Edición especial por Pascua
AB R IL - M AYO 2 0 2 0
La Pascua, la Resurrección y Tú Conozcamos la gracia del Bautismo
Dos interesantes Testimonios de vida
En este ejemplar: Abril - Mayo 2020
La Pascua, la Resurrección y Tú La Eucaristia Testimonio del Padre Carlos García
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Un enorme paso de fe ¿Me pedía Dios realmente que renunciara a mi carrera? Testimonio de Shannon Kennedy Garrett
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Pentecostés: La promesa cumplida La Iglesia animada e iluminada por el Espíritu Santo Por Carlos Alonso Vargas
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El poder de Dios para la salvación 19 El Bautismo hace que la cruz de Cristo sea una realidad para nosotros Bautizados en Cristo 24 Unidos a Cristo, podemos superar cualquier cosa El fruto del Bautismo 29 ¿Qué efectos causa este sacramento en la vida del creyente? Los grupos de oración nacen, no se hacen 96
Meditaciones diarias
Abril del 1 al 30 Mayo del 1 al 31 Estados Unidos Tel (301) 874-1700 Fax (301) 874-2190 Internet: www.la-palabra.com Email: ayuda@la-palabra.com
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Cuando somos bautizados, nacemos de nuevo Queridos hermanos: Aunque la gran mayoría de los católicos no recordamos el día de nuestro Bautismo, pues fuimos bautizados cuando éramos bebés, ese acontecimiento marcó nuestra vida para siempre como cristianos católicos, pertenecientes a Cristo Jesús y miembros de su Cuerpo Místico. ¡Gracias a nuestros padres o aquellos que nos llevaron a bautizar! No todas las historias son iguales, por supuesto, pues todos somos diferentes, pero mirando en retrospectiva a mi niñez, juventud y vida como adulto, puedo darme cuenta claramente de que la mano de Dios estuvo siempre presente en mi familia y en mí personalmente. Recuerdo que mi mamá nos inculcaba, a sus cuatro hijos, los valores de la verdad, el respeto a los mayores, el estudio, el trabajo honesto y esmerado y el cariño familiar, valores que, naturalmente son netamente cristianos. Viendo lo que sucede en el mundo actual, me parece que hace mucha falta que los padres de familias católicas refuercen la enseñanza de estas prácticas como objetivos primordiales y necesarios en la vida de los niños y jóvenes de hoy. La cultura del mundo ha cambiado, 2 | La Palabra Entre Nosotros
naturalmente, pero los valores cristianos no. Los valores cristianos, son en esencia, los fundamentos de la verdadera cultura occidental, de la cual nosotros somos bendecidos herederos y beneficiarios. Por eso, los padres cristianos tienen el deber de buscar fórmulas y vías para llegar a las conciencias y razonamientos de sus hijos, y mientras más pequeños sean, mejor. Lo bueno es que no tienen que hacerlo solos, porque contamos con la fuerza y la sabiduría del Espíritu Santo que recibimos en el Bautismo. Así que, ¡manos a la obra! Ar tículos adicionales. El calendario litúrgico del Tiempo de Pascua termina con el Domingo de Pentecostés, el “cumpleaños de la Iglesia”. Por tal razón, nos pareció aconsejable incluir un artículo sobre la venida del Espíritu Santo, que es el tercer misterio glorioso del Santo Rosario. Desde aquel esplendoroso día de Pentecostés, el amor y la gracia de Dios se derramaron sobre toda la humanidad. En último término, presentamos el testimonio de una joven farmacéutica que, tras una vida alejada de Dios, vio como el Señor la fue llevando a iniciar un importantísimo
ministerio de ayuda a los drogadictos de su ciudad y su estado. El Señor se vale de los instrumentos que necesita para realizar su obra y lo hace con amor y alegría. ¡Tal vez te quiera utilizar a ti también, querido lector!
Que la Pascua de Resurrección los lleve a celebrar el Domingo de Pentecostés con mucha fe y esperanza. Luis E. Quezada Director Editorial editor@la-palabra.com
La Palabra Entre Nosotros • The Word Among Us
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La Eucaristía que Jesús nos regaló el día de Pascua Testimonio del Padre Carlos E. García Llerena CJM
El día que una Hermana Evangélica me enseñó a amar la Eucaristía Quiero compartirles, una experiencia vivida en mi juventud, en la época de mi primer amor con Jesús, después de algunos años de agnosticismo e indiferencia religiosa. Durante toda mi vida de “católico” me habían “informado” de Jesús y de la Iglesia, me habían llenado de mucha catequesis pero nunca me habían llevado a los pies de Jesús. Era difícil amar a quien no conocía. En la adolescencia, Dios se convirtió en un estorbo para la diversión. Situación que se agudizó en mis primeros años de vida universitaria. Cómo no pretendo contarles mi testimonio, sino mi redescubrimiento del valor de la Eucaristía, les resumo que a través del testimonio de mi hermano gemelo, tuve la oportunidad de tener una experiencia personal con Jesús, y de 4 | La Palabra Entre Nosotros
integrarme a la experiencia de fe comunitaria vivida en los grupos de oración de la Renovación Carismática Católica. Bendita Renovación, que no solamente me trajo de nuevo a la Iglesia sino que, bajo su espiritualidad, me hice sacerdote. Mi experiencia en un Campamentos de Fe y Oración - CFO Se iniciaba el año de 1980 cuando, con ese hambre de querer conocer más al Señor, llegó a la Ciudad de Lima, la experiencia de los “Campamentos de Fe y Oración” (CFO); traídos a Sud América por la Hna. Georgina Gamarra, misionera Maryknoll, El CFO era un retiro ecuménico de 3 días dictado por un pastor evangélico y un sacerdote católico, con aprobación de las respetivas autoridades eclesiásticas y con la participación de varios sacerdotes, inclusive que venían del extranjero.
En los CFO se vivía un verdadero espíritu ecuménico, que no consistía en callar o negar las diferencias, sino en aceptarlas y respetarlas. Tanto era así que por las mañanas a penas nos levantábamos, los católicos que participábamos en él, teníamos nuestra Eucaristía diaria, mientras los hermanos evangélicos tenían, en otro salón, su devocional matutino.
Perú, a través del ILV (Instituto Lingüístico de Verano, dedicado a traducir el Evangelio en las lenguas indígenas de la amazonía), lloraba desconsoladamente en los hombros de su marido.
Como no llegaba a comprender lo que ocurría, le pregunté a mi amiga Nora de Pestana: - Qué le ocurre a Bárbara Shanon? Por qué llora?. Sin embargo, un gesto Nora volteó la cara hacia que me llamó la atención "Ella llora ellos y me dijo: fue constatar que algunos porque - Es que no te das cuenta hermanos evangélicos preno puede Charly? ferían acompañarnos en comulgar, Yo volví a ver Bárbara, tranuestra Eucaristía que parporque ama al tando de encontrar la causa, ticipar en su devocional. Señor..." pero quedé más sorprendido Después del desayuno, aun, porque no era capaz de descubrir lo que para Nora todas las actividades se hacían en común. parecía tan evidente; le volví a inquirir: - No, no entiendo porque llora tanto. Sucedió la mañana del último día Se vivía un verdadero espíritu de gra- La respuesta que me dió Nora me ha cia, amor y convivencia. Pero fue en la dejado deslumbrado hasta el día de hoy: mañana del último día que tendría una experiencia que me marcaría para siem- - Ella llora, porque no puede comulgar, pre y que aún no he olvidado, después porque ama al Señor, nos ama a nosode 25 años de haberla vivido. tros los católicos como hermanos en Cristo, pero no puede comulgar porque El P. Vicente, del puerto de Chimbote, es un Sacramento de la Iglesia Católica celebraba la Eucaristía y todo se desen- y Bárbara no es católica. volvía normalmente, hasta el momento de la comunión. Hasta el día de hoy las palabras de Cuando regresé a mi banca, constaté Nora Pestana resuenan en mi memoque la Sra. Bárbara Shanon, esposa del ria y en mi corazón. misionero evangélico norteamericano Allan Shanon, quienes servían en el Bárbara lloraba porque no podía recibir Abril / Mayo 2020 | 5
la Eucaristía, cuando en el mundo, miles de millones de católicos que pueden hacerlo, no lo hacen, por pereza, por desidia, por indiferencia; y aquí, hay una mujer que ama a Cristo y que sin embargo no puede acercarse a recibir la Comunión. Increíblemente, esa mañana de verano de 1980 una mujer evangélica me dió, sin quererlo y ¡aún sin saberlo!, ¡el testimonio más grande que he recibido de amor a la Eucaristía! Una lección que aprender Mi querido hermano, tú que lees estas líneas, que eres un bautizado católico y tienes el don y el privilegio de recibir al Amor de tus Amores, todos los días en la Eucaristía, ¿Lo estás haciendo?. o te das el lujo de permitir que un pecado te aleje de la comunión y dejas pasar días, meses y hasta años sin comulgar, cuando a otros no tienen ese privilegio. ¡¿Te das cuenta de lo que eso significa?!.
«¿Cómo puede éste darnos a comer su carne?» Jesús les dijo: «En verdad, en verdad os digo: si no coméis la carne del Hijo del hombre, y no bebéis su sangre, no tenéis vida en vosotros. El que come mi carne y bebe mi sangre, tiene vida eterna, y yo le resucitaré el último día. Juan 6, 51-54 Querido lector En el versículo 54 (resaltado en negritas), Nuestro Señor Jesucristo nos dice claramente que LA VIDA ETERNA y la RESURRECCIÓN del último día, están íntimamente ligados con la recepción de la Eucaristía. Recibir la Eucaristía es garantía de la Vida Eterna. Pero este versículo, al afirmar una verdad tan radical, también nos habla de su defecto: Descuidar la recepción de la Eucaristía, por cualquier motivo, pone en riesgo nuestra Salvación y la vida Eterna.
Que nos ofreció Jesús Nuestro Señor Jesucristo lo dijo claramente: «Yo soy el pan vivo, bajado del cielo. Si uno come de este pan, vivirá para siempre; y el pan que yo le voy a dar, es mi carne por la vida del mundo.» Discutían entre sí los judíos y decían: 6 | La Palabra Entre Nosotros
¡Habías caído en la cuenta de esta verdad tan importante! No busco con esto que te acerques a la comunión por temor a la condenación, porque sería lo mas lejano al objetivo que tuvo nuestro Señor con su institución, ser alimento espiritual para los hombres
La Eucaristía es el mayor signo de su amor, al dar la vida por nosotros.
Con razón ha proclamado el Concilio Vaticano II que el Sacrificio eucarístico es «fuente y cima de toda la vida cristiana». «La sagrada Eucaristía, en efecto, contiene todo el bien espiritual de la Iglesia, es decir, Cristo mismo, nuestra Pascua y Pan de Vida, que da la vida a los hombres por medio del Espíritu Santo». Por tanto la mirada de la Iglesia se dirige continuamente a su Señor, presente en el Sacramento del altar, en el cual descubre la plena manifestación de su inmenso amor. (Encíclica E.E. 2)
En Roma realizó un postgrado en Teología del Matrimonio y la Familia. Fue vice-rector del Seminario Mayor de la Diócesis de Tacna Perú. Párroco en Quito y Guayaquil Ecuador. En la actualidad es párroco de la parroquia del Espíritu Santo en Barranquilla, Colombia. Tiene un ministerio reconocido de predicación por todo el continente.
Artículo Publicado en la edición de Octubre 2006
P. Carlos E. García, Sacerdote Eudista La vocación del P. Carlos E. García nació dentro de la espiritualidad carismática en los grupos de oración. Estudió economía en la U. Católica de Lima. En el Minuto de Dios de Bogotá, siendo aún seminarista, fundó la comunidad Juvenil Génesis. Fue ordenado sacerdote de la congregación de Jesús y María, Padres Eudistas el año 1992. Abril / Mayo 2020 | 7
Un enorme paso de fe ÂżMe pedĂa Dios realmente que renunciara a mi carrera?
Por Shannon Kennedy Garrett
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uando yo era niña, mis padres tenían dos ideas muy distintas de la fe católica. Mi papá rara vez iba a la iglesia y a veces se burlaba de las personas que le pedían ayuda a Dios para tomar decisiones. Mi mamá, en cambio, iba a Misa diaria y hacía oración diariamente. Viendo esta diferencia en mis padres, yo no sabía qué creer sobre Dios, pero sí había algo de lo que me sentía segura. Mis padres estaban de acuerdo en una cosa muy clara: Mientras hubiera seguridad financiera en la familia, todo estaría bien. Un giro en mis planes. Siguiendo el consejo de mis padres, decidí estudiar la carrera de farmacia, en lugar de cosmetología, porque la profesión de farmacéutica tenía mejores perspectivas salariales. Me dediqué de lleno a mis estudios y llegué a ser una de las farmacéuticas mejor catalogadas en la zona en la que vivía. Después de dieciséis años, conseguí un cargo todavía más prestigioso como inspectora de farmacias en la Junta Farmacéutica del Estado de Kentucky. Mis padres no podían estar más orgullosos de mí y a pesar de que yo ya tenía cuarenta años, su opinión todavía significaba mucho para mí. En esa época mi carrera iba claramente floreciendo; sin embargo, no sucedía lo mismo con mi vida personal. No iba a la iglesia todos los domingos y tampoco buscaba a Dios ni su guía Abril / Mayo 2020 | 9
para mi vida. Yo era madre soltera y ya me había divorciado no una, sino dos veces y estaba cayendo en depresión. Aun cuando tenía seguridad financiera, lo demás no estaba bien. Además, en 2013, cuatro años después de haber empezado a trabajar como inspectora de farmacias me diagnosticaron cáncer de seno. El temor y la tristeza que me invadieron fueron inexpresables. Tanto empeoró la depresión que realmente no sabía si quería vivir o morir y ninguna suma de dinero podía cambiar esa situación. Por desesperación, acudí a Dios y le pedí que me indicara si él era de verdad real y si aún realizaba milagros, que me lo demostrara. Naturalmente, mi plegaria fue muy sincera, pero aun así me sorprendió la forma tan rápida en que me contestó. Rodeada por Dios. A pesar de que yo no asistía a la iglesia con regularidad, recibí una inesperada llamada del director de educación religiosa de mi parroquia para invitarme a dar la clase de catecismo a los niños en edad preescolar. Al principio yo no quería aceptar porque estaba acostumbrada a acostarme tarde los sábados por la noche, pero por alguna razón acepté. Una de las lecciones era enseñar sobre el Rosario y terminé aprendiendo yo a rezarlo junto con los niños, y luego empecé a rezarlo diariamente. Lentamente, empecé a percibir la presencia de Dios junto a mí cuando logré hacer 10 | La Palabra Entre Nosotros
la conexión entre los misterios del Rosario y los sucesos de mi propia vida. El Señor también me mostró que él es real de una forma tan dramática que me dejó pasmada. Por el cáncer que me habían diagnosticado me dijeron que me tenían que hacer una mastectomía y eso me aterrorizó. Realmente, pensé que me iba a morir después de la cirugía. Era un temor que solo estaba en mi mente, pero era un sentimiento muy real. Sin embargo, durante este tiempo, una amiga de mi madre pasó por mi casa y me dijo: “El Señor me envió a compartir contigo un versículo de la Biblia: ‘No tengas miedo, que no vas a morir’” (Jueces 6, 23). El enorme sentimiento de alivio y esperanza que me llenó fue indescriptible. ¡Dios me estaba dando la seguridad de su existencia y su amor a través de esta señora! Ahora, después de la cirugía, el tratamiento y cinco años de monitoreo, estoy libre de cáncer. Así fue como empecé a ver a Dios en cada aspecto de mi vida. Tomé un curso para católicos divorciados que me ayudó a sanar y perdonar, y escuché la voz de Dios a través de la Misa, las lecturas diarias de la Sagrada Escritura y las estaciones de radio cristianas. Conocí a un buen hombre, que me ayudó más aún a escuchar la voz del Espíritu Santo y me casé con él. Esto me ayudó a crecer en mi unión con Dios y empecé a compartir mi experiencia todos los días en Facebook con
Dios me dio un profundo deseo God gave me de hablarles a a longing to speak los estudiantes y to students and ayudarles a librarse de la adicción a help them end las drogas. drug addiction. el fin de dar esperanza a otros. A través de todo esto, Dios estaba preparando el terreno para ayudarme a confiar en él de una manera aún más profunda. Nuevos deseos, nueva carrera. Mi trabajo como farmacéutica había generado en mí una creciente compasión por aquellos que son adictos a las drogas. En la primavera de 2016, un colega y yo impartimos un programa de concientización sobre las drogas en una escuela secundaria. Les dijimos a los estudiantes que el 25% de sus compañeros escolares abusaría de algún medicamento recetado o haría mal uso de él antes de su graduación. En ese momento, me sentí movida por el Espíritu Santo para preguntar a
los estudiantes si conocían a alguien que ya hubiera vivido esa experiencia. Más de la mitad de los doscientos cincuenta jóvenes que se encontraban ahí levantaron su mano. Después de la conferencia muchos querían preguntarnos cómo podían ellos obtener ayuda para sí mismos, sus amigos o sus padres. Estábamos sobrecogidos por la honestidad de los muchachos y por la enormidad del problema, al punto de que sentí un gran deseo de dar presentaciones similares en muchas otras escuelas. Pero había un problema: mi jefe me dijo que eso no sería posible mientras yo trabajara para la Junta. Es decir, tenía que tomar una decisión, que no era nada fácil y me sentí Abril / Mayo 2020 | 11
Hasta el día de hoy, el Proyecto Daris ha ayudado a más de diez mil estudiantes a comprometerse a colaborar para terminar con la adicción a las drogas. desolada. Sabía que si decidía abandonar mi carrera mis finanzas sufrirían mucho. En enero de 2017 empecé a ayunar y rezar para pedirle guía al Señor. Luego, un día de febrero, mientras leía una de las lecturas diarias de la Misa, un versículo me llamó la atención: “No confíes en tu riqueza” (Eclesiástico 5, 1). A través de esta y otras señales que recibí durante varios meses, tuve la seguridad de que Dios me estaba pidiendo que diera un gran paso de fe. Finalmente, el 1 de agosto renuncié a la Junta Farmacéutica de Kentucky. Para esa fecha ya había obtenido el permiso para trabajar como organización sin fines de lucro, que denominé Proyecto Daris, en recuerdo de un joven que había fallecido a causa de una sobredosis de heroína. Seguir a Dios hoy en día. Yo sabía que tenía que llamar a mis papás para darles la noticia personalmente, y no me sorprendió que se preocuparan por mi futuro. Pero le dije a mi padre: “Es Dios quien me está dando esta oportunidad hoy y no puedo esperar veinte años para aprovecharla.” Dos 12 | La Palabra Entre Nosotros
semanas más tarde pasé a ser la primera empleada del Proyecto Daris. El primer año fue difícil, pero nos obligó a mí y a mi marido a confiar plenamente en Dios y no cambiaría ni por un millón de dólares la fuerza espiritual que me ha valido esta decisión. Hasta el día de hoy, el Proyecto Daris ha ayudado a más de diez mil estudiantes en Kentucky a comprometerse a colaborar para terminar con la adicción a las drogas. Sus cartas me han ayudado a perseverar. De esta forma he aprendido que no hay ninguna suma de dinero que pueda resolver todas las situaciones. Solamente Jesús puede hacerlo, y aunque ahora no traigo a casa un cheque abultado, no estoy deprimida ni desesperada; y mejor aún, estoy segura de que Dios es real y que él nos guía. La única forma en que quiero vivir es dejando que el Señor me guíe. Aún hay días en los que no estoy segura de si estoy siguiendo bien a Dios, pero en esos días, rezo la siguiente plegaria de Tomás Merton: “Mi Señor y Dios, no tengo idea de para dónde voy… pero creo que el deseo de agradarte en realidad te agrada… No tendré temor porque siempre estás conmigo, y nunca dejarás que enfrente solo los peligros.” ¢ Shannon Kennedy Garret vive en Kentucky, Estados Unidos. Para más información sobre el Proyecto Daris, visite el sitio web ProjectDaris.com.
PentecostĂŠs
La promesa cumplida
La Iglesia animada e iluminada por el EspĂritu Santo Por Carlos Alonso Vargas
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entecostés es una de las fiestas más prominentes en el calendario litúrgico católico. Pero ¿qué es Pentecostés, y cuál es la razón de su importancia? ¿Qué pertinencia práctica tiene esa festividad para nuestra vida cristiana? En Pentecostés celebramos aquella ocasión en que, cincuenta días después de la Resurrección del Señor, el Espíritu Santo descendió sobre los primeros discípulos que estaban reunidos en oración. Para comprender el significado espiritual de este acontecimiento daremos un vistazo a algunas de las promesas que Dios hizo al pueblo de Israel. El Espíritu Santo y el pueblo de Israel. En el Antiguo Testamento, al Espíritu Santo se lo relaciona principalmente con el don de profecía. En el libro de los Números se narra un episodio en que Josué trata de impedir que unos jefes del pueblo profeticen y Moisés le contesta: “¿Ya estás celoso por mí? ¡Ojalá el Señor le diera su espíritu a todo su pueblo y todos fueran profetas!” (Números 11, 29). Este deseo de Moisés expresa la esperanza de que un día todo el pueblo de Dios reciba el espíritu de profecía, es decir, el Espíritu Santo. Más tarde los profetas, transmitiendo las promesas de Dios a su pueblo, hablan con mayor claridad acerca del Espíritu Santo. Isaías, entre otras promesas sobre este tema, dice: “Voy a hacer que corra agua en el desierto, arroyos en la tierra seca. Yo daré nueva vida a 14 | La Palabra Entre Nosotros
tus descendientes, les enviaré mi bendición” (Isaías 44, 3). Ezequiel registra una promesa similar: “Pondré en ustedes un corazón nuevo y un espíritu nuevo. Quitaré de ustedes ese corazón duro como la piedra y les pondré un corazón dócil. Pondré en ustedes mi Espíritu, y haré que cumplan mis leyes y decretos... y serán mi pueblo y yo seré su Dios” (Ezequiel 36, 24-28). El Señor promete enviar su Espíritu sobre todo su pueblo (como lo anhelaba Moisés), y asegura que el Espíritu divino estará dentro de ellos y los transformará para que cumplan los mandamientos de Dios. Otro profeta que habla con claridad del Espíritu Santo es Joel, por medio del cual Dios promete: “Después de estas cosas derramaré mi Espíritu sobre toda la humanidad: los hijos e hijas de ustedes profetizarán, los viejos tendrán sueños y los jóvenes visiones. También sobre siervos y siervas derramaré mi Espíritu en aquellos días” (Joel 2, 28-29; en algunas versiones es Joel 3, 1-2). También aquí la acción del Espíritu Santo se relaciona con el don de profecía, pero se promete un derramamiento generalizado. Todos estos pasajes anuncian una época futura en que el Espíritu Santo ya no se manifestará solo en personajes
especiales (como Moisés o los profetas) sino que se “derramará” como agua sobre todo el pueblo de Dios. A esa época futura se la llama habitualmente la “era mesiánica”, es decir, el tiempo en que vendría el Mesías y reinaría sobre su pueblo. En efecto, todas estas promesas del Antiguo Testamento hallan su cumplimiento en Jesús, el Mesías prometido. El Espíritu Santo y el Mesías. Una de las profecías más explícitas acerca del Mesías asegura que el Espíritu Santo habitará en él de una forma especial: “Saldrá un vástago del tronco de Jesé, y un retoño de sus raíces brotará. Reposará sobre él el espíritu de Yahveh: espíritu de sabiduría e inteligencia, espíritu de consejo y fortaleza, espíritu de ciencia y temor de Yahveh” (Isaías 11, 1-2 BJ). En efecto, todas las promesas que Dios había hecho a Israel encuentran su cumplimiento en la persona de Jesús, el Mesías o el “Ungido”: en él reposará el Espíritu Santo, según la promesa del Señor. Llegado el momento, Dios interviene en nuestra historia al enviar a su propio Hijo como hombre, el Mesías esperado, para salvar a la humanidad toda. En Cristo se cumple la promesa de Dios de derramar el Espíritu sobre todo su pueblo. Esta venida del Espíritu Santo se realiza primero en el Mesías mismo; después, por medio de él, se hace realidad en la nueva comunidad de los creyentes.
