TextoCarta completo de Pedro: de lainterno Misa católica del penal y meditaciones Castro Castro diarias
FEBRE R O - M A R Z O 2 0 2 0
En la barca con Jesús
El Señor nos invita a navegar mar adentro
AQUÍ VA EL SELLO
En este ejemplar:
Febrero - Marzo 2020
En la barca con Jesús Carta de Pedro Interno misionero del Penal Castro Castro-Perú
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En la barca con Jesús La gracia de la presencia del Señor
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Navega mar adentro La gracia de la obediencia
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Baja de la barca La gracia de la misión
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Un joven empieza a vivir El plan de Dios es mucho mejor Por el seminarista James Fangmeyer
25
Si tan solo toco su manto Recibir el poder sanador de Dios
31
Meditaciones diarias
Febrero del 1 al 29 Marzo del 1 al 31
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La Iglesia: la barca de Pedro
Q
ueridos hermanos: ¿Ha navegado alguno de ustedes en alta mar? Los apóstoles del Señor eran pescadores y estaban acostumbrados a navegar en el Mar de Galilea (Lago Tiberíades o Lago Genesaret), que tiene una superficie de 166 kilómetros cuadrados, y donde a veces se suscitan violentas tormentas. ¿Se imaginan un barco zarandeado en un mar profundo y agitado por una tormenta? Por grande que sea la embarcación, todo parece inestable y es difícil mantenerse en pie, para no hablar del mareo y el peligro de zozobrar y hundirse, lo que naturalmente significaría la muerte. Siempre se ha dicho que la Iglesia Católica es la barca de Pedro, que navega por el mar embravecido de una humanidad pecadora, rebelde y egoísta, que a menudo sufre los embates de grandes oleajes de crítica, incredulidad, mala intención, e incluso de las faltas de sus propios tripulantes. Como todos (los católicos) “estamos en el mismo bote”, lo que le sucede a la Iglesia nos afecta a todos. Por eso, no podemos dejar de orar por la Iglesia, empezando por el sucesor de Pedro, que la dirige, y por todos los que la formamos. Las palabras del Papa Emérito 2 | La Palabra Entre Nosotros
Benedicto XVI, pronunciadas días antes de presentar su dimisión, nos reconfortan: “Siempre he sabido que la barca de la Iglesia no es mía, no es nuestra, sino del Señor y no la dejará hundirse. Es él quien la conduce, por supuesto, a través de los hombres que ha elegido. Esta es una certeza que nada puede ofuscar. Y es por ello que mi corazón está lleno de agradecimiento a Dios, porque no le falta a toda la Iglesia, ni a mí, su consuelo, su luz y su amor.” ¡Que así sea! Artículos adicionales. Estando en Cuaresma, no podemos dejar de reflexionar en la Cruz de Cristo, aquel cruel instrumento de muerte que usaban los romanos y que terminó por convertirse en instrumento de salvación de todos los que creemos en Jesucristo, nuestro Señor. Pero, como nos dice Mons. Peter Magee en su artículo, la cruz está en crisis, porque toda la Iglesia y la humanidad entera están en crisis. Veamos qué nos dice. Para terminar, presentamos el testimonio de un joven que, habiendo buscado satisfacción y realización en el mundo, finalmente puso oído a la llamada del Señor y se dio cuenta de la vocación que tenía. Ojalá haya muchos otros jóvenes que eleven la mirada y el corazón
al cielo y sigan su ejemplo. Les deseamos una Cuaresma y una Pascua de Resurrección llenas de bendiciones. Luis E. Quezada Director Editorial editor@la-palabra.com
La Palabra Entre Nosotros • The Word Among Us
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Carta de Pedro interno misionero del Penal Castro Castro:
“Este año la imagen del Señor de los milagros ingresó al patio de todos los pabellones, toda la población (mas de 6,400 internos) lo pudo ver y rendirle homenaje”
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San Juan de Lurigancho, Diciembre de 2019 Hermanos de la Revista “La Palabra Entre Nosotros”: Queridos y recordados hermanos en Cristo, un saludo fraterno a todos y en especial a quienes dirigen la revista LA PALABRA entre-nosotros; es muy grato compartir con ustedes mi experiencia como interno misionero de la Capellanía del EP. Miguel Castro Castro, en el distrito de San Juan Lurigancho, Lima- Perú. Mi nombre es Pedro, llevo 17 años de mi vida como misionero en los penales; me inicié en el penal San Pedro (Lurigancho), Ahí el Señor me acogió los brazos, a través de un ángel que Dios envió en mi vida, el Padre capellán, padre Miguel Parets, mi gran guía espiritual. Luego fui trasladado al penal de Ancón I (Piedras Gordas), lugar donde me aferré a Dios y a su Palabra comentada en la bendita revista “LA PALABRA entre-nosotros”, los testimonios que esta maravillosa revista trae, fueron un bálsamo de consuelo y esperanza en mi día a día de la vida. Después fui trasladado a Castro Castro, donde me encuentro desde el año 2009, desde que llegué aquí me he dedicado plenamente al servicio de la Capellanía, muchos me dicen que soy el sacristán..., estoy feliz de servir a Dios en mis hermanos los internos y los agentes pastarles que vienen diariamente para apoyarnos en una diversidad de actividades en
bien delos privados de libertad. Les comparto que este penal todos los años celebramos la fiesta del Señor de los Milagros y nos preparamos con un mes de anticipación, las hermanas Carlota y Tersa nos ayudan a desarrollar una misión con la cual visitamos los 13 pabellones que tiene el penal. Este año tomamos las palabra de
la Virgen María: “hagan lo que ÉL les diga” (Jn. 2, 5), ya es ya hora!. Esta reflexión nos fue acercando a Jesús, a su persona y su persona, lo cual nos permitió interrogarnos, ¿qué nos está pidiendo el Señor en este momento concreto...ha sido un regalo reconocer cuanto sabemos de Él y como nos desafía para vivirlo. Muchos se decían ¡Ya es la hora! “no podemos dejar pasar esta oportunidad que Dios nos da, no esperemos estar afuera para cambiar, la hora es esta; QUEREMOS CAMBIAR, nuestras actitudes, defectos, modos de vida que nos han traído aquí, confiamos Febrero / Marzo 2020 | 5
en que el Señor nos va ayudando, ¡esta es nuestra hora! En este recorrido anticipado por los pabellones nos fuimos evangelizando unos a los otros…la convivencia que fuimos gestando, fue encendiendo “pequeñas luces” de entusiasmo, de alegría, de compromiso ante la gran celebración de la Fiesta del Señor de los Milagros que con tanta alegría celebramos. Nuestro Señor de Pachacamilla, este año hizo el gran Milagro de ingresar al patio de todos los pabellones; toda la población penal (más 6400) lo pudo ver y rendir emotivos homenajes: saludo de la escolta, bailes, cantos, poesías, décimas y por su puesto la rica comida de la vieja Lima: anticuchos, choncholíes, turrón, mazamorra morada, arroz con leche etc. Esta vista de la Sagrada imagen del Cristo Moreno, nos ha hecho sentir que Jesús se hace presente en cada uno de nosotros, a pesar de que mucha gente de nuestra sociedad nos excluye y margina; ellos olvidan lo que Jesús nos enseña en su evangelio: “ámense los unos a los otros como yo los 6 | La Palabra Entre Nosotros
he amado”. Para mí esto es claro, lo tengo grabado en mi corazón. Este es el Milagro que nuestro Señor de Pachacamilla nos trae cada día para sobrellevar nuestra cana con fe y esperanza, pensando en que mañana será mejor!. A través de esta revista, mi saludo y cariño a todas mis hermanas y hermanos privados de su libertad, déjense tocar por Dios, abran su corazón a Él y verán las maravillas que él puede hacer en ti. “Yo estoy a la puerta y llamo; si alguien oye mi voz y abre la puerta, entraré en su casa y cenaré con él y él conmigo” (Ap. 3,20) Pedro Sotelo Herrera Penal, Miguel castro castro.
En la barca con Jesús La GRACIA de la presencia del Señor
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T
ras una noche larga e infructuosa en el Lago de Genesaret (o Mar de Galilea), Simón y su hermano Andrés habían estado echando las redes al agua, pero sin recoger ningún pez. Ahora estaban cansados y deprimidos en la orilla, con el resto de los pescadores, limpiando las redes. Simón quería terminar luego y ya estaba pensando en un buen desayuno y luego algunas horas de sueño. En muchas noches ocurría lo mismo y esperaban que a la noche siguiente tuvieran mejor suerte. Pensando en estas cosas, de pronto se dio cuenta de que se había reunido gente en la playa. ¡Ah, claro! Era Jesús, el rabino que enseñaba y curaba a los enfermos. Como siempre, lo rodeaba una multitud de personas entusiasmadas y deseosas de ver sus milagros y escuchar lo que él decía. Pero Jesús vino hacia su barca. Miró directamente a Simón y le hizo un gesto con la mano. Pero, ¿qué quiere hacer Jesús? ¿Quiere subir a mi barca? Simón se pregunta. ¿Quiere que yo haga algo?
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“¿Puedes separar un poco la barca de la orilla?” le pidió Jesús. “Escucharán mejor si les hablo desde allí.” Todo lo que Simón pensaba era cuánto quería desayunar y acostarse a descansar y dormir. Pero vio que no podía negarse a esta petición así que hizo lo que el Señor le pedía. Luego Jesús comenzó a enseñar a la multitud. Simón le había oído hablar antes, pero ahora veía que no podía dejar de poner atención a sus palabras. ¡Jesús sabía mantener la atención de la gente! Sabemos lo que sucedió a continuación. Desde aquel momento, Simón Pedro vio que la vida se le volvía al revés, y todo porque al Señor se le ocurrió pedirle algo, y vino directamente a la barca de Pedro, aquel lugar donde éste se sentía cómodo y seguro, donde pasaba gran parte de su tiempo, donde se ganaba la vida. En esta Cuaresma, reflexionaremos sobre cómo fue que Jesús escogió a Pedro, lo buscó, subió a su barca y entró en su vida. También meditaremos en dónde y cómo Dios nos ha buscado a cada uno de nosotros en el pasado, cómo nos busca ahora y cómo podemos lograr que la gracia de este tiempo cuaresmal nos ayude a responderle bien.
No, no fue al azar. Es claro que el Señor buscó a Pedro y su hermano Andrés, pues quería que estos dos pescadores no fueran solamente otros dos seguidores más; quería iniciar una amistad real y personal con ellos. Por eso, les habló directamente y subió en su barca. Jesús es en efecto el iniciador. Esto es lo que desea hacer con todos nosotros. Quiere entablar una profunda amistad con cada uno de nosotros, por eso nos habla directamente y nos invita a darle la bienvenida. No se queda al borde de nuestra vida esperando a que nos demos cuenta. No, él llama a la puerta del lugar donde vivimos, donde trabajamos y donde tenemos nuestra familia y especialmente a la puerta de nuestro corazón. Y así nos escoge a cada uno, no por lo que podamos hacer por él, sino simplemente por el gran amor que nos tiene. Hay otros pasajes en los Evangelios en los que el Señor actúa de modo similar. Un día, en Cafarnaúm, se acercó a Mateo, el recaudador de impuestos que estaba en su puesto de trabajo, y le dijo “Sígueme” (Mateo 9, 9). En otra ocasión, en la ciudad de Jericó, había otro hombre de baja estatura, llamado Zaqueo, que se subió a un árbol para tratar de ver a Jesús cuando pasara por ahí. Al verlo, el Señor le dijo: “Zaqueo, baja en seguida, porque hoy tengo que quedarme en tu casa” (Lucas 19, 1-5). Y tal como sucedió con Pedro, la vida de Mateo y de Zaqueo se les transformó por completo.
Jesús, el iniciador. Por ahora, volvamos a la escena junto al lago. ¿En qué iba pensando Jesús mientras caminaba entre la muchedumbre aquella mañana? ¿Crees que escogió la barca de Pedro al azar? Después de todo, había probablemente unos diez o veinte pescadores con sus barcas en la orilla del lago esa mañana. Jesús, el que cambia la vida. Ya sea Febrero / Marzo 2020 | 9
Jesús vino directamente a la barca de Pedro, allí donde éste se sentía cómodo y seguro. que hayamos tenido o no un encuentro similar con Cristo, lo cierto es que Jesús no nos busca una sola vez. De hecho, continuamente está subiendo a nuestra “barca”, con la salvedad de que, por supuesto, él es un invitado prudente y muy cortés, que nunca se impone en la vida de nadie. Él simplemente hace la pregunta y luego espera a que lo invitemos a una y otra vez. Especialmente en el tiempo de Cuaresma, Jesús quiere entrar en tu vida e iluminar y bendecir tus sueños y anhelos, tus pensamientos y temores, tus hábitos y actitudes; quiere llenar todo lo bueno que tengas con su gracia y sanar las áreas de oscuridad que haya en tu vida, para que pueda transformarte y renovar tus deseos, palabras y obras una y otra vez. Pero no creas que Cristo espera que 10 | La Palabra Entre Nosotros
te conviertas en santo de la noche a la mañana, pues sabe que este es un proceso de toda una vida. Piensa en Pedro. Tal vez decidió hacerse discípulo ese día en la barca, pero todavía tenía que crecer bastante en su fe y a veces en forma drástica. Después de ese primer encuentro, Pedro seguía teniendo dificultades. Cuando salió de la barca, sus pecados y su tendencia a confiar en sus propias fuerzas siguieron acompañándolo, pero el Señor no había buscado a Pedro porque éste fuera perfecto, ni dejó de buscarlo cuando éste falló. Jesús vino a buscar a los pecadores y Pedro era uno de ellos. Jesús, fiel y persistente. Recordemos
otro lamentable episodio que ocurrió entre Jesús y Pedro, cuando éste hizo lo inconcebible. Había seguido a Jesús durante tres años, lo había proclamado como el Mesías, y después de prometer que nunca lo negaría, lo abandonó cuando lo arrestaron y luego ¡lo negó tres veces! Se ve que estas fallas gravitaron enormemente en la conciencia de Pedro, incluso después de encontrarse con el Señor resucitado en la Pascua. San Juan relata que Jesús volvió a buscar a Pedro y lo encontró en un lugar cómodo y familiar: su barca de pesca (Juan 21, 1-19), porque Pedro había regresado al lago con siete de sus amigos. Esta vez, igual que antes, Jesús llegó a la orilla del lago donde sabía que allí encontraría a Pedro y los otros discípulos. Los llamó y les preguntó si habían pescado algo, aunque sabía perfectamente que no era así, y les pidió que de todos modos lo intentaran de nuevo. Esta vez la pesca fue tan grande que apenas podían alzar las redes. Pedro se impresionó tanto al reconocer que aquel que les hablaba era Jesús que saltó de la barca y nadó hasta llegar a la orilla. Cuando todos hubieron compartido el desayuno que les había preparado, Jesús llevó aparte a Pedro y le preguntó tres veces: “¿Me amas?”, una por cada vez que éste lo había negado (Juan 21, 15-17). El Señor habría tenido toda la razón si se hubiera distanciado de Pedro, pero prefirió buscarlo. Ni las negaciones ni los pecados pasados de Pedro pudieron impedir que Cristo lo buscara hasta encontrarlo;
y lo hizo, no solo para cerciorarse de que Pedro supiera que lo había perdonado, sino también para encomendarle la misión de anunciar la buena noticia: “Cuida de mis corderos… Cuida de mis ovejas”. ¡Qué extraordinariamente bondadoso es nuestro Dios! Nos busca hasta encontrarnos, incluso cuando nos sentimos indignos; cuando hemos pecado, e incluso cuando le hemos fallado tan gravemente como lo hizo Pedro. El Señor nunca olvida el “sí” que le dimos en el pasado, y por eso sigue buscándonos y pidiéndonos que lo recibamos en la “barca” de nuestra vida. Busca a Jesús en esta Cuaresma. Jesús te está buscando de un modo especial en esta Cuaresma; te está buscando aun cuando tú estés en una situación muy difícil de tu vida o sientas que no puedes librarte de un pecado habitual o persistente. Cristo te sigue buscando siempre, incluso si estás experimentando una época de paz y bendición. ¿Por qué? Porque siempre tiene más gracia para que la experimentes, especialmente la gracia de su presencia. Por lo tanto, búscalo, porque él te visitará en el lugar donde estés más tranquilo y cómodo; o sea, quizás en la cocina de tu casa, en el taller u oficina o en tu sillón favorito. Cristo te está buscando en la rutina cotidiana, tal como buscó a Pedro cuando éste estaba pescando. Pero no es solo en los sucesos ordinarios de la vida donde encontrarás al Señor. Especialmente en la Cuaresma, lo encontrarás cuando dediques tiempo Febrero / Marzo 2020 | 11
a rezar o ayunar, y él te hablará cuando leas su Palabra en la Sagrada Escritura o cuando reces el rosario o las Estaciones de la Cruz. Te dirá palabras íntimas de perdón en el Sacramento de Reconciliación, y le encontrarás cuando le des una mano a algún necesitado en tu vecindario o en la calle. Sea lo que sea que decidas hacer, no dejes de venir con un corazón abierto y expectante. ¡No dejes que Jesús pase de largo, ni dejes que el sentido de culpa o el ajetreo de tu vida te impidan acercarte al Señor! ¡Dale la bienvenida a tu barca! ¢
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En la Cuaresma encontrarás a Jesús cuando dediques tiempo a ayunar y rezar.
