, Renuevo del tronco de Jesé, que te alzas como un signo para los pueblos; ante quien los reyes enmudecen y cuyo auxilio imploran las naciones: ¡Ven a librarnos, no tardes más! 20 de diciembre: Oh, Llave de David y Cetro de la casa de Israel; que abres y nadie puede cerrar; cierras y nadie puede abrir: ¡Ven y libra a los cautivos que viven en tinieblas y en sombra de muerte! 21 de diciembre: Oh, Sol naciente, Esplendor de la luz eterna y Sol de justicia, ven a iluminar a los que yacen en sombras de muerte: ¡Ven pronto, Señor! 22 de diciembre: Oh, Rey de las naciones y Piedra angular de la Iglesia, tú, que unes a los pueblos, ven y salva al hombre, que formaste del barro de la tierra: ¡Ven, Salvador! 23 de diciembre: Oh Emmanuel, Rey y Legislador nuestro, Esperanza de las naciones y Salvador de los pueblos: ¡Ven a salvarnos, Señor Dios nuestro!
Deseamos, queridos lectores, que los artículos de esta edición de Adviento les ayuden a elevar el alma y el pensamiento hacia nuestro Señor, que viene a salvarnos y que espera encontrar corazones dóciles y fieles donde hacer su morada.
Les deseo una muy Feliz Navidad y un Año Nuevo muy próspero y lleno de las bendiciones del Señor y de la Virgen María. Luis E. Quezada Director Editorial editor@la-palabra.com
La Palabra Entre Nosotros • The Word Among Us
Director: Joseph Difato, Ph.D. Director Editorial: Luis E. Quezada Editora Asociada: Susan Heuver Equipo de Redacción: Ann Bottenhorn, Jill Boughton, Mary Cassell, Kathryn Elliott, Bob French, Theresa Keller, Christine Laton, Joel Laton, Laurie Magill, Lynne May, Fr. Joseph A. Mindling, O.F.M., Cap., Hallie Riedel, Lisa Sharafinski, Patty Whelpley, Fr. Joseph F. Wimmer, O.S.A., Leo Zanchettin Suscripciones y Circulación: En USA La Palabra Entre Nosotros es publicada diez veces al año por The Word Among Us, 7115 Guilford Dr., STE 100, Frederick, Maryland 21704. Teléfono 1 (800) 638-8539. Fax 301-8742190. Si necesita hablar con alguien en español, por favor llame de lunes a viernes entre 9am y 5pm (hora del Este). Copyright: © 2017 The Word Among Us. Todos los derechos reservados. Los artículos y meditaciones de esta revista pueden ser reproducidos previa aprobación del Director, para usarlos en estudios bíblicos, grupos de discusión, clases de religión, etc. ISSN 0896-1727 Las citas de la Sagrada Escritura están tomadas del Leccionario Mexicano, copyright © 2011, Conferencia Episcopal Mexicana, publicado por Obra Nacional de la Buena Prensa, México, D.F. o de la Biblia Dios Habla Hoy con Deuterocanómicos, Sociedades Bíblicas Unidas © 1996 Todos los derechos reservados. Usado con permiso.
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Ojalá
rasgaras
los
cielos,
Señor!
El clamor de cada corazón en el Adviento
Para el fin de semana del 29 de noviembre lee Isaías 63, 16-17. 19 y 64, 2-7
¿Qué tiene la Navidad que nos llena de tanto entusiasmo y expectativa? Lo vemos en los ojos de nuestros hijos y nietos; lo vemos también en los planes que hacemos para cenas familiares y reuniones en el trabajo, y lo vemos igualmente en las decoraciones que lucen las casas, las tiendas y los centros comerciales. Todos tenemos tradiciones familiares y navideñas que mucho apreciamos, pero eso no es todo. En el fondo, percibimos que algo importante va a suceder y queremos estar preparados. Esta es la historia del Adviento, un tiempo sagrado de gracia y favor de Dios. Cada año, Dios nos concede cuatro semanas de preparación para darle la bienvenida a Jesús, nuestro Señor, en la Navidad. En esta edición especial de Adviento de La Palabra Entre Nosotros queremos ver cómo utiliza Dios las lecturas de la Misa dominical para llevarnos a hacer precisamente eso. Repasaremos especialmente las lecturas del Antiguo Testamento para ver cómo Dios ayudó al antiguo Israel a prepararse para el día en que el Mesías vendría a morar en medio de ellos. Si seguimos estos mismos pasos de preparación espiritual, el corazón se nos ablandará y la vida nos cambiará. Así que, empecemos. ¿Por qué seguimos vagando? Piensa, querido lector, que tú eres un judío que vive entre los siglos V o VI antes de Cristo (entre los años 540 y 450 a. C.). Tú mismo, o tus
padres, han experimentado tiempos traumáticos. Tal vez estabas en Jerusalén cuando llegó el ejército babilónico y quemó por completo el Templo, o bien estabas entre los miles de personas que fueron llevadas al cautiverio en la remota Babilonia. ¡Cuánto se perdió y se destruyó! Pero ahora te enfrentas al desafío de reconstruir la que era tu espléndida ciudad. Al contemplar las ruinas, piensas en lo bajo que ha caído tu pueblo, tanto física como espiritualmente, y de tu corazón brota una oración: ¿Por qué, Señor, nos has permitido alejarnos de tus mandamientos, y dejas endurecer nuestro corazón hasta el punto de no temerte?... Estabas airado porque nosotros pecábamos y te éramos siempre rebeldes; todos éramos impuros. (Isaías 63, 17; 64, 4) Junto con tus paisanos israelitas, te das cuenta de que tu propio pecado contribuyó a la destrucción de Jerusalén. Tú y todos los demás se “alejaron” de los “mandamientos” de Dios (Isaías 63, 17). Tu pueblo ofreció sacrificios a los dioses falsos de las Diciembre 2020/Enero 2021 | 5
naciones vecinas, los ricos robaban a los pobres, la inmoralidad abundaba y los amigos y las familias se dejaban llevar por las envidias, las rivalidades y las divisiones. Grandes profetas, como Ezequiel y Jeremías, le habían advertido a tu pueblo que debían regresar al Señor, pero la respuesta fue insuficiente y demasiado tardía. No “temían” tanto al Señor como para tomar sus palabras en serio (Isaías 63, 17). Finalmente, Babilonia los atacó y los resultados fueron catastróficos. ¡Abre los cielos para nosotros, Señor! En cierto sentido, la historia de Jerusalén es nuestra propia historia también, pues igualmente podemos mirar y ver la gravedad de los pecados, las divisiones y la falta de fe y devoción que hay en el mundo. También podemos escudriñar nuestro propio corazón y ver cómo el pecado presente en el mundo se ha colado en nosotros. Sí, por supuesto, creemos que Dios nos ama, pero también estamos conscientes de lo difícil que resulta ser obedientes o tratarnos unos a otros con el mismo amor que Dios nos tiene. Es común que las actitudes de egocentrismo, soberbia e incredulidad permanezcan ocultas, pero siempre condicionan nuestras actitudes. Tal vez hemos tratado de cambiar algunos aspectos de nuestra vida, pero 6 | La Palabra Entre Nosotros
nos hemos topado de nuevo con el pecado. Queremos actuar mejor, pero al parecer no podemos encontrar fuerzas suficientes, y así nos unimos al pueblo de Jerusalén que exclama: Ojalá rasgaras los cielos y bajaras. Estremeciendo las montañas con tu presencia, descendiste y los montes se estremecieron con tu presencia. Jamás se oyó decir, ni nadie vio jamás que otro Dios fuera de ti hiciera tales cosas en favor de los que esperan en él. (Isaías 63, 19b; 64, 2-3) ¡Señor, si tan solo abrieras los cielos, bajaras y rectificaras todo! ¿No parece esta una plegaria perfecta para el Adviento? Durante esta temporada, cantamos villancicos, escuchamos lecturas que prometen un nuevo amanecer cuando el cielo baje a la tierra; usamos la corona de Adviento, e incluso algunos encienden velas en sus hogares como forma simbólica de iluminar el camino para Jesús. Al igual que los antiguos judíos, anhelamos que Dios venga a nuestro mundo para que las cosas vuelvan a lo que deben ser, en la vida personal, familiar y en todo el mundo. Y efectivamente, Dios está respondiendo a nuestra oración, así como lo hizo con los israelitas; pero ahora lo hace de una manera inesperada. En lugar de hacerse presente en medio de truenos retumbantes y en terremotos
Este es el misterio de la Navidad, un misterio que nos sigue impresionando hoy día.
que estremecen las montañas, o en un ejército avasallador encabezado por un rey guerrero, el Señor viene silencioso y humilde como un niño pequeñito. En lugar de demostrar acciones que impresionen a todo el mundo (v. Isaías 64, 3), viene de un modo oculto para todos, menos unos pocos. Y aunque los cielos están verdaderamente rasgados y abiertos y se ven a los ángeles que alaban a Dios, esto sucede en el pequeño pueblo de Belén y es presenciado solo por un puñado de pastores. Este es el misterio de la Navidad, un misterio que nos sigue impresionando hoy día. Dios ha cumplido sus promesas a Israel enviando a su Hijo Jesús a realizar portentos que jamás nos habríamos imaginado; pero lo que realmente nunca nos habríamos imaginado es que Jesús haría todo esto en la sencillez y la humildad. Sin falta vendrá. Hermano, dedica tiempo esta semana a reflexionar
sobre esta hermosa lectura de Isaías. Imagínate que estás entre los antiguos israelitas frente al otrora hermoso templo hecho ruinas y reza: “Ven, Señor. No nos dejes deambular; no permitas que yo siga vagando.” También puedes imaginarte que estás en la ladera del cerro con los pastores o con María y José en el pesebre y reza: “¡Oh Señor, abre mi corazón! Ayúdame a percibir cuando vengas a mí de modo silencioso e inesperado en este Adviento”. Si has estado lidiando con pecados, dile a Cristo: “Señor, perdóname, te lo ruego. ¡Rasga los cielos y baja para salvarme a mí y a todo tu pueblo a quien tanto amas y que es tan valioso para ti!” Luego, cree firmemente que el Señor escuchará y responderá a tu oración. Tal vez venga en el silencio y la humildad, de una manera que no siempre es obvia; pero no dudes de que ciertamente vendrá este Adviento —con su abundancia de amor y misericordia— a tu vida y la de tus seres queridos. ¢ Diciembre 2020/Enero 2021 | 7
Dios
responde a las oraciones Deja que JesĂşs te muestre su misericordia y su gloria
Para el fin de semana del 6 de diciembre, lee IsaĂas 40, 1-5. 9-11. 8 | La Palabra Entre Nosotros
La semana pasada comenzamos el Adviento y unimos nuestra voz a la de Isaías para implorar el auxilio de Dios: “¡Ojalá rasgaras los cielos y bajaras!, Señor! (v. Isaías 63, 19). Vimos el pecado que hay en el mundo, así como la maldad que a veces se oculta en nuestro corazón, y le suplicamos a Dios que viniera a rescatarnos. Ahora, a medida que nos acercamos a la Navidad, la primera lectura de este domingo nos da una idea de cómo Dios responderá a nuestras oraciones. Nuevamente, por boca de Isaías, Dios nos habla de tres cosas distintas que quiere hacer por nosotros en este Adviento: mostrarnos su misericordia, revelarnos su gloria y enviarnos a compartir sus buenas noticias. Demos una mirada a este pasaje para ver cómo se van desplegando estas bendiciones. El consuelo y la misericordia de Dios. Las primeras palabras que escuchamos este domingo parecen la llamada de un padre desconsolado que trata de conseguir que su hijo descarriado vuelva a casa:
Consuelen, consuelen a mi pueblo, dice nuestro Dios. Hablen al corazón de Jerusalén y díganle a gritos que ya terminó el tiempo de su servidumbre y que ya ha satisfecho por sus iniquidades.” (Isaías 40, 1-2) ¡Con qué claridad se aprecia la compasión de Dios! Es como si el Señor dijera: “Israel, hijo mío, veo cómo has estado sufriendo en el exilio. Veo que ahora entiendes que tu infidelidad te ha llevado a este punto. Ya no soporto más verte gimiendo bajo el peso de tus culpas y tu opresión. ¡Todo está perdonado! ¡Vuelve
a mí! Quiero darte paz y sanar tu conciencia.” El consuelo y la misericordia de Dios son la esencia misma de nuestro caminar en el Adviento. Dios nos está pidiendo que nos enfoquemos en la venida de Jesucristo al mundo para salvarnos del pecado. Nos pide que en la historia de la Navidad veamos que Dios todopoderoso perdona a su pueblo, sufre con su pueblo, y está deseoso de abrazarlo y consolarlo. Ahora mismo, por un minuto, reflexiona y deja que esta verdad penetre en tu mente y tu corazón. Cierra los ojos e imagínate que Jesús viene hacia ti y te dice: “Sea lo que sea que estés experimentando ahora, déjame consolarte. Si es el pecado lo que te ha causado este dolor, ten la seguridad de que yo te he perdonado. No vine a condenarte, sino a salvarte. Estoy mucho más cerca de ti ahora de lo que jamás podrías imaginarte.” Diciembre 2020/Enero 2021 | 9
La gloria de Dios. Pero este mensaje de misericordia, por muy significativo y contundente que sea, no es más que el comienzo de lo que Dios quiere prodigarnos en este Adviento. Después de las palabras de consuelo que nos habla por medio del profeta, continúa diciendo:
Preparen el camino del Señor en el desierto, construyan en el páramo una calzada para nuestro Dios. Que todo valle se eleve; que todo monte y colina se rebajen. (Isaías 40, 3-4) Todo valle, toda colina. Dios prometió quitar cualquier obstáculo que mantuviera a Israel separado de él, y ahora nos hace la misma promesa a nosotros. Nos promete allanar todas las “colinas” que se yerguen entre nosotros y Dios, y promete perdonar nuestros pecados, como el orgullo, la ira y la envidia que han hecho crecer esas colinas. También promete rellenar los “valles” de la vergüenza, la culpabilidad y el temor que nos impiden venir a su lado en oración. Y luego nos hace una promesa aún mayor:
Entonces se revelará la gloria del Señor. (Isaías 40, 5) ¿No es esto increíble? ¡Dios quiere revelarnos nada menos que su propia gloria! Pero la gloria de Dios no es 10 | La Palabra Entre Nosotros
como la que busca el mundo. La gloria de Dios es absolutamente diferente de la riqueza financiera, la fama o la condición social o influencia frente a otras personas que valora el mundo. La gloria de Dios es más bien la que se aprecia en el Hijo eterno de Dios, que dejó todos sus privilegios divinos para venir a redimirnos. También podemos verla en el niño que nació de una pareja humilde de Nazaret, o incluso en el hijo del carpintero que dedicó toda su vida a proclamar la misericordia de su Padre. Este tipo de gloria es el que asume el sacrificio y el servicio, la humildad y el amor. San Ireneo dijo una vez: “La gloria de Dios es el hombre plenamente vivo.” ¿Y quién podría estar más “plenamente vivo” que Jesús? No estaba agobiado por los pecados con los que luchamos nosotros y experimentaba la presencia de su Padre todos los días haciendo oración y meditando en las Escrituras hebreas. Amaba a Dios con todo su corazón y daba su vida sin reserva a cuantos acudían a él. Esa es la gloria que Jesús vino a compartir con sus fieles, la gloria de amar generosamente. Así que hoy, dedica tiempo a meditar en la gloria de Dios. Piensa en todas las formas en que la experimentas, por ejemplo, en la hermosura de la creación y en la Eucaristía en la Misa; en el amor de unos esposos o en los sacrificios que una madre hace por su hijo. La ves asimismo en aquellos
El Señor quiere que compartamos con los demás aquello que hemos visto: la gloria, la humildad y el amor de Cristo. que se dedican a servir a los pobres y marginados. La gloria de Dios está en todo lo que te rodea, y conforme el Señor te revele que su gloria llena la tierra de muchas maneras, tú también te llenarás de asombro y gratitud. Dios nos da una misión. Sí, es cierto que Dios quiere perdonarnos y mostrarnos su gloria en este Adviento; pero esto no es todo, pues también quiere encomendarnos una misión:
Sube a lo alto del monte... alza con fuerza la voz... Alza la voz y no temas; anuncia a los ciudadanos de Judá: Aquí está su Dios. (Isaías 40, 9) Así como Israel estaba rodeado de pueblos que adoraban a dioses falsos, hoy vivimos en un mundo que tiene sus propios ídolos: “Los malos deseos de la naturaleza humana, el deseo de poseer lo que agrada a los ojos y el orgullo de las riquezas” (1 Juan 2, 16). Pero en lugar de dejar que la mundanidad nos agobie, Dios nos pide que anunciemos la buena noticia: “¡Aquí está su Dios!” El Señor quiere
que compartamos con los demás aquello que hemos visto: la gloria, la humildad y el amor de Cristo. Es posible que algunos de nuestros amigos o familiares crean que Dios es vengativo, pero lo cierto es que es inmensamente misericordioso. Algunos piensan que Dios es muy distante y lleno de misterio, pero en realidad está muy cerca de nosotros. Otros creen que Dios es indiferente, y ajeno a lo que sucede en el mundo, pero a ellos podemos decirles que el Señor cuida a todos sus hijos con ternura y amor: Como pastor apacentará su rebaño; llevará en sus brazos a los corderitos recién nacidos… y atenderá solícito a sus madres. (Isaías 40, 11) Esta es una temporada en la que todo el mundo escucha melodías alegres y villancicos que piden paz en la tierra y buena voluntad a hombres y mujeres, y tú sabes de dónde vienen la paz y la buena voluntad; así que no te cohíbas y háblales con confianza sobre lo mucho que Jesús los ama. ¢ Diciembre 2020/Enero 2021 | 11
DĂa jĂşbilo alabanza de
y
El significado del domingo de gaudete
Para el fin de semana del 13 de diciembre, lee IsaĂas 61, 1-2. 10-11.
A nadie le gusta esperar, especialmente si se trata de algo bueno. Pareciera que cuanto más uno espere más se demora en llegar lo esperado, como lo apreciamos todos los años a mediados de diciembre. Los niños ansían ver pronto lo que hay bajo el árbol navideño y los adultos esperan con entusiasmo las ocasiones en que se reúna la familia y tal vez tener algo de tiempo libre del trabajo. Todo va a suceder pronto, pero ¡se demora! Un mensajero ungido. Sí, ya estamos a mitad del Adviento, y a veces la “espera espiritual” hace que el tiempo parezca más lento también. En la Misa vemos la corona de Adviento, pero no se cantan villancicos. En casa puede haber un calendario de Adviento, pero aún no hay celebración. Todo apunta hacia un día especial que no ha llegado aún. Con todo aquí, en medio de la espera, el Señor nos prodiga algo inesperado: el Tercer Domingo de Adviento, también conocido como Domingo de la alegría, o de gaudete, y nos invita a regocijarnos en él y alabarlo alegremente… ¡por algo que aún no ha sucedido! Esta sorpresiva invitación a la alabanza se advierte en la primera lectura del Tercer Domingo en Adviento, en la cual un mensajero especial de Dios proclama palabras de esperanza y promesa:
El espíritu del Señor está sobre mí, porque me ha ungido Y me ha enviado para anunciar la buena nueva a los pobres, a
curar a los de corazón quebrantado, a proclamar el perdón a los cautivos, la libertad a los prisioneros y a pregonar el año de gracia del Señor. (Isaías 61, 1-2) ¿Se imaginan qué pensaría Jesús al leer estas palabras cuando era niño? Sin duda que desde entonces entendía que él era el “ungido” (lo que en hebreo y arameo se dice messiach). ¡Qué alegría y entusiasmo debe haber sentido al saber que Dios Padre lo estaba enviando a él para traer al mundo la tan anhelada salvación de Israel! ¡Cuánto gozo habrá sentido también cuando leyó este pasaje de Isaías en la sinagoga al presentarse al comienzo de su ministerio! (Lucas 4, 18-19). Esta es la razón por la cual leemos estas palabras hoy: Para regocijarnos en que Jesús haya venido a librarnos de la esclavitud del pecado y la culpa, sanar los corazones quebrantados y anunciar el tiempo del favor de Dios para todos. Alabamos a Dios por lo que vendrá. Diciembre 2020/Enero 2021 | 13
Pero, como lo dijimos, todavía estamos en el Adviento, y seguimos esperando, y algunos de nosotros sufrimos penas y dolores mientras aguardamos, como los judíos del tiempo de Isaías. Podemos ver ya cerca la promesa de Dios, pero aún no ha llegado. ¿Cuándo llegará? ¿Cuándo vendrá finalmente el momento del favor para mí y mi familia? Isaías no nos da una respuesta, sino que nos exhorta a alabar a Dios: Me alegro en el Señor con toda el alma y me lleno de júbilo en mi Dios, porque me revistió con vestiduras de salvación y me cubrió con un manto de justicia. (Isaías 61, 10) En este pasaje vemos lo muy fundamental que es el regocijarse en nuestra fe, porque las promesas de Dios son tan buenas que inspiran alabanza, que la expectativa da paso al gozo, y que el vislumbre del futuro causa expresiones de adoración en el presente. Nos enseña que hemos de alabar a Dios mientras esperamos precisamente aquello por lo que lo estamos alabando. Pero, ¡un momento! alguien podría decir. ¿No sería mejor esperar a ver cómo se desarrollan las cosas, en lugar de actuar como si todo ya hubiera sucedido? ¿Y si uno termina decepcionado? ¡No! responde el Señor. ¡No esperes! ¿Por qué? Porque en Cristo se 14 | La Palabra Entre Nosotros
cumplen todas las promesas de Dios (v. 2 Corintios 1, 20), es decir, que aun cuando tengamos que esperar, no hay duda alguna de que Dios cumplirá todas sus promesas. Sabemos a ciencia cierta que nuestro Salvador ya viene, y esa es razón suficiente para ensalzarlo y bendecirlo. Un fundamento de fe. Alabar a Dios es también uno de los medios más valiosos y eficaces para profundizar la fe y fortalecer la esperanza. Cuando alabamos a Dios, recordamos su bondad, su amor y su fidelidad; proclamamos lo que sabemos acerca de Dios y de su deseo de salvarnos, y cada vez que lo hacemos, vamos construyendo un fundamento sólido y firme en el que podemos afianzarnos cuando sucedan cosas que pongan a prueba nuestra fe. Ahora bien, no hay nadie que demuestre esta actitud mejor que la santísima Virgen María. Uno puede imaginarse lo que ella debe haber pensado después de que el ángel le anunció que sería la madre del Hijo de Dios. En un instante, su vida entera cambió y ella no tenía idea de cómo iba a ser el desenlace de todo. ¿La rechazaría José? ¿Sería expulsada o apedreada por el pueblo? ¿Estaría a salvo su bebé? Pero aun cuando tales preguntas le causaban gran inquietud, lo que hizo fue confiar en Dios, darle gracias y
La alabanza y la acción de gracia abren tu corazón a la acción del Espíritu Santo. alabarlo por lo que él es: Mi alma proclama la grandeza del Señor; mi espíritu se alegra en Dios mi Salvador. (Lucas 1, 46-47) Querido hermano, tú puedes hacer lo mismo hoy y todos los días. Cada mañana, al despertarte, proclama la grandeza del Señor, sea lo que sea que vaya a suceder en el día. Alaba a Dios por su amor y su fidelidad; refuerza tu fe y di para ti mismo —y para el Señor— que crees firmemente y confías en él. Si lo haces y lo repites, tu confianza en Dios irá creciendo y se fortalecerá. Descubrirás que tienes más paz interior y más seguridad frente a las vicisitudes, los problemas y las adversidades que encuentres en tu vida. ¡Proclama la grandeza del Señor! Según dónde te encuentres hoy, es
posible que regocijarte sea en lo que menos estés pensando; pero es precisamente en momentos como esos cuando resulta tan valioso alabar a Dios. Recordar la bondad del Señor, alabarlo por todo lo que ha hecho en tu vida y alegrarte por todo lo que aún no ha hecho es una forma de oración que te ayudará a elevar los ojos al cielo y ver más allá de las nubes. La alabanza y la acción de gracia abren tu corazón a la acción del Espíritu Santo, y posiblemente te convenzan más de que Jesús es tu Mesías, que vendrá a sanar tu corazón quebrantado y darte libertad y refrigerio a ti y a tus seres queridos. Así que ¡regocíjate esta semana! No seas tímido y proclama la grandeza del Señor. Ya está a punto de llegar y queremos que nos encuentre atentos, en oración y en alabanza, dispuesto a darle la bienvenida y a recibir todas las bendiciones que Diciembre 2020/Enero 2021 | 15
Les prepararĂŠ una
morada
En la Navidad celebramos todo lo que hace nuestro Dios
Para el fin de semana del 20 de diciembre, lee 2 Samuel 7, 1-5. 8-12. 14, 16. 16 | La Palabra Entre Nosotros
Ya se puede sentir, ¿verdad? Sí, porque desde principios de diciembre vienen creciendo el entusiasmo y la expectativa. Conforme se acerca el día de Navidad, los que son “hacedores” apuran el paso. Ya sabes quiénes son, los que hacen todo a tiempo y lo hacen bien. ¡A lo mejor tú eres uno de ellos! El rey David, el “hacedor”. Si tuvieras que elegir un personaje del Antiguo Testamento que se ajustara a esta descripción de “hacedor”, sería difícil encontrar alguien mejor que el rey David. Piensa en todo lo que logró: derrotó al poderoso y enorme Goliat, fue un célebre caudillo militar, unió a las doce tribus de Israel en un solo reino unificado, estableció la ciudad de Jerusalén como nueva capital para el pueblo de Dios, y construyó un fastuoso palacio para sí mismo, junto con muchos otros edificios para albergar su nuevo gobierno. ¡Claro que David hizo muchas cosas! Uno pensaría que cuando Israel estuviera en paz, David se daría descanso, pues ya había hecho mucho, pero no fue así. David amaba tanto a Dios que no podía quedarse quieto, así que emprendió una nueva idea: “Yo habito en un palacio de cedro, mientras que el arca de Dios habita bajo simples cortinas” (2 Samuel 7, 2). Y con ese pensamiento, David, el hacedor, decidió construir un hermoso templo donde Dios pudiera morar y donde su pueblo se reuniera para adorarlo.