Así Dios Hijo, el Verbo eterno, se hace hombre al ser concebido en el vientre de la Virgen María por obra del Espíritu Santo (v. Lucas 1, 26-38; Mateo 1, 18-20). Ya desde la Encarnación del Hijo de Dios vemos, entonces, que el Espíritu de Dios está fuertemente vinculado con su vida terrenal. Los pasajes que nos narran el bautismo de Jesús (Mateo 3, 13-17 y paralelos) dicen claramente que el Espíritu se manifestó en esa ocasión ungiendo a Jesús para que él iniciara su ministerio. También el Evangelio según San Juan consigna unas palabras de Juan el Bautista que conectan la misión de Jesús con la acción del Espíritu Santo: “¡Miren, ese es el Cordero de Dios, que quita el pecado del mundo!” Juan también declaró: “He visto al Espíritu Santo bajar del cielo como una paloma y reposar sobre él. Yo todavía no sabía quién era; pero el que me envió a bautizar con agua, me dijo: ‘Aquel sobre quien veas que el Espíritu baja y reposa, es el que bautiza con Espíritu Santo’” (Juan 1, 29. 32-33). En efecto, podemos resumir la obra de Jesús en dos acciones: por su sacrificio en la cruz quita los pecados del mundo, y por su glorificación bautiza con el Espíritu Santo. El Evangelio según San Juan presenta también unas palabras de Jesús que se explican con referencia al Espíritu Santo: “El último día de la fiesta era el más importante. Aquel día Jesús, puesto de pie, dijo con voz fuerte: ‘Si Abril / Mayo 2020 | 15
Los siete dones del Espíritu Santo Sabiduría, inteligencia, consejo, fortaleza, ciencia, piedad y temor de Dios. (Catecismo de la Iglesia Católica 1831)
alguien tiene sed, venga a mí, y el que crea en mí, que beba. Como dice la Escritura, del interior de aquél correrán ríos de agua viva.’ Con esto, Jesús quería decir que los que creyeran en él recibirían el Espíritu; y es que el Espíritu todavía no estaba, porque Jesús aún no había sido glorificado” (Juan 7, 37-39). En Cristo estaba actuando el Espíritu Santo como una fuente poderosa, y él había de darlo a quienes creyeran en él; pero esta efusión del Espíritu solo ocurriría cuando él fuera glorificado en su muerte y su resurrección. Así pues, según el mismo Evangelio, en la víspera de su pasión Jesús promete a sus discípulos la venida plena del Espíritu Santo (Juan 14, 15-19. 26; 15, 26; 16, 7-15). Al hacerse hombre, Cristo se había despojado en gran medida de sus prerrogativas divinas, y el Espíritu 16 | La Palabra Entre Nosotros
solo se manifestaba en forma limitada. Pero ahora, al ser glorificado, él podría enviar el Espíritu a sus discípulos con todo su poder. El Espíritu traería algo mucho más completo que la presencia física de Jesús, de modo que los discípulos estarían en ventaja respecto al tiempo en que los acompañaba el Señor en su condición limitada. Dice Jesús: “Es mejor para ustedes que yo me vaya. Porque si no me voy, el Defensor no vendrá para estar con ustedes; pero si me voy, yo se lo enviaré” (Juan 16, 7). Gracias al Espíritu, los discípulos tendrían dentro de sí la presencia viva de Jesús resucitado, con todo su poder, su amor y su gloria. El Espíritu Santo y la comunidad cristiana. Antes de su Ascensión al cielo, el Señor reiteró la promesa de enviar al Espíritu: era lo que había
prometido Dios desde los tiempos del Antiguo Testamento, y lo que Jesús explicó durante la Última Cena: “Esperen a que se cumpla la promesa que mi Padre les hizo... Juan bautizó con agua, pero dentro de pocos días ustedes serán bautizados con el Espíritu Santo… Cuando el Espíritu Santo venga sobre ustedes, recibirán poder y saldrán a dar testimonio de mí” (Hechos 1, 4-5. 8; v. también Lucas 24, 49). Jesús promete entonces que sus discípulos serían “bautizados con el Espíritu Santo”: el Espíritu se derramaría sobre ellos, haciendo realidad lo que Juan el Bautista había anunciado sobre Jesús. Según ese pasaje de los Hechos, el principal resultado de este derramamiento será que ellos “recibirán poder” para predicar el Evangelio a toda la humanidad. La promesa se cumple diez días después de la Ascensión, cuando todos los seguidores de Jesús están reunidos en oración en el día de Pentecostés. Pentecostés era una festividad judía que conmemoraba el día en que Dios había dado su Ley al pueblo de Israel en el Sinaí. Se celebraba cincuenta días después de la Pascua. La palabra “pentecostés”, de origen griego, significa “cincuentena”. Según los Hechos de los Apóstoles, ese día “todos los creyentes se encontraban reunidos en un mismo lugar. De repente, un gran ruido que venía del cielo, como de un viento fuerte, resonó en toda la casa donde ellos
estaban. Y se les aparecieron lenguas como de fuego que se repartieron... Y todos quedaron llenos del Espíritu Santo, y comenzaron a hablar en otras lenguas, según el Espíritu hacía que hablaran” (Hechos 2, 1-4). El resto de ese capítulo describe lo que entonces ocurrió, cuando muchos judíos de distintos países e idiomas que habían llegado a Jerusalén para la festividad se aglomeraron frente a la casa, al oír cómo los discípulos alababan a Dios en sus propias lenguas. Pedro, como jefe de los apóstoles, anuncia a la multitud el Evangelio de Jesús, muerto y resucitado, y llama a todos a la conversión. Para explicar lo que todos han presenciado, Pedro recurre a la profecía de Joel antes citada, donde Dios prometía derramar su Espíritu sobre toda la humanidad. Desde entonces los cristianos celebramos ese día de Pentecostés, cuando se cumplió la promesa de Dios de enviar su Espíritu. Cristo, ascendido al cielo, lo derramó sobre sus discípulos (Hechos 2, 33). El Espíritu, que en tiempos de la antigua Alianza se manifestaba solo en unos pocos escogidos y que durante el ministerio terrenal de Jesús se concentraba en él como el Mesías, ahora había sido derramado en abundancia para habitar en todos los seguidores de Cristo. La promesa de Dios se había cumplido. El resultado de esa gran efusión del Espíritu Santo es el surgimiento de la primera comunidad cristiana, como se Abril / Mayo 2020 | 17
Los frutos del Espíritu Santo Amor, alegría, paz, paciencia, amabilidad, bondad, fidelidad, humildad y dominio propio. (Gálatas 5, 22-23)
nos narra en Hechos 2, 41ss. Esa comunidad es la Iglesia, que, con el poder del Espíritu Santo, se lanza de inmediato a la misión de llevar el Evangelio a todas las naciones. El Espíritu Santo lo da Dios a quienes creen en Cristo (Hechos 5, 32). Lo recibimos en el Bautismo y más plenamente en la Confirmación. La promesa de Pentecostés se hace realidad en nosotros: el Espíritu nos da fortaleza para cumplir los mandamientos de Dios (Romanos 8, 1-17); nos unge con poder para vivir en santidad y así nos va transformando a imagen de Cristo; nos da fuerzas para la misión de anunciar el Evangelio de Jesús a toda la humanidad. Mientras que, para Israel, Pentecostés era la fiesta de la entrega de la Ley 18 | La Palabra Entre Nosotros
en tablas de piedra, para nosotros, los cristianos, es la fiesta de la venida del Espíritu Santo que escribe la Ley de Dios en el corazón de los fieles (2 Corintios 3, 3), dando así cumplimiento a la promesa que había hecho Dios por boca del profeta: “Pondré en ustedes mi Espíritu, y haré que cumplan mis leyes y decretos; vivirán en el país que di a sus padres, y serán mi pueblo y yo seré su Dios” (Ezequiel 36, 27-28). ¢ Carlos Alonso Vargas ha sido por muchos años líder en una comunidad cristiana de alianza. Casado, padre de tres hijos y con cinco nietos, vive con su esposa en San José, Costa Rica.
e d r o p E l DE DIOS par
n รณ i a l a s a l va c
El Bautismo hace que la cruz de Cristo sea una realidad para nosotros
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Domingo de Pascua. María Magdalena acababa de decirles a los apóstoles que había visto la tumba vacía, a los ángeles y a Jesús resucitado. Corriendo hacia la montaña donde lo verían, Pedro y los otros no tenían idea de qué sería lo que les esperaba. ¿Acaso Jesús estaba realmente vivo, como decía María? Si era así, ¿les reprocharía por haberlo abandonado? ¿Seguiría enseñándoles como antes? ¡Qué sorpresa se llevaron cuando lo primero que Jesús hizo fue darles la instrucción de ir a hacer discípulos y bautizarlos! Lo que había pasado quedaba en el pasado; ahora era tiempo de seguir adelante con la misión que el mismo Cristo había preparado para ellos. Debían ir a “todas las naciones”, anunciar el Evangelio y bautizar a cuantos se convirtieran y creyeran en el Señor. La conversión en la Iglesia primitiva. Y eso fue exactamente lo que sucedió. A partir del momento en que fueron ungidos con el Espíritu Santo, los apóstoles hicieron lo que Jesús les había mandado. Ya fuera la multitud en Pentecostés (Hechos 2, 1-12), el carcelero de Filipos (16, 20-34), o un funcionario del reino etíope (8, 26-39), aquellos que escucharon el Evangelio se entregaron a Jesús y fueron bautizados. De hecho, este triple modelo de evangelización, conversión y Bautismo fue la manera en la que la Iglesia creció durante la mayor parte de sus primeros cien años. Según este patrón, los candidatos al Bautismo recibían la catequesis sobre 20 | La Palabra Entre Nosotros
Jesús, su crucifixión y su resurrección. Los discípulos rezaban con ellos y ellos aprendían a orar. Se les invitaba a arrepentirse de sus pecados y emprender la lucha contra nuevos pecados y tentaciones. Cuando quedaba claro que estos candidatos habían demostrado el deseo de continuar el proceso de conversión, eran bautizados, se les admitía a la celebración eucarística y eran declarados miembros plenos de la Iglesia. Hoy las cosas son diferentes. En lugar de que el Bautismo se administre después de la evangelización y la conversión, generalmente se concede al comienzo del camino de fe de la persona, cuando esa persona normalmente es apenas un bebé. Si bien hay muchas buenas razones por las cuales esta secuencia ha llegado a ser común, queda una consecuencia menos afortunada: el Bautismo en la infancia puede llevar a minimizar la virtud del sacramento y el impacto que éste tenga en la vida posterior del creyente. En los artículos de este mes analizaremos el Sacramento del Bautismo, que la Iglesia llama “la base de toda la vida cristiana” (Catecismo de la Iglesia Católica 1213); intentaremos recuperar
el sentido de lo que recibimos cuando fuimos bautizados e indagaremos cómo podemos empezar a desempaquetar los dones que Dios tan generosamente nos concedió ese día. Los sacramentos como señales poderosas. Pero antes de adentrarnos en el Bautismo, es bueno decir algo sobre lo que es un sacramento. Todos sabemos que cada sacramento tiene su propio conjunto de símbolos: el pan y el vino en la Misa; el agua, el óleo y el cirio en el Bautismo; los votos pronunciados y los anillos intercambiados en el Matrimonio. Cada uno de estos elementos simboliza algún aspecto de la forma en que Dios quiere actuar en nuestro ser, ya sea para alimentarnos, para purificarnos del pecado o para unirnos como marido y mujer. Pero los sacramentos no son únicamente un conjunto de acciones simbólicas. También producen aquellas cosas que simbolizan. Por ejemplo, el pan y el vino, convertidos ahora en el Cuerpo y la Sangre de Cristo, realmente nos impregnan con la presencia de Jesús. Los votos solemnes y públicos que pronunciamos en la boda realmente nos unen y nos permiten vivir aquello que estamos prometiendo. Asimismo, el agua que se vierte sobre la persona en el Bautismo no solo simboliza el lavamiento del pecado, sino que efectivamente lo efectúa en su interior. Cuando el sacerdote o diácono pronuncia la fórmula: “Yo te bautizo en
el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo”, la criatura o el adulto nace verdadera y realmente “del agua y del Espíritu” (Juan 3, 5). Hace dos años, en una audiencia general, el Papa Francisco reflexionó sobre el poder del Bautismo, que hace lo que significa: “El Bautismo permite que Cristo viva en nosotros, y que nosotros vivamos unidos a él. Hay un antes y un después del Bautismo” y hace realidad “el paso de una condición a otra” (Audiencia general, 11 de abril de 2018). De manera similar, el Papa Emérito Benedicto XVI se refirió a las palabras que se pronuncian al administrar el Bautismo cuando les habló a un grupo de padres en la Capilla Sixtina: “Estas palabras no son una mera fórmula; son la realidad, y marcan el momento en que sus hijos han renacido como hijos de Dios” (Homilía, 7 de enero de 2007). Tanto el Papa Francisco como el Papa Emérito Benedicto tocaron una clave vital del Bautismo y de todos los sacramentos: Cuando realizamos los actos rituales y rezamos las oraciones prescritas, que forman parte de la celebración de ese sacramento, Dios está actuando de una manera poderosa y definitiva. Teniendo presentes estas verdades, revisaremos cómo entiende San Pablo el Sacramento del Bautismo. “¿Estás desprevenido?” En los cinco primeros capítulos de su Carta a los Romanos, San Pablo habla del Abril / Mayo 2020 | 21
Todo lo que hace falta es que demos uno o dos pequeños pasos, y Dios responderá con una gran marea de gracia.
“poder de Dios para la salvación de todo el que cree” (Romanos 1, 16), y afirma que todas las personas estaban “atadas” con las ligaduras del pecado y que Dios, por su gran misericordia, envió a su Hijo Jesucristo a desatarnos y redimirnos mediante su muerte y su resurrección. Estos pasajes de la Palabra de Dios son una obra literaria espectacular, que abarcan el cielo y el infierno, el bien y el mal, el pecado y la redención. Pablo sabía, por supuesto, que es importante explicar lo obrado por Dios para rescatarnos, pero es igualmente importante describir cómo se hace realidad la salvación para nosotros. Aquí es donde entra en acción el Bautismo. En el capítulo 6, escribe: 22 | La Palabra Entre Nosotros
“¿No saben ustedes que, al quedar unidos a Cristo Jesús en el Bautismo, quedamos unidos a su muerte? Pues por el Bautismo fuimos sepultados con Cristo, y morimos para ser resucitados y vivir una vida nueva, así como Cristo fue resucitado por el glorioso poder del Padre” (Romanos 6, 3-4). Este es el milagro del Bautismo. Cuando se derramó el agua sobre nosotros y se pronunciaron las palabras, nos unimos con Jesús y su muerte en la cruz. Todo el poder, la gracia y la misericordia de Dios se desencadenaron y colmaron el mundo con su abundancia el Viernes Santo original, y fluyeron en la vida de cada bautizado y todos los fieles llegamos a ser una nueva creación.
¡Así de generoso y tierno es nuestro Padre celestial! Hizo todo lo necesario para rescatarnos y llevarnos a su lado, e incluso nos dio este magnífico sacramento, que nos lava de nuestros pecados y nos llena de su luz y su vida. El Señor no espera a que hagamos algo para merecer estas bendiciones, porque sabe que nunca podríamos merecerlas. En cambio, toma la iniciativa y hace maravillas en nosotros, ¡aun cuando seamos criaturas pequeñas incapaces de darnos cuenta de lo que está sucediendo! La ”ecuación completa” del Bautismo. Con todo, el Sacramento del Bautismo es solo una parte de la ecuación. Como dijimos anteriormente, en la Iglesia de los primeros siglos las personas solían ser bautizadas después de haber experimentado algún grado de conversión. Algo había sucedido que los despertaba al poder de Dios y al deseo de vivir en Cristo; habían experimentado la acción del Espíritu Santo y habían comenzado a pedirle ayuda, consuelo y perdón. Hoy, sin embargo, dado que el Bautismo normalmente se recibe antes de la conversión, la gracia y el poder de este sacramento pueden permanecer en estado latente en la vida de una persona, a veces por mucho tiempo, y no es sino cuando nos convertimos y nos entregamos de verdad al Señor que comenzamos a experimentar la enorme fuerza contenida en el sacramento.
Así como Pedro instó a sus primeros oyentes en Pentecostés, el Espíritu Santo nos llama a todos a arrepentirnos y creer que Cristo habita en cada uno de nosotros. Hermano, ¡pon tu fe en la vida nueva que has recibido! Confía en que tú eres una nueva creación, y deja que esa nueva creación cobre vida en tu interior. Dios nos ha dado dones asombrosos. Nos ha lavado de todos nuestros pecados; nos ha adoptado como hijos suyos; ha abierto las compuertas del Reino de los cielos para nosotros; incluso ha depositado su propia vida divina en nuestro ser. Todo esto ocurrió en el momento en que fuimos bautizados. Ahora, el Señor nos pide que tomemos conciencia de estos dones y nos dispongamos a que nos cambien la vida. Pero no es solo Dios quien nos pide esto. Los santos y los ángeles congregados en torno a su trono de gloria nos instan igualmente a aceptar y asumir nuestra herencia. El Espíritu Santo nos anima con fuerza en nuestro interior, deseoso de compartir con nosotros toda su sabiduría, su poder y su amor. Y la Iglesia nos invita a que vivamos como hijos del cielo, para que aquellos que aún no han llegado a creer se conviertan. Todo lo que hace falta es que demos uno o dos pequeños pasos, y Dios responderá con una gran marea de gracia. En efecto, ya hemos sido bautizados en Cristo, ahora nos toca ¡vivir en Cristo! ¢ Abril / Mayo 2020 | 23
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Unidos a Cristo, podemos superar cualquier cosa
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ada domingo en la santa Misa, cuando rezamos el Credo, declaramos al unísono: “Confieso que hay un solo Bautismo para el perdón de los pecados,” pero, durante la temporada de Pascua, hacemos la profesión del Bautismo de una manera especialmente significativa: somos rociados con agua bendita. Semana tras semana, durante la temporada pascual, se nos recuerda aquel día en que se nos derramó agua bendita por primera vez; se nos recuerda aquel primer día en el que afirmamos nuestra fe en Cristo Jesús, o si éramos bebés, cuando lo hicieron nuestros padres y padrinos por nosotros. Ese fue el día luminoso en que se nos lavaron nuestros pecados y fuimos incorporados al Reino de Dios. 24 | La Palabra Entre Nosotros
¿Por qué la Iglesia hace una conexión tan contundente entre el Sacramento del Bautismo y el tiempo de Pascua? ¿Qué significa la resurrección de Cristo que nos hace reflexionar sobre nuestra propia iniciación en la Iglesia? Esa es la pregunta que queremos tratar de responder en este artículo. Queremos contemplar el vínculo que crea el Bautismo entre Jesús y nosotros, especialmente el vínculo que une nuestra vida cotidiana y la muerte y la resurrección de Jesucristo. Hemos muerto con Cristo. Empecemos por la Sagrada Escritura. En su Carta a los Romanos, San Pablo nos dice que cuando somos bautizados nos unimos a Jesús en su muerte en la cruz (6, 3), y que él “murió de una vez para siempre respecto al pecado” (6, 10). Y precisamente, porque estamos unidos a Cristo, nuestros pecados también murieron con él, y lo mismo ocurrió con el castigo que merecían esos pecados. Cuando desde la cruz Jesús exclamó “Todo está cumplido”, no estaba simplemente tratando de darle un efecto dramático a ese momento (Juan 19, 30); estaba realmente proclamando una verdad que ha cambiado la vida de miles de millones de personas. ¿Por qué? Porque el pecado fue destruido, la humanidad fue perdonada y las puertas del cielo se abrieron para los creyentes. Esto significa que el Bautismo completa todo un ciclo entre la cruz de 25 | La Palabra Entre Nosotros
Cristo y nuestra incorporación a esa cruz. No se trata solo de que nuestros pecados sean perdonados, sino que hasta la mancha del pecado original queda borrada. La original falta de confianza del ser humano en Dios, nuestro deseo primero de anteponernos a Jesús y su voluntad, también fue lavado por las aguas del Bautismo (Catecismo de la Iglesia Católica 397-398), y por eso, ahora ya no estamos bajo la condenación que el pecado original había provocado (Romanos 8, 1). Los católicos creemos que los sacramentos son señales vivas que tienen la virtud de ponernos en contacto con la vida de Jesús de una forma real y efectiva. Por ejemplo, la Misa nos transporta de regreso a la Última Cena, donde podemos recibir el Cuerpo y la Sangre de Cristo. El Bautismo nos lleva de regreso a la cruz y nos hace partícipes de la libertad y la salvación que allí Jesús ganó para nosotros. Es como si el sacramento nos “insertara” en Cristo cuando él entregaba su vida por nosotros. O, para usar la idea de una popular plegaria del siglo XIV denominada “Alma de Cristo”, estábamos escondidos en sus llagas y su sangre inmaculada e inocente nos lavó de todo pecado y maldad. Hemos resucitado con Cristo. Estas son verdades maravillosas, ¿no es así? ¿Quién pensaría que Dios Todopoderoso se tomaría tanta molestia nada más que para librarnos del pecado? Pero Abril / Mayo 2020 | 25
Cuando Jesús exclamó “Todo está cumplido”, no estaba simplemente tratando de darle un efecto dramático (Juan 19, 30); estaba proclamando una verdad que ha cambiado la vida de miles de millones de personas. este sacramento no se limita a lavarnos de nuestros pecados, porque no solamente estamos unidos con la muerte de Jesús; también estamos unidos con su resurrección. San Pablo enseñaba a los colosenses diciéndoles: “Ustedes fueron sepultados con Cristo, y fueron también resucitados con él, porque creyeron en el poder de Dios, que lo resucitó” (Colosenses 2, 12). En efecto, el Bautismo no solo nos purificó, sino que nos resucitó a una nueva forma de vida; nos ha dado una participación en la propia fuerza divina de Dios para que vivamos libres del pecado. El Espíritu Santo inundó el corazón de los creyentes y así nos hizo una nueva creación y nos dio la capacidad de aceptar y adoptar la fórmula de la paz y la pureza de Dios, y rechazar la fórmula del pecado, el egoísmo y la soberbia. Es cierto que la experiencia nos indica que no siempre ganamos la batalla contra el mal. Claro, pudimos 26 | La Palabra Entre Nosotros
superar el pecado original mediante el Bautismo, pero nuestra naturaleza humana sigue siendo vulnerable; todavía tenemos aquella tendencia a caer en falta, lo que se denomina “concupiscencia”, y nos tocará lidiar con eso toda la vida. Pero no tenemos que enfrentar solos la tentación. Gracias al Bautismo, Cristo habita en nosotros y él es nuestra esperanza de libertad y de gloria; solo hace falta hablarle con amor y pedirle con fe que nos llene de su gracia” (v. Colosenses 1, 27). La “semilla” del Bautismo. Es muchísimo lo que Dios nos ha dado. En el Bautismo, el Padre nos sumergió en la muerte y la resurrección de su Hijo; nos lavó del pecado original y nos concedió su Espíritu Santo para que llevemos una vida de santidad. Todo esto lo hizo en el Bautismo. Sin embargo, esta vida nueva que recibimos en este sacramento no es más que una
“semilla” que está latente en nuestro ser, que está viva pero en forma potencial hasta que la tomemos y la plantemos en el suelo fértil de la fe. Solo entonces echará raíces y dará frutos maravillosos. San Pablo les dijo a los colosenses que, como ellos ya habían sido resucitados con Cristo, ahora debían buscar “las cosas del cielo, donde Cristo está sentado a la derecha de Dios” (Colosenses 3, 1) y que, en el Bautismo, “su vida está escondida con Cristo en Dios” (3, 3). También les dijo que si buscaban “las cosas del cielo” experimentarían cambios profundos y duraderos en su vida. Lo mismo sucede con nosotros. En la práctica, buscar las cosas del cielo significa elevar la mente y el corazón a Jesús cada día en la oración; significa participar en Misa todos los domingos con la mente y el corazón bien dispuestos, expectantes, deseosos de escuchar la voz de Dios y aceptar su guía. Significa, además, meditar en la Palabra de Dios y dejar que el Espíritu Santo nos llene la mente de su verdad y el corazón de sus promesas; significa confesar cualquier pecado que sea un obstáculo en nuestro caminar hacia el Señor y hacia la vida de la resurrección. Dios nos promete que, si adoptamos la práctica de buscarlo de todo corazón, lo encontraremos (Jeremías 29, 13-14). Incluso si apartamos apenas quince minutos cada día para orar y leer la Sagrada Escritura comenzaremos a “encontrar” a Jesús y nos daremos cuenta de que su gracia está actuando
en nosotros. ¿En qué consiste la gracia? Por ejemplo, a lo mejor ahora serás capaz de deshacerte de un resentimiento guardado desde hace años o perdonar a alguien por una dolorosa herida del pasado. Tal vez te des cuenta de que eres más amable y menos inclinado a juzgar y criticar. Tal vez puedes descubrir que tienes una nueva fuerza para vencer la tentación o un pecado persistente. Incluso puedes participar más en actividades de evangelización para llevar a más personas al Señor o dar ayuda a los pobres. Todos los que hemos sido bautizados fuimos liberados del pecado y dotados de la vida divina; pero si no tomamos diariamente la decisión de apropiarnos de todo aquello que hemos recibido en el Bautismo, la vida nueva no dejará de ser una semilla o un frágil retoño. Solo tomando diariamente la decisión de permanecer cerca de Jesús se puede experimentar la gracia y el poder que Dios nos ha prodigado tan generosamente. Lo imposible se torna posible. San Cipriano de Cartago, que vivió en el siglo III, era un abogado exitoso y adinerado antes de convertirse al Señor. En una carta le confesó a su amigo Donato que, antes de ser bautizado, le resultaba difícil creer que alguien, especialmente él mismo, pudiera despojarse de su antigua vida de pecado y experimentar una verdadera liberación. Simplemente daba por hecho que sus pecados y sus Abril / Mayo 2020 | 27
Cada vez que seas rociado con agua bendita en este tiempo pascual, comprométete a emprender de nuevo la vida nueva que has recibido; “vicios arraigados” eran parte de su personalidad y que siempre tendría que vivir con ellos. Pero todo eso cambió cuando fue bautizado: Mas después que fueron lavadas tantas suciedades de los pasados años en las saludables fuentes del Bautismo, un rayo de celestial luz vino a penetrar en lo más oculto de mi corazón, puro ya y limpio con las aguas de la regeneración, y bien presto me vi mudado en otro hombre por un segundo nacimiento. Al instante advertí entonces que mis dudas se aclaraban; que lo que parecía estar cerrado para siempre se abría desde luego; que las tinieblas se disipaban; que lo que se aparentaba difícil se volvía fácil, y posible lo que se figuraba imposible. (Carta a Donato 5) Así es, lo imposible puede hacerse posible para ti, como se hizo para San 28 | La Palabra Entre Nosotros
Cipriano. Es así porque tú también has muerto y resucitado con Cristo en el Bautismo. No hay ninguna diferencia y Dios no tiene favoritos. Todo el que es bautizado recibe el mismo Espíritu Santo, la misma gracia y las mismas promesas. Así que deja que la gracia de este sacramento admirable cobre vida en ti. Cada vez que seas rociado con agua bendita en este tiempo pascual, comprométete a emprender de nuevo la vida nueva que has recibido; cada vez que confieses, en el Credo, que hay un solo Bautismo para el perdón de los pecados, pídele al Espíritu Santo la gracia que necesitas para seguir batallando contra el pecado. Y cada vez que pronuncies el gran “Amén” al final de la Plegaria Eucarística, pon todo tu corazón y tu alma en esa afirmación. ¡Tú te has unido a Cristo en el Bautismo y desde entonces eres nada menos que una nueva creación! ¢
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¿Qué efectos causa este sacramento en la vida del creyente?