Navega MAR adentro La GRACIA de la obediencia
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E
l sol matutino ya iba subiendo y Pedro estaba cada vez más inquieto. Había escuchado la predicación de Jesús, pero él estaba cansado y tenía hambre y sed. Lo que realmente quería era volver a la orilla, dejar allí al Señor y regresar a casa para comer y descansar. Pero luego, de repente, Jesús le dijo: “Lleva la barca a la parte honda del lago, y echen allí sus redes, para pescar” (Lucas 5, 4). ¿Para pescar? Pedro pensó que Jesús estaba bromeando. “El pescador soy yo, no tú. Llevo años pescando aquí y sé cuando hay peces y cuando no. ¿Por qué crees que voy a pescar algo ahora?” Pero Jesús lo miraba directamente a los ojos y, al parecer, su mirada le llegaba hasta el alma. Tanto fue así que Pedro pensó “Hay algo especial en este hombre” y respondió: “Maestro, hemos estado trabajando toda la noche sin pescar nada; pero, ya que tú lo mandas, voy a echar las redes” (Lucas 5, 5). Ahora piensa: ¿Qué habrías hecho tú si fueras Pedro? ¿Habrías vuelto al mar contra tu mejor juicio? A veces seguir a Cristo resulta difícil, especialmente cuando creemos que sabemos mejor cómo hacer las cosas o queremos hacerlas a nuestra manera. Pedro fue capaz de superar sus objeciones porque Jesús estaba allí frente a él en la barca, de modo que la gracia de su presencia movió a Pedro a obedecerle. 14 | La Palabra Entre Nosotros
Ahora queremos reflexionar cómo podemos parecernos más a Pedro cuando volvió a echar las redes. ¿Cómo podemos ser más obedientes a Dios? Podemos serlo mediante la gracia, la gracia de la obediencia. A veces pensamos que la obediencia es inalcanzable, pero es ante todo una gracia que cualquiera de nosotros puede pedir y recibir, simplemente porque viene de la presencia de Cristo Jesús en la “barca” de nuestra vida. Tal vez creamos que la obediencia depende del esfuerzo que hagamos nosotros, pero en realidad la gracia de Dios y su presencia son las que actúan y nos permiten decir que sí. Navega mar adentro. La Cuaresma nos ofrece una oportunidad perfecta para hacer nuestras las palabras de Cristo a Pedro: “Lleva la barca a la parte honda del lago” (Lucas 5, 4). En estas seis semanas, Dios nos invita a ayunar, orar y dar limosna; nos invita a tener una experiencia más profunda del amor que nos tiene, una experiencia profunda de arrepentimiento y una mejor y mayor disposición de entregarle la vida más plenamente. Navegar mar adentro a la parte honda puede ser aterrador. Es más fácil quedarse en las aguas “poco profundas” de nuestra vida, donde nos sentimos seguros y en control. Pero mantenerse seguros en la parte superficial no nos acerca al Señor, por eso cuando él nos dice “navega mar adentro”, no nos está haciendo solo una sugerencia sutil; nos está llamando a ejercer mayor confianza, a confiar en su protección, porque él no ha terminado aún con nosotros.
Nos llama a fiarnos de él y a obedecerle. Entonces, ¿qué es lo que Jesús te está pidiendo ahora? Estas pueden ser algunas posibilidades: “¿Vas a decidirte a buscar mi presencia más profundamente en la oración?” “¿Me vas a obedecer aunque lo que te pida te cause temor?” “¿Lo harás incluso si no deseas hacerlo?” “¿Vas a renunciar al resentimiento que todavía tienes o vas a librarte finalmente de ese persistente hábito de pecado?” “¿Vas a decidirte a dejar algo de tiempo para ayudar a tu ser querido que está sufriendo?” Es posible que todo esto nos parezca superior a nuestras fuerzas o capacidad, pero Dios nunca nos pide que hagamos algo sin darnos la gracia para hacerlo. Veamos algunas opciones en las que podemos abrirnos a la gracia de la obediencia que el Señor nos ofrece esta Cuaresma. Primer paso: Echar las redes. Todo indicaba que Pedro era un judío fiel, pero el Señor quería llevarlo más allá. Por eso, cuando le dijo que llevara la barca a las aguas más profundas, le estaba pidiendo que diera otro paso más en su camino de fe. De manera similar, la Cuaresma nos ofrece a nosotros la oportunidad de echar la red en aguas profundas. ¿Cómo? Ofreciendo cada parte de tu vida al Señor, y eso comienza con la oración. Comienza cuando te pones en contacto con el Señor con una actitud de entrega y le preguntas qué es lo que él quiere que tú hagas. Mientras más tiempo pases en su presencia, él te ablandará el corazón y sus deseos pasarán ser los tuyos. Incluso si te pide hacer Febrero / Marzo 2020 | 15
algo difícil para ti, su presencia en tu vida hará que tú desees obedecerle por encima de todo lo demás. La gracia de echar las redes comienza con la oración, pero se prolonga en las decisiones que tomamos día a día. Piensa en Cristo. Seguramente hubo días cuando él se sentía completamente agotado de todo el caminar cotidiano, la predicación continua o los enfrentamientos con sus detractores; pero él insistía en que quería hacer la voluntad de su Padre. Toda su vida en la tierra fue un acto de obediencia tras otro, y fue capaz de hacer cosas difíciles porque cada mañana pasaba un tiempo en oración, sometiendo sus propios deseos a los de su Padre. Jesús no decía ni hacía nada que no fuera la voluntad de su Padre. Esta es la gracia de la obediencia, y el Señor quiere dártela a ti también. Así que búscalo en la oración y cree que, si le pides, él te dará una dimensión adicional de esta misma gracia. 16 | La Palabra Entre Nosotros
La gracia de echar las redes comienza con la oración, pero se prolonga en las decisiones que tomamos día a día. Segundo paso: Adopta un corazón arrepentido. Cuando Pedro vio la gran cantidad de peces, cayó de rodillas delante de Jesús y le dijo: “¡Apártate de mí, Señor, porque soy un pecador!” (Lucas 5, 8). El Papa Francisco tuvo una reacción similar cuando un entrevistador le hizo una pregunta inesperada: “¿Quién es Jorge Mario Bergoglio?” Después de una breve pausa, contestó: “El mejor resumen, el que viene desde dentro y que siento más cierto es este: Yo soy un pecador, a quien el Señor ha mirado.” Estos ejemplos transmiten la misma lección: La única actitud correcta cuando estamos en la presencia del Señor es una de profunda humildad. Delante de Dios, nos vemos bajo una nueva luz. En contraste con su hermosura y santidad, nos
reconocemos pecadores, como personas que no merecen todo lo que Dios ha hecho por nosotros, y podemos preguntarnos: ¿Quién soy yo para presentarme delante del Rey de reyes y Señor de señores? Así como Moisés, que se quitó las sandalias ante la zarza ardiente, y como Saulo, que quedó ciego por la gloria del Señor, nosotros también nos sentimos perdidos. Las Escrituras nos enseñan que la actitud de arrepentimiento complace al Señor, pues vemos que elogió al recaudador de impuestos que oró diciendo: “Oh Dios, ten compasión de mí, que soy pecador” (Lucas 18, 9-14). También halagó a la mujer que le ungió los pies con sus lágrimas (7, 36-50), y manifestó que el Padre acoge a todos aquellos que, al igual que el hijo pródigo, vuelven a su lado arrepentidos y con humildad (15, 11-32). Cuando navegamos mar adentro, como Pedro, seguramente reconoceremos cuánto nos falta aún. Tal vez descubramos actitudes incorrectas, resentimientos ocultos o hábitos que están dañando nuestra relación con el Señor o con otros. Si sucede esto, podemos sentirnos reconfortados sabiendo que Dios está siempre listo para darnos la bienvenida en el Sacramento de la Reconciliación. Él siempre está dispuesto y deseoso de prodigarnos una mayor medida de su misericordia. Incluso si no vemos nada que tengamos que confesar, siempre es importante tener una actitud de contrición en el corazón. Esto no significa darse golpes de pecho ni sentirse culpables todo el tiempo. Significa reconocer que, ante la infinita santidad de
Dios, nosotros somos totalmente indignos. Y una oración que podemos ofrecer es como esta: “Señor, tú eres absolutamente santo y perfecto, y yo no soy más que un pecador, y no merezco llamarme hijo tuyo. Sin embargo, también sé que tu perdón y tu misericordia son muchísimo más grandes que mis debilidades.” Al Señor le agrada mucho una actitud como ésta, porque demuestra un corazón sumiso, dócil. Cuando reconocemos lo muy compasivo y clemente que es el Señor y cuánto lo necesitamos, su gracia puede ejercer todo su efecto en nosotros. Tercer paso: “ Hagan todo lo que él les diga.” ¿Recuerdas las palabras de la Virgen María en las Bodas de Caná (Juan 2, 5)? Esto es algo que todos podemos hacer día tras día, incluso en cosas que nos parecen insignificantes. El llamado a la obediencia abarca todas las partes de nuestra vida, todo deseo del corazón y toda palabra que sale de nuestra boca. Es un llamado que nos invita a hacer lo posible por complacer al Señor en todas las decisiones que tomemos y en todo lo que hagamos diariamente, aunque sea poco importante. Pero eso no es todo. Cada vez que le dices que “sí” a Dios, también te abres a la gracia divina. Cada vez que dialogas amablemente con tu marido o tu esposa, o controlas tu temperamento con uno de tus hijos o compartes tu fe con un compañero de trabajo, estás cooperando con Dios y él contigo, pues hasta el más pequeño acto de obediencia es valioso para él. Y cuando sabes que aquello que Febrero / Marzo 2020 | 17
haces es agradable a Jesús y a tu Padre, también viene a ser una enorme satisfacción y placer para ti. Por todo esto, confía en que Dios está siempre contigo donde quiera que estés, ya sea que te encuentres agobiado por el pecado o el desconsuelo, o si te sientes cerca del Señor. Confía en que el Señor nunca te pediría obedecerle si no fuera a estar en la barca contigo para ayudarte. E incluso si tú has tratado durante años de cambiar un aspecto determinado de tu vida y no has podido, no te rindas. Pídele ayuda a Cristo, tu Salvador, y luego avanza con la confianza de que él te dará la gracia necesaria para hacerlo. ¢
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Dios está siempre dispuesto a recibirnos con amor en el Sacramento de la Reconciliación.
