Programa de vida para el que sigue a Jesús
AGOST O - SE T IE M B R E 2020
Las bienaventuranzas
Perlas de bendición que nos ofrece el Señor
¢ Respeto, Honestidad Responsabilidad, 3 Virtudes básicas para inculcar a los niños - Pág 4
En este ejemplar: Agosto - Setiembre 2020
Las Bienaventuranzas 3 Virtudes básicas para inculcar a los niños Sugerencias para que tu hijo triunfe en la escuela y en la vida Por Luisa Perrotta
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Bienaventurados los pobres de espíritu 11 Vaciarse de uno mismo para que Jesús nos llene Bienaventurados los misericordiosos Tú puedes ser un embajador de la misericordia
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Bienaventurados los que trabajan por la paz Tú puedes cambiar la situación
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San Vicente de Paul San Vicente de Paúl y su magnífico apostolado Por Luis E. Quezada
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Meditaciones diarias
Agosto del 1 al 31 Setiembre del 1 al 30
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Las bienaventuranzas del Señor Queridos hermanos: Este mes estudiaremos sobre algunas de las bienaventuranzas. ¿Qué son? Se podría decir que son “gemas” o “piedras preciosas” que nos da el Señor para construir el templo interior de nuestra alma, a fin de que sea una morada digna para el Señor. Pero analicemos la palabra por un momento. “Bienaventuranza” Me pareció oportuno y útil, por todo lo que ha pasado en el mundo en estos meses, incluir entre nuestros artículos especiales una reseña de la vida y la espléndida obra de San Vicente de Paúl.
en Mateo 5, 3-10, al principio yo me sentí un poco desconcertado, porque me parecían como contradicciones: “¿Felices los que lloran… los que tienen hambre y sed de justicia… los que son perseguidos…? El problema era que yo me fijaba más en la primera parte (o sea la realidad actual), y no tanto en la segunda, donde el Señor promete: “… recibirán consuelo… serán saciados… recibirán misericordia… ¡verán a Dios!” Leámoslas, estudiémoslas y reflexionemos en ellas, para que seamos gente de las bienaventuranzas.
Artículos adicionales. Me pareció oportuno y útil, por todo lo que ha pasado en el mundo en estos meses, incluir entre nuestros artículos especiales una reseña de la vida significa un deseo de felicidad, y la espléndida obra de San Vicente salud, prosperidad y bendición de Paúl y las numerosas institucioque alguien pronuncia en favor de nes que se han venido creando a otra persona. Naturalmente, para través de los siglos inspiradas por nosotros los cristianos, este deseo el profundo amor, la abnegación y de felicidad se refiere, no solo al el desinterés de tan iluminado sercurso de esta vida terrenal, sino vidor de Jesucristo como lo fue este también y más importante aún, a conocido santo francés. Ojalá que la sublime y eterna dicha de que el espíritu de San Vicente toque el gozarán aquellos que sean dignos corazón de muchos fieles para que de tal bendición, conforme a sus la caridad sea una marca distintiva obras, su fe en Cristo y su fideli- en la vida de nosotros, los católidad a Dios. cos de hoy. Pero, hace años, al leer las Como seguramente los pequebienaventuranzas que aparecen ños están volviendo a clases, 2 | La Palabra Entre Nosotros
proponemos a los padres de familia unas reflexiones sobre ciertas normas de conducta para los hijos, pequeños y no tan pequeños, de modo que no solo el año escolar resulte productivo, sino toda la vida futura de aquellos que más tarde serán padres de familia, profesionales, oficiales militares, empresarios o incluso sacerdotes
y gobernantes. ¡Quién sabe! Todo está en manos del Señor y todo lo hacemos para mayor gloria de Dios. Que la gracia del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo los ilumine siempre a ustedes y a sus seres queridos. Luis E. Quezada Director Editorial editor@la-palabra.com
La Palabra Entre Nosotros • The Word Among Us
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Septiembre 2020 | 3
Virtudes para el regreso a la escuela Sugerencias para que tu hijo triunfe en la escuela y en la vida Por Luisa Perrotta
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uando el entusiasmo está bien orientado, ¡es un regalo! Todo educador eficaz lo tiene y todo alumno lo necesita. Pues bien, mientras nos preparamos para iniciar el nuevo año académico, ¿por qué no usamos un poco de entusiasmo para mejorar la instrucción que nuestros hijos recibirán? Me refiero a la “escuela de virtudes”, que todos tenemos en casa y que sienta las bases para el buen logro académico. ¿Qué quiere decir esto? Que la formación moral y espiritual de nuestros hijos va de la mano con su desarrollo intelectual, que también empieza en casa y luego se desarrolla fuera de ella, con la asistencia de los maestros y los sistemas escolares. El psicólogo y educador católico Thomas Lickona dice que la educación siempre ha tenido dos grandes objetivos: “Ayudar a las personas a ser inteligentes y a ser buenos.” De hecho, ayudar a los niños a ser buenos les ayuda a ser inteligentes. Tal vez tú no te des cuenta ahora, pero el hecho de insistir en que tu pequeña Lori haga bien sus quehaceres en casa le enseña mucho más que solo limpiar el cuarto de baño. Ella aprende a ser meticulosa, esforzada, perseverante y responsable, virtudes que le van a servir mucho dentro de unos años cuando esté escribiendo su tesis doctoral o preparando presentaciones audiovisuales para el presidente de la empresa. Septiembre 2020 | 5
Cuando los maestros estén completando los planes de los cursos, ¿por qué no hacer un poco de planificación en el hogar? Habla con tu marido o tu esposa acerca de las virtudes que te gustaría fomentar especialmente en tu familia este año. Pídele al Espíritu Santo que te guíe para escoger uno o dos rasgos de carácter que quieras cultivar; tal vez alguna de las tres virtudes que se plantean a continuación, que son especialmente pertinentes para el éxito académico: respeto, honestidad y responsabilidad. Sea cual sea la virtud que escojas, espera que el Espíritu te enseñe a ti también. Cuando se trata de crecer en alguna virtud, ¡todos podemos aprender! También puedes confiar en que el Señor te dotará de lo necesario para que cumplas el papel de principal educador. Pídele que te muestre lo que necesitas, incluso un renovado entusiasmo y una visión clara. Respeto. El respeto es una virtud fundamental que adopta diversas formas, tales como el respeto a uno mismo y a los demás, a la vida en todas sus formas, a la autoridad legítima y a los derechos de las personas. Su fundamento es el respeto a la vida humana, que es sagrado. Interiormente, sabemos que se trata de la dignidad innata de la persona. Por eso nos impresiona cuando oímos que un vecino le grita “¡Mocoso 6 | La Palabra Entre Nosotros
Sea cual sea la virtud que escojas, espera que el Espíritu te enseñe a ti también. maleducado!” a su hijo. O cuando Juanito, a sus diez años de edad, pone los ojos en blanco en señal de aburrimiento y dice “¡Bah!” cuando su madre le dice que haga algo. Ninguna de estas expresiones y actitudes reflejan el trato respetuoso que los demás merecen. Para fomentar el respeto, piensa en preguntas como estas: • ¿Tratas tú con respeto a tus hijos? Estos pequeños, que Dios ha confiado a tu cuidado, son personas por derecho propio, personas que tienen derechos, libre albedrío, una personalidad única y diversas aptitudes. ¿Se aprecia esta verdad en la manera en que tú los tratas? ¿Los tratas como personas? ¿Eres imparcial y justo con ellos? Considerando la edad de cada uno, ¿procuras explicarles por qué no estás de acuerdo con ellos? ¿Escuchas sus opiniones? ¿Les pides que compartan sus ideas? ¿Comunica respeto tu tono de voz, así como tus palabras? • ¿Exiges a tus hijos que sean respetuosos? ¿Les enseñas que le tengan
respeto a Dios? Piensa, por ejemplo, en su comportamiento en la iglesia, su respeto al nombre de Dios, a los ministros consagrados al servicio divino, como los sacerdotes. ¿Les inculcas el respeto a la autoridad legítima? ¿Has intentado diversas formas para enseñarles a ser corteses, especialmente con los mayores? ¿La consideración por los demás? ¿Los modales? ¿Y también “Honrar padre y madre”? Si tus hijos te faltan el respeto, ¿se lo dejas pasar o los corriges? Sobre este último punto, la mejor solución para el uso de expresiones y conductas irrespetuosas con los padres es la tolerancia cero. Si ignoramos o
excusamos la falta de respeto en nuestros hijos solo lograremos aumentar su mala actitud hacia otros adultos, como lo están experimentando ahora las escuelas en todas partes. “Los alumnos no tienen respeto a los profesores y sus actitudes groseras aumentan” decía un reciente titular en un periódico de Misuri. Citando a profesores y administradores de la enseñanza media, el artículo afirma que los estudiantes de hoy son cada vez más rebeldes, groseros, insolentes y es más difícil enseñarles, pues ante el maestro tienen una actitud que dice “usted no me puede obligar a hacer eso”, lo que menoscaba el entorno escolar. Esta actitud de irrespeto es insidiosa Septiembre 2020 | 7
y se va infiltrando incluso en las mejores escuelas. ¿Qué hacer al respecto? La mejor prevención es la formación que los padres dan a sus hijos en el hogar y mientras más pequeños, mejor. Ahora bien, ten cuidado de que tú también estés demostrando respeto, recomienda una consejera de una escuela secundaria católica. No fomentes tú la falta de respeto a los maestros haciendo comentarios como: “Oh, esa tarea es ridícula.” Si te parece que hay un problema, díselo a la maestra y cuídate de los comentarios que haces en casa. Así les ayudarás a tus hijos a aprender bien y no ser de los que siempre critican porque no quieren darse el trabajo de estudiar. Honestidad. En su esencia, ser honesto significa vivir según la verdad. Tratamos de inculcar la honestidad en nuestros hijos, porque queremos que lleguen a ser personas de bien, íntegras, que no mientan, engañen ni roben. Para decirlo de otro modo, deseamos que el “Espíritu de verdad” viva en ellos en la medida de lo posible, y que los lleve “a toda la verdad” (Juan 14, 17; 16, 13). En muchos sentidos, la sociedad actual les da a nuestros hijos el cínico mensaje de que no hay problema con mentir y engañar, y muchos lo aceptan. Cabe considerar, por ejemplo, un estudio de 2004 sobre la ética de la 8 | La Palabra Entre Nosotros
Si te parece que
hay un problema, díselo a la maestra y cuídate de los comentarios que haces en casa.
juventud americana, publicado por el Instituto Josephson de Ética con sede en California, en el que se encuestaron a 25.000 estudiantes de secundaria de todo el país. El estudio concluye que casi dos tercios de los alumnos hacen trampa en los exámenes, más de uno de cada cuatro robó algo en una tienda y el 82% mintió a sus padres sobre algo importante en los últimos doce meses. (La estadística puede en realidad ser peor ya que el 29% admitió haber mentido en una o más preguntas de la encuesta). En el aula, la tecnología ofrece a los alumnos más opciones para engañar. Muchos estudiantes copian información de la internet sin el menor reparo por infringir el derecho de autor. Incluso, hay sitios web que venden composiciones escolares (term papers). Es fácil hacer trampa en los exámenes mediante el uso de calculadoras, teléfonos móviles, tabletas y otros aparatos electrónicos manuales. Una maestra de escuela católica me dijo: “Es difícil mantenerse al
día con la tecnología. Y cuando sorprendemos a un alumno que está copiando, el chico o la chica suele decir que no ve nada malo con eso, porque ‘todo el mundo lo hace’ y quiere sacarse buenas notas.” Por eso, ella aconseja a los padres de familia: “Comiencen temprano a hablar con sus hijos y explíquenles qué es la honestidad; qué es robar. Dígales que eso incluye copiar de otros compañeros, tomar las ideas y respuestas de otras personas. Háblenles de la integridad académica desde el principio.” Si queremos cultivar la honestidad en nuestros hijos, debemos analizar bien el ejemplo que les estamos dando. La máxima de “practica lo
que predicas” debe ir de la mano de “predica lo que practicas”, dice el educador Thomas Lickona en su libro Raising Good Children (Criemos hijos buenos). Es preciso ”enseñar hablando”, para formar la conciencia de los menores a través de la instrucción moral directa y explicar por qué algunas cosas son correctas y otras incorrectas. Al respecto escribe: “Enseñe a sus hijos que tener una reputación de honestidad es uno de los bienes más valiosos que pueden tener. Ayúdeles a pensar con claridad acerca de la violación de la honestidad. ¿Por qué es malo mentir o incumplir una promesa? Septiembre 2020 | 9
Si quieres que tus hijos sean responsables, encárgales que hagan algo de lo que sean responsables. Porque eso traiciona la confianza y la confianza es esencial en cualquier relación. “¿Por qué es malo copiar o hacer trampa en la escuela? Porque el engaño es una mentira (da una idea falsa de lo que saben); es una violación de la confianza que el maestro te tiene, y es injusto para todos los que no mienten ni hacen trampa. ¿Por qué es malo robar? Porque detrás del objeto robado hay una persona y el robo perjudica a esa persona.” Tal vez te sea útil consultar las secciones del Catecismo de la Iglesia Católica que tratan sobre los delitos contra el séptimo y el octavo mandamientos (especialmente los párrafos 2401-2412, 2450-2454, 2464-2492). Y no dejes de enseñar a tus hijos cómo reconciliarse con Dios y con los demás, valiéndose del Sacramento de la Confesión y devolviendo los bienes robados. 10 | La Palabra Entre Nosotros
Responsabilidad. Las personas responsables toman buenas decisiones. Cuando cometen errores, aceptan las consecuencias y tratan de resolverlos sin hacer sufrir o perjudicar a otros. Si quieres que tus hijos sean responsables, encárgales que hagan algo de lo que sean responsables. Asígnales tareas, felicítalos y corrígelos cuando sea necesario y no permitas que se escabullan. Una manera de ayudar a nuestros hijos a ser responsables es facilitarles espacio y tiempo para que hagan sus tareas escolares y luego ver que las hagan bien. Ya sea la responsabilidad, la honestidad, el respeto o alguna otra virtud que desees promover en tu “escuela de virtudes” este semestre, ¡ten ánimo! El Señor estará contigo mientras ayudas a tus hijos a ser inteligentes y buenos. Tomemos todos la pauta que nos dio San Juan Pablo II, cuyo entusiasmo por la juventud quedó en evidencia por más de un cuarto de siglo, cuando les decía a los jóvenes: “Ustedes son el futuro del mundo. Ustedes tienen un inmenso potencial de bien y de posibilidades creativas.” Tratemos nosotros de apoyarlos de esa manera también. ¢ Luisa Perrotta es ex editora y colaboradora de La Palabra Entre Nosotros.
Bienaventurados los pobres de espíritu
Vaciarse de uno mismo para que Jesús nos llene ¿Qué ideas se te vienen a la mente cuando piensas en un reino soberano? Quizás te remontas a los relatos de la edad media, en que los reyes solían habitar en imponentes castillos edificados en la cima de un monte escarpado o protegidos por un profundo foso de agua con puente levadizo, custodiado por guardias armados y caballeros andantes provistos de armaduras
brillantes, aparte del monarca que ostenta una corona de oro y piedras preciosas y que se sienta en su majestuoso trono, con su corte de nobles y damas ataviadas con elaborados vestidos de seda fina, todos los cuales le rinden honor y obediencia. O tal vez prefieres pensar en alguno de los Septiembre 2020 | 11
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reinados más modernos y protocolarios, como la corte de la Reina Isabel de Inglaterra, por ejemplo. Pero ya sea que pensemos en cortes reales del medioevo o en reinados modernos, por lo general se nos ocurre que en un reinado siempre hay derroche de esplendor, opulencia y también una buena dosis de intrigas. Ahora, trata de imaginarte otro tipo de reino soberano: un Reino habitado por obreros y campesinos que se congregan en torno al Rey, que a su vez es un carpintero que, a primera vista no evidencia nada fuera de lo común. Los súbditos, en lugar de escuchar el canto de románticos trovadores, ponen oído atento a las inspiradoras 12 | La Palabra Entre Nosotros
enseñanzas que brotan de los labios de este Rey majestuoso, que habla de semillas esparcidas por los labradores, de pastores y rebaños, de hijos y padres de familia. Este es el singular reinado de Jesucristo, nuestro Señor, el Reino que él vino a inaugurar en la tierra. Como él mismo lo señaló en el Sermón de la Montaña, el Reino de Dios es una vida nueva de oración, ayuno y limosna, en el que se ha de poner la otra mejilla; una vida en la que cada uno debe tratar a los demás como quisiera ser tratado, y que nos llama a confiar plenamente en que Dios es capaz de proveernos de todo lo que necesitamos. No es casualidad, pues, que Cristo
comience el Sermón de la Montaña pronunciando las bien conocidas Bienaventuranzas, aquella serie de ocho bendiciones que recibimos cuando vivimos de acuerdo con los valores de Dios. En cierto modo, las bienaventuranzas son una sinopsis del resto del sermón y nos enseñan a vivir como ciudadanos del Reino de los cielos, y llevan la promesa de un premio: ¡Una vida de felicidad plena! Hay mucho que se podría comentar acerca de cada una de las bienaventuranzas, pero en esta ocasión queremos hacer hincapié en tres de ellas: Bienaventurados los pobres de espíritu, bienaventurados los misericordiosos, bienaventurados los pacificadores. Algunas versiones las presentan de esta manera: Felices los que tienen espíritu de pobres, felices los compasivos, felices los que trabajan por la paz. Otras dicen dichosos en lugar de bienaventurados o felices. Trataremos de descubrir cómo podemos poner en práctica estas bienaventuranzas, para llegar a experimentar la vida y la felicidad del Reino de Dios más profundamente. La primera bienaventuranza es: “Dichosos los que tienen espíritu de pobres, porque de ellos es el reino de los cielos.” (Mateo 5, 3) Una vida de abnegación. Si queremos entender qué significa ser pobre de espíritu lo mejor es contemplar a Jesús. Él, más que nadie,
vivió esta bienaventuranza a plenitud y en forma perfecta. ¿Por qué? Porque en su corazón, ser pobre de espíritu significa vaciarse de uno mismo y hacer lo que nuestro Padre celestial nos pide. Imagínate que Jesús, el eterno Hijo de Dios, está sentado en su trono celestial disfrutando del culto de adoración que le rinden miríadas y miríadas de ángeles. ¿Por qué iba a abandonar todo eso y entrar en este mundo lleno de pecado y dolor? Porque era pobre de espíritu y no quiso aferrarse a su condición divina, sino que “se anonadó a sí mismo” y vino a vivir entre nosotros como ser humano (Filipenses 2, 7). Entró en su propia creación, como un bebé frágil e indefenso, y se sometió a todas las limitaciones de nuestra naturaleza humana. Pero la decisión de Cristo de ser pobre de espíritu no terminó con su nacimiento; más bien, cada día en el transcurso de su vida se dedicó a hacer solo lo que su Padre le mostraba, y hablaba solo lo que su Padre le decía que dijera. En lugar de buscar fama o prestigio para sí mismo, se vació completamente de sus propios deseos en bien de los enfermos, los poseídos, los pobres y los perdidos. En lugar de exigir reverencia como Hijo de Dios, habló de la misericordia de su Padre y trató a todos con esa misericordia. Y a cada momento del día ponía en práctica sus propias palabras, como cuando declaró: “El Hijo del hombre Septiembre 2020 | 13
Jesús entró en su propia creación, como un bebé frágil e indefenso, y se sometió a todas las limitaciones de nuestra naturaleza humana.
no vino para que le sirvan, sino para servir y para dar su vida en rescate por una multitud” (Mateo 20, 28). Aun cuando siempre encontraba actitudes de sospecha y amenaza en algunos de los jefes de Israel, continuó vaciándose de sí mismo: “No hago nada por mi propia cuenta; solamente digo lo que el Padre me ha enseñado” (Juan 8, 28). Finalmente, cuando llegó el momento de la verdad, su anonadamiento llegó al máximo cuando “se humilló a sí mismo, haciéndose obediente hasta la muerte, hasta la muerte en la cruz” (Filipenses 2, 8). Tanto se despojó de todo que pudo decirle a Dios: “Padre, en tus manos encomiendo mi espíritu” (Lucas 23, 46). El Reino de los Cielos es de él. Precisamente por haber vivido la pobreza de espíritu, el Padre resucitó a su Hijo de la muerte, lo exaltó en el cielo 14 | La Palabra Entre Nosotros
(Filipenses 2, 9) y le otorgó “el Nombre que está sobre todo nombre, para que al nombre de Jesús… toda lengua proclame que Jesucristo es el Señor para gloria de Dios Padre” (2, 10). La palabra “Señor” usada en este pasaje, Kyrios, es la versión griega del nombre que Dios le reveló a Moisés desde la zarza ardiente. Así tan alto es como el Padre premió a Jesús por haberse vaciado de sí mismo. ¡Literalmente le entregó el Reino de los cielos! Por haberse desprendido de lo que le era propio y haber tomado la “condición de siervo” (Filipenses 2, 7), el Padre pudo “llenarlo” durante toda su vida. Por ejemplo, cuando Jesús les dijo a sus opositores “el Padre y yo somos uno”, estaba dando testimonio de lo totalmente unido que él estaba con su Padre; así les decía, a ellos y a nosotros, que todo el que se propone
ser pobre de espíritu puede alcanzar una relación de intimidad con Dios. Ya sea que lo sintamos o no, Dios está siempre derramando su amor sobre nosotros cuando nos acercamos a él vacíos y pobres de espíritu. Tal vez nunca nos toque sufrir una gran pobreza ni llegar a morir de un modo injusto e inhumano como él lo hizo, pero sí a todos se nos pide vivir con el mismo abandono. Recuerda, hermano, que Jesús no renunció a lo suyo únicamente en la cruz; lo hizo cada día de su vida. Confiaba absolutamente en su Padre para que le diera fortaleza y orientación y buscaba la voluntad de Dios de muchas maneras. Así también Dios quiere que cada uno de nosotros confiemos en él en todo; que nos vaciemos de nuestros propios deseos, para así llenarnos de la gracia que nos permita obedecerle y confiar en él. “¡Aléjate de mí, Señor!” Tal vez se nos ocurra pensar que, debido a que Jesús era el Hijo de Dios, le costaba menos ser pobre de espíritu; pero en las Escrituras encontramos numerosos ejemplos de otras personas que también practicaron la pobreza de espíritu. San Pedro es uno de los mejores ejemplos. Desde el principio, vemos al primer apóstol como un hombre esforzado cuya autosuficiencia y determinación le hacían caer en error o le impedían lograr lo que deseaba obtener. Cuando recién lo conocimos, Pedro había estado pescando toda la noche, pero las redes
venían vacías (Lucas 5, 1-8). Luego Jesús, cuya experiencia de pesca era mínima comparada con la de Pedro, le manda echar de nuevo las redes y en el peor momento del día. A pesar de todo, Pedro saca tantos peces que casi se rompen las redes. Al presenciar este milagro, Pedro se siente conmocionado y cayendo de rodillas le ruega a Jesús que se aleje (v. Lucas 5, 8), pues reconoce no solo que él no pudo pescar nada sino también su propia condición de pecador. Pero Jesús no se aleja, y más bien hace exactamente lo contrario: invita al pescador a permanecer con él y le promete que, si lo hace, lo hará “pescador de hombres”. Esta fue la primera de muchas situaciones en las que Pedro tuvo que lidiar con sus propias limitaciones. Una y otra vez intentó valerse por sí mismo para lograr sus objetivos: caminar sobre el agua, convencer a Jesús de que evitara la cruz, prometer que nunca negaría a Jesús, aunque unas horas más tarde negó siquiera conocerlo. Pero con cada intento de fiarse de sí mismo, su sentido de autosuficiencia se le fue desvaneciendo un poco más. Cada batalla (incluso las muy bien intencionadas) le mostraron que no era capaz de ser fiel al Señor por sus propios medios. Poco a poco fue aprendiendo que, solo acudiendo a Jesús como pobre y vacío, el Señor podia llenarlo. Solo los pobres de espíritu pueden recibir el Reino de Dios y la Septiembre 2020 | 15
¿Qué significa ser pobres de espíritu? Significa acogerse a Dios con las manos vacías; significa ofrecernos a Dios, sabiendo que él no espera que seamos dignos.