Cuando David se propuso ejecutar este nuevo proyecto, sus intenciones eran naturalmente buenas, pero como sucede a menudo, el Señor tenía otros planes. El profeta Natán le trajo un mensaje de Dios: “¿Así que tú me vas a construir una casa para que habite en ella?” (2 Samuel 7, 5), o dicho de otra forma: ¿Estás seguro de que quieres hacerlo? Luego, Natán enumera las muchas cosas que Dios había hecho por David: Yo te saqué del redil, y te quité de andar tras el rebaño, para que fueras el jefe de mi pueblo Israel; te he acompañado por dondequiera que has ido, he acabado con todos los enemigos que se te enfrentaron. (2 Samuel 7, 8. 9) Dios le recuerda a David que él, el Señor, es el verdadero hacedor. Por muy emprendedor que fuera David, jamás podría haber hecho todo lo que hizo si no hubiera sido por la gracia y la ayuda de Dios. Luego, el Señor le anuncia a David todo lo que piensa hacer por él en el futuro: Diciembre 2020/Enero 2021 | 17
Te he dado gran fama… Además, he preparado un lugar para mi pueblo… Yo haré que te veas libre de todos tus enemigos… yo estableceré a uno de tus descendientes y lo confirmaré en el reino. (2 Samuel 7, 9-12) Era hora de que David, el hacedor, reconociera todo lo que Dios había obrado por él y dejara que el Señor siguiera haciendo cosas buenas para él. Dios es el verdadero hacedor. Entonces Dios le anunció a David que un heredero suyo ocuparía el trono después de él: “Yo le seré un padre, y él me será un hijo” (2 Samuel 7, 14), prometiendo así que con este “hijo de David”, el reino permanecería firme para siempre. Si ahora nos adelantamos unos mil años, veremos que Dios cumplió exactamente lo que había prometido. ¿Cómo? Enviando a Cristo Jesús. Como supremo hacedor, el Señor encarna la obra de Dios en este mundo, pues ha hecho todo lo que se precisaba para rescatar al género humano del pecado y abrir el cielo para sus fieles. Ya casi ha llegado el día de Navidad, y ese día celebraremos lo que Dios hace en el mundo y en la vida de cada uno y, así como se lo dijo a David, el Señor nos recuerda que él es el que actúa en nuestra vida. ¿Y 18 | La Palabra Entre Nosotros
qué está haciendo? Está construyendo una habitación en el corazón de cada creyente, una morada para su Espíritu Santo, pues quiere hacernos herederos de su Reino y resucitarnos con Cristo para que estemos a su lado para siempre: “Te edificaré una casa —nos promete a cada uno— donde viviré contigo. Así conocerás mi presencia y escucharás mi voz.” El episodio de la Navidad no se trata de cómo logramos ganarnos el amor de Dios y vencer nuestros pecados por esfuerzo propio; sino que es el relato de que Dios vino a la tierra para salvarnos. Es la historia del Padre tierno y compasivo que envió a su Hijo a hacer algo que jamás podríamos haber hecho por nosotros mismos. Él nos amó primero. Bien sabemos que tenemos que obedecer los mandamientos, especialmente el de amar a Dios y al prójimo; sabemos que debemos avanzar por el camino del discipulado mediante la oración y los sacramentos y preocuparnos del bienestar de quienes tenemos cerca; sabemos que hay que perseverar en la batalla contra la tentación y el pecado. Sin embargo, aunque tratemos de hacer todo esto, nunca debemos olvidar que lo más importante es la obra de Dios, para lo cual podemos recordar la verdad que nos enseña San Juan: “El amor consiste en esto: no en que nosotros hayamos
Es la historia del Padre tierno y compasivo que envió a su Hijo a hacer algo que jamás podríamos haber hecho por nosotros mismos.
amado a Dios, sino en que él nos amó a nosotros y envió a su Hijo, para que, ofreciéndose en sacrificio, nuestros pecados quedaran perdonados” (1 Juan 4, 10). Entonces, ¿qué cabe hacer ahora que se acerca la Navidad? Puedes reconocer todas las bendiciones que Dios te ha concedido en la vida, y reflexionar en oración sobre lo diferente que es tu vida porque Jesús ha venido, por ejemplo: • Me rescató del pecado y la vergüenza (Romanos 8, 1). • Me hizo hijo de Dios (Gálatas 4, 6). • Me llenó del Espíritu Santo en el Bautismo y la Confirmación (Juan 14, 25-26). • Me prometió llevarme al cielo, aunque yo no sea digno (Juan 3, 16). Esta es la esencia misma de la Encarnación: no se trata de que nosotros hayamos amado a Dios, sino de que él nos ama tanto que dejó su trono en el cielo y asumió nuestra carne; nos ama tanto que vino como
humilde servidor y ofreció su vida en la cruz para salvarnos; nos ama tanto que nos alimenta con su Cuerpo y su Sangre en la Sagrada Eucaristía. ¡Jesucristo, es el verdadero hacedor, y lo ha hecho todo por nosotros! Piensa también de qué otra manera específica ha sido Dios el “hacedor” en tu vida y en tu familia. A veces no percibimos lo que él hace mientras algo está sucediendo, pero mirando en retrospectiva vemos que ha estado obrando de muchas maneras para manifestarnos su amor. Apenas el principio. Dios nunca dejará de actuar en favor nuestro, así como no dejó de favorecer a David. Continuemos, pues, sirviéndole a él y al prójimo como una humilde pero hermosa manera de reconocer todo lo que ha hecho en nuestra vida y de darles infinitas gracias al Padre, a Jesús y al Espíritu Santo. ¡Hermano, que Dios te conceda una Navidad muy bendecida y llena de gracia! ¢ Diciembre 2020/Enero 2021 | 19
La prioridad
de la oración
SIGUIENDO LA GUÍA DEL SEÑOR 20 | La Palabra Entre Nosotros
S
i el presentador de un programa de entrevistas le preguntara a Jesús cuáles son sus principales prioridades, ¿qué crees tú que él respondería? Tal vez él diría: “Amar a toda la gente”, “Atender a los pobres y los discriminados” o “Difundir la buena noticia del Reino de los cielos”. Todas estas respuestas son buenas; pero si le preguntaran ¿cuál es para ti la prioridad número uno, la más importante de todas? Probablemente diría: “Mantenerme en comunión con mi Padre.” La Escritura muestra repetidamente que Jesús hacía de la oración el factor central de su vida. En el Evangelio según San Marcos leemos que: “De madrugada, cuando todavía estaba oscuro, Jesús se levantó y salió de la ciudad para ir a orar a un lugar solitario” (Marcos 1, 35). Lucas dice que, cuando el Señor sanó a un leproso, “la fama de Jesús aumentaba cada vez más, y mucha gente se juntaba para oírlo y para que curara sus enfermedades. Pero Jesús se retiraba a orar a lugares donde no había nadie” (Lucas 5, 15-16, énfasis añadido). Jesús hizo oración antes de su bautismo, antes de su transfiguración e incluso antes de su arresto y crucifixión (Lucas 3, 21-22; 9, 28-29; Mateo 26, 36-45). Diciembre 2020/Enero 2021 | 21
Todos estos relatos revelan un principio que constituía el fundamento de toda la vida de Jesús: la oración era más prioritaria que la acción. No hacia algo para luego orar si había sido una buena idea. Claramente no; primero buscaba la guía de Dios y luego actuaba según lo que su Padre le revelaba. Incluso le presentaba al Padre las acciones buenas, nobles y milagrosas que pensaba realizar, como sanar a los enfermos y expulsar demonios, pero lo hacía antes de actuar. Permanecer en comunión con Dios. ¿Qué es lo primero que haces tú al despertar cada día? ¿Estás entre el 80% de aquellos que revisan sus teléfonos o computadoras antes de hacer cualquier otra cosa, e incluso antes de levantarse? ¿Buscas otras formas de reconectarte con el mundo exterior cada mañana? Tal vez enciendes la televisión o lees el periódico del día apenas te despiertas. Luego, después de esta revisión rápida (o no tan rápida), comienzas el día sintiéndote listo para emprender tus obligaciones y responsabilidades. Este proceder es común para muchos de nosotros, pero es algo que Jesús no hacía. En lugar de “conectarse” con el mundo circundante, deliberadamente se “desconectaba” para entrar en comunión con su Padre. A muchos nos agrada mantenernos activos. En este mundo de constante 22 | La Palabra Entre Nosotros
comunicación y actividad, por lo general se espera que así sea. Se nos anima a emprender proyectos, trabajar más de las típicas ocho horas diarias, y llenar los fines de semana con todo tipo de diversiones y actividades. Se nos enseña a disfrutar de esa sensación de triunfo que experimentamos cuando hemos tenido éxito en algo y seguir tratando de superarnos cada vez más. Por supuesto que mantenerse activo y desarrollar las aptitudes que uno tiene son cosas buenas, y seguramente Jesús se regocijó después de haber curado a varios enfermos; probablemente disfrutó al ver que sus apóstoles salían de dos en dos para anunciar la buena nueva, y sin duda sonrió cuando alguien se arrepintió de sus pecados y se entregó a Dios. Pero todas estas acciones eran fruto de su relación con el Padre, una relación que él valoraba por encima de todo lo demás. “No hago nada por mi cuenta.” Bien, pero ¿cómo tomaba Jesús sus decisiones? ¿Cómo decidía hacia dónde enfocar su energía y a qué cosas darle atención? Una vez dijo: “Yo no puedo hacer nada por mi propia cuenta... no trato de hacer mi voluntad sino la voluntad del Padre, que me ha enviado” (Juan 5, 30). Cristo siempre se mantenía completamente conectado con su Padre, para que sus decisiones correspondieran a la voluntad de Dios.
Para Jesús, “estar conectado” significaba más de lo que significa esa idea para nosotros. En términos humanos, estar conectados puede significar mantener una amistad íntima y amorosa, como de marido y mujer, o como de amigos de confianza, que se conocen muy bien y que están dispuestos a recibir consejos el uno del otro; que han aprendido que en una buena amistad se da y se recibe y que ambos se tratan con respeto y consideración. Para Jesús, estar conectado significaba todo esto y mucho más: también significaba una dependencia total y una humilde sumisión a su Padre celestial, y nunca dejó que sus actividades diarias —que eran muy buenas e incluso milagrosas— llegaran a ser
¿Qué es lo primero que haces tú al despertar cada día? ¿Estás entre el 80% de aquellos que revisan sus teléfonos o computadoras antes de hacer cualquier otra cosa, e incluso antes de levantarse? más importantes que su comunión con Dios. Busca primero el Reino. Si tú debieras escoger un solo versículo de la Escritura que sintetizara todo lo que Jesús dijo e hizo, probablemente sería “Busquen primero el Reino de Dios” (Mateo 6, 33). Debido a que Cristo tenía una comunión perfecta y constante con su Padre, todo lo que decía y hacía emanaba de esa comunión. No hacía más que la voluntad de su Padre y la hacía únicamente de la manera como su Padre quería. Diciembre 2020/Enero 2021 | 23
Este versículo, aparte de captar la docilidad de Jesús ante su Padre, nos presenta un desafío a todos. San Pablo decía que todos queremos hacer lo correcto, pero añadía que el pecado continúa tratando de dominarnos y terminamos haciendo aquello que no queremos hacer (Romanos 7, 15); es decir, poniendo algo distinto del Reino de Dios como prioridad y eso puede llevarnos a todo tipo de problemas. Pablo dice esto refiriéndose al pecado, pero nosotros también podemos aplicar este principio de buscar primero el Reino de Dios a las buenas actividades que todos realizamos cada día. Sin duda Pablo estaba perfectamente consciente de la tentación de precipitarse a hacer algo sin antes detenerse unos minutos para pedir la guía de Dios, y conocía la tentación de decidir uno mismo cuál sería la mejor manera de hacerlo; pero, con el tiempo, aprendió a valorar el principio de buscar primero el Reino de Dios —es decir, la voluntad de Dios, la guía de Dios y el plan de Dios— antes que el supuesto “reino” que creaba por su propia voluntad, tal como lo hacemos nosotros. Definitivamente yo puedo identificarme con esto. Cuando hago algo —aunque sea bueno— que me hace postergar mi conexión con Cristo, las cosas no resultan bien. Termino quedando atrapado en el trabajo, a veces hasta el punto de que me olvido de almorzar o de que vuelvo al trabajo 24 | La Palabra Entre Nosotros
después de la cena, en lugar de dedicar tiempo a mi familia o conectarme con amigos. En resumen, mi vida se desequilibra y sufren mis amistades y las personas a quienes amo. No es que haga algo netamente pecaminoso en días como esos; es que puede pasar todo el día sin que yo busque al Señor, o su Reino o su plan. Sí, claro, pienso en eso de vez en cuando y Dios siempre está en mi corazón, de la misma forma como mi familia está siempre en mi corazón; pero como no me detengo para estar con él o con mi familia, me encuentro más intranquilo al final del día y me afectan más los vaivenes de la vida. La escalera de Jacob y tú. Estos son algunos de los puntos que trato de transmitir cada vez que tengo la oportunidad de compartir mi fe. Animo a las personas a orar todos los días. La gracia fluye mucho más libremente cuando oramos, principalmente porque la oración nos abre a recibir la gracia abundante de Dios, y nuestro Padre no es tacaño. Veamos la historia de la escalera de Jacob en la Biblia (Génesis 28, 10-19). En tu mente, imagínate que ves a los ángeles ascendiendo y descendiendo por esa escalera, bajando del cielo y subiendo de regreso. Nuestras oraciones ascienden a Dios, y la gracia fluye libremente sobre nosotros, y la gracia nos transforma, porque influye en nuestras acciones, nos permite
Nosotros podemos aplicar este principio de buscar primero el Reino de Dios a las buenas actividades que todos realizamos cada día. escoger qué actividades nos conviene llevar a cabo y nos ayuda a mantener la atención de la mente y el corazón fija en el Señor. Incluso nos protege cuando tropezamos con obstáculos y cuando las cosas no resultan como queremos. Estoy realmente convencido de que, si todos aumentáramos la cantidad y la calidad de nuestra oración, probablemente veríamos más bendiciones, más milagros y más conversiones, y además nos encontraríamos cada vez más cerca de Jesús. Y si nos acercamos más a Cristo en la oración diaria, su gracia nos ayudará a hacer frente a los deberes y
responsabilidades del día con más paz, tanto las buenas como las no tan buenas. Si todos los que están leyendo esta revista se comprometieran a dedicar más y mejor tiempo a conectarse con el Señor día tras día, creo que ese tiempo con Dios haría derramar torrentes incalculables de gracia sobre este mundo. Así que, unamos esfuerzos y comprometámonos a dedicar tiempo a orar y tener comunión con Cristo cada día. Es decir, adoptemos la oración, no los quehaceres, como nuestra máxima prioridad, aun cuando tengamos que forzarnos para hacer tiempo. Después de todo, esa fue la forma en que Jesús vivió, ¡y lo que logró fue maravilloso! ¢ Diciembre 2020/Enero 2021 | 25
Muéstrame el camino,
Señor
CONSEJOS PARA DISCERNIR LA VOLUNTAD DE DIOS 26 | La Palabra Entre Nosotros
U
n día, un joven ejecutivo le preguntó al presidente de su empresa: “Usted administra esta empresa muy bien, al punto de que cada año es más rentable. ¿Cómo lo hace? ¿Cuál es su secreto?” “Bueno —dijo el presidente— tomo buenas decisiones”. El joven ejecutivo entonces preguntó: “Pero, ¿cómo aprendió usted a tomar decisiones tan buenas?” “Como verás, tengo mucha experiencia”, respondió. “Claro, pero ¿cómo consiguió su experiencia?” fue la siguiente pregunta. Con una pequeña sonrisa, el presidente respondió: “Tomando decisiones erróneas.” Todos tratamos de tomar buenas decisiones, y a menudo, las que tomamos resultan buenas y productivas, pero en algunas ocasiones todos hemos tomado decisiones equivocadas y con suerte algo hemos aprendido de ellas. El proceso de tomar decisiones. Los estudios muestran que las personas toman buenas decisiones cuando siguen un proceso de sentido común como el siguiente:
1. Definir la decisión que hay que tomar. 2. Reunir la información necesaria para tomar una decisión bien fundamentada. 3. Escribir las diversas opciones que podrían escogerse. 4. Evaluar los pros y los contras de cada opción. 5. Escoger la opción que parece ser la mejor. 6. Ejecutar la decisión. 7. Evaluar la decisión: ¿Fue la correcta? ¿Qué se puede aprender de ella? Este método es bueno y confiable,
pero en todos mis estudios, todavía no he visto ningún texto de ciencias de gestión empresarial que incluya un paso que diga: “Pedirle a Dios que le ayude a tomar la mejor decisión.” Por supuesto, no nos referimos aquí de las decisiones simples de cada día: ¿Qué ropa me voy a poner hoy? ¿Qué voy a comer? ¿Por dónde conduciré al trabajo esta mañana? Estas decisiones son fáciles de tomar y menos trascendentes; pero las más importantes son complejas, como aquellas que Jesús le presentaba a su Padre. Por ejemplo, lo que nos dice el Evangelio según San Lucas: “Por aquellos días, Jesús se fue a un cerro a orar, y pasó toda la noche orando a Dios. Cuando se hizo de día, llamó a sus discípulos, y escogió a doce de ellos, a quienes llamó apóstoles” (Lucas 6, 12-13). Esta era una decisión muy importante y Jesús lo sabía bien. Ellos serían aquellos a quienes él les encargaría llevar su Evangelio al mundo. No los escogió y luego le pidió a su Padre que los bendijera. No, primero se fue a orar él solo y le pidió a Dios que lo iluminara para tomar su decisión. Diciembre 2020/Enero 2021 | 27
Cabe recordar que Jesús tenía una relación muy especial con su Padre; y no solo eso, sino que él era puro y santo, de modo que su mente no estaba empañada por el pecado. Ambos factores significan que Jesús era capaz de escuchar la voz de Dios y discernir la voluntad de su Padre de una manera que simplemente no podemos hacerlo nosotros. Sin embargo, su ejemplo nos muestra la forma correcta de proceder, incluso si no podemos suponer que lograremos adquirir la misma claridad de entendimiento que Jesús tenía. Antioquía: Un caso de estudio. Un ejemplo de cómo el Señor tomaba sus decisiones ocurrió unos quince años después de la resurrección. Los responsables de la iglesia de Antioquía estaban meditando para discernir una decisión importante: ¿Debían enviar delegados de su iglesia a proclamar el Evangelio en otras tierras? Y si era así, ¿a quién debían enviar? Los discípulos, en lugar de tomar la decisión por su cuenta, optaron por pedirle sabiduría a Dios. Al orar, uno de ellos sintió que Dios les decía: “Sepárenme a Bernabé y a Saulo para el trabajo al cual los he llamado.” Orando un poco más para asegurarse de que realmente habían escuchado a Dios, decidieron seguir estas instrucciones. Y así comenzó el primer viaje misionero de San Pablo (Hechos 13, 1-3). 28 | La Palabra Entre Nosotros
Sin duda Pablo, Bernabé y los demás querían difundir el Evangelio desde antes de reunirse en oración. También es probable que ya habían estado pensando en cómo llevar el Evangelio a otras partes del mundo; no se trataba de que la idea de enviar a dos apóstoles a llevar el mensaje se les haya ocurrido de repente; ya lo venían pensando hacía tiempo. Además, entendemos que Pablo y Bernabé ya habían decidido irse en misión, y pidieron a los principales que oraran con ellos para confirmar que esta idea era de Dios. Lo que queremos enfatizar es que, antes de actuar, hicieron oración, tal como lo hizo Jesús. Una vez que Pablo y Bernabé decidieron salir a misionar, todavía tenían que tomar otras decisiones, unas importantes, otras más sencillas: ¿Adónde debían ir? ¿Qué iban a decir? ¿Debían empezar en las sinagogas o en la plaza de la ciudad? Al tratar de discernir las respuestas, es probable que hayan tomado sus decisiones en base a la oración y su confianza de que el Espíritu Santo los estaba guiando. Es muy probable que no siempre hayan sabido lo que el Espíritu les estaba diciendo, ni que todas sus decisiones fueran las correctas. Tuvieron que orar y luego salir con fe confiando en que aquello que pensaban hacer era lo mejor. Siguiendo las mociones de Dios.
En mi propia vida, he aprendido a tomar decisiones después de hacer oración, además de analizar mis razonamientos, estudiar la situación y pedir la opinión de personas en las que confío. Hace unos cuarenta años, yo sabía que quería servir al Señor y ayudar a edificar su Iglesia, pero no sabía exactamente cómo hacerlo. Por eso, además de pedir consejo a otras personas y tratar de evaluar la necesidad yo mismo, le pedí al Espíritu Santo que me guiara. Como no recibí una respuesta inmediata, seguí rezando. Un día en que estaba leyendo el milagro de la multiplicación de los panes (Mateo 14, 13-21), sentí que el Espíritu me estaba inspirando algo. Cuando leí que Jesús dijo a los apóstoles: “Denles ustedes de comer”, sentí como si el Señor me estuviera
Jesús no escogió a los doce y luego le pidió a su Padre que los bendijera. No, primero se fue a orar él solo y le pidió a Dios que lo iluminara para tomar su decisión. diciendo esas palabras directamente a mí. Ahí fue cuando surgió la idea de empezar a publicar una revista que ayudara a los católicos a orar y leer las Escrituras. Es cierto que bien podía haberme equivocado, pero mantuve la idea en mi corazón durante unos meses. La analicé, la medité, hice algunas averiguaciones, y después hablé con el Padre Francis Martin, un buen amigo en quien yo confiaba. Después de reunirnos varias veces, el Padre Francis me dijo que le parecía bien que lo hiciéramos, pero en forma lenta y con prudencia. Incluso me dijo que se sentía inspirado a ayudarme a empezar. No pasó mucho tiempo antes de que Diciembre 2020/Enero 2021 | 29
Con el tiempo y la constancia, podemos discernir cada vez mejor cuáles decisiones nos acercan más a Jesús y cuáles nos alejan de él. otros se nos unieran, y el resultado es la revista que ahora tú estás leyendo. Discernimiento, opciones e instinto. Jesús nos ha pedido que nos dejemos guiar por el Espíritu Santo; pero eso no siempre es fácil. El camino de la vida es confuso; hay demasiadas opciones y a veces es difícil decidirse por una u otra. En ocasiones, tenemos que caminar por fe y no siempre sabemos cuáles serán las consecuencias de lo que decidamos hacer; no siempre sabemos lo que debemos hacer, a dónde ir o cómo reaccionar. ¡Quizás ni siquiera sepamos lo que Dios quiere que hagamos! Esto, no obstante, no significa que no debamos buscar la ayuda de Dios. Él no suele hablarnos audiblemente, pero nos habla interiormente, al corazón, a través de su Espíritu Santo. Lo que nos pide es que tratemos de escuchar y discernir las inspiraciones interiores que nos comunica. Por eso, si queremos conocer algo de cómo piensa y razona Dios, tenemos que dedicar tiempo a orar y percibir esas inspiraciones. 30 | La Palabra Entre Nosotros
San Ignacio de Loyola dice, en sus Ejercicios Espirituales, que una vez que hayamos considerado nuestras opciones y posibilidades, debemos confiar en nuestros instintos y avanzar con fe. Ignacio siempre enseñaba que la presencia de Dios impregna todo el mundo, lo cual significa que el Señor también utiliza lo del mundo para hablarnos, relacionarse con nosotros y guiarnos. Ignacio también enseñaba que si amamos a Cristo y hacemos lo necesario para que él pase a ser la Persona más importante de nuestra vida, podemos tener la seguridad de que nuestras decisiones estarán iluminadas con la mejor luz posible: la luz de la fe. Con el tiempo y la constancia, podemos discernir cada vez mejor cuáles decisiones nos acercan más a Jesús y cuáles nos alejan de él. La esperanza de la gloria. No hay duda de que todos tenemos que tomar muchas decisiones difíciles, pero recordemos que la tierra entera está llena de la gloria de Dios (Salmo 24, 1), y el mensaje central del Evangelio es “Cristo en ustedes, la esperanza de la gloria” (Colosenses 1, 27). De manera que nuestro Señor permanece siempre con nosotros, y nos protege, nos abraza y nos ama, y quiere ayudarnos a tomar las decisiones que más nos convengan. Por eso, ¡acudamos siempre a él con plena confianza! ¢
Enséñanos a escuchar tu voz, Señor
Cuando se trata de ayudarnos a tomar decisiones difíciles, Dios nos habla de diversas maneras:
1 2
Puede ser cuando lees un pasaje determinado de la Sagrada Escritura o cuando las palabras de una homilía o un himno cantado en Misa te impresionan de una manera nueva.
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Puede ser cuando el Espíritu Santo te permite ver que hay un cierto hábito de pecado —algo como codicia, arrogancia, celos, resentimiento o algo parecido— te lleva a tomar decisiones menos convenientes. Él siempre quiere ayudarte a pedir perdón y seguir avanzando con fe.
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Una de las señales más evidentes de que Dios te está hablando es que percibes un profundo sentido de gozo, paz o esperanza al analizar las opciones que tienes. Es posible que las preocupaciones o ansiedades no desaparezcan de inmediato, pero sientes en el corazón que Dios te está guiando.
Puede ser cuando el Espíritu Santo te ayuda a comprender una situación desde una perspectiva más espiritual. Esta nueva perspectiva influye en tu razonamiento y te ayuda a tomar una mejor decisión.
Sea como sea que Dios te hable, él siempre quiere ayudarnos a tomar decisiones buenas y constructivas en todas las circunstancias. Cuanto más le pidamos que nos muestre su voluntad antes de tomar decisiones, mejores serán los resultados. s Diciembre 2020/Enero 2021 | 31
Como nos preparamos para orar
arrepiéntete, pídele perdón al Señor y vuelve a centrar en él tu mirada interior.
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a sea que estés comenzando tu tiempo de oración personal, preparándote para leer y meditar en la Palabra de Dios o presentándote ante el Señor en la santa Misa, siempre es buena idea dejar unos momentos para tranquilizar la mente y el corazón. Para eso te recomendamos inspirarte en lo que hacían los padres del desierto o los muchísimos monjes y monjas que suelen pasar horas en oración.
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Cierra los ojos y respira hondo un par de veces. Repite interiormente que ese es el momento de buscar al Señor. Recuerda que tus otras preocupaciones pueden esperar unos minutos hasta después de haber hecho tu oración. Si algo negativo ha sucedido hace poco o has cometido algún pecado venial,
Palabra Entre Nosotros 3232 | La| La Palabra Entre Nosotros
Busca algo en qué enfocar tu atención. Por ejemplo, si estás en Misa, contempla el crucifijo. Si estás meditando en el texto bíblico, busca un versículo breve que te guste o te llame la atención. Si estás haciendo oración privada, repite una breve oración, como “Jesús, en ti confío” o “Señor, ten piedad de mí que soy pecador” e imagínatelo que está allí delante de ti. Y fija tu atención en una sola idea o imagen de Jesús, no en los pensamientos sobre cualquier otra cosa, pues si no, te distraerás más.