Baja de la barca La GRACIA de la misiรณn
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edro llevó la barca hacia lo profundo del agua y echó las redes, siguiendo exactamente las instrucciones del Señor. Casi al instante sintió un tremendo tirón y con gran esfuerzo, él y su hermano Andrés empezaron a recoger las redes… y se quedaron atónitos al comprobar lo que veían sus ojos. ¿Cómo era posible que hubiera tantos peces, que hasta las redes estaban a punto de romperse? Viendo la enorme cantidad de peces que se retorcían y se apilaban unos sobre otros, Pedro empezó a preocuparse por la barca. ¿Acaso se iba a hundir? Pero Pedro también estaba pensando más allá de lo meramente visible. Sabía que estaba presenciando un milagro y todo lo que pudo hacer fue caer de rodillas delante de Jesús. Lo que el Señor le dijo en ese momento le cambió la vida para siempre: “No tengas miedo; desde ahora vas a pescar hombres” (Lucas 5, 10). ¿Pescar hombres? ¿Qué significaba eso? Había que averiguarlo. La presencia y el poder de 20 | La Palabra Entre Nosotros
este hombre Jesús lo estaban llevando a hacer algo prácticamente incomprensible: abandonar su oficio y su estilo de vida y embarcarse en algo totalmente nuevo junto a Jesús, el maestro de Nazaret, y eso fue lo que sucedió: “Entonces llevaron las barcas a tierra, lo dejaron todo y se fueron con Jesús” (5, 11). Dios llamó a Pedro… y también a nosotros. Esta es la gracia de la misión. Cuando Pedro bajó de la barca, dejó sus redes y emprendió un viaje que lo llevaría desde Galilea hasta las ciudades de Asia Menor y finalmente hasta Roma. Recibiría las “llaves del Reino de los cielos” como primer jefe de la Iglesia (Mateo 16, 19), y sería el primero en bautizar a gentiles y admitirlos en la nueva Iglesia. Finalmente, daría su vida por Cristo. Y todo comenzó cuando bajó de su barca. ¿Qué fue lo que llevó a Pedro a tomar una decisión tan drástica como esta? ¿Sería su ego impulsivo de siempre? No. Lo que sucedió fue que ese día tuvo un encuentro personal con Cristo Jesús. Cuando escuchó al Señor que le habló con autoridad y sabiduría, salió mar adentro y echó las redes como se lo dijo Jesús, y fue testigo de un asombroso milagro. Ahora, este mismo Jesús lo estaba invitando a ser parte de su misión. La gracia de Dios que él había presenciado, la gracia que también se estaba moviendo en su corazón, convenció a Pedro de aceptar la invitación del Señor. Por eso, abandonó todo lo que antes le había sido familiar y se atrevió a incursionar en aguas aun
más profundas, en aguas desconocidas. ¿Puedes ver la relación? La gracia de la presencia de Jesús en la barca de Pedro llevó a éste a obedecer la orden y eso, a su vez, lo llevó a la gracia de una gran pesca y a la gracia que le permitió bajar de la barca y dedicarse a pescar hombres. Esta misma secuencia de acontecimientos actúa en la vida de cada creyente. Jesús viene a la vida de cada uno, nos pide que le escuchemos y le obedezcamos y luego nos envía a salir en misión, y a cada paso del camino nos ofrece su gracia abundante para que nos armemos de valor y salgamos a hacer lo que él nos pide. Veamos cómo podemos crecer en la gracia de la misión en esta Cuaresma. Pídele a Dios un corazón como el suyo. La fe nos dice que solamente Dios puede satisfacer los anhelos más recónditos del corazón humano. Sin embargo, muchas personas se sienten vacías y perdidas. Probablemente tú conoces a algunas personas que están en esta situación. ¿Deseas tú que conozcan a Dios? ¿Te parece urgente que lleguen a conocer a Jesús? Si no es así, pídele a Dios que te conceda el mismo amor que él les tiene a ellos y su mismo deseo de compartir con ellos la buena nueva. ¿Cómo es el corazón de Dios? Es como el del Padre que envió a su amado Hijo al mundo para rescatarnos del pecado y la muerte. Es igual al del padre de la parábola del hijo pródigo, que acoge con júbilo, abrazos y besos a su hijo rebelde y celebra diciendo: “Tu hermano, que estaba Febrero / Marzo 2020 | 21
Finalmente, Pedro daría su vida por Cristo y todo comenzó cuando bajó de su barca. muerto, ha vuelto a vivir; se había perdido y lo hemos encontrado” (Lucas 15, 32). Mira hacia afuera. La esencia de la misión es mirar hacia afuera, con la atención centrada en Dios y en otras personas, no solamente en nuestras propias necesidades o deseos. Es cierto que eso es difícil especialmente cuando nos toca enfrentar grandes problemas y dificultades concretas. Pero incluso en medio de estas dificultades, el Señor sigue diciéndonos: “Baja de la barca. Quiero que vayas a pescar personas para mí.” Tal vez te preocupe la posibilidad de que, al fijarte más en lo que pasa con otras personas, termines por pasar por alto tus propias responsabilidades actuales. Pero eso no es necesariamente así. Dios no quiere que te desentiendas de tus 22 | La Palabra Entre Nosotros
obligaciones personales y familiares mientras vas de misión con él; pero es cierto que él desea que tú seas su embajador. ¿Por qué insiste tanto el Señor en que nos mantengamos en comunión con él? Pues, por las repercusiones que pueda tener en nuestra vida el hecho de fijarse en aquello que es externo a nosotros mismos. Por ejemplo, imagínate lo siguiente: Un día llegas al cielo, y una persona que conociste brevemente en este mundo se te acerca y te dice: “Quiero darte las gracias de todo corazón por haber compartido tu fe conmigo y por darme aquellas palabras de aliento. Ahora estoy aquí porque Dios usó tus palabras y tu buena voluntad para ayudarme a tener fe.” Cuando recuerdas aquella ocasión en tu vida, te das cuenta
de que era una época de grandes problemas para ti. Habías perdido el trabajo y no sabías cómo lograrías llegar a fin de mes. Pero cuando te encontraste con esta persona, sentiste que debías olvidarte de ti mismo y poco a poco compartiste con ella la buena noticia de la salvación, contándole tu propio testimonio. ¿Ves lo que puede ocurrir? Si te mantienes atento a lo que suceda fuera de tu realidad inmediata, encontrarás oportunidades para compartir el amor del Señor con alguien que esté buscando a Dios. Así que, sigue mirando a lo que sucede fuera de ti, y procura estar alerta a la inspiración del Espíritu Santo. Si mantienes abierto el corazón, ten la seguridad de que surgirán situaciones para compartir tu fe con otras personas y despreocuparte de ti mismo. Una invitación para ti. Cuando Jesús invitó a Pedro a “pescar hombres” éste pudo haber pensado, “¿Quién, yo? ¡Yo no puedo! No soy más que un pescador iletrado de Cafarnaúm. Nadie me escuchará a mí.” Pero eso no fue lo que dijo, porque le prestó más atención a la invitación de Jesús que a sus propias limitaciones. Cuando pienses en tener que bajar de tu barca y acompañar a Jesús en su misión, podrías protestar diciendo: “Soy demasiado viejo o soy demasiado joven. Estoy muy ocupado. No soy tan importante ni persuasivo como para lograr buenos resultados. Además, ¿dónde voy a hacer misión en mi barrio o vecindario?” Aun así, Jesús te está invitando a ti a salir a pescar para su Reino. Tus limitaciones
no son obstáculos para él. Como dice el dicho, el Señor no llama a los preparados; él prepara a los llamados. Cristo puede utilizarte donde quiera que estés, en el trabajo, en la escuela, en un penal, en un hospicio, o en tu casa cuidando a tus hijos o nietos. Y no creas que no tienes una historia que compartir con otras personas. ¡No es necesario tener una conversión dramática como la de San Pablo! Todo lo que se necesita es que les cuentes cómo has sentido que Dios te ha ayudado o socorrido en diferentes momentos de tu vida, tanto en tiempos de bendición como de dificultad. Comparte sobre esos momentos en los que has sentido que Dios ha estado cerca de ti, por ejemplo, en una Misa especial o cuando has leído cierto pasaje de la Biblia o en el nacimiento de uno de tus hijos. Así podrás darles la seguridad de que Dios ha estado cerca de ellos también en la travesía de su vida. Sé Cristo para el mundo. Santa Teresa de Ávila una vez escribió: “Cristo no tiene cuerpo, sino el tuyo. No tiene manos ni pies en la tierra sino los tuyos.” Esto quiere decir que tú eres sus manos y sus pies; sus ojos y sus oídos. Así que, en esta Cuaresma, intenta pensar a dónde quiere ir Jesús y a quiénes quiere bendecir por medio de ti. ¿Es tal vez una palabra de consuelo o de ánimo para un compañero de trabajo? ¿Hay algún ser querido que está sufriendo y necesita tu oración? ¿Tal vez alguno de tus hijos necesita corrección o guía? Cristo habita en ti y tú puedes Febrero / Marzo 2020 | 23
comunicar sus palabras. Esta gracia de la misión, ser Cristo para todos aquellos con quienes te encuentres, comienza y termina con Jesús. Sin él no podemos hacer nada, pero él siempre nos está buscando, si tenemos los ojos para verlo. En esta Cuaresma, dedícate a buscar a Jesús. Invítalo a subir a tu barca para que te conceda la gracia de obedecerle y de salir de tu zona de comodidad para unirte a él en su misión. Ten en tu corazón la certeza de que Dios te dará la gracia necesaria. Todo lo que él espera es ver un corazón dócil que pueda confiar en él. ¢
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Jesús viene a la vida de cada uno, nos pide que le escuchemos y le obedezcamos. Luego nos envía a salir en misión.
Un joven empieza a vivir
El plan de Dios es mucho mejor Por el seminarista James Fangmeyer
L
a historia de mi vocación tiene tres capítulos: 1. Al principio yo no creía que Dios tuviera un plan para mí; 2. Luego, yo no quería el plan de Dios, y 3. Ahora, estoy viviendo el plan de Dios. Febrero / Marzo 2020 | 25
Primero, yo no creía que Dios tuviera un plan para mí. Yo construía mi vida sobra las opiniones de los demás. Me esforzaba para impresionarles y ganarme su admiración. Por lo tanto, busqué la escuela de negocios más prestigiosa que pude encontrar y me fui a la universidad. Pero, al llegar allí, la carrera de negocios no era la que estaba de moda; lo que impresionaba a la mayoría eran las ciencias computacionales. Esto me dejó frustrado y decepcionado. Me parecía que yo valía menos que aquellos otros que captaban la atención y la admiración de las empresas que venían a contratar a los estudiantes en el campus de la universidad antes de que terminaran sus estudios. Y cometí el error de dejar que algunas personas, que no me conocían y ni siquiera se interesaban por mí, dirigieran mi vida. Esto me llenó de tristeza y me sentí perturbado. En cuanto a mi vida espiritual, dejé de rezarle a Dios antes de irme a dormir. No le daba gracias, no le alababa y ni siquiera le pedía favores. Cometer el mismo pecado día tras día llegó a ser una costumbre para mí, hasta que en la Solemnidad de Santa María Madre de Dios, que se celebra el 1 de enero cada año, decidí probar cuál era la vida que Dios propone. La gracia que Dios me regaló en el Sacramento de la Reconciliación me permitió romper con mis malas costumbres. El Plan de Dios. En ese entonces yo pensé: “Tal vez mi mamá tiene razón. 26 | La Palabra Entre Nosotros
Tal vez Dios tiene en realidad un plan para mí.” Pensando en esto decidí asistir a Misa diariamente durante la Cuaresma. Un día después de la Misa, el padre expuso la hostia para la Adoración Eucarística, y por todo el rato me quedé mirando fijamente el Santísimo expuesto en la custodia. Fue la primera vez que asistía a una Adoración Eucarística. También fue la primera y última vez que escuché tan claramente la voz de Jesús en mi interior: “Ven y sígueme, James. Ven y sígueme.” Yo no quería ser sacerdote, porque me gustaba tener otras opciones. Me faltaba poco para terminar la carrera y estaba muy contento con la trayectoria que llevaba en la vida. Sabía que podría
conseguir un trabajo que me permitiera dar lo mejor de mí, y quería pedirle a una muchacha que se uniera conmigo y con mi familia. Esta opción me parecía muy bonita y buena. Además, se me abrió la oportunidad de iniciar el trabajo de mis sueños en Monterrey, México, gracias a la santa mano de la Virgen María. La historia es la siguiente. En mi parroquia se organizó una procesión, con la Santa Misa y cena el 8 de diciembre en honor de la Inmaculada Concepción de María. Yo no pensaba ir, porque era justo el fin de semana antes de comenzar los exámenes finales y necesitaba estudiar. Sin embargo, mi párroco me presionó para que asistiera y fui.
Había también allí otra persona que tampoco pensaba asistir. El Dr. Cantú Ortiz que, mirando desde su hotel hacia la calle, vio una procesión en honor de la Virgen María. Estaba de visita en los Estados Unidos para participar en un congreso académico en mi universidad. De repente, se sintió impulsado a bajar a la calle y unirse a la procesión porque tenía una devoción muy fuerte a la Virgen María, y siguió la procesión hasta la Misa y después fue a la cena. En la cena nos conocimos, y me invitó a aplicar para un puesto en su equipo de trabajo en Monterrey. Mis propios planes. En México, yo disfrutaba mucho de la vida. Me Febrero / Marzo 2020 | 27
encantaba el trabajo y pensaba desarrollarme profesionalmente. Estaba tan feliz que no quería cambiar mi felicidad por el plan de Dios. Mi error fue que no reconocí que el plan de Dios es la promesa de una alegría verdadera. Los planes de Dios siempre son para hacernos alegres. Con el paso de los años en Monterrey, poco a poco fui perdiendo el entusiasmo por el trabajo, y empecé a buscar otra manera de utilizar mis energías. Veo ahora que Dios había programado varios años de mi vida de oración, confusión y paciencia para obrar en mí muchos cambios. Hubo mi conversión inicial, cuando sentí vergüenza del pecado habitual que yo cometía y decidí volver al Sacramento de Reconciliación con nuevo ardor y fe. Experimenté una etapa de crecimiento rápido en mi vida espiritual a través de la Misa diaria. En la Adoración Eucarística sentí un llamado poderoso para “seguir” a Jesús. Entretanto, mi relación con Santa María Virgen estaba creciendo y ella me estaba ayudando bastante. Sin embargo, faltaba algo para que yo me decidiera a seguir a Jesús. Faltaba un cambio de corazón. El cambio de corazón. Al final, no llegué a descubrir mi vocación, no vi ninguna señal que me convenciera. Más bien, dejé de buscar y empecé a vivir. Pero ahora estoy viviendo el plan de Dios. Lo que me permitió seguir mi vocación fue un cambio de corazón. Me di cuenta de este cambio la última vez 28 | La Palabra Entre Nosotros
Si pudiera resumir mi historia personal en una sola frase, diría: “Joven deja de trabajar y empieza a vivir.” que le pedí el número de teléfono a una “chava” que me gustaba. Nunca la invité a salir, porque sabía que si lo hacía no estaría dando un paso hacia el seminario y —el darme cuenta me sorprendió— pues yo quería ir al seminario. Finalmente, Dios me había llevado al lugar donde su plan me daba alegría, donde su plan me gustaba y donde yo creía que su plan era real y bueno para mí. La mejor parte de mi vocación es que es una expresión del amor que Dios me tiene. Me siento alegre y creo que ya estoy viviendo de verdad. Si pudiera resumir mi historia personal en una sola frase, diría: “Joven deja de trabajar y empieza a vivir.” Yo hacía todo lo posible por satisfacer a los demás, ganarme el respeto del mundo y justificarme a los ojos de otras personas y de los míos también. Pero esto no era vivir. Dejé de verme a mí mismo como un producto; dejé de estimar mi valor sobre la base de lo que yo podía producir. La vida verdadera viene cuando dejo de buscar algo más allá de mí y me pongo frente a Dios. La vida es un regalo, un don gratuito del Señor
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y se vive libremente. Me acordé de lo que nos dicen las Escrituras: Uno no puede comprar su vida ni redimir su alma con sus logros ni posesiones. Tengo que aceptar que Dios ama la persona que yo soy. Tengo que tener el valor de valorarme a mí mismo. Un hombre bien formado. Si tuviera que resumir mi historia en otra frase aún más corta, sería: “Niño se hace hombre, por fin.” Porque mi experiencia es así. Cada niño quiere convertirse en algo “cuando sea grande.” Cuántos han dicho “Cuando sea grande, yo quiero ser atleta, profesional, doctor (o tal cosa).” Pero para mí, la fórmula se invirtió, pues yo digo “Cuando sea grande, quiero ser sacerdote.” O sea,
no puedo imaginarme otra manera de llegar a ser un hombre bien formado si no es a través del sacerdocio. El seminario es el lugar donde más he crecido en mi capacidad de responder con amor a mi prójimo, a mis semejantes, y por eso doy gracias y alabanza a Dios. El Papa San Juan Pablo II dijo que la responsabilidad y la caridad son lo esencial en el proceso de madurar y hacerse más humano. Para mí, mi vocación es la manera en que Dios me está permitiendo llegar a un nivel nuevo de responsabilidad y caridad. Por eso mi vocación me da tanto gusto. Un año antes de entrar al seminario, yo ansiaba tener algún compromiso, un desafío o algo que mereciera la entrega de todo mi ser, alma, mente y energía. Febrero / Marzo 2020 | 29
Dios me lo ha dado: es mi vocación al sacerdocio católico. Amigo que lees esto, espero que te hayas motivado también para comprometerte con algo —o con alguien— que valga toda tu vida. El ardiente deseo santo es la semilla de tu vocación. Dios nos da deseos santos, y los lleva a cumplirse en nosotros en vidas santas. Para cada persona, estemos donde estemos, seamos quienes seamos (en serio, ¡para mí, para ti y para cada persona!), Dios prepara un camino hacia la perfección de la responsabilidad y la caridad. No sabemos exactamente a dónde va este camino, pero la esencia del amor de Dios es la que nos lleva a responder con un “sí” incluso antes de terminar de escuchar su invitación. Este es el modelo de vocación que nuestra madre María nos dejó en su “sí”. Hoy en día, creo que Dios me está llamando a ser sacerdote y le he dicho que “sí.” Mirando hacia el pasado, veo sus huellas en mi vida, veo que me estaba guiando. A principio, yo 30 | La Palabra Entre Nosotros
no conocía su plan; luego, no quería su plan, pero ahora yo estoy viviendo su plan. A veces Dios cambió las circunstancias de mi vida, pero lo más importante fue el cambio de mi corazón frente a las circunstancias. Me cambió desde adentro hacia afuera. Creo que Dios tiene un buen plan para mi futuro. Por ahora, estoy muy feliz, gracias a Dios. ¢ James Fangmeyer es estadounidense y se prepara en el seminario San Juan Pablo II en Washington, DC y espera ordenarse en 2024. Él escribió este testimonio originalmente en español.