libertad de “pescar” a otros con la alegría y la esperanza del Reino de Dios. Ven a llenarte. Entonces, ¿qué significa ser pobres de espíritu? Significa acogerse a Dios con las manos vacías; significa ofrecernos a Dios, sabiendo que él no espera que seamos dignos. También significa estar dispuestos a recibir los abundantes dones que Dios quiere darnos, en lugar de tratar de llenarnos de las cosas del mundo. Cuando reconocemos que tenemos las redes vacías, incluso después de haber “trabajado toda la noche” (Lucas 5, 5), nos encontramos en condiciones de recibir aquello que el Señor quiera darnos. Es posible que tú, al igual que Pedro, también tengas que afrontar ciertas limitaciones y actitudes de autosuficiencia una y otra vez; y tal vez te 16 | La Palabra Entre Nosotros
sientas frustrado por no poder avanzar, lo que te lleva a pensar que por mucho que lo intentes no lograrás superar las situaciones. O incluso puede ser que, aun cuando te esfuerzas por hacerlo bien para el Señor, no ves que se produzcan los frutos que esperabas. Pero sea como sea que te sientas, Dios está preparado para llenarte de gracia. Así que, esta semana, entra en la presencia del Señor en oración y dile algo como: “Señor, enséñame a ser pobre de espíritu. ¿Qué debo hacer para vaciarme de mí mismo de modo que puedas llenarme?” Si adoptas esta actitud de tener las manos vacías delante de Dios, comenzarás a ver en tu vida la bendición que Jesús prometió: Reconocer su Reino y vivir en él cada día. ¢
Bienaventurados
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los misericordiosos
TĂş puedes ser un embajador de la misericordia Septiembre 2020 | 17
Yo te perdono. ¿Por qué nos cuesta tanto decir estas palabras? Quizás porque es algo que le decimos a alguien que nos ha dañado u ofendido y a veces la herida sigue doliendo. Todos sabemos lo difícil que es ser indulgente y compasivo. Con todo, Jesús nos dijo: “Felices los misericordiosos, porque obtendrán misericordia” o, como lo expresan otras versiones, “Dichosos los compasivos, porque Dios tendrá compasión de ellos” (Mateo 5, 7). ¿Qué significa esta promesa? Que mientras más misericordiosos seamos con otras personas, mejor dispuestos estaremos para recibir la misericordia y el perdón de Dios. Y dado el enorme grado de sufrimiento y dolor que hay en el mundo, esta bienaventuranza tiene una importancia especial para nosotros. Así que la analizaremos un poco más. Dios es compasivo y misericordioso. Imagínate lo que debe haber sentido el Padre cuando pastoreaba a su pueblo Israel. Por generaciones, los había estado llamando a demostrarle amor a él y a los demás como él los amaba a ellos; pero a pesar de lo mucho que él los había bendecido, la gente no se decidía a hacerlo. Israel era el pueblo escogido, la familia de Dios; sin embargo, los ricos oprimían a los pobres; los poderosos menospreciaban a los débiles, y se dejaban engañar 18 | La Palabra Entre Nosotros
por los dioses falsos, que los llevaban a poner oídos sordos al Todopoderoso, que les mandaba ser una nación santa. Era mucho lo que Dios quería darles, pero como se negaban a obedecer sus mandamientos, sufrían el dolor de ser una nación herida, avasallada y ocupada. No obstante, durante todos esos siglos de pecado y desobediencia, el Altísimo nunca dejó de amarlos ni de tratarlos con misericordia. En efecto, les envió profetas que los llamaban a regresar a Dios y los perdonó incansablemente una y otra vez. Por último, su misericordia le llevó a enviar a su único Hijo para enseñarles la verdad, revelarles su voluntad y entregar su vida para salvarlos. La decisión de Dios de enviar a Jesús no fue un solo acto de misericordia o una decisión única de pasar por alto los delitos cometidos. No, fue la máxima expresión del amor clemente y compasivo que Dios tiene y ha tenido siempre para su pueblo, y para el mundo entero, desde el principio. Esta es tu historia. El testimonio de la misericordia de Dios para con su pueblo es también la actitud de la misericordia que él tiene para cada uno de nosotros. El Padre que está en los cielos ve todo lo que tú haces, lo bueno y lo malo; ve cuando eres compasivo con otras personas, y también cuando tienes pensamientos de rechazo o censura contra alguien. Escucha tanto las expresiones de aliento que le ofreces
a alguna persona, como también las palabras hirientes que a veces pronuncias, y ve todas las obras de amor que realizas, así como aquellas ocasiones en que tu conducta deja que desear. Pero el Señor te ama durante todo ese proceso. Tal como lo hizo con los israelitas, Dios continúa trabajando contigo, para enseñarte y formar tu conciencia. ¡Es mucho lo que te ama como para dejarte abandonado! Esta es la magnífica noticia del Evangelio: Dios te ama tanto cuando cedes a la tentación, como cuando te mantienes fuerte, y tanto cuando te alejas de él como cuando te dedicas fielmente a la oración y la devoción. El amor le obliga a decirte “te perdono” cada vez que tú regresas a su lado arrepentido; la misericordia le mueve a perdonarte en el mismo momento en que tú le pidas perdón. La otra cara de la misericordia. Cuando Jesús recorría las calles de Israel siempre trataba a las personas con compasión, día tras día, como vemos cuando le dijo a una mujer sorprendida en adulterio: “Tampoco yo te condeno” (Juan 8, 11), y a un paralítico que estaba postrado: “Hijo mío, tus pecados quedan perdonados… A ti te digo, levántate, toma tu camilla y vete a tu casa” (Marcos 2, 5. 11). A otra mujer, conocida por su vida inmoral, le dijo: “Tus pecados te son perdonados… Vete tranquila” (Lucas 7, 48. 49). Y con la parábola del hijo Septiembre 2020 | 19
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Su misericordia lo llevaba no solamente a perdonarles los pecados, sino también sus errores y debilidades.
pródigo, a todos nos dice: “Hijo mío, tú siempre estás conmigo y todo lo que tengo es tuyo” (Lucas 15, 31). Como el Papa Francisco lo ha dicho a menudo, Jesús es “el rostro de la misericordia de Dios”. Pero, hay además otra dimensión de la misericordia, que va más allá de perdonar los pecados. Jesús nos hizo ver que la misericordia de Dios es una constante actitud de ternura y paciencia y no solo una serie de declaraciones de “te perdono”. Recuerda aquellas veces que sus discípulos dijeron o hicieron algo que realmente lo decepcionaba, y el miedo y la falta de fe que ellos tuvieron durante la tormenta en el mar mientras él dormía plácidamente en la barca (Mateo 8, 23-27); piensa también en Santiago y Juan, que deseaban estar cerca de Jesús 20 | La Palabra Entre Nosotros
y al mismo tiempo competían con los demás por posiciones de autoridad (Marcos 10, 35-37) y cómo Tomás dudó de que Jesús había resucitado (Juan 20, 24-25). Una y otra vez, el Señor veía el orgullo y el egoísmo de sus discípulos o la fragilidad de su fe; sin embargo, nunca dejó de seguir comprometido con ellos; por el contrario, continuó trabajando con ellos y esperando pacientemente. Su misericordia lo llevaba no solamente a perdonarles los pecados, sino también sus errores y debilidades. Esta es la otra cara de la misericordia. Aun cuando alguien no ha pecado directamente contra nosotros, Dios quiere que actuemos con el mismo amor con que Jesús trataba a sus discípulos, y si alguien nos hace algo que no sea realmente un pecado, pero nos
molesta, nos pide que actuemos con compasión y paciencia. Una historia de la Iglesia primitiva nos permite ver cómo es esta clase de misericordia (Hechos 15, 36-41). Pablo, Bernabé y Juan Marcos. Cuando San Pablo hizo su primer viaje misionero, iba acompañado por otras dos personas: su amigo, Bernabé y el joven Juan Marcos, primo de éste. Fue un viaje difícil y cuando estaban a mitad de la travesía, Juan Marcos decidió regresar a su casa, posiblemente porque no haya podido soportar las vicisitudes de la vida misionera. La deserción de Marcos le afectó profundamente a Pablo, al punto de que cuando volvieron a planificar otro viaje con Bernabé, Pablo se negó a aceptar la compañía del joven. Bernabé no estuvo de acuerdo con esto y quería darle a su primo una segunda oportunidad; pero después de una discusión seria, los dos tomaron caminos diferentes. Pablo llevó consigo a Silas, y Bernabé a Juan Marcos. A diferencia de Pablo, Bernabé quiso ser paciente con su primo y continuó enseñándole y dándole una buena formación, y el resultado fue bueno: Marcos aprendió a servir al Señor con sacrificio y dedicación. Finalmente, Pablo encontró la oportunidad de tratar a Juan Marcos con la misma comprensión que Bernabé había tenido con él, al punto de que lo consideró como uno de sus “compañeros”, y
le pidió expresamente a Timoteo que trajera a Marcos cuando viniera a visitarlo en la cárcel (2 Timoteo 4, 11). La antigua tradición cristiana sostiene que este Marcos, con quien Bernabé fue tan compasivo, fue el primero que puso por escrito el Evangelio. ¡A lo mejor la Biblia habría sido diferente si Bernabé hubiera desistido de apoyar a Marcos! Pero ser misericordioso no implica solamente dejar que alguien se salga con la suya; se trata de saber que nosotros no somos jueces; Dios es el juez justo. La misericordia nos lleva a no guardar rencor contra nadie; nos enseña a mirar a los demás como hijos amados de Dios y dignos de darles una segunda o tercera oportunidad y hacerlo hasta setenta veces siete (v. Mateo 18, 22). Es amor, no una transacción comercial. Jesús prometió: “Felices los misericordiosos, porque obtendrán misericordia” (Mateo 5, 7). Alguien podría pensar que el Señor estaba proponiendo una especie de intercambio, como si Dios fuera a perdonarnos cada vez que nosotros perdonamos a otra persona, pero en realidad es algo mucho más importante lo que ocurre cuando somos compasivos con los demás. Cuando perdonamos a alguien que nos haya ofendido o causado daño o cuando actuamos con paciencia y misericordia, se ablanda nuestro propio Septiembre 2020 | 21
Así como la lluvia que cae sobre un campo ablanda el terreno y hace crecer la hierba, los pequeños actos de misericordia, perdón y paciencia nos ablandan el corazón.
corazón, pues reconocemos que no somos distintos de los demás, y esa actitud de bondad y compasión nos abre a la experiencia de la misericordia que Dios quiere que sus hijos tengan. Hermano, te proponemos que esta semana procures practicar la misericordia, la paciencia y el perdón. Jesús prometió: “Con la misma medida con que ustedes den a otros, Dios les devolverá a ustedes” (Lucas 6, 38). Así que, haz la parte que a ti te toca. Haz oración con las siguientes preguntas y pídele a Dios que te ayude a responderlas: ¿Hay alguien que te haya ofendido o pecado contra ti y a quien necesites perdonar? Pídele a Dios la gracia y la fuerza para perdonar a esa persona, aun si no te pide perdón. 22 | La Palabra Entre Nosotros
¿Hay alguien que, aunque no te haya causado daño intencionalmente, sus actitudes o palabras te molestan y necesitas tener paciencia y ser compasivo? Pídele al Señor que te ayude a tolerarlo y a tener expresiones de amabilidad y tranquilidad. Así como la lluvia que cae sobre un campo ablanda el terreno y hace crecer la hierba, los pequeños actos de misericordia, perdón y paciencia nos ablandan el corazón y nos hacen mejor dispuestos a percibir las mociones del Espíritu Santo. O sea que, mientras más practiques tú la compasión, más descubrirás la abundante misericordia, el amor y la paciencia que Dios siempre tiene para ti. ¢
Bienaventurados
los que trabajan por la paz
TĂş puedes cambiar la situaciĂłn Septiembre 2020 | 23
“B
ienaventurados los pobres de espíritu”, leyó Jorge un día durante su tiempo de oración y elevando los ojos a Dios dijo: “Jesús, Señor mío, tú conoces mi corazón. Tú sabes que yo trato de venir a ti con las manos vacías, para que me las llenes. ¡Ayúdame, Señor, a ser más como tú!”
Siguió leyendo donde decía: “Bienaventurados los misericordiosos.” “Señor mío —rezó nuevamente— gracias por tu misericordia, que me enseña a perdonar y tolerar. Ayúdame a soltar los rencores que todavía guardo y enséñame a tratar a los demás con la misma paciencia y amor que tú les tienes a ellos.” Pero cuando llegó a donde dice “Dichosos los que trabajan por la paz”, tuvo que hacer un alto y rezó: “Señor, tú sabes que hay tensiones y hostilidad entre mis compañeros de trabajo. No me importa que me pidas que me haga un examen de conciencia, pero ahora me pides que intervenga cuando hay altercados o discusiones y que haga algo para aplacar los ánimos y lograr la paz. Me pides que sea instrumento de paz cuando hay irritación, resentimiento y rivalidad. Pero… ¿cómo puedo hacerlo?” La oración de Jorge deja ver claramente que esta bienaventuranza nos plantea un desafío. Cuando se nos pide que seamos pobres de espíritu o misericordiosos, podemos centrar la atención en nuestros propios pensamientos; pero cuando se nos pide ser artífices de la 24 | La Palabra Entre Nosotros
paz, no podemos quedarnos centrados en nosotros mismos; ¡tenemos que hacer algo! En efecto, el Señor nos pide que seamos instrumentos de paz, hacedores de la paz, personas que “hagan” la obra de la paz día tras día. Cuando reflexionemos sobre esta bienaventuranza, veremos que, si de verdad actuamos como agentes de pacificación, podemos efectivamente lograr la paz en las tensiones cotidianas de la vida, así como en nuestras propias relaciones, y veremos igualmente que los pacificadores son un reflejo de la imagen de Dios Padre, pues son, como lo dijo Jesús, “hijos de Dios.” Jesús, el pacificador. Durante toda su vida, Cristo demostró ser pacificador. Por supuesto, la forma más importante en que hizo la paz fue restaurando nuestra relación con Dios Padre, como lo expresó San Pablo: “Cuando todavía éramos pecadores, Cristo murió por nosotros” (Romanos 5, 8). En efecto, Jesús vino al mundo a reconciliarnos con Dios, para que pudiéramos tener una relación de paz con él, una relación de amor y no de enemistad. Pero Jesús no lo hizo
únicamente en la cruz; de hecho, día tras día enseñó a sus discípulos a ser constructores de la paz, como lo vemos en un pasaje del Evangelio. Un día, Santiago y Juan le hicieron a Jesús una audaz petición: “Concédenos que en tu reino glorioso nos sentemos uno a tu derecha y otro a tu izquierda” (Marcos 10, 37). Pero los demás discípulos, cuando se enteraron de esta petición, se disgustaron mucho. Ya era incómodo que los dos hermanos parecían ser los favoritos de Jesús, pero ahora ¿estaban tratando de conseguir más privilegios a espaldas de ellos? Naturalmente, el Señor no quiso fomentar más las divisiones reprendiendo a Santiago y Juan, sino que les enseñó a todos lo que debían hacer para acabar con las divisiones: “El que quiera ser grande entre ustedes, deberá servir a los demás, y el que entre ustedes quiera ser el primero, deberá ser el esclavo de los demás” (Marcos 10, 43-44). Servirse mutuamente; hacer el bien a todos; ser generosos unos con otros... La rivalidad y las divisiones no soportan la fuerza del amor. Ciertamente el humillarse uno mismo y servirnos unos a otros es el mejor camino hacia la paz y la reconciliación. Amenazas a la paz. Desde el comienzo, la Iglesia necesitó gente que hiciera la paz, pues las divisiones eran un peligro para la unidad y el amor entre los creyentes de las
primeras comunidades, dado que se separaban los cristianos de origen gentil y los de origen judío. Durante siglos, el pueblo judío se había apartado de la gente de otras razas y religiones, porque Dios los había llamado a ser santos, y de esta manera se diferenciaban de los paganos, a quien ellos consideraban pecadores e impuros; estaban conscientes que el Señor les había dado la ley y les pedía vivir de una manera más grata a Dios que la conducta de los paganos. Pero luego ocurrió algo imprevisto: Cuando el apóstol Pedro predicó el Evangelio en casa de Cornelio, el centurión romano, el Espíritu Santo bajó sobre todos los presentes que no eran judíos y ellos comenzaron a alabar a Dios y hablar en lenguas extrañas (Hechos 10, 1-48). Viendo lo sucedido, Pedro razonó: “¿Acaso puede impedirse que sean bautizadas estas personas?” (Hechos 10, 47). Y así los primeros gentiles fueron bautizados y se hicieron cristianos. Pero esta decisión de Pedro fue tan radical que desencadenó décadas de tensión. ¿Cómo podían los gentiles, que no eran parte del pueblo escogido de Dios, ser admitidos en la Iglesia? ¿No deberían por lo menos circuncidarse y seguir las leyes y tradiciones de sus hermanos judíos? Pablo, el pacificador. Este dilema fue traumatizante para toda la Iglesia, Septiembre 2020 | 25
Pablo fundó iglesias en las que había gente muy diversa y en todas ellas tenía que trabajar para que estos nuevos creyentes superaran sus diferencias culturales, idiomáticas y religiosas y vivieran en la paz de Cristo.
pero en ningún caso vemos la animosidad y la división más claramente como en lo que le tocó experimentar a Pablo en su apostolado misionero. Después de su conversión, este apóstol recorrió ciudad tras ciudad llevando a judíos y gentiles a la fe en Cristo. Además, fundó iglesias en las que había gente muy diversa: judíos y griegos, esclavos y libres, ricos y pobres, y en todas ellas tenía que trabajar para que estos nuevos creyentes superaran sus diferencias culturales, idiomáticas y religiosas y vivieran en la paz de Cristo. La unidad no fue nada fácil de conseguir, pues especialmente entre judíos y gentiles las divisiones eran profundas y Pablo tuvo que seguir recordándoles que todos eran uno en Cristo Jesús, como se lo dijo a los romanos: “Por 26 | La Palabra Entre Nosotros
medio de la fe en Jesucristo, Dios hace justos a todos los que creen. Pues no hay diferencia: todos han pecado … Pero Dios, en su bondad y gratuitamente, los hace justos, mediante la liberación que realizó Cristo Jesús” (Romanos 3, 22-24). A los gálatas les escribió: “Ya no importa el ser judío o griego, esclavo o libre, hombre o mujer; porque unidos a Jesús, todos ustedes son uno solo” (Gálatas 3, 27-28). Y a los efesios les dijo que Jesús es “nuestra paz” y que “Cristo es nuestra paz. Él hizo de judíos y de no judíos un solo pueblo, destruyó el muro que los separaba” (Efesios 2, 14). Pero no siempre vemos al Apóstol Pablo como pacificador. ¿Como un apóstol audaz? Sí, claro. ¿Un teólogo brillante? Por supuesto. ¿Un valiente
defensor de la verdad? Sin duda. Sin embargo, Pablo también dedicó toda su vida a abogar por la unidad de los fieles. Incluso uno puede imaginárselo exclamando: “¡Miren a Jesús! Dejen que su cruz destruya toda rivalidad entre ustedes; dejen que su humildad les ablande el corazón, para que puedan perdonarse unos a otros. Dejen que su paz les enseñe a amarse unos a otros para que vivan en paz.” ¡Claro que Pablo era forjador de la paz! Agentes de paz. Entonces, ¿cómo podemos nosotros, hijos de nuestro Padre celestial, ser agentes de paz ahora? Lo primero y lo más importante es forjar la paz en nuestro propio corazón. Si no estamos interiormente en paz, será imposible lograr la paz donde quiera que vivamos. La paz es fruto de la relación que tengamos con Cristo Jesús. Así que, sea lo que sea que te esté arrastrando hacia otro lugar, como un sentido de culpa por no haberte arrepentido, pecados no confesados, falta de pedir perdón, resentimientos o demasiadas preocupaciones, preséntaselo todo al Señor. Pídele que te ayude a hacer lo que sea necesario para que recuperes la paz, aun si existen situaciones que escapen a tu control. Lo segundo es tratar de crear una atmósfera de tranquilidad y relajación hablando con amabilidad y demostrando una disposición de servicio y generosidad en casa, el trabajo o la iglesia, para lo cual es muy útil
recordar las palabras de Jesús en la Última Cena, cuando les lavó los pies a los discípulos: “Yo les he dado un ejemplo, para que ustedes hagan lo mismo que yo les he hecho” (Juan 13, 15). Así pues, hermano, busca oportunidades para servir y el ejemplo que des será contagioso. Pero lo más importante serán las palabras que pronuncies y las que prefieras no decir. El apóstol Santiago decía que lo que hablamos es sumamente importante y por eso declaró: “Si alguien no comete ningún error en lo que dice, es un hombre perfecto, capaz también de controlar todo su cuerpo” (Santiago 3, 2). A su vez, Pablo dijo a los tesalonicenses: “Anímense y fortalézcanse unos a otros, tal como ya lo están haciendo” (1 Tesalonicenses 5, 11). El estímulo es una poderosa herramienta para hacer la paz en momentos de irritación o cuando hay actitudes de áspera queja o crítica, pues se alienta a las personas, se reafirma su confianza y se las hace mejor dispuestas a trabajar juntas. ¡A todos nos gusta que nos animen! Cuidarse en lo que uno dice exige práctica, especialmente en la cotidianidad con aquellos con quienes vivimos o alternamos a menudo, pero el esfuerzo vale la pena, por eso, hazte el hábito de hacer una pausa antes de hablar y pensar: “¿Es esto que quiero decir algo que va a generar paz o más bien división? ¿Servirá para animar a estas personas o les Septiembre 2020 | 27
“¿Cómo puedo ser un buen pacificador? ¿Qué puedo hacer para traer paz a mi familia, mi trabajo, mi barrio y mi parroquia?”