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Sigue practicando estos pasos para que puedas tranquilizar la mente. Probablemente verás que tu respiración se hace más regular y te puedes relajar más. Incluso puede ser que sonrías con mayor facilidad.
Pero no te preocupes si te demoras en centrar la atención. No siempre es fácil, especialmente cuando te sientes estresado o inquieto por algo. No te preocupes si no logras calmar pronto tus pensamientos. Recuerda el intercambio divino: acabas de disponerte a tener comunión con el soberano Rey del Universo y él te responde confiriéndote su paz.
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MEDITACIONES 29 DE NOVIEMBRE AL 5 DE DICIEMBRE
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de noviembre, I Domingo de Adviento Marcos 13, 33-37 Hoy es el primer domingo de Adviento y tú acabas de recibir una invitación: El Altísimo tiene el honor de invitarlo a celebrar la llegada de su Hijo al mundo. A este evento sin precedentes seguirá un alegre festejo que se llevará a cabo en dos lugares distintos: el cielo y la tierra. El evento tendrá lugar el próximo 25 de diciembre, y se le anima a usted a prepararse durante las próximas cuatro semanas para las festividades. ¡Bienvenido al tiempo de Adviento, un tiempo de esperanza y expectativa! Durante este mes, podría ser que participes de reuniones familiares y que vivas antiguas tradiciones: comprar regalos, decorar la casa y preparar comidas especiales. Y para coronar todas estas celebraciones, Jesús mismo vendrá y te visitará. Como nos lo dice el Evangelio de hoy, es posible que no sepamos cuándo vendrá, pero él promete que vendrá. En este mismo momento, él está preparando regalos especiales de
gracia y bendición para ti, los regalos de Adviento y Navidad que él te dará mientras abres tu corazón a él. ¿Qué clase de regalos te dará? Recordatorios del amor de su Padre, un sentido de esperanza para enfrentar las dificultades de la vida, nuevas perspectivas y sabiduría que puedes compartir con tus seres queridos. La libertad de la culpa cuando deposites tus pecados y errores a sus pies. Y por encima de todo, paz y alegría al decirte que te lleva grabado en la palma de su mano. ¡Acepta su invitación de hoy! Haz todo lo que puedas para velar y estar preparado para recibir a Jesús y los regalos que tiene para ti. Intenta dedicar un poco más de tiempo a la oración diaria y a la lectura de la Palabra. Confiésate para que puedas deshacerte de cualquier cosa que te impida recibir su amor y sus dones. El Señor Jesús quiere celebrar contigo, ¡y te ha dado un mes completo para hacerlo! Paso a paso, día a día, puedes acercarte más al Señor, ¡y sentir cómo se acerca él a ti! “Amado Jesús, te pido que me ayudes a estar preparado para tu venida el día de Navidad.” ³³
Isaías 63, 16-17. 19; 64, 2-7 Salmo 80 (79), 2ac. 3b. 15-16. 18-19 1 Corintios 1, 3-9
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de noviembre, lunes San Andrés, Apóstol Mateo 4, 18-22 Ellos inmediatamente dejaron las redes y lo siguieron. (Mateo 4, 20) La decisión de Pedro y Andrés de dejar sus redes, junto con su familia, amigos y todo lo demás que poseían, puede resultarnos increíble. ¿Cómo encontraron la fe y el valor para tomar una decisión tan audaz? Pues fue el resultado de tener un encuentro personal con Jesús. Por sí mismos, ellos jamás habrían tomado semejante decisión. Andrés, cuya fiesta celebramos hoy, nunca habría ido a predicar el Evangelio a Grecia y Turquía ni hubiera estado dispuesto a sufrir la muerte heroica de un mártir. Pero después de experimentar el amor del Señor y recibir la fuerza del Espíritu Santo, lo hizo. La invitación inicial de Jesús fue lo suficientemente convincente para que Andrés fuera y viera (ver Juan 1, 39). Y una vez que vio, se convenció: él quería dedicar su vida a predicar la buena nueva que él mismo había empezado a experimentar. Es importante saber que Jesús no eligió a Andrés y a Pedro al azar, y tampoco les extendió invitaciones genéricas para seguirlo. Debe haber habido muchos otros pescadores en el lago ese día, pero él se fijó en estos dos hombres. Y lo hizo cuidadosamente; 34 | La Palabra Entre Nosotros
él sabía lo que más resonaría en sus corazones y sabía cuáles palabras les ayudarían más, cuál tono de voz sería más convincente. Esta es la forma en que Jesús te llama a ti, él no es distraído o tímido ni distante; sino que se acerca en una forma en que sabe que conmoverá tu corazón y te da la confianza para responder a su llamado. Es probable que Jesús no te esté pidiendo que dejes a tu familia o tu trabajo por su causa, pero sí quiere que abras tu corazón a lo que sea que él te pida. Para algunos, podría ser una llamada a una nueva forma de compartir su buena noticia con las personas que te rodean. O tal vez te está llamando a cambiar de trabajo para que puedas pasar más tiempo con tu familia. Tal vez te está invitando a ver menos películas en televisión para que pases más tiempo a su lado. No importa qué te esté pidiendo el Señor, recuerda que no se trata tanto sobre el qué sino sobre quién. Jesús quiere que, al igual que San Andrés, tú conozcas su amor, un amor que te transformará. “Señor, hoy decido seguirte, ayúdame a mantenerme fiel.” ³³
Romanos 10, 9-18 Salmo 19 (18), 2-3. 4-5
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de diciembre, martes Isaías 11, 1-10 Un vástago florecerá de su raíz. (Isaías 11, 1) Cada año, alrededor de esta época, los productores de las flores de nochebuena elaboran un régimen con el objetivo de que sus plantas adquieran el color rojo justo a tiempo para Navidad. Siguiendo una secuencia precisa de exposición a la luz y la oscuridad, ellos “fuerzan” a las hojas verdes de las flores para que se vuelvan rojas. Las plantas deben mantenerse a la luz del sol durante el día, luego en total oscuridad por al menos doce horas durante la noche a lo largo de todo el mes. Incluso una breve exposición a la luz durante este periodo puede interrumpir el proceso de enrojecimiento. Es un trabajo arduo, pero los resultados de estos esfuerzos son impresionantes. Esta es una buena ilustración de las bendiciones del tiempo de Adviento. Durante todo un mes, la Iglesia nos pide que alteremos nuestro ambiente para que entremos en un tiempo de espera apacible. Nos pide que hagamos a un lado las rutinas diarias para que podamos dedicar tiempo a la oración y la reflexión. Y al cambiar la rutina natural de esta forma, tenemos la oportunidad de crecer y “florecer”. Si quieres florecer en esta Navidad, ahora es el momento para cambiar tu
forma ordinaria de hacer las cosas. Intenta desconectarte de la “luz brillante” de todas las actividades que te llevan a mantenerte siempre ocupado. Aparta un tiempo para la “inactividad” de la soledad reflexiva cuando te sientes en silencio con las Escrituras y escuches la voz de Dios en tu corazón. Hacer este tipo de cambios en tu rutina nutrirá tu fe, incluso cuando ni siquiera lo notes. ¡Recuerda la flor de nochebuena! Ella no sabe que se está volviendo roja, simplemente lo hace respondiendo a los cambios en su ambiente. De igual manera, al modificar tu rutina y tu entorno, tu corazón reaccionará a los cambios y algo sucederá dentro de ti. Tal vez será menos probable que seas brusco con esa persona que te irrita. Podrías descubrir que sonríes más a menudo o lentamente te des cuenta de que algo que te tentaba en el pasado ya no tiene tanto poder sobre ti. Las personas que te rodean podrán verlo también. Entonces, no te sorprendas, si tu vida tiene un efecto multiplicador sobre ellos. “Señor, te ruego que me ayudes a aquietarme durante este tiempo especial.” ³³
Salmo 72 (71), 2. 7-8. 12-13. 17 Lucas 10, 21-24
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de diciembre, miércoles Mateo 15, 29-37 Como todos los viernes, era momento de entregar los alimentos en una pequeña iglesia en Oroville, California. Pero los voluntarios del banco de alimentos tenían un problema: sus suministros eran pocos. Generalmente, lograban llenar cien cajas de alimentos para los necesitados. Pero en ese momento solamente tenían suficiente para cincuenta cajas, ¡y la fila de personas con hambre daba vuelta a la cuadra! Cuando empezaron a faltar los alimentos, los voluntarios rezaron por un milagro, y Dios respondió. No solo tenían suficiente, sino que sobraba. Finalmente completaron ciento dos cajas. En el Evangelio de hoy, vemos a Jesús hacer algo similar. Con solo siete panes, alimentó a toda una multitud, y todavía sobró. ¿Por qué sobró? Ciertamente Jesús podría haberle dado a la multitud la cantidad exacta de alimentos. En realidad, los panes en las siete canastas no eran realmente “sobros”. Eran un signo de la abundancia de Dios que no raciona su gracia, su amor y su provisión para nosotros. De hecho, ¡tiene provisiones que nunca se acaban! ¿Dónde encontramos sobreabundancia de pan? En la Misa, en el altar, Jesús se dona plenamente a sí mismo
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a nosotros. En la Comunión, podemos recibir toda la gracia que necesitamos, y todavía más: “sobros” espirituales para compartir con las personas que están a nuestro alrededor. Jesús quiere llenar a todos con su gracia, y quiere hacerlo a través de ti. Esto es especialmente cierto durante el Adviento, un tiempo en que las personas pueden abrir más su corazón a Dios. Y sin embargo es irónico que en este tiempo del año podemos sentir que “nos estamos quedando vacíos” y tenemos poco que ofrecer. Si te sientes identificado, no te preocupes. Pídele al Señor que te llene otra vez cuando recibas nuevamente la Comunión. Al acercarte a recibirlo, reza: “Jesús, yo creo que este es tu Cuerpo y tu Sangre. Ven, Señor, te ruego que me concedas tu gracia.” Después de comulgar, dedica unos momentos en silencio dándole gracias por entrar en tu corazón: “Señor, tú estás haciendo tu obra en mí en este momento, ¡gracias!” Cada vez que recibas la Comunión, no podrás evitar ser llenado hasta desbordarte, ¡con gracia de sobra para compartir! “Señor, gracias por tu entrega abundante en la Eucaristía.” ³³
Isaías 25, 6-10 Salmo 23 (22), 1-3a. 3b. 4. 5. 6
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de diciembre, jueves San Francisco Javier, Presbítero Salmo 118 (117), 1. 8-9. 19-21. 25-27a Dad gracias al Señor porque es bueno. (Salmo 118 (117), 1) Dar gracias durante este tiempo de fiesta puede ser complicado. Es difícil sentirse agradecido cuando estamos tensos o nos sentimos solos o pasamos un duelo porque alguien que amamos falleció. Pero el salmo responsorial de hoy nos recuerda por qué damos gracias: Damos gracias a Dios porque es bueno. Porque él vino como un bebé hace más de dos mil años; porque él viene a nuestro corazón cada vez que se lo pedimos; porque un día, volverá envuelto en gloria. Estas son las razones por las que damos gracias. Dad gracias al Señor porque es bueno: Todo lo que él hace es bueno. Dios nunca se equivoca, nunca se olvida de ningún detalle, nunca actúa rencorosamente. ¡Gracias a él por eso! El Señor nunca se levanta de mal humor ni tiene un mal día. Dale gracias por su bondad que no falla. Agradécele por conocerte y pensar en ti desde antes de nacer y porque él tuvo amor por ti antes de que siquiera fueras formado. Si has experimentado bondad o bendición de Dios, ¡dale gracias! Dad gracias al Señor porque es bueno. San Pablo dice que Cristo murió
por ti mientras aun estabas en pecado (Romanos 5, 8). Jesús no esperó a que te arrepintieras o a que actuaras sobre nuevas resoluciones, él derramó sus bendiciones sobre ti, y todas las demás personas, con misericordia antes de que pidieras perdón. Agradece a Dios por eso. El Señor te perdona una y otra vez, él nunca usa tus pecados en contra tuya. Cada vez que te vuelves a él, tu Padre te concede su misericordia y su perdón. Aun cuando su misericordia parezca ser una puerta cerrada o una decepción amarga, puedes confiar en que su misericordia prevalecerá. ¡Dale gracias! Dad gracias al Señor porque es bueno. Dios te salvó, de las consecuencias eternas del pecado y de una vida inútil y sin fe, te ha salvado y te hizo su hijo. El Señor te ha lavado con su Espíritu Santo, el gran Don que desvela el misterio de Cristo para ti y que te ayuda a descubrirlo. ¡Dale gracias! Hoy y cada día, busca los signos de la bondad de Dios y la misericordia y la salvación. Y dale gracias, luego mira tu corazón crecer. “¡Gracias, Señor, por tus muchas bendiciones en mi vida!” ³³
Isaías 26, 1-6 Mateo 7, 21. 24-27
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de diciembre, viernes San Juan Damasceno, Presbítero y Doctor de la Iglesia Mateo 9, 27-31 Lo siguieron dos ciegos. (Mateo 9, 27) ¿Ves lo que yo veo? Según una canción popular, el viento le hizo esta pregunta al corderito en la noche en que Jesús nació. El viento vio a la estrella danzar en el cielo nocturno, celebrando el milagro de Belén. Es una escena de entusiasmo y asombro, una visión celestial que ve algo más que solamente otra estrella. Posiblemente puedas imaginar a los ciegos del Evangelio de hoy diciendo algo similar. ¿Ves lo que yo veo? Desde luego, ellos sabían que todos los que estaban a su alrededor eran capaces de ver la belleza de la creación. Pero imagina a estos dos hombres hablando sobre una visión celestial, preguntándose: ¿Ves al Mesías? ¿Aquel que proclama la misericordia de Dios y que ofrece sanidad adonde quiera que vayas? ¿Puedes ver con los ojos de tu corazón? Fácilmente ves con una visión terrenal a tu familia, vecinos y compañeros de trabajo, incluso tus obligaciones y dificultades. Pero en Navidad, Dios te ayuda a ver las cosas que tus “ojos terrenales” nunca pueden percibir. Te muestra un bebé que es Dios, una mujer embarazada que es una virgen 38 | La Palabra Entre Nosotros
sin pecado original y una estrella que es una señal de salvación. Te ayuda a verte a ti mismo y a quienes te rodean de forma distinta: como hijos amados por los que Jesús considera que vale la pena morir y que son templos de su Espíritu Santo. ¿Cómo podemos agudizar nuestra visión espiritual? Imitando a estos dos hombres ciegos. Cuando escucharon hablar sobre Jesús, creyeron que él los podía sanar, siguieron a Jesús, gritando hasta que él se detuvo y se volvió a ellos. Entonces, cuando les preguntó si creían que él podía sanarlos, ellos con confianza respondieron que sí. Y con eso, sus ojos se abrieron. Podemos seguir a Jesús con la misma clase de fe, y perseverar en pedirle que abra nuestros ojos. Solo necesitamos dedicar tiempo a la oración diaria y a la lectura de la Palabra. Podemos ser vigilantes arrepintiéndonos de todos los pecados que nos nublan la consciencia. Y podemos esforzarnos por tratar a las personas que nos rodean con el amor y el respeto que ellos merecen. Esta fórmula simple abrirá tus ojos y te hará preguntar a otros: “¿Ves lo que yo veo?” “Señor, abre los ojos de mi corazón, ¡quiero verte!” ³³
Isaías 29, 17-24 Salmo 27 (26), 1. 4. 13-14
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de diciembre, sábado Mateo 9, 35–10, 1. 5-8 Durante siglos los judíos devotos habían escuchado decir a los profetas que llegaría el tiempo en que todas las faltas serían reparadas: Dios los sanaría de sus sufrimientos, proveería para cada necesidad y destruiría a sus enemigos. Ahora Jesús ha enviado a sus apóstoles con las noticias de que la espera ha llegado a su fin. ¡Dios está en camino! Pero quienes escucharon la proclamación de los apóstoles vivían bajo circunstancias difíciles: ocupación romana, altos impuestos y opresión religiosa. De pronto vienen estos pescadores galileos, proclamando un reino celestial. No había ninguna promesa de liberación de Roma, no había ninguna esperanza de un nuevo “hijo de David” que heredara el trono de Israel. Más bien, era la promesa de sanidad y alegría que los profetas habían anunciado, en el sorprendente escenario de la Palestina ocupada. Algunas de las personas recibieron a los apóstoles y su mensaje, muchos fueron sanados o liberados de la posesión demoníaca. Otros vieron su fe renovada y su esperanza restaurada, a pesar de que sus problemas permanecían. Pero, algunos no podían aceptar sus palabras. El contraste entre el mensaje de los
apóstoles y sus circunstancias parecía demasiado grande. Tal vez el mensaje del Evangelio puede sentirse distante para nosotros también en la actualidad. Anhelamos la libertad financiera, el fin de la guerra o un tiempo de paz y prosperidad. Pero Jesús no promete nada de eso. Más bien, nos dice que ya se acerca el Reino de los cielos. Y así como le dijeron los apóstoles a los judíos de su tiempo, él nos dice hoy que su reino es mucho mejor que los deseos terrenales. Hoy termina la primera semana de Adviento, ahora es un buen momento para abrir tu corazón a este reino. Mientras te preparas externamente para la Navidad, —encender las velas de la corona de Adviento, decorar tu casa, colocar el árbol y el pesebre—, pregúntale al Espíritu Santo de qué forma está preparando tu corazón. Busca las señales de este reino en tu vida: Más fidelidad en tu oración, un corazón más dócil, obediencia más profunda a sus mandamientos y un amor más grande por tu prójimo. Cuando identifiques alguna de estas señales, ¡alégrate! Es una señal de que el Reino de los cielos está cerca. “Señor, ¡venga a nosotros tu Reino!” ³³
Isaías 30, 19-21. 23-26 Salmo 147 (146), 1-2. 3-4. 5-6 Diciembre 2020/Enero 2021 | 39
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MEDITACIONES DICIEMBRE 6-12
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de diciembre, II Domingo de Adviento Marcos 1, 1-8 El Espíritu Santo hace toda la diferencia. Juan había predicado un bautismo de arrepentimiento de los pecados, pero él mismo prometió que vendría alguien “más poderoso”, alguien que nos llenaría del Espíritu Santo. Entonces, ¿cuál es la diferencia? El bautismo de Juan se enfocaba en el pasado, en el perdón de los pecados que ya se habían cometido. Él quería que las personas dejaran atrás su pasado. Sin embargo, el Espíritu se concentra en el futuro: viene a formarnos, y guiarnos al Reino de los cielos. El bautismo de Juan tenía un propósito: que recibiéramos el perdón. Pero el Espíritu Santo tiene muchos propósitos. Él nos revela el amor que Dios nos tiene, nos ayuda a entender la Escritura, nos enseña a vivir como hermanos. El Espíritu mantiene unida a la Iglesia y nos mueve a trabajar por el Reino de Dios. Cuando somos bautizados en Cristo, nuestros pecados son lavados y recibimos al Espíritu Santo. ¡Jesús no quiere que nos perdamos de nada! 40 | La Palabra Entre Nosotros
Todo está envuelto en un solo regalo, que nosotros llamamos la “semilla de la fe”. Si queremos ver que todas estas bendiciones se desenvuelvan en nuestra vida, necesitamos cuidar y cultivar esta semilla. Una analogía simple podría ayudar. La razón principal por la que la mayoría de nosotros procura hacer una dieta saludable es para perder peso, pero cuando cambiamos los hábitos de alimentación suceden otras cosas: Los niveles de colesterol también mejoran, el sistema inmune se fortalece, nos sentimos con más energía y dormimos mejor. Nosotros solamente queríamos perder peso, pero toda nuestra vida ha cambiado. Esto es lo que sucede cuando cuidamos de la semilla de la fe. No solo experimentamos la misericordia de Dios, sino que también invitamos al Espíritu Santo a hacer su obra en todas las áreas de nuestra vida. Sentimos el amor de Dios y como resultado, amamos más y encontramos fortaleza para rechazar la tentación. En resumen, nos volvemos una nueva creación. “¡Gracias, Señor, por el regalo del Espíritu Santo!” ³³
Isaías 40, 1-5. 9-11 Salmo 85 (84), 9ab-10. 11-12. 13-14 2 Pedro 3, 8-14
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de diciembre, lunes San Ambrosio, Obispo y Doctor de la Iglesia Isaías 35, 1-10 ‘¡Ánimo! No teman… viene ya para salvarlos. (Isaías 35, 4) Dios va a salvar a su pueblo, esa es la garantía que el profeta Isaías ofrece en la primera lectura de hoy. Estas palabras deberían haberle dado mucha esperanza al pueblo de Jerusalén mientras el ejército de Asiria avanzaba lanzando una sombra de temor sobre el país. Estas palabras también son esperanzadoras para nosotros. Dios salvará a su pueblo, lo que te incluye a ti. Así que “¡ánimo! ¡No temas!” (Isaías 35, 4). La mayoría de la gente experimenta ansiedad en algún momento; y es especialmente aguda cuando nos enfrentamos a una situación difícil y no sabemos qué sucederá luego. Podemos creer que Dios quiere darnos paz, pero esa paz parece no llegar. ¿Cómo podemos encontrarla? Una forma es rezar para pedir paz. Supongamos que mientras realizas tus actividades cotidianas, un pensamiento de angustia viene a tu mente. Intenta identificar la preocupación, y luego habla con el Señor al respecto. Imagina que tú mismo estás apoyado en el pecho de Jesús, como hizo el apóstol Juan en la Última Cena.
Cuéntale aquello que te tiene inquieto. Luego dile que deseas entregarle tus ansiedades a sus pies y dejarlas ahí para que él se encargue de ellas. Incluso si la oración no te trae paz inmediatamente, puede aclarar tus pensamientos lo suficiente como para ayudarte a pensar en un paso que puedas dar para resolver la situación. Podría ser tan simple como sacar tiempo para hablar sobre tus preocupaciones con un buen amigo, o podría ser completar un plan paso a paso que el Espíritu Santo ponga en tu mente. Por ejemplo, ¿estás preocupado por alguno de tus hijos? Apóyate en el Señor y pídele que lo cuide. Luego intenta pensar en algo que puedes hacer para ayudarlo. Podría ser escribir una pequeña nota recordándole tu amor o tal vez entiendas que necesitas pasar más tiempo con él. Podría ser que solamente necesites seguir rezando y confiando en que Dios hará su obra a su manera y en su tiempo. Lo que sea, hazlo y observa qué sucede. La ansiedad es una parte muy real de la vida, pero con la ayuda del Señor, podemos dar pasos para conseguir paz. “Señor, te pido que me ayudes a confiar más en ti, te lo ruego.” ³³
Salmo 85 (84), 9-14 Lucas 5, 17-26
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de diciembre, martes La Inmaculada Concepción de la Bienaventurada Virgen María Lucas 1, 26-38 Alégrate, llena de gracia, el Señor está contigo. (Lucas 1, 28) Si has vivido la experiencia de la maternidad, sabes que se requiere de mucha fe. En muchas formas, es algo que escapa a nuestro control. De repente, tienes una nueva vida en tu vientre, y das lo mejor de ti para nutrir esa vida, pero no sabes cómo saldrá todo. Tú haces lo posible para para que tu hijo reciba el amor y el cuidado que necesita, pero siempre debes confiárselo a Dios. Hoy que celebramos a la Virgen María, recordemos la profunda fe que ella tuvo, ¡no solo para ser madre, sino para ser la Madre de Dios! Ella no comprendía cómo era posible que daría a luz al Hijo de Dios, pero de todas maneras aceptó la invitación del ángel. Se le dijo que sufriría mucho por su hijo, sin embargo obedeció. ¡María no se intimidaba fácilmente! Cuidó de Jesús por treinta años, soportó su crucifixión y muerte y se mantuvo fiel a él hasta el final. María tiene muchas cosas que enseñarnos. Como ella, todos somos llamados a traer a Jesús a este mundo, y al igual que ella, nosotros también sufriremos. Cuando enfrentemos las dificultades y tentaciones de la vida 42 | La Palabra Entre Nosotros
en este mundo, podemos olvidarnos del Señor y seguir un camino que presente menos resistencia. O podemos hacer como hizo la Virgen y mantenernos firmes en nuestra fe en la grandeza de Dios. Confiemos en que él nos cuidará y permanezcamos humildes y abiertos a este mundo. María es más que un simple ejemplo ideal de fe perfecta. Ella es madre, y nos ama como si fuéramos sus propios hijos. San Juan Vianney nos dice: “El corazón de María tiene tanto amor por nosotros que los corazones de otras madres todos juntos solo pueden compararse con un pedazo de hielo.” Así que acude a María, y no solo para que atienda a tus necesidades. Pídele que te ayude a acercarte más a Jesús y actúa con mucha confianza. Recuerda las palabras del ángel: “El Señor está contigo” (Lucas 1, 28). Ella tiene el privilegio de pertenecer a la corte celestial, y ¡ya está rezando por ti! “Amado Jesús, por tu Espíritu, ayúdame a imitar las virtudes de tu Madre y a acudir a ella en tiempos de necesidad.” ³³
Génesis 3, 9-15. 20 Salmo 98 (97), 1. 2-3ab. 3bc.-4 Efesios 1, 3-6. 11-12
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de diciembre, miércoles San Juan Diego Mateo 11, 28-30 Encontrarán descanso. (Mateo 11, 29) Las Escrituras dicen que el descanso es parte del plan de Dios para nosotros desde el principio: “Entonces bendijo el séptimo día y lo declaró día sagrado, porque en ese día descansó de todo su trabajo de creación” (Génesis 2, 3). El día de descanso, o Sabbath, estaba destinado a ser un tiempo para dar honor a la relación única que tenemos con Dios. De todos los animales sobre la tierra, los seres humanos son los únicos que fueron creados para trabajar y descansar. Hemos sido creados para disfrutar de la amistad con Dios tanto como fuimos creados para cuidar la tierra. A lo largo de la historia de Israel, las personas entendieron que el Sabbath era principalmente un don precioso. Sin embargo, con el paso del tiempo, se fueron agregando más y más normas sobre la conducta apropiada para el Sabbath, al punto en que algunos llegaron a ver este día especial como una carga, o como una ocasión para juzgar a los demás. ¿Mi prójimo no realizó las actividades correctas? Preguntas como esta se volvieron mucho más importantes que si nuestro prójimo, o si nosotros mismos, para el caso, aceptamos la invitación de Dios.