Si tan solo
T OCO su manto . . . Febrero / Marzo 2020 | 31
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Tomás le diagnosticaron una extraña enfermedad y su vida cambió por completo. Le obligaron a jubilarse y gradualmente se fue debilitando cada vez
más, y el dolor que sufría era constante. Pasó tanto tiempo postrado en cama que perdió el contacto con algunos ami-
gos, todo lo cual se confabuló para hacerle sentirse rencoroso contra Dios y lleno de amargura. Sus amigos de la parroquia trataron de darle aliento, pero todo parecía inútil. Unos meses más tarde, se programó en no reciben respuesta; tal vez sientes que no su parroquia una misión de cuatro días y mereces ser sanado o incluso, como en el los amigos instaron a Tomás a que asistiera, caso de Tomás, quizás estás enojado con pero él se negó. Sin Dios por dejar que te Recibamos el embargo, la última enfermaras o por otras noche de la misión poder sanador de Dios razones. decidió ir. No esperaba En la presente en este Año Nuevo que nada sucediera, y edición queremos solo quería dejar contentos a sus amigos. reflexionar en lo mucho que quiere el Pero algo sucedió. La misión concluyó Señor sanarnos de todos nuestros males con una invitación a cualquier persona que estudiando varios de los relatos de curaquisiera recibir oración de sanación. Aun- ciones que aparecen en los evangelios. que se sentía un poco escéptico, Tomás ¿Cómo se aproximaban a Jesús aquellos decidió pedir la oración. En el momento a quienes él sanó? ¿Qué esperaban ellos? en que el diácono y otros dos servidores ¿Qué obstáculos tuvieron que superar? le impusieron las manos y rezaron por él, ¿Qué podemos aprender de ellos? No siempre tenemos el testimonio de se llenó de un cálido sentido de amor, y sintió que la ira y el resentimiento que le curaciones físicas extraordinarias como habían endurecido el corazón empezaban la de Tomás. Es un misterio el que Dios a escurrirse y comenzó a sollozar. Pero lo sane milagrosamente a unas personas y a más maravilloso de todo fue que, en su otras no. Pero, aunque no sea la curación próxima cita médica, el doctor le informó física, todos necesitamos el toque sanador que tenía una salud perfecta. ¡Dios lo había del Señor. Tal vez se trate de la curación de sanado de su mal! un doloroso recuerdo del pasado; o bien de Querido hermano, ¿has sido alguna vez los efectos de un antiguo hábito de pecado. reacio a pedirle a Dios que te cure? Tal vez Quizás se trate de la curación de un vicio creas que no va a suceder nada, o no quie- o adicción o de costumbres de conducta res sentirte decepcionado si tus oraciones que nos perjudican a nosotros mismos o 32 | La Palabra Entre Nosotros
a nuestros seres queridos. Piensa en lo que podría suceder si, en este año nuevo, puedes señalar uno o dos aspectos de tu vida en el que necesites sanación y cambio… ¡y se lo pides al Señor! Cómo superar los obstáculos. ¿Cómo crees tú que sería tener que soportar una enfermedad dolorosa y bochornosa durante doce largos años? ¿O ver a médicos una y otra vez, solo para recibir tratamientos que no logran más que hacerte sentir peor? Y luego, ¿cómo afrontar el aplastante peso de todas esas facturas médicas? Cualquiera optaría por resignarse a aceptar la imposibilidad de curarse y llevar una vida de miseria. Quizás lo único que cabe hacer es aprender a lidiar con el dolor y aceptar la posibilidad de una muerte prematura. Pero no fue así como reaccionó una señora que describe el Evangelio. Conocida solo como “una mujer que padecía de flujo de sangre”, ella se atrevió a hacer algo audaz y riesgoso, y la recompensa que recibió fue magnífica. Se abrió paso entre la multitud que rodeaba a Jesús y estiró la mano hasta tocar el manto del Señor. La curación fue instantánea (Marcos 5, 25-34). Si pensamos en algunos de los obstáculos que tuvo ante sí esta señora se puede aprender algo sobre la clase de fe que podemos tener… una fe que nos ponga en contacto con el poder de Dios. En primer lugar, los obstáculos físicos. Jesús había aceptado ir a la casa de Jairo para curar a la hija de éste que estaba a punto de morir. Deseosos de ver
lo que Jesús haría, un gran gentío decidió acompañarlo y sin duda muchos iban comentando animadamente lo que podía suceder, tal vez preguntándole al Señor cómo iba a curar a la pequeña. Con tanta gente alrededor, ¿cómo podía esta enferma acercarse al Señor? Aparte de todo eso, ella también tenía el problema de su propia precaria salud. Doce años de sangrado incontrolable sin duda la habían dejado muy débil, sin hablar del intenso dolor que seguramente padecía. El mero esfuerzo físico para llegar junto a Jesús bien pudo haberle causado un desmayo o una grave caída. También tuvo que superar los obstáculos internos de sus propios temores y dudas. La ley judía estipulaba que toda mujer que sufriera la misma condición era impura o contaminada y cualquier cosa o persona que ella tocara quedaría igualmente impura (Levítico 15, 19-33). Así que podemos imaginarnos la gran batalla mental que debe haber librado mientras intentaba tocar a Jesús: “¿Qué tal si alguien me ve? Tal vez no es correcto lo que estoy haciendo, pues creo que es contrario a la ley de Dios.” Así se explica, entonces, el hecho de que ella se acercó a Jesús por detrás: No quería que la reconocieran. Algunos pensarían que su plan era ilógico, imprudente o inútil. Pero en su corazón, ella estaba convencida de que ninguno de estos obstáculos podría impedir que Jesús hiciera el bien. “Si tan solo toco su manto —razonaba ella— quedaré sana” (Marcos 5, 28). ¡Y tenía razón! Febrero / Marzo 2020 | 33
S
iempre hay lugar para la fe, por grandes que sean los obstáculos que tengamos que salvar.
Nunca es demasiado tarde. Esta historia nos enseña que siempre hay lugar para la fe, por grandes que sean las dificultades que tengamos que salvar. Sean cuales sean las realidades médicas de una enfermedad, la historia de una relación destruida o cuántas veces nos hayamos dejado vencer por un determinado pecado habitual, Jesús siempre puede actuar en cualquier situación. El problema nunca es demasiado grande y nunca es demasiado tarde. Cristo puede revertir la situación que nos parezca más insoluble, ablandar el corazón más endurecido y curar la enfermedad más devastadora. Esta historia también nos dice que la fe conmueve al Señor. Muchas eran las 34 | La Palabra Entre Nosotros
personas que tocaban a Jesús mientras iban caminando ese día; pero en medio de todo ese contacto, el simple gesto de tocar la túnica de Jesús que hizo esta mujer fue lo que puso en acción el poder sanador de Dios. ¿Eran las otras personas simplemente curiosas? ¿Eran incrédulas? ¿Estaban interesadas solo en ver un milagro, pero sin exponer sus propias necesidades ante Jesús? No lo sabemos; quizás fue una combinación de todos estos y otros factores. Lo que sí sabemos es que la enferma de hemorragias creía firmemente en el poder de Cristo y obtuvo su curación. Así, pues, ejerce tu fe y para hacerlo define cuáles son tus propios impedimentos y no te dejes detener por ellos, trata
de superarlos. Jesús quiere que llegues a su lado, pues te quiere sanar. Lo único que te pide es que des el primer paso. Un encuentro íntimo. Pero esto no quiere decir que todas las personas que tienen fe obtienen exactamente la curación que desean, y tampoco que aquellos que no consiguen ser sanados tienen una fe débil. Desde los inicios de la Iglesia, los creyentes se han visto frente al misterio de la voluntad y la sabiduría de Dios. No sabemos por qué algunas personas se curan y otras no. Pero sabemos que Jesús responde a todo aquel que se acoge a él. A veces las respuestas son sorprendentes y a menudo superan con mucho las curaciones físicas que pedimos. Pero sea curación física, espiritual o emocional, la verdad sigue siendo la misma que San Pedro les dijo a los judíos de Jerusalén hace dos mil años: “Todos los que invoquen el nombre del Señor alcanzarán la salvación” (Hechos 2, 21). El episodio de la mujer enferma de hemorragias personifica esta verdad, pues nos muestra que la fe tiene que ver con la Persona de Jesús y no necesariamente con su poder para sanar. Ella estiró la mano para tocar el manto del Señor esperando curarse, y así fue; pero Jesús no dejó que ella permaneciera anónima. Deteniendo su caminar, preguntó quién le tocó. Sintiéndose descubierta y temerosa, ella le contó su historia, y Jesús no la regañó por haberlo tocado y “dejado impuro”; al contrario, le habló con ternura llamándola “hija”, expresándole
bondad y concediéndole su gracia sanadora (Marcos 5, 34). Esta señora recibió la bendición no solo de una curación milagrosa sino de una vida completamente nueva. Ya no estaba más doblegada por el dolor y la debilidad; ya no era más una persona impura y marginada por la comunidad; ahora era una hija amada, una parte de la propia familia de Dios. De hecho, recibió mucho más de lo que esperaba: Al encontrarse cara a cara con Jesús, recibió una sanación espiritual aún más profunda e importante, la “salvación”, que la llenó de gozo y satisfacción. Busca a Jesús. El Señor nos quiere curar a todos; pero más significativo aún es que quiere tener una amistad íntima con cada uno de los fieles; quiere que nos sintamos libres de acudir a su lado y contarle las necesidades que tenemos, y quiere decirnos que todos los que lo amamos también somos hijos predilectos de Dios. Así que, hermano, no temas acercarte a Cristo hoy día mismo. Pídele cualquier curación que necesites, para ti mismo o para otras personas; luego pon atención en el silencio de tu corazón para escuchar cuando él te diga que tú eres su hijo y que tu fe te ha salvado. ¢
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CINCO PASOS PARA ORAR POR UN ENFERMO Ten confianza • Cree que Jesús quiere sanarlo y puede hacerlo mediante la oración. • Confía que Dios te guiará cuando actúes con fe. Escucha • A la persona que pide oración y te dice cuál es su necesidad. • A Dios, que a veces nos da una idea de cómo rezar y qué pedir. Pon las manos Pregúntale a la persona si puedes poner las manos sobre él o ella. • Deja que el amor sanador de Jesús fluya a través de ti hacia esa persona.
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Ora con calma y con paz Pídele al Señor que esté contigo y con la persona por quien estás orando. • Pide por la curación específica, exactamente lo que la persona necesita. • Ora en forma positiva: declara que Dios está en efecto derramando su gracia y su poder sanador sobre la persona e imagínate la corriente de curación que le va llegando.
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Reza con confianza y gratitud Di “Que se haga, Padre, según tu voluntad.” Dale gracias al Señor por escuchar tu oración y contestarla con amor y compasión.