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iensa, querido lector, en todas las increíbles verdades que emanan del Sacramento del Bautismo: hemos muerto con Cristo; se nos ha borrado el pecado original; nos convertimos en hijos de Dios y fuimos incorporados como miembros de la Iglesia. Piensa, también, en todas las imágenes que se utilizan para explicar la fuerza de este sacramento: ser lavado, iluminado, nacer de lo alto, despojarse de lo viejo y revestirse de lo nuevo. Escuchar esta serie de verdades irrefutables puede dejarnos pasmados y maravillados: “¿Todo eso me sucedió a mí?” Pero también puede parecer un tanto teórico, o alguien diría que parece demasiado bueno para ser cierto. “Pero, ¿qué aplicación tiene esto en mi vida aquí y ahora? ¿Qué efecto tiene para mí hoy día?” En este artículo queremos ofrecer tres respuestas a estas preguntas. Queremos ver que el Bautismo nos concede el perdón de los pecados, el acceso a Dios y la gracia de la comunidad, y cómo cada uno de estos dones puede marcar una gran diferencia en la vida cotidiana. Seguros del perdón de Dios. La Iglesia enseña que “Por el Bautismo, 30 | La Palabra Entre Nosotros
todos los pecados son perdonados, el pecado original y todos los pecados personales, así como todas las penas del pecado” (Catecismo de la Iglesia Católica 1263). Esta es una razón por la que a un recién bautizado se le da una vestidura blanca, símbolo de la pureza y la dignidad de alguien cuyos pecados acaban de ser lavados. Pero, por mucho que nos limpie el Bautismo, todos sabemos lo difícil que es mantenerse puros. El sacramento purifica el pecado y elimina el castigo, pero no impide las tentaciones. Todos vamos a caer nuevamente en cosas grandes y pequeñas; sin embargo, debido a que hemos sido bautizados en Cristo, podemos acudir al Señor en cualquier momento y recibir el perdón y la paz, aun cuando sea mucho lo que nos hayamos alejado. El Señor ha hecho posible incluso que tengamos la certeza de que Dios nos ha perdonado. No hay nada más reconfortante que escuchar la voz de Jesús que nos dice, por boca del sacerdote en la Confesión, “Yo te absuelvo de todos tus pecados.” El Sacramento de la Reconciliación nos lava completamente, y así salimos del confesionario tan puros e inocentes como el día en que fuimos bautizados. Así fue como Juana se sintió el día en que regresó a la Confesión tras muchos años de estar alejada de la Iglesia. Se había apartado de Dios y de su fe católica cuando llegó a la vida adulta. En ese tiempo, convivía con un hombre
que no quería casarse con ella, de modo que, cuando quedó embarazada, tuvo un aborto. Años después, se casó con un hombre bueno y tuvieron tres hijos. Pero ella no podía olvidar al hijo que había perdido cuando decidió poner fin a su embarazo. El sentido de culpa y el dolor emocional que la embargaban día y noche era una carga tan pesada que decidió buscar a Dios y empezó a asistir a Misa en la parroquia local. En una homilía, el sacerdote habló de la marca indeleble que el Bautismo imprime en el alma del creyente, un sello que es imborrable sea lo que sea que hayamos hecho (CIC 1272). Estas palabras le hicieron darse cuenta de que ella todavía le pertenecía a Dios y a la Iglesia; que no era demasiado tarde y que podía volver a Dios y pedirle perdón por sus pecados. Finalmente, hizo una cita con el sacerdote y se confesó después de muchos años. Juana nunca olvidaría lo liviana y libre que se sintió cuando salió de la Iglesia ese día, ni la alegría que la invadió al poder recibir a Cristo en la Eucaristía el domingo siguiente. Seguros para presentarnos ante Dios. La Sagrada Escritura nos dice que debido a que tenemos “libertad y acceso a Dios con confianza” (Efesios 3, 12), podemos entrar en la presencia de Dios en cualquier momento, libres de todo temor de ser condenados. No tenemos que preocuparnos de merecer el amor incondicional del Señor; solo Abril / Mayo 2020 | 31
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No hay nada más reconfortante que escuchar la voz de Jesús que nos dice, por boca del sacerdote en la Confesión, “Yo te absuelvo de todos tus pecados.” tenemos que aferrarnos a las verdades de nuestro Bautismo y convencernos de que Dios quiere que lleguemos a conocerlo como nuestro Padre celestial. Pero ¿qué significa para nosotros este acceso? Significa que podemos forjar una comunión viva y vivificante con nuestro Creador y Salvador; significa que, como sucede con cualquier otra amistad sincera, podemos llegar a conocer algo de lo que Dios siente y piensa. Podemos compartir nuestras ideas y preocupaciones con él y recibir su amor, su conocimiento y su ayuda. Pero aparte de eso, y también por habernos unido a Cristo en el Bautismo, siempre podemos presentarnos delante del Padre de Jesús y Padre nuestro y depositar nuestras necesidades a 32 | La Palabra Entre Nosotros
sus pies, estando seguros de que Dios nos escucha cuando oramos, tanto por nosotros mismos como por nuestros seres queridos. Mariana y José habían orado durante años para que su hijo regresara a la Iglesia, pero en cierta forma se sentían desalentados, pues el muchacho todavía no mostraba señales de acercarse a Dios ni buscar la comunión con él. ¿Estaba Dios realmente escuchando sus oraciones? Luego conocieron a otra pareja que también estaba orando para que uno de sus hijos volviera a la Iglesia. Esta otra pareja les dijo que habían puesto toda su esperanza en el Bautismo de su hijo, porque sabían que la vida de Dios estaba presente en él, aunque no podían verla.
La pareja le sugirió a Mariana y José que rezaran pidiendo que el don del Bautismo se desencadenara y actuara en la vida de su hijo. Con renovada esperanza, los dos oraron con más insistencia por el joven, y al hacerlo, su fe en el poder del propio Bautismo de ellos se profundizó. Hasta hoy, siguen rezando por su hijo confiando en que Dios haga presente su poder y su presencia en la vida del muchacho. Queridos hermanos en Cristo. Desde los primeros días, la Iglesia siempre consideró que el Bautismo era mucho más que un sacramento que beneficiaba individualmente al bautizado, porque uno no solo se purifica del pecado y recibe el Espíritu Santo, sino que también se incorpora como parte de la Iglesia, el Cuerpo de Cristo, que está presente en todo el mundo. El bautizado se incorpora a una enorme familia de creyentes, donde hay hermanos de muy variados orígenes y de todas las culturas y condiciones posibles: De las fuentes bautismales nace el único pueblo de Dios de la Nueva Alianza que trasciende todos los límites naturales o humanos de las naciones, las culturas, las razas y los sexos: “Porque en un solo Espíritu hemos sido todos bautizados, para no formar más que un cuerpo.” (CIC 1267)
Hay una gracia especial en las relaciones creadas sobre el fundamento de la fe. Es la gracia que nos ayuda a apoyarnos mutuamente en la oración y de animarnos unos a otros cuando surgen las dificultades. Pero, al igual que la gracia del Bautismo, esta gracia de comunidad es como una semilla que hay que sembrar y nutrir antes de que pueda dar frutos. Lidia tuvo que pasar por un divorcio traumatizante para descubrir la gracia de la comunidad. Cuando su marido la abandonó, pensó que nunca más volvería a ser feliz. Pero un día vio un anuncio en el boletín de su parroquia sobre un grupo de apoyo para hombres y mujeres divorciados y decidió ver de qué se trataba. Al cabo de la reunión, le pareció sumamente útil compartir con otras personas que estaban experimentando el mismo dolor por un fracaso matrimonial. Pero lo que Lidia no esperaba encontrar fue la estrecha amistad que se fue desarrollando con varias señoras del grupo, al punto de que se convirtieron en su apoyo vital: aprendió a confiar en ellas para la oración y a menudo asistía a Misa u otros eventos de la iglesia junto con una o varias de ellas. Estas amistades le ayudaron no solo a recuperar la alegría, sino también a crecer en la fe. Deja que tu Bautismo se afiance. Como ya dijimos, recibir el Bautismo es como plantar una semilla en el corazón; Abril / Mayo 2020 | 33
Recibir el Bautismo es como plantar una semilla en el corazón; una semilla que lleva consigo todo el potencial para llegar a ser un árbol frondoso, floreciente y vivificador. una semilla que lleva consigo todo el potencial para llegar a ser un árbol frondoso, floreciente y vivificador. Todo está allí contenido, esperando las condiciones propicias para brotar con fuerza y dar fruto. Solo entonces podemos ver que las bendiciones de nuestro Bautismo cobran vida y generan un cambio real. ¿Cuáles son esas condiciones propicias? La fe activa, la oración sincera y constante, la unión con la Iglesia y la obediencia confiada. Pero si estas cosas no llegan a ser parte de nuestra vida, aunque sea en cierto grado, la vida nueva no pasará de ser más que una semilla. Refiriéndose a esta situación, G. K. Chesterton, destacado escritor católico del siglo XX, la explicó de otra manera. Dijo que el “problema” del cristianismo no es que la gente lo haya probado y encontrado ineficaz; sino que la gente “lo ha encontrado difícil 34 | La Palabra Entre Nosotros
y no ha tratado de practicarlo.” Tal vez podríamos modificar un poco esa afirmación y decir que la gente ha tratado de practicar el cristianismo pero solo parcialmente, apoyándose más bien en la fuerza limitada de nuestra naturaleza humana y menos en la gracia que recibimos cuando fuimos bautizados. Hermano, trata de “practicar” el cristianismo de una nueva forma en este tiempo de Pascua. Cada mañana, cuando te despiertes, dile al Señor que tú crees en su resurrección; díselo a él, pero también a ti mismo que, gracias al Bautismo, tú has resucitado con él. Declara, para el Señor y para ti mismo, que tú has sido perdonado, que tienes acceso a Dios y que formas parte de su Cuerpo aquí en la tierra. Que Dios te bendiga abundantemente mientras te regocijas en la resurrección de Cristo y también en la tuya. ¢
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de abril, miércoles Juan 8, 31-42 Si el Hijo les da la libertad, serán realmente libres. (Juan 8, 36) Cuando Jesús les echaba en cara a los jefes religiosos que lo rechazaban, ellos se justificaban alegando: “Nuestro padre es Abraham. . .” suponiendo que solo por ser hijos de Abraham, ellos y todos los judíos eran hijos de Dios, pero el Señor les respondió con un sí calificado: “Ya sé que son hijos de Abraham; sin embargo, tratan de matarme.” Es decir, había una gran contradicción entre lo que ellos decían ser y lo que hacían en la práctica. En efecto, ser hijo de Dios no es únicamente cuestión de antepasados. Jesús les decía a los jefes judíos que si realmente fueran hijos de Abraham demostrarían creer en él; es decir, al rechazar a Cristo, dejaba al descubierto que no pensaban ni actuaban como supuestamente lo harían los descendientes de Abraham. Para nosotros, la lección es clara. Podemos haber crecido en una familia católica, pero no por el solo hecho de ser hijos de padres católicos vamos a ser fieles devotos de Jesucristo. Alguien decía que Dios tiene hijos, pero no nietos. Es decir, cada uno personalmente tiene que asumir la responsabilidad de su propia conversión y su propia salvación.
Obviamente es más fácil cuando uno ha crecido en un ambiente cristiano, donde la familia va a Misa y hace oraciones a Jesucristo y a la Virgen María. Pero mientras uno no se haga un examen profundo y sincero de sus actos y conceptos y se entregue de corazón al Señor, toda esa crianza puede ir quedando por el camino. Es preciso, pues, cumplir las promesas del Bautismo y la Confirmación como hijos de Dios y soldados de Cristo, pero hacerlo no por obediencia al mandamiento, sino por amor a Jesús, que nos amó hasta el extremo de dar su vida por cada uno de nosotros. Vayamos, pues, a recibirlo con gratitud y amor en la Sagrada Eucaristía y adorarlo en el Santísimo. El amor hay que expresarlo con palabras, pero también con acciones y el Señor está esperando diariamente a que pasemos a visitarlo en la iglesia, y también nos espera en lo íntimo del corazón, para que entablemos con su Persona el dulce diálogo de la oración. “Padre eterno, pongo toda mi vida en tus manos como hijo tuyo. Cámbiame, Señor, para que yo aprenda a hacer aquello que hacen tus hijos fieles.” ³³
Daniel 3, 14-20. 49-50. 91-92. 95 (Salmo) Daniel 3, 52-56
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de abril, jueves Juan 8, 51-59 El que es fiel a mis palabras no morirá para siempre. (Juan 8, 47) Para los contemporáneos de Jesús era ya bastante difícil aceptarlo como profeta o incluso como el Mesías; pero él les propuso un desafío aún mayor: creer que era el Hijo de Dios, capaz de comunicar la vida divina. Esto significaba que era uno con el Altísimo, una identidad que ningún otro ser humano tenía. Cuando Jesús dijo “Yo les aseguro que desde antes que naciera Abraham, Yo Soy” afirmaba algo mucho más significativo que decir solamente que había existido desde antes que Abraham. “Yo Soy” era una expresión entendida como el “nombre” de Dios, y así aparece en varios pasajes de la Escritura, como Isaías 41, 4; 43, 10; 45, 18, aunque no siempre se diga claramente. Entonces, al presentarse como “Yo Soy”, Jesús se identificaba claramente con Dios. Del mismo modo, en la “Sabiduría personificada” que leemos en el libro de los Proverbios, Jesús estuvo presente con Dios en todo el proceso de la creación (Proverbios 8, 27-31), permaneció siempre con Dios (Juan 1, 1-5) y jamás dejará de ser Dios (Apocalipsis 11, 15). El Plan del Padre para rescatar a su pueblo del pecado y de la muerte incluyó invariablemente a 36 | La Palabra Entre Nosotros
su Hijo, el cual siempre permaneció en la más estrecha comunión y el más completo acuerdo con el Padre en cuanto a la salvación que él llevaría a cabo en el mundo. Todos estos conceptos pueden parecer sumamente teóricos y abstractos, pero llevan consigo algo muy concreto que puede comunicarnos salud y promesas. Por el hecho de que Jesús es Dios, podemos poner nuestra vida en sus manos con absoluta confianza; porque él nos ama con un amor que comenzó desde antes de la creación y que se manifestó más plenamente en el sacrificio de su muerte en la cruz en rescate de cada uno de sus hijos. Y todo esto porque su amor es eterno. Jesús es el Hijo del Padre, eternamente fiel, que no abandonará jamás a los que hayan confiado en él; por eso, cada día al enfrentar los desafíos cotidianos, si nuestra fe se siente zarandeada, mantengámonos firmes recordando que Jesús no cambia jamás y que él es el mismo ayer, hoy y siempre (Hebreos 13, 8). “Jesús, Señor y Salvador mío, pongo totalmente mi vida en tus santas manos, porque sé que jamás quedaré defraudado.” ³³
Génesis 17, 3-9 Salmo 105 (104), 4-9
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de abril, viernes Juan 10, 31-42 El Padre está en mí y yo en el Padre. (Juan 10, 38) Los judíos devotos tenían una reverencia tan grande a Dios que no se atrevían a citar la Escritura sin antes decir: “Así dice el Señor”, porque se cuidaban muchísimo de no atribuirse absolutamente nada que en realidad le perteneciera al Altísimo. Es comprensible, pues, que se hayan sentido horrorizados cuando escucharon que Jesús les decía: “El Padre y yo somos uno.” Por eso, en respuesta a sus acusaciones de blasfemia, Jesús citó la Escritura para demostrar que él había sido consagrado y enviado por Dios a realizar las obras que hacía, y los desafió a aceptar que los prodigios eran pruebas de que el Padre estaba efectivamente en él y que él estaba efectivamente en el Padre. En vista de que seguían sin creerle, regresó al lugar donde Juan el Bautista había realizado su apostolado para fortalecerse y recordar las palabras que Dios mismo había pronunciado en su propio Bautismo: “Tú eres mi Hijo amado, a quien he elegido” (Lucas 3, 22). Esta verdad de que Jesús está en el Padre y que el Padre está en él puede ser muy difícil de aceptar, pero forma parte de la esencia misma de nuestra redención. Significa que cada vez que
vemos el crucifijo, no vemos solamente al hombre llamado Jesús de Nazaret que murió allí, sino que vemos al eterno Hijo de Dios, la omnipotente Palabra del Padre, que entregó su vida por nosotros. Este es el sacrificio que hace completa y eterna nuestra redención, porque ¡hemos sido redimidos por Dios mismo! No hace falta ninguna otra obra y no hay nada ni nadie que nos pueda arrebatar la salvación. Teniendo presente esta esplendorosa verdad, podemos acercarnos a Dios, nuestro Señor, con gran confianza, y si caemos en pecado por error o debilidad, podemos arrepentirnos y pedirle el perdón que ya nos ha dado en la cruz, sin tener que ocultarnos de Dios ni temer su ira. Desde el principio de la creación, el Señor ya conoció todos nuestros pensamientos y debilidades más íntimos y a pesar de eso decidió enviar a su Hijo para salvarnos. Teniendo una redención tan espléndida, ¿cómo puede uno dudar de Dios? “Alabado seas, Jesucristo, Señor y Dios nuestro, porque tú eres la Misericordia de Dios. Gracias, Padre eterno, por la magnífica e inmerecida redención que nos has otorgado.” ³³
Jeremías 20, 10-13 Salmo 18 (17), 2-7
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de abril, sábado Juan 11, 45-56 Conviene que un solo hombre muera por el pueblo y no que toda la nación perezca. (Juan 11, 50) El Consejo Supremo de los judíos, al enterarse de que Jesús había hecho revivir a Lázaro, tomó la decisión de darle muerte. ¡Qué paradoja! Mientras Cristo traía la vida, ellos buscaban la muerte. Así comenzaba el desenlace final del drama de la salvación. Mientras conspiraban para arrestarlo, Jesús sabía que todo esto era parte del plan de Dios; y que pronto se cumplirían los designios del Padre. En poco tiempo más, Jesús iba a “congregar en la unidad a los hijos de Dios, que estaban dispersos” mediante su muerte en la cruz. Incluso Caifás, el sumo sacerdote judío, profetizó sin darse cuenta cuando dijo: “Conviene que un solo hombre muera por el pueblo.” Al principio mismo de la historia humana, cuando nuestros primeros padres pecaron, el Señor dio el primer indicio de cuál sería su plan, anunciando que la descendencia de Eva aplastaría la cabeza de la serpiente (Génesis 3, 12-15). Más tarde, a medida que transcurría el tiempo, Dios habló por boca del profeta Isaías acerca de un “Ungido”, un misterioso Siervo Sufriente que sería “atormentado a causa de nuestras maldades” porque “el Señor cargó sobre él la maldad de 38 | La Palabra Entre Nosotros
todos nosotros” y “lo llevaron como cordero al matadero” (Isaías 53, 5. 7). Ahora había llegado el tiempo del cumplimiento de estas profecías, y los perseguidores de Jesús fueron los que pusieron en movimiento los acontecimientos que ahora vamos a revivir en la Semana Santa, que ya se avecina. Ahora bien, cuando tú contemplas el crucifijo, ¿qué ves? ¿El desenlace de un plan que Dios inició desde hace muchísimos siglos? ¿La obra de un Padre amantísimo que ha hecho muchos sacrificios para que tú descubras y aceptes su amor y te entregues a él? ¿O ves nada más que un hombre bueno que fue ajusticiado injustamente? Gracias a la cruz de Cristo, todo el género humano ha sido redimido y todos los hombres y mujeres son invitados a experimentar la unión íntima con Dios. Fija tu mirada en la cruz de Cristo cada día de esta semana y pídele al Espíritu Santo que, a través de ella, eleve tu vista hacia la realidad del plano celestial. “Padre eterno, te doy gracias por no abandonarnos en el pecado, y por enviar a tu Hijo a redimirnos en la cruz.” ³³
Ezequiel 37, 21-28 (Salmo) Jeremías 31, 10-13
MEDITACIONES ABRIL 5 - 11
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de abril, Domingo de Ramos de la Pasión del Señor Mateo 26, 12—27, 66 Mi hora está ya cerca. (Mateo 26, 18) Entramos hoy en la Semana Santa, la Semana Grande, aquella en la que celebramos los trascendentales acontecimientos de la vida de Cristo. Hoy leemos parte del tercer cántico del Siervo de Yahvé, el siervo que escucha, el siervo que sufre, el siervo que no pierde la esperanza; que presenta su espalda para que lo golpeen y sus mejillas a los que le hieren, y no oculta su rostro de los insultos y salivazos que le llegan. Esto nos recuerda lo que Jesús va a sufrir en estos últimos días de su vida: rechazo, azotes, insultos, salivazos. Sí, el Mesías llega a la Ciudad Santa, a Jerusalén, el centro de todo: religioso, político y militar, donde se toman las decisiones que afectan la vida diaria del pueblo judío. Y este Mesías esperado entra en la ciudad montado en un borrico, un animal que no inspira elegancia, ni poder ni esplendor, todo lo contrario de un brioso corcel, montura de reyes, de conquistadores, de famosos militares y entradas triunfales
en las ciudades conquistadas en grandes batallas. Las autoridades no salen a recibirlo; es acompañado por sus discípulos y aquella gente que llega a Jerusalén para celebrar la Pascua, la fiesta que recordaba su salida de Egipto, su escapada del poder del Faraón, su liberación de la esclavitud. En medio de todo esto, llega Jesús y luego va al templo. Por el camino, la gente extiende sus mantos para que pase el Señor, el Rey y Mesías. Luego, Jesús y sus discípulos se disponen a celebrar la pascua judía, pero él sabe que pronto será su propia pascua la que tendrá lugar. El momento crítico se acerca, pero el Siervo Sufriente no abandona su camino, y aunque el Viernes de Dolor está a la esquina, Jesús sabe que todo no acaba ahí. Te sugerimos, querido lector, que, en tu imaginación, te hagas presente entre la gente que recibe jubilosa al Rey y Mesías. ¿No lo aclamas tú también? “Amado Jesús, hoy te recibo con vítores y palmas, porque tú eres mi Rey y Señor. El mundo no te conoce, pero yo sé que tú eres el Santo de Dios.” ³³
Mateo 21, 1-11 Isaías 50, 4-7 Salmo 22 (21), 8-9. 17-20. 23-24 Filipenses 2, 6-11 Abril / Mayo 2020 | 39
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de abril, lunes de la Semana Santa Juan 12, 1-11 A los pobres los tendrán siempre con ustedes. (Juan 12, 8) Piensa en lo siguiente: Si Jesús viniera a visitarte, ¿estarías dispuesto a ofrecerle aquello que es más valioso para ti? La reacción que tengamos frente a esta posibilidad denota la verdadera condición de nuestro corazón. ¿Creemos realmente que vale la pena entregarnos por completo a Cristo, o preferimos darle solo una parte de nuestra vida y guardarnos el resto para nosotros? Cada seguidor de Jesús reaccionó de manera distinta, y el estudio de tales respuestas puede ser muy aleccionador. María (hermana de Marta y Lázaro) llegó a darse cuenta de cuánto valía la pena entregarse a Jesús. Espontáneamente tomó un costoso perfume y le ungió los pies, simbolizando así la entrega de su propia vida ante el Señor, su deseo de darse por completo a él. Tanto amaba a Jesús que lo único a que atinó fue tratar de complacerlo. Jesús aprobó la acción de María, y de igual forma nos invita a cada uno a sentarnos a sus pies y escucharle con amor. Judas, para quien la acción de María fue un derroche injustificable, utilizó la preocupación por los pobres, que es legítima, como excusa para no 40 | La Palabra Entre Nosotros
amar él a Jesús tanto como lo amaba María. Igualmente, nosotros podemos escudarnos en el trabajo, el hogar, la diversión o incluso una meritoria actividad religiosa o social, para justificar el hecho de no darle al Señor el primer lugar en nuestra vida. ¡Ciertamente debemos examinarnos detenidamente! ¿Estamos dispuestos a dejar de lado nuestros planes y actividades, cuando es necesario, para encontrarnos más asiduamente con el Señor y seguirlo sin reservas? Indudablemente, el apostolado y el servicio son necesarios en nuestras comunidades, hogares e iglesias, pero cualquier actividad se perfecciona cuando refleja una vida de amor a Cristo. Analicemos, pues, si todo lo hacemos por amor al Señor, o por el deseo de recibir reconocimiento o satisfacer nuestras propias aspiraciones íntimas. ¿Ha penetrado el amor de Jesús en nosotros al punto de hacernos capaces de renunciar a las cosas que antes nos ofrecían seguridad y paz? ¡Amemos a Jesús de todo corazón, para que vivamos exclusivamente para él! “Amado Señor Jesús, ayúdame a poner en tus manos mis planes, ideales y anhelos y toda mi vida. Abre mis ojos para que yo te vea y te ame de todo corazón.” ³³
Isaías 42, 1-7 Salmo 27 (26), 1-3. 13-14
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de abril, martes de la Semana Santa Juan 13, 21-33. 36-38 Ahora ha sido glorificado el Hijo del hombre. (Juan 13, 31) Pedro fue el primer apóstol que reconoció públicamente que Jesús era el Cristo y el primero en declararse dispuesto a morir por él; pero cuando le llegó la hora de la prueba, negó a Jesús, no solo una sino tres veces. La fortaleza que creyó tener se esfumó y pronto apareció el miedo. Hubo otro apóstol, “el discípulo a quien Jesús amaba” (Juan 21, 20), que no hizo declaraciones como éstas; simplemente se mantuvo cerca del Señor en la Última Cena y al pie de la cruz aquel primer Viernes Santo, porque su amor al Señor le impulsaba a acompañarlo en su hora final. ¿Con cuál de estas dos actitudes te identificas tú? ¿Te pareces más a Pedro, que confiaba en sus propias fuerzas pero que tropezaba cuando surgía la prueba, o eres más como el discípulo amado, cuyo amor a Cristo le dio fuerzas para hacer frente a cualquier prueba y tentación? Ningún cristiano tiene la fortaleza ni la fidelidad necesarias para resistir todas las tormentas de la vida por sus propios medios; todos necesitamos el apoyo y las fuerzas que solamente el Señor nos puede dar; todos tenemos que experimentar su victoria sobre el miedo y el pecado; todos necesitamos
saber que Cristo venció a Satanás, el jefe de los demonios, que siempre trata de hacernos perder toda esperanza, como Judas, o huir de la cruz, como Pedro. Solamente la gracia divina puede darnos fuerzas para aceptar nuestras limitaciones y convencernos de que necesitamos el amor y la misericordia de nuestro Salvador. El testimonio del discípulo amado demuestra que el hecho de experimentar el amor de Dios habilita al creyente no solo para perseverar en la fe, sino también para soportar cualquier responsabilidad o adversidad. Comentando sobre el poder del amor de Dios, San Agustín dijo: “El amor renueva a las personas. Así como el deseo pecaminoso las envejece, el amor las rejuvenece. Enredado en los impulsos de sus deseos, el salmista se lamenta diciendo ‘Me he puesto viejo rodeado por mis enemigos’. El amor, en cambio, es la señal de nuestra renovación.” (Sermón 350, 21). Esta es una renovación que todos podemos empezar a recibir hoy mismo. “Jesús, Señor mío, perdóname por mis faltas, y ayúdame a confiar siempre en tu gran amor y tu misericordia.” ³³
Isaías 49, 1-6 Salmo 71 (70), 1-6. 15. 17