causará inquietud o rechazo?” Así pues, al hacerte el examen de conciencia al final del día, piensa en lo que has dicho y hecho y analiza las reacciones que hubo. Tú puedes cambiar la situación. Si te propones ser un agente forjador de la paz, todo lo que hagas y digas puede servir para disminuir las tensiones, ayudar a resolver los conflictos y suavizar los ánimos, y si por algún motivo no logras crear un entorno de paz total en las relaciones muy conflictivas, siempre puedes cambiar en algo la situación, como lo dijo San Pablo: “Hasta donde dependa de ustedes, hagan cuanto puedan por vivir en paz con todos” (Romanos 12, 18). Es cierto que 28 | La Palabra Entre Nosotros
uno solo puede controlar “su parte”, pero eso no es insignificante. Trata de hacerlo tanto cuanto puedas y el resto se lo dejas a Dios. Con esto en mente, piensa durante la semana: “¿Cómo puedo ser un buen pacificador? ¿Qué puedo hacer para traer paz a mi familia, mi trabajo, mi barrio y mi parroquia?” Ten cuidado con tus palabras y acciones para ver si estás causando más división que paz y pídele al Señor que te muestre cómo puedes animar a las personas demostrando una actitud de amabilidad y servicio. Si lo haces, te llamarán hijo de Dios, porque estarás imitando a Jesucristo, nuestro Señor, el Hijo unigénito de Dios que vino a “dirigir nuestros pasos por el camino de la paz” (Lucas 1, 79). ¢
Un faro de esperanza para los sufrientes San Vicente de PaĂşl y su magnĂfico apostolado
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E
n el siglo XVI surgieron dos grandes potencias mundiales en Europa: España y Portugal que, con sus exploraciones y conquistas, primero hacia el Oeste y luego hacia el Este, lograron extenderse por vía marítima y llegaron a repartirse el mundo mediante el Tratado de Tordesillas. En esa época, y también en el siglo XVII, Europa estuvo azotada por graves conflictos políticos, económicos y religiosos, como sucedió con la Reforma Protestante. Por Luis E. Quezada La Iglesia Católica no estuvo ajena a la turbulencia de los tiempos y se vio en la necesidad de hacer frente a los problemas que había en el mundo exterior y de efectuar un cambio espiritual profundo en su propio interior. En tales circunstancias se llevó a cabo el Concilio de Trento (1545-1563), como consecuencia del cual la Iglesia asumió una clara posición de defensa de la fe y de la disciplina de la liturgia, corrigió los abusos y aclaró las doctrinas. Pero los grandes trastornos sociales y políticos habían dejado como secuela una enorme pobreza material y espiritual generalizada en toda la sociedad europea. En medio de esta oscura situación de incertidumbre material y emocional, surgió una señal iluminadora en la figura humilde pero visionaria de un hombre sencillo que llegó a ser un faro de esperanza para la sociedad francesa y mundial: San Vicente de Paúl. Una situación aterradora. Un sacerdote acabado de llegar de las misiones al 30 | La Palabra Entre Nosotros
campo, en Francia, le escribió a Vicente presentándole una lúgubre situación para el trabajo misionero: “No hay lengua que pueda decir, ni pluma capaz de expresar, ni oído que se atreva a escuchar lo que hemos contemplado desde los primeros días de nuestra estancia en estas tierras. Se suceden las guerras, se triplican los impuestos y los pobres siempre son los perdedores. La miseria es espantosa. Todas las iglesias y los más santos misterios han sido profanados; los ornamentos saqueados; las pilas bautismales destrozadas; los sacerdotes asesinados, torturados u obligados a huir; las viviendas demolidas; las cosechas robadas; las tierras están sin labrar ni sembrar; el hambre y la mortandad son casi absolutas; incluso los cadáveres se hallan sin sepultar. “Hay tanta miseria que la gente se ve obligada a recoger los granos de trigo o avena que quedan en los campos. El pan que consiguen hornear es incomible y la vida es tan insana que más parece una muerte viviente. Casi todos están enfermos, la mayoría de la
gente duerme en el suelo o sobre paja podrida, sin tener más ropa que unos miserables harapos.” ¡Qué gran tragedia! ¡Cuánto sufrimiento! Lo único que podría aliviar la situación sería la gracia y la misericordia de Dios. Vicente vio que era imprescindible hacer algo para paliar el sufrimiento de los pobres, tanto espiritual como material: “La Iglesia de Cristo no puede abandonar a los pobres. Ahora bien, hay diez mil sacerdotes en París, mientras que en el campo los pobres se pierden en medio de una ignorancia lamentable.” En su afán de conseguir sacerdotes para enviarlos en “misión” a las zonas rurales, escribe en sus reflexiones: “Cuando servimos a los pobres, servimos a Jesucristo. Por eso, uno debe vaciarse de sí mismo para revestirse de Jesucristo. No me basta con amar a Dios, si no amo mi prójimo. ¿Cómo puede un cristiano ver a un hermano afligido sin llorar con él ni sentirse enfermo con él? Eso es no tener caridad; es ser cristiano solo de nombre. No puede haber caridad si no va acompañada de justicia.” Después de iniciada la Reforma Protestante, los papas de la época trabajaron incansablemente para que la Iglesia alcanzara una nueva vitalidad y un espíritu renovado, y para que los laicos también sintieran más confianza y más celo evangelizador. El nuevo fervor así logrado inspiró la formación de nuevas órdenes religiosas y
Cuando servimos a los pobres, servimos a Jesucristo. Por eso, uno debe vaciarse de sí mismo para revestirse de Jesucristo. surgieron misioneros, confesores, predicadores y maestros muy destacados, como Ignacio de Loyola (1491-1556), Teresa de Ávila (1515-1582), Juan de la Cruz (1500-1569), Alfonso María de Ligorio (1696-1787), Vicente de Paúl (1580-1660) y otros, que abrieron las compuertas a una nueva y caudalosa corriente renovadora de conversión, apostolado y fuerza del Espíritu Santo. Reseña biográfica. Pero, ¿quién fue San Vicente de Paúl? Nació en 1581 en la aldea de Dax, cerca de Pouy, en el sudoeste de Francia. Fue hijo de Jean de Paul y Bertrande de Moras y el tercero de seis hermanos. La familia era de condición modesta, por lo que en su infancia tuvo que dedicarse a trabajar cuidando reses, ovejas y cerdos; pero también dio muestras de una inteligencia iluminada. Años más tarde, y tras cursar estudios de filosofía y teología en Tolosa, fue ordenado sacerdote a la edad de veinte años. Durante dos décadas ejerció como párroco y capellán de una familia aristocrática y también fue Septiembre 2020 | 31
nombrado capellán general en la marina francesa. En sus memorias escribe que, al principio, quería hacer una carrera brillante, pero Dios lo purificó con tres sufrimientos muy fuertes. Uno de ellos fue el cautiverio. En 1605, al regresar de un viaje por barco a Marsella y luego a Narbona, en el sur de Francia, unos piratas turcos asaltaron el barco, tomaron preso a Vicente y finalmente lo vendieron como esclavo en Túnez, en el norte de África, donde permaneció hasta 1607. Cuando finalmente logró huir, volvió a Francia y se hospedó en casa de un conocido, pero a éste se le desaparecieron 400 monedas de plata y creyó que Vicente se las había robado. Durante meses lo estuvo acusando públicamente de ladrón, pero Vicente callaba 32 | La Palabra Entre Nosotros
y respondía: “Dios sabe que yo no robé ese dinero.” A los seis meses apareció el verdadero ladrón y se supo toda la verdad. El santo, al narrar más tarde esta experiencia a sus discípulos, les decía: “Es muy provechoso tener paciencia, saber callar y dejar que Dios tome nuestra defensa.” La tercera prueba fue una terrible tentación contra la fe, la cual le causó un gran sufrimiento; fue “la noche oscura” de su alma. Años más tarde, amargado por los desengaños humanos, decidió pasar el resto de su vida recluido en una humilde ermita. Una conversión más profunda. Esta vida de aislamiento, reflexión y oración profunda lo llevó a consagrarse totalmente a las obras de caridad para
con los necesitados, y así comienza su verdadera historia. Su nuevo entendimiento lo motivó a dedicarse de lleno a auxiliar a los pobres y los más destituidos, objetivo que luego sería todo lo que ocupaba su mente y su corazón. Bajo la dirección espiritual de otro santo sacerdote, hizo retiros espirituales que le sirvieron de base para iniciar el apostolado que consideraba lo más importante. “Me di cuenta de que mi temperamento era irritable y áspero y vi que de ese modo hacía más mal que bien en el trabajo con las almas.” Sobre esto, el santo contaba a sus discípulos: “Tres veces hablé cuando estaba de mal genio y con ira, y las tres veces dije barbaridades. Por eso, le pedí al Señor que me quitara el mal genio y me diera una actitud amable y apacible, para lo cual me dediqué a intentarlo día tras día. Ahora, cuando me ofenden, no respondo con aspereza, sino que permanezco en silencio, como Jesús en su santísima Pasión.” Efectivamente, consiguió su propósito, pues más tarde la gente comentaba lo amable que era el padre Vicente. En aquella época, el Gobierno de Francia lo nombró capellán de los marineros y los galeotes (esclavos) que eran forzados a remar para impulsar las galeras por el mar. Allí pudo presenciar la vida horrorosa que sufrían los esclavos y prisioneros, pues eran obligados a remar durante muchas horas en un ambiente sofocante, en medio del hedor, sufriendo hambre y sed,
“Me di cuenta de que mi temperamento era irritable y áspero y vi que de ese modo hacía más mal que bien en el trabajo con las almas.” extenuados al máximo y recibiendo los constantes azotes de los capataces. Horrorizado al comprobar una situación tan inhumana, un día él mismo quiso reemplazar a un pobre prisionero que estaba rendido de cansancio y de debilidad. Finalmente, consiguió con el Ministro de Marina que se les prohibiera a los capataces tratar tan cruelmente a los galeotes. A su vez, la situación de los campesinos no era muy diferente, pues vivían en la pobreza y el desamparo total. Además, Vicente se dio cuenta de que los campesinos ignoraban totalmente la religión; que las pocas confesiones que hacían no eran válidas porque callaban casi todo. Esto se debía a su falta total de instrucción en la fe y la doctrina cristiana, por lo cual organizó un grupo de sacerdotes amigos y los envió a predicar misiones en todas las comarcas. El éxito fue rotundo: La gente acudía por miles a escuchar los sermones, se confesaban y enmendaban su vida. La Familia Vicenciana. De ahí le vino la idea, en 1625, de fundar la Congregación de la Misión, asociada con los Septiembre 2020 | 33
Padres y Hermanos Vicentinos, que se dedican a instruir y ayudar a las gentes más necesitadas. Impartían cursos especiales para los seminaristas y a los que ya eran sacerdotes le daban conferencias acerca de los deberes del sacerdocio. Además, creó otras instituciones de obras sociales, como las Hermanas de la Caridad, fundada en 1633 bajo su dirección y con la ayuda de Santa Luisa de Marillac (1591-1660). La Familia Vicenciana comprende ahora muchos grupos de cristianos que siguen los pasos de San Vicente de Paúl y anuncian la buena nueva del amor de Dios dedicándose al servicio corporal y espiritual. Algunas de las agrupaciones que trabajan entre gente de habla hispana 34 | La Palabra Entre Nosotros
son, entre otras, las siguientes: Asociación Internacional de Caridades, Congregación de la Misión, Hijas de la Caridad, Sociedad de San Vicente de Paúl, Juventudes Marianas Vicencianas y Asociación de la Medalla Milagrosa. La Sociedad de San Vicente de Paúl fue fundada en 1833, bastante más tarde de su fallecimiento en 1660. Actualmente, la Familia Vicenciana actúa en más de 150 países y cuenta con unos 800.000 socios y más de un millón y medio de colaboradores. San Vicente de Paúl fue canonizado en 1737 y nombrado patrón de las obras de caridad en 1885. Su fiesta se celebra el 27 de septiembre. ¢
COMUNICADO - 2 Queridos Hermanos usuarios de la revista La Palabra entre Nosotros: Queremos agradecer su paciencia y comprensión al no haber recibido a tiempo las 2 ediciones anteriores de las revistas, debido a las restricciones del Gobierno por el COVID 19 Estamos aprovechando para hacerles llegar las 3 revistas juntas
REVISTA DIGITAL Mientras no podíamos repartir la revista impresa, nos apresuramos para lanzar y hacerles llegar la versión digital de la revista, y asi la pudieron leer en su celular o en la computadora. Estamos muy contentos de la buena acogida que ha tenido y nos seguiremos esforzando por mejorarla. Pero con mucha pena no pudimos hacerles llegar a todos, pues no teníamos los números de los celulares ni los correos de todos los lectores Aprovechemos esta oportunidad para que registres tus datos
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de agosto, sábado San Alfonso María de Ligorio, obispo y doctor de la Iglesia Mateo 14, 1-12 Le tenía miedo a la gente. (Mateo 14, 5) El miedo es una emoción caprichosa que influye en nuestro comportamiento. Por ejemplo, Herodes quería matar a Juan el Bautista, pero no lo hizo porque tenía miedo de la gente, que creía que Juan era un profeta. Luego, también por miedo ordenó la ejecución de Juan para no ofender a los invitados a su fiesta. Al parecer el temor, la inseguridad y la desconfianza controlaban la razón de Herodes. Por otro lado, tenemos a Juan el Bautista que no se dejaba dominar por el temor, no porque nunca sintiera miedo, sino porque su confianza en Dios le daba fuerzas para enfrentar sus temores y ponerlos en la perspectiva correcta. Confiaba en Dios, que lo llamó a ser profeta y que le reveló a Jesús, que proveía para él en el desierto y que lo sostuvo mientras estuvo preso. Pensaba que si Dios había sido tan bueno con él, también podía confiar en él para enfrentar la muerte. Todos tenemos distintos temores: a lo desconocido, al fracaso, al futuro y a muchas otras cosas. Es algo simplemente humano. Pero no debemos dejar que el miedo nos controle. Podemos aprender a vivir como lo hizo Juan, 36 | La Palabra Entre Nosotros
caminando junto a Dios y confiando en él, sin importar lo que pueda suceder. ¿Cómo pudo Juan vencer sus temores? En el desierto, tuvo suficiente tiempo y espacio para estar en comunión con Dios. Al conocer más profundamente el amor de Dios, Juan confió en que Dios tenía un plan maravilloso para su vida, y esa confianza le permitió entregar sus miedos a su Padre y vivir según su fe. Probablemente tú no vives en el desierto, pero eso no significa que no puedas estar en comunión con Dios diariamente. Establece tu propio tiempo y espacio, ya sea en un rincón de tu habitación o frente al Santísimo en la iglesia. No mires el televisor ni la Internet, y simplemente siéntate a conversar con el Señor. Permite que su amor te llene de confianza. Dios no quiere que actúes guiado por el temor. Entre más tiempo pases en su presencia, más podrás conocerlo y confiar en él que es tu Padre celestial. Su amor perfecto por ti verdaderamente puede echar fuera todo temor (1 Juan 4, 18). “Padre, confío en ti, sostenme con tu mano.” ³³
Jeremías 26, 11-16. 24 Salmo 69 (68), 15-16. 30-31. 33-34
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MEDITACIONES AGOSTO 2-8
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de agosto, XVIII Domingo del Tiempo Ordinario Mateo 14, 13-21 Vivimos bajo una magnífica economía: el plan de Dios. Aun cuando los sistemas de mercado del mundo se disparan y se desploman, la economía de Dios permanece estable porque está fundada en su palabra. Su economía incluye la salvación de todos los que creen, el Espíritu Santo que mora en nosotros, el perdón de nuestros pecados y la esperanza del cielo, donde todo el dolor, sufrimiento y tristeza desaparecerán. Esta es una verdadera economía muy deseable. El Evangelio de hoy demuestra que nuestro Padre celestial tiene posesiones ilimitadas, y está dispuesto a compartir sus riquezas con todos nosotros. Aquellos a quienes el Señor Jesús alimentó con cinco panes y dos peces eran gente ordinaria, sin privilegios. No eran reyes ni reinas, tampoco eran celebridades ni campeones deportivos. Posiblemente ni siquiera tenían buena educación. Pero eso no importaba. Dios estaba dispuesto a compartir con ellos
sus mejores bendiciones, simplemente porque habían pasado tiempo con el Señor, haciendo lo mejor posible por comprender su mensaje de salvación. Ellos no hicieron nada para ganarse este milagro, y probablemente muchos se fueron ese día pensando más en la comida que recibieron que en las palabras del Señor; pero eso no importaba. El pueblo de Dios tenía una necesidad, y él les dio lo que necesitaban. Saber que tenemos un Dios tan generoso nos hace más humildes, y es sorprendente que Dios, que es tan magnánimo, haya hecho con nosotros una alianza basada en promesas para el futuro (Hebreos 8, 10. 12), nos “enseñará y guiará, perdonará y proveerá” aquello que necesitamos. Como alimentó a la multitud en el Evangelio de hoy, el Padre proveerá para nuestras necesidades (Mateo 14, 20-21). Todos hemos recibido grandes promesas de parte de Dios. ¿Las estás disfrutando o aún sigues esperando y esperando, pero sin recibir plenamente? En este día te invito a decirle al Señor que quieres vivir en la economía que él te ha concedido. “Padre, ayúdame a confiar en tus promesas en todas las circunstancias que me toque enfrentar.” ³³
Isaías 55, 1-3 Salmo 145 (144), 8-9. 15-18 Romanos 8, 35. 37-39 Agosto / Septiembre 2020 | 37
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de agosto, lunes Mateo 14, 22-36 Mientras caminaba por la Universidad de Marsella, un estudiante de economía observó que un sacerdote rezaba con su breviario. Para Juan Bautista Chautard, esta sencilla experiencia “me produjo una necesidad urgente de rezar a partir de ese momento.” Más tarde, Chautard decidió regresar a la fe de su niñez, ingresó a un monasterio trapense y fue ordenado sacerdote en 1877. ¡Todo esto por haber visto rezando a un sacerdote anónimo! Después, Chautard escribió El alma de todo apostolado. Decía que la oración siempre debe fortalecer las actividades espirituales, especialmente la misionera. La oración debe convertirse en el “alma” de cualquier obra que se realice en nombre del Señor. En una ocasión, se le encomendó rescatar a la comunidad trapense de París de la ruina financiera. Desafortunadamente, su elocuencia y experiencia económica resultaron inútiles. Abatido, puso sus preocupaciones en manos de Dios y de la Virgen en un santuario cercano. Al salir del templo, se cruzó con un extraño que le preguntó: “¿Usted es trapense? ¿Puedo ayudarlo de alguna manera?” El monasterio se salvó gracias a la generosidad de aquel hombre, y Chautard vio una vez más la importancia de la oración. 38 | La Palabra Entre Nosotros
Frecuentemente el Señor se alejaba para orar. En el Evangelio de hoy, lo vemos retirándose “a solas para orar” después de un largo día de ministerio (Mateo 14, 22). Repetidamente, decía que él solo hacía lo que su Padre le indicaba en la oración. Si el Señor necesitaba pasar tiempo con el Padre, con mucha más razón lo necesitamos nosotros. Y de la misma forma en que él era bendecido por medio de su oración, también nosotros seremos bendecidos. La vida es muy ajetreada. Las distracciones son innumerables, la tentación parece no acabar. No permitas que te desanimen, persevera en la oración. Aparta el tiempo que necesites para que tu corazón descanse en el Señor, habla con él sobre el día que has tenido, sobre los momentos altos y también los bajos. O lee despacio un salmo, y permite que las palabras te refresquen. Busca su presencia, y experimentarás paz y guía. Recuerda, él te ama y quiere pasar tiempo contigo. Como dijo el padre Chautard, Jesús te está diciendo: “Vuelve a mí… aléjate un poco de la multitud.” Adopta la oración como el alma de tu vida. “Gracias, Señor Jesús, por el don de la oración.” ³³
Jeremías 28, 1-17 Salmo 119 (118), 29 . 43. 79. 80. 95. 102
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de agosto, martes San Juan María Vianney Jeremías 30, 1-2. 12-15. 18-22 Curaré tus heridas. (Jeremías 30, 17) El ejército de Nabucodonosor invadió Jerusalén, provocando muerte y destrucción; el templo ardió en llamas y miles de personas fueron apresadas y enviadas al exilio forzado. Las heridas causadas en el corazón y el alma de Israel parecían incurables. ¿Sería posible que Dios realmente hubiera abandonado a su pueblo? ¿Sería posible que hubiera cambiado de opinión? Una y otra vez, Dios le habló a su pueblo por medio de profetas como Jeremías, y su exhortación era siempre la misma: “Vuélvanse al Señor con todo su corazón. Renuncien a los ídolos de los pueblos vecinos.” Una y otra vez, el Señor llamó a su pueblo a regresar a su lado, pero el distanciamiento entre ellos crecía conforme el pueblo se alejaba cada vez más y más de él, terminando por separarse de su protección. Ahora había llegado el momento de cosechar lo que habían sembrado. No era que Dios hubiera cambiado de opinión y los estaba castigando, sino que ellos estaban experimentando las consecuencias de sus propias decisiones, y estas consecuencias eran verdaderamente devastadoras. Sin embargo, en una hora tan siniestra como esta es que vemos la inmensa misericordia del Padre. A pesar de que
la gente no le hizo caso a él y desobedeció sus mandamientos, Dios prometió: “Ustedes serán mi pueblo y yo seré su Dios” (Jeremías 30, 22). Aunque sus pecados los habían llevado hasta ese punto, el amor de Dios los hizo regresar, y aunque se sentían doblegados por la vergüenza, Dios los levantó y restauró todo lo que habían perdido. Esta es la forma en que Dios nos trata. Ya sea que nos encontremos en condición de desesperación y desolación, o que las cosas que pensábamos que nos harían sentirnos realizados lo único que hicieron fue alejarnos del Padre, él continúa buscándonos con amor. Si solamente damos un paso hacia él, nuestro Señor corre a estrecharnos en sus brazos. Cualquiera sea la situación que estés enfrentando en este momento, sea lo que sea que hayas hecho en el pasado, recuerda que tu Padre celestial quiere sanarte y perdonarte para que puedas caminar a su lado. Él está completamente comprometido contigo. “Padre, ¡tu amor es maravilloso! Pongo mi esperanza en tu misericordia, tú estás lleno de compasión. Eres glorioso, y tu amor es poderoso.” ³³
Salmo 102 (101), 16-23. 29 Mateo 15, 1-2. 10-14
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de agosto, miércoles Dedicación de la Basílica de Santa María la Mayor Mateo 15, 21-28 Mi hija está terriblemente atormentada por un demonio. (Mateo 15, 22) Seguramente hemos escuchado historias de personas que actúan rápidamente para levantar un carro y rescatar a un transeúnte que quedó atrapado, pues la respuesta al peligro repentino libera una fuerza casi sobrehumana en una persona. En el Evangelio de hoy, vemos a una madre dotada de un poder diferente: una fe extrema en el Señor Jesús. Esta señora estaba desesperada. Su hija estaba acosada por un demonio, y ella no sabía a quién más acudir. No sabemos por qué se acercó al Señor, tal vez había escuchado relatos sobre otras personas que habían sido sanadas, o que él había alimentado a una multitud con cinco panes y dos peces; quizás se había enterado de lo compasivo y generoso que era. Cualquiera que fuera el caso, ella se armó de valor para pedirle al Señor que la socorriera a pesar de ser gentil. Debe haber pensado que “si alguien tiene una respuesta, este hombre la tiene.” Así fue como se acercó y le pidió al Señor insistentemente, hasta que literalmente tuvo que rogarle que sanara a su hija. Esta señora no estaba dispuesta a 40 | La Palabra Entre Nosotros
recibir una respuesta negativa, ni de los discípulos ni del mismo Señor. Demostrando una fe heroica, siguió pidiendo con persistencia el milagro que sabía que él podía hacer y ¡Jesús lo hizo! Hermano, permite que la fe de esta madre te inspire. Tal vez tienes una hija que lucha con su propia fe o con una enfermedad; o un nieto que necesita orientación en su vida, pero no acepta tus consejos. Si no puedes arreglar la situación ni sabes qué más hacer, pon tus inquietudes en manos del Señor al igual que lo hizo esta madre. No aceptes una respuesta negativa, ni permitas que el pesimismo de otras personas te desanime. Más bien, desecha cualquier pensamiento de duda, cualquier voz que te diga que eres demasiado débil, y ejercita tu fe extrema. A veces perseverar es difícil, pero vale la pena. Reza todos los días, y nunca te rindas; incluye tus intenciones en cada Misa a la que asistas. Sigue pidiendo por el milagro que la otra persona necesita. Cree que Dios quiere hacer cosas buenas por sus hijos, incluidos los más jóvenes que son parte de tu vida. “Señor, te ruego que acerques a mis hijos a ti.” ³³
Jeremías 31, 1-7 (Salmo) Jeremías 31, 10-13
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de agosto, jueves La Transfiguración del Señor Mateo 17, 1-9 Se transfiguró en su presencia. (Mateo 17, 2) La Transfiguración es uno de los relatos más memorables de las Escrituras: un Mesías esplendoroso, una experiencia sobrenatural. Conocemos bien esta historia: el Señor llevó consigo a Pedro, Santiago y Juan a la cima del monte y se transfiguró delante de sus ojos. A menudo, creemos que para fortalecer la fe hay que hacer alguna acción. Pensamos: “Debo ser más bondadoso y generoso con las personas, especialmente con los pobres. Debo ir a Misa más a menudo.” Y hasta cierto punto esto es cierto, pues crecer en la fe sí implica un cambio en la forma en que pensamos y actuamos. Sin embargo eso es solo una parte. También existe otro lado de la ecuación: el lado de Dios. Necesitamos su gracia y sabemos que esa gracia puede mover montañas. Ciertamente, en la trasfiguración, Dios fortaleció a Jesús en su decisión, y eso fue importante para su misión. Al mismo tiempo, la transfiguración fue por el bien de sus discípulos. Cristo quería darles una muestra de su gloria antes de su pasión que ya estaba próxima, quería ayudarles a crecer en la fe, de la misma forma en que quiere ayudarnos a nosotros.
Los místicos de la iglesia, como San Bernardo de Claraval, Santa Catalina de Siena y Santa Teresa de Ávila, nos recuerdan que las palabras se nos atraviesan cuando logramos contemplar incluso una mínima muestra de la gloria de Dios. Así como Pedro tuvo expresiones precipitadas por lo que veía, a nosotros nos puede costar encontrar palabras adecuadas para describir lo que sentimos al estar en la presencia de Dios. Pero eso está bien, porque nuestras acciones, el testimonio del gozo y la paz que experimentamos, pueden ser más elocuentes que las palabras. Hermano, te invito a que hoy profundices en este grandioso Misterio Luminoso. Trata de visualizar que el Señor glorificado se aparece frente a ti. Permite que su amor, su majestad y su misericordia te dejen sin palabras. Deja que te recuerde que tu fe no se reduce solo a algo que hay que hacer. Permítele recordarte que él siempre está derramando su gracia divina, siempre revelando su amor, y esa revelación puede suavizar incluso los corazones más duros. “Señor Jesús, muéstrame tu gloria.” ³³
Daniel 7, 9-10. 13-14 Salmo 97 (96), 1-2. 5-6. 9 2 Pedro 1, 16-19
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de agosto, viernes Santos Sixto II, papa y compañeros, mártires o San Cayetano, presbítero Mateo 16, 24-28 Pues el que quiera salvar su vida la perderá. (Mateo 16, 25) El Evangelio de hoy dice que quien quiera salvar su vida, la perderá; pero que el que pierda su vida por Cristo, la encontrará (Mateo 16, 25). Ciertamente negarse a sí mismo, tomar la cruz y perder la vida, suena bastante difícil. Y sin embargo, debemos recordar que es Dios mismo quien nos pide que lo hagamos, y podemos confiar en él. Solo fíjate cómo Moisés, en el libro del Deuteronomio, hace un recuento de los milagros que Dios hizo por amor a su pueblo. Moisés les recuerda a los israelitas que Dios los liberó de Egipto personalmente, por medio de “su gran poder” (Deuteronomio 4, 37); que los tomó de la mano y los libró de una tierra de esclavitud para llevarlos a una tierra que manaba leche y miel. Sí, los israelitas tuvieron que dejar atrás la relativa seguridad de su antigua vida en Egipto, pero, ¡mira la que obtuvieron a cambio! Ese es tu Dios. Él es fiel y digno de confianza. Solamente quiere lo mejor para ti, aun si eso significa que tú tengas que renunciar a algo que consideras indispensable. El Señor quiere
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guiarte personalmente, de la misma forma como guio a los israelitas, lejos de aquello que no te permite acercarte a su lado o separarte de personas que amas. Pero él no te va a forzar; solo quiere que te entregues a él por tu propia voluntad y con confianza. Recuerda que Dios nunca nos pide que hagamos algo más allá de nuestras fuerzas. Tal vez desea que, en la mañana, antes de ponerte al día con las noticias te encuentres con él en la oración, o que dejes el chisme en la oficina y utilices ese tiempo para escuchar a un compañero de trabajo que está atravesando un momento complicado. Hoy dedica algo de tiempo a pensar sobre qué podrías “perder” para encontrar más tu vida en Cristo. Aun cuando sea algo difícil, recuerda a quién se lo estás entregando. Puedes confiar en Dios, que es hacedor de maravillas. Él no va a pedirte que le entregues algo sin darte algo mucho mejor a cambio. Recuerda, él es un Dios bueno, y solamente quiere lo mejor para ti. “Señor Jesús, ayúdame a despojarme de aquello que me aparte de ti.” ³³
Nahúm 2, 1. 3; 3, 1-3. 6-7 (Salmo) Deuteronomio 32, 35cd36ab. 39. 41
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de agosto, sábado Santo Domingo de Guzmán, presbítero Mateo 17, 14-20 Para alguien que no sepa nadar, seguramente le parecería imposible que pueda llegar a flotar sobre el agua. ¡El cuerpo es demasiado pesado! Los discípulos, a quienes les pidieron que liberaran a un hombre atormentado por un demonio, tampoco creyeron que eso fuera posible. Pero Jesús les dijo que hasta la fe más pequeña puede mover montañas, ¡con mucha más razón expulsar a un demonio! Con seguridad los discípulos se preguntaron cómo podían ellos desarrollar ese tipo de fe. En nuestro caso, también cabe preguntarse ¿cómo podemos desarrollarla nosotros? La primera parte de la respuesta la encontramos en la primera lectura de hoy: “En mi puesto de guardia me pondré, me apostaré en la muralla para ver qué me dice el Señor” (Habacuc 2, 1). Nuestra fe crecerá conforme dediquemos más tiempo a estar en la presencia de Dios y recibamos la verdad que él nos enseñe, la aceptemos interiormente y dejemos que se haga vida en el corazón de cada uno. Hermano, te recomendamos utilizar este plan que propone Habacuc: • Ocupa tu puesto de guardia. Encuentra la paz allí en el lugar en que estés, cualquiera que este sea.
• Toma tu posición en la almena. La almena era antiguamente la parte superior de un muro defensivo que protegía una ciudad, y donde la vista era amplia. No te involucres en controversias de bajo nivel, por el contrario, eleva la mirada hacia Cristo Jesús. • Mira lo que te diga el Señor. Intenta mantenerte sintonizado con el Espíritu Santo para que puedas percibir sus mociones. • Anota lo que escuches. Escribe en un cuaderno lo que creas que Dios te esté diciendo. De esa forma, puedes repasarlo más tarde y estudiarlo, ver si es cierto y mantenerte firme en lo que Dios te haya dicho. Este simple plan te ayudará a profundizar aún más en tu relación con Dios. Aprenderás a reconocer el sonido de su voz; sus pensamientos te serán más familiares y conocerás su amor inquebrantable y tierno. ¿Te parece esto imposible? En realidad no es más imposible que flotar sobre el agua. Confía en Aquel que te creó para enseñarte y crecer en tu fe. Permítele que te muestre que fuiste creado para mover montañas. “Señor, no sé cómo mover montañas, pero ayúdame a escuchar tu voz y profundizar más en mi fe.” ³³
Habacuc 1, 12—2, 4 Salmo 9, 8-13 Agosto / Septiembre 2020 | 43
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MEDITACIONES AGOSTO 9-15
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de agosto, XIX Domingo del Tiempo Ordinario Mateo 14, 22-33 Hombre de poca fe. (Mateo 14, 31) ¿Alguna vez has visto a un niño pequeño dar unos pocos pasos tambaleándose y luego caer al suelo? Probablemente te impresionaría si vieras que su madre o su padre lo regaña por haberse caído. Pero esa no es la forma en que los padres tratan a sus hijos. Al contrario se agacharían con una sonrisa para levantarlo, abrazarlo y darle ánimo para que lo intente de nuevo. Esa es una buena forma de entender las palabras del Señor a sus discípulos en el Evangelio de hoy. Los amaba mucho y se deleitó con el intento de Pedro de ir a su lado caminando sobre las olas, pues sabía que Pedro estaba dando un importante paso hacia una fe confiada y madura. También sabía que el hecho de hundirse en el agua no sería el fin de la historia de Pedro. En vez de representar un fracaso o un desastre, sería un logro en su camino de discipulado. Sí, ciertamente Pedro tenía “poca fe”, pero tenía fe.