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E D I T A C I O N E S
de febrero, sábado Marcos 4, 35-41 Maestro, ¿no te importa que nos hundamos? (Marcos 4, 38) En el muy conocido pasaje del Evangelio de hoy, leemos que se desató una fuerte tormenta y las olas sacudían la barca donde iban los discípulos, de modo que se llenaba de agua. ¿Qué habrías hecho tú si fueras uno de los discípulos que iban en aquella pequeña barca zarandeada por las olas y azotada por el vendaval? ¿Habrías mantenido la fe pese a semejante peligro? A veces, las pruebas que nos toca pasar son tan grandes que nos parece imposible soportar un minuto más. En ocasiones como ésas, aunque la razón nos diga que Dios está siempre allí, las emociones nos indican que nos encontramos completamente solos. Todo lo que vemos es que nuestra “barca” de problemas hace agua y está a punto de zozobrar. Jesús les dice a los apóstoles que allí es donde empieza la fe. Cuando hay muchas preguntas sin respuestas y nada visible que nos sirva de apoyo, entonces es cuando tenemos que decidir: o dejar que las circunstancias nos arrasen y nos abrumen, o confiar en el amor tierno y misericordioso de Dios, que nos ha prometido que jamás nos abandonará. ¿Qué tormentas te hacen perder la fe en Dios? ¿Cómo reaccionas tú cuando la duda o la inseguridad te zarandea como un ventarrón? ¿Qué harías tú si corrieras el peligro de perder tu casa, quedarte sin
trabajo o si a tu esposa o a un hijo tuyo le diagnosticaran una enfermedad grave? ¿Recurrirías primero a Jesús consciente de que él está todavía en la barca de tu vida? Nuestro Padre celestial quiere darnos una fe inquebrantable; una confianza tal en su protección que seamos capaces de superar todo tipo de pruebas o peligros. Naturalmente, seguiremos teniendo las reacciones humanas normales, pero, en lo profundo del corazón, encontraremos aquella paz firme y estable que nos sostendrá contra viento y marea. La próxima vez que pases por pruebas y dificultades graves de peligro, ira o duda, pon en acción tu fe en Cristo. Acude a él sin demora; pon la situación en sus tiernas y poderosas manos y pídele fortaleza y sabiduría para saber qué hacer. Así, en medio de la tormenta, experimentarás la paz del Señor. “Jesús santo, Señor, concédeme la confianza de saber que estás siempre conmigo y mi familia, incluso en los momentos más difíciles de mi vida.” ³³
2 Samuel 12, 1-7. 10-17 Salmo 51 (50), 12-17
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MEDITACIONES
FEBRERO 2 a 8
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de febrero, domingo Presentación del Señor Lucas 2, 22-40 Y a ti, una espada te atravesará el alma. (Lucas 2, 34) Leyendo el Evangelio de hoy, imagina que llevas a tu bebé en brazos y un extraño se te acerca, toma a tu bebé y te anuncia que algo malo les va a suceder a ti y a tu hijito. Es como para sobresaltarse, ¿verdad? Pero veamos qué hizo la Virgen María. Tal vez su primera reacción fue de temerosa sorpresa, pero aun así prefirió pensar en qué podría significar el anuncio. “¿Qué será la ‘espada’ de la que me habla? Yo sé que Jesús es el Mesías, pero ¿qué significa que él será para ‘ruina’ y ‘resurgimiento’ de muchos?” Tal como lo había hecho en el pasado ante anuncios incomprensibles para ella, le presentó a Dios sus preguntas, preocupaciones y temores en oración (Lucas 1, 29; 2, 19. 50). Tratando de comprender, seguramente María reflexionó en su pasado y recordó las veces en que Dios le había demostrado su fidelidad y su amor. Probablemente, recordó cuando el ángel le habló a José para que se casara con ella y esto le reafirmó su fe;
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y también cuando los sabios de Oriente les advirtieron que huyeran de Herodes, y todo esto le sirvió para tener una fe más firme en la fidelidad de Dios pensando en la “espada” que se le anunciaba: “Confío en que Dios estará conmigo, incluso cuando esa ‘espada’ me atraviese el corazón.” Por lo general, la vida nos trae alegrías y tristezas a todos, como a María. Entonces, ¿cómo seguir el ejemplo de fe y confianza que ella tuvo? Lo más importante que tú puedes hacer es adoptar el hábito de meditar en la fidelidad que Dios te ha demostrado en el pasado. Recuerda aquellos episodios en los que has dicho: “Gracias, Señor, ¡porque realmente me protegiste!”, o “Señor Jesús, ahora veo que tu plan era mucho mejor que el mío.” Ten siempre presentes su bondad y su amor inquebrantable cuando le digas que “sí” una y otra vez. El mismo Dios que acompañó a María va hoy caminando contigo. Aférrate a esta verdad, y tu fe y confianza crecerán. “Amado Jesús, tú eres mi Salvador y mi Sanador. ¡En ti confío!” ³³
Malaquías 3, 1-4 Salmo 24 (23), 7-10 Hebreos 2, 14-18
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de febrero, lunes San Blas, obispo y mártir Marcos 5, 1-20 Vino corriendo desde el cementerio un hombre poseído por un espíritu inmundo. (Marcos 5, 2) Hoy seguimos los pasos de Jesús, que nos llevan a la región de los gerasenos. Allí, un endemoniado le sale al paso. Marcos lo describe crudamente: vive en los sepulcros, aislado de la sociedad, excluido de toda vida social; le han atado muchas veces con grilletes y cadenas, pero siempre las rompe y se hiere él mismo con piedras filosas. Es un hombre que sufre, atormentado por una fuerza interior que lo domina, sin darle descanso y empeñada en destruirlo. Jesús reconoce que este hombre está atormentado por espíritus inmundos y le pregunta cuál es el origen de su mal: ¿Quién eres? El nombre “Legión” evoca las hordas invasoras de las tropas romanas; la violencia y la dominación por la fuerza, una guerra que encadena a este hombre en una situación infrahumana. No será fácil sanear su vida, pues los demonios no dan paso a razonamientos lógicos. Por fin, a la orden de Cristo, los malos espíritus salen del hombre y se introducen en una piara de cerdos, que espontáneamente se arroja al precipicio y se ahoga en el mar. Pero los pobladores del lugar se atemorizan y le piden a Jesús que se aleje de ellos; ven al que fue salvado, pero la fuerza de
la acción de Dios les atemoriza, les incomoda y no se deciden a pedir su propia liberación. A muchos se les ocurre que hay que cerrar las puertas a la salvación y prefieren quedarse como están, porque la presencia de la santidad les incomoda, porque les exige cambiar y dejar los hábitos desordenados. ¿Será que tenemos miedo de la luz y la libertad? ¿Nos parece tan grande el precio de la salvación que preferimos quedarnos como estamos? Solo el hombre que fue liberado y que recupera su dignidad comprende el ofrecimiento gratuito de Cristo y se siente tan agradecido que desea seguir al Señor dondequiera que vaya. Pero Jesús le propone más bien que se quede con los suyos y allí proclame con su propio testimonio la buena nueva del Reino, las maravillas que hace la misericordia de Dios. “Amado Jesús, a veces me siento encadenado por malos hábitos, temores y dolores físicos; líbrame, Señor, de toda atadura para conocer la libertad y poder adorarte y alabarte todos los días de mi vida.” ³³
2 Samuel 15, 13-14; 30; 16, 5-13 Salmo 3, 2-7
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de febrero, martes Marcos 5, 21-43 Hija, tu fe te ha curado. (Marcos 4, 34) Hoy nos encontramos con dos personas, dos mujeres, para quienes el Señor realiza milagros de curación. La primera fue una mujer considerada impura por causa de una hemorragia de la que no se curaba desde hacía doce años. La otra fue una niña de doce años, que acababa de morir. Según la mentalidad de la época, cualquiera que tocara sangre o un cadáver era considerado impuro. Tal vez por eso, la enferma de hemorragia procuró ocultarse de Jesús luego de haberle tocado el borde de su manto. No quería exponerse a un posible rechazo del Señor o de los demás. Además, sentía vergüenza, ya que, por su condición, todos la consideraban “impura” y evitaban el contacto con ella. Por lo que fuera, tras tocar a Jesús procuró ocultarse entre la multitud. Pero su intento fue inútil, porque Jesús percibió claramente que el toque de ella era diferente y supo que, por la fe de ella, el poder curativo había emanado de él. A veces nosotros también queremos ocultarnos de Jesús. Por supuesto, lo hacemos sabiendo que es absurdo intentarlo, pues el Señor ve todo lo que hacemos y lo que necesitamos con la misma claridad con que ve todo lo que nos sucede a nosotros y a todos los demás. Pero Jesús ve no solo las faltas ocultas 40 | La Palabra Entre Nosotros
que tenemos; también ve nuestras virtudes escondidas. Ve cada paso de fe, cada acto de servicio humilde, cada oración silenciosa que hacemos, y cada una de estas acciones son valiosas para él. Y así como él elogia la fe de la mujer delante de la multitud, también nos elogia a nosotros cuando actuamos con fe. Y no solo eso, sino que nos prodiga más gracia aún como respuesta. A veces es difícil creer, es cierto, pero Jesús realmente te ama muchísimo y quiere bendecirte. Él ya sabe lo que necesitas y está deseoso de dártelo, así que no te ocultes de él; no dejes que el temor o la vergüenza te mantenga alejado de tu Médico y Redentor. Entrégate a él y afirma tu confianza en su amor y su poder. A continuación, relájate y espera tranquilamente para que oigas cuando te diga: “Tu fe te ha salvado.” “Señor mío, Jesucristo, no quiero ocultarme de ti. Aquí estoy, deseoso de que me toques con tu amor y me sanes.” ³³
2 Samuel 18, 9-10. 14. 24-25. 30—19, 3 Salmo 86 (85), 1-6
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de febrero, miércoles Santa Águeda, virgen y mártir Marcos 6, 1-6 ¿Dónde aprendió este hombre tantas cosas? (Marcos 6, 2) San Marcos nos cuenta que Jesús fue el sábado a la sinagoga de su ciudad de Nazaret para enseñar. Como lo hacía en otros lugares, anunció la buena nueva de que el Reino de Dios había llegado al mundo. Como era de esperar, los vecinos del lugar se quedaron asombrados por su sabiduría y porque además ya habían oído de todos los milagros que había realizado en otros lugares y de cómo había dominado fuerzas tan poderosas como el mar embravecido, los vientos tempestuosos, los demonios, la enfermedad y hasta la muerte misma. Pero ¿por qué no aceptaban su poder sanador sus propios vecinos que lo habían conocido por tantos años? Hasta Jesús “estaba asombrado porque aquella gente no creía en él”. ¿Cuál era la dificultad? ¿Por qué no podían aceptar que Dios actuara tan poderosamente por mano de este vecino que todos conocían? La respuesta, al igual que en todos los otros casos, es la dureza del corazón la que suscita sospecha y envidia. Los nazarenos se sintieron heridos en su orgullo y se negaron a admitir que necesitaban la sanación que Cristo les ofrecía. Jesús se alegra cuando reconocemos que él es el Señor y que nosotros somos meros mortales pecadores. Él aceptó el castigo que merecíamos nosotros y espera que
cada uno acepte de todo corazón la vida que nos ofrece. Es cierto que es posible vivir sin entregarse al Señor, pero ¿qué tipo de vida es esa? Vacía e inútil. ¿Por qué? Porque no llegamos a conocer al Amor que nos creó y que nos sostiene hasta este mismo día. Sin Cristo, permanecemos separados de la Vida que fue clavada en la cruz para librarnos de la esclavitud del dominio de las tinieblas. Este pasaje de San Marcos nos interpela a reconocer si nuestra fe en el Señor es auténtica o no. ¿Somos capaces de confiar en que Dios actúa eficazmente en la vida de sus hijos? Jesús nos invita a depositar toda nuestra fe en él. En la Escritura leemos que todos los que creyeron en su amor poderoso fueron sanados, liberados y protegidos. Pidámosle nosotros también al Espíritu Santo que, al llevarnos a la verdad completa, nos conceda una fe firme. “Espíritu Santo, enséñanos a darnos cuenta de lo mucho que necesitamos creer y esperar en el amor de Dios. Perdona, Señor, nuestra incredulidad.” ³³
2 Samuel 24, 2. 9-17 Salmo 32 (31), 1-2. 5-7
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de febrero, jueves San Pablo Miki y compañeros, mártires Marcos 6, 7-13 Les mandó que no llevaran nada para el camino. (Marcos 6, 8) Emocionados pero vulnerables, así es como deben haberse sentido los apóstoles. ¡Jesús los estaba enviando a predicar y sanar con su autoridad! Pero también los estaba enviando sin provisiones, ni dinero ni una segunda túnica. Probablemente ellos pensaron: ¿Cómo vamos a cumplir esta misión? El Señor no tenía la intención de ponerles obstáculos, pues sabía que ellos estaban preparados para experimentar la providencia de Dios y que tendrían toda la sabiduría, el poder y la asistencia que necesitaban, y sabía que esta experiencia les permitiría confiar más en sí mismos y profundizaría su fe en Dios. Y eso fue exactamente lo que pasó. Casi todos comprendemos bien la inseguridad y las dudas que tuvieron los apóstoles. A veces también nos sentimos poco preparados para llevar el Evangelio a los demás, y nos parece que necesitamos más paciencia, más conocimientos, más tiempo o más disciplina. Pero lo cierto es que también podemos confiar, como los apóstoles, en que Dios nos proveerá todo lo necesario para cumplir la misión. ¡Solo espera que demos el primer paso! Piensa, hermano, ¿qué quiere el Señor que hagas hoy? Para empezar, piensa en 42 | La Palabra Entre Nosotros
aquellos que están más cerca de ti. Atiende con amor a tus familiares directos demostrándoles el amor de Dios. Sé instrumento de paz y armonía en tu hogar y lugar de trabajo resguardando la dignidad de tus compañeros, especialmente cuando las conversaciones pasan a ser chismes. Pero no te limites a tu vida normal, lo que es cómodo para ti; deja que el Espíritu Santo te lleve a hacer un poco más, por ejemplo, a un lugar donde tengas que confiar en la providencia de Dios. ¿Como qué cosa? Por ejemplo, reunirte con otras personas para rezar frente a una clínica de abortos u ofrecerte para llevar comida y visitar a un vecino que tenga problemas económicos o de salud. Tal vez signifique contarle a un amigo cómo Dios te ayudó a superar una situación difícil. Lo que sea que te pida el Señor, atrévete a dar el primer paso y él te ayudará. Así irán creciendo tu fe y tu confianza, y podrás atreverte a compartir el Evangelio con otras personas la próxima vez que tengas la oportunidad. Da hoy ese paso, y observa cómo Dios te muestra su ayuda. “Amado Jesús, ayúdame a dar un paso de confianza en ti.” ³³
1 Reyes 2, 1-4. 10-12 (Salmo) 1 Crónicas 29, 10-12
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de febrero, viernes Marcos 6, 14-29 Herodes había mandado apresar a Juan. (Marcos 6, 17) El destino que tuvo Juan Bautista que hoy leemos es una prefiguración de lo que le esperaba a Jesús al final de su ministerio mesiánico. Tanto el Bautista como el Mesías fueron apresados y condenados a muerte por gobernantes abusivos, más preocupados de resguardar su egocéntrica autoridad que de obedecer a Dios. Más aún, dado que Herodes contravenía la Ley de Dios al tomar por mujer a la esposa de su hermano, era un rey adúltero; vale decir, la personificación del adulterio espiritual de todo el pueblo, que había traicionado a su Señor y Esposo para irse en pos de los ídolos. Juan Bautista murió como Jesús, el justo por los injustos, pero ésta sería también la suerte de los discípulos, a quienes el Maestro enviaría con la misión de predicar el arrepentimiento y la conversión. En su relato del martirio del Bautista, Marcos procura poner fin a los rumores que circulaban, de que Jesús era Juan que había resucitado, rumores que habían llegado hasta el mismo Herodes. Pero no se trataba de una resurrección: Juan había muerto y sus discípulos y testigos conocían el lugar de la sepultura. El martirio del Bautista se convertía así en una señal que presagiaba el destino que le esperaba a Cristo Jesús y también