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de abril, Miércoles Santo Mateo 26, 14-25 ¡Ay de aquel por quien el Hijo del hombre va a ser entregado! (Mateo 26, 24) Cuando Jesús anunció que uno de sus discípulos lo traicionaría, le preguntaron: “Señor, ¿acaso seré yo?” Judas también quiso saber y preguntó: “Maestro, ¿acaso seré yo?” Era obvio que los once habían llegado a la conclusión de que Jesús era mucho más que un rabino o un maestro que presentaba una nueva visión para Israel y tenían la convicción de que Jesús merecía no solamente aceptación, sino obediencia; que era alguien a quien debían llamar “Señor”. Pero Judas, al parecer, no pudo llegar a ese punto. Hay varias maneras de conocer a Cristo: como maestro excepcional, como profeta y médico notable, como un hombre extraordinariamente santo. También es el Señor, que reina sobre toda la creación con su majestad divina, y que es digno de recibir todo el honor, la gloria y el poder. Esto lo hemos escuchado muchas veces, pero ¿qué significan estas palabras para nosotros en la vida práctica? ¿Cómo influyen estas verdades en nuestra conducta diaria? Una respuesta es que, si bien hemos de considerar que Jesús es nuestro amigo, también debemos entender que es nuestro Dios y Juez, con una autoridad absoluta. Sus 42 | La Palabra Entre Nosotros
enseñanzas y mandamientos llevan un peso propio que merece completa obediencia; su poder también es absoluto. Podemos contemplar a Jesús con una fe expectante, sabiendo que él puede hacer milagros, aliviar el sufrimiento y atender incluso a los detalles más triviales de nuestra propia vida y la de nuestros seres queridos. Pero es importante comprender que la majestad de Jesús no significa que nuestra vida se convierta en una carga opresiva. Todo lo contrario; su gracia nos infunde una libertad y una paz extraordinarias. Nos transforma, y orienta nuestros pasos de una manera mucho más satisfactoria que cualquier plan ideado por nosotros mismos o por los “expertos” de moda. Cristo no es un rey injusto ni indiferente: es el Amor encarnado. Hoy, sigamos a los discípulos y aceptemos a Jesús como Señor. Si lo hacemos, él hará su presencia y su poder más patentes en nuestra vida; creará en nosotros un corazón nuevo y nos dará una paz superior a todo lo que podamos imaginarnos o comprender. “Jesús, Señor y Dios mío, ayúdame a caminar siempre hacia ti por la senda que mostraste cuando vivías entre nosotros.” ³³
Isaías 50, 4-9 Salmo 69 (68), 8-10. 21-22. 33-34
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de abril, Jueves Santo de la Cena del Señor Juan 13, 1-15 Les he dado ejemplo, para que… también ustedes lo hagan. (Juan 13, 15) Qué espléndido ejemplo de amor y humildad nos dio el Señor: ¡El Rey del Universo y de todos los reyes se inclina para lavarnos los pies, como un servidor! ¿Quiénes somos nosotros para que el Señor de toda la creación se preocupe de cada uno? En esto se ve la extraordinaria naturaleza del amor de Cristo: Es tan grande y perfecto que lo movió a humillarse por causa nuestra. Pero ¿acaso no hemos repetido nosotros mismos las palabras de San Pedro tratando de impedir que el Señor nos dé lo que necesitamos? Tal vez pensamos que no merecemos semejante amor, o tal vez creemos que en realidad no necesitamos que él nos lave y nos purifique. Pero a cada uno Jesús nos dice: “Si no te lavo, no tendrás parte conmigo” (Juan 13, 8), o sea que, si no le permitimos cuidarnos y purificarnos, terminamos separados de él. Jesús quiere lavarnos, tanto en el Bautismo como en el diario vivir, de manera que entremos en su presencia y experimentemos su abrazo transformador. Aceptar este ofrecimiento significa aquietar el corazón y la mente; hacer un alto en los quehaceres diarios y presentarse ante el Señor con actitud
de paz, reconociendo lo mucho que lo necesitamos. Por supuesto tenemos innumerables deberes y obligaciones que realizar cada día, pero si dejamos que estas cosas saturen nuestro día, no tendremos lugar para el Señor y perderemos todo lo que él quiere hacer por nosotros. Hoy iniciamos el Triduo Pascual, los tres días en los que recordamos y celebramos la redención que Jesucristo, nuestro Señor, logró para todo el que quiera creer en cualquier parte. Si dedicamos tiempo extra para permanecer en presencia de Jesús en las diversas liturgias que se celebrarán este fin de semana, le daremos al Señor la oportunidad de lavarnos nuevamente los pies y purificarnos y él podrá actuar libremente en nuestro corazón, y toda vez que hacemos eso, nos vamos transformando un poco más según su propia imagen y nos llenamos algo más de su amor y su poder. Así nos haremos siervos del Señor en el mundo, capaces de lavarles también los pies a nuestros semejantes. “Señor mío Jesucristo, en este Triduo Pascual quiero unirme más que nunca a ti, Señor, y entregarte todo mi corazón.” ³³
Éxodo 12, 1-8. 11-14 Salmo 116 (115), 12-13. 15-18 1 Corintios 11, 23-26
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de abril, Viernes Santo Juan 18, 1—19, 42 Aquí está el hombre. (Juan 19, 5) ¡Gracias Cristo Jesús, porque por tu santa cruz has redimido al mundo! Gracias por los clavos que te atravesaron las manos y los pies y por la lanza que te traspasó el corazón. Atraviesa mi corazón con tu amor, Señor, y enciende en él un fuego de amor por ti, que queme en mí toda oscuridad. Gracias, Jesús, Salvador mío, por tu corona de espinas. Yo quiero coronarte como Rey mío, Rey de reyes y Señor del universo. En la cruz fuiste levantado con intenciones perversas; ahora yo te bendigo y te exalto como Dios y Señor ¡con vítores de alabanza y adoración! Gracias, Jesús, Cordero de Dios, por los azotes que soportaste. Ayúdame a resistir la injusticia con tu paciencia y, como sé que mi pecado sigue causándote dolor, enséñame a huir del pecado y buscar la santidad todos los días de mi vida. Gracias, Jesús, Maestro compasivo, por la sangre y el agua que fluyeron de tu costado, para purificarme y cubrirme con tu misericordia. Lava todos mis pecados hoy, Señor. Derrama tu sangre preciosa sobre todos los fieles y especialmente los que no te conocen, para que experimenten la vida que procede solo de tu Persona. 44 | La Palabra Entre Nosotros
Gracias, Jesús, Libertador, por romper en la cruz las ligaduras del pecado que me tenían atado. Renuncio a todos los pecados de mi vida, y pido que sean clavados en la cruz contigo ahora mismo. Gracias, Jesús, Unigénito del Padre, por haber resucitado de entre los muertos. Tú me has resucitado contigo en el Bautismo y me has comunicado una vida nueva mediante tu Espíritu Santo. Cada día puedo participar en tu muerte y resurrección diciendo ¡no! a las cosas que te ofenden y ¡sí! a toda la gracia y la bendición que tienes reservadas para mí. Gracias, Jesús, Dios y Hombre verdadero, por tu Evangelio de justicia, por tus milagros de bondad, por tus sacramentos de vida y por tu Iglesia salvadora. Gracias, Jesús, Señor y Dios nuestro, por tu muerte redentora, por tu resurrección gloriosa, y por el don inestimable de la Sagrada Eucaristía. “Ven, Espíritu Santo, abre mis ojos para contemplar la gloria de la cruz.” ³³
Isaías 52, 13—53, 12 Salmo 31 (30), 2. 6. 12-13. 15-17. 25 Hebreos 4, 14-16; 5, 7-9
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de abril, Sábado Santo de la Vigilia Pascual Mateo 28, 1-10 No está aquí; ha resucitado, como lo había dicho. (Mateo 28, 6) Jesucristo ha resucitado. ¡Verdaderamente ha resucitado, aleluya! En esta noche gloriosa toda la Iglesia prorrumpe en vítores y aclamaciones de gozo y celebración por la santa y gloriosa Resurrección de Jesucristo, nuestro Señor, Rey de reyes y Señor de señores. Por eso, al iniciar la Liturgia entonamos el Pregón Pascual, que comienza diciendo: “Alégrense, por fin, los coros de los ángeles, alégrense las jerarquías del cielo y, por la victoria de rey tan poderoso, que las trompetas anuncien la salvación. Goce también la tierra, inundada de tanta claridad, y que, radiante con el fulgor del rey eterno, se sienta libre de las tinieblas que cubrían el orbe entero. “Alégrese también nuestra madre la Iglesia, revestida de luz tan brillante; resuene este templo con las aclamaciones del pueblo…. En verdad es justo y necesario aclamar con nuestras voces y con todo el afecto del corazón a Dios invisible, el Padre todopoderoso, y a su único Hijo, nuestro Señor Jesucristo.” Por eso, nos llenamos de admiración y reconocimiento de la realidad de la Pascua, pues la resurrección de Jesucristo no es una fábula, una parábola,
una moraleja ni un símbolo. Es una verdad histórica, irrefutable e infalible. ¡Verdaderamente ha resucitado el Señor, aleluya! La resurrección de Jesucristo es el fundamento sólido de nuestra fe. Cristo resucitó de verdad con su cuerpo glorioso. Su resurrección es tan verdadera y gloriosa como lo fue su vida, su pasión y su muerte. Y así como su cruz siempre nos llama al arrepentimiento, a la admiración y al agradecimiento, lo mismo hace su resurrección, tan auténtica la una como la otra. ¡Verdaderamente Cristo ha resucitado! ¡Aleluya! Pero, ¿dónde encontramos hoy al Resucitado? Lo encontramos en las llagas sangrantes de una humanidad herida, dolorida y deseosa de salvación, en los que sufren, a quienes hemos de servir por caridad, y también en la Eucaristía, que es el Cuerpo glorioso y llagado de Jesucristo, el Pan partido y repartido para la vida del mundo. “Amado Jesucristo, Señor mío y Dios mío, gracias infinitas por tu excelso sacrificio de amor en la Cruz y por tu gloriosa resurrección.” ³³
Génesis 1, 1–2, 2 Génesis 22, 1-18 Éxodo 14, 15–15, 1 Isaías 54, 5-14 Isaías 55, 1-11 Baruc 3, 9-15. 32–4, 4 Ezequiel 36, 16-28 Romanos 6, 3-11 Salmo 118(117), 1-2. 16-17. 22-23
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MEDITACIONES ABRIL 12-18
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de abril, Domingo de Pascua de la Resurrección del Señor Juan 20, 1-9 Adaptado de una homilía anónima sobre la Pascua de Resurrección, c. 175 d.C. Ya brillan los sagrados fulgores de la luz de Cristo; la luz diáfana del espíritu purísimo resplandece y los tesoros celestiales de la gloria y la divinidad se despliegan. Las tinieblas fueron sorbidas; la oscuridad impenetrable quedó disipada en él, las sombras amenazantes de la muerte fueron cubiertas de luz. Mientras la vida se derrama sobre todas las cosas, éstas brillan con luz radiante; el amanecer de los amaneceres alumbra todo el universo. Aquel que es anterior al lucero matinal, el gran Cristo, inmortal e inconmensurable, resplandece sobre toda la creación, con luz más potente que la del sol. Llega la Pascua mística, prefigurada por la Ley pero hecha realidad en Cristo; la maravillosa Pascua, que manifiesta la excelencia de Dios y las obras de su poder; un memorial festivo y eterno (Éxodo 12, 14); brota de la mortalidad, la inmortalidad; de la muerte, la vida; 46 | La Palabra Entre Nosotros
de la herida, la curación; de la caída, la elevación; del descenso, el ascenso. Así realiza Dios sus obras poderosas; así crea maravillas de la adversidad, para que se sepa que solo él puede hacer todo cuanto se propone. Luego, que Egipto declare las prefiguraciones, y que la Ley proyecte las imágenes de la realidad anunciada, y que un heraldo anuncie la visitación del gran Rey. Que celebren gozosos los primeros en recibir el divino Espíritu; que los ángeles y arcángeles del cielo se alegren; que todas las cortes celestiales y los ejércitos angélicos exulten de gozo al ver que su Señor y Rey viene en cuerpo y alma al mundo. Que los coros de estrellas aplaudan, anunciando al que aparece antes que el lucero de la mañana. Que toda la tierra se gloríe, bañada en la preciosa sangre del Cordero. Que toda alma humana cante ¡Aleluya!, reanimada ya por la resurrección para el nuevo nacimiento. “Alabado y bendecido seas, mi Señor y glorioso Salvador, pues por tu muerte y tu resurrección has abierto, para mí y para todos tus fieles, las puertas del cielo.” ³³
Hechos 10, 34. 37-43 Salmo 118 (117), 1-2. 16-17. 22-23 Colosenses 3, 1-4
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de abril, lunes Mateo 28, 8-15 Vayan a decir a mis hermanos que se dirijan a Galilea. Allá me verán. (Mateo 28, 10) El viernes pasado parecería que el pecado había triunfado y se levantaba arrogante ante la cruz de Cristo; la luz se había cubierto de tinieblas… ¡Pero fue solo por un instante! Cristo fue crucificado como débil, pero hoy vive por la fuerza de Dios: “Estuve muerto y ahora, como ves, estoy vivo por los siglos de los siglos. Yo tengo las llaves de la muerte y del más allá” (Apocalipsis 1, 18). Dios ha vencido sin dejar su debilidad, sino llevándola al extremo; no se ha dejado arrastrar al terreno del enemigo: “Insultado, no devolvió los insultos; maltratado, no profería amenazas” (1 Pedro 2, 23). A la voluntad del hombre que pretendía aniquilarlo, no respondió con amenazas de destrucción, sino con voluntad de salvarlo: “Yo no me complazco en la muerte del impío, sino en que el impío se aparte de su camino y viva” (Ezequiel 33, 10). Dios manifiesta su omnipotencia con la misericordia y el perdón. Al grito de “¡crucifícalo!”, él respondió: “¡Padre, perdónalos!” (Lucas 23, 34). No hay palabras en el mundo como estas breves palabras: “Padre, perdónalos.” Todo el poder y la santidad de Dios están ahí resumidas; son palabras irrefutables, que
ningún crimen puede superar, porque fueron pronunciadas en el más atroz de los crímenes, en el momento en que el mal hizo su esfuerzo supremo y ya no puede más porque ha perdido “su aguijón.” Tras días de luto y pesar, acaba de amanecer la aurora de la vida, porque Cristo vive, ¡Aleluya! La alegría de la resurrección hace de las mujeres que habían ido al sepulcro mensajeras valientes de Cristo. “Una gran alegría” sienten en el corazón por el anuncio del ángel sobre la resurrección del Maestro. Y salen “corriendo” del sepulcro para anunciarlo a los apóstoles. No pueden quedarse quietas y el corazón les explotaría si no lo comunican a todos los discípulos. Esta misma alegría y júbilo nos ha de impulsar a todos los creyentes a proclamar, de obra y palabra, que hoy nosotros, y todos los verdaderos creyentes, también somos testigos de la Resurrección de Jesús. “Amado Señor Jesús, cómo puedo yo de alguna manera darte gracias por haberte sacrificado para mi salvación. Solamente te digo que te doy gracias y que te amo de todo corazón.” ³³
Hechos 2, 14. 22-33 Salmo 16 (15), 1-2. 5. 7-11
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de abril, martes Juan 20, 11-18 ¿A quién buscas? (Juan 20, 15) En este día de Pascua nos dirigimos a aquella que fue la primera testigo del centro de nuestra fe: La muerte y la resurrección de Jesucristo, nuestro Señor, y le preguntamos con esa antigua secuencia de Pascua: “¿Qué has visto de camino, María, en la mañana?” Dinos, María, en esta mañana de Pascua, que nadie hablaba tan de verdad al corazón como aquel a quien tú escuchabas sentada a sus pies. Dinos que tenemos que trabajar, que entregarnos a la lucha de la vida, a las personas que queremos… Pero que nunca nos olvidemos de lo que es últimamente lo único necesario: estar a la escucha del corazón, en donde puede resonar la palabra del Señor resucitado. Dinos, María, que Jesús puede cambiar nuestro corazón de piedra por uno de carne y hacer que nazca una carne nueva sobre nuestra carne vieja y corrompida. Dinos que en Jesús podemos encontrar a alguien que nos mira siempre con pureza; que espera de nosotros lo mejor, que sabe descubrir, en los escondrijos de nuestro ser y de nuestra vida, ese pozo de bondad que todos llevamos dentro. Dinos que es más importante amar mucho que 48 | La Palabra Entre Nosotros
equivocarse mucho, que al que mucho se le perdona mucho ama. Dinos, María, que cuando se vive en el amor se está más allá de esas lógicas fariseas que siempre lo calculan todo; que la fuerza del amor es inseparable del riesgo y la generosidad, y hasta de cierta locura… Es lo que tú hiciste derramando sobre los pies de Jesús esa libra de nardo puro. Y dinos, sobre todo, María, en esta mañana de Pascua, que podemos sentir que Cristo resucitado nos llama por nuestro propio nombre y nos dice siempre al corazón una palabra de aliento y de esperanza divina, que hay siempre una Galilea, una patria de bondad, en la que Jesús nos aguarda. Dinos que Cristo debe ser nuestro amor y nuestra esperanza. Dinos que Cristo resucitó de veras y que sigue muy vivo ante mi propia vida. Dinos, María, que Cristo ha resucitado nuestra esperanza y nos llama por nuestro nombre, con el mismo cariño con que pronunció el tuyo; que el amor es más fuerte que el pecado y la vida más fuerte que la muerte. “Señor mío Jesucristo, tú eres la fuente de mi vida y mi salvación.” ³³
Hechos 2, 36-41 Salmo 33 (32), 4-5. 18-20. 22
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de abril, miércoles Salmo 105 (104), 1-4. 6-9 Te voy a dar lo que tengo: En el nombre de Jesucristo nazareno, levántate y camina. (Hechos 3, 6) La muerte y la resurrección de Cristo Jesús fueron acontecimientos tan extraordinarios y trascendentales que cambiaron totalmente el curso de la historia y gracias a ellos ahora los fieles podemos invocar el nombre del Señor y experimentar su poder, su realidad y la grandeza de su don a la humanidad. Así fue como, en la lectura de hoy, Pedro y Juan invocaron el nombre de Jesús cuando un mendigo inválido les pidió limosna. Éste esperaba dinero, pero los apóstoles tenían un tesoro mucho más valioso que darle. Cada día, cuando Pedro y Juan iban al Templo a rezar, pasaban junto a la puerta “Hermosa”, que los estudiosos creen que estaba adornada con bronce repujado y oro. ¡Debe haber sido un deleite para la vista! Sin embargo, también pasaban junto a un mendigo lisiado que yacía al pie de esta puerta. Nunca antes se habían fijado en él, tal vez porque, estando en aquel entorno tan impresionante, el hombre parecía insignificante. Pero, por alguna razón, ese día el Espíritu Santo decidió abrirles los ojos a Pedro y Juan. Al ver al pordiosero sintieron compasión y pensaron que podía ser curado. Instándolo a ponerse
de pie, el hombre lo hizo y fue restablecido, y reaccionó con tal entusiasmo al reconocer el milagro que todos los que lo presenciaron lo reconocieron y vieron que él era también una persona valiosa. En efecto, todo ser humano tiene valor para Dios, cualquiera sea su condición de vida o salud. La belleza del mundo siempre está delante de nosotros y debemos apreciarla. Sin embargo, Dios también quiere que abramos los ojos y veamos los tesoros velados que él ha puesto a nuestro alrededor. El Señor quiere enseñarnos a mirar más allá de cuantos tenemos cerca cada día y veamos lo valiosos que son para él. Y lo hace no simplemente para que admiremos a las personas, sino para que reconozcamos su valor y los tratemos con la dignidad que merecen. Imagina la salud, la restauración y la paz que podemos brindar a este mundo si reconocemos el valor, la hermosura y la gloria presentes en cada una de las personas. Hermano, si haces esto que aquí te proponemos, estarás avanzando bastante por el camino de la salvación y la perfección. “Señor, ayúdame a ver cuán valiosas son para ti todas las personas, y concédeme compasión para compartir tu amor con ellos.” ³³
Lucas 24, 13-35 Hechos 3, 1-10 Abril / Mayo 2020 | 49
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de abril, jueves Lucas 24, 35-48 La paz esté con ustedes. (Lucas 14, 35) Jesucristo resucitado saluda a los discípulos nuevamente con el deseo de la paz, porque no es un fantasma, es totalmente real, pero a veces el temor los sobrecoge. Por el temor, representado por la piedra que cerró el frío sepulcro de Jesús, se encerraron también los discípulos; es decir, el temor los ahoga, están ¡muertos de miedo!... rumiando su desgracia, pues había muerto su Maestro. La esperanza les había abandonado, se les iba la vida. Pero: “La paz esté con ustedes” son las palabras que abren los cerrojos del corazón; la esperanza se restablece y resucita. Les dijo Jesús: ¿Por qué se espantan? ¿Por qué surgen dudas en su interior? (Lucas 24, 37). Tantas veces nos da miedo “el mundo” y nos “protegemos de él”. Por ejemplo, preferimos repetir fórmulas y oraciones “religiosas” antes que anunciar la fuerza viva del Evangelio, porque nos “compromete”. Miedo a denunciar lo que envilece al hombre, miedo a luchar contra lo que lo disminuye, miedos disfrazados de “prudencia”, olvidando que Cristo tiene un solo rostro… ¡El del prójimo! ¡Paz! Una sola palabra ha sido suficiente para que todo recomience. En ocasiones es la falta de fe y de vida interior lo que va cambiando las
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cosas: El miedo pasa a ser la realidad y Cristo se desdibuja de nuestra vida. En cambio, la presencia de Cristo en la vida del creyente aleja las dudas, ilumina nuestra existencia, especialmente en los rincones que ninguna explicación humana puede esclarecer. La fe no puede brotar en el temor; se desarrolla en la paz de un corazón que, sin necesidad de pruebas y demostraciones, se siente amado y capaz de amar. La fe es como la vida: muere cuando vive angustiada; se envenena cuando ya no se atreve a soñar. ¿Eres tú capaz de “soñar” con un mundo nuevo, diferente, sin temores, lleno de esperanza? ¿Crees que Cristo, resucitado hace 2000 años, sigue presente y actuando en cada uno de nosotros, procurando la paz, formando una comunidad de amor en medio del mundo, a través de nosotros? ¿Cuáles son las dudas y temores que te impiden ser un hombre nuevo o mujer nueva, libre, resucitado, lleno de Dios? ¿Crees de verdad que él está en tu prójimo? Si crees todo esto, el Señor te mirará con amor y te sonreirá para que siempre confíes en su ayuda y su protección. “Sí, Señor y Salvador mío, creo que ahora vives para siempre y que también estás en mi prójimo.” ³³
Hechos 3, 11-26 Salmo 8, 2. 5-9
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de abril, viernes Juan 21, 1-14 Jesús se acercó, tomó el pan y se lo dio. (Juan 21, 13) Jesús se aparece a los discípulos por tercera vez. Pedro ha regresado a su oficio de pescador y los otros se animan a imitarlo. Eran pescadores antes de seguir a Jesús y piensan que pueden volver a su antiguo oficio. ¡Pero aquella noche no pescaron nada! Cuando al amanecer aparece Jesús, no le reconocen hasta que él les pide algo de comer. Al decirle que no tienen nada, él les indica dónde han de lanzar la red. A pesar de que los pescadores se las saben todas, y en este caso han estado bregando sin frutos, obedecen. “¡Oh, el poder de la obediencia! El lago de Genesaret le negaba sus peces a las redes de Pedro. Toda una noche en vano. Ahora, obediente, vuelve la red al agua y pescan una gran cantidad de peces. El milagro se repite cada día” (San Josemaría Escrivá). Pedro habla con gran valentía y una certeza interior convencido de que Jesús es ahora el único Salvador; una fe fuerte que le permite confiarse en el Señor resucitado y que ahora es portador de su poder milagroso que sana el cuerpo y el alma. Concédeme, Señor, la actitud justa respecto a tu acción en el mundo. No permitas que yo busque “signos
y prodigios”, como si tú tuvieras que demostrar que existes. Extirpa de mí el corazón cerrado a admitir que tú puedes intervenir, incluso de forma extraordinaria, cuando y como quieras. Concédeme discernimiento para que yo sepa reconocer su presencia y la distinga de la incredulidad y la superstición. Concédeme, sobre todo, la fe sencilla de quien no se confía de los “milagros”, aunque también la fe ardiente de quienes se atreven a pedírtelos, sin enojarse cuando no los concedes. Hazme comprender asimismo que no debo poner mi confianza exclusivamente en los medios humanos para la implantación del Reino de Dios, sino ser eficaz en la medida en que me proponga buscar las riquezas del mundo. Porque el milagro más grande que nos brindas es la existencia de personas que confían en ti de tal modo que viven pobres y humildes. Es a ellos a quienes concedes, normalmente, la obtención de milagros para el alivio y la alegría de su ser. Si estas peticiones encuentran resonancia en tu corazón y quieres hacerlas tuyas, no dudes en presentárselas al Señor, que está deseoso de escucharlas y responderlas. “Yo creo en ti, amado Jesús, y creo en las maravillas que tú haces.” ³³
Hechos 4, 1-12 Salmo 118 (117), 1-2. 4. 22-27 Abril / Mayo 2020 | 51
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de abril, sábado Marcos 16, 9-15 Vayan por todo el mundo y prediquen el Evangelio a toda creatura. (Marcos 16, 15) El Evangelio es una “buena nueva”, no una ley que oprime, sino la verdad que libera. Los discípulos tenían ante sí el anuncio inédito de la Resurrección y, en cambio, prefieren continuar compadeciéndose de sí mismos. Hemos pecado, ¡sí, le hemos traicionado!, ¡sí, le hemos abandonado! De ahora en adelante, que no sea más así: después de habernos arrepentido, postrémonos a sus pies, y luego, con la cabeza erguida sigamos adelante, ¡en marcha tras sus pasos, siguiendo su ritmo! Aceptar la resurrección de Jesús nos hace entender a Dios de una manera nueva, como lo que es, un Padre apasionado por la vida de sus hijos, los seres humanos, y comenzamos a amar la vida de una manera diferente. La resurrección de Jesucristo, nuestro Señor, nos hace ver que Dios pone vida donde los hombres ponemos muerte; alguien que genera vida donde los hombres la destruimos. Tal vez nunca la humanidad, amenazada de muerte desde tantos frentes y por tantos peligros que ella misma ha desencadenado, ha necesitado tanto como hoy hombres y mujeres comprometidos incondicionalmente y de manera radical con la defensa de la vida. Esta lucha por 52 | La Palabra Entre Nosotros
la vida debemos iniciarla en nuestro propio corazón, campo de batalla en el que dos tendencias se disputan la primacía: el amor a la vida o el amor a la muerte. Desde el interior mismo de nuestro corazón vamos decidiendo el sentido de nuestra existencia. O nos orientamos hacia la vida por los caminos de un amor creador, una entrega generosa a los demás, una solidaridad generadora de vida… O nos adentramos por caminos de muerte, instalándonos en el egoísmo estéril y decadente de los rebeldes, una utilización abusiva de los demás, una apatía e indiferencia total ante el sufrimiento ajeno. Es en su propio corazón donde el creyente, animado por su fe en Jesús resucitado, debe vivificar su existencia, resucitar todo lo que se le ha muerto y orientar decididamente sus energías hacia la vida, superando cobardía, perezas, desgastes y cansancios que nos pueden encerrar en una muerte anticipada. Pero no se trata solamente de revivir personalmente, sino de poner vida donde tantos ponen muerte. ¿Sabemos defender la vida con firmeza en todas las circunstancias? “Señor mío, Jesucristo, concédeme la gracia de defender la vida con plena convicción.” ³³
Hechos 4, 13-21 Salmo 118 (117), 1. 14-21
MEDITACIONES ABRIL 19 a 25
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de abril, Segundo Domingo de Pascua Domingo de la Divina Misericordia Juan 20, 19-31 La paz esté con ustedes. (Juan 20, 21) Hoy celebramos el triunfo de la misericordia, donde Cristo se hace presente y aparece el perdón. Pasó por la vida curando, bendiciendo, perdonando. En la cruz, repetía las palabras de perdón. En la Pascua el perdón fluye espontáneamente de la herida de su corazón. Perdón para los discípulos dispersos, cobardes, dudosos. Perdón para Pedro, el que por miedo lo negó tres veces. Perdón para Tomás, el que no se fiaba ni confiaba. Perdón para ti y para mí, perdón para el mundo. Hoy es el Domingo de la Divina Misericordia. Cristo resucitado levanta un estandarte de vida y amor, de paz y perdón. Quedan abiertas las puertas de la gracia y la misericordia. Ya no necesitamos ofrendas diarias por los pecados, basta invocar el nombre de Jesús, que es el cordero que quita el pecado, reconciliación viva y permanente y abrirnos a su espíritu.