Luego llegó Jesús con su promesa: “Yo les daré descanso” (Mateo 11, 28). Él no dijo: “Les daré descanso el sábado”. Solo dice: “encontrarán descanso”, el descanso que viene a través de la fe en él, el que podemos experimentar todos y cada uno de los días. Cuando la preocupación y la angustia se apoderan de ti, no olvides que él puede darte descanso a través de su presencia. Cuando dolorosamente tomes consciencia de tus limitaciones, el Señor puede darte descanso a través de su misericordia. Cuando te sientas agotado, él puede darte descanso mientras camina a tu lado y aligera tu carga. La próxima vez que las preocupaciones de la vida se agolpen en tu mente, toma un momento para decidir aceptar a Jesús y su promesa de descanso. No siempre te sentirás diferente. La preocupación puede incluso aparecer de nuevo, pero si tú perseveras en la fe, gradualmente sentirás su presencia y su paz. Jesús te ha prometido descanso, y él siempre es fiel a sus promesas. “Señor Jesús, te pido que me ayudes a aceptar el descanso que tú me das.” ³³
Isaías 40, 25-31 Salmo 103 (102), 1-2. 3-4. 8. 10
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de diciembre, jueves Salmo 145 (144), 1. 9. 1011. 12-13ab Que proclamen la gloria de tu reinado. (Salmo 145 (144), 11) Estamos a dos semanas de Navidad, y las lecturas de la Escritura elegidas por la Iglesia dimensionan lo grande que es el plan de Dios. La venida del reino glorioso ha estado gestándose por un tiempo largo, y ahora que está aquí, está destinado a ser “perpetuo” (Salmo 145 (144), 12). El salmo de hoy nos da una herramienta que puede ayudarnos a ser más conscientes de que el Reino de Dios está presente en medio de nosotros. Es muy simple: “hablen” al respecto (Salmo 145 (144), 11). Habla sobre algunas de las cosas que ves que Dios está haciendo a través de su pueblo y de su Iglesia. Estos son signos de la “gloria” de su “reino”, y pueden llenar tu corazón con una mayor esperanza y gratitud en este Adviento. A continuación hay algunos ejemplos para ayudarte a comenzar. “Señor, en tu reino, se satisfacen las necesidades físicas. A través del duro trabajo de incontables organizaciones, tú alimentas a los hambrientos, das hogar a los desplazados, y cuidas de los enfermos y los moribundos. No hay una persona vulnerable a la que tú no anheles llenar de fuerza a través de manos compasivas y amorosas. 44 | La Palabra Entre Nosotros
“En tu reino, la paz y la buena voluntad triunfan sobre la violencia y la maldad. Haces que los vecinos ayuden a los miembros de la comunidad que están luchando. Tú suavizas el corazón de los padres hacia sus hijos, y de los hijos hacia los padres. Tú inspiras un sinnúmero de actos de generosidad. “Padre, en tu reino, la unidad y el respeto mutuo vencen todas las divisiones. Tú unes a las personas de diferentes confesiones en causas comunes para mostrar que todos somos tus ovejas y que amas la unidad y la hermandad. “Esto muestra que eres un Dios tan poderoso, amoroso y bondadoso. ¡Qué gran bendición es vivir en un mundo en el que tu reino brilla tanto!” Procura mantener tus ojos abiertos a las señales del reino que están ahí para que “adviertan y entiendan de una vez por todas, que es la mano del Señor la que hace esto” (Isaías 41, 20). Recuerda esto durante las próximas dos semanas, y para cuando llegue la Navidad, tu corazón se sentirá más liviano, y tu amor por Dios se haga más profundo. “Señor, te ruego que abras mis ojos a la gloria de tu Reino.” ³³
Isaías 41, 13-20 Mateo 11, 11-15
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de diciembre, viernes San Dámaso I, Papa Isaías 48, 17-19 Yo soy el Señor, tu Dios, el que te instruye en lo que es provechoso. (Isaías 48, 17) Imagina que recibes clases de computación con Bill Gates, de tenis con Serena Williams o de cocina con el chef Enrique Olvera. Sería espectacular, ¿no es cierto? Bueno, tú tienes algo todavía mejor: ¡Dios Todopoderoso! Aquel que es más grande que todos los expertos, ha prometido enseñarte lo que necesitas para vivir mejor. ¡Aquel que lo sabe todo y que es la fuente de toda la verdad es tu propio maestro! Si Dios es tu maestro, entonces la Sagrada Escritura es el primer y mejor libro de texto que él utiliza. Este libro es una recopilación de su sabiduría, conocimiento y sus leyes; es una expresión literaria de la forma en que se vive la fe, y es un testamento de una relación restablecida a través de la cruz. En cada aspecto de la fe y la moral, nunca se equivoca. Es más, al estar inspirada por el Espíritu Santo, la Escritura es la palabra viviente que Dios usa para hablarnos directa y personalmente al corazón. Entonces, anímate a leerla. Haz una pausa cuando sientas tu corazón conmoverse con la esperanza o el anhelo. Haz una pausa cuando surja
una pregunta en tu mente, y pídele al Espíritu Santo que te ayude a encontrar la respuesta. Permite que las enseñanzas de la Iglesia te guíen cuando estés confundido. Presta atención a los pensamientos que se forman mientras lees; podrían estar viniendo del Señor. Cuando algo parezca demasiado bueno para ser verdad, lee otra vez, cientos de veces si es necesario, hasta que estés convencido de la bondad de Dios. Cree que Dios puede despertar el entendimiento y la dirección para tu vida a través de un simple versículo. El Adviento es el momento perfecto para profundizar más en la relación con el Señor. Puede ser un tiempo para aprender y experimentar el fruto que se desarrolla cuando dedicas tiempo a meditar en las palabras de tu Maestro. Puede ser un tiempo para recibir un poco más de la vida que Jesús te concede. Dios está listo para enseñarte y para apartar la culpa y el temor que te molestan. Así que acércate a él, ¡y recibe su enseñanza experta! “Padre, por favor, enséñame tus sendas, guíame en tu verdad, e instrúyeme.” ³³
Salmo 1, 1-2. 3. 4. 6 Mateo 11, 16-19
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de diciembre, sábado Bienaventurada Virgen María de Guadalupe Lucas. 1, 26-38 No temas, María. (Lucas 1, 30) María “se preocupó mucho” tanto por la repentina e inesperada aparición del ángel como por sus palabras. Pero él la tranquilizó: “No temas”, le dijo (Lucas 1, 29. 30). ¡Qué tranquilizador debe haber sido ese mensaje! Retrocedamos hasta el año 1531. La Virgen María se apareció a Juan Diego en el cerro Tepeyac en Ciudad de México y le pidió que fuera a donde el obispo para solicitar que se construyera una capilla ahí en su honor. El obispo pidió una señal, y María prometió a Juan Diego que se la daría al día siguiente. Sin embargo, el tío de Juan se enfermó por lo que él no pudo acudir a su cita con la Virgen. Preocupado por su tío, sintió temor por no ir cuando dijo que lo haría. Pero cuando María se le apareció nuevamente, le dijo: “No se turbe tu corazón, ¿acaso no estoy yo aquí, que soy tu Madre?” Probablemente tú conoces el resto de la historia. María le dio a Juan Diego una señal para el obispo: rosas que florecieron en el invierno y que él colocó en su tilma, y cuando cayeron en el suelo, la hermosa imagen de Nuestra Señora apareció en la tilma. Al ver la imagen, el obispo aceptó la solicitud de la Virgen. 46 | La Palabra Entre Nosotros
Estos relatos nos recuerdan que a pesar de que el miedo es una reacción natural, la forma en que lo enfrentamos es más importante. La respuesta que María dio al ángel, “cúmplase en mí lo que me has dicho”, fue una declaración de confianza en el Señor (Lucas 1, 38). Juan Diego también reaccionó con confianza, sin permitir que el temor o la preocupación le impidieran reunirse con ella nuevamente o ir donde el obispo. ¿Cómo enfrentas tú el temor? Es fácil permitir que el miedo te paralice y te impida hacer lo que Dios te pide que hagas. Pero María y Juan Diego nos muestran cómo reaccionar: con confianza y la decisión de ir hacia adelante, a pesar de nuestros miedos. Dios entiende tu temor, pero él no quiere que eso te paralice. Así que en esta fiesta, recuerda las palabras del ángel a María y guárdalas en tu corazón: “No temas” (Lucas 1, 30). El Dios que te ama, que ha caminado a tu lado en cada paso que das, no te abandonará. “Amado Señor, aunque pueda tener miedo, ¡mi corazón siempre confiará en ti!” ³³
Zacarías 2, 14-17 (Salmo) Judit 13, 18bcde. 19
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MEDITACIONES DICIEMBRE 13-19
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de diciembre, III Domingo de Adviento 1 Tesalonicenses 5, 16-24 Oren sin cesar. (1 Tesalonicenses 5, 17) ¿Sin cesar? Eso suena imposible, ¿no es cierto? ¡Anímense! Pablo no está diciendo literalmente que debemos rezar todo el día. Más bien, nos está pidiendo que procuremos estar conscientes de Dios durante el día, sin importar lo que estemos haciendo. Aún eso puede parecer un poco drástico, pero toma como ejemplo a la Virgen María. Imagina lo que podría haber estado pensando unos días antes de que Jesús naciera. Como cualquier futura madre, probablemente estaba alerta a cualquier movimiento que hiciera el niño en su vientre. Puedes verla poniendo su mano sobre él y sonriendo cada vez que el bebé se movía, ¡incluso cuando pateaba fuerte! Imagínatela teniendo que cambiar su posición constantemente cuando se sentaba, siendo cuidadosa cuando caminaba, tratando de dormir todo lo que fuera posible y preparando todo lo necesario para la llegada de su bebé. Todo
giraba alrededor de cuidar la vida que crecía dentro de ella. Así como María estaba alerta a los movimientos del bebé que se encontraba en su vientre, nosotros podemos estar alertas a los movimientos del Espíritu Santo dentro de nosotros. Desde luego, esto resultaba más fácil para María. Todo su cuerpo había cambiado durante su embarazo. ¡No había manera de no estar pendiente de Jesús! Así que tú no te sientas tan mal. Una forma en la que puedes procurar estar más consciente de la presencia de Dios durante el día es intentar apartar unos minutos para hacer un silencio y volverte al Señor. Inicia la mañana con un momento de oración y luego intenta hacer pausas cada tres horas y reza, y encomiéndate al Señor justo antes de dormir. Tu oración tampoco tiene que ser compleja. Simplemente di el Padre Nuestro, agradécele por una bendición, y si has pecado pídele perdón en tu mente. Con el paso del tiempo, te sentirás más cerca del Señor. ¿Quién sabe? Es posible que incluso lo sientas moverse en tu corazón, ¡así como María lo sentía moverse en su vientre! “Señor, ayúdame a mantenerme cerca de ti, te lo ruego.” ³³
Isaías 61, 1-2. 10-11 (Salmo) Lucas 1, 46-48. 49-50. 53-54 Juan 1, 6-8. 19-28 Diciembre 2020/Enero 2021 | 47
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de diciembre, lunes San Juan de la Cruz, Presbítero y Doctor de
la Iglesia Mateo 21, 23-27 Los jefes de los sacerdotes y los ancianos cuestionaron el derecho de Jesús a enseñar en el Templo. Su oposición era comprensible, acababa de entrar en el Templo como si él fuera su dueño, había tirado las mesas de los cambistas de dinero y los había echado fuera. Luego sanó y enseñó a la multitud que se reunió a su alrededor. Debe haber sido una escena desconcertante: un extraño de Galilea colocándose el manto de autoridad que le pertenecía únicamente a los sacerdotes que gobernaban ese lugar santo. ¿Quién se creía que era? Jesús sabía exactamente quién era él: ¡el Mesías! Pero también sabía que estos líderes jamás creerían si les decía que él era el cumplimiento de todas las profecías del Antiguo Testamento y que su autoridad venía de Dios mismo. Entonces, le dio la vuelta a la situación y los confrontó trayendo a colación a Juan el Bautista, a quien ellos habían rechazado. Eso sucedió entonces y sucede ahora. A diferencia de los ancianos en Jerusalén, nosotros sí sabemos quién es Jesús. ¿Qué podría decirnos este pasaje a nosotros?
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Pareciera que mucho. Este relato nos da una oportunidad para considerar lo que significa la autoridad de Jesús en nuestra vida. Nosotros proclamamos que él es el Señor, pero la fe nos dice que no es un cruel dictador que exige obediencia incuestionable por parte de sus súbditos y castiga sin misericordia sus transgresiones. No, su autoridad existe dentro del contexto del amor. Obedecemos sus enseñanzas porque sabemos que él solo tiene cosas buenas para nosotros; lo seguimos porque nos muestra el camino para vivir su propio amor. En última instancia, la autoridad de Jesús es un don, no una carga. Es un don de su protección contra el mal y de su gracia para moldearnos a su propia imagen. Jesús nunca forzará su voluntad sobre ti. Te está invitando a tener una relación con él, una relación marcada por la confianza y el amor, humildad y entrega. Así que no dudes en entregarle cada preocupación, cada relación difícil y cada tentación. Pon cada área de tu vida bajo su gobierno, y permite que él te llene con su paz. “Señor, deseo que mis acciones reflejen tu autoridad amorosa en mi vida.” ³³
Números 24, 2-7. 15-17 Salmo 25 (24), 4bc-5ab. 6-7bc. 8-9
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de diciembre, martes Mateo 21, 28-32 Los publicanos y las prostitutas sí le creyeron. (Mateo 21, 31) ¿Cuántas veces has escuchado el dicho: “El Señor ayuda a aquellos que se ayudan a sí mismos”? Los jefes de los sacerdotes estaban haciendo su esfuerzo para agradar a Dios, estudiaban la Ley y amaban su historia sagrada. Ellos le dieron una alta prioridad a hacer lo que era bueno a los ojos de Dios, y querían ver a las personas haciendo todo lo que podían para “ayudarse a sí mismos” a entrar en su Reino. Entonces, ¿por qué Jesús dijo que incluso los “pecadores” públicos podrían entrar en ese reino antes que ellos? De algún modo, el entusiasmo de estos líderes por hacer lo que era justo los hacía depender de sus propios esfuerzos y les impedía entender que Jesús los llamaba a ir más allá de sus rígidas expectativas. El Señor deseaba que ellos tuvieran la humildad suficiente para aceptarlo a él y sus promesas y así agradar a Dios. Después de todo, esto funcionaba con esos “pecadores”. Pero ni siquiera el testimonio del cambio en su vida pudo convencerlos de seguir a Jesús. Estos ancianos estaban determinados a apegarse a su visión de “hágalo usted mismo.” Cuando tratamos de cambiar por
medio de nuestras propias fuerzas, nos arriesgamos a que sea más difícil para nosotros. Una visión tan pesada sobre nuestras acciones dificulta que nos convirtamos en “recipientes generosos” de la gracia de Dios. Desde luego, nosotros tenemos nuestro propio papel que desempeñar. Tenemos que obedecer los mandamientos y tratar a los demás como queremos que nos traten a nosotros. Pero Dios quiere que aprendamos a obedecerlo con una actitud de entrega. Él quiere que aprendamos a rendirnos a él y que permitamos que su gracia nos llene y nos fortalezca. Conforme aprendemos a abrirnos a su Espíritu de esta forma, descubriremos que estamos siendo transformados y purificados. Escucha hoy la llamada de Jesús. Permite que Dios te cambie y te purifique para que puedas responderle con más profundidad. Permítele que tome en sus manos tu deseo de agradarlo y lo multiplique con su propia gracia divina, porque la verdad es que: ¡El Señor ayuda a aquellos que reconocen que lo necesitan! “Señor, solo tú puedes transformar mi vida. Gracias por hacerme tu hijo.” ³³
Sofonías 3, 1-2. 9-13 Salmo 34 (33), 2-3. 6-7. 17-18. 19. 23 Diciembre 2020/Enero 2021 | 49
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de diciembre, miércoles Isaías 45, 6-8. 18. 21-25 Yo soy el Señor y no hay otro. (Isaías 45, 6) ¿No te parece que Dios suena un poco arrogante o un poco presumido? ¿Realmente es tan inseguro que necesita atraer tanta atención hacia él? ¡En lo absoluto! Dios no está buscando cantar sus propias alabanzas o darse una palmadita en la espalda por ser tan maravilloso. Más bien, estas afirmaciones de su grandeza están destinadas a formar un fundamento sólido de nuestra fe y confianza en él. El Señor nos habla sobre sí mismo con mucha frecuencia porque quiere que recordemos cuán digno de confianza y fiel es él. Todos tenemos muchas ideas distintas sobre Dios, algunas buenas, otras no tan buenas. Así que Dios quiere enseñarnos lo que es bueno y lo que está mal respecto a estas ideas. Principalmente, él desea que recordemos que debemos darle un puesto de honor en nuestra vida. Debemos ponerlo delante de todo lo demás. La primera lectura de hoy destaca la soberanía y la grandeza de Dios que es el “creador… de todo esto” (Isaías 45, 18). No hay otro Dios fuera de él; ante él toda rodilla se doblará y toda lengua reconocerá su poder (45, 23). Este es el Dios al que adoramos, 50 | La Palabra Entre Nosotros
¡este es el Dios que ha prometido salvarnos! ¿Qué podría ser mejor que reflexionar sobre quién es Dios? ¿Qué podría ser mejor que fortalecer el fundamento de nuestra fe? Toma tiempo en tu oración de hoy para reflexionar en los pasajes de la Escritura que se encuentran a continuación, versículos que proclaman la soberanía y el poder de Dios: “¡Nadie es santo como tú, Señor! ¡Nadie protege como tú, Dios nuestro!” (1 Samuel 2, 2). “Porque solo tú eres Dios; ¡tú eres grande y haces maravillas!” (Salmo 86 (85), 10). “Señor, no hay nadie como tú: tú eres grande, tu nombre es grande y poderoso” (Jeremías 10, 6). “¿Con quién van ustedes a comparar a Dios? ¿Con qué imagen van a representarlo?” (Isaías 40, 18). Permite que estos pasajes te ayuden a recordar la fidelidad y la misericordia de Dios. Que ellas sean el impulso para ayudarte a pensar sobre las cosas maravillosas que has visto que él hace por ti o por algún ser querido. ¡Entre más sabes sobre el Señor, es más sencillo confiarle a él toda tu vida! “Señor, ¡nadie puede compararse a ti! Te entrego mi vida.” ³³
Salmo 85 (84), 9ab-10. 11-12. 13-14 Lucas 7, 18-23
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de diciembre, jueves Mateo 1, 1-17 ¿Cuál es tu historia? ¡Descubre tus raíces! ¡Reclama tu herencia! Tal vez has visto anuncios similares sobre exámenes que se basan en el ADN para encontrar a tus antepasados. Es fácil darse cuenta por qué estos exámenes están ganando popularidad: queremos saber de dónde venimos y de quién descendemos. Es fascinante ver cómo nuestra historia se relaciona con eventos históricos. También es emocionante ver si tu ADN revela alguna trama o relaciona figuras históricas contigo de una forma que nunca imaginaste. Si vamos a abordar la lectura del Evangelio de hoy de esta manera, lo que primero parecía una larga y aburrida lista de nombres puede convertirse en una intrigante búsqueda de un tesoro. ¡Estas personas, todas ellas, son parte de tus ancestros espirituales! Su ADN vive en ti y puede revelar secretos hace mucho tiempo olvidados de tu herencia. El Evangelio nos presenta el árbol genealógico de Jesús. Probablemente no estés relacionado con estos hombres y mujeres, pero eso no cambia nada. Recuerda que tú has sido injertado en el Cuerpo de Cristo, que él es tu Hermano y ahora tú eres parte de su familia. Eso significa que su pasado también es tu pasado.
Entonces, ¿qué es lo que Mateo revela sobre tu herencia? Primero, tú tienes una herencia de fe. Algunos nombres son familiares: Abraham, Jacob, José, María. Es posible que recuerdes algunas historias y te maravilles de la oposición que soportaron para mantenerse fieles a Dios. Podrías querer celebrar su vida así como atesoras memorias de tus abuelos; o el hecho de que su fe fluye en ti, ellos pueden enseñarte a creer y confiar en Dios. Segundo, tienes una herencia de misericordia. Al igual que el árbol de la familia, este tiene algunas sorpresas. Piensa en Rahab, la “mujer de la noche” que se convirtió a la fe y así fue antepasada de Jesús. O en Rut, la extranjera inesperada. Incluso el rey David tuvo una historia accidentada. La misericordia de Dios es suficientemente grande como para cubrirlos a todos ellos. Y es lo suficientemente grande como para cubrirte a ti. Desde luego, la historia no termina contigo. Continúa desarrollándose en la vida de tus hijos y en las personas que tú impactas. ¡Es una herencia de gracia sin fin! “Señor Jesús, gracias por hacerme formar parte de la familia de Dios.” ³³
Génesis 49, 2. 8-10 Salmo 72 (71), 2. 3-4ab. 7-8. 17
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de diciembre, viernes Mateo 1, 18-24 José. . . hizo lo que le había mandado el ángel del Señor. (Mateo 1, 24) ¿Quieres un buen consejo? Espera lo inesperado. Todos saben que los mejores planes pueden cambiar en cualquier momento, sin embargo lo inesperado sucede, y podemos quedar desconcertados. ¡Después de todo no esperábamos lo inesperado! Los planes de José estaban listos, él amaba a María y ya se habían comprometido. Todo lo que hacía falta era la ceremonia final; y luego podrían finalmente vivir juntos como marido y mujer. Sin embargo sucedió lo inesperado: María quedó embarazada antes de que ellos vivieran juntos. ¿Qué debía hacer él? José pensó en el plan B: divorciarse en secreto para salvar la reputación de ella. Pero entonces lo inesperado sucedió nuevamente. Un ángel se le apareció en un sueño y le mostró el plan de Dios: María había concebido por el poder del Espíritu Santo y daría a luz un hijo que salvaría a su pueblo de su pecado. ¿Puedes imaginarte cómo se sintió José en este punto? Debe haberse conmovido hasta la médula. Sin embargo, a pesar de todas las sorpresas, por su fe fue capaz de entregar el control y aceptar lo inesperado. José creía que Dios es bueno, y confió en 52 | La Palabra Entre Nosotros
que si este era su plan, como lo había dicho el ángel, algo bueno saldría de ahí. Entonces en lugar de quejarse o dudar de este nuevo giro en los eventos, se casó con María y la llevó a su casa. Como resultado, ella tuvo el apoyo que necesitaba para traer a Jesús al mundo. Todos hemos pasado por situaciones donde hemos tenido que enfrentarnos con el plan B, C o incluso D. A veces estas representan molestias menores, pero a veces son cosas trascendentales: una enfermedad repentina que nos deja al margen, un cambio de trabajo que requiere trasladarse al otro lado del país o un embarazo inesperado. En todos estos casos, enfrentamos el desafío de entregar el control y ceder a algo nuevo, que nos resulta familiar y que incluso es atemorizante. Cuando algo así suceda, piensa en José. Incluso si él no esperaba lo inesperado, decidió aceptar lo que Dios le había reservado y dio pasos en fe. Pidamos a Dios la gracia para poder hacer nosotros lo mismo. “Padre celestial, yo sé que tu plan siempre es bueno, dame la gracia para confiar en ti incluso cuando no pueda entenderlo.” ³³
Jeremías 23, 5-8 Salmo 72 (71), 1-2. 12-13. 18-19
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de diciembre, sábado Lucas 1, 5-25 La mágica temporada navideña puede ayudar a aliviar el dolor de las divisiones familiares. Ya sea una gran reunión de parientes que no se ven muy a menudo, discusiones sobre dinero o expectativas irracionalmente altas, las divisiones que se van cocinando lentamente pueden terminar explotando. A veces se necesita muy poco para que un tiempo dedicado a la paz en la tierra se convierta en uno de conflicto y resentimiento. Pareciera que el ángel Gabriel tenía algo de esto en mente cuando le dijo a Zacarías que su hijo, Juan el Bautista, convertiría “los corazones de los padres hacia sus hijos” (Lucas 1, 17). Sin embargo, podría parecer una tarea extraña para Juan, hablar de la reconciliación familiar. ¿No es que su misión era llamar a las personas al arrepentimiento para prepararlos para la llegada del Mesías? Ese era exactamente el llamado de Juan, y es exactamente la razón por la que las palabras del ángel son tan apropiadas. Juan no se limitó a decirle a la gente que se arrepintieran frente a Dios, también los exhortó a estar en paz entre ellos. Le dijo a los ricos que mostraran misericordia con los pobres compartiendo sus túnicas con ellos, a los soldados que dejaran de extorsionar y acusar falsamente a las
personas que estaban bajo su cuidado y a los cobradores de impuestos que dejaran de estafar a sus conciudadanos. Juan sabía, probablemente porque Zacarías se lo enseñó, que la habilidad de experimentar el perdón de Dios estaba relacionada con nuestra voluntad para perdonar y pedir perdón a los otros. Entonces, ¿quién mejor que San Juan el Bautista para pedirle su intercesión por la familia? Así como Juan fue enviado para preparar al pueblo para recibir a Jesús a través del don del arrepentimiento, tú puedes pedirle que te ayude a ser misericordioso cuando se te hace difícil. Pídele la humildad que es el centro de todo arrepentimiento y perdón. Dile que tú deseas que la misericordia fluya más abundantemente en tu hogar que cualquier intercambio de regalos de Navidad. Anímate y pídele que interceda junto a ti por cualquier relación rota que tú conozcas. Recuerda, él sabe cómo convertir los corazones divididos. “San Juan Bautista, ruega por mí, para que yo pueda avanzar hacia la paz y la reconciliación también.” ³³
Jueces 13, 2-7. 24-25 Salmo 71 (70), 3-4a. 5-6ab. 16-17
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MEDITACIONES DICIEMBRE 20-26
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de diciembre, IV Domingo de Adviento Lucas 1, 26-38 Has hallado gracia ante Dios. (Mateo 1, 30) Sabemos que la Virgen María es especial pues Dios la eligió para ser la madre de su Hijo. Pero esto no hace que tú seas alguien ordinario, ¡tú también eres especial! Como ella, tú has hallado el favor de Dios, una gracia celestial inmerecida. Dios te ama tanto que envió a su Hijo al mundo no para condenarte, sino para salvarte (Juan 3, 17). ¡Eso es muy especial! Al igual que María, tú estás lleno de la gracia que Dios te ha concedido para que puedas ser “agraciado”, como ella, que era agraciada no por su solemnidad o habilidades sociales, sino por la forma en que esa gracia la moldeó y formó. Según la Escritura, Dios nos ha dado su gracia en abundancia (Romanos 5, 17) que siempre está con nosotros, como un manantial que brota en el corazón. No hay límite
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para lo que esta gracia puede hacer en tu vida. Pablo nos dice que la gracia de Dios es suficiente incluso para hacer que el poder de Dios sea perfecto en nuestra vida (2 Corintios 12, 9). Esta gracia te mueve a no ser egoísta, sino amable y generoso con cada persona que te encuentres. Te ayuda a perdonar a otras personas y a soltar lo que te hiere. Lo que es más importante, la gracia de Dios te da la fuerza para ser cada vez más como él. Eso es lo que la gracia hizo en la vida de María, y es lo que puede hacer en tu vida y en la mía. Dentro de cuatro días será Navidad, ¿no sería maravilloso meditar y permitir que la gracia que está en ti te convenza de que Jesús es el Señor? Eso fue lo que María hizo cuando meditó en la grandeza de Dios y en la gracia que él le dio para su vida (Lucas 2, 19). De hecho, el mejor regalo de Navidad que puedes darle a Jesús es permitir que su gracia brote en tu corazón. Recuerda: Tú eres especial, estás lleno de la gracia de Dios, así que siéntate junto a él y permite que esa gracia toque tu corazón. “Gracias, Señor, por tu gracia.” ³³
2 Samuel 7, 1-5. 8-12. 14. 16 Salmo 89 (88), 2-3. 4-5. 27. 29 Romanos 16, 25-27
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de diciembre, lunes Lucas 1, 39-45 ¿Quién soy yo, para que la madre de mi Señor venga a verme? (Lucas 1, 43) La visita de María a su prima Isabel fue notable de muchas maneras. La mayoría de nosotros no estaría dispuesto a hacer un viaje tan apresurado, ¡especialmente no en el primer trimestre del embarazo! Sin embargo, María se fue “presurosa” para la casa de Isabel (Lucas 1, 39). Es poco probable que viajara con lujos, más bien, probablemente caminó o montó un burro. A pesar de los cambios que sufría su cuerpo debido a su condición, probablemente sentía que debía proteger al bebé que estaba creciendo en su vientre. Pero eso no importó. Mientras la mayoría de las mujeres embarazadas evitarían las actividades extenuantes, María más bien inició una. ¡Tenía que ir inmediatamente a visitar a su prima! En su libro La caña de Dios, la escritora británica Caryll Houselander explica la forma de pensar de María de esta manera: “Isabel también iba a tener un hijo, y aunque el hijo de María era Dios, ella no podía pasar por alto la necesidad de Isabel, algo casi increíble para nosotros, pero característico de ella.” Así que corrió a visitarla.