a los discípulos del Señor. Pero fue una muerte de la cual brotaron frutos de vida, como lo prometió el Señor: “El que pierda su vida por mí y por el Evangelio, la salvará” (Marcos 8, 35). Herodes y Pilato quisieron actuar conforme a su propia voluntad y prefirieron desentenderse de Dios, o incluso ofenderlo, a fin de salvar su vida humana y mantener su prestigio y posición, pero perdieron la vida verdadera, que el mismo Cristo les ofrecía. Juan Bautista y todos los mártires cristianos ciertamente perdieron su vida humana, pero ganaron la vida eterna. Quiera el Señor que todos los cristianos vivamos en una comunión tan íntima y personal con Cristo que no dudemos de preferir la vida de la fe antes que desentendernos de Dios, buscar el éxito en este mundo, la satisfacción de los sentidos, los anhelos humanos y la seguridad puramente material. “Amado Jesús, concédeme permanecer fiel a ti y preferir siempre la vida que tú me ofreces, la vida de la fe, la esperanza y la caridad basada en la verdad y la misericordia.” ³³
Eclesiástico 47, 2-13 Salmo 18 (17), 31. 47. 50-51
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de febrero, sábado San Jerónimo Emiliani o Santa Josefina Bakhita, virgen Marcos 6, 30-34 Vengan conmigo… para que descansen. (Marcos 6, 31) ¡Jesús invita a sus doce apóstoles a descansar! En general, daba la impresión de que todo el mundo quería siempre algo de él, ya fuera sanación, liberación, consejo e incluso una buena discusión teológica; pero el Señor quería tener tiempo, en medio de todo este trajín, para estar a solas con ellos y descansar en la presencia de Dios. Quería ayudarles a encontrar el equilibrio correcto entre el servicio a Dios y el reposo espiritual, en el cual Dios pudiera atender a sus necesidades. Equilibrio. ¿No es esto algo muy difícil de encontrar? En una sociedad que pone atención casi exclusivamente en los logros y los resultados, la idea de reposar en silencio con el Señor y recibir su bendición puede parecer como un ejercicio de escape o pereza. Pero la verdad es que todos necesitamos pasar tiempo a solas con el Señor; todos necesitamos acudir a él en el silencio del corazón, para que él nos fortalezca, nos consuele y nos revele su voluntad. Porque sin este tiempo de comunión en su presencia, no tendremos nada que ofrecer a quienes atendemos y cuidamos. Al referirse a la oración, el teólogo jesuita Hans Urs von Balthasar dijo una vez: 44 | La Palabra Entre Nosotros
“Acosados por la vida y exhaustos, buscamos algún lugar dónde estar en silencio y meditar honestamente en lo que hacemos deseando una renovación espiritual. Anhelamos reavivar el espíritu en Dios, simplemente abandonarnos en él y recuperar nuevas fuerzas para vivir… En un campo de quietud, ahí yace para nosotros un tesoro.” ¡No dejes de buscar ese tesoro! No permitas que el mundo te convenza de que ya tienes todos los recursos que necesitas para enfrentar los desafíos de la vida. Cada día, Jesús tiene dones especiales para ti, tesoros que él sabe que necesitarás mientras afrontas los altibajos de la cotidianidad. Estos tesoros pueden ser un versículo de la Escritura para compartir con un ser amado, un abrazo cálido del Espíritu Santo para reconfortarte en una dificultad o una dosis de valentía para ayudarte a luchar contra la tentación. Así que, toma en serio palabras de Jesús, pues te está llamando ahora mismo diciéndote: “Ven conmigo.” Aparta un tiempo y un lugar hoy día a donde puedas ir y descansar, para que él te enseñe y te ame. “Gracias, Señor y Salvador mío, por llamarme a tu lado. ¡Aquí estoy, Señor! Ven y lléname.” ³³
1 Reyes 3, 4-13 Salmo 119 (118), 9-14
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MEDITACIONES FEBRERO 9 a 15
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de febrero, V Domingo del Tiempo Ordinario Mateo 5, 13-16 Que… brille la luz de ustedes. (Mateo 5, 16) En muchos lugares se celebra hoy el Día Mundial del Matrimonio. Pero no es el festejo de un día lo que más importa; es el reconocimiento público de la institución del “matrimonio” para renovar sus infinitas bondades. Ninguna otra institución hace tanto ni es tan indispensable para la especie humana como el matrimonio. Recordemos que, siendo instituido por Dios, no genera nada negativo para los esposos ni para nadie, sino mucho de positivo, y de hecho es el que ordena y preserva la especie humana. Es preciso usar los términos auténticos: los esposos, el marido y la mujer, el matrimonio y la relación conyugal. Eso de “relación de pareja” deja por fuera el compromiso serio y sacramental del matrimonio. Con razón hay tantos hoy que “se acompañan”, pero no se casan. ¿No es esto falta de amor verdadero, pues no hay entrega completa, y es un concepto egocéntrico de la vida matrimonial
y familiar? Si el hombre y la mujer se consideran adultos y maduros como para compartir la vida, ¿por qué no se casan? Algunos dicen “por si no nos avenimos bien” y mientras tanto engendran hijos que, a su vez, tienen un futuro incierto y que, llegada la vida adulta, posiblemente opten por la misma fórmula, aparte de que se privan de la bendición de los sacramentos. Esto es irresponsable e inmaduro. Si hay amor verdadero, el Sacramento del Matrimonio les concede las gracias necesarias para “avenirse” bien para toda la vida. El matrimonio es escuela de vida y cuantos así lo entienden forman familias duraderas, felices y fructíferas. Por eso, rendimos hoy homenaje a todos los matrimonios sacramentales que llevan una vida conyugal y familiar verdadera, donde los hijos florecen, y más tarde, viendo los ejemplos de sus progenitores, fundarán matrimonios y familias felices y estables también. Esta es la voluntad de Dios. “Amado Jesús, bendice hoy en forma especial a todos los matrimonios antiguos y nuevos.” ³³
Isaías 58, 7-10 Salmo 112 (111), 4-9 1 Corintios 2, 1-5
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de febrero, lunes Santa Escolástica, virgen Marcos 6, 53-56 Cuantos lo tocaban, quedaban curados. (Marcos 6, 56) La curación física fue una parte esencial del ministerio de Jesús cuando estuvo en la tierra. Pero es posible entender este pasaje de dos maneras; por ejemplo, que realizó los milagros de curación solo cuando estuvo en este mundo, o bien que siempre sana a cualquier persona que se lo pida, como hizo en la época del Nuevo Testamento. Ambas suposiciones son extremas. Los dos mil años de historia de la Iglesia, combinados con lo que sucede en la actualidad, nos dicen que aún siguen sucediendo muchos milagros de sanación en todo el mundo. Pero la misma combinación de historia y noticias actuales nos dicen que no todos los que piden ser curados lo son. Este es uno de los misterios que simplemente no podemos explicar. No sabemos por qué algunos sanan y otros no. Sin embargo, sabemos que el amor de Dios es mucho más grande de lo que podremos imaginar, y que él siempre guarda lo mejor para nosotros. Por eso, nunca es un error pedirle sanación a Dios. De hecho, debemos tener la libertad de pedirla, con el atrevimiento y la confianza con que un niño le pide ayuda a su padre. 46 | La Palabra Entre Nosotros
Cuando Jesús envió a sus discípulos a predicar les dijo “sanen a los enfermos”, pues quería que ellos entendieran que la curación divina era algo que ellos podían esperar, aun cuando él no estuviera físicamente presente (Mateo 10, 8). Tal vez lo que nosotros hayamos experimentado sea lo contrario, pero hay que tener cuidado de no limitar a Dios. Si estás rezando por tu salud o la de un ser querido, ten valor. Aun cuando nada parezca cambiar, estás haciendo mucho más de lo que piensas, pues estás poniendo tus necesidades en las manos de Dios Todopoderoso y él, que es todo amor, escucha tu plegaria y hará lo que sea mejor en esa situación. Acepta la curación por cualquier medio que suceda, por ejemplo, por medio de las manos de un médico o a través de tu intercesión, o ambas cosas. O bien podría ser una sanación emocional o espiritual, en la que encuentres una paz nueva en medio del sufrimiento. “Señor mío Jesucristo, tú puedes hacer lo que parece imposible, por eso te pido la sanación que necesito para mí o mi ser querido.” ³³
1 Reyes 8, 1-7. 9-13 Salmo 132 (131), 6-10
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de febrero, martes Bienaventurada Virgen María de Lourdes Marcos 7, 1-13 Honra a tu padre y a tu madre. (Marcos 7, 10) En el Evangelio de hoy, Jesús trataba de ayudar a algunos fariseos a reconocer que algo esencial hacía falta en su forma de cumplir la Ley de Moisés. Sus tradiciones y rituales de purificación externa se veían muy bien pero eran ceremonias vacías de valor. Ahora, de todos los ejemplos que Jesús pudo haber escogido para hacerles ver la hipocresía, optó por citar los vacíos de la ley que algunos utilizaban para justificar el hecho de no ayudar monetariamente a sus padres ancianos. En esto, Jesús insiste nuevamente en la importancia de la vida familiar, que era muy valiosa para él. La familia es la unidad central del plan de Dios para los humanos, y Dios mismo es una comunión de Personas. La alianza inicial la hizo no solo con Abraham, sino también con todos sus descendientes, el pueblo de Israel, e incluso el propio Jesús nació en el seno de una familia. Posiblemente los fariseos buscaban la pureza, pero al ignorar el amor familiar, se desviaban completamente de su objetivo. La mayoría de los fieles no descuidamos a nuestros padres ancianos, pero siempre es fácil perder de vista lo importante que es la familia. Pasamos demasiado ocupados y trabajamos largas horas, lo
que hace difícil compartir la cena con la familia. O bien, tenemos demasiados compromisos en la escuela o en la iglesia, y no nos queda tiempo para compartir en casa. Y cuando los padres viven en otra ciudad, es más difícil aun mantenerse en contacto con ellos. Dios conoce las dificultades que tenemos, y no desea que renunciemos al trabajo ni que dejemos de participar en la iglesia; pero desea que, en medio de todo aquello que demanda nuestra atención, encontremos la forma de proteger y cuidar nuestras relaciones familiares. Así pues, hermano, aparta un momento para rezar por y con tu familia. Dile a Dios cuánto los amas y los valoras. Pídele que te ayude a encontrar la mejor forma de fortalecer los lazos dentro de tu hogar. Dios sabe que a veces surgen obstáculos, y es una realidad, pero el solo hecho de recordarlos y rezar por ellos es una buena forma de empezar. “Señor, Dios mío, ayúdame a valorar siempre a mis seres queridos y amarlos como tú los amas.” ³³
1 Reyes 8, 22-23. 27-30 Salmo 84 (83), 3-5. 10-11
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de febrero, miércoles Marcos 7, 14-23 Del corazón del hombre salen las intenciones malas. (Marcos 7, 21) Hoy leemos que Jesús dijo a sus discípulos que no es el alimento lo que hace impuro al ser humano ante los ojos de Dios, sino las actitudes y reacciones que brotan del corazón. Por sus tradiciones, los fariseos solían dar mucha importancia a las señales externas de pureza ritual, pero Jesús puso el dedo en la llaga: El pecado y la santidad residen en el corazón humano, no en las manos ni en el sistema digestivo. ¿Qué pensamos los católicos de hoy? ¿Nos preocupamos más de cumplir las normas y los deberes religiosos externos, como los rezos en horarios fijos, el uso de sacramentales o la veneración de imágenes o figuras religiosas y cosas por el estilo? ¿O dialogamos con Dios en una oración profunda y sincera y nos hacemos un buen examen de conciencia? ¿Nos percatamos de que las actitudes externas, especialmente en el trato con los demás, denotan lo que llevamos en el corazón? Es cierto que los preceptos religiosos y las devociones ayudan a mantenernos en el camino de la santidad, pero no son los elementos principales. Lo importante es examinarse el corazón, reconocer lo que no está correcto y arrepentirse con la iluminación del Espíritu Santo y cambiar. A veces no es fácil confrontar el pecado 48 | La Palabra Entre Nosotros
que llevamos en el interior, pero no hay por qué temer. Jesús vino a salvarnos, no a condenarnos (Juan 3, 17), porque él está a favor nuestro, no en contra nuestra (Romanos 8, 31). Además, el Señor conoce perfectamente nuestra condición, y por mala que ésta sea, jamás se aleja irritado, decepcionado o escandalizado, ni nos rechaza; por el contrario, nos espera con los brazos abiertos y nos ofrece su amor y su perdón, precisamente para que confiemos en él con toda sinceridad y le confesemos nuestros pecados y fallas; así recibiremos la gracia, el perdón y la vida nueva que nos ha prometido. Jesús es el Gran Médico que viene a sanarte, perdonarte, reconfortarte y llenarte de su amor. Pídele que te ayude a purificar tus pensamientos y motivaciones, para que empieces a dar buenos frutos de santidad y justicia. “Jesús, Señor y Salvador mío, confieso que soy pecador y que necesito tu misericordia y tu perdón. Pon en mí un corazón limpio y dócil, para amarte de verdad y llenarme nuevamente de tu amor.” ³³
1 Reyes 10, 1-10 Salmo 37 (36), 5-6. 30-31. 39-40
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de febrero, jueves Marcos 7, 24-30 Fue a buscarlo y se postró a sus pies. (Marcos 7, 25) Hoy leemos que Jesús partió hacia Tiro y Sidón, ciudades situadas en territorio “gentil”, o sea no judío, al noroeste de Nazaret en la costa del mar Mediterráneo. La mujer que se le acercó era siria de Fenicia, es decir, no judía. El hecho de que Jesús haya entrado en territorio pagano era un claro testimonio de que había venido a llamar a todos por igual, tanto judíos como gentiles. Así demostraba que la llamada del Evangelio es universal. Quizás, al leer la conversación de Jesús con esta mujer, pensemos que él la estaba discriminando porque llamaba “perros” a los gentiles, pero según la costumbre judía de la época, éste era un término común para referirse a los paganos. Lo que Jesús hacía era probar el deseo y la determinación de la mujer. Ella se acercó al Señor con una terrible aflicción y una gran fe. Se arrojó a los pies del Señor y le suplicó que curara a su hija. La forma en que ella reaccionó ante las palabras de Cristo demuestra que ansiaba recibir o conocer lo que él podía hacer y por eso el Señor aceptó su fe y sanó a su hija. Todos necesitamos el toque de Cristo. Cualquiera sea la raza, nacionalidad, credo, educación u origen de una persona, el Señor acepta a todos los que se le
acercan con fe y sinceridad y no rechaza a nadie. El Evangelio no excluye a nadie. Todos los que busquen a Jesús con sinceridad lo encontrarán y recibirán la vida plena. ¿Tenemos nosotros una fe como la de esta mujer para acudir al Señor y pedirle que nos dé alimento espiritual? Este pasaje es un desafío para nuestro espíritu evangelizador. ¿Consideramos que todos sin distinción necesitan a Cristo? ¿O preferimos escoger a quienes queremos darles testimonio del Señor y compartir el Evangelio? No importa que una persona nos resulte poco atractiva o nos parezca que no aceptará a Jesús por su estilo de vida, pero Jesús quiere que todo ser humano llegue a conocerlo y aceptarlo. ¡No olvidemos esto al proclamar el mensaje de salvación en Cristo! “Ven, Espíritu Santo, y guíanos a propagar la verdad del Evangelio sin reservas ni condiciones, y concédenos confianza y palabras para ser buenos instrumentos de la verdad de Cristo, para gloria del Padre.” ³³
1 Reyes 11, 4-13 Salmo 106 (105), 3-4. 35-37. 40
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de febrero, viernes Santos Cirilo, monje, y Metodio, obispo Marcos 7, 31-37 Salió Jesús de la región de Tiro y vino… [a] la región de Decápolis. (Marcos 7, 31) ¿Recuerdas que el 3 de febrero leímos que Jesús sanó a un hombre poseído por varios demonios (Marcos 5)? Debido a este gran milagro, el hombre ya liberado quería seguir a Jesús, pero él no se lo permitió y le dijo: “Vete… y cuéntales todo lo que el Señor te ha hecho” (Marcos 5, 19). Y eso fue exactamente lo que este hombre hizo. Fue a la región de Decápolis, las diez ciudades situadas al este del Jordán donde predominaba la cultura gentil y griega, y empezó a contar lo que Jesús había hecho por él. Ahora, volvamos al Evangelio de hoy. De repente, Jesús mismo aparece en Decápolis. Cuando llega, se encuentra que el pueblo está dispuesto a escuchar. Aparentemente ya se han enterado de que él tiene el poder de sanar, porque le traen a un hombre sordo y tartamudo. Quienes presenciaron la sanación quedaron maravillados, y aunque el Señor les prohibió hablar del asunto, no pudieron dejar de difundir la noticia (Marcos 7, 36). ¿No te parece que el ex endemoniado de Marcos 5 fue clave para la disposición de la gente? Su testimonio les debe haber ablandado el corazón y despertado 50 | La Palabra Entre Nosotros