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El Señor te mira con amor cuando ve los intentos que tú haces por seguirlo; aplaude tus éxitos y te extiende la mano para ayudarte cuando fracasas. Es rápido para venir en tu ayuda si das un mal paso o empiezas a dudar. Él sabe que cada paso que das refleja tu crecimiento hacia la madurez. Hoy te invito a que intentes hacer algo nuevo, como lo hizo Pedro. Probablemente no quieras tratar de caminar sobre el agua, pero hay muchas otras cosas que puedes hacer. Solo elige una. Piensa en algo que puedas estar considerando últimamente. Tal vez quieres ayudar a los menos afortunados; inténtalo. Puedes sacar tiempo para ofrecerte a servir comida a los indigentes. No es necesario que tengas las palabras perfectas que decir a las personas que vayas conociendo, simplemente da el primer paso. El Señor Jesús estará contigo, listo para sostenerte si tambaleas. Te sorprenderás al descubrir que hacer algo nuevo fortalecerá tu “poca fe” y te acercará más al Señor. “Amado Jesús, gracias por cuidarme con amor. Dame la valentía de seguirte de una nueva manera. Yo creo que tú estarás conmigo.” ³³
1 Reyes 19, 9. 11-13 Salmo 85 (84), 9-14 Romanos 9, 1-5
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de agosto, lunes San Lorenzo, diácono y mártir 2 Corintios 9, 6-10 “¡Ya estoy quemado por este lado, denme vuelta!” San Lorenzo habló irónicamente a los soldados que lo estaban martirizando en una parrilla sobre carbón encendido. Imagina la reacción de los soldados que presenciaban la forma en que Lorenzo estaba muriendo. Este hombre estaba aceptando voluntariamente esta tortura mortal, y, ¿bromeaba al respecto? Desde luego la situación no era para nada graciosa. Después de que el emperador Valeriano mandó decapitar al Papa Sixto II, el prefecto de Roma le dijo a Lorenzo, archidiácono de Roma, que le perdonaría la vida si le entregaba los tesoros de la Iglesia. Lorenzo aceptó, pero en lugar de reunir todo el dinero, se lo entregó a los pobres a quienes presentó al prefecto y le dijo “¡Estos son los tesoros de la Iglesia!” Ese acto selló su destino. Una de las lecciones de San Lorenzo es que decidirse por el humor y la alegría, aun en medio de las pruebas, ayuda a las personas a ver la luz de Cristo que brilla a través de nosotros. En su exhortación apostólica Sobre la llamada a la santidad, el Papa Francisco dice que la alegría y el sentido del humor son signos de santidad
especialmente necesarios hoy en día. La alegría cristiana sobresale haciendo un marcado contraste con la tendencia del mundo a buscar la satisfacción o la felicidad en las cosas materiales, las cuales “pueden brindar placeres ocasionales y pasajeros, pero no gozo,” escribió el Santo Padre. La alegría cristiana también combate la tendencia al individualismo. La alegría vivida en comunión, dice el Papa, “se comparte y se reparte. Multiplica nuestra capacidad de gozo ya que nos vuelve capaces de gozar con el bien de los otros” (Gaudete et Exsultate, 128). Desde luego, todos experimentamos tristeza en algún momento, pero la alegría del Señor es más profunda que cualquier emoción transitoria. Está enraizada, según el Papa, en “la certeza personal de ser infinitamente amado, más allá de todo” (125). Sea como sea que te sientas ahora, procura regocijarte en el Señor. Pídele que te muestre su amor y luego celébralo. Recuerda constantemente que Dios te ama infinitamente. Luego permite que la alegría que se encuentra dentro de ti se proyecte al exterior para que la gente pueda notarla. “San Lorenzo, reza por mí para que yo sea alegre y comparta mi alegría.” ³³
Salmo 112 (111), 1-2. 5-9 Juan 12, 24-26 Agosto / Septiembre 2020 | 45
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de agosto, martes Santa Clara, virgen Mateo 18, 1-5. 10. 12-14 Si no cambian y no se hacen como niños… (Mateo 18, 3) Los niños son irresistibles, pues tienen un lindo sentido de inocencia, pero hay algo más que Dios quiere que veamos. Los que hemos vivido algunas décadas, sabemos lo que implica cometer errores, y que tenemos ciertos límites en la vida debido a las decisiones que hemos tomado en el pasado. Decidirse por una carrera significa cerrar la puerta a otras oportunidades, que podrían haber resultado mejores para nosotros. Ciertas formas de relacionarnos con otras personas, incluso con aquellos que son más cercanos a nosotros, tal vez nos han encuadrado en patrones de conducta bien definidos que dejan poco margen para la espontaneidad y para crecer en el amor. Pero esto no sucede con los niños. El futuro está totalmente abierto para ellos, y parece que lo saben con certeza. Con los ojos bien abiertos y maravillados, y llenos de potencial, tienen curiosidad para intentar cosas nuevas y descubrir nuevas posibilidades. Sin ataduras del pasado, son libres de ir tras cualquier cosa que les depare el futuro. Este es el espíritu infantil que el Señor Jesús quiere darnos a cada uno. Cualquiera sea la edad que tengamos, o 46 | La Palabra Entre Nosotros
cuáles decisiones en la vida nos hayan limitado, tenemos un futuro brillante y prometedor que nos espera, y no se limita simplemente a ir al cielo. ¿Cómo puede ser posible? Lo es, porque el Señor puede restaurar tu corazón y levantar tu espíritu. Entre más te acercas a su lado, más energía tendrás porque estás recibiendo vida de Aquel que tiene recursos ilimitados. Mientras más escuches al Espíritu, más convencido estarás de que Dios puede hacer mucho más de lo que puedes pedir o imaginar, tanto en ti como a través tuyo. Jesús no desea que ninguno de nosotros piense que ya somos de edad avanzada o que estamos muy traumados o limitados. Ninguno de nosotros está tan atado por su pasado como para que Dios no pueda abrir nuevas puertas en el futuro. Nuestro Padre tiene grandes planes para nosotros. Él tiene un futuro lleno de esperanza justo delante de nosotros; pero depende de nosotros si queremos correr y asumir ese futuro con toda la confianza de un niño. “Señor, si el mundo dice que no puedo, recuérdame tu promesa: ‘¡Sí, sí puedes!’ Muéstrame por medio de tu Espíritu el futuro brillante y glorioso que has planeado para mí.” ³³
Ezequiel 2, 8—3, 4 Salmo 119 (118), 14. 24. 72. 103. 111. 131
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de agosto, miércoles Santa Juana Francisca de Chantal, religiosa Mateo 18, 15-20 Donde dos o tres se reúnen en mi nombre, ahí estoy yo en medio de ellos. (Mateo 18, 20) Frecuentemente asociamos la lectura de hoy con la intercesión. Resulta consolador saber que el Señor Jesús está siempre con nosotros cuando unos pocos nos reunimos para rezar por una o más personas. Pero el Señor no estaba hablando solo de la intercesión. Si te fijas en los relatos que rodean este pasaje, podrás notar que Jesús se refiere a otro momento en particular en el que él se hace presente en medio nuestro: cuando nos reunimos para reconciliar las amistades. El Señor vio que era necesario enseñar a sus seguidores la forma correcta de restablecer las relaciones destruidas. Después de todo, ellos eran seres humanos comunes como nosotros, que discutían sobre cuál era el más importante, o quién hacía más méritos, y seguramente tenían fricciones entre ellos. Así que, Jesús decidió enseñarles a reconciliarse. A nadie le gusta hablar de los errores que ha cometido. Es más difícil aun señalar una falta cometida contra nosotros y hacerlo con amor y humildad; pero lo más difícil de todo es perdonar y empezar de nuevo. Para
lo cual necesitamos la gracia de Dios y su ayuda. Por eso, el Señor prometió estar con sus discípulos, con nosotros, cuando nos reunimos para reconstruir las relaciones dañadas por el pecado o la debilidad. Probablemente hay una amistad en tu vida que podrías reparar en este momento, y tal vez te parezca que ha llegado el tiempo de dar el primer paso. Eso podría ser inspirado por el Espíritu Santo. El Señor anhela ver que sus hijos se perdonan de la misma forma en que él nos ha perdonado a nosotros; está tan interesado en nuestra reconciliación que nos promete acompañarnos por el camino. Cuando levantas el teléfono e intentas reunir fuerzas para llamar, él está ahí para ayudarte a hacerlo; cuando te reúnes con esa persona para esa difícil conversación, él está presente para darte palabras de amor y su gracia para escuchar bien. Cuando las cosas se ponen tensas, él está ahí para darte autocontrol y compasión. Él está presente para hacer milagros cada vez que decidimos buscar la unidad y poner fin a la división. “Señor, hazme un instrumento de tu paz.” ³³
Ezequiel 9, 1-7; 10, 18-22 Salmo 113 (112), 1-2. 3-4. 5-6
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de agosto, jueves Santos Ponciano, papa, e Hipólito, presbítero,
mártires Mateo 18, 21—19, 1 Si mi hermano me ofende, ¿cuántas veces tengo que perdonarlo? (Mateo 18, 21) Probablemente Pedro no hizo esta pregunta por curiosidad. Algo que el Señor Jesús dijo o algún incidente ocurrido lo llevó a preguntar cuántas veces tenía que perdonar. Es sorprendente cuántos pensamientos de enojo o resentimiento en contra de otros podemos tener. No es que nos gusten estos pensamientos negativos, pero podría ser que no sepamos cómo librarnos de ellos o tal vez no estemos listos para perdonar. Cuando Pedro preguntó “¿Cuántas veces tengo que perdonar?”, el Señor le dijo que debemos ser como el Padre, que nunca deja de tratarnos con misericordia. Para ilustrar esto, el Señor contó una parábola sobre el servidor que se negó a perdonar. Este hombre, a quien se le había anulado una gran deuda, no quiso anular una deuda mucho más pequeña a su compañero. Por eso el rey le preguntó, “¿No debías tú también haber tenido compasión de tu compañero, como yo tuve compasión de ti?” (Mateo 18, 33). 48 | La Palabra Entre Nosotros
De acuerdo a la lógica del amor, el perdón debe generar perdón y la misericordia debe generar misericordia; pero este servidor que no quiso perdonar siguió su propia lógica egoísta, negándose a ver que la misericordia que recibió tenía relación directa con la misericordia que él debía otorgar. Dios nos pide que seamos misericordiosos unos con otros. No permitamos que el orgullo mezquino saque lo peor de nosotros, sino que perdonemos a quienes nos hayan ofendido. Es cierto que cuando la ofensa es mayor, puede ser muy difícil perdonar completamente; pero se pueden seguir estos cuatro simples pasos: Primero, dale gracias al Señor por ser tan misericordioso. Segundo, dile que tú quieres perdonar a quien te ha ofendido, pero que la herida te duele mucho y en este momento te cuesta perdonar. Tercero, recuerda que él está contigo y conoce tus dolores, te entiende y te ama. Finalmente, pídele que te conceda la gracia de perdonar en algún momento. A veces las heridas profundas de la vida tardan meses o años en sanar. El Señor lo sabe y lo entiende y él es infinitamente paciente, así como es infinitamente generoso con su propia gracia y misericordia. “Señor, ayúdame a perdonar.” ³³
Ezequiel 12, 1-12 Salmo 78 (77), 56-59. 61-62
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de agosto, viernes San Maximiliano María Kolbe, presbítero y
mártir Mateo 19, 3-12 “¿Le está permitido al hombre divorciarse?”, preguntaron los fariseos. Jesús les recordó que Dios dispuso que el matrimonio fuera no solo permanente sino también transformador. Su objetivo, les dijo, es que un hombre y una mujer dejen de lado el individualismo y se unan para formar una nueva unidad, una familia. Al escuchar esta conversación, sus discípulos reaccionaron de una manera honesta y comprensible: Si es tan difícil, tal vez sería mejor no casarse. El Señor los miró sonriendo con pesar. ¿Piensan ustedes que es más fácil hacer un compromiso de permanecer soltero? ¡Claro que no! Tampoco es fácil vivir soltero sin renunciar a la posibilidad de casarse. La verdad es que, vivir en cualquier estado de vida como Dios lo mandó implica compromiso. Las circunstancias cambian y los humanos tratamos de ajustarnos. De una manera u otra, ninguno de nosotros llega a cumplir el ideal de Dios y de vez en cuando todos le fallamos a Dios, a nuestro esposo o esposa o a nuestra comunidad; pero esto no significa que hayamos escogido una vocación incorrecta. Simplemente significa que nos hemos olvidado
momentáneamente que dependemos de la abundancia de la gracia de Dios. La fidelidad en el matrimonio o la soltería solamente es posible porque Dios es fiel: a guiarnos, a sostenernos y a perdonarnos. Dice el Salmo 136 (135): “Su amor es eterno.” Dios lo expresa de muchas formas diferentes en momentos distintos, pero él siempre es fiel. Su misericordia inagotable es lo que necesitamos para ser fieles. Te invito hoy, hermano, hermana, a que pienses en tu vocación. Dale gracias a Dios por la vida que te ha dado. Agradécele también por ser fiel mientras tú te esfuerzas por vivir ese llamado. Luego pídele que te muestre una forma práctica en la que puedes expresar tu fidelidad. Tal vez enviarle una nota de ánimo y amor a tu esposo o esposa; o hacer un gesto de apoyo a un sacerdote o a una religiosa que está pasando por un mal momento. Tal vez Dios te muestre algo que puedes hacer o no hacer porque no has llegado al punto de un compromiso permanente. Sea lo que sea, ¡alégrate y hazlo! “Padre, gracias por tu fidelidad y por permitirme vivir una vocación noble y celestial.” ³³
Ezequiel 16, 1-15. 60. 63 (Salmo) Isaías 12, 2-3. 4bcd-6
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de agosto, sábado Asunción de la Bienaventurada Virgen María Lucas 1, 39-56 Desde ahora me llamarán dichosa todas las generaciones. (Lucas 1, 49) El Faro de Yeda que se encuentra en Arabia Saudita es actualmente el faro operante más alto del mundo. A sus 133 metros de altura, puede proyectar luz en un radio de más de veinticinco millas náuticas y es muy útil para que los marineros sepan cuál es el rumbo correcto y no entren en áreas peligrosas. Así como los marineros necesitan los faros, nosotros también necesitamos una luz que nos guíe en nuestro caminar al cielo. Y, ¿qué mejor faro podríamos pedir que la propia Virgen María, que ha sido llamada “Estrella del Mar” desde que San Jerónimo acuñó esa frase en el siglo V? Toda su vida es un ejemplo de cómo hay que responderle que sí a Dios. Incluso cuando llegó al final de su vida en la tierra y fue asunta al cielo, ella continuó brillando. El Papa Emérito Benedicto XVI una vez dijo: “Contemplando a María en la gloria celestial, comprendemos que tampoco para nosotros la tierra es una patria definitiva y que, si vivimos orientados hacia los bienes eternos, un día compartiremos su misma gloria.” 50 | La Palabra Entre Nosotros
No siempre es fácil fijar los ojos en el cielo, especialmente cuando la vida resulta ardua. Los problemas que enfrentamos tienen una forma de oscurecer el glorioso futuro que Dios ha preparado para nosotros; pero el Papa Benedicto nos recuerda que la asunción de María, es una “señal luminosa” que “brilla aún más cuando parecen acumularse en el horizonte sombras tristes de dolor y violencia” (Audiencia General, 16 de agosto de 2006). La asunción de María al cielo puede haber señalado el final de su presencia física en la tierra, pero ella sigue estando a nuestro lado; así que deja que ella sea tu faro de esperanza en tiempos buenos y malos; permite que te tome de la mano y te guíe hacia su Hijo Jesucristo. Ella te recordará el amor sin fin y el amor misericordioso que el Señor te tiene; te animará a perseverar, tal como lo hizo ella, y te mostrará que así como Dios tenía un plan glorioso para su vida, aunque ella no lo podía entender, él tiene un plan maravilloso para ti también; un plan que culmina en el cielo, al lado de los ángeles y los santos y adorando gozosamente a su Hijo. “María, Madre de Dios, ¡ruega por mí!” ³³
Apocalipsis 11, 19; 12, 1-6. 10 Salmo 45 (44), 10-12. 16 1 Corintios 15, 20-27
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MEDITACIONES AGOSTO 16-22
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de agosto, XX Domingo del Tiempo Ordinario Isaías 56, 1. 6-7 Alrededor del año 350 a. C., un popular y muy influyente obispo llamado Juan Crisóstomo predicó una serie de sermones sobre el Sacramento del Matrimonio, tras haberse inspirado en las cartas de San Pablo para explicar a su congregación la belleza del matrimonio y la vida de familia. Él lo llamaba un hermoso camino de santidad, en el cual cada esposo está llamado a ser como el Señor Jesús, entregándose desinteresadamente a su esposo o esposa y a la familia y a amar a su familia con la misma dedicación que Jesucristo tiene por su Iglesia (Efesios 5, 25). Crisóstomo les dijo que Dios desea que cada familia se considere una “pequeña iglesia”, un lugar sagrado donde Cristo sea venerado y en el que cada miembro de la familia alcance una santidad más profunda. De esta forma motivaba a los fieles a mantener puros sus matrimonios y guardar la fe de sus hijos contra las influencias corruptas del mundo. Sus sermones
eran tan inspiradores que, más de 1500 años después, los Padres del Concilio Vaticano II aconsejaron a los católicos a pensar que sus familias son “iglesias domésticas”. Dios quiere que todos entendamos que nuestros hogares son versiones en miniatura de la Iglesia. Cada hogar debe ser un lugar de paz, amor, humildad y servicio; una casa de oración, en la que el Señor sea bienvenido y reverenciado. Quiera el Señor que todos nos mantengamos firmes contra las filosofías que reducen los hogares a mercados utilitarios o situaciones de vida meramente funcionales; que todos encontremos formas creativas de incorporar la costumbre de la oración en la familia, ya sea rezando el Rosario o leyendo juntos un salmo; que nos demostremos amor y aprecio entre unos y otros con palabras y gestos de cariño. No hace falta mucho para convertir el hogar en casa de oración. Solamente se necesita un corazón dispuesto y apertura a recibir la bendición de Dios. Aun cuando cometamos errores en el camino, podemos estar seguros de que iremos progresando. “Señor, enséñame a amar como tú amas a la Iglesia.” ³³
Salmo 67 (66) 2-3. 5. 6. 8 Romanos 11, 13-15. 29-32 Mateo 15, 21-28
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de agosto, lunes Mateo 19, 16-22 ¿Qué más me falta? (Mateo 19, 20) Cuando leemos el relato del joven rico, a menudo nos fijamos solo en que “el joven se fue entristecido” (Mateo 19, 22), pero no le damos el crédito que merece. El joven sabía lo suficiente para reconocer que necesitaba algo más, y buscó al Señor para que lo aconsejara. Su pregunta también fue sincera: “Maestro, ¿qué cosas buenas tengo que hacer?” Quería ser bueno, y anhelaba aquella “vida eterna” de la cual veía que los discípulos ya disfrutaban (19, 16). Esta es una buena pregunta que podemos hacerle al Señor todos los días; de hecho, la Iglesia nos anima a hacerla. Diariamente, podemos pedirle que nos ayude a ver cómo nos va en nuestro caminar con él y cómo podemos hacerlo mejor. En el siglo XVI, San Ignacio de Loyola desarrolló una fórmula para hacer esto, y la llamó el “Examen” que tiene cinco pasos. El primero consiste en darle gracias a Dios por todas las bendiciones que has recibido durante el día. Pregúntate, ¿por qué debo darle gracias a Dios? El segundo paso es rezar al Espíritu Santo. A veces es difícil reconocer la presencia de Dios en el curso del día; así que pídele al Espíritu Santo que te ayude a dar una mirada en retrospectiva 52 | La Palabra Entre Nosotros
espiritual para reconocer los momentos en que él estuvo contigo. Tercero, revisa lo que sucedió durante el día. ¿Con quién te encontraste? ¿Qué situaciones y emociones surgieron? ¿Cómo te habló Dios a través de ellas? ¿Cómo respondiste tú? No te preocupes por cada una de las circunstancias; solamente fíjate en lo que sobresale. Cuarto, piensa en los momentos en que te sentiste más cerca de Dios. Tal vez fue a través de alguien que te ayudó en el supermercado o te maravillaste con el hermoso atardecer. ¿Cuándo te sentiste más lejos de Dios? Tal vez estabas impaciente con alguien que te pidió ayuda, o alguien que se te atravesó en la carretera y te hizo enojar. Pídele perdón al Señor por tus pecados y ayuda para cambiar. Pero recuerda, ¡no te alejes entristecido! El Señor te está invitando a seguirlo en el camino al cielo. El quinto paso es mirar hacia el día que llegará mañana e invitar al Señor a estar contigo. Cada día, puedes caminar más y más cerca del Señor Jesús. “Señor, ayúdame a parecerme más a ti.” ³³
Ezequiel 24, 15-24 (Salmo) Deuteronomio 32, 18-21
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de agosto, martes Mateo 19, 23-30 Es más fácil que un camello pase por el ojo de una aguja, que un rico entre en el Reino de los cielos. (Mateo 19, 24) ¿Por qué crees que el Señor Jesús hizo una afirmación tan extraña e inquietante sobre la riqueza? ¿Es que despreciaba a los prósperos y aborrecía su bienestar? No, él tenía amigos ricos como José de Arimatea y Nicodemo, junto con un grupo de mujeres adineradas que apoyaban financieramente su ministerio (Lucas 8, 1-3). No pensaba que los ricos fueran inherentemente más pecadores, solamente estaba advirtiendo que el dinero y las posesiones pueden ser obstáculos para vivir en su Reino. El Señor sabía que tener una mentalidad incorrecta respecto al dinero y las posesiones puede llevarte a negarle a Dios su lugar correcto en tu vida y así empezar a servirte a ti mismo o pensar solamente en tu comodidad y tu deseo de mayor seguridad financiera. O podrías distraerte fácilmente por los cuidados y las responsabilidades que vienen con una mayor riqueza. Por ejemplo, puedes invertir todo tu tiempo y energía preocupándote por tus cuentas bancarias e intentando proteger todo lo que tienes. O puedes adquirir un falso sentido de seguridad que lleva a un mayor sentido de orgullo y
autosuficiencia. Ya puedes entender por qué el Señor hizo una advertencia tan fuerte. Si estás bien financieramente, presta atención a la advertencia del Señor. Haz lo posible para mantener el dinero en la perspectiva apropiada. Sé agradecido por todas las bendiciones que has recibido e intenta ser un buen administrador de ellas. También recuerda que a quien mucho se le da, mucho se le pide. Así que utiliza tus recursos sabiamente, no solo por tu propio bien sino por el bien de otros. Sé generoso con la Iglesia y con los necesitados. Pon tu corazón en el Señor y procura darle gloria con todo lo que posees. Por el contrario, si lo que ganas no te alcanza para llegar a fin de mes, no permitas que la ansiedad o las preocupaciones te abrumen. ¡Continúa siguiendo al Señor! Confía en su amor y su providencia, mientras trabajas para ordenar y acrecentar tus finanzas. Pídele también un corazón generoso, para que puedas dar a otras personas según tus posibilidades. El Señor derramará sus bendiciones sobre ti de acuerdo a sus ilimitados recursos. “Señor Jesús, dame un corazón generoso, tú eres mi mayor tesoro.” ³³
Ezequiel 28, 1-10 (Salmo) Deuteronomio 32, 26-28. 30. 35cd-36ab
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de agosto, miércoles San Juan Eudes, presbítero Mateo 20, 1-16 “¡Estás contratado!” Estas palabras son música para los oídos de cualquier desempleado. Significa que sus talentos y habilidades son valoradas. Es una oportunidad de ser productivo y, desde luego, financieramente recompensado. Dios también quiere contratarte a ti: “Vayan también ustedes a mi viña” (Mateo 20, 7). No importa en cuál “hora” de la vida estés, Cristo te está enviando al mundo a proclamar la buena nueva del amor de Dios. Y al final, serás recompensado con el ciento por uno. Pero a pesar de que el empleador es tan generoso, ¿cuántos de nosotros realmente queremos ser contratados para esta tarea? Alguien podría preguntar: “Señor, ¿no hay alguna otra cosa que necesites que yo haga?” No, ¡la cosecha es mucha! El mundo está sediento de Cristo. Los que sufren ansían una respuesta a sus gritos de quebranto y están anhelando una razón para tener esperanza. Cada uno de nosotros tiene una fe particular, relaciones singulares y talentos únicos que nos convierten en un trabajador irremplazable para la economía de la salvación. Es más, Dios no se limita a enviarnos a la batalla mientras él observa desde su oficina central 54 | La Palabra Entre Nosotros
en el cielo. No, él trabaja codo a codo con nosotros, enviando su Espíritu para ayudarnos y prepara los corazones de las personas para el testimonio que les vamos a dar. Así que pide la guía del Espíritu para identificar las necesidades específicas de la familia, parroquia o comunidad. Al ingresar al mercado de la evangelización, recuerda que uno de tus recursos más importantes es tu propia experiencia personal, o sea aquellos momentos en los que sentiste a Dios especialmente cerca o cuando recibiste una respuesta a una oración desesperada, o bien esos momentos cuando estuviste dispuesto a perdonar o acercarte a alguien muy distinto a ti. No te reserves estas cosas solo para ti. Cuéntales a quienes quieran escuchar cómo Dios ha transformado tu vida, y permíteles saber que él puede hacer lo mismo por ellos. Sí, Dios quiere contratarte, así que intenta dar hoy un paso de fe y ve a dónde te lleva. Aun cuando no veas el fruto inmediato, tu testimonio plantará las semillas de la fe que brotarán luego. Dios es un patrón generoso que recompensará tus esfuerzos. “Espíritu Santo, guíame hacia aquellos que están esperando escuchar hoy que los amas y los aceptas.” ³³
Ezequiel 34, 1-11 Salmo 23 (22), 1-6
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de agosto, jueves San Bernardo, abad y doctor de la Iglesia Salmo 51 (50), 12-15. 18-19 Devuélveme la alegría de tu salvación. (Salmo 51, 14) Señor, Dios mío, vengo a tu presencia de la misma forma en que lo hizo el rey David hace tantos años. Vengo libremente admitiendo que soy pecador. Vengo humildemente, reconociendo que mis ofensas han sido una afrenta a tu santidad, tu justicia y tu amor. ¡Ten misericordia de mí, oh Señor! Oh Dios, tú me has mostrado que mis pensamientos, palabras y acciones me han alejado de tu gracia y protección, y puedo ver que las consecuencias de mis pecados han afectado no solo mi relación contigo sino con mis hermanos y seres queridos. Oh Señor, por tu compasión, borra mis culpas, lava mi iniquidad y límpiame de mis pecados. Padre, por mi fe en ti y porque creo en la muerte y resurrección de tu Hijo, creo que tú me has redimido. Yo creo que tú puedes alejar mis pecados de mí tan lejos como está el oriente del occidente. Lleno de confianza, no en mí mismo, sino en tu poder y misericordia, confieso mis pecados y te pido perdón. Señor, sé que en el Sacramento de la Reconciliación puedo experimentar no solo tu perdón sino
también curación y restauración. Y así vengo a ti, Padre, esperando recibir tu gracia para comenzar de nuevo. ¡Gracias, Señor! Padre, las palabras por sí solas no pueden describir la experiencia de volverse a ti y sentir tu abrazo una vez más. Tú me prometiste a través de tu profeta que, aunque mis pecados tiñan mi corazón de rojo escarlata, tú puedes dejarme blanco como la nieve (Isaías 1, 18). ¿De qué manera se puede expresar el sentimiento de quedar tan limpio? A veces creo que ser perdonado es como que una carga enorme y aplastante sea levantada de mi espalda, permitiéndome enderezarme de nuevo. Otras veces es como si un gran peso fuera removido de mi pecho y entonces puedo respirar libremente una vez más. Y cada vez que me perdonas, siento una maravillosa fortaleza a través de tu gracia, amado Señor, que me permite decir “no” a la tentación. Gracias, Padre, por la alegría que esto me hace sentir. “Padre, tu amor y tu misericordia son eternos. Inspirado por tu gracia vengo ante ti para librarme de mis pecados. Padre, que yo nunca me olvide de ti.” ³³