Lo que sucedió después parece como un regalo de Dios para honrar la generosidad de María y su desprendimiento. Al sonido de su voz, el pequeño Juan saltó en el vientre de Isabel, que, llena del Espíritu Santo, exclamó de alegría. A través de estas dos mujeres llenas de fe, la vida llamó a la vida y las llenó a ambas de alegría y esperanza. Al acercarse el final del Adviento, intenta seguir el ejemplo de nuestra Bienaventurada Madre. Piensa en hacer una “visitación” tú mismo a alguien que está solo, sufriendo o necesita ayuda, aunque resulte inoportuno o difícil de hacer, al igual que lo fue la visita de María a Isabel. Dios te promete que si lo haces, con certeza llevarás su propio amor y alegría a otra persona. Así como Dios honró el arduo viaje de María, él te honrará y bendecirá por cualquier sacrificio que hagas por otro de sus hijos. ¿Quién sabe? Ambos podrían sentir que el Espíritu Santo está brotando dentro de su corazón, acercándolos más el uno al otro y llenándolos con la seguridad de que Dios está con ustedes. “Virgen María, te pido que intercedas para que yo pueda ser tan generoso como tú.” ³³
Cantar de los Cantares 2, 8-14 Salmo 33 (32), 2-3. 11-12. 20-21 Diciembre 2020/Enero 2021 | 55
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de diciembre, martes Lucas 1, 46-56 Mi espíritu se llena de júbilo en Dios, mi Salvador. (Lucas 1, 47) “Dirige tu rostro hacia la luz del sol y no podrás ver ni una sombra”, dijo una vez Helen Keller. ¡Es una afirmación destacable viniendo de una mujer que quedó ciega desde la infancia! Aunque en realidad no podía ver la luz del sol, ella sabía que estaba ahí y también sabía que el sol podía superar cualquier sombra en su vida. En el Evangelio de hoy, María ha fijado sus ojos en la fuente de toda luz, Dios Padre. Aunque podría haber estado preocupada por lo que sus vecinos podían pensar o cómo podría ella criar al Hijo de Dios, en su lugar decidió volver sus pensamientos hacia el Señor. Y por esto, su corazón estaba lleno de alabanza y regocijo. ¡Qué hermoso modelo para seguir! Al igual que María, nosotros también podemos decidir fijar nuestros ojos en Jesús y en su verdad que se encuentra en las Escrituras. Al reflexionar en todo lo que Dios ha hecho por nosotros, el deseo de alabarlo por su bondad por nosotros brotará naturalmente del corazón. Entonces podremos exclamar, junto con María: “Ha hecho en mí grandes cosas el que todo lo puede, Santo es su nombre” (Lucas 1, 49).
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Desde luego, esto no significa que debemos ignorar las dificultades de la vida o barrerlas debajo de una alfombra. Debemos aceptarlas y enfrentarlas de la mejor forma posible, pero también debemos estar seguros de volver el rostro hacia la “luz del sol” del amor y la compasión de Dios. Si solamente nos concentramos en las dificultades, nos arriesgamos a llenarnos de ansiedad y desánimo y eso a su vez puede provocar que nos olvidemos de que Jesús siempre está con nosotros, listo para brillar en cada situación oscura. Solamente faltan tres días para Navidad y Jesús vendrá otra vez a nosotros. Si has tenido un Adviento fructífero, alaba y agradece al Señor por sus bendiciones. Si tu Adviento no ha sido como lo que esperabas, alaba y agradece al Señor también. Nunca es demasiado tarde para volver tu rostro hacia la luz de su amor. Nunca es demasiado tarde para proclamar junto con María la grandeza del Señor. Recuerda sus promesas y su amor; y su alegría brotarán en tu corazón. “¡Mi espíritu se llena de júbilo en Dios, mi Salvador!” ³³
1 Samuel 1, 24-28 (Salmo) 1 Samuel 2, 1. 4-5. 6-7. 8
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de diciembre, miércoles Lucas 1, 57-66 Todos se quedaron extrañados. (Lucas 1, 63) Si prestas atención a las lecturas del Evangelio entre el tiempo de Adviento y la fiesta de la Epifanía, notarás una frase que se repite, especialmente en las lecturas de Lucas. ¡Todos parecían estar extrañados todo el tiempo! Primero, cuando Zacarías se quedó en el Templo más tiempo de la cuenta debido a un visitante angelical, las personas que esperaban estaban extrañadas de que durara tanto (Lucas 1, 21). Luego, en el Evangelio de hoy, cuando la lengua de Zacarías se soltó y él empezó a bendecir a Dios, la gente estaba asombrada (Lucas 1, 63). Cuando los pastores le contaron a la gente de Belén las buenas noticias del nacimiento de Jesús, todos estaban igualmente admirados (Lucas 2, 18). Incluso José y María quedaron sorprendidos cuando Simeón profetizó que su hijo era “la gloria de tu pueblo Israel” (Lucas 2, 33). Cuando faltan dos días para Navidad, es un buen momento para recordar por qué todos estaban tan sorprendidos. ¡Porque Jesús es sorprendente! Si lo has estado siguiendo por un tiempo ya, probablemente lo has visto hacer sus obras admirables, ya sea en tu vida o cuando te ha ayudado a acercarte a alguien con su
amor. Piensa hoy en algunos de estos eventos y dale gracias por estas bendiciones. Si apenas estás empezando a caminar con Jesús, recuerda que él tiene reservadas cosas maravillosas para ti y para tus seres queridos. Así que no temas y pídele que como “regalo de Navidad” te permita verlo actuar poderosamente. No importa por cuánto tiempo has estado siguiendo a Jesús, puedes tener la seguridad de que él todavía tiene un trabajo maravilloso que hacer en tu vida. La promesa de la Navidad es una promesa de vida y esperanza nuevas, es una promesa que nunca se acaba. Aunque él vino hace dos mil años, sigue viniendo hoy a tu corazón. Viene a través de los sacramentos, a través de su palabra en la Escritura, viene en el susurro de tu conciencia. Jesús viene en oraciones contestadas y en respuestas postergadas. Y viene en las personas y las situaciones que enfrentamos cada día. Eso es lo que es tan admirable sobre Jesús: él siempre está con nosotros sin importar lo que suceda. ¡Que nunca olvidemos esta gloriosa verdad! “Amado Jesús, ¡creo que tú todavía puedes sorprenderme!” ³³
Malaquías 3, 1-4 23-24 Salmo 25 (24), 4bc-5ab. 8-9. 10. 14
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de diciembre, jueves Lucas 1, 67-79 Y a ti, niño, te llamarán profeta del Altísimo. (Lucas 1, 76) De alguna manera, el Evangelio de hoy es el relato de un regalo anticipado de Navidad. Al recuperar el habla, Zacarías estalló en alabanzas a Dios por su misericordia y la llegada de su salvación. Pero justo en el medio de este cántico de alabanza, se volvió hacia Juan, su hijo recién nacido, y profetizó respecto a él: “Porque irás delante del Señor a preparar sus caminos” (Lucas 1, 76). Él habla del futuro de Juan y de la obra que realizará al preparar al pueblo de Dios para recibir al Mesías. Se podría decir que al hacer esto, Zacarías le dio a Juan el don de las palabras de Dios, trazó el futuro que esperaba a su hijo y habló de la forma en que Dios lo iba a bendecir y a guiar. Hoy es la víspera de Navidad. Todos pueden sentir la emoción que se va generando, especialmente conforme los niños esperan con emoción el momento en que finalmente puedan abrir sus regalos. Pero, ¿qué tal, si mientras esperamos, decidimos hacer algo por aquellos que amamos que sea espejo de lo que Zacarías hizo por Juan? ¿Qué tal si, además de entregar los regalos tradicionales de Navidad, le diéramos a nuestros seres queridos
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el regalo de una palabra especial de parte de Dios? Podría sonar intimidante: ¡Yo no soy un profeta! ¿Cómo puedo pretender decir que hablo en nombre de Dios? Pero, no te preocupes, lo que digas no tiene que ser grande ni espectacular. Simplemente pronuncia desde tu corazón las palabras que sientes que Dios quiere decirles a ellos. ¡Ni siquiera necesitas decir nada! Escribe una pequeña nota que los aliente y los anime. Recuérdales que ellos son hijos de Dios y que Dios los ama y desea profundamente bendecirlos. Señala uno o dos dones que crees que Dios les ha concedido, y anímalos a usar esos dones para edificar la Iglesia. Luego entrégales la nota el día de Navidad, o si colocan los zapatos o medias, desliza la nota dentro del zapato esta noche antes de irte a dormir. Las palabras de aliento como estas pueden tener un impacto poderoso. ¿Quién sabe? ¡Tu nota podría despertar en ellos el deseo de dar un paso para acercarse más al Señor! “Señor, te pido que me ayudes a bendecir a las personas que me rodean.” ³³
2 Samuel 7, 1-5. 8-12. 14. 16 Salmo 89 (88) 2-3. 4-5. 27 29
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de diciembre, viernes Natividad del Señor Juan 1, 1-18 La Palabra se hizo hombre y habitó entre nosotros. (Juan 1, 14) Hoy es un día de gran alegría y celebración. ¡Cristo ha nacido! ¡Nuestra salvación ha llegado! Hoy, la Iglesia nos invita a regocijarnos junto con los ángeles y los santos, así que te invito a que lo hagamos ahora mismo y utilicemos los pasajes de la Escritura de la Misa de hoy para guiarnos. Dios nos ha hablado por medio de su Hijo (Hebreos 1, 2). Señor Jesús, gracias por revelarnos al Padre celestial. Tú eres el resplandor de su gloria y la propia huella de su ser. Tú sostienes la creación a través de tu poderosa palabra, y sin embargo te revestiste de humanidad y habitaste entre nosotros como un pequeño niño. Tú hiciste todas estas cosas para que tu Padre pudiera hablarnos a través de ti. Jesús es el mensajero que trae la buena nueva, que pregona la salvación, que dice a Sion: “¡Tu Dios es rey!” (Isaías 52, 7) Señor, tú eres aquel que ha sido anhelado por la humanidad desde el principio. Tú eres la tan largamente esperada respuesta de Dios a nuestras súplicas de misericordia y liberación. Fue a través de ti que “descubre el Señor su santo brazo a la vista de todas las naciones” (Isaías 52, 10). Pero, maravilla de maravillas, es
el pequeño brazo de un recién nacido, un brazo que su madre envolvió amorosamente en pañales. Toda la gloria a ti, Señor Jesús, por revelar tu poder en humildad y mansedumbre. Jesús, “el Hijo unigénito, que está en el seno del Padre, es quien lo ha revelado” (Juan 1, 18). Señor, tú has venido al mundo a revelar la verdad, la sabiduría eterna de Dios Padre, quien creó y sostiene todas las cosas. Pero tú hiciste mucho más que simplemente revelar su sabiduría. Tú también revelaste la gracia y la misericordia que no usa el poder para conquistarnos sino que se sacrifica para salvarnos. El amor que no rechaza nuestras limitaciones o nuestra maldad sino que nos sana y nos invita a establecer una relación íntima con Dios. Gracias, Señor Jesús, por habitar entre nostros y transmitirnos las palabras del Padre, palabras que nos muestran su amor y su gracia. Me regocijo, amado Señor, de poder contemplar tu gloria y esplendor. “Amado Jesús, que aun siendo un niño recién nacido eres el Señor de toda la creación, te ruego que abras mis ojos para que yo pueda ver tu humilde y apacible gloria.” ³³
Isaías 52, 7-10 Salmo 98 (97), 1. 2ab. 3cd-4. 5-6 Hebreos 1, 1-6
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de diciembre, sábado San Esteban, Protomártir Hechos 6, 8-10; 7, 54-59 Señor Jesús, recibe mi espíritu. (Hechos 7, 59) Posiblemente ayer hubo un intercambio de regalos en tu casa y sabes que más que el regalo mismo, “la intención es lo que cuenta”, pues lo que genera impacto es el símbolo del afecto que contiene. Después de todo, tu esperanza es que el regalo ayude a quien lo recibe a recordarte con aprecio. Se podría decir que cuando damos un regalo es como decirle al otro: “recibe mi espíritu”. Esta es una forma de ver las últimas palabras de San Esteban, el primer mártir de la Iglesia. Por muy difícil que debe haber sido su último día en la tierra, lo que Esteban más anhelaba era que Dios aceptara la ofrenda de su vida. Él quería ofrecerle al Señor el regalo de su propio corazón entregado con gratitud por todo lo que Cristo había hecho por él. Todos los días, hombres y mujeres valientes alrededor del mundo ofrecen su vida como un regalo al Señor, y no se trata solo de mártires. Pueden ser personas ordinarias como tú, también. Piensa en todas las formas en que te sacrificas por tu familia: Dejas de lado tus preferencias y pones en primer lugar las de tu esposo o esposa y tus hijos. Te 60 | La Palabra Entre Nosotros
levantas temprano para asegurarte de que todo se desarrolle con facilidad y a veces sacrificas el sueño rezando y preocupándote por las personas que amas y que están luchando. Te muerdes la lengua para no decir ciertas cosas, cambias tus planes, perdonas y tienes paciencia. Conforme haces cada una de estas cosas, puedes seguir el ejemplo de Esteban y decir: Señor, “recibe mi espíritu”. Desde luego, tú no eres perfecto, pero si estás intentando mostrar amor a través de tus palabras y acciones, las personas a tu alrededor lo notarán y tendrá efecto sobre ellos. Y si necesitas más gracia, no temas en pedírsela a Jesús, quien está intercediendo por ti delante del Padre, tal como lo vio Esteban. La mejor de las noticias es que cuando entregas tu espíritu a Dios como un regalo, ¡él te recibe a ti! Él toma tu espíritu, lo llena de su gracia y te lo devuelve transformado. Dios ve tus sacrificios y los regalos que ofreces a aquellos a los que amas, y cada uno de esos regalos, lo llena de alegría. “Señor Jesús, te ruego que me des la gracia para ofrecer mi vida. Recibe mi espíritu, hoy y siempre.” ³³
Salmo 31 (30), 3cd-4. 6. 8ab. 16bc. 17 Mateo 10, 17-22
MEDITACIONES DICIEMBRE 27-31
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de diciembre, domingo Sagrada Familia de Jesús, María y José Colosenses 3, 12-21 Si pudieras mencionar una sola cualidad que hace santa a una familia, ¿cuál sería? Tal vez el amor, o alguna de las virtudes que San Pablo menciona en la segunda lectura de hoy. Y tendrías razón. Pero, ¿qué crees que mantiene santa a una familia? ¿Qué los mantiene juntos a largo plazo? La respuesta es el perdón. ¿Por qué? Porque todos somos seres humanos que hemos pecado. Aunque Jesús habite en nuestro corazón, nosotros seguimos pecando. Tendemos a lastimar a otros de vez en cuando, incluso cuando no tengamos la intención de hacerlo. Esa es la razón por la cual el perdón en una familia es tan importante. Podrías creer que la única familia que nunca necesitó perdonarse fue la Sagrada Familia. Después de todo, María nació sin pecado original, José fue un santo y ¡Jesús era el Hijo de Dios! Pero incluso sin realmente llegar a pecar unos contra los otros, siempre hubo suficientes momentos en los que la misericordia y la paciencia eran
necesarios. Tal vez María olvidó poner la masa del pan a crecer una mañana, y pasaron un día sin comer pan o el niño Jesús accidentalmente quebró el cántaro de agua. O tal vez José se sintió herido porque entendió mal algo que María le dijo. Cada uno de estos “inocentes” eventos podría provocar resentimiento y pecado si no se enfrentaban correctamente. La capacidad para perdonarse unos a otros, incluso por la menor de las ofensas, es el aceite que hace que las relaciones familiares funcionen bien. Decir: “Lo siento mucho, ¿me perdonas?”, y “te perdono” debería ser algo que nos resulte tan sencillo como decir “te amo”. Porque sin perdón, el resentimiento puede crecer y el amor puede marchitarse. Convierte el perdón en una meta para tu familia en este año que viene. Muéstrale a tus hijos y nietos cómo perdonar siendo tú mismo el modelo. Decir que lo sientes no es una concesión con la otra persona, es una gracia ¡que la Sagrada Familia te concederá si se la pides! “Señor, concédeme humildad para pedir perdón y misericordia para concederlo.” ³³
Eclesiástico 3, 3-7. 14-17 Salmo 128 (127), 1-2. 3. 4-5 Lucas 2, 22-40
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de diciembre, lunes Los Santos Inocentes Mateo 2, 13-18 Herodes… se puso furioso. (Mateo 2, 16) ¿Qué clase de persona ordena la matanza de bebés de dos años o menos? Alguien tan desequilibrado y paranoico como Herodes el Grande, esa clase de persona. Esta atrocidad muestra lo desesperado que debe haberse sentido. Posiblemente el nacimiento de un pequeño niño lo aterrorizaba porque sentía que su poder se le estaba escapando, y así era. Finalmente, su orden de matar a niños pequeños solamente era un golpe irracional y final de un destino que ya no podía evitar. Su oscuridad puede haberse desvanecido, pero él no caería sin luchar. Puede sonar irónico, pero la desesperación de Herodes es otra señal de que la venida de Jesús marcó el inicio de una nueva era de libertad y esperanza. La luz de Jesús apenas estaba empezando a brillar, y los poderes de las tinieblas ya estaban temblando. ¿Cómo se relaciona esto con nosotros? Las obras de las tinieblas tales como el aborto, la eutanasia, la inmoralidad sexual y la corrupción en general continúan controlando el mundo. La oscuridad no está dispuesta a rendirse sin luchar, y pareciera que está ganando. O por lo menos,
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se está tomando mucho tiempo para admitir la derrota. Hasta cierto punto, parecería razonable perder la esperanza por el mundo. Pero Dios no quiere que nos rindamos, y nuestra fe nos exhorta a mantener brillando la luz. A veces podríamos sentirnos tan indefensos como un niño en contra de tanto mal, pero es en esos momentos en que debemos recordar que exactamente así fue como Jesús llegó a este mundo. Solamente era un niño pequeño, pero su luz atrajo a los Magos que estaban a cientos de millas de distancia. Jesús era solo un niño, pero su luz llenó de terror a Herodes. Podría parecer ambiguo y muy espiritual, pero lo mejor que tú podrías hacer es permitir que tu propia luz brille en la oscuridad. Muéstrale al mundo la diferencia que hace Jesús. Habla en contra del mal, pero de una forma que sea humilde y paciente. Permite que las palabras que tú dices, y las palabras que decides no pronunciar, demuestren la compasión y bondad del Señor. Nunca te olvides de que Cristo está en ti. Tú puedes hacer la diferencia. “Ven, Señor, y brilla a través mío, te lo ruego, con la luz de tu amor.” ³³
1 Juan 1, 5—2, 2 Salmo 124 (123), 2-3. 4-5. 7b-8
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de diciembre, martes Lucas 2, 22-35 ...que aguardaba el consuelo de Israel. (Lucas 2, 25) “Ahí va el joven Simeón subiendo al Templo, como todos los días, a rezar por la llegada del Mesías y la salvación de Israel”, comentó un transeúnte. “Tiene el celo de la juventud, pero vamos a ver cuánto le dura”, comentó otro. Los años pasaron, junto con la juventud de Simeón, ¡cuántas preguntas deben haber pasado por su mente y se deslizaron en su corazón! Sin duda, debe haber rezado el Salmo 77 (76), 9: “¿Se ha acabado su promesa para siempre?” Pero él no se rindió ante la duda, ni dejó de perseverar en oración, donde había escuchado la promesa de Dios de que no moriría sin que sus ojos vieran al Salvador (Lucas 2, 26). Finalmente, el día llegó, y, ¿qué fue lo que Simeón vio? ¿Vio al ungido del Señor entrar en Jerusalén rodeado en esplendor encabezando un poderoso ejército? ¡Nada de eso! Vio a una joven familia, que fácilmente podía pasar desapercibida entre la multitud. ¿Cómo lo supo? Él, que estaba familiarizado con la voz de Dios después de muchos años de oración, escuchó al Espíritu Santo decir: Este es. La fidelidad en la oración de Simeón puede ser un modelo para nosotros. Durante la mayor parte de su
vida, parecía que sus plegarias no eran contestadas, sin embargo, él seguía acudiendo al Templo diariamente. De hecho, Dios estaba haciendo su obra en él, lo fortalecía y le enseñaba a reconocer la voz del Espíritu. Podríamos pasar largo tiempo antes de experimentar algo de consuelo, y puede resultar difícil seguir confiando y esperando cuando ha pasado mucho tiempo. Entonces veamos el ejemplo de Simeón que seguía mostrando su fidelidad diariamente, ya fuera que Dios estuviera respondiendo o no su oración. Al igual que Simeón, podemos confiar en que en los días de silencio Dios está trabajando a través de las pequeñas pero poderosas obras de gracia. Con el tiempo, estaremos más abiertos al Espíritu Santo, y seremos más capaces de recibir sus dones y actuar según su inspiración. Incluso cuando las cosas parecen imposibles, cuando Dios parece ausente, la oración es un don del Señor. Ahí, él abre nuestro corazón para que escuchemos al Espíritu Santo y nos enseña a reconocer su obra en el mundo que nos rodea, de la misma forma en que Simeón reconoció a Cristo en un bebé. “Espíritu Santo, te suplico que me ayudes a aprender a escuchar tu voz.” ³³
1 Juan 2, 3-11 Salmo 96 (95), 1-2a. 2b-3. 5b-6
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de diciembre, miércoles Lucas 2, 36-40 Ana, hija de Fanuel. (Lucas 2, 36) En esta última semana, probablemente has visto más de una versión del rostro infantil de Jesús. Estas imágenes que se encuentran en cuadros, estatuas y tarjetas de Navidad pueden haberse vuelto comunes. Si ese es el caso, el relato que hace Lucas de Ana, la profetisa, resulta de mucha ayuda para recapturar la maravilla que podemos experimentar cuando vemos el rostro de Dios en Cristo. A diferencia de cuando describió a Simeón tomando en sus brazos al niño Jesús, Lucas no relata cómo Ana, María y José interactuaron en el Templo. Pero los detalles que sí incluyó nos dicen mucho. Lucas llama a Ana la “hija de Fanuel”, un nombre que literalmente significa “el rostro de Dios”. Así que desde su nacimiento, Ana figurativamente había contemplado a Dios. Ahora, en el Templo, tuvo el privilegio de contemplar al verdadero Dios. Lucas también nos dicen que Ana es de la tribu de Aser, el hijo por el que Lea dijo: “Ahora las mujeres dirán que soy feliz”, o “bienaventurada”, como se traduce también la palabra en hebreo (Génesis 30, 13). El nombre Aser significa feliz, entonces, ¿cuánto más feliz puede
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ser un aserita que está en presencia de Dios? Finalmente, la edad de Ana es importante. Ella tenía ochenta y cuatro años, que representa el número doce, por las doce tribus de Israel, multiplicado por el número siete, que significa plenitud. Lucas incluyó la edad de Ana para recordarnos que la revelación de Dios mismo en Jesús era la plenitud de todas sus promesas. Es la forma de Lucas de decirnos que ver a Jesús es ver su fidelidad y es la conciencia extraordinaria de que Dios no quiere ser adorado desde lejos; él quiere estar con nosotros de la forma más tangible y personal. Es decir, ver el rostro de Jesús esa Navidad puede llenarnos de gratitud, asombro y paz. Así que, ¿por qué no tomar unos minutos y ponerte en el lugar de Ana? Trata de imaginar cómo sería ver a un pequeño bebé y reconocer que estás en la presencia de Dios, quien está cumpliendo sus promesas justo delante de tus ojos. Después de todo, Dios ha cumplido su promesa de salvación en Cristo, no solo para Ana, sino para todos sus hijos, incluso para ti. “Señor, ¡qué feliz soy de poder contemplar tu rostro!” ³³
1 Juan 2, 12-17 Salmo 96 (95), 7-8a. 8b-9. 10
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de diciembre, jueves Juan 1, 1-18 En el principio... (Juan 1, 1) ¡Feliz víspera de Año Nuevo! ¿Recibir un nuevo año resulta inquietante? Sin duda, el 2020 fue un año difícil. Enfrentamos una pandemia a nivel mundial, disturbios raciales, inestabilidad económica y un sinnúmero de altibajos personales. Posiblemente viste tu porción de incertidumbre e inseguridad. ¿Qué puedes hacer? Toma nota del Evangelio de hoy e intenta volver al principio (Juan 1, 1-18). Cuando tus circunstancias parecen difíciles, vuelve al principio de este Evangelio que puede darte algo de perspectiva. Puede convencerte de que la intención de Dios no ha cambiado, tú sigues siendo su hijo amado y él sigue teniendo buenos planes para ti. Reorientarte a ti mismo de esta forma puede ayudarte a drenar la ansiedad y el temor y darte una sensación de esperanza y de propósito. Así que vayamos al principio abriéndonos camino en medio de los primeros versículos del Evangelio de hoy: “En el principio ya existía aquel que es la Palabra… y era Dios (1, 1). Jesús es Dios. Antes de que nada existiera, él existía en perfecta armonía con la Trinidad, y todavía existe hoy en día.