el interés de conocer a Cristo. Luego, la semilla que él plantó germinó cuando estas personas se encontraron personalmente con el Señor. De la misma manera, tú puedes sembrar semillas de fe sirviendo con amabilidad, siendo paciente con alguien que no te haya tratado bien y testimoniando sobre lo que Dios ha hecho en tu propia vida. Esas semillas tienen gran potencial para que alguien abra su corazón al Señor. Desde luego, aunque hayas plantado semillas de fe, no siempre podrás ver que las personas den pasos hacia el Señor. Sin embargo, podemos confiar en que Dios está actuando, aun cuando tú no puedas detectar evidencia alguna. Así como el hombre del relato de Marcos 5 probablemente nunca supo que Jesús iba a visitar su región otra vez, nosotros nunca sabemos cuándo Jesús “visitará” a las personas con las que hayamos compartido la fe. Así que, sigamos plantando esas semillas y dejemos todo en manos del Señor para que las haga brotar y florecer algún día. “Señor, dame la valentía de dar testimonio de todo lo que has hecho por mí.” ³³
1 Reyes 11, 29-32; 12, 19 Salmo 81 (80), 10-15
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de febrero, sábado Marcos 8, 1-10 Ya llevan tres días conmigo y no tienen qué comer. (Marcos 8, 2) Probablemente, todos hemos experimentado períodos de sequedad y flaqueza física, emocional y espiritual e incluso depresión, que a veces son provocadas por disensiones familiares, enfermedades, crisis financieras u otras razones. Para quienes no tienen fe, estas ocasiones los llevan a veces a volverse contra Dios y la Iglesia; pero en el que tiene fe se despierta una sed de recibir “algo más”, un anhelo de buscar a Dios con mayor entrega y fidelidad. Si miramos al pasado, sin duda percibiremos la mano de Dios. Reflexionando en las ocasiones en que nos ha sucedido esto, nos daremos cuenta de que fue precisamente en momentos terribles que la mano de Dios estaba allí para bendecirnos. En el Evangelio de hoy vemos que Jesús realizó el milagro de la multiplicación de los panes y los peces en un lugar desértico. Lo magnífico es que, así como se preocupó de alimentar a esos seguidores en el desierto, hoy actúa con cariño especial durante los desiertos de nuestra vida. Es cierto que a veces el Señor nos lleva al páramo, a lugares desconocidos e incómodos, pero lo hace para que tengamos un encuentro más íntimo con él. En esos momentos, los placeres que ofrece el mundo parecen menos atractivos y el Señor crea en nosotros un anhelo más
intenso de estar en su compañía. Posiblemente nos permita ver el grado en el cual el pecado ha debilitado nuestra amistad con él, o quizá nos conceda el privilegio de percibir el enorme anhelo que él tiene de que nos arrepintamos y regresemos a su lado. ¡En el desierto Jesús transformó siete panes y un pescadito en alimento suficiente para saciar a cuatro mil personas! ¿No es maravilloso que hoy pueda y quiera hacer algo similar por nosotros? Jesús, el cumplimiento de todas las promesas del Padre, jamás deja de satisfacer nuestras necesidades más profundas. Lo que sucede es que muchas veces no llegamos a reconocer lo muy necesitados que somos hasta que nos encontramos en el desierto. ¡Qué gran lección de humildad! Con todo, qué hermoso y vivificante resulta el fruto de tales encuentros con el Señor. Hermano, si estás en un “desierto”, busca al Señor que allí te espera. “Padre celestial, pongo todo lo que soy y lo que tengo y mi vida entera en tus manos santas y poderosas.” ³³
1 Reyes 12, 26-32; 13, 33-34 Salmo 106 (105), 6-7. 19-22
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MEDITACIONES FEBRERO 16-22
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de febrero, VI Domingo del Tiempo Ordinario Mateo 5, 17-37 No he venido a abolirlos, sino a darles plenitud. (Mateo 5, 17) En el Evangelio de hoy leemos que Jesús dice que no ha venido a abolir la Ley y los profetas, sino a darles cumplimiento. ¿Qué son la Ley y los profetas? La Ley se refiere a los cinco primeros libros del Antiguo Testamento, conocidos también como el Pentateuco. Los Profetas son los escritos de los profetas y los libros de sabiduría. Jesús hace referencia a aquello que consideramos el resumen del código moral del Antiguo Testamento: los Mandamientos de la Ley de Dios. Según el pensamiento de Jesús, la Ley no consiste en principios meramente externos. No. La Ley no es una imposición venida desde fuera. Todo lo contrario. En verdad, la Ley de Dios corresponde al ideal de perfección que está radicado en el corazón de cada hombre. Esta es la razón por la cual la persona que cumpla los mandamientos no solamente se siente realizada en sus aspiraciones humanas, sino también alcanza la perfección del cristianismo o, en las palabras de 52 | La Palabra Entre Nosotros
Jesús, alcanza la perfección del Reino de Dios: “El que los cumpla y los enseñe, será grande en el Reino de los cielos.” El cumplimiento de la ley no se resume en la letra, pues está visto que “la letra mata, pero el espíritu da vida” (2 Corintios 3, 6). En este sentido es que Jesús emplea su autoridad para interpretar la Ley según su espíritu más auténtico y la amplía hasta las últimas consecuencias: el respeto a la vida está unido a la extirpación del odio, la venganza y la ofensa; la castidad del cuerpo requiere la fidelidad y por la indisolubilidad; la verdad de la palabra dada requiere el respeto a los pactos. Al cumplir la Ley, Jesús “manifiesta con plenitud el hombre al propio hombre, y a la vez le muestra con claridad su altísima vocación” (Concilio Vaticano II, Constitución Gaudium et Spes, 41). Busquemos, pues, aquella perfección de la vida cristiana que realiza en acciones concretas lo que predica con palabras. “Amado Jesús, enséñame a no quedarme atascado en la letra de la Ley, sino entender y aceptar la esencia de tu enseñanza.” ³³
Eclesiástico 15, 16-21 Salmo 119 (118), 1-2. 4-5. 17-18. 33-34 1 Corintios 2, 6-10
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de febrero, lunes Los Siete Santos Fundadores de la Orden de los Siervos de la Bienaventurada Virgen María Marcos 8, 11-13 ¿Por qué esta gente busca una señal? (Marcos 8, 12) Sabemos que Jesús es Dios y por eso tendemos a pasar por alto el hecho de que, como hombre, experimentó todas las reacciones y emociones humanas igual que nosotros. Quizás nos sorprenda la frustración del Señor cuando leemos en el Evangelio de hoy que: “Jesús suspiró profundamente”, pero él podía leer los corazones y sabía que los fariseos le pedían una señal, no porque buscaran la verdad, sino porque querían “tenderle una trampa”. En el Antiguo Testamento, Dios revelaba su amor y hacía crecer la fe de su pueblo recordándoles los prodigios del pasado, como las plagas de Egipto y la salida del Éxodo, y les alentaba dándoles anuncios de señales milagrosas futuras. Gran parte del pueblo y sus jefes esperaban que la época mesiánica llegara con prodigios y maravillas, como sucedió en la época del Éxodo, expectativas que en general se referían a grandes triunfos en las guerras contra los paganos. Esta era la idea que prevalecía acerca del Mesías en la época de Cristo. Posiblemente, Jesús no cumplía esas expectativas desde un punto de vista
humano, pero lo hizo perfectamente en el plano espiritual. En efecto, él inauguró la salvación con los milagros que hizo y con la gran señal de ser él mismo levantado en la cruz. A diferencia de lo que hicieron los israelitas en el desierto, Jesús se negó a tentar a Dios pidiendo otras señales para ponerlo a prueba. ¿Tenemos nosotros la costumbre de pedirle señales a Dios antes de creer en su amor y su protección? ¿Reconocemos que la muerte y la resurrección de Cristo son las evidencias supremas que necesitamos para nuestra salvación? ¿Aceptamos realmente sus palabras de que “su Padre ya sabe lo que ustedes necesitan antes que se lo pidan”? En realidad, el Señor nos ha dado señales más que suficientes, no solo de su amor sino de su deseo de llevarnos a la salvación y a la santificación. Lo que ahora falta es que nosotros respondamos con fe y obediencia, con humildad y confianza. Así descubriremos en nuestra vida la realidad de la vida eterna que comienza ahora mismo. “Padre eterno, quiero abandonarme totalmente en tus manos amorosas.” ³³
Santiago 1, 1-11 Salmo 119 (118), 67-68. 71-72. 75-76
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de febrero, martes Marcos 8, 14-21 ¿Y todavía no acaban de comprender? (Marcos 8, 21) Dos veces en el Evangelio de hoy Jesús preguntó a sus apóstoles: “¿Todavía no acaban de comprender?” (Marcos 8, 17. 21). Los apóstoles pensaron que Jesús los estaba reprendiendo porque no trajeron suficiente pan y comida para el camino (Marcos 8, 16). Pero Jesús se refería a algo mucho más importante que el pan. Cuando les dijo: “Fíjense bien y cuídense de la levadura de los fariseos y de la de Herodes,” se estaba refiriendo a la enseñanza corrupta que solamente impone leyes demasiado estrictas, emplea una doble moral y busca la ventaja personal. Jesús también les estaba enseñando a los apóstoles que él era capaz de satisfacer todas sus necesidades. Es como si les dijera: “¿No recuerdan? ¿No me vieron tomar unos pocos panes para alimentar a mucha gente? ¿No fueron ustedes los que recogieron lo que sobró y llenaron varias canastas? ¿Por qué siguen dudando de mí?” Entonces, ¿qué lecciones podemos aprender tú y yo de esto? Primero, no limites tu fe solamente a obedecer las leyes y los mandamientos. Si lo haces, te arriesgas a caer en la trampa de quedarte conforme contigo mismo si haces bien algo o sentirte fracasado o frustrado si crees que has fallado. La vida de fe implica mucho más que simplemente cumplir las leyes de Dios. 54 | La Palabra Entre Nosotros
Segundo, reflexiona en la multiplicación de los panes y los peces para que crezca tu fe en el amor de Jesús. Él sabe lo difícil que es creer en algo que parece ilógico al principio, algo como un milagro; pero esto es exactamente lo que él nos pide que hagamos todos los días, pues quiere que pongamos toda nuestra esperanza en él aun cuando no lo veamos. Y nos pide que creamos que nos dará todo lo que necesitemos y que él puede guiarnos por el camino hacia el cielo. Si creemos solo en lo que vemos, limitamos aquello que Jesús puede hacer en nosotros. Más bien, permite que el milagro de los panes y los peces te ayude a reconocer que Jesús quiere y es capaz de satisfacer tus necesidades. El Evangelio según San Juan nos dice que los apóstoles eventualmente entendieron (Juan 16, 30). Nosotros también podemos entender, si perseveramos en la fe y creemos en Aquel que nos ama incondicionalmente. “Amado Jesús, ayúdame a entender y creer que tú puedes satisfacer mis deseos más profundos. Señor, confío en ti.” ³³
Santiago 1, 12-18 Salmo 94 (93), 12-15. 18-19
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de febrero, miércoles Marcos 8, 22-26 Jesús le volvió a imponer las manos en los ojos. (Marcos 8, 25) Las personas con incapacidad visual suelen tener perros lazarillos o guías; pero aprender a trabajar con uno de estos perros guías no es fácil, y pueden pasar semanas o meses antes de que la persona invidente y el perro aprendan a confiar el uno en el otro y cooperar entre sí. Sin embargo, una vez que sucede, generalmente se sienten libres de ir casi a cualquier parte. El ciego de este pasaje del Evangelio sabía que Jesús realizaba milagros y sanaba, y él quería ver, pero no estaba seguro de qué era lo que Jesús estaba haciendo o qué tendría qué hacer él. Lo que tenía que hacer era confiar en el Señor. ¿Te has encontrado tú mismo en una situación similar a la de este hombre, sin saber hacia dónde vas o cómo el Señor va a resolver las cosas? Posiblemente te has sentido confundido: ¿Por qué Dios permite que suceda esto? ¿Cómo va a resolver esta situación? ¿Cuándo lograré ver lo que él quiere para mí? Si te sientes así ahora, piensa en este ciego, que confió paso a paso en Jesús y permitió que lo guiara pues creyó que él podía sanarlo. Ahora imagínate que tú eres aquel que está allí con Jesús en vez de ese hombre. Ve como te toma de la mano y te va guiando. Tú no sabes
hacia dónde te lleva, pero debes confiar en que él sabe qué es lo mejor para ti, y confías en que, aun cuando no entiendas lo que sucede en este momento, algún día lo comprenderás. Así como se va creando una relación de confianza entre la persona invidente y su perro guía, todos necesitamos desarrollar confianza en el Señor a través del tiempo, y podemos hacerlo manteniéndonos cerca de él y dejando que él nos guíe especialmente cuando afrontamos situaciones difíciles. Si aprendemos a confiar en él en las cosas menos importantes, lograremos experimentar más paz cuando nos enfrentemos con dificultades mayores. Sabremos por experiencia propia que Dios nos va guiando, y creceremos en la confianza de que él finalmente nos ayudará a afrontar los problemas con la ayuda de su amor. ¿Qué es lo que hoy te preocupa? Preséntaselo a Jesús, luego confía en él y deja que te guíe. ¡Confía en que él te ayudará a ver! “Amado Jesús, concédeme la gracia de confiar más en ti especialmente en mis dificultades.” ³³
Santiago 1, 19-27 Salmo 15 (14), 2-5
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de febrero, jueves Marcos 8, 27-33 Y ustedes, ¿quién dicen que soy yo? (Marcos 8, 29) Jesús les hizo esta pregunta a sus seguidores más cercanos. La gente creía que él era uno de los grandes profetas, como Juan el Bautista, que denunciaba con fuerza la vida inmoral del rey Herodes; o como el profeta Elías, que dejó en vergüenza a 450 falsos profetas y los desenmascaró en una sola demostración del poder divino. Pero ¿qué le respondieron los Doce? Parece que ellos tampoco lo tenían muy claro. Pedro sabía que Jesús era el Mesías, es decir, que tenía un poder sobrenatural, que cumplía una misión divina y que tenía una relación especial con Dios; pero no llegaba a imaginarse una respuesta más profunda y costosa, una respuesta que implicara la cruz. ¡Qué diferentes a los nuestros son los pensamientos de Dios! El Padre envió a su Hijo, no como un fogoso profeta al estilo de Elías o Juan el Bautista, sino como un siervo sufriente, que ofrecería su propia vida para expiar nuestros pecados y reconciliarnos con Dios. Gracias a Cristo, la cruz se ha convertido en la fuente de la cual fluyen todas las gracias y bendiciones: liberación del pecado, sabiduría para vivir en este mundo y libertad frente a las fuerzas de las tinieblas. La cruz ha pasado a ser la clave de la libertad y la vida de un modo que un mesías 56 | La Palabra Entre Nosotros
puramente humano jamás podría lograr. ¿Quién es Jesús para ti? ¿Qué significa para ti aceptar la cruz? Las dos preguntas van de la mano, pues un Mesías crucificado ha de tener seguidores crucificados. Dios quiere que asumamos la batalla interior de decir “no” a los hábitos pecaminosos para que empecemos a disfrutar de la vida verdadera en su presencia. La única forma de librar exitosamente la batalla es fijar la mirada en Cristo Jesús, el Mesías crucificado, hacer oración y pedirle al Espíritu que nos ayude a poner a Jesús y su amor en el primer lugar de nuestra vida. Hermano, deja que el Espíritu te lleve a la cruz hoy día; que te guíe a una libertad más profunda, tal vez a través del arrepentimiento, una mayor paciencia o un amor más intenso. Escucha la suave voz con que te susurra palabras de aliento y corrección. Confía en que, al seguirlo, él te hará pasar de la muerte a la vida. “Señor, yo creo que tú eres el Mesías. Gracias por ofrecer tu vida por mí.” ³³
Santiago 2, 1-9 Salmo 34 (33), 2-7
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de febrero, viernes San Pedro Damián, obispo y doctor de