Ezequiel 36, 23-28 Mateo 22, 1-14
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de agosto, viernes San Pío X, Papa Mateo 22, 34-40 Amarás al Señor, tu Dios… [y] a tu prójimo como a ti mismo. (Mateo 22, 37-39) Los compositores de canciones han afirmado por mucho tiempo que lo que el mundo necesita es amor, pero ese noble sentimiento es un poco vago si se refiere al verdadero amor o a lo que significa amar a alguien. Por el contrario, el Señor Jesús contaba con más de mil años de revelación divina cuando les dijo a los fariseos que el mandamiento más importante es amar a Dios y al prójimo. Los mandamientos por sí mismos explican qué es el amor y cómo se ve. Entonces, ¿qué significa amar? Observa cómo ama Dios. Él liberó a los israelitas de la esclavitud en Egipto, y nos libra a cada uno de nosotros de las garras de los enemigos, como son el dolor de una relación fracasada o abusiva, el maltrato físico o emocional, el rencor o el resentimiento. Pero, ¿cómo podemos amar a Dios? Podemos hacerlo proclamando que solo él, y no otras formas de escape como el alcohol, las drogas o la pornografía, tiene poder suficiente para liberarnos y restaurarnos. Lo amamos porque estamos convencidos de que está tan dispuesto a limpiarnos del pecado o la indiferencia como lo 56 | La Palabra Entre Nosotros
estuvo a sacar a su pueblo escogido de Egipto. Así pues, permite que el conocimiento de este amor llene tu corazón, y te mueva a demostrarle cuánto lo amas. Deja a un lado el teléfono, la computadora, la lavadora o las cuentas por pagar para elevar el corazón, rezar y darle gracias por todas las ocasiones en que Dios te ha demostrado su amor. Mientras lo alabas por su bondad, abre el corazón para recibir todavía más de su amor. Y, ¿cómo podemos amar al prójimo? Mientras Dios nos llena de su amor, este fluirá de nosotros hacia los demás; ensanchará tu corazón y te hará capaz de amar mejor y con más humildad. Más que simplemente realizar actos de servicio, amas a tu prójimo cuando eres considerado y respetuoso con él; lo amas cuando refrenas las palabras airadas o pensamientos ofensivos o de lujuria. Verás a las personas tal como Dios los ve, con el mismo amor que te prodiga a ti. Sí, el mundo necesita amor, y Dios nos ha mostrado cómo es su amor. Así que recíbelo tanto cuanto puedas y ofrécelo todavía más. “Señor Jesús, enséñame a amar.” ³³
Ezequiel 37, 1-14 Salmo 107 (106), 2-3. 4-5. 6-7. 8-9
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de agosto, sábado Bienaventurada Virgen María, Reina Mateo 23, 1-12 El que se enaltece será humillado y el que se humilla será enaltecido. (Mateo 23, 12) Llevar una cruz al cuello en una gargantilla puede ser una excelente forma de recordar darle a Dios el lugar más importante en tu mente. Pero si la nueva moda fuera llevar cruces cada vez más grandes al cuello para demostrar la devoción, después de un tiempo, eso empezaría a verse un poco contradictorio, ¿no te parece?, pues las personas comprarían cruces más grandes y la verdadera razón para llevarlas se perdería en una clase de competencia de santidad. Esto es lo que quería decir el Señor en el Evangelio de hoy. Las filacterias de las que él hablaba son dos pequeñas cajitas de cuero que algunos judíos todavía utilizan actualmente, y contienen trozos de pergamino con pasajes importantes de la Escritura. Una cajita se ata sobre la frente y la otra debajo del brazo para que se mantenga cerca del corazón. La razón de estas filacterias es mantener a Dios presente en la mente y el corazón, así como también en sus acciones. Sin embargo, como vemos en el Evangelio de hoy, algunos fariseos empezaron a llevar filacterias cada vez
más grandes y anchas en un intento vano de demostrar más piedad que el vecino. También empezaron a hacer más grandes los flecos del chal o manto, por la misma razón. Las tradiciones de estos signos externos son, desde luego, válidas y santas. Pero conviene asegurarse de que nuestro estilo de vida sea coherente con los signos externos de la devoción que demostramos. La mejor forma de proteger el corazón y la mente es haciendo prácticas diarias o periódicas de oración, arrepentimiento y servicio. Pueden no estar tan a la moda ni brillar tanto como las cruces nuevas, pero no importa. Si nos acercamos al Señor, encontraremos que él se acerca a nosotros, y con el tiempo notaremos que nuestra conducta se parece más a la suya, como vasijas humildes del Espíritu. Al Señor no le importa lo que lleves atado en la cabeza, brazos o el cuello, tampoco le importa si es algo brillante o a la moda; más le importa que lo lleves a él en tu corazón. “Señor, haz que mi amor por ti crezca y brille en todo lo que yo diga, piense y haga.” ³³
Ezequiel 43, 1-7 Salmo 85 (84), 9-14
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MEDITACIONES AGOSTO 23-29
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de agosto, XXI Domingo del Tiempo Ordinario Mateo 16, 13-20 Y les ordenó a sus discípulos que no dijeran a nadie que él era el Mesías. (Mateo 16, 20) Cuando los discípulos escucharon que el Señor les decía “No le cuenten a nadie lo que saben”, deben haberse sorprendido. Muchas veces lo vieron enseñar y realizar milagros asombrosos, y vieron que las multitudes estaban pendientes de cada una de sus palabras. Seguramente la gente ya sabía que Jesús era un gran maestro, un profeta y un hacedor de milagros. Ahora que les había dicho a sus apóstoles quién era él, lo más lógico es que ellos difundieran la buena noticia; pero él les pidió que mantuvieran silencio. Así que, una vez más, se nos presenta una extraña verdad: en cuanto se refiere a Cristo, debemos aprender a pensar de forma diferente sobre casi todo. El Señor hizo esta advertencia porque sabía que la gente querría proclamarlo rey. De hecho, el Evangelio según San Juan nos dice que precisamente esto 58 | La Palabra Entre Nosotros
sucedió después de la multiplicación de los panes y los peces. Pero Juan también nos dice que el Señor se retiró rápidamente hacia las montañas, porque sabía que aquello que su Padre quería para él no era un reinado terrenal (Juan 6, 15). Desde luego Jesucristo es nuestro Rey Soberano; pero su majestad no se basa en milagros, parábolas ni en el homenaje de multitudes exaltadas. Él no “ganó” su corona haciendo señales y prodigios ni pronunciando profecías. No, sucedió cuando murió en la cruz. Fue su muerte, no sus milagros, la que trajo la vida al mundo. El Señor no quería que nada obstaculizara el camino de su misión, ni siquiera la admiración de las personas que había venido a salvar. Él sabía que debía ofrecer un humilde sacrificio, no emprender una revolución política, y estaba resuelto a mantenerse fiel a ese llamado. Pidamos todos la gracia de tener la humildad y la determinación de ser como el Señor Jesús. Que nada nos distraiga del llamado a ser “misericordiosos” como nuestro Padre celestial es misericordioso (Lucas 6, 36). “Señor, dame un corazón humilde y servicial.” ³³
Isaías 22, 19-23 Salmo 138 (137), 1-3. 6. 8 Romanos 11, 33-36
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de agosto, lunes San Bartolomé Juan 1, 45-51 ¿Acaso puede salir de Nazaret algo bueno? (Juan 1, 46) ¡Qué fácil es juzgar a las personas basándose solamente en suposiciones “terrenales”! Eso fue lo que Natanael, conocido también como Bartolomé, hizo cuando oyó hablar por primera vez sobre Jesús. Solamente vio al hijo de un carpintero, un hombre de un pequeño pueblo en Galilea; pero cuando el Señor le dijo “Te vi cuando estabas debajo de la higuera”, a Natanael se le abrieron los ojos y vio al Señor Jesús bajo una nueva luz, no solo como un hombre de Nazaret sino como el “Hijo de Dios” y el “rey de Israel” (Juan 1, 48-49). No es fácil ver las cosas con la perspectiva de la sabiduría de Dios. Natanael habló despectivamente del Señor Jesús antes de encontrarse con él; pero cuando el Señor le habló, su visión se amplió. Se dio cuenta de que Jesús ya lo conocía y que tenía reservado para él un futuro maravilloso. Después de esa conversación, su vida cambió para siempre. Decidió seguir al Señor, quien a su vez lo eligió como uno de los Doce. Al igual que Natanael, nosotros también vemos solamente la realidad terrenal y nos perdemos la celestial. Podríamos preguntarnos “¿Qué bien
puede salir de esta situación?” o “¿Qué bien puede salir de esta relación?” Pero como hizo con Natanael, el Señor quiere abrir la mente de sus fieles y darnos una perspectiva celestial; quiere ayudarnos a ver todo bajo una nueva luz, la de su amor y de sus planes para la vida de cada uno. Deja que el Señor abra tu mente y también tu corazón. Cierra los ojos e imagínate descansando a la sombra de un árbol, como lo estaba Natanael. Mira al Señor que se te acerca, se sienta a tu lado, te mira y te dice: “Desde antes de la creación del mundo, te vi y te amé. ¿En qué piensas en este momento?” Comparte con él lo que te cause pesar o alegría y luego espera para ver qué te dice. Incluso, si no escuchas nada en ese momento, confía que en algún momento el Señor te abrirá los ojos para que veas tu vida con luz celestial. Dios tiene “mayores cosas” reservadas para ti (Juan 1, 50), y quiere que fijes la mirada en ellas, desde ahora, y que confíes plenamente en que él llevará su obra a buen término. “Amado Jesús, tú me elegiste, abre mi mente y mi corazón para elevarlos al cielo.” ³³
Apocalipsis 21, 9-14 Salmo 145 (144), 10-13. 17-18
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de agosto, martes San Luis, rey de Francia O San José de Calasanz, presbítero Mateo 2, 23-26 Limpia primero por dentro el vaso y así quedará también limpio por fuera (Mateo 23, 26) ¿Te ha sucedido que cuando quieres tomar café tomas una taza que se ve limpia, pero luego descubres que no ha sido bien lavada, porque en ella se ven residuos de café? Ciertamente no es una taza limpia como esperabas. En el pasaje del Evangelio de hoy, los fariseos eran como esa taza sucia: limpios por fuera, pero con necesidad de una limpieza más profunda por dentro. Por entregar su diezmo y cumplir otros detalles de la ley de Moisés, ellos creían que ya estaban haciendo aquello que los hombres devotos debían hacer; sin embargo Jesús les hizo ver que estaban descuidando “lo más importante de la ley”, como la misericordia y la fidelidad (Mateo 23, 23). A veces nosotros también necesitamos limpiarnos el corazón por dentro. Podemos dedicar mucha energía a hacer obras piadosas, pero ¿las hacemos con la actitud correcta? Por ejemplo, tú podrías estar sirviendo comida en un albergue para indigentes, pero empiezas a juzgarlos por haber llegado a vivir en esas condiciones. O tal vez estás en Misa, pero en vez de 60 | La Palabra Entre Nosotros
escuchar las lecturas, criticas la voz o la pronunciación de los lectores. No es que quieras que estos pensamientos surjan en tu mente, pero lo hacen de cualquier manera. Por supuesto, el Señor Jesús siempre se complace cuando tú sirves a los pobres o dedicas tiempo a alabarlo; y también sabe que nadie puede controlar todos los pensamientos que se nos ocurren; pero tú puedes hacer algo al respecto. Si te percatas de que tu actitud se ha desviado, detente y pídele al Señor que te perdone. Él te conoce bien y sabe que estás intentando agradarlo; de modo que te tratará con misericordia y te ayudará la próxima vez que te asalten los pensamientos de crítica, censura o resentimiento. Incluso puede inundar tu corazón de amor a la persona a quien estás juzgando en ese momento. Sí, es posible limpiarse por dentro y por fuera, sí es posible amar a tu prójimo como a tí mismo. Vuélvete al Señor Jesús y confía en que él te cambiará el corazón para que sea más como el suyo. “Padre , dame un corazón como el de Jesús, lleno de amor y misericordia.” ³³
2 Tesalonicenses 2, 1-3. 14-17 Salmo 96 (95) 10. 11-12a. 12b-13
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de agosto, miércoles 2 Tesalonicenses 3, 6-10. 16-18 Muchos padres de niños pequeños han encontrado que una forma eficaz de lidiar con un comportamiento inapropiado es imponer una corrección de “tiempo fuera” (o rincón de reflexión), donde el niño debe sentarse en un rincón de la sala sin hablar ni jugar. San Pablo también impone un cierto tipo de “tiempo fuera” cuando le dice a los cristianos de Tesalónica que se aparten de ciertos miembros que llevan una vida desordenada. Aparentemente, en esta comunidad había personas problemáticas que se rehusaban a trabajar y que abusaban de la generosidad de sus hermanos en Cristo (2 Tesalonicenses 3, 6. 11-12). Estas palabras de Pablo tal vez parezcan demasiado estrictas. ¿Qué pasa con el amor y la misericordia? Sin duda, eso es lo que los fieles tesalonicenses habían intentado hacer; pero así como un padre que ve el cuadro completo, Pablo se dio cuenta de que estas buenas intenciones podían fracasar y más bien alentar los malos hábitos; por eso había llegado el momento de aplicar un amor más firme. Cualquier otra cosa solamente reforzaría la ociosidad de los holgazanes. Y eventualmente esto causaría separación en la Iglesia. Y ¿qué sucede entre nosotros? ¿Nos autorizan las palabras de Pablo
para evitar a aquellos cuyo comportamiento encontramos deficiente? En realidad, no. Siempre debemos verlos como nuestros hermanos. Desde luego, existen situaciones graves en las que conviene apartarse de una persona; pero aislarse de aquellos cuyo comportamiento nos molesta no debería convertirse en la regla. Recuerda, Pablo también dijo que la disciplina debe ejercerse con amor, haciendo lo posible por reinsertar a los infractores en el círculo familiar; por eso, condiciona su instrucción en dos formas importantes: “No se cansen de hacer el bien”, es decir, atendiendo generosamente a las necesidades genuinas, y “amonéstenlo como a hermano”, es decir, tratando al otro con amor, no actitud de superioridad espiritual (2 Tesalonicenses 3, 13. 15). Para los cristianos del pasado, presente y futuro, la meta es el mandamiento del Señor Jesús: “Que se amen unos a otros como yo los he amado a ustedes” (Juan 15, 12). Y a ninguno de nosotros se nos impone un “castigo” al tratar de cumplir este mandato. “Señor Jesús, concédeme una porción de tu amor para cada persona que conozco. Enséñame a amarlos de modo que me acerque más a ti.” ³³
Salmo 128 (127), 1-2. 4-5 Mateo 23, 27-32
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de agosto, jueves Santa Mónica 1 Corintios 1, 1-9 A quienes Dios santificó en Cristo Jesús. (1 Corintios 1, 2) ¿Qué tal si examinamos la primera lectura de hoy desde una óptica diferente? Pongamos especial atención a esa clase de pequeñas palabras llamadas “preposiciones”. Las preposiciones son, por ejemplo: de, en, hacia. Es sencillo no fijarse en ellas, pero estas palabras pueden marcar una gran diferencia, especialmente en las Escrituras. En general las preposiciones describen la forma en que las cosas se relacionan, a veces físicamente. ¿Dónde está el alpinista? Está en la montaña. Otras veces, relacionan a algo con su origen: Ella es de Argentina. Y otras más señalan un rumbo o destino: Vamos caminando hacia el puerto. Pablo utilizó las proposiciones una y otra vez, como un aventurero que confía en su herramienta, para describir cómo relacionarnos con Cristo. Fíjate en algunas de las formas en que Pablo expresa cómo debe ser la relación con el Señor en la lectura de hoy. Según él, nosotros estamos o somos: • En Cristo Jesús (1, 2). • De Cristo Jesús (1, 2). • Con su Hijo Jesucristo (1, 9). Cada una de estas pequeñas frases nos dicen algo sobre la nueva relación que tenemos con el Señor. Son 62 | La Palabra Entre Nosotros
como una estrecha grieta en la tierra que se abre para dar paso a una gran caverna, que invita a explorarla más profundamente y contiene las promesas de una recompensa que bien vale la pena buscar. Un buen ejemplo es estar “en Cristo”. Se podría decir que tu vida ha sido totalmente absorbida en la vida de Cristo, porque en él , tu antiguo yo ha dejado de existir y fuiste resucitado y convertido en una nueva creación. En Cristo, eres amado como hijo o hija de Dios. Eso no es todo, porque Cristo vive en ti, y siempre está contigo. Donde sea que vayas, tú llevas a Cristo, y al igual que María, lo brindas al mundo. Luego piensa en esto: tú estarás en Cristo para siempre, por toda la eternidad y nunca habrá un momento en que no estés con él. ¡Qué importante puede ser una pequeña palabra! Así que reflexiona en cómo esta frase, o cualquiera de las otras, describe tu relación con el Señor. ¿Qué te parece especial en este momento? Pídele al Espíritu Santo que te guíe. Nunca se sabe, pues esas preposiciones pueden decir mucho más de lo que tú piensas. “Señor, gracias por esta hermosa verdad: yo me encuentro en ti.” ³³
Salmo 145, (144), 2-3. 4-5. 6-7 Mateo 24, 42-51
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de agosto, viernes San Agustín, obispo y doctor de la Iglesia Mateo 25, 1-13 Las previsoras llevaron cada una un frasco de aceite junto con su lámpara. (Mateo 25, 4) Un día, mientras San Francisco de Asís estaba labrando su jardín, otro fraile se acercó y le preguntó: “¿Qué harías si supieras que el Señor Jesús fuera a regresar hoy a la tierra?” Francisco respondió, “seguiría labrando mi jardín.” Él podía dar esa respuesta porque estaba preparado; estaba viviendo de tal manera que se sentía preparado para presentarse ante el Señor cuando él volviera en gloria. Las vírgenes prudentes de la parábola también estaban preparadas. Las diez, tanto las prudentes como las descuidadas, se durmieron mientras esperaban al novio que llegara a la celebración de su boda por la noche; pero solamente las previsoras tenían suficiente aceite en sus lámparas, y así estuvieron listas para recibirlo cuando él llegó (Mateo 25, 4). ¿Qué representa el aceite en esta parábola? Podría referirse a nuestras oraciones o a las buenas obras que hacemos por otros, o bien podría ser el aceite del Espíritu Santo. Lo que sea, las personas sabias son las que se esfuerzan para mantenerse atentas al Espíritu, las que se niegan a darse por
vencidas en la oración y las que perseveran en hacer el bien a quienes las rodean. El Señor Jesús nos promete que cualquiera que siga el ejemplo de estas jóvenes previsoras del Evangelio de hoy recibirá su recompensa: contemplarlo cara a cara. Ciertamente no siempre es sencillo ser bondadoso y amable con tu esposa o esposo todos los días, o ser paciente con tus hijos cuando ellos no se están portando bien. Tampoco es fácil reservar tiempo cada día para la oración personal o aceptar la guía del Espíritu Santo. Todo esto requiere un verdadero esfuerzo, así como la asistencia generosa de la gracia de Dios. Pero cada acto de amor y servicio, cada oración, cada acto de confianza y fe es como una gota de ese valioso aceite que cae en tu lámpara. ¿Qué estás haciendo mientras el Señor vuelve? Si te dedicas a amar a Dios y a aquellos que te rodean, lo estás haciendo bien. Al igual que San Francisco, estarás preparado para el momento en que el Señor regrese, aun cuando te encuentre labrando tu jardín. “Señor, ayúdame a mantener mi lámpara encendida mientras espero tu regreso.” ³³
1 Corintios 1, 17-25 Salmo 33 (32), 1-2. 4-5. 10ab. 11
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de agosto, sábado Martirio de San Juan Bautista Marcos 6, 17-29 Fueron a recoger su cadáver y lo sepultaron. (Mateo 6, 29) Hoy celebramos la fiesta de uno de los grandes héroes de nuestra fe: San Juan Bautista, precursor de Cristo, quien proclamaba: “Preparen el camino del Señor” (Marcos 1, 3). Juan no dudó en decir la verdad a los poderosos, incluso cuando eso le costó su libertad y su vida. Pero a veces nosotros olvidamos que él no era un predicador solitario que andaba en el desierto. La Biblia dice varias veces que Juan tenía sus propios discípulos. Cuando se encontraba en prisión, envió a sus discípulos a confirmar si Jesús era el Mesías (Mateo 11, 2; Lucas 7, 18). Al momento de su muerte, los discípulos de Juan recogieron su cuerpo y le dieron sepultura (Marcos 6, 29). ¡Cuánto deben haberlo amado! Es posible que también lo visitaran en prisión y lo animaran mientras él se encontraba encadenado. Esta es una de las razones ocultas por las cuales Juan nos inspira tanto. Él no intentó hacer las cosas por su cuenta. A pesar de lo fuerte que era y de la fe que tenía, sabía que necesitaba ayuda, y la aceptó gustoso. Juan puede ser un modelo para cada uno de nosotros. Todos necesitamos 64 | La Palabra Entre Nosotros
amigos creyentes que fortalezcan nuestra fe, y nos acompañen en cosas simples, como ir a Misa o rezar el rosario; que se alegren por las bendiciones que recibimos y compartan nuestro dolor en los sufrimientos; que nos visiten en el hospital o nos reconforten cuando nos acercamos a la hora de la muerte. Seguir al Señor no es algo que uno deba hacer solo, y compañeros como estos pueden hacernos el viaje mucho más fácil y más alegre. Por supuesto, la amistad espiritual no es una vía en un solo sentido. Incluso cuando alguien te brinda compañía, tu apertura y tu fe pueden animar a esa persona, y también puedes apoyarlo cuando tenga necesidad y regocijarte con él en sus éxitos. Así que piensa en la gente que tienes cerca. Muchos de ellos van contigo en el viaje de la fe. ¿Cómo te están apoyando? ¿Cómo puedes apoyarlos tú a ellos? Una llamada telefónica, un almuerzo o una invitación para ir a Misa juntos puede tener buenos resultados. Tú puedes seguir los pasos de Juan el Bautista y seguir al Señor con tus propios compañeros. “San Juan Bautista, reza por mí para que yo me mantenga fiel hasta el final.” ³³
1 Corintios 1, 26-31 Salmo 33 (32) 12-13. 18-19. 20-21
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MEDITACIONES AGOSTO 30-31
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de agosto, XXII Domingo del Tiempo Ordinario Mateo 16, 21-27 Tu modo de pensar… (Mateo 16, 23) ¡Pobre Pedro! Acababa de declarar que Jesús era el “Mesías, el Hijo del Dios viviente”, y el Señor lo había felicitado por su aguda perspicacia (Mateo 16, 16). Con seguridad Pedro se sentía eufórico. Pero solo unos momentos después, el Señor lo reprendió en los términos más severos por tratar de impedirle ir a la cruz. “¡Apártate de mí, Satanás!”, le dijo Cristo. “¡Tu modo de pensar no es el de Dios, sino el de los hombres!” (16, 23). ¡Qué frustrado debe haberse sentido Pedro! ¿A qué se debió que el Señor cambiara el tono tan bruscamente? En ambas ocasiones, Pedro tuvo buenas intenciones; en ambas ocasiones, trató de hacer lo correcto. Entonces, ¿qué sucedió? Este episodio nos dice que a veces la mente humana actúa por influencia de Dios y otras por influencia del diablo, y seguramente no podemos ver la diferencia; nos dice que necesitamos aprender a razonar a la luz de la fe, o
pensar “como piensa Dios”, si queremos crecer en la vida espiritual. Probablemente Pedro reflexionó mucho sobre estos dos hechos tratando de entender “¿Por qué Jesús me elogió y luego me reprendió?” y sin duda debe haberle pedido al Señor que lo ayudara a entender. Con el tiempo, fue aprendiendo cómo piensa Dios y llegó a entender el razonamiento divino y pudo llevar una vida que reflejara el plan de Dios. ¿De qué otra forma habría podido convertirse en uno de los apóstoles más sabios y devotos de la Iglesia en sus inicios? Una buena forma de agudizar tu capacidad de razonar a la luz de la fe es que diariamente pienses en una situación y preguntes, “Señor, ¿qué harías tú en mi lugar?” Esta simple y pequeña oración puede abrir la puerta a la gracia de Dios y cambiar tu forma de pensar. La Escritura te promete que puedes ser transformado por medio de la renovación de tu manera de pensar. Con tiempo, paciencia y práctica puedes empezar a discernir lo que “es bueno, lo que es grato, lo que es perfecto” en cada situación (Romanos 12, 2). “Señor, ilumina mi mente, enséñame a pensar como tú piensas.” ³³
Jeremías 20, 7-9 Salmo 63 (62), 2-6. 8-9 Romanos 12, 1-2
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de agosto, lunes 1 Corintios 2, 1-5 Fuerte, exitoso e inteligente… claramente estas cualidades son admirables y por una buena razón: Son dones que vienen de la mano de un Dios tierno y bondadoso. Pero a pesar de ser dones espléndidos y útiles, hay algunas cosas que no pueden lograr. En primer lugar, no nos hacen meritorios a los ojos de Dios, ni nos convierten en mejores testigos del Evangelio. Por supuesto, Dios se complace cuando usamos nuestros dones para ayudar a construir su Iglesia, pero eso no significa que nos ame más que antes. La inteligencia, la fortaleza y otras capacidades son atributos que Dios espera que desarrollemos y hagamos buen uso de ellos. San Pablo señala exactamente esto en la primera lectura de hoy. Al hablar de su propia historia, les dice a los corintios que llegó a ellos consciente de su debilidad para que el “poder de Dios” fuera revelado (1 Corintios 2, 3). Pablo tenía muchos dones: era fuerte, inteligente, persuasivo y decidido; pero también tenía aspectos negativos: Era de temperamento fuerte, a veces no se llevaba bien con otros discípulos, y en ocasiones se dejaba llevar por su celo por el Evangelio. No obstante, a pesar de sus debilidades y de sus fortalezas, lo que realmente importaba cuando llegó a Corinto fue su confianza en el 66 | La Palabra Entre Nosotros
poder de Dios, en el Espíritu Santo (1 Corintios 2, 5). Al igual que Pablo, tú tienes muchos dones y habilidades y también debilidades. Pero lo mismo que él, tú revelas a Dios a otras personas, por virtud del simple hecho de que Dios te creó y te llenó con su Espíritu Santo, que brilla a través de ti tal como eres, mientras continúa moldeándote y fortaleciéndote. Las fallas de Pablo no lo descalificaron para servir a Dios, y lo mismo sucede contigo. Como dijo una vez San Juan Pablo II: “Nosotros no somos la suma de nuestras debilidades y nuestros fracasos; somos la suma del amor del Padre a nosotros y de nuestra real capacidad para llegar a ser imagen de su Hijo.” (Jornada Mundial de la Juventud, 28 de julio de 2002). No tienes que ser perfecto para que Dios te utilice. Solamente dile al Señor que quieres intentarlo y pídele gracia para que te ayude a reducir tus errores y aumentar tus talentos. Recuerda que Dios es un Dios poderoso y para él nada es imposible. Puedes contar con que él te hará fuerte en medio de tus debilidades. “Espíritu Santo, Señor, brilla a través de mí, te lo ruego, y moldéame.” ³³
Salmo 119 (118), 97-102 Lucas 4, 16-30
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de septiembre, martes Lucas 4, 31-37 Todos estaban asombrados de sus enseñanzas, porque hablaba con autoridad. (Lucas 4, 32) ¿Cuántos seminarios, homilías, clases o discursos has escuchado durante tu vida? Probablemente más de los que puedes contar y posiblemente, muchos de ellos no dejaron una huella profunda. Esto puede deberse a que tal vez los charlistas no estaban bien preparados o no eran lo suficientemente dinámicos, o tal vez tú estabas distraído o aburrido. También es posible que las escuchaste hace mucho tiempo y se han borrado de tu memoria. No importa cuál sea la razón, no es muy a menudo que escuchamos palabras que causan un verdadero impacto en nosotros. Las personas del Evangelio de hoy tuvieron una experiencia diferente. Estaban asombradas con lo que decía el Señor porque él hablaba “con autoridad” (Lucas 4, 32) y esto no era simplemente porque él conociera bien las Escrituras; tampoco porque fuera un expositor carismático que sabía cómo impresionar a la multitud. Sus palabras resonaron en su corazón porque eran portadoras de la compasión y la misericordia de Dios, de su poder para sanar y su deseo de salvar. ¡Eran palabras que incluso tenían el poder de expulsar demonios!