Es más, él te creó para la eternidad y te llama a tener tu parte en ella. “Todas las cosas vinieron a la existencia por él… Él era la vida (1, 3-4). Dios hizo todas las cosas intencionalmente, nada es un error. Todo sirve a su deseo de compartir su vida y amor con su creación. Tú le perteneces y él está dirigiendo todo hacia la meta de concederte su amor. “La vida era la luz de los hombres… y las tinieblas no la recibieron (1, 4-5). El hecho de que Dios comparte su vida con nosotros es como una luz en la oscuridad de nuestro mundo que puede guiarnos y ayudarnos a ver las cosas como él las ve y su luz no puede extinguirse. A pesar de lo que estés viviendo, busca la luz de Dios para disipar cualquier tiniebla en tu corazón. Hoy es el momento de terminar el año, sí, pero también de recomenzar. Así que al acercarte al final del 2020 y anticipar el inicio del 2021, dedica un tiempo para mirar de vuelta al principio. Permite que eso te sirva como un ancla al final de un año agitado, permite que Jesús te llene de esperanza por las cosas nuevas que están por comenzar. “Señor, ¡te entrego mi futuro!” ³³
1 Juan 2, 18-21 Salmo 96 (95), 1-2. 11-12. 13
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de enero, viernes Solemnidad de Santa María, Madre de Dios Números 6, 22-27 El Señor te bendiga y te proteja. (Números 6, 24) ¡Feliz año 2021! Todos los que trabajamos en La Palabra Entre Nosotros pedimos a Dios que este sea un año lleno de grandes bendiciones para ti. Hoy, al iniciar una nueva página en blanco, escuchamos la plegaria que Dios le dio a Moisés como una promesa: “Yo los bendeciré” (Números 6, 27). Y es precisamente en María que encontramos el modelo por excelencia de cómo recibir la bendición de Dios. María es la más bendecida entre las mujeres, pero sus bendiciones no llegaron en la forma tradicional. Ella era pobre y se enfrentaba a un embarazo inesperado, además vivía en un país ocupado por el Imperio romano y tuvo que dar a luz a su bebé en un establo. Después de que José murió, tuvo que criar sola a Jesús. Y cuando acompañaba a su hijo, no tenía dónde recostar la cabeza, al igual que él. Al final tuvo que sufrir la agonía de ver a su hijo golpeado y crucificado. Definitivamente, ¡estas no parecen bendiciones! Sin embargo, tal como el ángel se lo prometió, al convertir a María en la Madre de Dios, Dios la bendijo no solo a ella sino a todo el mundo a través suyo (1, 31-33). 66 | La Palabra Entre Nosotros
Entonces, ¿cómo hizo María para reconocer y aferrarse a sus bendiciones? Ella “guardaba todas estas cosas y las meditaba en su corazón” (Lucas 2, 19). María recordaba y meditaba. Probablemente, en muchas ocasiones, le preguntó a Dios “¿qué es lo que estás haciendo? ¿Cómo estás cumpliendo tu promesa? Enséñame y ayúdame a confiar en ti.” Con el paso del tiempo, ella fue entendiendo mejor lo que implicaba que su hijo fuera el eterno Hijo de Dios y cuál era su lugar en el plan de salvación de Dios. Así que María puede ayudarnos a recibir y aferrarnos a las bendiciones de Dios. Al igual que ella, recuerda la fidelidad de Dios, e intenta identificar las bendiciones que recibiste de él el año pasado, algunas fueron muy obvias y otras venían envueltas en sufrimiento. Pídele al Señor que te ayude a ver la forma en que él cumplió su promesa en el 2020 y luego sueña un poco. ¿De qué forma podría bendecirte Dios en este nuevo año? El Señor es fiel a su promesa y, ¡él te bendecirá! “Amado Señor, te ruego que abras mi corazón para recibir las bendiciones que tienes para mí en este año.” ³³
Salmo 67 (66), 2-3. 5-6. 8 Gálatas 4, 4-7 Lucas 2, 16-21
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de enero, sábado Santos Basilio Magno y Gregorio Nacianceno, Obispos y Doctores de la Iglesia Juan 1, 19-28 El “humilde alardeo”, es un término adoptado en la era de las redes sociales y consiste en una especie de jactancia camuflada en un lenguaje humilde. Por ejemplo, una madre publica en Facebook que derramó vino sobre los documentos para inscribir a su hijo en un programa de la escuela para niños super dotados. Aunque superficialmente pareciera estar hablando sobre lo torpe que puede ser, en el fondo, se está jactando de los logros de su hijo. Mientras que el término “humilde alardeo” puede ser nuevo, el concepto probablemente es tan antiguo como la humanidad misma. Pero también demuestra lo difícil que puede resultar distinguir entre la verdadera y la falsa humildad. ¿Minimizar nuestros logros significa ser humilde? Hablar de ellos, ¿realmente es alardear? Juan el Bautista podría ayudarnos a responder estas preguntas. Cuando los jefes judíos preguntaron por su ministerio, Juan no se anduvo con rodeos. Más bien, sus respuestas revelaron a un hombre profundamente humilde en dos sentidos. Primero, admitió que él no era el Mesías; él no era el “Profeta” prometido por Moisés (Deuteronomio 18, 15).
Pero Juan realmente creía que Dios lo había enviado a él. Por eso es que tenía la valentía de llamar al arrepentimiento a reyes y súbditos. Juan nos enseña que la verdadera humildad consiste simplemente en estar seguro de quién eres y tener claridad sobre quién no eres. Él no se estaba minimizando a sí mismo, tampoco nosotros debemos subestimarnos o cargar con una autoimagen negativa. Ciertamente, ninguno de nosotros es perfecto, así que no deberíamos juzgar a otras personas cuando fallan. Pero tampoco nos corresponde solucionar todos los problemas ni llevar las cargas de los demás. Independientemente de lo que somos o no, una cosa es cierta: fuimos creados a imagen de Dios. Hemos recibido innumerables bendiciones, especialmente el don del Espíritu. Dios nos ha hecho un llamado especial a cada uno de nosotros, así como hizo con Juan. El simple hecho de saber esto puede producir una confianza sana, incluso liberarnos de pensar más en otras personas que en nosotros mismos. Entonces, ¿quién eres tú? “Señor, gracias por bendecirme con tu amor.” ³³
1 Juan 2, 22-28 Salmo 98 (97), 1-4
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MEDITACIONES ENERO 3-9
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de enero, domingo Epifanía del Señor Mateo 2, 1-12 Regresaron a su tierra por otro camino. (Mateo 2, 12) Hoy celebramos el cumplimiento de la profecía de Isaías de que Dios haría brillar su luz sobre todas las naciones. Ciertamente eso fue lo que sucedió con los Magos que siguieron la estrella a la casa del recién nacido Rey de Israel. Pero la luz de Dios los guio a un lugar que ellos no previeron y a menudo eso es lo que la luz hace. Medita un poco en ello. Siguiendo sus propias tradiciones religiosas, los Magos creyeron que la aparición de una nueva estrella anunciaba el nacimiento de un nuevo rey. Así que, con la intención de hacer la acostumbrada visita diplomática, decidieron viajar a la corte del rey Herodes en Jerusalén. Pero, la estrella, en vez de guiarlos a un palacio real, los llevó a una humilde casa en Belén. Ellos aceptaron la luz que recibieron y continuaron buscando más, preparados para cualquier corrección de rumbo que apareciera en el camino. Al final, se encontraron frente a Jesús, que 68 | La Palabra Entre Nosotros
no solamente era el rey de los judíos, sino el Señor de toda la creación. Al disponerse a seguir aquella luz y apoyarse en ella, fueron más sensibles a la guía que esa luz quería darles. Con nosotros sucede igual, seguramente has experimentado alguna inspiración de Dios. Tal vez algún aspecto confuso de tu fe empezó a tomar sentido. O encontraste claridad sobre alguna nueva fase de la vida en la que estás. Esa “luz” no necesariamente respondió todas tus preguntas, tal vez te mostró parte del camino, pero no te mostró la ruta completa. Así que tuviste que hacer tu mejor esfuerzo para seguirla, y conforme la seguiste, descifraste el siguiente paso. Cada paso hacia adelante, cada decisión de ser flexible, cada respuesta de confianza, produjeron cambios explícitos o implícitos en ti. La luz construyó sobre la luz, y despacio pero con seguridad, al igual que los Magos, empezaste a hacer las cosas de manera diferente y comenzaste a ver las cosas a la luz de Dios. En eso consiste la Epifanía: Es la revelación que cambia los corazones. “Señor, te ruego que me permitas vivir mi propia epifanía.” ³³
Isaías 60, 1-6 Salmo 72 (71), 1-2. 7-8. 10-13 Efesios 3, 2-3. 5-6
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de enero, lunes Santa Isabel Ana Seton, Religiosa Mateo 4, 12-17. 23-25 Dejando el pueblo de Nazaret, se fue a vivir a Cafarnaúm. (Mateo 4, 13) Finalmente, la vida incógnita de Jesús había llegado a su fin. A través de su bautismo y su tiempo de ayuno en el desierto, su misión había sido revelada. Entonces, ¿qué seguía? Habría sido razonable que Jesús viajara a la capital, la ciudad de Jerusalén. Allí vivían la mayor parte de las personas educadas, piadosas, de clase alta y los líderes políticos. Seguramente ellos eran los que mejor podían acoger su mensaje. Pero, en su lugar, Jesús se dirigió a la región de Zebulón y Neftalí, “Galilea de los paganos” (Mateo 4, 15). Como suele suceder, hizo lo opuesto a lo que habríamos podido esperar. Zebulón y Neftalí fueron los primeros territorios israelitas que sucumbieron a la invasión de Asiria ocho siglos antes de su nacimiento. Pero, con el paso del tiempo, los judíos se mezclaron con los pueblos paganos que vivían en medio de ellos. Como resultado, los expertos religiosos eran pocos, en cambio, la mayoría eran pescadores y artesanos que mantenían su fe lo mejor que podían en medio de las dificultades. Ellos fueron los primeros que tuvieron el privilegio de escuchar la proclamación de que el Reino de los
cielos estaba cerca. Aquellos que más habían sufrido eran los que más necesitaban escuchar las buenas noticias, y los que menos las esperaban. ¿No es esa la forma en la que a menudo Dios se acerca a ti? Sí, él se encuentra fielmente contigo en “Jerusalén”, en tus momentos y prácticas religiosas. Pero también se deleita en entrar en tu “Galilea de los paganos”, aquellos lugares en que has sido derrotado o te has decepcionado, los lugares de tus pérdidas y resentimientos y en todas las áreas que están heridas y que fácilmente pueden convertirse en terrenos de cultivo para el pecado y la división. Entonces, no esperemos ver a Jesús solamente cuando estamos en la iglesia, él viene a nosotros cuando lloramos por la pérdida de un amigo, cuando nos sentimos sofocados por un insulto o cuando nos deleitamos por una victoria duramente ganada contra un competidor. El Señor comparte con nosotros la vida cotidiana: las frustraciones en el tráfico, las alegrías de la familia, los malos entendidos y los éxitos. Sí, el Reino de Cristo ya llegó, precisamente aquí donde estamos tú y yo. “Señor, por favor ayúdame a ver tu Reino que ya está aquí.” ³³
1 Juan 22–4, 6 Salmo 2, 7-8. 10-12
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de enero, martes San Juan Nepomuceno Neumann, Obispo 1 Juan 4, 7-10 El amor consiste en esto: no en que nosotros hayamos amado a Dios, sino en que él nos amó primero. (1 Juan 4, 10) El significado exacto de la palabra “amor” está sujeto a un gran número de interpretaciones. Pero, San Juan es específico en que el amor viene de Dios y es visible por cuanto Dios envió a su Hijo para perdonar nuestros pecados y ofrecernos una relación personal con él. Medita en esto por un momento. El amor de Dios, que viene primero, tiene un alto costo para sí mismo pero es gratuito para nosotros. Primero. El amor de Dios siempre viene primero. Incluso antes de que tú te des cuenta de que estás recibiendo su amor o que puedas corresponderle, él ya está derramando su amor sobre ti. Antes de que tú tuvieras la idea de seguirlo, él te amó y envió a su Hijo para salvarte. Antes de tu Bautismo, tu Confirmación o cualquier otra decisión consciente de amarlo y servirlo, Dios te abrió el camino para que tú lo hicieras. Aun cuando nunca lo hubieras aceptado, Dios te seguiría ofreciendo su amor plena e incondicionalmente. Costoso. El amor no se limita a un sentimiento o a los buenos deseos 70 | La Palabra Entre Nosotros
hacia los otros, aunque nos hayan lastimado o decepcionado. El amor, como Dios mismo nos lo ha mostrado, es darle al otro algo que es precioso para ti. A veces eso puede ser tu tiempo, como cuando dejas a un lado el libro que estás leyendo para ayudar a tu esposo o esposa a buscar las llaves del auto. Otras veces es concederle a alguien tu perdón o tu paciencia, o escuchar a otro. Pueden ser muchas cosas, pero principalmente, el amor es entregar o sacrificar tus deseos y preferencias para animar a otra persona. Libremente. El amor es dar sin esperar o exigir nada a cambio. Es dar lo que tienes para que alguien más lo tenga también. El consuelo de tu presencia en medio del dolor, una palabra de ánimo a un amigo que esté abatido, u ofrecer algo de dinero a un indigente. Es un don gratuito, un don que te produce tanta alegría a ti que lo das como a la persona que lo recibe. Si es algo valioso para ti, y lo entregas gratuitamente a otro, eso es amor. ¿No fue eso lo que hizo Dios cuando envió a su Hijo a habitar entre nosotros? “Padre celestial, te ruego que me ayudes a amar a los demás como tú me has amado a mí.” ³³
Salmo 72 (71), 1-4. 7-8 Marcos 6, 34-44
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de enero, miércoles San Andrés Bessette, Religioso Marcos 6, 45-52 Todos estaban llenos de espanto. (Marcos 6, 51) En la antigua serie de televisión, Perdidos en el espacio, cuando el robot recibía una orden incomprensible o incompatible para su programación, decía “no es computable”. Luego trataba de procesar nuevamente los datos. En su Evangelio, San Marcos nos muestra que el encuentro con Jesús era tan extraordinario que las personas parecían reaccionar casi igual a este robot. Cuando Jesús liberó a un hombre de un espíritu maligno mientras estaba en Cafarnaúm, “la gente se admiraba” (Marcos 1, 22). ¡No es computable! Cuando enseñó en la sinagoga de su pueblo natal, los habitantes estaban “admirados” (Marcos 6, 2). ¡No es computable! Y en el Evangelio de hoy, cuando Jesús camina sobre el agua hacia la barca donde estaban los discípulos, ¡ellos estaban espantados! (Marcos 6, 50). “Tenían la mente embotada y no podían comprender lo que Jesús había hecho (6, 51). ). ¡No es computable! Ya desde esa época, ha sido difícil para la gente aceptar las palabras de Jesús, especialmente cuando habla sobre quién es él. Como leemos en la primera carta de Juan, algunas personas aseguraban que el Hijo realmente no se había
hecho hombre (1 Juan 4, 2-3). Incluso en la actualidad, algunos afirman que Jesús era un maestro ético pero que en realidad no era el Hijo de Dios. La verdad es que la Encarnación de Jesús es difícil de comprender, y no solo porque el Dios inmortal se hiciera hombre mortal, es un mensaje que nos cuesta entender porque se nos hace difícil imaginar que Dios se hiciera humano para estar cerca de nosotros y revelarnos su amor. Tanta humildad, tanto amor simplemente no es computable. Todavía estamos en el tiempo de Navidad, cuando reces hoy, toma algún tiempo para “computar” o procesar, o mejor aún, para contemplar la maravillosa realidad de la Encarnación. Medita, como lo hizo María, en que Dios mostró su amor “al enviar a su Hijo único al mundo” (1 Juan 4, 9). Maravíllate porque Dios no solo envió a su Hijo, sino que, ¡lo envió por ti! Sorpréndete de que Jesús no solo entregó su vida, sino que lo hizo por amor a ti. Si no logras “computar” esto, no te preocupes; estás en buena compañía. Solamente continúa pidiéndole a Dios que te persuada con su amor. “Amado Jesús, tu amor por mí me maravilla.” ³³
1 Juan 4, 11-18 Salmo 72 (71), 1-2. 12-13
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de enero, jueves San Raimundo de Peñafort, Presbítero Lucas 4, 14-22 El espíritu del Señor está sobre mí. (Lucas 4, 18) Obviamente Jesús pronunció estas palabras para referirse a sí mismo. Pero, ¿tú crees que se podría decir lo mismo sobre ti? Todos los que han sido bautizados en Cristo han recibido su Espíritu Santo. Ya sea que lo sientas o no, en realidad, ya sea que tu experiencia te lo diga o no, ¡el Espíritu Santo está sobre ti! Entonces, ahora que sabes esto, ¿qué puedes hacer con esta información? Después de sorprenderte, sin duda, ¿deberías limitarte a sentarte y deleitarte en tu grandiosa fortuna? No, eso no es. Jesús vino a inaugurar el Reino de Dios, el lugar donde se enjugarán todas las lágrimas y se romperá toda cadena. Los afligidos escuchan la buena noticia del amor de Dios, y las personas que una vez estuvieron ciegas finalmente verán la evidencia de su presencia. Aquellos que están esclavizados al pecado serán liberados y los que tienen hambre de paz quedarán satisfechos. Todo esto suena muy bien, ¿no es cierto? Pero según lo que sabemos, nada de esto sucede por arte de magia. El Reino de Dios solamente crece conforme nosotros, portadores de su Espíritu, nos amamos unos a otros así como él 72 | La Palabra Entre Nosotros
nos amó, cuando hacemos por otros lo que él ha hecho por nosotros. Podrías pensar que no eres la persona adecuada para llevar a cabo esta tarea, pero Dios no piensa de la misma manera. El Señor te dio su espíritu con ese único propósito y mientras aprendes a sentirlo y a seguir su guía, irás venciendo las limitaciones que parecen crecer en tu corazón. Con el tiempo, crecerás en confianza, y Dios te usará para cosas más grandes. Esta idea de “sentir” al Espíritu puede sonar como algo que está lejos de nuestro alcance, pero en realidad es algo bastante sencillo. Es esa pequeña y tranquila voz que está en tu mente animándote a perdonar a tu compañera de trabajo por eso que dijo de ti, o ese impulso que te acerca a tu vecino que parece solitario o esa sensación en tu garganta que surge cuando estás por decir algo inapropiado o dañino. Cada vez que sigues uno de estos impulsos, estás colocando otra piedra angular del Reino; y además, estás edificando una base más fuerte para tu propia vida, una base de paz y de confianza en el Espíritu que vive en ti. “Señor Jesús, quiero sentir la presencia de tu Espíritu Santo y dejarme guiar por él.” ³³
1 Juan 4, 19—5, 4 Salmo 72 (71), 1-2. 14-15. 17
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de enero, viernes Lucas 5, 12-16 Quiero. Queda limpio. (Lucas 5, 13) En septiembre del 2019, el Vaticano abrió la causa de canonización de Juan Bradburne, un británico que murió en 1979 después de quince años de servir a las personas que padecían de lepra en Zimbabue. Bradburne era conocido y amado por su capacidad de ver más allá de la enfermedad y las deformidades de las personas a las que cuidaba y trataba con dignidad y respeto. Un ejemplo de esto era una mujer llamada Verónica, que sufría tanto debido a lo desfigurado que estaba su rostro que nadie recordaba haberla visto sonreír alguna vez. Pero un día, en frente de todos, Bradburne le dijo: “Verónica, cuando vayas al cielo te verás muy hermosa, realmente hermosa.” El tono de su voz al pronunciar estas palabras fue tan sincero que por primera vez ella sonrió. Esta experiencia transformó su vida por completo. Así, Verónica se convirtió en una fuente de consuelo para muchas otras personas. Ella corría a sus camas (aunque había perdido los dedos de sus pies) cuando ellos sufrían y nunca se perdía la oportunidad de ofrecer palabras de consuelo a sus compañeros agonizantes. Juan Bradburne la había tocado con sus palabras y sanó su corazón.
Según las estadísticas de la Organización Mundial de la Salud, el número de personas que padecen lepra, o la enfermedad de Hansen, ha disminuido dramáticamente en los últimos veinte años, pasando de cinco millones de personas a solo ciento setenta y cinco mil. Pero mientras los casos de la enfermedad de Hansen son cada vez menos, los casos de aislamiento social y exclusión están creciendo exponencialmente. Personas de todos los estratos sociales y económicos luchan por sentirse conectados, valorados y amados. Al desear el contacto humano, se sienten como Verónica o como el hombre del Evangelio de hoy. Tú tienes la oportunidad de ser Cristo para estas personas. Por la gracia de su Espíritu, puedes aprender a verlos a través de los ojos del amor. Ya sea que puedas proporcionarles, o no, sanidad física o emocional, sí puedes ofrecerles la sanidad que surge del encuentro con Jesús. A través de tus palabras y acciones, puedes demostrarles que no están solos, puedes mostrarles que Jesús los ve, los valora y los ama profundamente. “Señor Jesús, te ruego que me des la valentía de acercarme a quienes están solos y olvidados, e impactarlos con tu amor.” ³³
1 Juan 5, 5-13 Salmo 147, 12-15. 19-20
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de enero, sábado 1 Juan 5, 14-21 Nosotros permanecemos fieles al único verdadero… Jesucristo. (1 Juan 5, 20) San Juan se dirigió a una comunidad que atravesaba un tiempo difícil. Algunas personas se estaban desviando por filosofías que no eran fieles al Evangelio, y como resultado empezaron a separarse del grupo más grande de fieles. Una de estas filosofías era una forma temprana de docetismo, que es una negación de que Jesús sea completamente humano. Otra filosofía era el gnosticismo, que le daba más importancia a lo que llama el conocimiento “interior, espiritual” y no tanto a amarse unos a otros y a cumplir los mandamientos. Así que San Juan escribió su carta para recordarles que Jesús es el “único verdadero” (1 Juan 5, 20). En esencia, lo que estaba diciendo es que “ustedes han sido bautizados en el verdadero Hijo de Dios, no en ese Cristo falso descrito por aquellos que están confundidos por sus falsas filosofías.” De esta forma le recordó a las personas que las falsas enseñanzas nunca podrían prevalecer sobre la verdad, que es Jesús. Juan no es el único en la historia que ha ayudado a resguardar a la Iglesia de las herejías y las falsas creencias. En otros tiempos lo han hecho, por ejemplo, el obispo Atanasio, del siglo IV que defendió la doctrina de la Santísima 74 | La Palabra Entre Nosotros
Trinidad frente a los arrianos, que creían que Jesús no era igual al Padre, sino que estaba subordinado a él. En el siglo V, San Agustín refutó las enseñanzas de Pelagio, que negaba la doctrina del pecado original y creía que las personas podían ser santas y lograr la salvación por sus propios medios. Con sus escritos sobre el amor y la misericordia de Dios, santos como San Francisco de Sales y Santa Teresa de Lisieux refutaron la herejía conocida como el jansenismo; que prevaleció durante el siglo XVII y más allá y que impedía que la gente recibiera la comunión porque creían que nunca serían dignos. La Iglesia ha visto muchas otras herejías a través de los años, y sin duda vendrán más. Pero así como San Juan tranquilizó a su comunidad, también quiere tranquilizarnos a nosotros. Jesús es el único que es verdadero, y él no permitirá que las puertas del infierno prevalezcan contra su Iglesia (Mateo 16, 18). El Señor siempre hará surgir líderes y santos que preserven la verdad del Evangelio, así como lo ha hecho él mismo en los últimos dos mil años. “¡Gracias, Señor Jesucristo, por darnos maestros y constructores de la fe!” ³³
Salmo 149, 1-6. 9 Juan 3, 22-30
MEDITACIONES ENERO 10-16
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de enero, domingo El Bautismo del Señor Isaías 42, 1-4. 6-7 Para que haga brillar la justicia sobre las naciones. (Isaías 42, 1) Hoy termina el tiempo de Navidad, y con él los relatos del nacimiento de Jesús. Después de ser bautizado por Juan y lleno del Espíritu Santo, ahora está listo para proclamar la buena nueva. Así que repasemos algunos de los eventos que nos condujeron hasta este punto. Comenzamos el Adviento leyendo que todas la naciones confluirán al monte santo de Dios (Isaías 2, 1-5). Pero después de eso, leímos principalmente sobre personas humildes y ordinarias: el anciano sacerdote Zacarías, José, un carpintero y hombre de oración, y su joven esposa, María y los pastores que se encontraban en los campos; un corto viaje a Belén, un simple nacimiento y un niño envuelto en pañales. El único evento glamoroso que sucedió fue la visita de unas figuras misteriosas que venían de Oriente. Entonces, ¿dónde quedan las “naciones” que profetizó Isaías?