Sin embargo, el Maestro no dejó de enseñarlo: Perdonen… Si recibimos el espíritu del perdón, estamos capacitados para perdonar. Hay que expulsar el demonio de la violencia; hay que romper el círculo vicioso de la venganza; hay que sanar el corazón herido por otros, el resentimiento, la enemistad. Pero arrancar esas raíces de dolor exige muerte, exige cruz, exige gracia, exige resurrección. Y cuando nosotros perdonamos, el cielo perdona. Pero si nosotros no perdonamos, el cielo no nos perdona. A partir de la Pascua, las relaciones humanas tienen que estar marcadas por la comprensión y la compasión, por la amistad y la solidaridad. Recemos hoy y todos los días a las 3:00 de la tarde la Coronilla a la Divina Misericordia: “Expiraste Jesús, pero la fuente de vida brotó para las almas y el mar de misericordia se abrió para el mundo entero. Oh, fuente de vida, insondable Misericordia Divina, abarca al mundo entero y derrámate sobre nosotros.” “Oh, Sangre y Agua que brotaste del Corazón de Jesús, como una fuente de misericordia para nosotros, en ti confío.” ³³
Hechos 2, 42-47 Salmo 118 (117), 2-4. 22-24 1 Pedro 1, 3-9
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de abril, lunes Juan 3, 1-8 No te extrañes. (Juan 3, 7) Nicodemo sí se extrañó de lo que acababa de escuchar. Jesús le dijo que para ver el Reino de Dios era necesario “renacer de lo alto.” Desde luego, Jesús no se refería al nacimiento físico; sino a un nacimiento espiritual. Es posible que a nosotros también nos parezca curioso este concepto de nacer de lo alto. Vivimos en un mundo que confía más en los sentidos físicos: ver, tocar, oír, degustar y oler. Pero Jesús vino para vivificar nuestros sentidos espirituales para que podamos “verlo” y “tocarlo” de una forma aún más profunda; vino a enseñarnos a caminar por fe y no solo por lo que vemos. Entonces, ¿qué significa “nacer del Espíritu”? ¡Significa muchas cosas! Aquí plantearemos solo algunas de ellas. Primero, nacer del Espíritu nos convierte en vasijas del Espíritu, es decir, que el Espíritu Santo habita en nosotros y está siempre pronto a animarnos, mostrarnos que hemos pecado, llenarnos de paz e impulsarnos a hacer su voluntad. Significa también que podemos ser guiados por el Espíritu, en lugar de seguir la guía de los deseos y los impulsos de nuestra naturaleza pecadora. Segundo, nacer del Espíritu significa que podemos empezar a pensar cómo Jesús piensa, es decir, tener la 54 | La Palabra Entre Nosotros
“mente de Cristo” (1 Corintios 2, 16). Si cuando alguien nos hace daño tendemos a reaccionar con enojo o molestia, el Espíritu puede hacernos ver que la persona que nos ofendió también fue creada por Dios y es igualmente objeto de su amor. Puede enseñarnos a perdonar sin demora y de verdad, discernir claramente el bien del mal y estar más dispuestos a servir en vez de exigir ser servidos. Finalmente, nacer del Espíritu significa ser diferentes, al menos desde la perspectiva del mundo. Nicodemo vio algo verdaderamente exclusivo en Jesús. ¿Serían los milagros que hacía? ¿Sería la paz que irradiaba? ¿O sería la forma en que sus palabras le llegaban al corazón? Fuera lo que fuera, podemos estar seguros de que, si permanecemos cerca del Señor, los demás notarán algo distinto en nosotros y se sentirán intrigados por saber qué es aquello que nos hace diferentes. Verán que llevamos un distinto estilo de vida y eso los hará más receptivos a la buena noticia de Cristo. “Señor Jesús, abre mis ojos espirituales, te lo ruego. Espíritu Santo, Señor, hoy te necesito más que nunca.” ³³
Hechos 4, 23-31 Salmo 2, 1-9
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de abril, martes San Anselmo, obispo y doctor de la Iglesia Juan 3, 7-15 Nadie ha subido al cielo sino el Hijo del hombre, que bajó del cielo. (Juan 3, 13) El Señor nos presenta la dificultad de prevenir y conocer la acción del Espíritu Santo, que de hecho “sopla donde quiere” y trata de explicarle a Nicodemo que el Espíritu de Dios es la única fuente de poder que es más que suficiente para motivar y sustentar la vida cristiana. Todo se reduce a la diferencia entre las “cosas de este mundo” y las “cosas del cielo” (Juan 3, 12). La idea de nacer de nuevo le resultó enigmática a Nicodemo que, siendo maestro en Israel, no pudo conjeturar qué podía significar, pero el Señor le habla de realidades espirituales y le explica cómo actúa el Espíritu Santo, con su presencia tal vez enigmática pero contundente. Luego vino la segunda afirmación misteriosa: “Así como Moisés levantó la serpiente en el desierto, así tiene que ser levantado el Hijo del hombre, para que todo el que crea en él tenga vida eterna” (Juan 3, 14-15). Nicodemo entendió perfectamente a qué se refería el Señor, porque había leído que Moisés levantó la serpiente de bronce en el desierto (Números 21, 8-9) y
solo con mirarla cuantos eran picados por víboras venenosas no morían. Pero ¿qué significaba eso de que “así tiene que ser levantado el Hijo del hombre, para que todo el que crea en él tenga vida eterna”? Nosotros, los cristianos de hoy, podemos entender claramente lo que dijo Jesús: Él sería “levantado” en la cruz, para que todo el que lo “mire con fe” (vale decir, se convierta, le entregue su vida, se bautice y viva de acuerdo con sus mandamientos) se reconcilie con el Padre y tenga la vida eterna. Bien, pero ¿qué relación tiene Cristo con la serpiente de bronce? Dios tenía que destruir el pecado y lo hizo permitiendo que todos los pecados de todos los seres humanos de todas las épocas fueran depositados en su cuerpo físico, de modo que, al morir Cristo crucificado, el pecado fuera destruido. Esto lo explica San Pablo de la siguiente manera: “Cristo no cometió pecado alguno; pero por causa nuestra, Dios lo hizo pecado, para hacernos a nosotros justicia de Dios en Cristo” (2 Corintios 5, 21). “Amado Jesús, gracias por habernos quitado el pecado y llevarlo en tu cuerpo para que, al darle muerte, fuéramos liberados.” ³³
Hechos 4, 32-37 Salmo 93 (92), 1-2. 5
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de abril, miércoles Juan 3, 16-21 Tanto amó Dios al mundo, que le entregó a su Hijo único. (Juan 3, 16) La buena noticia que se proclamó en la Anunciación y que se hizo realidad concreta en la muerte y la resurrección de Cristo Jesús, es que Dios Padre estuvo dispuesto a sacrificar a su único Hijo para salvarnos de la muerte segura a la que nos llevaban irremediablemente nuestros pecados y maldades. Como lo dice la Escritura: “Tanto amó Dios al mundo, que le entregó a su Hijo único, para que todo el que crea en él no perezca, sino que tenga vida eterna.” En efecto, gracias a la muerte y la resurrección de Jesucristo, todo el que crea en él puede experimentar la vida del mundo venidero ahora mismo, en esta vida. Nos equivocamos si pensamos que hemos recibido la vida nueva nada más para vivir cómodamente o para terminar con los hábitos negativos que tenemos. En realidad, estamos llamados a ser criaturas totalmente nuevas. Dios no quiere que usemos el don divino solo para lograr un progreso personal. Esto sería limitar muchísimo la gloria que el Señor quiere darnos a cada uno y a toda su Iglesia. Pero si vemos que realmente necesitamos la luz de Cristo, podemos llegar a conocer la magnitud del amor de 56 | La Palabra Entre Nosotros
Dios manifestado en su inagotable misericordia. Este es un amor que se magnifica en nosotros; es como un pequeño arroyo que va creciendo hasta hacerse un caudal ancho y torrentoso. Nuestro Padre quiere que su amor fluya de nosotros para que seamos portadores de su gracia. La condenación cede ante la misericordia y el odio ante la compasión. Tanto quiso el Padre adoptarnos como hijos suyos que entregó a su propio Hijo para salvarnos de la muerte eterna. A veces quizás nos asalta la impaciencia, cuando vemos que la vida nueva es tan frágil en nosotros, y con frecuencia nos parece que tenemos poca fe, cuando nos comparamos con los personajes de los relatos bíblicos. Sin embargo, el poder de la vida eterna está en nuestro interior, incluso cuando no lo aprovechamos ni vivimos de acuerdo con él. Cuando ponemos decididamente toda nuestra fe en la vida nueva que Cristo ganó para nosotros, recibimos la fuerza necesaria para vivir entregados a Dios, a pesar de las dificultades que encontramos. “Padre Santo, enséñanos a reconocer que en Cristo tenemos el poder necesario para vivir como cristianos auténticos.” ³³
Hechos 5, 17-26 Salmo 34 (33), 2-9
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de abril, jueves San Jorge, mártir San Adalberto, obispo
y mártir Juan 3, 31-36 Dios le ha concedido sin medida su Espíritu. (Juan 3, 34) Aquellos que han pasado por situaciones de escasez de alimentos y otros productos esenciales debido a crisis políticas o económicas, suelen encontrar más tarde que es difícil saber qué hacer en la abundancia, y luego, ya superada la crisis, siguen siendo muy prudentes en sus gastos y guardan en reserva algo de lo que tienen “por si acaso”. Gracias a Dios, los fieles no tenemos que ser así con nuestro Padre celestial. Su amor es inagotable y él no nos raciona nada. Más bien, nos da su Espíritu Santo a manos llenas. Por mucho que hayamos experimentado su amor generoso, siempre nos prodiga más si se lo pedimos. Una hermosa plegaria que se recita durante la cena de la Pascua judía contiene un estribillo llamado Dayenu, que significa “Eso nos habría bastado”. Dice así: Si solo Dios nos hubiera creado, eso nos habría bastado. Si solo nos hubiera sacado de Egipto, eso nos habría bastado. Si solo nos hubiera dado la Ley, eso nos habría bastado.
Si solo nos hubiera alimentado con el maná, eso nos habría bastado. Si solo nos hubiera traído a la Tierra Prometida, eso nos habría bastado. La plegaria concluye diciendo: “Cuánto más hemos de estar agradecidos por las ilimitadas bendiciones que por su misericordia nos ha dado Dios.” Esta es una excelente oración que nosotros podemos utilizar hoy. Aunque no comprendamos todo lo que Dios ha hecho por nosotros, siempre hay algo más que nos quiere dar. Tal vez tú has sido bendecido en formas que ni siquiera has percibido. Ciertamente el Señor siempre tiene más regalos almacenados para ti. Nunca existirá una razón para dudar de que Dios quiere darte más. Piensa en todas aquellas ocasiones en que tu Padre celestial te ha prodigado lo que necesitas, te ha bendecido y te ha revelado su amor. Piensa, también, en las bendiciones que quisieras que el Señor te diera en los años venideros. Dedica un tiempo hoy a rezar y regocijarte por los magníficos regalos que Dios te ha dado en tu vida pasada, los que te da hoy y los que te dará mañana. “Señor, si solo hubieras perdonado mis pecados, eso me habría bastado; pero tú has hecho muchísimo más que eso. Por todo eso ¡te doy gracias y te alabo!” ³³
Hechos 5, 27-33 Salmo 34 (33), 2. 9. 17-20 Abril / Mayo 2020 | 57
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de abril, viernes San Fidel de Sigmaringa, presbítero y mártir Juan 6, 1-15 Lo seguía mucha gente, porque habían visto los signos que hacía. (Juan 6, 2) Hoy leemos el relato del conocido y significativo milagro de la multiplicación de los panes y los peces. La multitud se maravillaba cuando veía que Jesús curaba a los enfermos y la gente lo seguía por todas partes. ¿Qué significarían estas señales? ¿Quién era este Jesús? Muchos de los que lo seguían, incluso los discípulos, se sentían confundidos pensando en qué significarían tales cosas. Jesús sabía que la gente que lo seguía tenía necesidades físicas, y también percibía su honda necesidad espiritual. Por su gran amor y compasión, realizó el milagro de la multiplicación de los panes y los peces como señal de su identidad. La gente, al ver las doce canastas de lo que había sobrado, quería llevarse a Jesús para hacerlo rey. Jesús no quería ser conocido como hacedor de milagros ni como el líder político enviado a liberar a los judíos de la opresión romana. La multiplicación de los panes y los peces era una señal que demostraba que Jesús era el Hijo de Dios. El Señor quería que esta señal les hiciera ver la inmensidad de 58 | La Palabra Entre Nosotros
su amor, amor que finalmente quedaría ratificado en su muerte en la Cruz. Cristo desea obrar constantemente en nuestra vida y acercarnos al Padre. Su obra es generosa y rebosante de amor, porque el Señor sabe lo que es mejor para nuestro bienestar espiritual. Y nosotros, ¿cómo le respondemos? ¿Qué esperamos de él? ¿Lo buscamos solo para que satisfaga nuestras necesidades terrenales, o vemos que también desea atender nuestras necesidades espirituales más profundas? ¿Sabemos que él quiere darnos la vida eterna, es decir la vida del mundo venidero? Este milagro de la multiplicación de los panes debería hacernos ver que Jesús es el Salvador y el Señor y que su voluntad para nosotros se proyecta mucho más allá de este mundo físico. Querido hermano, pídele al Espíritu Santo que te haga conocer personalmente a Cristo hoy y te dé un corazón puro que desee llenarse de él. No limites a Jesús viéndolo solo con ojos terrenales, sino con ojos que anhelan ver al Salvador tal como lo ve todo el cielo. “Jesús, Señor y Salvador mío, quiero comer tu Cuerpo y beber tu Sangre, alimento verdadero y bebida verdadera, para tener siempre en mí la vida eterna.” ³³
Hechos 5, 34-42 Salmo 27 (26), 1. 4. 13-14
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de abril, sábado San Marcos, evangelista Marcos 16, 15-20 Ellos fueron y proclamaron el Evangelio por todas partes (Marcos 16, 20). La vida de San Marcos, cuya fiesta celebramos hoy, no es común entre los santos. Quizás él jamás habría llegado a ser el santo que conocemos hoy si otro no hubiera creído en él. Marcos era hijo de María, una viuda que albergó en su casa las reuniones de los primeros cristianos (Hechos 12, 12). No era uno de los doce apóstoles, pero más tarde, acompañó a su primo Bernabé y a Pablo en su primer viaje misionero, aunque por alguna razón los abandonó prematuramente. Cuando Pablo decidió partir a su siguiente viaje no quiso llevarlo consigo, pues desde su punto de vista, Marcos había abandonado la causa del Evangelio. Afortunadamente, Bernabé no fue de la misma opinión. Mientras Pablo viajaba a Siria con Silas, Bernabé llevó a Marcos a Chipre (Hechos 15, 39-41), pues lo que éste necesitaba era una segunda oportunidad. La tradición cuenta que más tarde Marcos fue a Roma como intérprete de Pedro y luego escribió su Evangelio según la predicación del apóstol. Finalmente, Pablo lo perdonó, lo elogió por su servicio y lo llamó “una ayuda para mí” (2 Timoteo 4, 11). Más tarde, Marcos
fundó la iglesia de Alejandría, en Egipto, donde fue martirizado. ¿Qué habría sucedido si Bernabé hubiera rechazado a Marcos por su “falta” anterior? Probablemente Marcos nunca habría llegado a ser el “hijo” espiritual de Pedro (1 Pedro 5, 13), y quizás nunca habría escrito su evangelio. Si Bernabé no hubiera tenido paciencia y compasión con Marcos, quién sabe qué escritura tendríamos hoy en día. La lección es que nunca debemos rendirnos ante la primera falla de alguien. Tal como lo hizo Bernabé, debemos dar a las personas una segunda oportunidad, pues ninguno de nosotros es perfecto. Todos necesitamos el don de un nuevo comienzo, sabiendo que la gracia y el amor de Dios “perdonan muchos pecados” (1 Pedro 4, 8). Y no solamente nuestros pecados, también nuestras debilidades, fallos y caprichos. Nuestra disposición para sanar las relaciones puede tener un gran efecto no solo en la vida actual, sino incluso en la eternidad. Nunca se sabe quién puede ser el próximo Marcos, así que sigue animando a todos tus hermanos en la fe. “Padre, enséñame a reconocer los dones de los demás, no sus carencias, y enséñame a amarlos y animarlos.” ³³
1 Pedro 5, 5-14 Salmo 89 (88), 2-3. 6-7. 16-17 Abril / Mayo 2020 | 59
MEDITACIONES ABRIL 26 a MAYO 2
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de abril, Tercer Domingo de Pascua Lucas 24, 13-35 Se les abrieron los ojos y lo reconocieron. (Lucas 24, 31) ¿No desearías tú haber estado ahí cuando Cleofás y su amigo iban caminando hacia Emaús? ¿No crees que habría sido emocionante escuchar cómo Jesús interpretaba las Escrituras y ver las reacciones de los discípulos cuando reconocieron al Señor al partir el pan? De alguna manera, hoy nosotros podemos estar ahí. Cada día, dos mil años después de la resurrección, la palabra de Jesús enciende el fuego en el corazón del creyente y abre nuestros ojos para reconocerlo. Esto es así porque la Escritura no se limita simplemente a enseñarnos acerca de Cristo, ¡también nos revela al Señor! Cada vez que escuchamos la Palabra de Dios en Misa es bueno recordar que no se trata simplemente de frases escritas en una página. Pablo enseñó que la Palabra de Dios “tiene vida y poder; es más cortante que cualquier espada de dos filos” (Hebreos 4, 12) porque fue inspirada por Dios y tiene 60 | La Palabra Entre Nosotros
el propio poder del Espíritu Santo para darnos sabiduría, paz y gozo. Todo lo que necesitamos es escucharla con fe. Cleofás y su amigo tuvieron que andar un largo camino con Jesús antes de reconocerlo, y a veces eso nos pasa a nosotros también. Así que sé paciente contigo mismo. Cuando escuches la Palabra de Dios proclamada en la Misa, trata de imaginarte que estás en medio de la acción, y piensa que puedes escuchar al Señor que te habla. Deja a un lado las distracciones y escucha lo que él quiera decirte. Es posible que no “escuches” nada inmediatamente, pero no te preocupes, eso puede suceder, porque es señal de que el Espíritu Santo todavía está actuando en ti, así como lo hacía en los discípulos de Emaús a cada paso que daban. El Señor derrama su gracia aun cuando nosotros no podamos sentirla. Todo lo que tienes que hacer es tratar de mantener abierto el corazón lo más que puedas. Con el tiempo irás reconociendo la presencia de Jesús en tu vida. “Espíritu Santo, ayúdame a reconocer a Jesús en su palabra. Señor, permite que tu palabra me toque hoy para que yo sea un instrumento tuyo para tu gloria.” ³³
Hechos 2, 14. 22-33 Salmo 16 (15), 1-2. 5. 7-11 1 Pedro 1, 17-21
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de abril, lunes Juan 6, 22-29 La obra de Dios consiste en que crean en aquel a quien él ha enviado. (Juan 6, 29) Siendo un joven sacerdote de Pensilvania, el padre Walter Ciszek quería realizar “la obra de Dios” como misionero en la Unión Soviética. Pero las cosas no salieron como él esperaba. Poco después de llegar a Rusia, fue acusado falsamente de ser espía y pasó varios años encarcelado, primero en la siniestra prisión de Lubianka y luego en campos de trabajo forzados en Siberia. Un día, extenuado por los interrogatorios y torturas, el padre Ciszek no pudo más: “Perdí toda esperanza, solo podía ver mi debilidad.” Desesperado, le pidió al Señor que le socorriera. Al rezar, vio que llevar a cabo la obra de Dios no significaba hacer actos heroicos, como él pensaba. Meditando en el ejemplo de Cristo en el huerto de Getsemaní, descubrió que la “obra” de Dios era cooperar diariamente con la gracia divina, cualquiera fuera la situación. En el Evangelio de hoy, Jesús dice que la “obra de Dios” consiste en creer en “aquel” a quien el Padre envió (Juan 6, 29). Nosotros creemos en Cristo, así que debe haber algo más en este mensaje. Recuerda las grandes vicisitudes que has tenido en la vida, tal
vez una enfermedad grave, una crisis financiera o algo parecido. Esos son momentos en que la “obra” actúa. Cuando surge una dificultad, hay que esforzarse para averiguar cómo podemos cooperar con la gracia de Dios en esa situación. De hecho, la “obra” de creer no se limita a los tiempos de crisis. Cada día el Señor nos da un sinnúmero de oportunidades para aplicar la fe en cualquier situación en la que nos encontremos. Aun las tareas mundanas pueden convertirse en regalos de Dios, si se las presentamos y le decimos lo que pensamos. Al Señor le agradan estas conversaciones casuales y las usa de diversas formas para enseñarnos, animarnos y edificarnos en la fe. Esto fue lo que aprendió el padre Ciszek: llegó a percibir la presencia de Dios en cada persona que conoció y les trató según esa fe. También aprendió a entender que cada tarea extenuante que debía cumplir era una forma de decirle sí a Dios. ¡Tú puedes hacer lo mismo! “Señor, ayúdame a ver cada situación que me toque afrontar como una forma de hacer la ‘obra’ de creer en ti.” ³³
Hechos 6, 8-15 Salmo 119 (118), 23-24. 26-27. 29-30 Abril / Mayo 2020 | 61
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de abril, martes San Pedro Chanel, presbítero y mártir San Luis María Grignion de Montfort, presbítero Juan 6, 30-35 Es mi Padre quien les da el verdadero pan del cielo. (Juan 6, 32) Las culturas primitivas clasificaron la materia visible en grupos como tierra, aire, fuego y agua. Después, los científicos vieron que la materia está compuesta por átomos. Nuevos descubrimientos han identificado otros componentes más pequeños aún, como los electrones, protones y neutrones. Ahora, los investigadores físicos han descubierto partículas aún más diminutas: quarks, fotones, gluones y bosones. ¡Siempre hay algo nuevo que descubrir! Hoy podríamos decir que Jesús enseñaba algo parecido. Después de multiplicar los panes y los peces, trató de explicar algo superior al mero hecho de comer. La gente no necesitaba que les explicaran lo que es el pan, pero el Señor quería llevarlos a un plano más elevado ofreciéndoles “el verdadero pan del cielo” (Juan 6, 32), el pan que no solamente nutre físicamente, sino que es el sustento del alma. Hoy Jesús tiene una lección similar para nosotros. Sabemos que la Eucaristía no es un pan ordinario, pero el hecho de ir a la misma iglesia y 62 | La Palabra Entre Nosotros
sentarnos en la misma banca semana tras semana, la Comunión recibida puede convertirse en una rutina. Lo muy sabido puede llevarnos a prestarle atención solamente a la hostia física que recibimos y a no fijarnos tanto en la presencia sacramental de Cristo. Si te parece que la Misa se ha vuelto un poco rutinaria para ti, intenta contemplar a Jesús más de cerca durante la semana. Cada mañana, selecciona un pasaje de la Biblia que hable de él y procura recordarlo durante el día. Puede ser un pasaje sobre la Eucaristía: “Esto es mi cuerpo, entregado a muerte en favor de ustedes” (Lucas 22, 20), o bien un pasaje del Evangelio de ese día. Toma solamente un versículo y medítalo; pídele al Espíritu que te ayude a entender a Jesús más profundamente. Mientras lees el pasaje de la Escritura, date tiempo para que el Señor te muestre algo nuevo sobre sí mismo, algo que se base en lo que tú ya sabes de él, y descubrirás que mientras medites con más profundidad, más claramente reconocerás que Jesús está presente en la Eucaristía: el verdadero pan del cielo. “Señor, ayúdame a descubrirte más plenamente en el Sacramento de la Eucaristía.” ³³
Hechos 7, 51—8, 1 Salmo 31 (30), 3-4. 6-8. 17. 21
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de abril, miércoles Santa Catalina de Siena, virgen y doctora de
la Iglesia Juan 6, 35-40 Yo soy el pan de la vida. El que viene a mí no tendrá hambre. (Juan 6, 35) En el Evangelio vemos que, cuando la gente empezó a hacerle preguntas, Jesús les dijo que él era el pan vivo que satisface todo tipo de hambre. ¿Cómo podemos entender estas palabras? Primero, leamos la Escritura. En varios lugares dice el Antiguo Testamento que la Palabra de Dios y su sabiduría son un pan vivo que da vida al pueblo escogido (v. Proverbios 9, 1-6; Eclesiástico 24, 1). En la oración que Jesús enseñó a sus discípulos, el Padre Nuestro, la frase que dice “nuestro pan de cada día” encierra todo lo que necesitamos recibir (Mateo 6, 11). Finalmente, en la Última Cena, el Señor escogió el pan como señal e instrumento del regalo más grande de todos: su vida en la Sagrada Eucaristía (Lucas 22, 19-20). El Señor dijo a la multitud que él era el don que el Padre celestial concede con agrado a su pueblo, y dado que este don comunica la vida abundante del cielo, los que acuden a Jesús no volverán a tener hambre jamás, porque ya no les faltará nada.