¿No desearías tú poder escuchar a Jesucristo predicar de esta forma? Bueno, en cierto sentido sí puedes hacerlo, cada vez que lees la Biblia. El mismo que le habló a aquella multitud puede hablarte a través de la Escritura porque son palabras inspiradas por el Espíritu Santo mismo, y contienen no solamente enseñanza sobre Dios, sino también el aliento de Dios, y ese aliento puede infundirnos vida, sabiduría y poder si las recibimos en oración y con un corazón abierto. Si deseas experimentar el poder de la Palabra de Dios, empieza meditando en la lectura de hoy. Fíjate en lo que dijo el hombre poseído: “Sé que tú eres el Santo de Dios” (Lucas 4, 34). Permite que esta declaración produzca su efecto en tu corazón. Toda la creación, incluidos los ángeles caídos, reconocen a Cristo como el Santo de Dios. Tú también lo reconoces y él está a tu lado en este preciso momento. Ve más allá de las palabras y acércate al Señor Jesús. Dale gracias y alabanzas por su majestad, y deja que te transforme con su gracia y su amor. “Amado Señor, haz que tu palabra penetre hasta lo más profundo de mi alma y me guíe por el camino de la salvación.” ³³
1 Corintios 2, 10-16 Salmo 145 (144), 8-14
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de septiembre, miércoles 1 Corintios 3, 1-9 Somos colaboradores de Dios. (1 Corintios 3, 9) Cuando contemplas una gran catedral, es normal que te sientas inspirado por Dios. Imaginas los años de arduo trabajo y los cientos de artesanos y obreros que pusieron todo su talento para crear ese hermoso lugar de culto. Piensas en todos aquellos que se unieron para construir tan magnífica estructura, desde los que excavaron y transportaron los bloques hasta los que prepararon los alimentos. La mayor parte de su trabajo se hizo en el anonimato, sin embargo, cada uno tenía un papel fundamental que desempeñar. El Reino que el Señor está edificando en la tierra es mucho más glorioso que la mayoría de las grandiosas catedrales, y nos ha invitado a trabajar en este proyecto junto con él. La invitación es para ti. Podrías pensar que los sacerdotes, los integrantes de los coros y los catequistas bien preparados, son más importantes, pero así no es como Dios ve a su pueblo. En su mente, cada cristiano tiene un papel fundamental que desempeñar en su vasto y elaborado plan. A través de los siglos, la Iglesia ha sido construida con el trabajo de los santos, pero también con el esfuerzo
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de un sinnúmero de héroes desconocidos, como un recluso que invita a su compañero de celda a un estudio bíblico o una viuda que reza el rosario sola en el hogar de ancianos. También es construida por los padres que educan a sus hijos en la fe, y es edificada también por ti, que tienes una importante tarea que desempeñar. Tu trabajo puede parecer inconsecuente, pero San Pablo dice al respecto: “De manera que ni el que siembra ni el que riega son nada, sino que Dios lo es todo, pues él es quien hace crecer lo sembrado” (1 Corintios 3, 7). Incluso en tu trabajo secular, Dios está haciendo su obra en ti, entre bastidores, derramando su gracia y su bendición, y te bendice por tu fidelidad, y también a las personas que tú cuidas. No se trata solamente de lo que haces; sino de lo que Dios hace en lo secreto, en el corazón de las personas que te rodean. Así que sigue construyendo. Ya sea que el papel que desempeñes sea grande o pequeño, anónimo o notable, tu labor es fundamental para la construcción. Tú eres nada más y nada menos que un colaborador de Cristo mismo. “Señor, quiero edificar tu reino junto a ti.” ³³
Salmo 33 (32), 12-15. 20-21 Lucas 4, 38-44
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de septiembre, jueves San Gregorio Magno, papa y doctor de la Iglesia Lucas 5, 1-11 Dejándolo todo, lo siguieron. (Lucas 5, 11) ¿Algunas vez has sentido que hay obstáculos en tu camino que te hacen más difícil aceptar el llamado del Señor a que lo sigas? Si es así, el Señor tiene palabras de ánimo para ti en este momento: Jesús: “Si hay algo que pienses que te impide seguirme, o alguna cosa que te oprima o te moleste, simplemente entrégamelo, no lo cargues tú solo. Confía en mí, yo puedo solucionarlo. Lo más importante es que sepas cuánto te amo y lo mucho que disfruto estando a tu lado cada día. Así que si crees que algo te detiene, simplemente suéltalo y déjalo en mis manos.” Tú: “¿En serio? ¿Incluso mi trabajo, Señor? Mi trabajo es tan exigente, las horas se me hacen demasiado largas y regreso a mi casa muy cansado y estresado. Aprecio tu invitación y quiero seguirte, pero me siento demasiado abrumado como para considerarme un discípulo digno.” Jesús: “Entrégame tu trabajo y yo te ayudaré a resolverlo. Me deleito en el hecho de que trabajas duro y con dedicación para proveer para tu familia, pero no debes pelear solo esta batalla. Yo siempre estoy contigo, tú solamente
procura hacer todo lo que puedas para mantenerte cerca de mí durante tu día de trabajo.” Tú: “Señor, tengo esta carga financiera que me pesa mucho. Tengo una gran deuda y no puedo encontrar la forma de salir de ella. Me siento avergonzado de mi situación, y solo puedo imaginar lo disgustado que debes estar conmigo.” Jesús: “Entrégame eso también y permíteme ayudarte a superar esta situación financiera. Con seguridad las cosas se te hacen difíciles en este momento, pues es posible que hayas tomado malas decisiones, pero yo te amo de cualquier manera y quiero ayudarte.” Tú: “Señor, quiero seguirte de todo corazón, pero tengo este hábito de pecado del que simplemente no puedo librarme. ¿Cómo puedo seguirte con un peso tan grande sobre mis hombros?” Jesús: “Entrégame tu pecado también y lo trabajaremos juntos. Mi Espíritu Santo puede enseñarte a ser libre, aunque no será fácil ni tampoco inmediato. Pero yo te puedo ayudar.” Tú: “Señor, ¡te seguiré! Confío en tus promesas y creo que tú puedes ayudarme a vencer todos mis obstáculos y cargas.” “Señor Jesús, gracias por invitarme a seguirte.” ³³
1 Corintios 3, 18-23 Salmo 24 (23), 1-2. 3-4ab. 5-6
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de septiembre, viernes 1 Corintios 4, 1-5 Él… pondrá al descubierto las intenciones del corazón y dará a cada uno la alabanza que merezca. (1 Corintios 4, 5) A veces nos imaginamos que Dios tiene el ceño fruncido, que está esperando el momento preciso para abalanzarse sobre nosotros y castigarnos por nuestras transgresiones. Pero la primera lectura de hoy nos muestra un panorama muy distinto. Dios Padre en realidad sí está esperando el momento preciso, está esperando su oportunidad para elogiar a cada uno de sus hijos, sin importar la cantidad de malos pasos que demos ni cuán imperfectos nos consideremos . ¿Crees que tu Padre está buscando cada rasgo de bondad que hay en ti para elogiarte? Cada vez que has procurado conocerlo mejor, él ha sonreído. Cada vez que tu corazón se ha conmovido por un soplo de compasión hacia alguno de sus hijos, él ha reconocido que su amor está actuando en ti y lo ha aumentado. Cada vez que has hecho algún esfuerzo para disciplinarte, él ha bendecido tu sacrificio. Esta verdad de cómo nos mira el Padre puede enseñarnos a tratarnos bien los unos a los otros; puede enseñarnos a buscar esa chispa de bondad que él ha colocado en el corazón de cada persona. Los maestros que tienen 70 | La Palabra Entre Nosotros
estudiantes de comportamientos difíciles prefieren centrarse en lo positivo en vez de lo negativo. Luego tratan de “sorprenderlos siendo buenos.” De igual manera, podemos tener como meta decir siempre algo positivo de las personas que son importantes para nosotros. Aun cuando las cosas negativas sean más que las positivas, podemos recordar cómo nos mira Dios y hacer el mejor esfuerzo que podamos para ver a los demás de la misma manera. Recordar la forma en que Dios nos ve también puede ayudarnos a encontrar paz en nosotros mismos. Los errores no deben desviarnos del camino, los pasos en falso no deben convertirse en ocasiones para autocondenación. Más bien, pueden ser oportunidades para aprender a ser mejores y para volvernos a nuestro Padre, pues de él recibimos aliento. Dios quiere concedernos su gracia para que aprendamos de nuestros errores y sigamos construyendo sobre la bondad que él nos ha mostrado. ¡Que la bondad y la misericordia de Dios formen tu corazón! “Padre de misericordia, gracias porque me das ánimo. Enséñame a ver el mundo a través de tus ojos de amor.” ³³
Salmo 37 (36), 3-6. 27-28. 39-40 Lucas 5, 33-39
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de septiembre, sábado Lucas 6, 1-5 El Señor Jesús y sus discípulos iban cruzando un trigal durante el sábado y sin siquiera pensarlo empezaron a arrancar las espigas, las frotaban con las manos y comían los granos. No lo hicieron porque estuvieran desesperados de hambre, ni porque quisieran desafiar a los jefes religiosos; pero algunos fariseos, decididos a atrapar a Jesús, se pronunciaron rápidamente: “¿Por qué hacen lo que está prohibido hacer un sábado?” (Lucas 6, 2). En esta ocasión, el “delito” de los discípulos no fue robar, pues la ley judía permitía que los pobres tomaran lo que sobrara en los sembrados que pertenecieran a cualquier persona; incluso alentaba a los hacendados a dejar algo para los pobres de Dios. La acusación contra los discípulos era que estaban “desgranando” el trigo, es decir, haciendo un tipo de “trabajo” que estaba prohibido en día sábado. Jesús no les había mandado hacer este trabajo, pero rápidamente salió en defensa de sus amigos y citó un ejemplo de cuando el rey David infringió la ley cuando sus soldados pasaban hambre. El Señor sabía que sus apóstoles eran sinceros en su fe y su devoción, incluso si habían cometido un error. También sabía que los soldados de David no habían tenido la intención de cometer sacrilegio, cosa que sus oponentes lo
sabían muy bien. Era claro para él que los jefes religiosos simplemente estaban buscando algo para desacreditarlo, y pensaron que lo conseguirían acusándolo de cometer esta pequeña falta. Estos fariseos enfatizaban una interpretación estricta y legalista de la ley, pero el Señor se fijaba en las personas involucradas. Sabía que los discípulos eran lo suficientemente reverentes como para respetar el sábado, aunque hubieran cometido una indiscreción menor; sabía que tenían el corazón en el lugar correcto, así que los defendió. ¿Alguna vez has cometido algún error que lo ha “arruinado todo” al tratar de seguir a Cristo perfectamente? ¡Claro que lo has hecho! ¡Todos lo hemos hecho! Pero, qué bueno es saber que el Señor no es como estos fariseos, deseoso de condenarte por cualquier ofensa menor. Qué alentador es saber que él ve las buenas intenciones de tu corazón y quiere ayudarte a convertir estas intenciones en una realidad. Así que no te desanimes, al contrario, vuélvete al Señor del sábado y pídele que siga actuando en ti para purificar tu corazón y tu mente. “Señor, por tu misericordia, hazme un agente de tu paz, incluso en medio de mis propios errores.” ³³
1 Corintios 4, 6-15 Salmo 145 (144), 17-21
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MEDITACIONES SEPTIEMBRE 6-12
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de septiembre, XXIII Domingo del Tiempo Ordinario Ezequiel 33, 7-9 A ti… te he constituido centinela. (Ezequiel 33, 7) Así como Dios constituyó al profeta Ezequiel como centinela de la “casa de Israel”, así también ha designado a los padres de familia para que sean centinelas de su propia “casa”, pues al igual que sucedía con el profeta, la función de los padres es escuchar a Dios, animar a sus hijos, advertirles sobre las consecuencias del pecado y ayudarles a vivir de una manera digna del Señor. También nos ha encomendado la misión de cuidar a nuestros hermanos, padres y abuelos, porque desea que cada uno de nosotros cuide a los demás. Ser guardián de otros puede resultar una tarea abrumadora, pues la palabra “guardar” significa vigilar y proteger. Especialmente en el caso de los padres, Dios les ha confiado el bienestar físico y también eterno de sus hijos. ¿Cómo puede alguien cumplir semejantes expectativas? La respuesta es que puede hacerse a través de la intercesión. Los padres no 72 | La Palabra Entre Nosotros
pueden controlar cada aspecto de la vida de sus hijos, porque su influencia es limitada, especialmente conforme los chicos maduran y se independizan. Pero el poder de la oración no tiene límites. Interceder por tu familia no es una pérdida de tiempo, aunque la lista sea larga si incluyes a tus hermanos, tus sobrinos y tus nietos. Sin embargo, procura rezar por cada uno de ellos individualmente y sé específico en la intención por la que estás pidiendo. Luego puedes elevar una plegaria por todos: “Señor, protege y guía a toda mi familia. Bendícelos y protégelos de todo mal, llénalos de tu paz y tu amor.” ¿Es muy poderosa la oración de un guardián? Pues pregúntaselo al Señor Jesús. En la víspera de su muerte, él oró pidiendo fuerzas para soportar la cruz y también la protección de sus apóstoles; rezó por nosotros (Juan 17, 1-26) y ahora, dos mil años después, sus oraciones siguen siendo contestadas. Hermano, te invito a que imites a Jesús, el gran Guardián de su Iglesia (Salmo 121 (120), 4) y confía tu familia al cuidado de tu Padre celestial. Dios nunca te decepcionará. “Señor, ayúdame a cuidar de mi familia, confío en tu protección.” ³³
Salmo 95 (94), 1-2. 6-9 Romanos 13, 8-10 Mateo 18, 15-20
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de septiembre, lunes 1 Corintios 5, 1-8 Tiren la antigua levadura, para que sean una masa nueva. (1 Corintios 5, 7) Imagina que estás preparando una masa de pan pita, o sea plano, para la cena con tus invitados, cuando de repente te das cuenta de que de alguna manera un poco de levadura cayó en la masa y la dañó toda. Ahora, en lugar de un sabroso pan plano, que era lo que pretendías servir, tienes una masa de pan inflado, menos sabroso y menos nutritivo. San Pablo utilizó esta imagen para comparar el antiguo estilo de vida de los corintios con una masa de pan, y les advirtió que se cuidaran de que no hubiera en ellos un poco de levadura, es decir de pecado, que contaminara y corrompiera su nueva vida en Cristo. Esta imagen del pan sin levadura era muy familiar para los fieles judeocristianos que integraban la iglesia de Corinto, y debe haberles recordado la fiesta de los panes ázimos, en la que todo el pan con levadura debía desecharse de la casa, pues las familias comían únicamente pan sin levadura durante la fiesta. Era un recordatorio del pan que comieron sus antepasados cuando Dios los liberó de la esclavitud en Egipto. Pablo utilizó esta imagen y la adaptó a una imagen de la vida cristiana: de la misma forma en que
Dios rescató a los israelitas y los llevó a la Tierra Prometida, así el Señor nos ha rescatado a nosotros del pecado y nos ha dado una nueva vida de pureza. Es, pues, necesario que en tu vida hagas una limpieza diaria de la “vieja levadura” para que puedas convertirte en masa pura y fresca. Al igual que la levadura, un poco de pecado tiene el poder para contaminar toda la “masa” de tu vida. Esa también es la razón por la cual Pablo les dijo a los corintios que destruyeran “toda altanería” (2 Corintios 10, 5). Tan pronto como puedas seleccionar lo que entra en tus pensamientos, más oportunidad tendrás de mantenerte puro y recto delante del Señor. ¿Hay algún área en tu vida que pueda quitarte la paz o arruinarte el día? Pídele al Espíritu Santo que te conceda la gracia para identificarla antes de que ella te contagie. Cuando la veas surgir, haz todo lo posible por someterla y pídele al Señor Jesús que te dé la victoria sobre ella. Con esta ayuda, puedes detener la levadura antes de que haga fermentar toda la masa. “Padre, concédeme tu gracia para lograr la victoria.” ³³
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de septiembre, martes Natividad de la Bienaventurada Virgen María Mateo 1, 1-16. 18-23 Dios con nosotros. (Mateo 1, 23) La “Sagrada Familia” es el modelo que todos queremos imitar en nuestros hogares: “¿Qué harían Jesús, María y José en este caso…?” nos deberíamos preguntar al tomar una decisión importante. Hoy, al celebrar la Natividad de la Santísima Virgen, veamos por qué su familia es tan especial. María era descendiente de David y nació y creció en un devoto hogar judío. Dios la preparó para ser la madre de su Hijo librándola del pecado original. Pero su renombre no se debe a estas credenciales, sino a que dijo “sí”, y al hacerlo acogió al Hijo de Dios en su santo seno, le dio un hogar en este mundo y lo nutrió tanto física como espiritualmente. Esta es la razón por la cual todas las generaciones la llaman dichosa, y por la que la celebramos hoy. San José era un hombre justo que estaba comprometido para casarse con una joven extraordinaria. Un ángel le habló en sueños, pero eso no es lo que lo hace singular, sino el hecho de que aceptó a María y a su hijo en su vida. A pesar de los rumores que rodearon el embarazo de su prometida, José formó con ella una familia y juntos recibieron a Jesús en su hogar. José
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permitió que el Niño redefiniera toda su vida y esa es la razón por la cual lo honramos como patrón de la Iglesia universal y de la “iglesia doméstica”, que es la familia. La Sagrada Familia continúa guiando el camino para nosotros. María y José pueden ser el modelo de nuestra vida si invitamos al Señor a los hogares y las familias más plenamente; y al hacerlo, también lo estamos invitando a entrar en el mundo. Nosotros no somos los que forjamos nuestra propia vida, es su presencia la cual transforma la vida de cada uno. Lo que comenzó con María y José sigue siendo verdad: “Dios [está] con nosotros” (Mateo 1, 23). Jesucristo promete que todo el que lo invite a su hogar recibirá, a su vez, una invitación de su parte para ir a morar en su hogar eterno. Él quiere estar con nosotros más allá de esta vida, y por eso nos invita, como lo hizo con María y José, a ser parte de su plan eterno. Es más, nos invita a pertenecer a su propia familia santa, ¿quién podría rechazar semejante invitación? “Señor Jesús, gracias por invitarme a unirme a María y a José como miembro de tu familia.” ³³
Miqueas 5, 1-4 Salmo 13 (12), 6
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de septiembre, miércoles San Pedro Claver, presbítero 1 Corintios 7, 25-31 San Pablo vivía con un sentido de urgencia pues creía que la segunda venida del Señor Jesús era inminente y estaba convencido de que “la vida es corta” (1 Corintios 7, 29). Pero la urgencia de Pablo no estaba dirigida solamente a ese tiempo desconocido que llamamos el “día del Juicio Final”, sino también a la forma en que usamos el tiempo diariamente. Al igual que sucede hoy en día, la mayoría de los contemporáneos de Pablo eran parejas casadas y Pablo sabía que los matrimonios pasaban la mayor parte del tiempo en casa con sus familias. Él estaba completamente consciente de esto cuando pidió a los fieles que era mejor permanecer solteros para dedicar más tiempo a vivir para el Señor (1 Corintios 7, 27). También estaba totalmente consciente de las demandas de la vida matrimonial cuando dijo: “Que los casados vivan como si no lo estuvieran” (7, 29). Es bueno saber que Pablo no estaba en contra del matrimonio, más bien su interés primordial era que todos llegaran al cielo; en eso estaba centrando su atención. Por eso exhortó a todos, ya fueran solteros o casados, a estar siempre listos para encontrarse con el Señor Jesucristo. Así como lo había enseñado Jesús, él quería asegurarse de que nadie
fuera sorprendido por estar preocupado en las cosas de este mundo. Sabemos que San Pablo estaba equivocado respecto a esta predicción, pues el mundo no se acabó mientras él vivía. Pero al mismo tiempo, estaba en lo correcto. Nosotros debemos esforzarnos por vivir cuidadosamente y preguntarnos, “si el Señor Jesús volviera hoy, ¿estaría yo preparado para encontrarme con él? Según la leyenda, cuando a San Francisco de Asís le hicieron esta pregunta, su respuesta fue que cuando el Señor volviera él simplemente seguiría trabajando en su jardín. Francisco se sentía listo para encontrarse con el Señor, y no tenía qué temer. ¿Qué harías tú si supieras que Jesucristo volviera hoy? ¿Seguirías adelante con tus planes actuales? ¿O más bien correrías a confesarte, o intentarías reparar una amistad interrumpida o rezarías sin cesar? En otra carta, Pablo dijo que la segunda venida de Cristo es “nuestra esperanza” (Tito 2, 13). Ojalá que todos podamos tener una visión similar y adoptar el sentido de urgencia de Pablo mientras esperamos la venida de nuestro Salvador, Jesucristo. “¡Ven, Señor Jesús!” ³³
Salmo 45 (44), 11-12. 14-17 Lucas 6, 20-26
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de septiembre, jueves Lucas 6, 27-38 Amen a sus enemigos. (Lucas 6, 27) ¿Acaso el Señor no sabe lo cruel que es este mundo? Estamos rodeados de enemigos, desde el compañero de trabajo que me calumnió para obtener el ascenso que me correspondía a mí hasta el que me robó la billetera. ¿No es suficiente sufrir la ofensa? ¿Realmente tengo que amarlos también? Pues, sí. ¿Has notado lo fácil que es demostrar bondad en público y seguir teniendo resentimientos y enojo contra algunas personas en tu corazón? Algunas podrían habernos ofendido tanto que no solo les deseamos mal, sino que también llegamos a buscar alguna venganza. Esta es la clase de situaciones que el Señor Jesús quiere revertir en nosotros. Él puede llenarnos en el corazón de amor y misericordia para que dejemos de sentir el aguijón del odio y el resentimiento. ¿Cómo lo hace? Por medio de una importante verdad que penetra profundamente el corazón: Que él ama tanto a los demás como te ama a ti. Piensa en todas las ocasiones en que has experimentado su misericordia, compasión y cuidado; y en las muchas formas en que te ha perdonado y te ha conducido nuevamente al camino recto después de que has deambulado 76 | La Palabra Entre Nosotros
por el pecado. Piensa en lo dispuesto que está siempre para bendecirte; bueno, igualmente quiere bendecir a quienes más te cuesta amar. A ellos también los llama “amigos” y “amados”, como lo hace contigo. La clave para amar a las personas que no nos gustan es pedirle al Señor que nos ayude a verlos a través de sus ojos. O dicho de otra forma, la clave es pedirle al Señor que nos muestre que somos especiales ante sus ojos. El rico no es más importante que el pobre. Los criminales más peligrosos pueden recibir, si se arrepienten y la piden, la misma misericordia de Dios que recibe la persona más honesta y virtuosa. Todos somos amados, redimidos y capaces de una gran santidad, todo por la gracia de Dios. ¿Quieres imitar a Jesús y amar a tus enemigos? Entonces dedica un tiempo para contemplar la cruz. Permite que el Señor te muestre que él valora infinitamente a todas las personas, incluso a aquellos que tú no puedes soportar. Da ese paso audaz pero humilde y mira cómo el amor de Cristo suaviza tu corazón. “Señor Jesús, ¡lléname de tu amor!” ³³
1 Corintios 8, 1-13 Salmo 139 (138), 1-3. 13-14. 23-24
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de septiembre, viernes Lucas 6, 39-42 ¿Cómo te atreves a decirle a tu hermano: ‘Déjame quitarte la paja que llevas en el ojo’, si no adviertes la viga que llevas en el tuyo? (Lucas 6, 42) ¿Por qué nos resulta mucho más fácil fijarnos en los errores de otros en vez de reconocer nuestra propia debilidad? En el camino al trabajo, los conductores que manejan sin cuidado y son desconsiderados son los otros. Los niños que hacen berrinche en público deben tener malos padres y las personas que nunca han hecho voluntariado deben ser egoístas. Y, ¿qué clase de madre es esa que envía a su hijo a la escuela sin almuerzo? Fácilmente podemos pasarnos el día pronunciando una larga lista de faltas ajenas y críticas. Pero, ¿por qué sucede esto? Tal vez la respuesta se encuentra en la incapacidad de reconocer la viga que tenemos en el ojo. Pero en lugar de andar buscando errores en los demás, lo mejor es permitir que Dios nos muestre cómo nos mira él. Después de todo, sus ojos son puros y no tienen la más mínima paja. Eso significa que él puede enseñarnos mucho sobre la forma en que nos vemos a nosotros mismos y a los otros. Entonces, ¿cómo nos ve Dios? Bueno, en primer lugar, él nos ama
íntima, incondicional e indefectiblemente (Jeremías 1, 5), al punto de que nos tiene grabados en la palma de su mano (Isaías 49, 16). Él hace desaparecer nuestras faltas “como desaparecen las nubes” (Isaías 44, 22), y nos mira con compasión e interés, no con un frío cálculo de todas las faltas y errores que hemos cometido, como si esperara la oportunidad para castigarnos. Él se alegra con nosotros cuando salimos airosos y se duele por el pecado que cometemos. Y lo mejor de todo es que él jamás nos abandona (Oseas 11, 9). ¿Crees todo esto? Entonces, hermano, te invito a que confíes en él y dejes que te muestre la viga que tienes en el ojo.Tu Padre celestial no te condena ni cambia sus planes para ti. Desde luego, es posible que lo que veas te duela, pero eso está bien. Cual cirujano virtuoso, Dios sabe cómo remover la viga provocando la menor molestia posible. Todo lo que quiere hacer es ayudarte a que veas a quienes tienes a tu lado con más claridad y a la luz de su amor y su misericordia. “Espíritu Santo, ayúdame a bajar mi defensa para que tú puedas escudriñar mi corazón. Confío en el amor que tienes por mí.” ³³
1 Corintios 9, 16-19. 22-27 Salmo 84 (83), 3-6. 12
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de septiembre, sábado Santísimo Nombre de María Lucas 6, 43-49 Cada árbol se conoce por sus frutos. (Lucas 6, 44) El viejo refrán que dice “dime con quién andas y te diré quién eres” contiene la verdad del Evangelio. De hecho, la lectura de hoy que habla de árboles frutales dice algo bastante similar. El lugar y la forma en que tú estés plantado indica la forma en que crecerás y la clase y la calidad del fruto que darás, aunque es cierto que todos recibimos el apoyo de amigos y compañeros, cuya influencia se revela en nuestras acciones. El tipo de personas a las que acudas para ayudarte a tomar decisiones evidencia la visión que tienes de la vida. Podemos aplicar este principio a la vida familiar también. Más que nadie, los padres son quienes más influyen en el desarrollo de sus hijos. El hogar que han construido es la “tierra” en la que sus hijos echarán raíces, la tierra que determinará en mayor grado la clase de fruto que ellos darán. Es lógico entonces, que el fruto que den los padres que están enraizados en Cristo sea el de hijos seguros de sí mismos y dóciles a la obra del Señor. Así que la pregunta que hay que hacerse es, “¿en qué tipo de tierra estoy plantando a mis hijos?”