La fiesta de hoy nos ofrece una respuesta. Jesús no está esperando que el mundo acuda a él; él está saliendo a buscarlo. El Señor acepta el bautismo para luego hacer “brillar la justicia sobre las naciones” (Isaías 42, 2). Lleno del Espíritu Santo, viajará por toda Palestina y abrirá “los ojos de los ciegos” y sacará “a los cautivos de la prisión y de la mazmorra a los que habitan en tinieblas”. (42, 1. 7) Desde el día de su bautismo, Jesús ha salido al mundo. Primero lo hizo por él mismo, luego envió a Pedro y a Pablo y a los otros apóstoles. Y ahora te está enviando a ti. Pero, no te preocupes; él no te está enviando solo, tú eres parte del “mundo” al que Jesús le va a impartir su gracia y amor. Hoy y todos los días, él viene a llenarte con el mismo Espíritu que lo llenó a él en su bautismo. Así que identifícate en las lecturas de hoy, tú eres hijo de Dios y él se complace en ti. Dios te está pidiendo que traigas justicia a los rincones de “las naciones” en las que habitas, y él está contigo para ayudarte a hacerlo. “¡Aquí estoy, Señor! Envíame a compartir tu buena noticia.” ³³
Salmo 29 (28) 1-4. 9-10 Hechos 10, 34-38 Marcos 1, 7-11
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de enero, lunes Marcos 1, 14-20 Dejaron las redes y lo siguieron. (Marcos 1, 20) ¿Recuerdas cuando eras adolescente y podías seguir durmiendo a pesar del bullicio que hacía la alarma del reloj? Pues, por el contrario, para aquellos que somos padres, el más mínimo ruidito de nuestros niños pequeños nos hacía saltar de la cama para revisar que todo estuviera bien. ¿Qué marcó la diferencia? Simplemente esto: al nacer, ese bebé se abrió espacio en nuestro corazón y ahí se quedó desde entonces. Pregúntale a cualquier padre, y te dirá que no pasa un solo día en que no piense en sus hijos, y a menudo se preocupe por ellos. En el Evangelio de hoy, vemos que Pedro, Santiago, Juan y Andrés dejaron lo que estaban haciendo para seguir a Jesús. Con la sola invitación que él les hizo, ellos saltaron a la acción, de una forma muy similar a la que los padres saltan a la acción cuando sus pequeños hijos hacen un ruido. ¿Cómo sucedió eso? Bueno, tenemos certeza de que no fue algo mágico. Probablemente no era la primera vez en que ellos se encontraban con Jesús. Como generalmente hacía, San Marcos usó la menor cantidad posible de palabras para describir un proceso mucho más largo: “Jesús se fue a Galilea para predicar el Evangelio 76 | La Palabra Entre Nosotros
de Dios” (Marcos 1, 14). Posiblemente, el Señor ya estaba en Galilea y llevaba algún tiempo hablando sobre la misericordia y la salvación de Dios; podría haber pasado horas con ellos, preparándolos para tomar una decisión. Seguramente él ya ocupaba un lugar en su corazón para el momento en que los llamó a seguirlo. Desde luego, no sabemos qué provocó una respuesta tan positiva al llamado de Jesús, pero sí sabemos que ellos estaban dispuestos a seguirlo, con algo de dificultad al principio, pero cada vez con más fidelidad. Esto es un espejo de nuestra propia experiencia, entre más tiempo pasamos con Jesús, más campo se abre él en nuestro corazón. Los lazos que establecemos con él son más profundos, nos convencemos más de su amor por nosotros y su voluntad para nosotros se vuelve más dulce y atractiva. Es más, empezamos a corresponder su amor, descubrimos que ha cautivado nuestro corazón y estamos más dispuestos a actuar cuando él nos llama. Jesús tiene un hermoso plan para ti; acércate a él hoy y permite que te ayude a aceptarlo más profundamente. “Señor Jesús, te ruego que me des un corazón dispuesto a seguirte.” ³³
Hebreos 1, 1-6 Salmo 97 (96), 1. 2b. 6. 7c. 9
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de enero, martes Marcos 1, 21-28 Ya sé quién eres. (Marcos 1, 24) La zoofarmacognosia es un incipiente campo de la ciencia que consiste en el estudio de cómo ciertos animales parecen saber exactamente qué necesitan para aliviarse cuando sienten dolor. Es la razón por la que los gatos comen césped cuando les duele el estómago o por la que las elefantas africanas buscan un árbol particular de no-me-olvides para ayudarse a inducir el parto. Algunos animales viajan largas distancias para encontrar las hojas, semillas, raíces o minerales adecuados para lo que sus cuerpos necesitan. Los científicos no han podido explicar aún la razón por la cual los humanos no parecen tener la misma capacidad que tienen algunas especies de animales, pero nosotros tenemos algo mejor: El deseo de buscar a Dios. En todo el ministerio de Jesús, vemos este deseo materializarse. Las personas viajaban lejos para buscar la sanidad física y espiritual en Cristo. Algunos incluso rompieron los estándares políticos y sociales para acercarse a él. En la lectura de hoy, leemos sobre un hombre poseído por un demonio que se presenta delante de Jesús pidiendo ser liberado, a pesar de la agresividad del demonio. Para los animales, esto es un asunto de instinto, pero para nosotros es un
asunto de relación. Entre más conocemos a Jesús y el amor que él tiene por nosotros, más nos convencemos de que diariamente él nos ofrece exactamente lo que necesitamos. No solo nos llegamos a convencer de que él tiene el poder para sanar nuestras heridas, sino que confiamos en que el Señor puede darnos la sabiduría y la gracia que necesitamos para vivir una vida santa. Tenemos la seguridad de que permaneciendo cerca suyo y obedeciendo sus mandamientos, podemos evitar enfermarnos, al menos espiritualmente. Busca a Jesús apartando tiempo para presentarte ante él en diferentes momentos del día en oración, eventualmente empezarás a escuchar sus palabras de ánimo y su guía. Te sentirás inspirado a detenerte y rezar, a evitar un camino particular de pecado y a seguir otro camino por el que antes no habías intentado andar. Escucha, todos los días escucha. Luego sigue la inspiración que crees que viene de Jesús. El Señor no te está probando ni está jugando contigo. ¡Jesucristo desea que tú encuentres su sanidad y su amor! “¡Ven, Espíritu Santo! Te ruego que me enseñes a acercarme hoy a Jesús y a escuchar su voz.” ³³
Hebreos 2, 5-12 Salmo 8, 2ab. 5. 6-7. 8-9
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de enero, miércoles San Hilario, Obispo y Doctor de la Iglesia Hebreos 2, 14-18 Él mismo fue probado por medio del sufrimiento. (Hebreos 2, 18) La primera lectura de hoy nos recuerda que Jesús no era algún tipo de superhéroe. Se hizo un hombre ordinario; sufrió y fue tentando al igual que nosotros. Se sintió cansado y con hambre, como nos sucede a nosotros. También se sintió herido cuando hablaban en contra suya, como nos pasa a nosotros y necesitaba rezar al igual que tú y yo lo necesitamos. Desde luego, Jesús nunca pecó, pero de cualquier manera vio muchos de los efectos del pecado que conocemos. Esto significa que el Señor no solamente entiende nuestro sufrimiento, sino que también puede ayudarnos. En el Evangelio de hoy, Jesús hizo de todo: sanó, expulsó demonios, proclamó el Reino y atendió a un enorme grupo de personas que se aglutinó frente a su puerta (Marcos 1, 33). Seguramente, todas esas demandas le fatigaban y sin embargo, “cuando todavía estaba muy oscuro, Jesús se levantó” y se fue a un lugar solitario, donde se puso a orar” (1, 35). ¿No se merecía dormir un poco? Posiblemente a menudo tú te sientas cargado, como le sucedía a Jesús; en este caso, aparta unos minutos y reza. 78 | La Palabra Entre Nosotros
Si estás vulnerable, el diablo intentará sacar provecho de tu debilidad. Puede decirte que está bien ser irritable; solo porque tienes hambre. O que no te preocupes por las palabras que elegiste; cualquier persona que está tan cansada como tú se merece liberar un poco de presión. Esos son solo los primeros pasos hacia la ladera resbaladiza, y entre más pronto te apartes de ese camino, mejor. Recuerda, Jesús sabe por lo que estás pasando. El Señor decidió hacerse completamente hombre para poder sentir lo que nosotros sentimos, para poder relacionarse con nosotros, ¡y que nosotros pudiéramos relacionarnos con él! Cada vez que te sientas cansado o tentado, con hambre o herido, recuerda que Jesús sabe lo que estás experimentando. Recuerda cómo él acudía a su Padre en oración antes de que el enemigo tuviera siquiera una oportunidad de aprovecharse. Luego, reza, encuentra un “lugar solitario” y pídele a Jesús su gracia para ver a través de ella. Siempre recuerda que él está a tu lado, listo para ayudarte y animarte. Siempre recuerda que él sabe. “Te suplico que me ayudes, Señor, a enfrentar las demandas de la vida.” ³³
Salmo 105 (104), 1-2. 3-4. 6-7. 8-9 Marcos 1, 29-39
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E D I T A C I O N E S
de enero, jueves Marcos 1, 40-45 Se compadeció de él, y extendiendo la mano, lo tocó. (Marcos 1, 41) En el musical El Fantasma de la Ópera del compositor inglés, Andrew Lloyd Webber, el personaje principal está desfigurado tanto física como emocionalmente. Esta pobre alma había sufrido toda una vida de rechazo y falta de intimidad humana. Al final, el beso de la heroína, Cristina, vence su autocompasión e ira y lo sana de una forma que él nunca creyó que fuera posible. De forma similar, cuando el hombre en el Evangelio de hoy le dice a Jesús “si tú quieres, puedes curarme”, no solamente le está pidiendo que lo sane de su enfermedad y la desfiguración que sufre; también está pidiendo ser amado y aceptado otra vez por la gente. ¿Cuánto tiempo pasó desde que este hombre sintió por última vez el contacto con otra persona? No un empujón brusco para sacarlo del camino o una lluvia cruel de piedras por parte de niños asustados y enfadados, sino una mano amistosa o una caricia con amor. ¿Desde hace cuánto no sentía algún tipo de compañía humana? No es difícil entender la razón por la cual Jesús “se compadeció de él”, ni por qué hizo algo más que solamente pronunciar palabras de sanidad: Él “extendiendo la mano, lo tocó” (Marcos 1, 41).
El contacto con Jesús no solo venció aquella horrible enfermedad que aquel hombre padecía; también venció su aislamiento. Al tocarlo físicamente, Jesús lo trajo de vuelta al mundo de la camaradería y la pertenencia, el Señor reconcilió a este hombre con quienes lo rodeaban. El contacto físico es vital para nuestra salud emocional y espiritual. Piensa en lo bien que se desarrolla un niño cuando es acariciado por su madre o la reacción positiva de una persona cuando recibe una palmada alentadora en el hombro, un beso amable en la mejilla, o un abrazo cálido. A través de un simple toque, podemos decir mucho a los demás, tanto de nuestra aceptación y compañía como del amor y la compasión de Dios. ¡Anímate!, y acércate a alguien hoy. No confíes solo en la lógica de tus palabras, y no dejes todo a Dios, pensando en que él transformará mágicamente la vida de esa persona. Jesús confía en ti para ofrecer su amor y para mostrarle a las personas que su Padre celestial los ama, los valora y los recibe en su Reino. “Señor Jesús, te ruego que me ayudes a transmitir a otros tu amor sanador.” ³³
Hebreos 3, 7-14 Salmo 95 (94), 6-7c. 7d-9. 10-11
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de enero, viernes Marcos 2, 1-12 Como no podían acercarse a Jesús…, quitaron parte del techo. (Marcos 2, 3) Cuatro hombres cargaron a su amigo hasta la casa en la cual se encontraba Jesús enseñando, lo único que querían era acercarse todo lo que pudieran. No importaban los obstáculos que encontraran, ellos se abrirían camino y no se rendirían. “Si tan solo pudiéramos acercarnos a Jesús”, se decían el uno al otro. No sabían qué esperar, pero los relatos de sanación que habían escuchado los llenaban de esperanza. Ellos querían que Jesús sanara a su amigo. ¡Esta es una bella imagen de la oración de intercesión! Cuando intercedemos, nos ponemos nosotros mismos y a la persona o situación por la que estamos rezando delante de Jesús. Acudimos a él, llenos de esperanza, y le pedimos su ayuda. Pero, ¿cómo nos presentamos frente a Jesús? Puedes empezar tu oración de intercesión con un tiempo de alabanza. Deja a un lado todo lo demás que está en tu mente y fíjate en lo maravilloso que es Jesús. Alábalo por su poder, misericordia y amor. Agradécele por todo lo que ya ha hecho por esta persona o esta situación. Fija tu corazón en todo lo que es bueno, santo y hermoso de Jesús, y alejarás de ti el temor,
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la duda y la ansiedad que te dificultan entrar en su presencia. Si una duda o una preocupación se están asomando porque parece que tu oración no tiene respuesta, imita a los hombres de la lectura de hoy: ¡no te rindas! Ellos fueron tan lejos que subieron al techo y quitaron las tejas para poder bajar a su amigo y colocarlo al frente de Jesús. Procura perseverar tú también, recuerda, Jesús conoce bien la situación de esa persona; él no te abandonará. También, mientras intercedes, confía en que Jesús está haciendo su obra, incluso cuando sea difícil de ver. Fue precisamente esa clase de confianza la que guio a estos hombres a hacer lo que fuera necesario para acercarse a Jesús. Cuando el Señor vea tu perseverancia, tu confianza y tu fe, él sentirá compasión. Tú puedes hacer una verdadera diferencia, tus oraciones pueden conmover el mismísimo corazón de Jesús. Esa es la promesa que encontramos hoy en el Evangelio, la promesa que Dios no quiere que olvides. “Señor Jesús, te presento mis intenciones, yo creo en que tú puedes cambiarlo todo.” ³³
Hebreos 4, 1-5. 11 Salmo 78 (77), 3. 4bc. 6c-7. 8
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de enero, sábado Marcos 2, 13-17 ¿Por qué su maestro come y bebe en compañía de publicanos y pecadores? (Marcos 2, 16) El próximo lunes inicia la Semana de Oración por la Unidad de los Cristianos, y el Evangelio de hoy es una excelente introducción. Imagina la escena: Jesús y sus discípulos estaban comiendo en el patio de la casa de Leví (San Mateo). Pero sus oponentes simplemente no entendían por qué estaba ahí, ¿cómo era posible que compartiera la mesa con cobradores de impuestos y otros “indeseables”? ¿Acaso Jesús no creía en las enseñanzas de la Torá que llamaban a los israelitas a alejarse de quienes eran impuros? ¿Qué crees que podría haber pensado Jesús? ¿Podría estar deseando con todo su corazón que sus detractores se les unieran en la cena? Puede ser difícil de imaginar, pero, ¡el Señor quiere que todos nos sentemos alrededor de su mesa! Jesús quiere que todos estemos unidos por el amor y la hermandad. De hecho, en su plegaria final antes de su crucifixión dijo “que todos ellos estén unidos; …como tú Padre, estás en mí y yo en ti” (Juan 17, 21). Cuando pensamos en nuestros hermanos de otras denominaciones, probablemente no somos como estos fariseos que se oponían a Jesús. Nosotros no los rechazamos, sin embargo,
siguen existiendo muros entre ellos y otras iglesias. Algunos de esos muros fueron construidos hace muchos siglos a través de cismas y luchas religiosas. Otros fueron edificados por años de ignorancia y suposiciones falsas. Y otros muros surgieron simplemente debido a que no deseamos salir de nuestra zona de comodidad. Pero no hay un solo muro que Jesús no pueda derribar. Durante esta semana que viene, comprométete a unirte con tus oraciones a la oración que hizo Jesús por la unidad. Cada día, puedes elegir un tema diferente para tu oración. Por ejemplo, el lunes puedes rezar por una mayor apertura al diálogo entre las iglesias. Ya ha habido logros, pero todavía queda mucho por hacer. Al día siguiente, puedes rezar por el fin de la desconfianza. Luego, reza para que las personas vean el bien que hay en otras iglesias y puedan aprender de ellas, y podrías rezar por tus propias relaciones con otros cristianos. No menosprecies tus plegarias porque eres una sola persona, recuerda que, ¡otras personas alrededor del mundo estarán rezando contigo! “Señor, te ruego que en tu Iglesia cesen la división y la incomprensión.” ³³
Hebreos 4, 12-16 Salmo 19 (18), 8. 9. 10. 15
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MEDITACIONES ENERO 17-23
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de enero, II Domingo del Tiempo Ordinario 1 Samuel 3, 3-10. 19 Aprender a escuchar la voz de Dios nunca es fácil, sino, pregúntale a Samuel. Pero este relato tiene tres noticias que resultan alentadoras para todos nosotros. Primero, está bien esforzarse y no entender el mensaje. A menudo Samuel tampoco escuchaba la voz de Dios, incluso en los años antes de este evento (1 Samuel 16, ). Todos seguimos aprendiendo a sintonizarnos en el Espíritu. Segundo, Dios siempre fue muy paciente con Samuel, aunque él no prestara atención de inmediato. El Señor también es paciente con nosotros y continúa enviándonos mensajes en nuestro camino, incluso cuando sabe que nos perderemos algunos de ellos en medio de la agitación de la vida. Finalmente, es posible que tú estés escuchando ya al Señor, pero aún no te has dado cuenta. Medita en esto: ¿por qué Samuel corrió a donde Elí cuando Dios lo llamó? Tal vez la voz de Dios sonó más “natural” de lo que él habría esperado, 82 | La Palabra Entre Nosotros
así que buscó una fuente natural. Imagina lo emocionado que estaba Samuel cuando descubrió que quien lo llamaba era Dios. Lo mismo sucede con nosotros, generalmente Dios no nos habla con una voz audible. Más bien, a menudo utiliza medios naturales, incluyendo nuestra consciencia, imaginación, pensamientos y sentimientos. Incluso las imágenes mentales que vemos, pueden venir de Dios. Recuerda esto hoy cuando vayas a Misa. Si sientes que tu corazón se conmueve, incluso aunque sea con una sola frase de la homilía, no lo limites a tus propias emociones. Toma nota, porque podría ser que el Espíritu esté inspirando tu corazón. Si un pensamiento, tal como “esa persona parece ansiosa”, cruza tu mente podría ser que el Señor te esté pidiendo que la consueles. De igual manera, si el nombre de un compañero de trabajo surge en tu mente durante la oración de los fieles, podrías verlo como una señal para rezar por él. Puedes confiar en que el Señor te dará oídos para escuchar su voz mientras tú lo sigues buscando a él. “Señor, te pido que me ayudes a escuchar tus palabras.” ³³
Salmo 40 (39), 2. 4ab. 7-8a. 8b-9. 10 1 Corintios 6, 13-15. 17-20 Juan 1, 35-42
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de enero, lunes Marcos 2, 18-22 A vino nuevo, odres nuevos. (Marcos 2, 22) ¿Qué hay de nuevo? Esa pregunta puede resultarnos incómoda. Realmente, ¿debe haber algo nuevo en mi vida? Posiblemente apreciamos que la vida sea predecible, con todas la rutinas, amistades y actividades que nos resultan cómodas. Pero, ¿estarán los límites de la comodidad ocultando o sofocando la vibrante vida en Cristo que recibimos en el Bautismo? Piensa en el poderoso efecto que la nueva vida tuvo en las personas que se encontraron con Jesús en los Evangelios: Sanó a los diez leprosos (Lucas 17, 11-19), ayudó a Zaqueo no solo a pedir perdón sino a ofrecer la restitución a sus víctimas (19, 1-10). Le dio a Santiago, Juan y Mateo nuevos trabajos (Marcos 1, 19-21; 2, 13-21). Le concedió a María de Betania ser su discípula (Lucas 10, 39). Liberó a Pablo y a Silas de la cárcel y ayudó a sus captores a creer en él. (Hechos 16, 16-40). ¿Qué ha sucedido contigo? Tú has recibido al mismo Espíritu Santo que estaba tan activo en Jesús y en sus primeros seguidores. Entonces, ¿cómo puedes ser tú igual a un odre flexible, listo para expandirte hacia direcciones nuevas e inesperadas? ¿Qué significa esto para ti?
Para una creyente, implicó invitar a sus vecinos a su casa semanalmente para compartir el café y el estudio de las Escrituras. A un barbero lo llevó a ofrecer sus habilidades a los reclusos de la prisión como una forma de estimular su sentido de dignidad. Para una madre que estaba acostumbrada a preparar meriendas para que sus hijos llevaran a la escuela, significó llevar a su familia a un refugio local para indigentes a empacar comidas para los niños. De hecho, incluyeron un pequeño juguete y un mensaje alentador en cada una. Estos y otros ejemplos más pequeños pueden darte una idea del “vino nuevo” del Espíritu Santo, la vida vibrante que ha sido derramada en tu corazón. Las oportunidades para alcanzar y permitir que la vida fluya de ti y bendiga a las personas que están a tu alrededor son infinitas. Tal vez esto ya puede estar sucediendo en tu vida. Entonces atrévete a preguntarle a Dios qué cosa nueva quiere hacer él a través tuyo esta semana. Pídele que te muestre cómo puedes abrirte lo suficiente para cooperar con él. “Espíritu Santo, te ruego que abras mi corazón para recibir la vida nueva que me has dado.” ³³
Hebreos 5, 1-10 Salmo 110 (109), 1bcde. 2. 3. 4
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de enero, martes Hebreos 6, 10-20 Sin duda, el año 2020 tuvo algunas dificultades únicas para todos nosotros: una pandemia global que se tradujo en planes alterados, dificultades económicas y para muchos, tensiones políticas y raciales. Cualquiera de estas cosas puede habernos afectado, sin mencionar cualquier prueba personal que podemos haber enfrentado o que aún estamos enfrentando. A la luz de todo lo que ha sucedido y que continúa desarrollándose, este versículo de la primera lectura de hoy puede darnos ánimo: “Esta esperanza nos mantiene firmes y seguros” (Hebreos 6, 18). Como cristianos, podemos poner nuestra esperanza en la promesa de que un día estaremos unidos con Dios en el cielo. Ninguna enfermedad, pérdida financiera, decepción o plan cancelado o cualquier clase de lucha puede frustrar esa promesa. Esa es la esperanza que el autor de la carta a los Hebreos transmitió a los primeros cristianos, y es la misma que nos transmite hoy a nosotros. Si hacemos nuestro mayor esfuerzo para permanecer cerca del Señor y cumplir sus mandamientos, nuestra esperanza es segura y cierta. Pero, ¿cómo nos aferramos a esa esperanza? ¿Soportando y apretando los dientes a través de las dificultades? ¡No! Nuestra esperanza está puesta 84 | La Palabra Entre Nosotros
en la fidelidad de Dios, podemos estar seguros de que él nos acompañará en cada problema que enfrentamos porque confiamos en él. Esa no es simplemente una promesa ambigua. Dios nos da tres fuentes tangibles de gracia que pueden fortalecer y renovar nuestra esperanza. En la Eucaristía, Jesús se hace presente, nos sana, nos fortalece y nos nutre. En las Escrituras, el Señor nos enseña quién es él, cuánto nos ama y los planes maravillosos que tiene para nosotros. Y a través de nuestras relaciones, Dios nos bendice con familia, amigos y hermanos en Cristo que pueden darnos el amor y el apoyo que necesitamos al enfrentar las dificultades. En todas estas formas, podemos experimentar un anticipo del cielo y la esperanza se hace más fuerte. A veces la vida puede ser difícil; sabemos cómo se siente cuando estamos perdiendo la esperanza. Cuando eso sucede, no te permitas hundirte en la frustración o la desesperación. La presencia de Jesús en la Eucaristía, la Escritura y en otras personas son las líneas de vida que Dios te está lanzando. Aférrate a ellas, ¡y no las sueltes! “Señor Jesús, mi esperanza está en ti.” ³³
Salmo 111 (110), 1b-2. 4-5. 9. 10c Marcos 2, 23-28
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de enero, miércoles San Fabián, Papa y Mártir O: San Sebastián, Mártir Marcos 3, 1-6 Entonces, mirándolos con ira… (Marcos 3, 5) La ira es uno de los siete pecados capitales. Pero aquí vemos a Jesús, que no pecaba, al enojarse. ¿Cómo podemos resolver esta contradicción? La verdad es que, el enojo no siempre es malo, a veces, puede ser bueno. Según Santo Tomás de Aquino el enojo justo es una reacción fuerte a la injusticia, y su propósito es impulsarnos a corregir cualquier falta que hayamos presenciado. Por ejemplo, supongamos que algún vecino acaba de insultar a alguien que es nuevo en el vecindario. La “ira buena” puede moverte a defender a este recién llegado o a corregir gentilmente a tu vecino. Pero el enojo fácilmente puede volverse pecado. Por ejemplo, “la ira pecaminosa” en los comentarios de tu vecino pueden provocar que tú lo insultes a él y que eso solo empeore la situación. Cuando algo así sucede, tu enojo no solo le hace daño a tu vecino sino que también te roba tu propia paz mental. Esta ira nos roba la alegría y siembra la desconfianza, y fácilmente puede llevarte a cometer otros pecados. Jesús debe ser tu modelo sobre la clase de ira que puede estimular las acciones positivas. En el Evangelio de
hoy, su ira provocó que él actuara, pero en ningún momento permitió que su enojo se agravara, ni que explotara en furia. Más bien, él lo controló con la gracia del Espíritu y lo canalizó para bien. Observa que Jesús también sintió tristeza por la falta de compasión de sus enemigos, San Marcos dice que él estaba enojado y tenía “tristeza” por su actitud insensible (Marcos 3, 5). De cierto modo, la ira justa siempre incluye algo de tristeza por cualquier injusticia que estemos observando. Cuando te enojas con alguien, recuerda el ejemplo de Jesús. Tu enojo puede ser menos intenso si lo combinas con un deseo sincero de que esa persona cambie para bien de otros o de sí misma. Jesús entiende lo fácil que es que el enojo saque lo peor de nosotros. Afortunadamente, podemos apoyarnos en él, podemos examinar los motivos de nuestro enojo y pedirle a Jesús que nos perdone si hemos cometido un error. Jesús siempre está dispuesto a ablandar tu corazón para que tengas más espacio para amar. “Amado Señor, te ruego que me perdones por enojarme y pecar.” ³³
Hebreos 7, 1-3. 15-17 Salmo 110 (109), 1bcde. 2. 3. 4
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de enero, jueves Santa Inés, Virgen y Mártir Marcos 3, 7-12 . . .Porque era tanta la multitud, que estaba a punto de aplastarlo. (Marcos 3, 9) Las noticias sobre sanaciones en Cafarnaúm atrajeron a una multitud tan grande que amenazaba con aplastar a Jesús. Sin teléfonos o periódicos, correos electrónicos o mensajes de texto, las noticias se habían difundido hasta Tiro y Sidón, a unos ochenta kilómetros al norte, y a Idumea, más de ciento veinte kilómetros al sur. ¿Cómo habían llegado tan lejos las noticias de los milagros que Jesús realizaba? Tenemos que asumir que una persona le contó a otra, y esa le contó a otra persona que a su vez habló con alguien más. Posiblemente fue así de simple y así de poderoso. Cuando Dios actúa, lo que sigue es el asombro. Imagina escuchar que la gente se sanaba, los inválidos eran restaurados y la desesperación y el desánimo desaparecían. Si escuchas hablar mucho sobre ellos, podrías atreverte a creer que los milagros son posibles incluso para ti. Las noticias pueden hacer nacer in ti la esperanza. Incluso escuchar sobre cosas “pequeñas” como preocupaciones aliviadas, una bondad inesperada, o poder dormir bien durante la noche, puede
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tener un efecto similar. La palabra simple es poderosa, y tú puedes compartir esa clase de buenas noticias. Si crees que Dios ha hecho algo en tu vida, cuéntaselo a alguien más. Si crees que Dios te mostró algo en tu oración, o una lectura de la Misa resuena en tu corazón, cuéntale a alguien. Podrías encender en otros la esperanza o la fe. No es necesario que la dramatices, ni tampoco que le hables a multitudes. Intenta contarle solo a otra persona, simple y llanamente, sobre lo que Dios ha hecho en tu vida. Luego deja espacio para que el Espíritu Santo suscite una fe más profunda. Tampoco tienes que convencer a nadie. Dios puede hacerlo, ya que sus palabras y acciones tienen poder en sí mismos. El mundo tiene hambre de la presencia de Dios, y tú puedes señalar dónde y cómo lo ves actuar. Si crees que no tienes nada que decir, pídele hoy que te dé algo que puedas compartir. Siempre fíjate en dónde está actuando Dios, ya sea que hable, sane o anime. “Señor, te ruego que me ayudes a ver tu obra y contarle a otros lo que estás haciendo.” ³³
Hebreos 7, 23—8, 6 Salmo 40 (39), 7-8a. 8b-9. 10. 17
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de enero, viernes Día de oración por la protección legal de la criatura en el vientre materno (EE. UU.) Marcos 3, 13-19 Para que se quedaran con él. (Marcos 3, 14) El hermano Lorenzo de la Resurrección, laico carmelita del siglo XVII, dedicó su vida a “practicar” la presencia de Dios. Es decir, procuraba realizar cada tarea, incluso la más mundana, con la consciencia constante de la presencia de Dios. A su manera, el hermano Lorenzo, captó el mensaje principal del Evangelio de hoy. Jesús apartó a sus discípulos de la multitud y escogió a doce de ellos para que fueran sus mensajeros especiales. Sin embargo, como lo describe San Marcos, Jesús no empezó dándoles toda clase de poderes y diciéndoles que fueran y trabajaran fuerte. Según Marcos, su primer llamado fue a simplemente “estar” con Jesús. Esto no suena muy encantador, ¿verdad? Los discípulos probablemente estaban acostumbrados a estar en el medio de la acción, viendo a las personas sanarse o ser liberadas; y sin embargo Jesús sabía que ellos no podrían mantener su ritmo, o experimentar paz, sin pasar un tiempo con él. ¿Alguna vez has sentido que el Señor te llama a simplemente “estar” con él?