Acudir a Jesús significa creer que Dios lo envió a salvarnos de la muerte y comunicarnos la vida en toda su plenitud. Dios desea que sepamos que esta es su obra. Pero no podemos acudir a Jesús a menos que el Padre nos llame, y despierte en nosotros la esperanza de su misericordia y su amor (Juan 6, 44). Jesús prometió que no perdería a nadie de los que el Padre le diera, sino que a todos los resucitaría a la vida nueva. ¡Qué maravilloso es que Dios nos dé el don de la fe para bendecirnos en forma tan hermosa y extraordinaria! Por el hecho de que Jesús es el pan de vida y porque no rechaza a nadie, podemos aproximarnos confiadamente a él y presentarle todas nuestras inquietudes, imperfecciones, sufrimientos y temores. Si él puede satisfacer el deseo de verse libre de la muerte que hay en todo corazón humano, ¿cuánto más eficaz es y cuánto más deseoso está de atender también las necesidades que tenemos en esta vida? “Jesús, Señor nuestro, acudo a ti para recibir tu vida; lléname, Señor, y prepárame para alabarte y saludarte dignamente cuando regreses en gloria.” ³³
Hechos 8, 1-8 Salmo 66 (65), 1-7
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de abril, jueves San Pío V, papa Hechos 8, 26-40 Felipe comenzó a hablarle y partiendo de aquel pasaje, le anunció el Evangelio de Jesús. (Hechos 8, 35) Es probable que a muchos nos suceda que cuando queremos dar testimonio del Señor pareciera que las palabras se nos atascan en la garganta. Sabemos que nos gustaría compartir con otras personas el mensaje de nuestro Salvador, pero nos refrenamos porque no queremos importunar a nadie, ni que nos tilden de fanáticos religiosos. Como resultado, desaprovechamos las oportunidades que nos presenta el Señor para dar testimonio de él y explicar la buena nueva a quienes no la han escuchado o entendido, como el etíope de la lectura de hoy. Cuando Felipe escuchó que el Señor le decía que viajara de Jerusalén a Gaza, no se detuvo a preguntar por qué; simplemente obedeció el mandato divino, sabiendo que a su debido tiempo llegaría a entender claramente la misión. Por el camino se unió a una caravana y entre los viajeros iba un oficial etíope que leía un pasaje del libro del profeta Isaías. Intrigado, Felipe le preguntó simplemente: “¿Entiende usted lo que está leyendo?” Lo que le contestó el etíope denota una situación que prevalece en todo el mundo hasta el día de hoy: “¿Cómo 64 | La Palabra Entre Nosotros
lo voy a entender, si no hay quien me lo explique?” ¿Cómo puede alguien entender el amor de Dios y la gracia salvadora de Cristo si no hay quien tome la iniciativa de explicarle ni aproveche la oportunidad para compartir el mensaje? Naturalmente, Felipe estaba bien preparado para guiar a este hombre, ya que había sido discípulo de Jesús; pero en realidad todo el que se haya comprometido con Cristo está preparado para ayudar a otros a entender el Evangelio. La evangelización no es preocupación de los demás; es responsabilidad de todos los que nos consideramos cristianos, de todos los que formamos parte del cuerpo de Cristo en la tierra. Dios nos ha concedido el Espíritu Santo, que nos enseña y nos fortalece para compartir el Evangelio. Cuando experimentamos una buena comunión con el Señor, y verdaderamente hemos depositado nuestra vida en sus manos, podemos hablar honesta y naturalmente de él con quien desee escuchar. “Ven, Espíritu Santo, y ayúdanos a salir a compartir con los demás la buena noticia de Cristo Jesús, dando testimonio de nuestra propia experiencia de conversión y crecimiento en la fe.” ³³
Salmo 66 (65), 8-9. 16-17. 20 Juan 6, 44-51
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de mayo, viernes San José Obrero Hechos 9, 1-20 Ananías contestó… (Hechos 9, 13) Al leer esta primera lectura, supongamos que, cuando Dios le dijo a Ananías que fuera a rezar por el perseguidor, éste hubiera contestado: “¡De ninguna manera, Señor! Saulo tiene las manos manchadas de sangre. Yo tengo familia y no sería prudente arriesgarme tanto. Tal vez deberías buscar a otro que lo haga.” Si Ananías hubiera dado alguna de estas respuestas, lo habríamos encontrado comprensible, pues sabemos que hubo profetas, como Jonás y Jeremías, que quisieron esquivar las misiones que Dios les daba, así como a veces lo hacemos nosotros. Afortunadamente, Ananías asumió una perspectiva más constructiva y creativa que los fieles también podemos adoptar para afrontar las misiones difíciles que a veces el Señor nos pide realizar. Podemos resumirla en tres elementos: Hablar con Dios. En lugar de disculparse o poner oídos sordos, Ananías le planteó al Señor sus objeciones en forma honesta (Hechos 9, 13-14). Naturalmente, no era necesario contarle a Dios, que todo lo sabe, las atrocidades que Saulo había cometido, pero Ananías necesitaba expresar lo que sentía. Lo mismo sucede con nosotros.
Escuchar a Dios. Una vez que le hemos presentado al Señor nuestros temores, reservas y preguntas, es tiempo de escuchar. Jesús le dijo a Ananías que Saulo se había convertido de perseguidor en un “instrumento escogido” (Hechos 9, 15). Aun cuando ésta parecía ser una situación difícil de aceptar, Ananías le creyó a Dios y estuvo dispuesto a cambiar su forma de pensar. Ese también es un desafío para nosotros. Aceptar el plan de Dios. Ananías pudo haberse acercado a Saulo a regañadientes, como lo hacemos nosotros cuando no nos gusta la misión recibida y haber pensado con resentimiento: “Señor, ¿por qué no me elegiste a mí para ser tu gran apóstol? Yo lo merezco más que Saulo.” Pero Ananías era dócil y obedeció, entendió la visión y quiso cumplirla a cabalidad. Casi podemos percibir su fervor y la generosidad de su espíritu en sus primeras palabras a Saulo. No le dijo “Tú eres un pecador”, ni solo “Saulo” a secas; lo llamó “Saulo, hermano…” (Hechos 9, 17). “Señor Jesús, creo que me pides que haga algo y te confieso que me resisto. Indícame claramente tu deseo mi Señor.” ³³
Salmo 117 (116), 1-2 Juan 6, 52-59
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de mayo, sábado San Atanasio, obispo y doctor de la Iglesia Juan 6, 60-69 Señor, ¿a quién iremos? Tú tienes palabras de vida eterna. (Juan 6, 69) Padre santo, ¡qué maravilloso eres! Según tu plan soberano, escogiste a Moisés para que sacara a tu pueblo de la esclavitud en Egipto. Luego les diste el maná en el desierto para alimentarlos y demostrarles que querías cuidarlos en forma concreta y efectiva (Deuteronomio 8, 3). Día tras día les diste el maná como prefiguración del día en que enviarías el pan que nos daría la vida eterna. De esta forma, siglos antes de que sucediera, nos estabas preparando para tu Hijo, el Pan del cielo, que se daría por la vida del mundo. Jesucristo, Señor nuestro, tú, que eres nuestra fortaleza y esperanza, nos dices a todos: “Soy yo, no tengan miedo” (Juan 6, 20). Siempre has sido el fundamento de nuestra vida, porque sostienes el universo entero en la palma de tu mano. Que tu amor perfecto, Señor, eche fuera todo temor de nosotros. Llénanos, te suplicamos, de una fe más profunda a medida que elevamos el corazón hacia ti y confiamos plenamente en tu divina misericordia. Gracias, Salvador y Redentor nuestro, por darte a nosotros como Pan de vida (Juan 6, 35), porque ya no 66 | La Palabra Entre Nosotros
tenemos que vagar con hambre y sed buscando satisfacción en un mundo que jamás puede darnos una paz completa. Tú, Señor, lo conoces todo, hasta la necesidad más recóndita del corazón humano y tu mano siempre está tendida hacia nosotros, siempre dispuesta a darnos de comer. Cristo Jesús, Pan que bajaste del cielo para llevarnos al cielo (Juan 6, 41); Señor, que pusiste de lado tu corona de gloria para venir al mundo con humildad y ofrecernos una parte en tu vida eterna; tú, Señor, que incluso ahora nos das la Eucaristía para elevarnos hacia ti, ven, Señor, a encontrarnos en la oración y en tu Palabra, para fortalecernos y derramar tu amor sobre nosotros cada día. Quisiste entregar tu vida en la cruz para salvarnos y para no separarte jamás de nosotros, tu Iglesia y tu Esposa amada. ¡Qué glorioso es tu amor! Ayúdanos a recibirlo de todo corazón cada día. Ayúdanos, Divino Señor, para saber recibir todos estos valiosísimos regalos que tienes para todos tus fieles. “Señor y Salvador mío, ayúdame a creer cada vez más que tú eres el pan de vida eterna, cuya presencia no disminuye ni desaparece jamás.” ³³
Hechos 9, 31-42 Salmo 116 (115), 12-17
MEDITACIONES MAYO 3 a 9
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de mayo, Cuarto Domingo de Pascua Juan 10, 1-10 Yo he venido para que tengan vida y la tengan en abundancia. (Juan 10, 10) Jesús usaba la figura del pastor y las ovejas en sus enseñanzas, pues Israel era tierra de pastoreo y todos entendían claramente el significado. Sabían que un verdadero pastor tenía que estar siempre atento y dispuesto a arriesgar la vida para proteger a su rebaño de los peligros naturales y de los ladrones. Los ayudantes contratados huían cuando surgía el peligro, sin preocuparse de las ovejas. Cuando Jesús hablaba con los fariseos, lo que les decía de las ovejas y el pastor seguramente les hacía pensar en la Palabra de Dios a Israel respecto a los buenos y malos pastores. Por medio del profeta, Dios dijo a su pueblo: “Yo mismo iré a buscar a mis ovejas y velaré por ellas… Buscaré a la oveja perdida y haré volver a la descarriada… Yo las apacentaré en la justicia” (Ezequiel 34, 11. 16), y sin duda reconocían que, en Jesús, Dios cumplía perfectamente su palabra profética. Cristo mismo sale
a buscarnos, pues él es el Buen Pastor que da consuelo, paz, sabiduría y vida a sus ovejas. El redil tenía una sola puerta, por la cual entraban las ovejas y el pastor. Se conocía quién era ladrón porque trataba de entrar por otra parte. Cuando el pastor y su rebaño pasaban la noche en las colinas de Judea, él se acostaba cubriendo la entrada al redil; su cuerpo servía de puerta. Jesús es la puerta por la cual los justos entran y encuentran la vida. Solo él puede darnos vida y vida en abundancia (Juan 10, 10). Durante este tiempo de Pascua, pensemos en lo maravilloso que es lo que Dios quiere para nosotros. El Hijo de Dios tomó carne humana y soportó terribles sufrimientos para salvarnos, porque nosotros, por mucho que nos hubiéramos esforzado, jamás habríamos podido merecer la vida eterna. Esta vida abundante es gozosa, plena, indestructible y cierta incluso frente a las incertidumbres del mundo; la tumba no podrá contenerla. Es nuestra desde ahora y lo será eternamente mientras nos entreguemos en manos de nuestro Buen Pastor. “Dios y Padre nuestro, te doy gracias por haber enviado a tu Hijo único a salvarnos.” ³³
Hechos 2, 14. 36-41 Salmo 23 (22), 1-6 1 Pedro 2, 20-25 Abril / Mayo 2020 | 67
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de mayo, lunes Juan 10, 11-18 Escucharán mi voz. (Juan 10, 16) ¿Es posible escuchar la voz del Señor? Moisés escuchó la voz de Dios en la zarza ardiente; San José lo escuchó en sueños cuando el ángel le indicó que se casara con María; Santa Faustina escuchó a Jesús en una visión tan clara que pudo indicarle a un artista cómo pintar el cuadro de Jesús Misericordioso. Estas historias pueden parecernos un tanto fantásticas; pero si lo piensas bien, probablemente ha habido momentos en los que tú también hayas experimentado la presencia de Dios y percibido que él tenía un mensaje para ti. Estas percepciones, aunque pasajeras, demuestran que todos tenemos instintos espirituales y que es posible cultivar esos instintos. Tal vez lo entendamos mejor si pensamos en los instintos humanos. Por ejemplo, una madre puede estar en la guardería infantil donde muchos niños lloran, pero cuando su bebé empieza a llorar, reconoce inmediatamente la voz de su hijo y al punto acude a verlo. Un futbolista sabe cómo controlar su mejor pierna y cómo darle a la pelota para marcar el gol. Con suficiente práctica, estas reacciones se tornan automáticas y así se llega a un nivel en el que se puede responder en forma 68 | La Palabra Entre Nosotros
instintiva. Así también, con práctica y experiencia, es posible perfeccionar los sentidos espirituales para percibir la presencia del Señor. Te invito hoy, hermano, a que practiques la escucha al Señor durante el día y seguramente te sorprenderás al ver que él siempre está disponible. De hecho, hacer oración y leer a menudo la Palabra de Dios es una buena preparación para reconocer la presencia de Cristo en aquellos con quienes conversas y en la vastedad y hermosura de la creación. Gradualmente, ya no te preguntarás si Dios te habla, sino cómo te habla y qué te dice. Así que, pon oído a la voz de Dios en el niño que llora pidiendo atención; trata de escuchar cuando el Señor te susurre lo que quiere que le digas a un amigo enfermo; escucha sus palabras de ánimo cuando las cosas te salen bien o mal en la vida cotidiana. Y recuerda: hasta los mejores futbolistas fallan el tiro al arco alguna vez. Mientras más lo practiques, mejor reconocerás lo que hace el Señor en ti; mientras más tiempo pases con él, más vivos estarán tus instintos espirituales. “Señor Jesús, gracias por hablarme, enséñame a escucharte mejor, te lo ruego.” ³³
Hechos 11, 1-18 Salmo 42 (41), 2-3; 43 (42), 3-4
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de mayo, martes Juan 10, 22-30 El Padre y yo somos uno solo (Juan 10,30). ¡Qué afirmación más audaz! ¿Cómo reaccionaron los oyentes de Jesús? Algunos quisieron apedrearlo por igualarse a Dios (Juan 10, 31), otros quedaron probablemente tan asombrados que, a la luz de esta declaración, comenzaron a meditar en todo lo que le habían escuchado decir y visto hacer. Ninguno de los oyentes se imaginó jamás que se encontraría cara a cara con Dios mismo. Incluso Moisés, el gran legislador, pudo ver a Dios nada más que “de espaldas” y solo por breves instantes (Éxodo 33, 18-23). Sin embargo, aquí estaba Jesús, en persona, ofreciendo la promesa de una relación que tendría efectos para siempre. Incluso más tarde dijo a sus discípulos que “el que me ha visto a mí, ha visto al Padre” (Juan 14, 9). En todo lo que dijo e hizo, Jesús mostró otra dimensión de Dios: el Padre celestial. Cada vez que realizaba una curación, Jesús revelaba la compasión del Padre; cuando perdonó a la mujer sorprendida en adulterio y cuando le ofreció agua viva a la samaritana estaba revelando la misericordia infinita del Padre. Cuando calmó la tempestad que aterrorizaba a los discípulos hizo patente el ilimitado poder de Dios. Caminando sobre el mar embravecido
y pasando a través de murallas sólidas, Cristo desafió las leyes de la naturaleza; volcando las mesas de los cambistas en el templo demostró la justicia de Dios. Una y otra vez reveló la infinita sabiduría de Dios dando respuestas sabias e irrefutables a todos los intentos de los jefes religiosos por hacerlo tropezar en sus propias palabras. Santo Tomás de Aquino comenta este pasaje del Evangelio diciendo: “Puedo ver, gracias a la luz del sol, pero si cierro los ojos, no veo; pero esto no es por culpa del sol, sino por culpa mía.” Teniendo verdades tan maravillosas como éstas a nuestro alcance, podemos sentirnos muy reconfortados, porque gracias a Jesús, no solo podemos conocer personalmente al Padre celestial, sino pertenecerle a él, ahora y para siempre. Escuchemos la promesa de Jesús: “Lo que el Padre me ha dado es más grande que todo, y nadie se lo puede quitar” (Juan 10, 29). “Padre celestial, ayúdame a entender lo que significa ser hijo tuyo, protegido por tu Hijo, el Buen Pastor, y enséñame, Señor, a acudir a Jesús todos los días sabiendo que él es mi Señor y Protector.” ³³
Hechos 11, 19-26 Salmo 87 (86), 1-7
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de mayo, miércoles Juan 12, 44-50 Yo, que soy la luz, he venido al mundo para que los que creen en mí no se queden en la oscuridad. (Juan 12, 46) En el Evangelio de hoy, el evangelista presenta un compendio de las enseñanzas de Jesucristo antes de relatar su pasión, muerte y resurrección. Este resumen incluye la unión del Padre y el Hijo y el hecho de que Jesús, la Luz del mundo, vino a salvar a la humanidad, no a juzgarla (Juan 12, 47). También incluye el mensaje de que la palabra de Jesús nos juzgará el último día (Juan 12, 48), y que esa palabra se identifica con la palabra del Padre y con la vida eterna que emana del mandamiento del Padre (Juan 12, 49-50). San Juan reiteró invariablemente todos estos temas durante los doce primeros capítulos de su Evangelio, porque estaba deseoso de decirnos quién es Jesús, de modo que conociendo a Cristo podamos también conocer al Padre. Y conociendo al Padre, podemos conocer la luz y la vida. Por eso Jesús pronunció este mensaje a viva voz (Juan 12, 44). Estas palabras nos invitan a examinarnos, para ver si hemos crecido en nuestro entendimiento y aceptación de la vida y las enseñanzas del Señor. ¿Vemos que en realidad él es la luz del 70 | La Palabra Entre Nosotros
mundo que vino a salvarnos? ¿Reconocemos que al final de la vida seremos juzgados por sus palabras? ¿Admitimos que su palabra es la misma del Padre y que los mandamientos del Padre son la fuente de la vida eterna? Si aceptamos estas verdades de corazón y las vivimos, la vida que Dios desea dar a todos sus hijos puede hacerse realidad en nosotros. Si de veras queremos experimentar constantemente esta vida de amor, paz e iluminación, debemos pedirle al Espíritu Santo que nos ayude a entender y aceptar a Jesús. Por el amor que brota de su Sagrado Corazón, Jesús nos invita a venir a su lado. Si recibimos el agua viva que él nos ofrece, Jesús realizará su obra en nosotros, tal como lo hizo con la samaritana (Juan 4, 1-42). Querido lector, permítenos exhortarte que hagas una oración especial en este día y, que luego de alabar al Señor y darle gracias por todas las bendiciones recibidas, le pidas que se digne iluminar tu camino y ser la luz que guíe tus pasos día a día, para que su Palabra sea la fuente de vida que te lleve a conocer, aceptar y hacer la voluntad de Dios. “Padre santo, ten piedad de nosotros, los pecadores, que deseamos caminar como hijos de la luz.” ³³
Hechos 12, 24—13, 5 Salmo 67 (66), 2-3. 5-6. 8
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de mayo, jueves Juan 13, 16-20 El que recibe al que yo envío, me recibe a mí. (Juan 13, 20) Todos sabemos lo que significa representar a otra persona en una reunión, de modo que cuando pensamos en un “enviado” de Cristo, creemos que ha de ser un sacerdote o un religioso. Pero el Señor desea que entendamos que él envía a cualquier persona en su nombre a traernos su mensaje. Sabemos que a Jesús le agrada darse a conocer a través de diversas personas, aunque no lo conozcan bien. Esto significa que él está presente en aquellos con quienes interactuamos, pero también que puede usarte a ti para darse a conocer a otros. Todos tenemos contacto con diversas personas durante el día. Pero, ¿qué tan a menudo buscamos a Jesús en nuestros interlocutores? Generalmente estamos más enfocados en la dimensión humana de la interacción, en qué hacen, qué necesitan y en qué podemos ayudarles. Por ahora, te proponemos que intentes poner la atención más bien en lo espiritual. Pregúntale al Señor qué es lo que está haciendo por medio de la persona que tienes enfrente y presta atención a la forma como tratas a los demás. Tal vez quiera que Jesús se haga presente para ellos a través de ti. Este
pequeño cambio en nuestra forma de pensar puede convertir estos encuentros diarios en “momentos con Jesús”. Quizás nos sintamos desorientados cuando aquellos “a quienes Jesús envía” no lucen como la clase de “embajadores” que esperaríamos encontrar o no actúan como ellos. Recuerda que Jesús se complace en sorprendernos y sus sorpresas tienden a ayudarnos a crecer. Tal vez envíe a un misionero de otra ciudad a predicar en nuestra parroquia, pero ¿qué tal si su representante es un compañero de trabajo que te ofrece rezar contigo cuando tienes un día difícil? ¿O un buen amigo que te cuestiona el comentario negativo que acabas de hacer? Jesús podría incluso estar tratando de captar tu atención a través del niño que te fastidia con su llanto. La única forma en que reconocerás a los delegados de Cristo es si los recibes con buena actitud y generosidad, si te das tiempo para mirarlos a los ojos y escuchar lo que dicen. Cuando lo hagas, ¡recibirás a Jesús mismo! “Amado Señor, ayúdame a reconocerte en las personas que me hablan. Enséñame a recibir a todos con un corazón abierto.” ³³
Hechos 13, 13-25 Salmo 89 (88), 2-3. 21-22. 25. 27
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de mayo, viernes Juan 14, 1-6 Si creen en Dios, crean también en mí. (Juan 14, 1) En el Evangelio de hoy, nuestro Señor anuncia que se irá a prepararnos un lugar en la casa del Padre y prometió volver para llevarnos consigo, para que estuviéramos en el mismo lugar donde él está. De modo que, si ahora lo seguimos, un día estaremos allí a su lado en el lugar que nos tiene preparado. En esto vemos el gran amor y la compasión de Jesús por su pueblo. Si creemos en Dios y seguimos el camino de Cristo, no hay razón alguna para angustiarse por el futuro, porque, si no nos desviamos del camino que él nos ha mostrado, tendremos un lugar reservado en la gloriosa mansión del Padre. Cuando Jesús hablaba de las muchas habitaciones que hay en la mansión de su Padre, se refería al Reino de los cielos, al cual nos llevará consigo cuando vuelva a la tierra. Por consiguiente, no tenemos por qué afligirnos. En la primera lectura de hoy, San Pedro nos dice que la buena noticia es que “la promesa hecha a nuestros padres”, es decir la de salvarnos y llevarnos al cielo, “nos la ha cumplido Dios a nosotros, los hijos” (Hechos 13, 32). Precisamente por haber experimentado la naturaleza humana y porque
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conoce nuestra condición actual, Jesús ora para que seamos discípulos firmes y fieles, que lo sigan por el camino, la verdad y la vida que ha colocado delante de nosotros. Esto debería inspirarnos a mirar hacia las cosas celestiales y sentirnos reanimados, sabiendo que el Señor está allí trabajando por nuestra salvación. Conociendo estas verdades, no nos dejemos dominar por la incertidumbre ni la inseguridad. Pero ¿cómo podemos confiar más en Dios y creer que él quiere nuestro bien? Depende mucho de nosotros mismos. Si tenemos el hábito de guardar rencores, rechazar a quienes no nos tratan bien o quejarnos de los males que padecemos, nunca tendremos paz. Si, por el contrario, creemos que Dios quiere lo mejor para nosotros y le entregamos nuestras dolencias y dificultades, incluso aquellos rasgos de nuestra personalidad que no nos gustan, encontraremos la paz y podremos confiar verdaderamente en el amor y la misericordia de Dios. “Amado Señor Jesús, creo que estás en el cielo intercediendo por mí. Tú conoces mis dificultades y necesidades; ayúdame a seguirte, porque tú eres el camino, la verdad y la vida.” ³³
Hechos 13, 26-33 Salmo 2, 6-11
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de mayo, sábado Juan 14, 7-14 Muéstranos al Padre y eso nos basta. (Juan 14, 8) Probablemente todos queremos llegar a contemplar y conocer a nuestro Padre celestial. Es un deseo tan profundo que a veces ni siquiera sabemos que está ahí; pero así fue como Dios nos creó: con el deseo innato de conocerlo, para que todos queramos buscarlo. No obstante, para muchas personas Dios es un ser demasiado etéreo o abstracto como para conocerlo. Su trono está en el cielo y nosotros vivimos en la tierra; sus pensamientos y sus formas de actuar son tan sublimes y los nuestros tan terrenales. Podemos percibir algo de su naturaleza en los descubrimientos científicos o en la belleza del arte clásico, pero estas no son más que observaciones que no llegan a conformar una relación con la divinidad. Entonces, ¿es realmente posible conocer al Creador del universo? La respuesta es sí. Claro que podemos conocerlo y ya lo hacemos porque conocemos a Cristo Jesús. Como proclamamos cada domingo en la Misa, Jesús es “Dios de Dios, Luz de Luz, Dios verdadero de Dios verdadero”. Los discípulos aún no sabían esto mientras el Señor estaba con ellos, y por eso Felipe le pidió que les mostrara al Padre. Tal vez pensaba que Jesús les daría una visión nueva o, mejor aún,
una breve vislumbre de la gloria de Dios, pero no entendían que el Padre ya se les había revelado en la Persona de Cristo. ¡Qué felicidad deben haber sentido cuando finalmente comprendieron que Dios había estado con ellos todo el tiempo por medio de su Hijo unigénito! Nosotros conocemos al Padre porque conocemos a Jesús. Y como sucede con cualquier otra persona, todos podemos conocerlo aún más. Esto no significa que vayamos a descubrir algo nuevo respecto al Padre, aunque eso no sería imposible. Dios tiene su manera de cuestionar lo que sabemos sobre las cosas, es decir, a veces nos hacer ver algo que ya conocemos, como el gran amor que nos tiene o lo glorioso que él es, pero nos lleva a experimentarlo de una manera mucho más profunda. Lo sorprendente es que, pese a que nos hayamos esforzado por ser fieles Dios a lo largo de los años, siempre hay algo nuevo que aprender, algo más que experimentar. Pidámosle al Señor que la petición de Felipe tenga resonancia en nuestro corazón. “Señor Jesús, te ruego que me muestres al Padre de una forma más profunda.” ³³
Hechos 13, 44-52 Salmo 98 (97), 1-4
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MEDITACIONES MAYO 10 a 16
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de mayo, Quinto Domingo de Pascua Juan 14, 1-12 No se turbe su corazón. (Juan 14, 1) ¿Quién de nosotros no tiene dificultades y problemas? ¿Quién está libre de situaciones familiares incómodas? ¿Qué hombre o mujer puede quedarse impávido ante las calamidades de nuestros días? Por ello nos asombra que Jesús les haya dicho a sus discípulos que no se turbara su corazón. Pero el Señor mismo nos responde: “Crean en Dios; crean también en mí”. Generalmente nos dejamos dominar por la angustia, porque nos falta fe en Cristo; en realidad no creemos que Dios pueda cambiar aquello que nos causa miedo e inquietud. Así sucedía con Santo Tomás Apóstol. Por un lado, a Jesús le decía “Señor” (Juan 14, 5), dando a entender que tenía gran fe en él, pero advertimos, por su pregunta, que aun cuando lo reconocía como Señor, seguía sintiéndose turbado. No debe sorprendernos, pues, que a veces nosotros 74 | La Palabra Entre Nosotros
también nos sintamos angustiados a pesar de creer en el señorío de Cristo. En lugar de desanimarnos por la aparente debilidad de nuestra fe, lo que debemos hacer es aplicar la solución ofrecida por Jesús: “Creer”. La palabra del original griego significa “poner la confianza en algo o alguien”, o bien “fiarse de algo o alguien”. Eso es lo que el Señor quiere que hagamos, fiarnos de él tanto como para abandonarnos en sus manos. “Acérquense al Señor Jesús, la piedra viva, rechazada por los hombres, pero escogida y preciosa a los ojos de Dios” (1 Pedro 2, 4). El Señor tiene poder sobre todas las situaciones y dificultades. A medida que desarrollemos una relación viva y dinámica con Jesús, nuestra fe en él crecerá. Y al fiarnos más y más de él, poco a poco podremos entregarle todas las situaciones de la vida. Los problemas y tribulaciones que nos acosan, cualesquiera que sean, se reducirán y desaparecerán frente a nuestra fe y confianza en Cristo, y aprenderemos a experimentar la paz y el gozo que él quiso darnos cuando dijo: “No se turbe su corazón.” “Amado Jesucristo, en tus manos pongo mi vida porque estoy convencido de que ahí estará segura.” ³³
Hechos 6, 1-7 Salmo 33 (32), 1-2. 4-5. 18-19 1 Pedro 2, 4-9
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de mayo, lunes Juan 14, 21-26 El que me ama, cumplirá mi palabra. (Juan 14, 23) Jesús sabía que el anuncio de su partida sería doloroso y preocupante para sus discípulos; pero también que ellos lo amaban de verdad y que el amor les ayudaría a superar la inseguridad y la preocupación. En realidad no los dejaría solos; el Padre les enviaría al Espíritu Santo, para llevarlos a toda la verdad y recordarles todo lo que Jesús les había revelado. Cristo quería llevar a sus discípulos a entrar en la misma relación de amor que él tiene con su Padre, por eso dijo: “El que me ama, cumplirá mi palabra y mi Padre lo amará y vendremos a él y haremos en él nuestra morada” (Juan 14, 23). ¡Qué promesa tan maravillosa que podamos ser una “mansión” viva para Dios todopoderoso! El Creador desea habitar en nosotros y, por nuestro medio, bendecir al mundo con su amor y su misericordia. Una y otra vez llamó a su pueblo, a través de los profetas del Antiguo Testamento, para que correspondiera a su amor y lo aceptara como Padre, y ahora nos hace a nosotros la misma invitación. Si obedecemos los mandamientos de Dios tendremos abierta la puerta a las bendiciones del Señor y podremos cumplir los planes del Todopoderoso. Si tú no crees que puedes ser fiel
y obediente a Dios cuando te asalte la tentación, has de saber que esa es precisamente la razón por la cual Dios envió a su Espíritu Santo: para darnos a conocer el amor del Padre y el poder de la resurrección de Jesús, y cuando aceptamos su enseñanza sin reservas, llegamos a una nueva profundidad en el amor de Dios y su imagen se va grabando en nuestro corazón. ¿Has observado tú lo muy parecidos que a veces son un padre y su hijo, o una madre y su hija? Sus modales, sus formas de hablar o de caminar son a veces marcadamente semejantes. Esto es producto del contacto diario y la íntima convivencia familiar. Algo similar sucede entre Dios y nosotros: Mientras mayor sea nuestra intimidad con él, mejor iremos adquiriendo su semejanza, las promesas de Jesús cobrarán vida en nuestro corazón y tendremos una esperanza más firme aún de que el amor del Padre habita en nosotros. Pero no basta con que el amor del Padre habite en nuestro corazón; ese amor hay que demostrarlo en el trato con nuestros semejantes. “Espíritu Santo, te ruego que tu presencia sea la luz que me guíe y que tu amor ilumine a todos los que yo vea hoy día.” ³³
Hechos 14, 5-18 Salmo 115 (113 B), 1-4. 15-16
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de mayo, martes Santos Nereo y Aquileo, mártires San Pancracio, mártir Juan 14, 27-31 La paz les dejo, mi paz les doy. (Juan 14, 27) Jesús nos habla indirectamente de la cruz: nos deja la paz, pero al precio de su dolorosa salida de este mundo. Durante todo el tiempo en que Jesús permaneció en este mundo, siempre irradió la paz de Dios, una paz sobrenatural que supera todo entendimiento humano. Al principio de su ministerio, el Espíritu Santo lo condujo al desierto, donde fue sometido a las perversas tentaciones de Satanás. Los ataques del diablo fueron terribles, pero Jesús permaneció firme y fiel al amor y la verdad de su Padre. Cristo iba a menudo a un lugar tranquilo para orar en paz y escuchar a Dios; en esos momentos tan especiales, recibía con gozo la gracia y la paz que Dios le prodigaba. Un día, Jesús iba en la barca con los apóstoles, cuando se levantó una terrible tormenta, pero él siguió durmiendo, sin que lo molestara el tumulto (Lucas 8, 22-25). Finalmente, los apóstoles, muertos de miedo, lo despertaron. El Señor se levantó, reprendió al viento y calmó el mar, muestra de que tenía pleno dominio sobre todas las cosas.