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La respuesta no necesita ser grandiosa. A veces, las cosas más sencillas son las que generan el impacto más grande. Permite que tus hijos te vean rezando, háblales ocasionalmente sobre tu relación con el Señor Jesús. A través de tus acciones, enséñales que el perdón es el camino a la plenitud y a la paz, incluso algo tan simple como decir “te perdono” en lugar de “está bien” puede generar un gran impacto. Recuerda, el objetivo es que tus hijos encuentren su seguridad y sustento en el Señor y eso sucede cuando les provees el ambiente apropiado. Cuando su mundo se expanda más allá de la familia, tus hijos buscarán fuentes que los continúen nutriendo para hacer crecer en ellos lo que tú iniciaste. Es posible que prueben otros caminos, pues el Señor les da esa libertad, pero tú ten la seguridad de que ellos siempre sabrán qué es lo que produce la seguridad y la paz que anhelan. Ten la seguridad de que tus esfuerzos para formarlos y evangelizarlos estará con ellos donde sea que vayan. “Padre, no siempre encuentro la forma de mantenerte presente en mi familia, confío en que tú me muestres el camino.” ³³
1 Corintios 10, 14-22 Salmo 116 (115), 12-13. 17-18
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MEDITACIONES SEPTIEMBRE 13-19
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de septiembre, XXIV Domingo del Tiempo Ordinario Mateo 18, 21-35 En su primera homilía como Santo Padre, el Papa Francisco exclamó: “Este es el mensaje más fuerte del Señor: la misericordia” (17 de marzo de 2013). Desde ese día, ha hablado repetidamente sobre la maravillosa verdad de que la misericordia de Dios no tiene límites. Ese es precisamente el problema del servidor cruel en el Evangelio de hoy: su misericordia tenía límites y muy bien definidos. ¿Qué tan ilimitada es la misericordia de Dios? La mejor forma de responder a esta pregunta es considerar cómo sería nuestra vida sin ella. Imagínate cómo sería un mundo sin ternura, ni perdón ni compasión. Imagina estar atado por tu pecado y tu egoísmo, por tu culpa y tu vergüenza y no poder librarte. Ahora piensa que Dios se sacrifica él mismo no solo para rescatarte sino para ofrecerte la promesa de la vida eterna junto a él en el cielo. Así de ilimitada es su misericordia, así de profundo es su amor.
Ante la asombrosa profundidad del amor de Dios, no podemos más que postrarnos ante él y adorarlo y tratar a nuestros seres queridos y conocidos con la misma misericordia. La misericordia no es una idea abstracta, es una realidad concreta. No es una simple teoría bonita que suena bien, ni un mensaje que decidamos practicar cuando nos resulte conveniente. Para nosotros, la misericordia de Dios es la característica que nos distingue del mundo, que vive atrapado en la autojustificación, la división y el deseo de vindicación. Es la mejor forma de revelar el amor de Dios e invitar a las personas a intentarla por sí mismas. Pedro le preguntó a Jesús, “¿cuántas veces tengo que perdonarlo?” (Mateo 18, 21), esperando escuchar un número determinado de veces, después del cual él quedaría dispensado, así que quería saber cuáles eran las reglas. Pero para aquel que ha comprendido la profundidad de la misericordia de Dios, las reglas y los límites ya no importan. Que todos experimentemos la misericordia de Dios profundamente, para que aprendamos a ser compasivos nosotros también. “Señor Jesús, ayúdame a ser más misericordioso.” ³³
Eclesiástico 27, 33—28, 9 Salmo 103 (102), 1-4. 9-12 Romanos 14, 7-9 Agosto / Septiembre 2020 | 79
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de septiembre, lunes Exaltación de la Santa Cruz Juan 3, 13-17 Porque tanto amó Dios al mundo… (Juan 3, 16) Corazones, rosas rojas, pañuelos perfumados, diamantes: cuando alguien le da algo así de regalo a otra persona, uno sabe que es una expresión de amor. Pero ninguno de estos símbolos llega a ser ni una sombra del verdadero amor que el mundo jamás ha conocido: la cruz de Jesucristo. Dios mismo se hizo hombre y sufrió una muerte inhumana en esa cruz para redimirnos y para que viviéramos con él, ahora y en la eternidad. Pero recuerda, Dios no murió simplemente por la humanidad en general, él murió específicamente por ti. Jesús habría sufrido el atroz dolor en la cruz incluso si tú hubieras sido la única persona que hubiera existido en el mundo. Entonces, ¿cómo responder a ese gran amor? Inicialmente uno pensaría en cosas que uno puede dar a cambio. Todos queremos amar a Dios y amar al prójimo como a nosotros mismos; pero esto no se trata solamente de lo que podemos hacer por Dios, sino también de recibir aquello por lo que el Señor Jesús murió para darnos. Gracias a su muerte en la cruz, ahora tenemos 80 | La Palabra Entre Nosotros
acceso a la gracia y la misericordia de Dios, la cual se derrama libremente sobre nosotros; no hay nada que debamos hacer para ganarla. Él la ganó a un gran costo para sí mismo, pues “por obediencia aceptó incluso la muerte y una muerte de cruz” (Filipenses 2, 8). Así es cómo él nos ama, así es cómo él te ama. Luego, si abres tu corazón al Señor y permites que su amor fluya en ti podrás amar a otras personas al igual que él te ama a ti, sin condenación y sin juicio, sino con la voluntad de sacrificar tu vida por las personas que amas; con la voluntad de estar disponible, escuchar, ser paciente, soportar y sobre todo, perdonar. La cruz es la máxima muestra del amor que Dios tiene por cada una de sus criaturas. Pero es más que una mera muestra, es una realidad que puedes vivir diariamente. En esta gran fiesta, dedica un tiempo para contemplar la cruz y dejar que el Señor te llene de su amor; luego conviértete tú mismo en un recordatorio del amor y la misericordia de Dios para todos los que te rodean. “Señor Jesús, te alabo porque por tu santa cruz, redimiste al mundo.” ³³
Números 21, 4-9 Salmo 78 (77), 1-2. 34-38 Filipenses 2, 6-11
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de septiembre, martes Bienaventurada Virgen María de los Dolores Juan 19, 25-27 Mujer, ahí está tu hijo. (Juan 19, 27) Al honrar hoy a Nuestra Señora de los Dolores, escuchemos las palabras del Señor y contemplemos a María, nuestra madre. La llamamos así debido a todo lo que sufrió y las dificultades que experimentó en su vida. Conmemoramos el hecho de que ella compartió el dolor y el sufrimiento de su hijo, pero también que comparte tus aflicciones y las mías, y lo hace puesto que nos ama de todo corazón, porque nos considera sus hijos. Así que tomemos un momento para hablar con María a través de la Letanía de Nuestra Señora de los Dolores: “María, tú eres Espejo de paciencia. Debes haberte sentido preocupada cuando no podías encontrar a tu hijo perdido en el Templo, y pasaste tres días buscándolo pacientemente. Ayúdame a ser paciente cuando busco al Señor para que responda a mis oraciones. Llévame de la mano para que el pecado no me haga tropezar. Pídele al Espíritu Santo que me dé un corazón lleno de confianza y entrega como el tuyo. “María, tú eres Refugio de los abandonados. No puedo imaginar el dolor que debiste sentir mientras caminabas cerca de tu Hijo durante su Pasión.
Pero siempre te apoyaste en las promesas de Dios, de que Jesús salvaría a su pueblo de sus pecados y que heredaría el trono de su antepasado David, y esas promesas te sostuvieron. Viendo el dolor, los insultos y el rechazo que tu hijo sufrió, te aferraste a sus palabras: “aunque ustedes estén tristes, su tristeza se convertirá en alegría” (Juan 16, 20). Por favor, reza para que yo me aferre a las promesas de Dios cuando la oscuridad me aflija. “Tú eres Apaciguadora de las tormentas. Fueron grandes las tormentas que tuviste en tu vida: un embarazo inesperado y sin explicación; el peligro real de que José te rechazara; la huida a Egipto para proteger a tu pequeño hijo; y otras más. Pero nunca perdiste la confianza en Dios. Con valentía hiciste frente a estas tempestades emocionales y nunca tuviste resentimiento contra Dios. Ayúdame a soportar las tormentas de mi vida y de la vida de los que están más cerca de mí. Enséñame a mantener la confianza en Dios cuando lleguen las tormentas y reza para que yo tenga la firme confianza que tú tuviste.” “María, madre celestial, gracias por cuidarme. Santa María, Madre de Dios, nunca te apartes de mi lado.” ³³
1 Corintios 12, 12-14. 27-31 Salmo 100 (99), 2. 3. 4. 5
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de septiembre, miércoles Santos Cornelio, papa, y Cipriano, obispo, mártires 1 Corintios 12, 31—13, 13 El amor dura para siempre. (1 Corintios 13, 8) El hermoso himno de Pablo a la caridad, como a menudo se le llama a este pasaje, describe cómo es el amor maduro lleno de vitalidad espiritual. No es una definición de diccionario, sino un inspirado himno que expresa cómo es el amor cristiano que se vive diariamente. Este amor es paciente y bondadoso, no irritable; sirve a las necesidades de otros, y no impone su voluntad; no se enoja fácilmente; y no se alegra de las ofensas. Este dinámico llamado al amor fue dirigido por Pablo a los corintios, una comunidad que había sido tocada por el Señor en una forma poderosa, pero que también estaba plagada de divisiones, rivalidades e inmoralidad. Así que los exhortó a trabajar para que el amor de Cristo que habían experimentado tan poderosamente en su conversión superara sus faltas y sanara sus divisiones. Al apelar al amor, Pablo quería llevar a los corintios a reconocer sus propios deseos más profundos, pues sabía que esta era la forma segura de ayudarles a vencer sus pecados y crecer en santidad. Escribiéndoles sobre el crecimiento hasta una fe madura, Pablo 82 | La Palabra Entre Nosotros
seguramente tenía su propia vida en mente, así como la de los corintios. Él había sido un celoso joven fariseo que perseguía a los cristianos y el cambio de conducta le llevó tiempo, incluso después de su conversión. Pero conforme pasó el tiempo, su amor al Señor Jesús creció y se convirtió en una fuerza más eficaz para la reconciliación y la unidad. Así que, hermano, ponte como meta crecer en el amor. Si pierdes la paciencia, pídele al Señor la gracia y la fuerza para ser paciente; si te consume la ira, procura ser bondadoso; si te inflas de orgullo, pídele al Espíritu que te dé un don mayor de humildad. Si somos dóciles al mandato de Dios de esta forma, podemos crecer en el amor al Señor y a los demás. Finalmente, el amor madurará y buscaremos formas creativas para vivir no solo para nosotros mismos, sino para aquellos que nos rodean. Tú puedes practicar la caridad cristiana si sigues caminando fielmente con Jesús. “Señor, enciende el fuego de tu amor en mi corazón, para que yo pueda amarte a ti y a los demás con la llama de tu amor.” ³³
Salmo 33 (32), 2-5. 12. 22 Lucas 7, 31-35
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de septiembre, jueves San Roberto Belarmino, obispo y doctor de
la Iglesia Lucas 7, 36-50 Simón vio que una mujer de mala reputación entró en su casa a la hora de la cena, alguien que definitivamente no era de su agrado. ¿Acaso Jesús no se daba cuenta de qué tipo de mujer era? Pero eso no fue lo que el Señor vio. Él vio a una mujer a quien se le habían perdonado sus pecados, que solamente deseaba mostrarle gratitud y respeto mediante un simple acto de amor y veneración. En cierta forma, como lo explicó el Señor, ella tenía una ventaja frente a Simón: los pecados de ella eran muchos y muy obvios, y por eso su amor era grande. Simón cometió el error de pensar que él era mejor que esta mujer. Tal vez sus pecados no eran tan grandes, o quizás había pecado menos; no lo sabemos. Pero definitivamente su alegría era mucho menor, y su devoción al Señor palideció en comparación con la de esta mujer. Desde luego, ser recto y respetable tiene ciertas compensaciones, pero nada se compara con la amistad con Dios que viene cuando confesamos nuestros pecados y le pedimos al Espíritu Santo que nos ayude a ser mejores. Ya sea que te consideres un ciudadano decente o un marginado social,
siempre necesitas la misericordia del Señor; ya seas que hayas caído algo o mucho, él siempre tiende la mano para rescatarte y llevarte al cielo. Simón no pudo ver esta realidad, y por eso consideró que él mismo era más o menos comparable a Jesús; pero en realidad se parecía más a la mujer de lo que él creía: también necesitado de perdón y misericordia. Es irónico que aquella que estaba más consciente de sus pecados terminó siendo más feliz y más bendecida. El Señor quiere quitarnos las cargas que llevamos, quiere remover cualquier cosa que nos impida conocer su amor infinito, pero solo puede hacerlo con nuestra cooperación. Él nos respeta y no nos impone su misericordia. Solamente los que reconocen su pecado y confiesan su necesidad de perdón pueden recibir la libertad que experimentó esta mujer. Así que, ¿a quién vas a imitar? ¿A la mujer arrepentida, que honró a Jesús y se alejó de aquella reunión llena de gozo o al fariseo, que juzgó a Jesús y no le quedó nada más que la cuenta por pagar de aquella cena? “Señor, gracias por tu misericordia.” ³³
1 Corintios 15, 1-11 Salmo 118 (117), 1-2. 16ab.-17. 28
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de septiembre, viernes Lucas 8, 1-3 Juana, mujer de Cusa… y otras muchas les servían… con sus bienes. (Lucas 8, 3) No sabemos mucho de Juana, pero podemos dilucidar algunas cosas de esta breve mención que se hace de ella en el Evangelio de hoy. Probablemente vivía bien, pues su esposo Cusa, era el administrador de Herodes, lo que significa que estaba a cargo de todos los bienes del rey, y seguramente este era un trabajo importante y bien pagado. Juana parecía ser una mujer emprendedora e independiente, al menos lo suficiente para sentirse libre de usar su dinero para apoyar el ministerio de Jesús. Así que imagina cómo sería para esta mujer adinerada cambiar la comodidad de su hogar para ir peregrinando de pueblo en pueblo y renunciar a la seguridad de su propia cama para dormir bajo las estrellas. Tuvo que renunciar a sus propios servidores para dedicarse ella a servir al Señor; era sin duda un gran riesgo el que estaba asumiendo; pues el jefe de su esposo era el rey Herodes, quien había arrestado a Juan, el primo de Jesús y lo había decapitado; que estaba fascinado con Jesús pero terminó entregándolo a Pilato. ¿Cómo habrían reaccionado los discípulos cuando ella se les unió? Pero Juana estaba tan convencida de Jesús que voluntariamente adoptó una 84 | La Palabra Entre Nosotros
vida difícil y arriesgada para seguirlo. Ella ya había experimentado una sanación (8, 2), pero no era suficiente; ella deseaba aprender de él y quería conocer a Dios de la forma en que él la conocía. Probablemente tuvo muchas oportunidades de devolverse y recuperar su antigua vida, pero se mantuvo firme. Incluso cuando los apóstoles abandonaron al Señor en Getsemaní, Juana permaneció como parte de un pequeño grupo de discípulos que lo siguieron en su camino al Calvario (23, 55). En cierta forma, nosotros somos como Juana. Es posible que no queramos renunciar a nuestras comodidades para rezar o ayudar a las personas que nos rodean, o tal vez nos sentimos poco capacitados para ser verdaderos discípulos. Pero así como el Señor Jesús recibió a Juana y le dio cabida, también lo hará contigo. Si le dices, es difícil seguirte, él te responderá, lo sé; déjame ayudarte; si le dices entonces, siento que no pertenezco aquí, él responderá, tú siempre eres bienvenido en mi casa. ¡Nunca te descalifiques! Tú puedes cambiar la situación. “Señor Jesús, hazme un buen discípulo tuyo.” ³³
1 Corintios 15, 12-20 Salmo 17 (16), 1. 6-7. 8b. 15
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de septiembre, sábado San Jenaro, obispo y mártir Lucas 8, 4-15 Riquezas y placeres: es fácil ver cómo estas cosas pueden impedirnos experimentar la gracia de Dios. Pero, ¿qué pasa cuando la intranquilidad es angustiosa? La preocupación excesiva parece estar fuera de lugar aquí. Las riquezas y los placeres son atractivos y pueden tentarnos a alejarnos del Señor, pero la preocupación actúa de forma diferente: demasiadas cuentas por pagar y no tener dinero suficiente, un trabajo estresante que genera demasiadas expectativas, preocupaciones por la salud, tensiones en la familia. La preocupación es común en la vida diaria, pero si es extrema, puede llegar a dominarnos. Los estudios profesionales dicen que la ansiedad puede llegar a causar males físicos, y generar un sentimiento de que nos estamos ahogando. Jesús tuvo que lidiar con los afanes cotidianos toda su vida, pero nunca perdió la paz, aunque siempre tuvo que resolver asuntos, preguntas y problemas. Piensa en todas las veces que el Señor tuvo que aclarar el pensamiento mundano de sus apóstoles; o las veces que tuvo que discutir con los fariseos y los escribas que se le oponían. Sin duda que sintió ansiedad en los días previos a su crucifixión.