Tal vez necesitas simplificar tu horario y centrarte en las cosas importantes de la vida. Pero generalmente, viene en los cambios usuales de la vida. Tal vez experimentaste esto cuando tus hijos se fueron a estudiar a la universidad, o cuando renunciaste a un trabajo para pasar más tiempo junto a tu familia. O quizá sucedió cuando luchaste contra una larga enfermedad. De pronto, había mucho más espacio en tu agenda y mucha menos actividad. Estos cambios en la vida pueden ser difíciles por muchas razones, pero en el medio de ellos, puedes escuchar la tranquila voz de Dios, que te invita a pasar más tiempo junto a él. Hoy podrías sentirte como se sintieron los discípulos cuando Jesús los apartó de toda actividad, tal vez algo dubitativo o reticente. Nos gusta estar ocupados y activos, pero recuerda que Jesús te está llamando a algo aún mejor, algo que te ayude a ser más eficaz cuando llegue el momento de servir nuevamente. Entonces escucha su llamada, y cuando llegue, simplemente di: “Señor, quiero estar junto a ti. Te suplico que me ayudes a acercarme más en este tiempo de quietud.” “Señor, te ruego que me ayudes a estar a solas contigo.” ³³
Hebreos 8, 6-13 Salmo 85 (84), 8. 10. 11-12. 13-14
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de enero, sábado San Vicente, Diácono y Mártir O: Santa Mariana Cope, Virgen Hebreos 9, 2-3. 11-14 ¡Cuánto más la sangre de Cristo purificará nuestra conciencia de todo pecado, a fin de que demos culto al Dios vivo…! (Hebreos 9, 14) Es fácil reconocer a un niño que se siente culpable, porque evita establecer contacto visual con sus padres y se aleja de la “escena del crimen”. Si no logra huir rápidamente, sonreirá falsamente e intentará ganarse de nuevo la buena voluntad de sus padres. La mayoría de los padres saben lo que el niño ha hecho y ya lo han perdonado, pero a menudo el niño intentará “arreglar” lo que hizo de cualquier manera. Barrer las piezas de un plato quebrado no lo repara ni hará que las cosas se arreglen, ¡pero él aun así lo intenta! ¿Con cuánta frecuencia te relacionas con Dios tu Padre como un niño culpable? Andas cabizbajo, convencido de que él no está feliz contigo. Incluso cuando ya has confesado tu pecado y recibes la absolución, sigues cargando tu culpa como si fuera un peso sobre tus hombros. Podrías tratar de calmar tu conciencia realizando buenas obras para tratar de balancear las malas. Entonces, te esfuerzas mucho. Pero mientras intentas hacer lo que puedes, 88 | La Palabra Entre Nosotros
tus esfuerzos solamente ensombrecen el asunto principal: Has roto algo que solamente Dios puede reparar. El escritor de Hebreos entendió que no se trata solamente de lo que hacemos; ¡sino de lo que Jesús ya hizo! Al derramar su sangre, Jesús ya obtuvo nuestro perdón. Es más, ya limpió nuestra consciencia de ese sentimiento persistente de culpa que dice: “Tengo que ser mejor, debo esforzarme más.” Nosotros no necesitamos convencer al Señor para que nos perdone y nos reciba otra vez. Nuestras buenas obras son una respuesta de gratitud por lo que Jesús ha hecho, no un intento para acumular la bondad suficiente para agradar a Dios. Al derramar su sangre, Jesús ha hecho una nueva creación. Su sangre, su propia vida, cambia todo lo que toca, ¡incluso a nosotros! Podemos caminar con la seguridad de que somos hijos de Dios, perdonados de todos los pecados y lavados por el poder de la sangre de Jesús. ¡Qué Dios más amoroso tenemos! ¡Qué misericordioso es nuestro Salvador! ¿Cómo no vamos a alabarlo desde lo más profundo del corazón? “Amado Jesús, ¡gracias por tu sangre, derramada por mí!” ³³
Salmo 47 (46), 2-3. 6-7. 8-9 Marcos 3, 20-21
MEDITACIONES ENERO 24-30
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de enero, III Domingo del Tiempo Ordinario Marcos 1, 14-20 La Escritura tiene una manera de resumir mucha información en pocas líneas, y el Evangelio de hoy es un ejemplo perfecto. Es posible que todo lo que Jesús tuviera que hacer era decir “síganme” para que Pedro y Andrés dejaran sus redes y a sus familias y se convirtieran en sus discípulos. Pero es muy probable que este relato sea la culminación de varios otros encuentros que tuvo con ellos. Podemos aprender dos cosas de esta observación. Primero, nuestra opción de seguir a Jesús nunca es una decisión que se toma una sola vez. Segundo, la decisión de ayudar a otras personas a seguirlo debe renovarse y refrescarse muchas veces a lo largo de nuestra vida. Algunas personas se casan solamente unos pocos días después de haberse conocido, es poco común, pero sucede. En ese caso, la pareja tiene que profundizar en su compromiso matrimonial si quieren permanecer juntos. Así que si incluso Pedro y Andrés aceptaron
de improviso la llamada del Señor, su compromiso con Jesús necesitaba crecer y desarrollarse. Si no, eventualmente habrían abandonado a Jesús. Lo mismo sucede con nosotros. No importa cuán maduro sea nuestro “sí”, el Espíritu Santo quiere llevarlo a un nivel más profundo de manera que podamos conocerlo mejor y ser siervos más eficaces de su Reino. Este principio se aplica al llamado que hemos recibido de ayudar a otras personas a seguir a Jesús. Es posible que nuestros hijos y amigos acepten de inmediato nuestro consejo y entreguen su vida al Señor. Pero, conociendo la naturaleza humana, es probable que más que una simple invitación, necesiten tiempo y atención. Nunca dejes de mostrarles tu amor, ni de cuidar de ellos o de decirles que Jesús es amor, misericordia, redención y reconciliación. Hoy, Jesús te está llamando a seguirlo, y a evangelizar a las personas con amor y compasión. Es un llamado exigente, pero Jesús tiene toda la gracia que tú necesitas. “Señor, te seguiré todos los días de mi vida.” ³³
Jonás 3, 1-5. 10 Salmo 25 (24), 4-5a. 6-7cd. 8-9 1 Corintios 7, 29-31
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de enero, lunes Conversión de San Pablo, Apóstol Hechos 22, 3-16 Deberás atestiguar ante todos los hombres lo que has visto y oído. (Hechos 22, 15) Al acercarnos al final de la Semana de Oración por la Unidad de los Cristianos, podrías preguntarte porqué estamos celebrando la conversión de San Pablo. A primera vista, puede parecer que él no era un promotor de la unidad, pues, tenía una personalidad celosa y la habilidad para hacer enemigos. Él defendía la verdad del Evangelio con mucho celo. Una de las verdades que Pablo defendió apasionadamente era que en Cristo, todos los creyentes son uno. Piensa, por ejemplo, en su incansable trabajo para que se superaran las divisiones entre los judíos y los gentiles. Lo dijo una y otra vez: El bautismo ha hecho que todos los creyentes sean uno en Cristo. Todas las divisiones debían superarse para que pudieran tratarse como hermanos iguales en el Señor (ver Gálatas 3, 28; Romanos 10, 12; 1 Corintios 12, 13 y Colosenses 3, 11). Esa no era una idea muy popular en el tiempo en que los judíos y los gentiles eran dos mundos completamente aparte. Obviamente había importantes diferencias religiosas y doctrinales. Los gentiles llevaban siglos persiguiendo y 90 | La Palabra Entre Nosotros
oprimiendo a los judíos; tenían tradiciones culturales e ideales nacionales distintos. Y precisamente, debido a que no eran judíos, provenían de una amplia variedad étnica. ¿Cómo se podían cerrar esas brechas? Con mucha oración y escuchando al Espíritu Santo. Pablo mismo había visto la obra de Dios en los creyentes gentiles a quienes él servía muy de cerca. Como resultado, él se abrió al camino por el que el Espíritu los estaba guiando hacia la unidad. ¿Qué sucede con nosotros? Posiblemente no seamos capaces de resolver todos los asuntos doctrinales que nos separan de los cristianos de otras denominaciones. Pero, por la gracia de Dios, podemos aprender a amarlos como hermanos en Cristo. Tenemos mucho más en común, que lo que tenían los gentiles y los judíos en los inicios de la Iglesia. Nos unen la gracia del Bautismo, el Espíritu Santo y nuestro piadoso deseo de justicia. Al vernos unos a otros como hijos amados de Dios, trabajaremos juntos por el Evangelio y seremos más capaces de procurar la unidad según el corazón de Dios. “Amado Jesús, te suplico, que como San Pablo, pueda ver a todos los cristianos como mis hermanos.” ³³
Salmo 117 (116), 1. 2 Marcos 16, 15-18
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de enero, martes Santos Timoteo y Tito, Obispos 2 Timoteo 1, 1-8 A Timoteo, hijo querido. (2 Timoteo 1, 1) Hoy celebramos a dos de los compañeros más conocidos de San Pablo: Timoteo y Tito. Ambos eran jóvenes cuando empezaron a trabajar con Pablo, y con el tiempo se convirtieron en líderes de la Iglesia por derecho propio; Timoteo en Éfeso y Tito en Creta. A pesar de que no sabemos mucho sobre Tito, las Escrituras nos dan una mejor descripción de Timoteo, y hay mucho que aprender de su vida. Según la Escritura, Timoteo era un miembro de alta estima entre la comunidad cristiana de Listra y un hombre con un profundo amor por Dios (Hechos 16, 2), y se le menciona por primera vez cuando Pablo visita Listra en su segundo viaje misionero y ahí conoce a este joven y queda muy impresionado por la fe que tenía, por lo que lo invita a que sea su ayudante y algo así como un apóstol en entrenamiento. Las dos cosas que se hacen evidentes en las cartas de San Pablo a Timoteo son la falta de experiencia del joven líder y su timidez. Pablo lo exhorta a mantenerse firme y no prestar atención a las enseñanzas equivocadas, principalmente a ser valiente
y confrontar los asuntos que amenazan la fe en la comunidad cristiana de Éfeso (1 Timoteo 1, 18-20). También, lo exhortó a ser más asertivo al dirigirse a la comunidad (2 Timoteo 1, 7) y le recordó cómo debía conducir su vida personal (1 Timoteo 5, 1-6). Parece que Timoteo tenía mucho que aprender, pero estaba abierto a las enseñanzas y contaba con el apoyo de San Pablo. Con el paso del tiempo, Pablo empezó a confiar más en él, hasta el punto de afirmar que “no tengo ningún otro” como Timoteo (Filipenses 2, 20). Las limitaciones de Timoteo nos enseñan que Dios puede escribir recto en reglones torcidos, el Señor puede trabajar con las personas imperfectas. La historia de Timoteo nos anima a ser pacientes con nosotros mismos, y con los demás. Nos dice que Dios siempre está actuando para transformar a su pueblo, para que pueda hacer maravillas por el Evangelio. Si Dios pudo actuar en Timoteo, puede hacerlo con todos nosotros, ¡incluso contigo! “Padre, te ruego que hagas surgir a hombres y mujeres que, como Timoteo y Tito, te amen y estén dispuestos a servir a tu Iglesia.” ³³
Salmo 96 (95), 1-3. 7-8. 10 Marcos 3, 31-35
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de enero, miércoles Santa Ángela Merici, Virgen Marcos 4, 1-20 En la II Guerra Mundial, los nazis creían que el código secreto que estaban utilizando para transmitir sus mensajes por radio era indescifrable. Pero los ahora famosos hombres y mujeres de la instalación militar Bletchley Park en Inglaterra, finalmente lograron descifrar el código, y su trabajo recibió el crédito de haber acortado la guerra hasta por dos años. ¿Has sentido alguna vez que tratas de descifrar un código secreto cuando lees la Escritura? No siempre es fácil entender lo que los escritores de los Evangelios, San Pablo o cualquier otro de los autores de la Biblia, estaban intentando trasmitir. Pero Jesús le dijo a sus discípulos, y también a nosotros: “A ustedes se les ha confiado el secreto del Reino de Dios” (Marcos 4, 11). Esa es la razón por la cual envió al Espíritu Santo, que es el máximo “descifrador de códigos”, es Aquel que nos ilumina mientras leemos y abre nuestro corazón y mente para entender la Palabra de Dios. La primera cosa que puedes hacer al abrir tu Biblia es invocar al Espíritu Santo. Al igual que los discípulos le pedían explicaciones a Jesús de sus parábolas, tú puedes pedirle al Espíritu Santo que te ayude a entender lo
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que lees. El Espíritu puede convertir ese párrafo que a primera vista parecía denso, en un pasaje claro y elocuente que te conmueva profundamente. Segundo, puedes invertir en una Biblia católica de estudio con notas al pie así como un buen comentario bíblico. Estas son ayudas valiosas que te permitirán entender la historia, el contexto y género de cada uno de los libros que lees. También podrías participar en algún estudio bíblico o hacer uno con un amigo o con tu cónyuge. Tercero, reza regularmente con las Escrituras. Por ejemplo, en la parábola del Evangelio de hoy el sembrador y la semilla pueden ser la base de una rica meditación. Puedes preguntarte: “¿Qué clase de tierra he sido últimamente? ¿He permitido que la ansiedad por las cosas mundanas o la atracción de las riquezas se interpongan en el camino? Finalmente, persevera. Es posible que no siempre entiendas lo que leas, pero no te desanimes. Continúa pidiendo la ayuda del Espíritu Santo, cree que con el tiempo el Espíritu continuará revelándote los misterios de su Reino. “Espíritu Santo, gracias por abrir mi corazón y mi mente a la Palabra de Dios.” ³³
Hebreos 10, 11-18 Salmo 110 (109), 1-4
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de enero, jueves Santo Tomás de Aquino, Presbítero y Doctor de
la Iglesia Hebreos 10, 19-25 Estimulémonos mutuamente con el ejemplo al ejercicio de la caridad y las buenas obras. (Hebreos 10, 24) ¡Qué sencillo es el mensaje del Evangelio! A través de su cruz y resurrección, Jesús ha abierto el camino para que cada uno de nosotros fuera liberado del pecado y pudiera entrar en la presencia de Dios. Jesús ha resucitado, y ahora la puerta está abierta para todos nosotros. Pero por más simple y directo que sea este mensaje, a veces necesitamos ver abierta la puerta que está justo delante de nosotros. Y ahí es donde los hermanos en Cristo tienen un papel fundamental que desempeñar. A veces nos recuerdan que los sacramentos son poderosos y están fácilmente disponibles. Pueden acercarse y preguntar: “Te ves muy cargado, ¿has pensado en ir a confesarte? La iglesia que está cerca tiene confesiones todos los sábados.” O, “voy a conectarme a la Misa en línea al final de mi turno de trabajo, ¿por qué no te unes tú desde tu computadora?” También, “me preguntaba si tu papá estaría dispuesto a recibir la unción de los enfermos.” A veces nos señalan oportunidades que nosotros podríamos haber pasado por alto. Pueden contarnos sobre un
centro para indigentes que necesita ayuda adicional para preparar las comidas, o invitarnos a un estudio bíblico virtual en la parroquia que teníamos ganas de hacer. O podrían animarnos a escribirle a nuestro representante en el Congreso sobre un asunto importante. En ocasiones nos ayudan a ver las áreas en las que el Espíritu Santo ya está haciendo su obra en nuestra vida: “¡Qué buena idea! Eso suena inspirado, ¿cómo puedo ayudarte a que funcione?” “Tú siempre pareces tener una perspectiva más amplia que la mía, realmente agradezco la forma en que me ayudas a ampliar mi visión.” “Tú tienes la enorme capacidad de entender el punto medular de una situación compleja, no temas señalarlo cuando lo identifiques.” A veces nos exhortan a confiar en Dios y a creer cuando la fe está tambaleando. En otros momentos, nuestra fe los ayuda a sostenerse firmemente en medio de un tiempo de dificultad. ¡En todas estas formas y muchas otras más, todos podemos “estimularnos mutuamente” a entregarle la vida más profundamente al Señor! “Señor, ayúdame a dar y recibir el ánimo que me hace un fiel administrador de tus dones.” ³³
Salmo 24 (23), 1-6 Marcos 4, 21-25
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de enero, viernes Hebreos 10, 32-39 Recuerden aquellos primeros días. (Hebreos 10, 32) ¿Sabías que la vida cristiana se parece mucho a ir remando en un bote? Permíteme explicarte esta idea. Cualquier persona que haya remado en un bote te puede decir que al principio es un poco confuso. Primero, a la hora de manipular los remos, hay que acostumbrarse a mantener el destino al que te diriges detrás tuyo y no al frente. Eso sucede porque el cuerpo tiene más poder muscular concentrado en la espalda y los hombros que en la parte del frente del cuerpo. Además, jalar es un movimiento más eficaz que empujar. Entonces terminas impulsándote “hacia atrás” para dirigirte hacia donde quieres ir. ¿Qué tiene que ver esto con la vida de fe? En la primera lectura de hoy encontramos la explicación: “Recuerden aquellos primeros días.” Recuerda aquellos momentos en los que te sentiste especialmente cerca del Señor, o piensa en la época de la Iglesia primitiva o la alegría que transmitía San Francisco o el humilde compromiso de la Madre Teresa con los pobres. Haz retroceder tu mente, recuerda lo fascinante que era la vida, incluso si enfrentabas dificultades a ti no te importaba porque Jesús estaba
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a tu lado, y la vida estaba llena de sus promesas. En otras palabras, la mejor forma de crecer en tu fe es mirar hacia atrás a todas las cosas buenas que el Señor ha hecho en tu vida. Permite que estos recuerdos te impulsen hacia adelante a aguas agitadas. Permite que las lecciones de tu pasado te guíen conforme te enfrentas con nuevos retos. Aprópiate de las palabras de los santos que han ido delante tuyo como un consejo para el futuro que te espera. Y siempre, siempre, mantén las antiguas enseñanzas e historias de la Escritura en tu mente. En la Última Cena, Jesús le dijo a sus discípulos: “Hagan esto en memoria de mí” (Lucas 22, 19). Hacia el final de su vida, San Pablo le dijo a Timoteo: “Acuérdate de Jesucristo, que resucitó” (2 Timoteo 2, 8). San Pedro también prometió que siempre nos seguiría “recordando” a Jesús y su amor (2 Pedro 1, 12). Así que procura recordar siempre, recuérdalo todo. Lo que no debes recordar es el pecado, incluso Jesús se ha olvidado de eso. “Señor Jesús, te suplico que me ayudes a mirar hacia atrás para poder acercarme más a ti.” ³³
Salmo 37 (36), 3-6. 23-24. 39-40 Marcos 4, 26-34
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de enero, sábado Marcos 4, 35-41 Condujeron a Jesús en la misma barca en que estaba. (Marcos 4, 36) ¿En qué estado se encontraba Jesús en esa barca en la que iba? Estaba cansado, tan cansado que ni siquiera una violenta tormenta podía despertarlo. Pero cuando sus discípulos lograron que despertara, él la calmó inmediatamente. Eso sucedió así porque Jesús también estaba revestido de divinidad y estaba preparado para ejercer su autoridad. El temor, la tensión o el nerviosismo de los discípulos no lo hizo entrar en pánico. El Señor apaciguó la tormenta de inmediato, tal vez algo somnoliento o con la respiración agitada por haberse despertado de repente. Jesús enfrentó la necesidad del momento con el poder divino que tenía dentro de él en esa ocasión. Dios habita en ti también; su Espíritu mora en tu corazón. Así que cuando estés en medio de una de las tormentas de la vida, puedes enfrentar la necesidad del momento tal como eres, como un hijo de Dios lleno del Espíritu Santo. Es normal pensar “si tan solo yo fuera un poco más santo”, “si tan solo rezara o leyera más la Escritura, o me concentrara más en la Misa, entonces podría calmar las tormentas furiosas, trayendo paz a las situaciones
tensas, o consuelo a alguien que esté temeroso.” “Si tan solo…” Bueno, toma al Señor Jesús como ejemplo, que tal como estaba trajo paz tan pronto como se despertó. Tal vez no tendrás que enfrentar una tempestad en el mar, pero es posible que puedas llevar paz a una reunión tensa en el trabajo, o cuando escuchas a un bebé llorar en el supermercado porque su siesta está retrasada, o tal vez a esa persona gruñona y temerosa que está sentada a tu lado en un avión. En ese momento, cualquiera que sea, es el momento idóneo para decirle al caos “¡paz! ¡cálmate!” Probablemente no sea el momento para gritar, pero puedes hablar en voz baja en tu corazón y pedirle al Padre que traiga paz. Tal vez el Espíritu Santo te dé valor o una palabra de aliento para compartir o un recordatorio del amor de Dios que puede ayudar a calmar la tormenta que tienes enfrente. El pensamiento “si tan solo…” nunca te abandonará, pero el Espíritu tampoco. Permite que te capacite, tal como tú eres, para enfrentar las tormentas de hoy. “Señor Jesús, te ruego que me des tu paz para enfrentar el día que empieza.” ³³
Hebreos 11, 1-2. 8-19 (Salmo) Lucas 1, 69-75
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MEDITACIONES ENERO 31—FEBRERO 6
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de enero, IV Domingo del Tiempo Ordinario Marcos 1, 21-28 Resulta fácil reconocer el comportamiento: Una celebridad que pide una sentida disculpa por una indiscreción que quedó grabada en un video, un político que encubre su postura en un tema controversial por temor a que los donantes de su campaña se molesten o un estudiante de escuela que inventa excusas porque entregó incompleta la tarea. Cuando la gente no es honesta, eso nos pone en alerta y su actuación hace difícil tomar en serio sus palabras pues han perdido autoridad. Esto es exactamente lo opuesto a la forma en que reaccionó la gente que se encontraba en la sinagoga después de que escucharon a Jesús. ¡Él era auténtico! No había evasivas o rodeos en lo que decía, tampoco había temor por la posible reacción de la gente. Las personas podían ver que hablaba en serio y que decía exactamente lo que quería decir. Jesús habló del Reino de Dios con humildad y una claridad simple, como si él mismo lo hubiera visto de primera
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mano, y desde luego, ya lo había visto. Tiene autoridad (Marcos 1, 22). Esa también es la manera en que Jesús habla a tu corazón. No con la autoridad falsa de un matón que quiere asustarte y someterte, ni con la autoridad insegura de un hombre que intenta convencerte de algo que él mismo no cree. No, el Señor te habla con la humilde autoridad del Mesías, motivado únicamente por el amor que te tiene. Es esa clase de autoridad que una persona demuestra cuando ayuda a un amigo cercano que atraviesa un momento difícil, hablando con gentiliza siempre que sea posible, pero con firmeza si es necesario, y con respeto y afecto. Cuando Jesús nos habla de esa manera, sus palabras calan en nuestro corazón y sabemos que él está hablando por amor. Jesús quiere hablarte con autoridad en la Misa de hoy, él no quiere amenazarte, presionarte o dominarte. Tampoco quiere engañarte o darte promesas vacías. No, él quiere conmover tu corazón, encender tu esperanza y darte su paz. Así que ve a Misa dispuesto a escucharlo. “Espíritu Santo, ayúdame a escuchar hoy la voz de Jesús.” ³³
Deuteronomio 18, 15-20 Salmo 95 (94), 1-2. 6-7c. 7d-9 1 Corintios 7, 32-35
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