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Dondequiera iba Jesús, las multitudes se apretujaban para tocarlo y recibir sanación y liberación, pero él nunca se sintió agobiado. Más bien, continuamente acudía al Padre, confiando en su sabiduría y su fortaleza, y así permaneció siempre en la paz de Dios. En el corazón de Jesús no había otra cosa que amor, confianza y una total seguridad en el poder del Padre. Cuando dio su paz a sus discípulos, Cristo sabía que se acercaba la hora de la cruz; no obstante, siguió declarando la grandeza de su Padre: “Él es más que yo”, “Voy al Padre”, “Yo amo al Padre” (14, 28. 31). Todos pasamos por pruebas, desencantos y temores que nos quitan la paz y a veces nos hacen caer en la frustración o el desánimo. Pero, Jesús nos dice: “Les dejo la paz. Les doy mi paz”. Incluso cuando no experimentamos dificultades particulares, el Señor continúa hablándonos de esta manera, porque siempre quiere estar presente en nuestro corazón, para llevarnos al Padre y hacernos experimentar la clase de paz que no depende de las circunstancias, sino de su amor. “Jesús, recuérdanos que el amor y la misericordia del Padre son perfectos.” ³³
Hechos 14, 19-28 Salmo 145 (144), 10-13. 21
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de mayo, miércoles Virgen María de Fátima Hechos 15, 1-6 Esto provocó un altercado y una violenta discusión. (Hechos 15, 2) El dilema de cómo integrar a los gentiles en la comunidad cristiana, que estaba formada casi exclusivamente por fieles de origen judío, fue probablemente la controversia más acalorada que hubo entre los primeros discípulos. Más aún, cuando unos creyentes venidos de Judea llegaron a Antioquía enseñando que era necesario circuncidarse para salvarse, el conflicto adquirió dimensiones personales y fue necesario buscar una respuesta inmediata. Repasemos los detalles: Los cristianos de origen judío que habían aceptado a Jesús como el Mesías valoraban la ley mosaica, que los apartaba como pueblo escogido y representaba la alianza consagrada entre Dios y ellos, por eso no es extraño que esperaran que los cristianos gentiles adoptaran la ley de Moisés antes de formar parte de la Iglesia. Pero Pablo y Bernabé habían presenciado que Dios les abría la puerta de la fe a gente que nunca había sido parte de la alianza con Israel (Hechos 14, 27). Los gentiles estaban cambiando de vida y sucedían sanaciones milagrosas, todo lo cual demostraba que el Espíritu Santo estaba actuando con poder. A la luz de todo esto, no parecía
necesario que los gentiles tuvieran que afiliarse primero al judaísmo. Eran aguas difíciles de navegar para la Iglesia naciente. ¿Qué hicieron los apóstoles? Pablo y Bernabé, junto con otros dirigentes de los cristianos judíos, fueron a Jerusalén a consultar con los apóstoles. Sabían que la respuesta era superior a sus preferencias personales y confiaron que los apóstoles les ayudarían a resolver la controversia. En vista de que la respuesta afectaría a toda la Iglesia, no querían confiar en sus propias inclinaciones. Tal vez tú estás experimentando una situación compleja o un problema espinoso. Es posible que creas que ya sabes qué es lo que el Espíritu Santo te dice en este asunto. Pero, ¿cómo estar seguro? Una forma es consultar con tu párroco o un sacerdote de confianza, pues son personas mejor calificadas. O puedes conversarlo con tu marido o tu esposa o con un buen amigo, cuya madurez cristiana tú respetas. El Espíritu Santo siempre te hará comprender claramente la situación, y a veces lo hace a través del consejo de alguna autoridad de confianza. Así que no dudes en buscar consejo. “Amado Señor, cuando estoy confundido, concédeme comprensión y paz, te lo ruego.” ³³
Salmo 122 (121), 1-5 Juan 15, 1-8 Abril / Mayo 2020 | 77
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de mayo, jueves San Matías, Apóstol Juan 15, 9-17 Como el Padre me ama, así los amo yo. Permanezcan en mi amor. (Juan 15, 9) Estas palabras de Jesús, que leemos en el Evangelio de hoy, están dirigidas a sus apóstoles, pero nos llegan también a nosotros. Todos estamos llamados a ser discípulos, a seguirlo y aprender a dar mucho fruto y amar al prójimo. La llamada proviene del amor del Padre y solo podemos responder si permanecemos en ese amor y permanecemos en él cuando obedecemos el mandato del Señor: “Que se amen unos a otros como yo los he amado” y así aprendemos lo que nos enseña el Padre; pero no podemos amar al prójimo si no experimentamos personalmente el amor de Dios ni conocemos la realidad de ser amados por Dios. Esta enseñanza la recibimos permaneciendo en el Señor, especialmente defendiéndolo en nosotros mismos contra los engaños de nuestra propia vida. La experiencia del mundo tiende a contradecir la verdad de que Dios nos ama y nos cuida y que tiene todo el poder necesario para mantenernos en el centro de su voluntad. Dado que fuimos escogidos por Cristo y destinados, como discípulos suyos, a dar mucho fruto y que ese fruto permanezca, no podemos dar fruto duradero 78 | La Palabra Entre Nosotros
ni ser discípulos auténticos si no permanecemos en él. San Matías, cuya fiesta celebramos hoy, nos sirve de ejemplo. No se sabe mucho acerca de él, salvo que fue escogido para reemplazar a Judas Iscariote, el que traicionó a Jesús (Hechos 1, 15-26). Matías recibió las enseñanzas de Cristo y persistió en ellas, dando fruto para Dios, aun cuando haya permanecido en gran parte “desconocido”. Como discípulo anónimo, él nos señala el camino, porque la mayoría vivimos en el anonimato. Si respondemos a la invitación de Jesús a ser sus discípulos y permanecemos en el amor de Dios y aprendemos de él lo que es el amor y cómo hemos de amarnos los unos a los otros, podemos dar fruto en la familia y en el trabajo, aunque tal fruto no sea objeto de gran atención para los demás, pero sí lo es para el Señor, pues él mismo nos ha escogido para dar fruto en las circunstancias de la vida cotidiana. “Santo Espíritu de Dios, concédeme, te ruego, la gracia de conocer su insondable amor y permanecer en él, y amar al prójimo con tu mismo amor.” ³³
Hechos 1, 15-17. 20-26 Salmo 113 (112), 1-8
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de mayo, viernes San Isidro Labrador Juan 15, 12-17 A ustedes los llamo amigos. (Juan 15, 15) Cuando lees estas palabras del Señor, querido lector, ¿no te salta el corazón? Jesús, el Señor, el Hijo de Dios, te dice que tú eres su amigo. Sí, el Señor está en el cielo, pero te ha escogido a ti y te abraza con amor para que tú des un fruto perdurable para su Reino. Dar un fruto perdurable no es imposible, porque Jesús, tu amigo, te ha dado acceso a su Padre y a todos los recursos del cielo. Siendo amigo, el Señor comparte libremente los pensamientos y planes de su Padre contigo. Y es precisamente por esto que tú puedes tener un efecto perdurable en el mundo. Jesús tiene el permiso de su Padre para darnos todo lo que pidamos en su nombre, y por eso siempre podemos tener todo lo que necesitemos para dar buen fruto. Esto es completamente distinto de la condición de los esclavos, que tienen que satisfacer cualquier capricho de su amo. ¡Es una obra de colaboración basada en el amor! La única condición que Jesús nos pone es que nos amemos mutuamente y que estemos dispuestos a dar la vida por el prójimo, como él lo hizo por nosotros. Es cierto que no muchos
de nosotros terminaremos muriendo por otra persona, pero eso no es realmente un obstáculo, porque cada día tenemos oportunidades de practicar el amor abnegado que nos pide el Señor. Por ejemplo, podemos “morir” cuando no insistimos en nuestras propias ideas en una discusión; o accedemos a mirar un programa de televisión que otro haya escogido, tal vez el marido o la esposa, o dedicamos tiempo a conocer a un nuevo vecino. Los hijos pueden hacerlo dejando la computadora por un rato para poner la ropa o la vajilla a lavar cuando los padres están cansados. También podemos visitar a alguien que viva solo, cocinar para un vecino enfermo o para un matrimonio que tenga un recién nacido. ¡Hay abundancia de oportunidades para morir a nosotros mismos! La mejor noticia es que Dios nos dará toda la fuerza, el dominio propio, la bondad o la paciencia que necesitemos para cumplir estos deberes. “Amado Jesús, derrama tu gracia en mi corazón te lo ruego, para que fluya hacia quienes tengo cerca. Confío en que tú me darás los recursos que necesito para dar un fruto que perdure.” ³³
Hechos 15, 22-31 Salmo 57 (56), 8-10. 12
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de mayo, sábado Juan 15, 18-21 El mundo los odia porque [ustedes] no son del mundo. (Juan 15, 19) A nadie le gusta saber que es odiado, pero sabemos que esta es una realidad para los cristianos. Ahora más que nunca, los cristianos de muchas partes del mundo son víctimas de odio y persecución. Las razones de este odio son contrarias a la lógica. ¿Por qué hay gente que odia a quienes quieren darles a conocer un Dios que es todo amor, perdón y misericordia? En algunos casos es porque los que nos decimos cristianos no siempre actuamos como tales, y la gente está siempre muy atenta a ver si hacemos lo que decimos o no. En otros casos, los que dicen que odian a los cristianos pueden estar, en realidad, buscando respuestas a las incógnitas de su propia vida. Como dice el refrán “los heridos hieren a los demás.” Quizás han estado privados de amor o sido víctimas de crueldad o de tratos injustos por mucho tiempo. Pero si estas personas supieran que Dios es en realidad un Padre maravilloso y todo amor, quizás podrían abrir el corazón y ser transformados en personas renovadas, alegres y amables. Y aquí es donde entramos nosotros. Jesús nos mandó amar a nuestros enemigos y orar por ellos (v. Mateo 5, 44) 80 | La Palabra Entre Nosotros
y esto lo podemos hacer mucho mejor si no consideramos que los demás son enemigos, aunque así nos vean ellos. ¿Cómo sería si usted nunca tuviera acceso a la Confesión o la Eucaristía? Si usted solo hubiera oído alguna vez de Cristo, pero nunca hubiera experimentado su amor, ¿cómo sería su vida? Aquellos que nos odian también son hermanos nuestros; solo que ellos no le han abierto la puerta a Jesús aún. ¿Cómo reacciona usted cuando alguien lo critica por su fe? Es fácil quejarse y condenar resulta casi natural. Pero usted no tiene que sentir amor para rezar por esa persona. A veces basta con sonreír cuando tiene ganas de responder de un modo áspero. El mejor modo de reaccionar cuando alguien expresa odio, desconfianza o animosidad contra el cristianismo es mostrarle exactamente lo opuesto. ¡Usted es un recordatorio vivo del amor Dios, así que eso es lo que ha de demostrar y luego vea lo que pasa! “Señor, bendice a aquellos que odian y persiguen a mis hermanos en la fe. ¡Envíales tu Espíritu para que encuentren lo que realmente buscan: tu misericordia!” ³³
Hechos 16, 1-10 Salmo 100 (99), 1-3. 5
MEDITACIONES MAYO 17 a 23
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de mayo, VI Domingo de Pascua Juan 14, 15-21 Si me aman, cumplirán mis mandamientos. (Juan 14, 15) Por lo general, obedecemos las leyes del tránsito por razones de seguridad y para evitar una multa. En una competición, uno obedece las reglas de clasificación para poder optar al premio; del mismo modo seguimos atentamente las instrucciones cuando queremos aprender alguna destreza o hacer un buen trabajo. Jesús nos pide que seamos obedientes, pero que lo hagamos por amor. Nosotros obedecemos a Cristo porque lo amamos, porque estamos agradecidos de su muerte en la cruz. ¡Qué inmenso es el amor que él nos ha demostrado! Cuando pensamos en esto, nos sentimos atraídos hacia Dios y deseosos de que él pueda usarnos para cumplir sus designios divinos. Cuando obedecemos los mandatos de Jesús, demostramos que lo amamos, y al mismo tiempo preparamos nuestra morada interior para la presencia del Espíritu Santo. “Yo le rogaré al Padre y él les dará otro Paráclito para que
esté siempre con ustedes, el Espíritu de la verdad” (Juan 14,16). Si somos obedientes, podemos recibir el don del amor de Dios, el Espíritu Santo, que nos revela a Jesús en toda su gloria. Quizás pensemos que solo podremos ser obedientes cuando tengamos la plenitud del Espíritu, pero en realidad es al revés: Los obedientes son los que pueden experimentar la plenitud del Espíritu. No importa dónde nos encontremos en nuestra vida cristiana, ahora mismo podemos empezar a obedecer los mandatos de Dios. Una manera de amar a Dios es acercándonos a él diariamente en la oración y en la meditación de su Palabra. También se nos pide amar al prójimo como Cristo nos ama a nosotros. Si nos damos cuenta de que hemos dañado a alguien, causándole dolor o perjuicio, la forma de mostrar el amor de Cristo es arrepentirnos y pedir perdón; y perdonar a los que nos han ofendido o dañado a nosotros. Si somos dóciles a los impulsos del Espíritu, él nos dará la capacidad de ser obedientes y nos mostrará el camino de la santificación. “Señor Jesucristo, te amo con toda mi alma. Ayúdame a amar también a mis semejantes.” ³³
Hechos 8, 5-8. 14-17 Salmo 66 (65), 1-7. 16. 20 1 Pedro 3, 15-18 Abril / Mayo 2020 | 81
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de mayo, lunes San Juan I, papa y mártir Juan 15, 26—16, 4 Cuando venga el Consolador… el Espíritu de la verdad que procede del Padre, él dará testimonio de mí. (Juan 15, 26) El Espíritu Santo, Espíritu de la verdad, fue enviado por el Hijo desde el Padre para dar testimonio de Jesús, que es la Verdad. El Espíritu Santo siempre procura llevarnos a la verdad. Esta verdad no es solamente como las palabras de un maestro o las ideas de un libro; es más bien el Espíritu que entra en los lugares secretos de nuestra vida, planta la verdad de Dios como semilla y permanece allí como vida divina. A medida que esta semilla de la verdad se alimenta de la fe, brota la vida divina y se robustece en nosotros. Como un árbol, el Espíritu extiende sus ramas a todo nuestro ser, actuando desde fuera y desde dentro. El Espíritu Santo nos da testimonio de Jesús en nuestra mente y nuestro corazón, revelándonos a Cristo y comunicándonos la plenitud de la gracia y la verdad que residen en él. El Espíritu vino del cielo para dar testimonio (en nosotros y a través de nosotros) de la realidad y el poder de la salvación que Cristo obtuvo en la cruz para todos. El Espíritu Santo desea dar testimonio de las grandes verdades 82 | La Palabra Entre Nosotros
de nuestra fe, verdades que tienen poder para transformar la vida. Cuando muchos reconocen que su conocimiento del plan de Dios para la salvación tiene poco significado para ellos, como si la Iglesia estuviera “congelada” y estática, el Espíritu es un fuego que derrite el hielo y vivifica estas verdades de nuestra fe de una manera nueva y dinámica. Cuando estas verdades han sido revividas por el Espíritu, nos comunican libertad, gozo y paz. Es cierto que a veces las verdades de la fe resultan aburridas e inanimadas, porque confiamos solo en nuestra propia mente y sabiduría para tratar de entenderlas. Pero cuando oremos, pidámosle al Espíritu de Dios que llene de vida y significado estas verdades y nos ayude a experimentarlas en la vida diaria. Podemos pedirle al Espíritu que actúe en nosotros, nos lleve a la verdad y dé testimonio de Cristo en nosotros, para que esa verdad nos mueva a amar a Dios y a su pueblo y servirle libremente. “Señor Jesús, gracias por enviarnos al Espíritu de la verdad que viene del Padre.” ³³
Hechos 16, 11-15 Salmo 149, 1-6. 9
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de mayo, martes Juan 16, 5-11 De pecado, de justicia y de juicio. (Juan 16, 8) Si uno leyera esta frase fuera de contexto, parecería parte de un sermón condenatorio e incendiario, pero no lo es. Es una descripción de las tres funciones principales del Espíritu Santo. En este pasaje, los discípulos empiezan a comprender que Jesús no estará con ellos para siempre; pero les asegura que les enviará al Espíritu Santo, el “Consolador”, en su lugar. ¿Y qué iba a hacer por ellos este Consolador? El Señor menciona tres cosas, las cuales se aplican a nosotros también. Primero, el Espíritu Santo viene a mostrarnos nuestra inclinación al pecado, pero sin acusarnos ni abrumarnos de culpa. Al contrario, aun cuando nos muestra nuestras fallas, nos llena el corazón de paz haciéndonos recordar lo misericordioso que es el Señor. Esto nos lleva a la segunda función del Espíritu: nos muestra la justicia de Cristo. Dado que Jesús no camina hoy con nosotros en la tierra, el Espíritu Santo nos habla al corazón de quién es el Señor. Nos revela a Cristo en la Palabra de Dios, en la Sagrada Eucaristía y en la oración personal. Nos muestra la justicia, la misericordia, la compasión y el poder de Jesús. Finalmente, el Espíritu viene a traer “condenación”, pero no a nosotros.