Pero Cristo quiere ayudarnos a enfrentar las ansiedades de la vida y mantenerlas en la perspectiva apropiada. Una de las mejores formas en que lo hace es a través de la Palabra de Dios. Las Escrituras nos consuelan y nos dicen que Dios está con nosotros y sabe lo que estamos enfrentando, porque el Señor mismo lo enfrentó también (Hebreos 4, 14-15). Aquí hay algunas frases que leemos en la Escritura que pueden ayudarte a no dejarte dominar por las muchas preocupaciones. Mientras las lees, pídele al Señor que te ayude a controlar la ansiedad. • “Yo soy tu Dios. Yo te doy fuerzas, yo te ayudo, yo te sostengo con mi mano victoriosa” (Isaías 41, 12). • “El Señor es mi luz y mi salvación, ¿de quién podré tener miedo? El Señor defiende mi vida, ¿a quién habré de temer? (Salmo 27, 1). ¿Lograrán estos pasajes desvanecer por completo tus ansiedades ? No necesariamente, pero repetirlas con fe y a menudo puede ayudarte a no sentirte abrumado por los afanes de la vida. “Señor, ayúdame a refugiarme en tu Palabra cuando me sienta ahogado por la ansiedad.” ³³
1 Corintios 15, 35-37. 42-49 Salmo 56 (55), 10. 11-12. 13-14
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MEDITACIONES SEPTIEMBRE 20-26
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de septiembre, XXV Domingo del Tiempo Ordinario Mateo 20, 1-16 Hablemos de justicia. El propietario de la parábola de hoy prometió pagar a sus trabajadores recién contratados lo que fuera justo, pero da la impresión de que, al final del día, incumplió esa promesa. Al menos, eso es lo que pensaron los asalariados contratados al principio, pues vieron que a los que llegaron a trabajar al final les pagaba lo mismo. ¡Los estaba tratando injustamente! Pero ¿dónde está la justicia en todo esto? El propietario tenía en mente un tipo diferente de justicia. Para él, la justicia no implicaba que cada uno obtuviera lo que merecía, sino lo que necesitaba. Cada vez que llegaba a la plaza, veía más hombres, esposos, padres, hijos, hermanos, que no tenían empleo fijo, pero que de cualquier manera debían proveer alimento, ropa y techo para sus familias. ¿Cómo podía ignorarlos? ¿Cómo podía pensar solamente en su propio beneficio? Desde luego, los empleadores no pueden donar todo su dinero; pues 86 | La Palabra Entre Nosotros
también tienen familias a quienes deben cuidar. Pero el Señor no está hablando aquí de las mejores prácticas comerciales, sino del sentido de justicia de Dios. Para él, la justicia es un asunto de tratar a todos con dignidad y respeto; de asegurar que cada persona sea amada y atendida, y asegurar que nadie se quede atrás. ¡Que diferente es la idea común que tenemos de la justicia! En el mundo escuchamos que la justicia implica recompensa y retribución. Si trabajas duro, eres recompensado con un salario; si violas una regla, eres castigado hasta que “pagues” por lo que has hecho. Y, aunque hay algo de verdad en estas declaraciones, la justicia de Dios va más allá de este mezquino enfoque, pues incluye la generosidad y el amor, la misericordia y la compasión. Su justicia llega incluso hasta el punto de entregar a su único Hijo para salvarnos del pecado y de la muerte. Al igual que el propietario de la parábola de hoy, tu Padre celestial te ofrece una clase de justicia sorprendente y liberadora. ¡Alábalo por tan precioso regalo! “Gracias, Padre, porque eres justo y provees para todo lo que necesito.” ³³
Isaías 55, 6-9 Salmo 145 (144), 2-3. 8-9. 17-18 Filipenses 1, 20-24. 27
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de septiembre, lunes San Mateo, apóstol y evangelista Mateo 9, 9-13 Él se levantó y lo siguió. (Mateo 9, 9) Al leer el Evangelio de hoy, podríamos entender que después de que Mateo abandonó su trabajo de cobrador de impuestos para seguir al Señor Jesús, instantáneamente se convirtió en santo. Desde luego, Mateo era uno de los Doce y pasó tres años con Jesús, así que tenía una ventaja especial; pero su transformación no sucedió de la noche a la mañana; fue un proceso que se desarrolló con el tiempo. En cierto sentido, todos somos otros “Mateos”. Cada uno de nosotros es un receptor de la gran misericordia del Señor, y habiendo recibido esa misericordia, todos hemos tomado la decisión de levantarnos y seguir a Jesucristo (Mateo 9, 9). También somos como Mateo de otra manera: Tenemos el mismo potencial para permitir que el mensaje de la misericordia de Dios nos cambie para hacernos santos. Piensa en el camino que Mateo recorrió hacia la santidad. Debe haber luchado, al menos al principio, con dejar atrás su cómoda vida para convertirse en discípulo. Algunas de las enseñanzas de Jesús deben haberlo interpelado, por decir lo menos, especialmente lo que decía acerca del
dinero, la sencillez y la obediencia a Dios. Sabemos que, junto con otros discípulos, Mateo abandonó al Señor en el huerto de Getsemaní; pero luego recobró el sentido y con el tiempo (y a través del poder del Espíritu Santo), se dejó moldear por Dios para convertirse en el santo y evangelista que honramos hoy. Seguir al Señor implica salir de tu zona de comodidad, como le sucedió a Mateo, y afrontar las dificultades y los retos que obstaculicen tu camino de fe. Pero eso no significa que no puedas llegar a ser santo. El Espíritu de Dios es fiel y si te aferras a él, te formará todos los días. Así que sigue dedicando tiempo a profundizar tu relación con el Señor por medio de la oración y de escuchar su voz; sigue examinando tu conciencia al final de cada día y pidiéndole a Dios que te perdone por la forma en que le has fallado. Imita a Mateo y, ¡nunca te rindas! Llegar a ser santo no es sencillo, pero sí es posible. Ya le dijiste que “sí” al llamado del Señor a seguirlo. Ahora confía en que él terminará la obra que ha iniciado en ti. “San Mateo, ruega por nosotros, que buscamos la santidad.” ³³
Efesios 4, 1-7. 11-13 Salmo 19 (18), 2-5
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de septiembre, martes Salmo 119 (118), 1. 27. 30. 34-35. 40 Escogí el camino verdadero. (Salmo 119 (118), 30) La primera lectura de hoy nos enseña a vivir de un modo que sea grato al Señor. Luego, el salmo responsorial nos ofrece una hermosa respuesta a estas enseñanzas: “Guíame, Señor, por la senda de tus mandatos.” Así que hagamos nuestra la plegaria del salmista al prepararnos para seguir a Cristo: “Decido seguirte hoy, Señor. Decido centrar mis pensamientos en ti y en tu bondad. Mi primer pensamiento en la mañana será para darte gracias por darme otro día para amarte y servirte. Te daré gracias por la salud que tengo, aun cuando no sea la mejor. Te daré gracias por las personas que están cerca de mí, incluso las que se me dificulta amar y que me enseñan a tener paciencia y compasión, perseverancia y fortaleza. Gracias porque puedo iniciar un nuevo día y dejar atrás el ayer. Gracias porque puedo edificar sobre la gracia que ya me has dado. “Decido seguirte hoy, Señor. Decido meditar en tu palabra, que me muestra el camino de la verdad, permíteme escuchar tu voz. Enséñame quién eres y quién soy yo a la luz de tu amor. Dejaré que tus palabras me guíen y me ayuden a edificar una base estable 88 | La Palabra Entre Nosotros
para mis pensamientos y acciones. Señor, decido llenar mi mente con tus enseñanzas, especialmente durante los tiempos de silencio, cuando el diablo intente llenarme de pensamientos de temor, de juicio o negativos. “Decido seguirte hoy, Señor. Te elijo a ti como el modelo de mi vida. Quiero aprender a amar como tú lo haces. Quiero ser tan paciente con otras personas como tú lo has sido conmigo. Enséñame a escuchar y a fijarme en las personas que me rodean y que necesitan mi cuidado: los pobres y los enfermos, los que están solos y olvidados, incluso aquellos que tal vez me vean como enemigo. “Señor, así como lo hiciste en los años en que viviste oculto con María y José, ayúdame a cumplir mis tareas cotidianas con amor: cocinar, limpiar, podar el césped, pagar las cuentas, sacar a caminar el perro, ayudar a los niños con las tareas de la escuela, y todo lo demás. Señor Jesús, decido mostrar a otros la bondad y la gentileza que tú me has mostrado, para que tu amor brille a través de mí. “Decido seguirte hoy, Señor Jesús, tú eres el camino de la verdad.” ³³
Proverbios 21, 1-6. 10-13 Lucas 8, 19-21
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de septiembre, miércoles San Pío de Pietrelcina, presbítero Lucas 9, 1-6 San Pío de Pietrelcina (1887– 1968), cuya fiesta se celebra hoy, es uno de los santos más conocidos de la Iglesia. Este sacerdote italiano es reverenciado como un confesor compasivo y por los milagros que Dios hacía por medio de él; además de que tuvo los estigmas, las marcas de las heridas de Cristo. Con prédicas sobre Jesús y palabras de sabiduría, el Padre Pío tocó millones de vidas, a pesar de que raramente salió del monasterio. Pero, ¿qué había detrás de todo esto? En una palabra, generosidad. La vida del Padre Pío es un ejemplo perfecto de alguien que proclamó el Reino de Dios. Confiaba en el amor de Dios, y por eso recibió la gracia de compartir ese amor con todas aquellas personas con quienes pudo compartirlo. Para él, esto significó pasar largas horas cada día rezando y escuchando confesiones. En sus cincuenta y un años de ministerio, nunca tomó vacaciones; simplemente se dedicó a entregarse a los demás, y Dios recompensó su generosidad derramando muchos dones sobre él, un humilde fraile. Pero cuando leemos algo sobre el Padre Pío, tal vez pensamos “Yo nunca podré ser como él”. Pero no
te preocupes, no se supone que seas exactamente como él. El Padre Pío, y la mayoría de los santos de la Iglesia, nos enseñan que Dios utiliza a cualquier persona que responda generosamente a su llamado. Cuando aceptamos los dones que Dios nos da y los compartimos, él nos da aún más. Los dones que nos concede el Señor son diferentes para cada uno. La vida del Padre Pío no se parece a la de San Francisco Javier, y la de este no es igual a la de la Madre Teresa, cuya vida, a su vez, no es como la de la joven madre de cuatro niños que los lleva a la Misa diaria o del pensionado que se dedica a enseñar idiomas a los inmigrantes. La clave es la generosidad. Si estás dispuesto a compartir lo que Dios te ha dado, él te concederá más dones y bendecirá a más personas a través de tu servicio. Solo piensa en el Padre Pío, que pasó su vida en un monasterio ordinario; de igual modo, incluso en tu mundo ordinario, Dios te dará oportunidades de anunciar su Reino; y si respondes con fe, encontrarás cada vez más oportunidades. “Señor, dame la gracia de anunciar tu Reino, lo que sea que me pidas hoy, yo lo haré.” ³³
Proverbios 30, 5-9 Salmo 119 (118), 29. 72. 89. 101. 104. 163
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de septiembre, jueves Lucas 9, 7-9 Los informes sobre quién era Jesús iban y venían, y Herodes los escuchaba, pero como sucede a menudo, los rumores solamente provocaron incertidumbre pues generaban más preguntas que respuestas. Estas son algunas de las historias que escuchó Herodes: Jesús había calmado una tormenta violenta, había sanado a un hombre endemoniado, al sirviente de un centurión y a una mujer con hemorragias; además había hecho revivir al menos a dos personas que habían muerto. Y esta era la interpretación que muchas personas le estaban dando a estas noticias: Jesús de Nazaret estaba cumpliendo la profecía de Isaías sobre el Mesías que habría de venir: los ciegos ven, los cojos caminan, los leprosos son sanados, los sordos oyen, los muertos resucitan y los pobres reciben la buena nueva. Todo parecía muy claro, y sin embargo Herodes preguntó: “¿Quién será, pues, este del que oigo semejantes cosas?” Herodes era judío y sin duda conocía las palabras de Isaías; pero las intrigas lo tenían mareado y su conciencia estaba llena de culpa, porque vivía con la esposa de su hermano y había ordenado la decapitación de Juan el Bautista. Probablemente, temía perder el trono a causa de estos actos. Así que su preocupación le hizo endurecer 90 | La Palabra Entre Nosotros
el corazón y cerrar la mente a la posibilidad de que Jesús fuera el Mesías. Cuando uno pone oído a todo lo que se dice, es fácil sentirse desconcertado o endurecer el corazón; pero lo único que uno necesita es una voz clara, solo una, para calmar el corazón y guiar el pensamiento. Esa es la voz del Señor que nos habla en la Escritura, en la liturgia y en el silencio de tu corazón mientras rezas. Cuando tu paz se vea agitada por relatos de pecado, o cuando tus propios pensamientos lleguen a perturbarte, deja de escuchar. Vuélvete hacia Aquel que está presto para decirte la verdad. Si es necesario, empieza por arrepentirte de cualquier pecado que se interponga entre tú y Cristo y reconoce cualquier inquietud que te esté endureciendo el corazón. Luego pídele al Espíritu Santo que te ayude a discernir entre las voces y presta atención a lo que viene a tu mente. Si los pensamientos son positivos, de ayuda, de amor o misericordia, probablemente son inspirados por el Espíritu Santo. Deja que Dios te hable y que silencie todas las demás voces. “Espíritu Santo, ayúdame a escuchar la verdad que me hace libre.” ³³
Eclesiastés 1, 2-11 Salmo 90 (89), 3-4. 5-6. 12-13. 14. 17
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de septiembre, viernes Lucas 9, 18-22 Y ustedes, ¿quién dicen que soy yo? (Lucas 9, 20) En los aeropuertos cuando vas de viaje, en el consultorio del médico, cuando cambias un cheque en el banco, muy a menudo te piden una identificación y sin pensarlo dos veces presentas la licencia de conducir, la tarjeta de residencia, el pasaporte u otra cédula de identidad que certifica quién eres tú. Pero tú sabes que tu verdadera identidad en realidad no la define un documento. Tu identidad está definida por la red de relaciones que te caracterizan y te sustentan: tus padres, tus hermanos, tus amigos cercanos y tus hijos. Todos ellos han ayudado a formarte de una mejor manera que un simple documento. Cuando el Señor Jesús les preguntó a sus discípulos, “¿Quién dicen ustedes que soy yo?”, Pedro respondió, correctamente y con mucha seguridad: “El Mesías de Dios” (Lucas 9, 20). Pero, ¿hasta qué punto estaba él consciente de que estar junto al Señor había ido moldeado su propia identidad? Pedro y los otros apóstoles habían seguido a Jesús por un tiempo, y él había dejado en ellos una marca indeleble; los había transformado al punto de que ellos estaban decididos a seguirlo hasta la muerte. Tal
vez no eran completamente fieles a él, y tenían aún mucho que aprender, pero ya habían sido transformados de manera profunda. ¿Quién dices tú que es el Señor Jesús? Al igual que sucedió con los primeros discípulos, tu respuesta nacerá del tipo de relación que tengas con él. Por ejemplo, si dices “Jesús, tú eres mi Señor y Salvador”, entonces harás lo que él te pida. Si dices “Tú eres el camino, la verdad y la vida”, entonces estarás dispuesto a seguirlo, incluso en tiempos de oscuridad. Si le dices “Tú eres mi amigo”, entonces confiarás en él en cualquier situación que enfrentes. Desde luego, todas estas son declaraciones absolutas, y ninguno de nosotros puede vivirlas a la perfección. Tampoco podía hacerlo Pedro cuando dio su respuesta. Pero está bien. Cuando el Señor pregunta “¿quién dicen ustedes que soy yo?”, también te está haciendo una invitación: Mantente cerca de mí, sumérgete en mi amor, pasa tiempo con mis seguidores. Tu identidad seguirá cambiando, y tú serás cada vez más fiel a mí, al igual que lo fue Pedro. “Señor Jesús, tú eres el Cristo. Ayúdame a encontrar mi verdadera identidad en tu amor.” ³³
Eclesiastés 3, 1-11 Salmo 144 (143), 1a. 2abc. 3-4
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de septiembre, sábado Santos Cosme y Damián, mártires Lucas 9, 43-45 Seguramente los apóstoles se asustaron cuando el Señor les dijo que él tendría que sufrir, ser rechazado por los maestros de la ley y ejecutado. Aun cuando no podían entender a qué se refería, captaron que su tono no auguraba nada bueno y eso les causó temor. ¿Cómo podía él, que era capaz de hacer milagros y ser tan sabio, dejarse apresar por los jefes religiosos en Jerusalén? ¿Cómo provocaría una reacción tan adversa que ellos quisieran matarlo? Pero eso no era todo: Posiblemente los discípulos entendieron que si Jesús estaba en peligro, ellos podían estarlo también. ¡Con razón se quedaron mudos! No querían escuchar las respuestas a las preguntas que surgían en su corazón, pues las posibilidades eran aterradoras. Posiblemente el temor nos perturba más a menudo de lo que queramos admitir. Incluso el Señor experimentó miedo; recuerda sus palabras en el huerto de Getsemaní. El miedo es una reacción perfectamente normal frente a cualquier peligro que enfrentemos. Incluso podríamos decir que Dios nos dio este don para mantenernos a salvo; por ejemplo, la reacción de “pelear o escapar” ha salvado a los seres humanos del peligro por años. 92 | La Palabra Entre Nosotros
Pero, al igual que cualquier emoción, el miedo sin fe puede escapar de nuestro control y separarnos del Señor, que es la fuente de toda confianza y paz, y puede ensombrecer nuestra capacidad de usar la razón para saber cuál es la mejor respuesta; además, nos puede hacer sentir solos e indefensos, cuando en realidad no lo estamos. Habrá situaciones en la vida que te causen temor; pero tú no debes permitir que el miedo te controle o te abrume. Si puedes dar un solo paso hacia adelante con confianza, encontrarás una nueva fuerza; tus miedos disminuirán y eso te dará esperanza; puede ser que no desaparezcan por completo, pero no te controlarán. La próxima vez que el temor haga presa de ti, preséntaselo al Señor, pídele que te conceda su paz y te haga ver la realidad como él la ve, y habla con tu esposo o esposa o con un amigo de confianza, alguien pueda ayudarte a superar el miedo. Recuerda que no importa tener miedo, siempre y cuando enfrentes el temor con fe en Dios, que es poderoso y generoso. “Señor, tu amor echa fuera cualquier temor, yo confío en ti.” ³³
Eclesiastés 11, 9—12, 8 Salmo 90 (89), 3-4. 5-6. 12-13. 14. 17
MEDITACIONES SEPTIEMBRE 27-30
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de septiembre, XXVI Domingo del Tiempo Ordinario Filipenses 2, 1-11 ¡Es momento de hacer un pequeño examen! ¿A qué se refiere San Pablo en Filipenses 2, 1? ¿Qué llenaría a Pablo de alegría? (2, 2). ¿Qué quiere Pablo que tengamos en nuestras relaciones? (2, 3-4) Si respondiste unidad en Cristo a las tres preguntas, estás en lo correcto. Pablo utiliza la frase “en Cristo” más de ciento setenta veces en el Nuevo Testamento, y la usa para hablar sobre cómo podemos experimentar la ternura, el amor y la misericordia del Señor. También la usa para decirnos que hemos sido redimidos a través de la fe que tenemos en Jesucristo y para describir la manera en que podemos encontrar unidad en la familia, la iglesia y el mundo. Básicamente, la unidad entre unos y otros crece conforme nosotros crecemos en la unidad con Cristo. La iglesia de Filipos parece haber estado sufriendo algún tipo de división. No está claro si la desunión era provocada por personas de la iglesia o por agitadores ajenos a ella, pero eso no
importaba tanto. La respuesta de Pablo habría sido la misma en cualquier caso: procuren que la unidad entre ustedes sea su principal meta. Ahora, Pablo no está diciendo que todos tenemos que pensar de la misma manera. Tener diferentes opiniones es saludable, porque nos ayuda a ampliar la mente. Al mismo tiempo, hay que tener cuidado de no permitir que las diferencias sean más grandes que el amor, especialmente en nuestros hogares. Si eso sucede, debemos detenernos, calmarnos y recordar la meta principal. Todos experimentamos una lucha interna entre el egoísmo y la generosidad, entre el orgullo y la humildad; todos tenemos que “morir a nosotros mismos” y “vivir para Dios”. Entre más triunfemos en esta lucha, más podremos amarnos unos a otros y vivir en armonía. Entonces, haz un esfuerzo consciente de no permitir que predominen las emociones divisivas. Intenta escuchar a todos los que te rodean y trátalos como a hermanos tuyos. En resumen, “tengan los mismos sentimientos que tuvo Cristo Jesús” (Filipenses 2, 5). “Señor, ayúdame a trabajar para procurar la unidad.” ³³
Ezequiel 18, 25-28 Salmo 25 (24), 4-5. 8-10. 14 Mateo 21, 28-32
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de septiembre, lunes San Wenceslao, mártir o Santos Lorenzo Ruiz y compañeros, mártires Lucas 9, 46-50 Los amigos íntimos son aquellos que han pasado tanto tiempo juntos que se conocen perfectamente. Pero a veces, incluso los buenos amigos pueden equivocarse uno respecto del otro. Solo Dios conoce las intenciones más profundas del corazón. En el Evangelio de hoy, vemos que los amigos más cercanos del Señor tenían dificultades para entenderlo. Ya lo habían visto dar de comer a cinco mil personas y sanar a un muchacho poseído por un demonio; Pedro, Santiago y Juan lo habían visto transfigurarse en gloria; pero cada vez que él hablaba sobre su muerte inminente, ellos no entendían. No podían comprender la naturaleza sacrificial de su amor. Lo irónico es que, al final, se vieron enfrascados en una discusión sobre cuál de ellos era el más importante. Pero el Señor, que los conocía mejor que un amigo íntimo, sabía lo que estaban pensando, y conocía bien el orgullo y la rivalidad que había entre ellos mucho antes de este pequeño incidente. Así que, pacientemente, dejó claras sus prioridades; tomando a un niño les dijo: “El más pequeño entre todos ustedes, ese es el más grande” (Lucas 9, 48). 94 | La Palabra Entre Nosotros
Cristo nunca se cansaba de las preguntas de sus discípulos y sabía que la fe de ellos era débil, pero continuó enseñándoles diariamente, hasta aquella fatídica tarde del viernes cuando, crucificado, les reveló la insondable magnitud de su amor. El Señor está consciente también de las intenciones de tu corazón, pues habita en él y te conoce mejor de lo que tú mismo te conoces; él ve todos tus pensamientos y emociones, sabe cuáles son las palabras que dirás, antes de que tú las pronuncies. También ve el bien que hay dentro de ti y conoce tus reacciones más imperfectas y, de la misma forma en que ayudó a sus discípulos, te ayudará a ti. Al hablarle al Señor hoy en tu oración, deja que él escudriñe tu corazón; deja que su luz revele la misericordia y la generosidad que ya hay ahí. Permite que pacientemente descubra cualquier temor y resentimiento que te tenga atado y te enseñe a demostrar su mismo amor, que tiene el poder de renovar tu mente y tu corazón, para que pienses como él piensa y ames como él ama. Nunca dudes de que el Señor Jesús es el mejor amigo que puedas tener. “Señor, ayúdame a parecerme más a ti.” ³³
Job 1, 6-22 Salmo 17 (16), 1. 2-3. 6-7. 8b. 15
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de septiembre, martes Santos Arcángeles Miguel, Gabriel y Rafael Juan 1, 47-51 Hermano, cuando tú piensas en el futuro, ¿cómo te sientes? Si estás esperando la boda de un familiar o la llegada de un nuevo bebé, posiblemente estés muy entusiasmado; pero si no estás seguro de si podrás cubrir tus cuentas a fin de mes o estás esperando los resultados de unos exámenes médicos, tal vez estés nervioso. La visión que tengamos del futuro suele depender de lo que estemos experimentando en el presente. La esperanza que tenemos de vivir con Dios en la gloria del cielo también depende de lo que creamos ahora. Después de la afirmación de Natanael de que Jesucristo era el Hijo de Dios y el rey de Israel (Juan 1, 49), Jesús le dijo que un día lo vería a él en la gloria del cielo rodeado de los ángeles. Ese vislumbre del futuro fue presentado a partir del presente: lo que Natanael creía del Señor. Este discípulo hizo su declaración de fe porque estaba asombrado de que Jesús lo conociera interiormente, a pesar de que acababan de conocerse, y en ese momento, supo que Dios lo conocía y lo amaba. Por eso es importante que reafirmemos continuamente la fe que tenemos. Si dudamos de que el Señor
nos conozca tan bien como conocía a Natanael, o si no entendemos cómo es que él pueda amarnos, entonces es posible que no estemos seguros de llegar un día al cielo. Incluso podríamos pensar que no merecemos vivir a su lado para siempre. Hermano, sigue la guía de Natanael y haz tu propia declaración de fe. Repite: “Dios me conoce desde antes de que yo naciera, y me ama más de lo que nadie más podría amarme, y anhela pasar la eternidad conmigo.” Con el tiempo, mientras interiorizas estas verdades, tu perspectiva sobre el futuro cambiará. Empezarás a desear que llegue ese día en que finalmente entres al cielo y te encuentres con el Señor cara a cara. ¿Te imaginas cómo será estar delante del trono de Dios, con los ángeles y los arcángeles ascendiendo y descendiendo, tal como Cristo lo prometió? El cielo está lleno de los santos y los ángeles de Dios, y él quiere que tú te unas a ellos. Para aquellos que creemos, el futuro no puede ser más esplendoroso. “Señor, quiero pasar la eternidad junto a ti.” ³³
Daniel 7, 9-10. 13-14 (o Apocalipsis 12, 7-12) Salmo 138 (137), 1-2ab. 2cde-3. 4-5
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de septiembre, miércoles San Jerónimo, obispo y doctor de la Iglesia Lucas 9, 57-62 Jesús le respondió. (Lucas 9, 58) Cuando el Señor Jesús inició su viaje final hacia Jerusalén, lo abordaron tres aspirantes a discípulos, que lo querían seguir, pero sus responsabilidades y preocupaciones parecían impedírselo. En respuesta a sus peticiones, el Señor dejó en claro que seguirlo no siempre es fácil, y les propuso analizar mejor la realidad de cada uno para que vieran claramente sus verdaderas motivaciones y decidieran si realmente querían ser sus discípulos o no. Ahora, observa cómo cada una de estas personas reaccionó a la invitación del Señor poniendo como disculpas algunas de las circunstancias de su vida: un funeral, despedirse de la familia, la preocupación por tener un hogar. Así, Cristo no solo respondió a lo que cada uno dijo superficialmente, sino también a sus motivaciones, temores e intenciones más profundos. Una de las respuestas que dio el Señor revela que probablemente el primero que se le acercó tenía falsas expectativas acerca de una vida cómoda y fácil. Por otra de las respuestas, llevó al aspirante a discípulo a enfrentar su escasa disposición a hacer sacrificios. Jesús nunca habló con rudeza, pero 96 | La Palabra Entre Nosotros
sí con plena honestidad. A cada persona que se le acercaba le hacía ver cómo podía dar el siguiente paso para responder adecuadamente a su radical llamado. Jesucristo también puede ayudarte a ti, hermano, a verte a ti mismo más claramente. Él sabe con cuánta fidelidad lo sigues y cuánto lo amas, y quiere mostrarte en qué aspectos de tu discipulado eres fuerte, pero también en cuáles necesitas más gracia divina. Lo que siempre quiere hacer es ayudarte a ser realista sobre su llamado al discipulado; pero a pesar de que el viaje sea costoso, quiere que estés seguro de que él te acompaña paso a paso por el camino. Habla hoy con el Señor y dile que tú quieres seguirlo. Pero también dile lo que está sucediendo en tu vida en este momento y cualquier duda que tengas. Deja que te responda como lo hizo con las personas del Evangelio de hoy, para que logres entender tus motivaciones un poco mejor. Así estarás listo para dar el siguiente paso en tu caminar a su lado. “Amado Jesús, quiero caminar contigo así como lo hicieron tus discípulos. Ayúdame a ver el siguiente paso que debo dar hoy en forma realista.” ³³
Job 9, 1-12. 14-16 Salmo 88 (87), 10-15
Foyer de Charité “Santa Rosa” Un lugar especial para Retiros Espirituales
Por el momento no hay ninguna programación de retiros, debido a la Pandemia Foyer de Charité “Santa Rosa” Av. Bernardo Balaguer s/n - Ñaña Telf. 359-0101 / 994 896 295
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