Más bien, nos muestra que Satanás ya está condenado y que todos los planes del maligno han sido desbaratados. El Espíritu Santo realiza esta obra en ti todo el tiempo, aun cuando no la sientas. Él es el que te impulsa a acudir a la Confesión cuando hay algún pecado que te pesa en la conciencia; él es quien te anima a leer la Biblia o poner más atención durante la Misa; él es el que te inspira a adoptar mejores actitudes, un día a la vez. Y siempre te está exhortando a conocer mejor a Jesús. Aparta hoy un tiempo para invitar al Espíritu Santo a actuar más libremente en tu corazón. Pídele que te muestre las áreas que quiere que cambies con su ayuda y te conceda una mejor comprensión de la santidad y el amor de Cristo. Así como Jesús les aseguró a sus discípulos que el Espíritu Santo estaría con ellos, ahora te asegura a ti que el Espíritu Santo está y siempre estará actuando en ti. Si lo haces, el Espíritu Santo podrá sembrar semillas de santidad en tu corazón y poco a poco irás percibiendo que esas semillas dan frutos de amor, paciencia y bondad en ti. “Espíritu Santo, Señor, te invito a entrar e iluminar todas las áreas de mi vida.” ³³
Hechos 16, 22-34 Salmo 138 (137), 1-3. 7-8 Abril / Mayo 2020 | 83
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de mayo, miércoles San Bernardino de Siena, presbítero Juan 16, 12-15 Cuando venga el Espíritu de la verdad, él los irá guiando hasta la verdad plena. (Juan 16, 13) Señor, tú quieres abrir nuestros ojos para que nos demos cuenta de que generalmente los humanos hacemos las cosas al revés, aunque sabemos que “el Espíritu de la verdad [nos] irá guiando hasta la verdad plena” (Juan 16, 13). Lo curioso es que, en lugar de dejarnos guiar por el Espíritu, ponemos oídos sordos al Señor y esperamos que él ratifique las decisiones que tomamos según nuestro propio razonamiento; luego nos sorprendemos por las consecuencias nefastas que vemos a diario en nuestra propia vida. Estas son las consecuencias de lo que aprendemos en el mundo, pero el Señor nos enseña lo contrario. Para que el ser humano pudiera entrar en comunión con Dios, en una relación más cordial y personal con él, era necesario que el Todopoderoso nos saliese al paso y se nos revelara, haciéndose presente en la historia humana, y lo hizo de una manera admirable. Señor, sabemos que tú quieres testigos que hayan tenido un encuentro personal contigo, hombres y mujeres que te conozcan íntimamente por la 84 | La Palabra Entre Nosotros
gracia del Espíritu Santo y que, a la luz del Espíritu, vivan dedicados a la misión de propagar tu Reino en la tierra. Esta es la razón de la vida cristiana y de nuestros afanes. Quiera el Señor que todos los creyentes nos dediquemos con todas nuestras energías a llevar a cabo esta misión, sin timidez, ni indiferencia ni egoísmo y emprendamos así la conquista del Reino. Señor, concédenos tu gracia para que aquellos que te amamos, cumplamos la misión de trabajar por la santidad de la Iglesia. Haznos, Señor, instrumentos eficaces de tu Espíritu y propagadores de tu verdad, para que se abra el corazón y los oídos de quienes tenemos cerca. “Aún tengo muchas cosas que decirles.” No te retengas en hablarnos, Señor, y muéstranos quiénes somos nosotros en realidad. Que tu Espíritu de verdad nos lleve a reconocer todo lo que haya de falso en nuestra vida y nos haga resueltos para enmendarlo. Ilumina el corazón de tus fieles, Rey nuestro, para que reconozcamos también lo bueno y auténtico que tenemos, para que, reconociéndolo, seamos agradecidos y vivamos con alegría. “Señor, Espíritu de Verdad, enséñanos a vivir la verdad de Cristo y practicarla en la vida diaria.” ³³
Hechos 17, 15-16. 22—18, 1 Salmo 148, 1-2. 11-14
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de mayo, jueves Santos Cristóbal Magallanes y compañeros, mártires Salmo 98 (97), 1-4 [En las diócesis que hoy celebran la Ascensión del Señor, se usan las siguientes lecturas: Hechos 1, 1-11; Salmo 47 (46); Efesios 1, 17-23; Mateo 28, 16-20). Había un misionero que dedicó toda su vida a predicar el evangelio en tierras lejanas. Pero después de 22 años de fiel servicio, tuvo que regresar a su país porque contrajo una grave enfermedad que le atacaba las cuerdas vocales. Pocos días antes del Domingo de Pascua de Resurrección perdió la voz por completo y, con lágrimas en los ojos, escribió estas palabras para que las leyera su esposa: ¡Qué horrible va a ser ver el amanecer el Domingo de Pascua y no poder gritar ‘El Señor resucitó! ¡Aleluya!’.” Pero luego se detuvo un instante para recapacitar y añadió: “Pero peor sería tener voz y no querer gritar.” El Señor enseñó el principio de que “De lo que abunda en el corazón, habla la boca” (Mateo 12, 34). Cuando tenemos el corazón lleno de gratitud a Dios, nos regocijamos de poder dar rienda suelta a la alegría y cantar himnos al Señor (v. Salmo 98, 4). Dondequiera que uno esté o sea lo que sea que esté haciendo, es imposible
contener la alegría y, como lo demostró hace muchísimos siglos el Rey David, no hay que avergonzarse de adorar de esta manera al Señor del Universo (2 Samuel 6, 14-22). Sabemos que la adoración y alabanza que le damos a Dios no añaden nada a la gloria del Señor, pero él se alegra mucho, aparte de que alabar a Dios a plena voz tiene beneficios personales increíbles para nosotros los creyentes. ¡Nos da alegría en el corazón y paz en el alma! Nos hace sonreír y hasta cantar. Elimina la inseguridad frente al futuro y sana las heridas del pasado. ¡No hay duda, pues, de que alabar a Dios es bueno, es muy bueno! No se necesita un lugar ni circunstancias especiales para alabar al Señor. Incluso realizando los quehaceres y actividades diarias, uno puede mantener en la mente y en los labios una alabanza al Señor, pronunciando sencillas palabras de honor, amor y alabanza, como por ejemplo: “Jesús, tú eres el Rey de la Gloria. Tú eres mi Dios y Señor. ¡Bendito sea el Señor resucitado! “Señor y Dios de toda la creación, te amo y quiero alabarte y bendecirte todos los días de mi vida.” ³³
Hechos 18, 1-8 Juan 16, 16-20
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de mayo, viernes Santa Rita de Casia, religiosa Juan 16, 20-23 Yo los volveré a ver, se alegrará su corazón y nadie podrá quitarles su alegría. (Juan 16, 23) En el Evangelio de hoy, el Señor promete que la tristeza y el dolor de los apóstoles darían paso al gozo que nadie podría quitarles. Ciertamente se regocijarían en la Pascua, cuando el Señor resucitado se les aparecería. Pero esta promesa parece trascender el gozo pascual, dando a entender el éxtasis perenne que caracterizaría a sus seguidores. Jesús prometía una vida de gozo en la nueva era que vendrá, cuando su victoria sobre el pecado y la muerte inaugurará un nuevo orden de cosas. Es como el santo profeta lo dijo: “¡Alégrate mucho, ciudad de Sión! ¡Canta de alegría ciudad de Jerusalén! Tu rey viene a ti, justo y victorioso” (Zacarías 9, 9). El gozo que prometió Jesús a los apóstoles se nos ofrece a todos los que lo aceptamos y creemos en él. Es un gozo que nadie nos puede quitar. Incluso el mundo, que se alegró de las lamentaciones de los discípulos (Juan 16,20), no tiene poder alguno para privar a los creyentes del júbilo de la nueva vida que les mereció Cristo. ¡Qué difícil debe haber sido para los discípulos aceptar entonces 86 | La Palabra Entre Nosotros
las palabras de Dios! Y qué difícil es para nosotros apreciarlas plenamente incluso hoy día. Solo por el poder del Espíritu Santo llegamos a entender la importancia de la afirmación de Jesús: “Les conviene que me vaya; porque si no me voy, no vendrá a ustedes el Paráclito” (Juan 16, 7). El Papa San León Magno (m. 461) entendió esto mejor que muchos cuando dio el siguiente sermón un día de la Ascensión del Señor: “De un modo inefable, el Hijo del hombre, que es el Hijo de Dios, se ha hecho más presente para nosotros en su divinidad ahora que se ha ido de nosotros en su humanidad. La fe ahora llega al Hijo, que es igual al Padre, y ya no necesita la presencia corporal de Jesús, en la cual él es menos que el Padre. Porque si bien su naturaleza encarnada continúa existiendo, con la fe se toca al Hijo unigénito, no solo con sentido corporal sino con entendimiento espiritual” (Sermón 2 sobre la Ascensión). “Espíritu Santo, Abogado Defensor, llénanos de la luz de Dios, para que podamos experimentar el gozo que habrá cuando lleguemos a la morada del cielo.” ³³
Hechos 18, 9-18 Salmo 47 (46), 2-7
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de mayo, sábado Juan 16, 23-28 Cuanto pidan al Padre en mi nombre, se lo concederá. (Juan 16, 23) Querido hermano que lees estas líneas, ¿crees tú que estas palabras son ciertas? ¿No te parece que son una prueba para tu fe? Quizá uno de los obstáculos más grandes de la vida cristiana es creer que Dios escucha nuestras oraciones y nos protege, incluso cuando aparentemente no hay respuesta. En la vida espiritual hay cosas que nunca podremos explicarnos, porque somos criaturas limitadas e imperfectas que tratan de descubrir y entender la voluntad de un Dios infinito y perfecto. Ahora, la interrogante que nos preocupa es: ¿Cómo podemos seguir teniendo una fe firme en el Señor cuando no obtenemos lo que pedimos? Si estamos convencidos de que nuestro Padre es bondadoso, tierno y compasivo y que nos ama incondicionalmente, debemos creer también que todo lo que él nos concede es para nuestro bien último. Por eso, si le pedimos al Señor lo que necesitamos, debemos hacerlo a partir de la verdad de que él es Dios. Debemos aferrarnos a esta verdad aun cuando aparentemente las circunstancias nos digan lo contrario. Lo cierto es que Dios nos escucha, conoce bien hasta los rincones más profundos de nuestro
corazón y siempre responde a nuestras oraciones de una manera provechosa para nuestro bien. En efecto, si dejamos que la vida divina crezca en nuestro ser, las peticiones que hagamos irán gradualmente adoptando una nueva dimensión. Adoptaremos “el modo de pensar de Cristo” (1 Corintios 2, 16) y le pediremos al Padre con una humildad como la de Jesús; el Espíritu Santo nos hará como niños y nos librará de los deseos egoístas y prepotentes de la naturaleza caída. Con el tiempo, empezaremos a desear lo mismo que el Padre, principalmente que el Reino de Dios se propague en la tierra. El Señor quiere que confiemos en su sabiduría hasta en las cosas que no consideramos espirituales, como un trabajo distinto o una nueva casa, porque él se preocupa de todos los aspectos de nuestra vida y quiere concedernos todo buen don que nos ayude a imitarlo mejor. Confiemos, pues, en Dios y aceptemos humildemente la sabiduría que él tiene para cada uno. “Padre celestial, deposito mi vida en tus manos, porque sé que me conoces y que jamás me abandonarás. Te pido por todas mis necesidades, Señor, y por las de mis familiares y seres queridos.” ³³
Hechos 18, 23-28 Salmo 47 (46), 2-3. 8-10 Abril / Mayo 2020 | 87
MEDITACIONES MAYO 24 a 30
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de mayo, domingo La Ascensión del Señor Mateo 28, 16-20 [En las diócesis que celebraron la Ascensión del Señor el jueves 21 de mayo, hoy se usan las lecturas del VII Domingo de Pascua: Hechos 1, 12-14; Salmo 27 (26), 1. 4. 7-8; 1 Pedro 4, 13-16; Juan 17, 1-11] ¡Cristo ha ascendido al cielo! Regocíjate, oh Iglesia, en tu Salvador, que fue delante de ti como Abogado y Defensor. Habiendo destruido el pecado y la oscuridad, ha ocupado su propio lugar en el trono de Dios. Su vida de humildad, amor y obediencia ha sido reivindicada por el Padre, y ahora él se presenta ante el Padre, en su humanidad transformada por su divinidad, orando para que la misma gracia sea derramada sobre sus fieles. ¡Cristo ha ascendido al Cielo! Regocíjate, oh Iglesia, en Aquel que abre las compuertas del cielo. Ahora exaltado a la derecha del Padre, ha recibido y derramado el Espíritu Santo sobre sus seguidores. Ya no eres solamente un pueblo, sino la congregación de los redimidos; tú le perteneces a Cristo, y por su Sangre tienes acceso al Trono 88 | La Palabra Entre Nosotros
de la gracia cada día. Ahora eres un pueblo celestial, ya no más confinado a lo finito y temporal. Resucitado con Cristo por la fe y el Bautismo, tienes el privilegio de saborear el amor y la presencia de Dios, de alimentarte profundamente de su Cuerpo y su Sangre. ¡Cristo ha ascendido al cielo! Regocíjate grandemente, oh Iglesia, en tu Redentor. La sabiduría te pertenece; Dios te enseñará qué camino debes seguir y qué debes hacer. Los eternos designios de Dios están desplegándose ante tus propios ojos: Que seas envuelta por su vida y llegues un día a ser como él. Gracias a tu Salvador ascendido puedes conocer el camino de la transformación y tus hijos recibirán el poder de llegar a ser gloriosos hijos de Dios. ¡Cristo ha ascendido al cielo! Regocíjate, oh Iglesia. Ya que has sido unida a él por el Bautismo en su muerte, también estás unida a él en su Resurrección. A medida que aprendas a caminar en su presencia, conocerás su consuelo y el poder de su amor, para purificarte y llegar a ser una Esposa sin mancha y resplandeciente. “¡Oh amado Señor y Dios nuestro, gracias por haber vencido y haber resucitado victorioso y glorioso!” ³³
Hechos 1, 1-11 Salmo 47 (46) Efesios 1, 17-23
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de mayo, lunes San Beda el Venerable, presbítero y doctor de la Iglesia San Gregorio VII, papa Santa María Magdalena de Pazzi, virgen Juan 16, 29-33 Tengan valor, porque yo he vencido al mundo. (Juan 16, 33) El Señor trató de preparar a sus discípulos para lo que vendría más tarde: su pasión y su muerte en la cruz. Los discípulos creyeron finalmente que Jesús venía de Dios, pero no podían entender aún todo el mensaje del sufrimiento y la cruz. Jesús les dijo que serían víctimas de malentendidos, contradicciones y rechazo, pero que sin embargo tendrían gozo porque el Padre estaría con ellos. También les anunció que uno lo traicionaría. El Evangelio de San Juan tiene una forma singular de presentar mensajes de presagio que al mismo tiempo expresan esperanza. La esperanza radica en el hecho de que el Padre está con Jesús y, por eso, Cristo ha vencido al mundo: “Les he dicho estas cosas, para que tengan paz en mí. En el mundo tendrán tribulaciones; pero tengan valor, porque yo he vencido al mundo” (Juan 16, 33). ¿Cómo ha vencido Cristo al mundo? Por su obra en la cruz. Allí derrotó al pecado, a Satanás y al mundo. Por su pasión, su muerte y su resurrección,
Jesús doblegó todos los poderes del mal y la oscuridad. Dios nunca nos obliga a abandonar nuestra libertad, de modo que, pese a la victoria de Cristo, todavía podemos preferir el mal y la oscuridad en nuestras decisiones y relaciones. Pero unidos a Jesús —la unión que comienza con nuestro Bautismo y crece mediante la vida de la fe— también podemos tener la victoria. Esta es la esperanza de los cristianos: la victoria que nos ha merecido Jesucristo, nuestro Señor. Unidos a él, podemos vencer el temor, el rechazo, la persecución y todas las cosas de este mundo que nos privan de la paz, el gozo y el amor. Al hacer los deberes hogareños, realizar el trabajo diario, contribuir a la iglesia y cumplir las responsabilidades con la familia, las amistades y la comunidad, pidámosle al Espíritu Santo los dones de la fortaleza, la perseverancia y la paciencia. Este don del Espíritu nos permite perseverar en la fe y en el servicio a Dios y al prójimo. “Ven, Espíritu Santo, llena los corazones de tus fieles y enciende en ellos el fuego de tu amor. Envía, Señor, tu Espíritu, y renueva la faz de la Tierra.” ³³
Hechos 19, 1-8 Salmo 68 (67), 2-7
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de mayo, martes San Felipe Neri, presbítero Juan 17, 1-11 Padre, la hora ha llegado: glorifica a tu Hijo, para que también él te glorifique (Juan 17, 1) El Evangelio de hoy nos habla de la “hora” de la donación máxima de Cristo que se entrega por todos. Cristo se hizo hombre para dar gloria al Padre, revelando la santidad de Dios, que el pecado humano había desvirtuado. La “gloria” es algo de suprema importancia y magnificencia, que se caracteriza por la perfección y la gracia que se derraman sobre toda la Creación. La gloria de Dios se manifiesta en su santidad. Jesús honró al Padre revelando su santidad con sus palabras y su vida. El Padre glorificó al Hijo resucitándolo, ascendiéndolo al cielo y volviendo a darle la gloria que él había tenido desde toda la eternidad. Por otro lado, Jesús es honrado por nosotros cada vez que hacemos la voluntad del Padre (Juan 17, 6-10) y tenemos parte en sus sufrimientos (1 Pedro 4, 13-15). Todos estamos llamados a honrar y glorificar al Padre, y Jesús es el ejemplo que debemos seguir. El Hijo glorificó al Padre obedeciéndole, dándolo a conocer y entregándose totalmente a la obra de Dios. Para ello, se despojó de su propia gloria y vino 90 | La Palabra Entre Nosotros
al mundo asumiendo la fragilidad de la condición humana. Pero Jesús no se limitó a vivir santamente obedeciendo al Padre. Vivió y murió para que la gloria del Todopoderoso derribara las barreras del pecado e iluminara el corazón de sus fieles. Jesús no rehuyó la cruz, porque precisamente para eso había venido (Juan 12, 27-28). En el caso nuestro, no es preciso realizar actos heroicos o extraordinarios de fe para dar gloria a Dios. Podemos glorificarlo en nuestro quehacer diario, por insignificante que éste parezca, porque todo trabajo puede dar gloria a Dios si lo hacemos con esa motivación: cuidar los hijos, cocinar, trabajar en una fábrica u oficina, ser agricultores, profesores o incluso limpiar pisos. Comienza, pues, cada día dándole gloria a Dios. Pídele al Espíritu Santo que te ayude a aceptar el plan divino, profesar tu fe y cumplir la obra del Padre. Si lo haces, la luz divina te iluminará a ti y a quienes te rodean. “Señor, Dios mío, te doy gloria y alabanza porque eres mi Padre y porque me amas con amor eterno. Yo también te amo, Señor, y quiero seguirte todos los días de mi vida.” ³³
Hechos 20, 17-27 Salmo 68 (67), 10-11. 20-21
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de mayo, miércoles San Agustín de Canterbury, obispo Juan 17, 11-19 Padre santo, cuida en tu nombre a los que me has dado. (Juan 17, 11) Hoy leemos en el Evangelio que Jesús se preparaba para volver al Padre. En esta plegaria final, el Señor confía sus discípulos al cuidado del Padre. ¡Qué momento más bienaventurado y significativo! Había estado con ellos durante tres años, protegiéndolos, enseñándoles, formándolos y amándolos. El Padre se los había dado y ahora él se los devolvía al Padre. ¿Cómo iba a protegerlos el Padre? Del modo más glorioso imaginable: confiándolos al Espíritu Santo, que él enviaría no solo a los que estaban reunidos en el aposento alto, sino a todos los que quisieran pedirlo y recibirlo (véase Juan 17, 20-21). Ahora esperamos la venida del Espíritu Santo, que el Padre derramará sobre todos los creyentes con gran plenitud. Podemos conocer algo de la obra del Espíritu, pero todavía nos queda mucho por recibir, porque Dios no se cansa jamás de hacer el bien por su pueblo. Siempre está dispuesto a derramar una mayor porción de gracia y poder sobre todos los que lo buscan. ¿Qué podemos esperar que haga el Espíritu en nuestro corazón? Jesús oró
pidiendo que, por la fuerza del Espíritu Santo, el Padre nos protegiera del maligno y que su propio gozo se cumpliera en nuestra vida. Por el mismo Espíritu, podemos conocer la verdad y dejar que esa verdad nos guarde para Cristo; experimentar la unidad de los unos con los otros, esa unidad que hay entre Jesús y el Padre; amar como Dios ama (Romanos 5, 5) y lograr el gradual rechazo a las tentaciones y los hábitos de pecado (Romanos 8, 13). Todos estos dones maravillosos —y otros parecidos— son nuestros, porque el Espíritu ha venido a hacernos entrar en la vida misma de Dios: “La prueba de que nosotros vivimos en Dios y de que él vive en nosotros, es que nos ha dado su Espíritu” (1 Juan 4, 13). El Espíritu Santo, que es el amor entre el Padre y el Hijo, ha sido derramado en nuestro corazón para unirnos perfectamente a Dios, como uno solo. Mientras esperamos el glorioso día de Pentecostés, oremos con gran esperanza y entusiasmo: “Padre, derrama tu Espíritu Santo para unirnos contigo y tu amado Hijo Jesús y, por su gran poder, envíanos al mundo a predicar y renovar la faz de la tierra.” ³³
Hechos 20, 28-38 Salmo 68 (67), 29-30. 33-36
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de mayo, jueves Juan 17, 20-26 Padre, no solo te pido por mis discípulos, sino también por los que van a creer en mí por la palabra de ellos. (Juan 17, 20) La Palabra de Dios nos enseña que el eterno propósito de Dios quedó revelado claramente en la plegaria de Jesús. Cristo, el Hijo del Padre, que tuvo su propia gloria divina desde antes del amanecer de los tiempos, vino al mundo como encarnación viva del amor del Padre a la humanidad. Cuando Jesús derramó su sangre por nosotros en la cruz, fuimos hechos uno con el Padre, mientras el Espíritu Santo nos llenaba el corazón de amor divino. Ahora, que esperamos la segunda venida de Cristo, somos fortalecidos por el Espíritu Santo y llamados a compartir la amistad divina con Dios y el prójimo. Jesús rogó para que los creyentes tuviéramos la misma comunión que él tiene con el Padre (Juan 17, 20-21), una comunión que podemos imitar. Para ello, debemos presentarnos humildemente ante Jesús, en oración, y pedirle una revelación de ese amor, que nuestra mente natural es incapaz de comprender: “Les he dado a conocer todo lo que mi Padre me ha dicho” (Juan 15, 15). El amor que une al Padre con el Hijo es la Persona del Espíritu Santo, que viene a ser para nosotros 92 | La Palabra Entre Nosotros
la fuente y experiencia del amor divino, cuando nos sometemos a su poder transformador. Al disponernos a celebrar Pentecostés, la gracia se derrama sobre nosotros para que tengamos más fe en que el Espíritu Santo tiene poder para hacernos ver y experimentar la realidad de Jesús. Así podemos participar en una unidad viva con él y con nuestro Padre celestial. El hecho de encontrarnos con Cristo en los sacramentos, especialmente en la Eucaristía, y dedicar tiempo a la oración y a leer la Escritura robustece y transforma nuestro ser interior, al punto de que podemos asemejarnos a Jesús, si imitamos sus cualidades de humildad y obediencia; así también desearemos la unidad que el Señor pidió en su oración sacerdotal, porque él quiso que sus discípulos manifestaran ante el mundo, por su unidad, el amor que él experimentaba con el Padre. Y ¿cómo podemos demostrar este amor? Haciendo la voluntad de Dios, que conocemos a través de la Iglesia, y amando a Dios y al prójimo, ayudando al necesitado y perdonando las ofensas. “Amado Jesús, ilumíname y dame fuerzas, Señor, para mantenerme siempre fiel.” ³³
Hechos 22, 30; 23, 6-11 Salmo 16 (15), 1-2. 5. 7-11
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de mayo, viernes Juan 21, 15-19 Simón, hijo de Juan, ¿me amas más que éstos? (Juan 21, 15) Tres veces le aseguró Pedro a Jesús que lo amaba, como para contrarrestar las tres veces que lo había negado antes de la crucifixión. A primera vista, tal vez resulte irónico que el Señor haya escogido a un pescador rudo e impulsivo como éste para cuidar a “sus corderos”. Sin embargo, Simón Pedro fue uno de los primeros que Jesús llamó para que fuera discípulo suyo (Marcos 1, 16-20) y se destacaba por las muchas veces que dio claras muestras de fe y fidelidad. Cuando el Señor enseñó acerca de su cuerpo y su sangre, que fue difícil de aceptar, los demás se fueron, pero Pedro permaneció fiel y declaró que Jesús tenía palabras de vida eterna y que era “el Santo de Dios” (Juan 6, 68-69). Igualmente, cuando Cristo les preguntó, “Y ustedes, ¿quién dicen que soy?”, fue Pedro el que declaró sin titubear: “Tú eres el Mesías, el Hijo del Dios viviente” (Mateo 16, 16). Pero no es raro que las bien conocidas fallas de San Pedro hayan sido un problema para Cristo. Cuando aquél lo recriminó por decir que el Hijo del hombre debía sufrir y morir, Jesús tuvo que reprenderlo severamente (Marcos 8, 31-33). Peor aún fue que los defectos demasiado humanos de Pedro le hayan
impedido servir al Señor en la hora de necesidad: cuando Jesús oraba en Getsemaní se quedó dormido y luego negó públicamente siquiera conocerlo. Pero todas estas experiencias le sirvieron a San Pedro para aprender que necesitaba depender profundamente de la gracia de Dios. Como resultado, tuvo el corazón bien dispuesto para recibir al Espíritu Santo en Pentecostés. Finalmente, el apóstol se dedicó a dirigir la propagación del Evangelio entre los gentiles. Cuando reflexionamos sobre una fe tan positiva y heroica como ésta, resulta reconfortante recordar que San Pedro creció en su fe como seguidor de Cristo y que no nació siendo ya un cristiano devoto. Por eso, Jesús lo enalteció como modelo para todos los creyentes. ¿Quién mejor que Pedro para estar entre los primeros discípulos de Cristo y aprender que él debía disminuir para que Jesús aumentara? Pedro fue humano, tal como nosotros, de modo que su crecimiento en la fe es un ejemplo maravillosamente reconfortante y alentador para los creyentes de hoy. “Fortalécenos, Señor Jesús, para dar testimonio de tu amor en el mundo que nos rodea.” ³³
Hechos 25, 13-21 Salmo 103 (102), 1-2. 11-12. 19-20
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de mayo, sábado Juan 21, 20-25 Tú, sígueme. (Juan 21, 22) En el Evangelio de hoy leemos que Jesús repitió algo que ya le había dicho a Pedro: “Cuando eras joven, te vestías para ir a donde querías; pero cuando ya seas viejo, extenderás los brazos y otro te vestirá, y te llevará a donde no quieras ir” (Juan 21, 18). Esta profecía se refería a la muerte que sufriría el apóstol y la forma en que éste glorificaría a Dios. Jesús invitaba a Pedro a seguirlo de tal manera que su vida y su obra fueran un reflejo de su propia vida y obra. En el Nuevo Testamento, la palabra griega que significa “sígueme” se usa solo cuando se refiere a Jesús, que siempre pedía algo más profundo que solo una imitación externa de sus actos. Era un llamado dirigido al corazón del creyente. Por ejemplo, cuando el joven rico vino y le preguntó qué más tenía que hacer para alcanzar la vida eterna, la última respuesta de Jesús fue: “Sígueme” (Marcos 10, 21). Este hombre había cumplido los mandamientos toda su vida como obligación religiosa, pero su corazón no vibraba de amor a Dios ni de fe en Cristo. No había abandonado su vida antigua para que la nueva vida de Jesús lo llenara por completo. El hecho de que “se fue triste” (Marcos 10, 22) revela 94 | La Palabra Entre Nosotros
que el joven no estuvo dispuesto a hacer semejante sacrificio. El llamado a seguir a Jesús implica ciertamente despojarse de los hábitos pecaminosos. Pero Dios quiere que nos demos cuenta de que, en un nivel más profundo, Jesús nos invita también a adoptar su misma vida de fidelidad y obediencia al Padre. Es un llamado a seguir a Cristo por el camino del Calvario y morir al pecado, para luego resucitar con Cristo a la nueva vida del Espíritu Santo. Jesús dijo: “Si alguno quiere ser discípulo mío, olvídese de sí mismo, cargue con su cruz y sígame” (Marcos 8, 34). Cuando respondemos afirmativamente a esta invitación, recibimos la gracia necesaria para desprendernos de nuestra vida anterior y recibir una vida completamente nueva, restablecida a imagen de nuestro Dios y Salvador. “Padre celestial, enséñame a atesorar la vida nueva que encuentro en tu Hijo por encima de todo. Jesús, quiero seguirte a dondequiera me lleves. Por tu Espíritu, haz que mi corazón esté lleno de obediencia y amor a ti.” ³³
Hechos 28, 16-20. 30-31 Salmo 11 (10), 4-5. 7
MEDITACIONES MAYO 31
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de mayo, Domingo de Pentecostés Hechos 2, 1-11 Entonces aparecieron lenguas de fuego. (Hechos 2, 3) Hoy celebramos el cumpleaños de la Iglesia, como muchos dicen al referirse al Día de Pentecostés. ¿Por qué? Porque los apóstoles, la Virgen María y los discípulos reunidos recibieron la plena unción del Espíritu Santo como lenguas de fuego y desde allí salieron a evangelizar el mundo. En la Sagrada Escritura, el fuego suele representar la presencia y la acción de Dios. El Señor se le apareció a Moisés en la zarza ardiente; luego condujo a los israelitas de noche por el desierto como columna de fuego, y descendió sobre el Monte Sinaí rodeado de humo y fuego (Éxodo 3 a 19). Cuando Juan vio a Cristo Resucitado en la isla de Patmos, los ojos de Jesús “parecían llamas de fuego” (Apocalipsis 1, 14). El fuego también representa la protección de Dios sobre su pueblo (Zacarías 2, 5). Ese día de Pentecostés, después de la Ascensión de Jesús, Dios volvió a mostrarse como lenguas de fuego, cuando el Espíritu Santo descendió sobre
los discípulos. El fuego significó, al mismo tiempo, la santidad de Dios y su deseo de purificar los corazones de los creyentes. Esta llama divina de Pentecostés continuará santificándonos, porque Dios quiere que seamos auténticos hijos suyos mediante este bautismo del fuego y del Espíritu (Mateo 3, 11), que nos transforma y nos renueva en la imagen de su Hijo (Romanos 8, 28-29). El Señor desea que recibamos este fuego de la santidad y deseemos recibir en nosotros la maravilla de la purificación que produce el Espíritu. En este día sagrado, renunciemos a nuestros planes personales y entreguémonos a la acción de Dios. Renunciemos a los resentimientos, rencores, odios, celos, apetitos ilegítimos, adicciones desordenadas y ambiciones egoístas. Pidámosle que queme por completo todo lo que nos impida vivir conforme a la voluntad de Dios, y que el mismo fuego consumidor sea para nosotros una luz divina, cuyo resplandor disipe toda la oscuridad de nuestra mente, para que caminemos en la luz como él es la luz. “Señor, Santo Espíritu divino, ven como fuego consumidor y purifícame de todo pecado y error.” ³³
Salmo 104 (103), 1. 24. 29-31. 34 1 Corintios 12, 3-7. 12-13 Juan 20, 19-23 Abril / Mayo 2020 | 95
Los grupos de oración nacen, ...no se hacen Bodas de Plata
1995 - 2020 El Grupo de oración Siervos del Señor, nació hace 25 años, en la Parroquia Santa Rita, como respuesta a un interés y una necesidad de crecimiento espiritual de un grupo de personas que terminaban el periodo de seguimiento, después de haber vivido un retiro de conversión. El Señor hizo nacer al Grupo, El fue su fundador y a El le pertenece. Hubo personas que leyendo las circunstancias, atendieron el pedido de esas personas y participaron de su nacimiento. No fueron los fundadores, porque los fundadores suelen creerse dueños de los grupos “Somos siervos inútiles que hicimos lo que teníamos que hacer “ Lc, 17,10 En estos 25 años se han presentado muchos momentos de gloria, de muchísima alegría, y también momentos de crisis, oscuros y dolorosos porque si bien el grupo nace por obra del Señor, somos seres humanos sujetos al pecado al error de los que participamos en los grupos de oración, con muchos deseos de servir al Señor, pero nuestra humanidad nos resulta limitante… “El espíritu está pronto pero la carne es débil” Mt, 26,41 Y es precisamente en esta debilidad que el Señor se glorifica, porque a pesar de todo lo que somos y hacemos los líderes, el grupo de oración sigue vivo con esperanza, sueños y con el propósitos de continuar el esfuerzo de seguir creciendo y seguir sirviendo a nuestro Señor y Maestro Al ver esto se nos hace vigente las palabras de Jesús en el evangelio de Juan: “Mi padre trabaja hasta ahora, y yo también trabajo” Jn 5, 17
Unidos para el Señor 96 | La Palabra Entre Nosotros
Foyer de Charité “Santa Rosa” Un lugar especial para Retiros Espirituales
Programa del mes: Abril, Mayo y Junio 2020 Retiro de 6 días en silencio (de Lunes 6:00 pm a Domingo 3:00 pm) 08 al 12 de Abril TRIDUO PASCUAL: “TANTO AMÓ DIOS AL MUNDO” Para mayores de 18 años Padre Christian de Penfentenyo
11 al 17 Mayo PARA QUE TU VIDA RESPIRE LIBERTAD Para mayores de 18 años Padre Carlos Salas Retiro de fin de semana 1° al 3 de Mayo SANACIÓN POR EL PERDÓN Para mayores de 18 años Prof. José Zapater
Otros retiros ó jornadas: Consultar directamente con la Casa de Retiro Foyer de Charité “Santa Rosa” Av. Bernardo Balaguer s/n - Ñaña Telf. 359-0101 / 994 896 295
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