la Iglesia Marcos 8, 34—9, 1 El que pierda su vida por mí y por el Evangelio, la salvará. (Marcos 8, 35) Esto que nos dice Jesús de salvar y perder la vida nos infunde cierto temor, si no pensamos más que en lo mucho que tengamos que sacrificar. Pero eso no es todo. El Señor quiere abrirnos los ojos para que apreciemos el panorama más completo de su magnífico plan de salvación. Jesús no murió solamente para que nos despojáramos de la vida antigua, sino también para que ganáramos la vida resucitada, ¡que es infinitamente mejor! Es decir que podemos contemplar la cruz con un sentido de temerosa admiración y expectativa por todo lo bueno que Dios nos promete, porque precisamente gracias a que Jesús murió en la cruz, nosotros podemos recibir ahora la purificación del corazón y la renovación de la mente. El Señor nos invita a iniciar esta vida nueva ahora y aquí mismo. Lo cierto es que a veces dedicamos tiempo y dinero a buscar placeres mundanos y las cosas efímeras de esta vida, pero al hacer eso corremos el riesgo de perdernos el tesoro más valioso de la vida verdadera que Dios tiene reservada para sus hijos. En realidad, Jesús no nos pide privarnos de muchas cosas. ¡No se trata de eso! Lo que quiere es que renunciemos a los
impulsos desordenados y pecaminosos que tratan de dominarnos y que, en cambio, nos pongamos de corazón en manos de Dios, para que el Espíritu Santo nos ayude a llevar la vida nueva recibida en el Bautismo. El afán de autosuficiencia e independencia y la irresponsabilidad en lo que hacemos son actitudes que llevan a la infelicidad y al dolor. ¡Estas son las cosas a las que Jesús vino a darles muerte en nosotros! Sí, en la cruz se pierde algo. ¿Qué cosa? La esclavitud del pecado. ¿Y qué ganamos? Una conciencia limpia, libertad de los hábitos de pecado, comunión con Dios y el descubrimiento de que somos hijos amados del Altísimo. Jesús nos invita a depositar nuestra autosuficiencia, egoísmo y hábitos de pecado a los pies de su cruz para recibir allí el poder del Espíritu Santo e iniciar una vida nueva. ¡De él viene la salud y la liberación! Hermano, ¿quieres tú ser libre y sano? “Padre celestial, confío plenamente en la promesa de que, si estoy dispuesto a perder esta vida, ganaré la vida verdadera.” ³³
Santiago 2, 14-24. 26 Salmo 112 (111), 1-6
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de febrero, sábado Cátedra de San Pedro, Apóstol Mateo 16, 13-19 Tú eres Pedro y sobre esta piedra edificaré mi Iglesia. (Mateo 16, 18) Los mejores sobrenombres son los que expresan algo particular de la persona a quien se les pone. Por ejemplo, al 16º Presidente de los Estados Unidos, Abraham Lincoln, le llamaban Honest Abe (el honesto) porque siempre abogaba por la verdad. Se cuenta que, siendo empleado de una tienda en Illinois, caminó varias millas para devolver unos pocos centavos a un cliente a quién le había cobrado de más. El Evangelio de hoy nos dice que el propio Cristo le puso a Simón el apodo de Pedro (o sea, piedra en griego), cuando éste declaró que Jesús era el Mesías. La fe de Pedro sería el fundamento sólido, como de roca, que sustentaría la Iglesia naciente. El nombre Pedro expresaba los mejores atributos del apóstol: recio, como una roca, capaz de mantenerse firme bajo presión y hermano de confianza para los demás discípulos; era la roca que los uniría a todos. Pero no fue así desde el principio, pues Pedro tuvo que crecer y madurar para desarrollar la solidez que evocaba su apodo. Al igual que nosotros, el comienzo fue mezclado. Creía en Cristo y quería seguirlo con todo su corazón, 58 | La Palabra Entre Nosotros
pero también tuvo momentos de vacilación en los que actuó como cualquier cosa menos como roca firme. Por ejemplo, con osadía respondió a la invitación del Maestro de caminar sobre el agua, pero se hundió como una piedra cuando se percató de lo que estaba haciendo. Y su punto más bajo debe haber sido cuando negó tres veces ser seguidor de Cristo y alegó ni siquiera conocerlo. Con todo, y pese a estas debilidades, el Señor nunca dejó de creer en Pedro; nunca dejó de enseñarle y moldearlo para que llegara a ser la roca que él sabía que podía ser. Y el resultado fue magnífico. Finalmente, Pedro, el primer Papa, llegó a ser la roca que sostuvo a la Iglesia. Hoy día, en que celebramos el ministerio de San Pedro como jefe universal de la Iglesia, recordemos que el apóstol fue capaz de cumplir su misión porque Jesús lo ayudó a crecer para que llegara a ser la persona que él quería que fuera, su Vicario en la tierra. Recuérdalo y cree en que el Señor puede hacer lo mismo por ti. “Señor mío Jesucristo, transfórmame para que yo sea un discípulo digno de ti en el mundo.” ³³
1 Pedro 5, 1-4 Salmo 23 (22), 1-6
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MEDITACIONES FEBRERO 23-25
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de febrero, VII Domingo del Tiempo Ordinario Mateo 5, 38-48 Ojo por ojo, diente por diente. (Mateo 5, 38) La ley del Talión, de la que escuchamos hoy, nos parece algo exagerado e inhumano, pero en realidad su propósito era equiparar la represalia a la ofensa recibida, para que la venganza no fuese excesiva. El Señor quería que sus oyentes entendieran que su enseñanza era un avance moral y espiritual: No venía a abolir la ley, sino a perfeccionarla, pasando de la norma de una represalia limitada (un ojo por un ojo y un diente por un diente) al amor incondicional: El Señor “no nos ha dado el pago que merecen nuestras maldades y pecados” (Salmo 103, 10), sino que “hace salir su sol sobre los buenos y los malos, y manda su lluvia sobre los justos y los injustos” (Mateo 5, 45). Jesús nos invita a actuar con paciencia genuina y amor auténtico ante quienes nos ofenden y nos hieren; con la generosidad de caminar la milla adicional, procurando dar en lugar de quitar, perdonar sin reservas en lugar de guardar rencor. En
efecto, no nos quedemos pensando en lo difícil que nos parece aceptar esta invitación; más bien, demos gracias a Dios por todas las veces que el amor ha triunfado en nuestra experiencia personal y cuando hemos podido perdonar a otras personas, soportar una herida sin rencor o dar generosamente tiempo y energía al servicio de los demás. Para la mayoría de las personas, tales triunfos de la gracia son más comunes de lo que se imaginan, y cada uno es motivo de gozo para nuestro Señor y de eterna recompensa para nosotros. Pero, pese a los triunfos pasados, todos sabemos que aún queda mucho por mejorar en nuestro amor. Es un error pensar que la dificultad de amar, o las muchas fallas que tenemos, nos excusan de nuestra obligación de amar siempre. En lugar de eso, recuerda que el Espíritu Santo habita en ti, porque él está siempre actuando en tu interior, para que su templo esté adornado de hermosura y amor. “Espíritu Santo, Señor mío, concédeme tu fortaleza para que yo pueda perdonar las ofensas en forma incondicional y amar a mi prójimo como Jesús me ama a mí.” ³³
Levítico 19, 1-2. 17-18 Salmo 103 (102), 1-4. 8. 10. 12-13 1 Corintios 3, 16-23
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de febrero, lunes Marcos 9, 14-29 Todo es posible para el que tiene fe. (Marcos 9, 23) Una realidad innegable es que nadie tanto como los padres desea ver sanos a sus hijos. Esto quedó dramáticamente ilustrado en la historia del padre del muchacho poseído que clamó a Jesús diciéndole: “Yo creo. ¡Ayúdame a creer más!” El Señor, que vino a salvarnos, sanar nuestras enfermedades y expulsar a los demonios, ciertamente demostró que Dios está firmemente comprometido a sanar y liberar a sus hijos. Ahora, este hombre le pedía que se cumpliera ese deseo en su hijo. ¿Anhelamos nosotros ver que nuestros familiares o amigos sanen y lleguen a la fe en Cristo? ¿Tenemos el profundo deseo de que la Iglesia se levante como testigo resplandeciente de la gloria de Cristo? ¿Cómo deseamos ver que se manifieste el Reino de Dios en este mundo? ¿Oramos con sinceridad pidiendo “venga a nosotros tu Reino, hágase tu voluntad en la tierra como en el cielo”? La clave para desarrollar este grado de deseo y persistencia es la oración y el ayuno. Para orar correctamente y hacer una intercesión eficaz, debemos creer y confiar que “La oración fervorosa del justo tiene mucho poder” (Santiago 5, 16). Este convencimiento es útil para ponerse en la presencia de Dios y así poco a poco uno va aprendiendo a descubrir la voluntad 60 | La Palabra Entre Nosotros
divina; entonces cada cual puede orar de acuerdo con la voluntad de Dios. Muchas veces es necesario ayunar para hacer la oración de intercesión, a fin de aquietar las apetencias del cuerpo y el alma, estar mejor dispuestos a entrar en la presencia de Dios y escuchar su voz. Hay diversos tipos de ayuno o privación que se pueden hacer. Por ejemplo, no mirar la televisión durante una o dos noches cada semana, reducir las porciones de comida, abstenerse de criticar o murmurar contra otras personas, o ponernos en presencia de Dios con mayor frecuencia. El ayuno no tiene que ser una carga insoportable, sino una disciplina que nazca del deseo de identificarse con la obra de Dios en nuestro mundo. La clave es saber que podemos llegar a ser colaboradores de Jesús para inaugurar su Reino con gracia y poder. ¿Estás dispuesto, querido lector, a hacer oración e incluso ayuno para contribuir a que el Reino de Dios crezca y se arraigue en la tierra? “Jesús, Señor nuestro, concédeme un espíritu de intercesión y el deseo de ver que se manifieste tu Reino en este mundo.” ³³
Santiago 3, 13-18 Salmo 19 (18), 8-10. 15
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de febrero, martes Marcos 9, 30-37 El Hijo del hombre va a ser entregado en manos de los hombres. (Marcos 9, 31) Hoy leemos en el Evangelio que cuando Jesús iba con sus discípulos rumbo a Jerusalén, predijo por segunda vez su muerte y su resurrección. Pero ellos tenían la mente embotada y no entendían qué quería decir ni quién era realmente Jesús. En lugar de ayudarse mutuamente, cada cual quería ser el más importante; pero Jesús demostró su grandeza dándose por entero a los demás y entregando su propia vida por la salvación de todos. Cristo dijo: “Si alguien quiere ser el primero, deberá ser el último de todos, y servirlos a todos” (Marcos 9, 35). Luego puso a un niño pequeño en medio de sus discípulos para hacerles entender que, así como él había venido a servir a los indefensos y marginados sin esperar retribución alguna, ellos debían hacer lo mismo. Pero, como las ideas de Dios son tan diametralmente opuestas a las humanas, los discípulos estaban confundidos y no entendían cómo se llegaba a la grandeza en el Reino de Dios. ¿No tenemos nosotros también muchas veces ideas erróneas al respecto? Para ser grandes en el Reino de Dios no hay necesariamente que ser líderes en la iglesia, en un apostolado, ni en una institución de caridad o servicio social. Estos trabajos son importantes y
valiosos, pero no garantizan la grandeza en el Reino de Dios, a menos que se cumplan con gran generosidad y una humilde actitud de servicio, como la de Cristo, sin esperar reconocimiento ni gratitud aquí en la tierra. Los esposos deben ayudarse mutuamente y alentarse el uno al otro con amor. Los ministros ordenados y los que tienen votos religiosos pueden hacer lo mismo. Los padres pueden servir a sus hijos dándoles ejemplo: enseñándoles acerca del amor de Dios, la obediencia y el respeto. Los hijos pueden servir a sus padres respetándolos y obedeciéndoles, en lugar de ser desobedientes, rebeldes y criticarlos a sus espaldas. También podemos servir a los necesitados de nuestras comunidades (los sin casa, los inválidos, los ancianos, los enfermos) brindándoles compañía, llevándoles alimento y compartiendo el amor de Dios. Con nuestro testimonio y nuestras oraciones podemos servir a quienes tienen contacto con nosotros. “Padre celestial, ayúdame a reconocer que tú eres la fuente de todo bien y que a mí me toca servir con alegría porque, al hacerlo, sirvo a Cristo Jesús, mi Señor.” ³³
Santiago 4, 1-10 Salmo 55 (54), 7-11. 23
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de febrero, Miércoles de Ceniza Mateo 6, 1-6. 16-18 No lo anuncies con trompeta. (Mateo 6, 2) Supongamos que te gustan los deportes y sales a correr o trotar todos los días. Cada mañana, llueva o esté soleado, corres unas tres millas. ¿Cuántas veces crees que les contarías a tus compañeros de trabajo o vecinos que saliste a trotar aquella mañana? Probablemente no muy a menudo, pues lo haces porque sabes que es bueno para mantener un organismo sano y vigoroso. Esta es la clase de actitud que el Señor nos pide que tengamos para las prácticas tradicionales de la Cuaresma, como el ayuno, la oración y la limosna, porque deberían formar parte de nuestra rutina diaria, de tal forma que no sea necesario anunciarle a nadie que las estamos haciendo. Desde luego, sabemos lo difícil que es a veces cumplir fielmente estas prácticas. La vida cotidiana, con sus incontables obligaciones y exigencias, se nos cruza por el camino y se nos pasa el tiempo sin hacerlas. Pero, ¿no es ese precisamente el sentido profundo de la Cuaresma? ¿Que aprendamos a hacer un alto en las ocupaciones diarias para dedicarle más tiempo y atención a Dios? Los cuarenta días que comienzan hoy nos ofrecen una oportunidad maravillosa para entrar en la bendición de una rutina cuaresmal. Si nos comprometemos a rezar 62 | La Palabra Entre Nosotros
diariamente durante toda la Cuaresma quedaremos bien encaminados para crear el hábito permanente de dedicar parte de nuestro tiempo al Señor y permitir que su Palabra nos vaya transformando. Si durante las próximas seis semanas nos comprometemos a ayunar, de aquella comida que nos deleita, de alguna actividad que nos gusta mucho o de esa mala actitud que tenemos tan arraigada, tendremos la oportunidad de desapegarnos un poco más de este mundo y apegarnos más a Cristo. Si nos decidimos a ofrecer algo de nuestro tiempo y dinero para ayudar a los pobres con regularidad, tendremos un corazón más predispuesto a la generosidad y la compasión. En este tiempo de Cuaresma, Jesús te está invitando a acercarte de todo corazón “al Señor tu Dios” (Joel 2, 13). Para ir a algún lado tenemos que dar el primer paso, así que te invito a adoptar el hábito diario de volverte al Señor adoptando estas tres sencillas prácticas espirituales. Luego mira si algo extraordinario resulta de ellas. “Señor Jesús, ayúdame a adoptar las prácticas ordinarias de la Cuaresma para acercarme más a ti.” ³³
Joel 2, 12-18 Salmo 51 (50), 3-6. 12-14. 17 2 Corintios 5, 20—6, 2
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de febrero, jueves Lucas 9, 22-25 Si alguno quiere acompañarme, que no se busque a sí mismo. (Lucas 9, 23) Eduardo tenía la costumbre de jugar fútbol cada fin de semana, lo cual significaba dedicarle menos tiempo a su esposa y sus hijos. Sin embargo, una vez él y su esposa asistieron a un retiro espiritual. Rezando frente al Santísimo, tuvo un sentimiento abrumador del amor divino y supo que Dios quería que se entregara más a él. Eso implicaba cambiar ciertas rutinas, empezando por dedicarle menos tiempo al fútbol y más al Señor y a la familia. Este caso es un ejemplo perfecto de lo que el Señor nos dice hoy en el Evangelio: “no buscarse a sí mismo” o “negarse a sí mismo” (v. Lucas 9, 23). Pero esto no significa que vayas a tener una existencia aburrida o menos interesante. Dios te ama demasiado y quiere que tengas satisfacciones y diversiones, pero también que dejes de hacer aquello que te mantiene alejado de él. Puede ser un deporte o diversión al que le dedicas varias horas, o el exceso de tiempo que pasas mirando televisión o navegando en Internet. O tal vez estás demasiado absorbido por tu carrera o negocio, y tu vida de oración va languideciendo. ¿Qué obstáculos surgen en tu camino? Pídele al Señor que te los muestre en oración, y es posible que te sorprendas. Si te da escalofríos la idea de privarte de
algo que te gusta, no te preocupes. Si no es algo pecaminoso, probablemente Jesús no te pida que se lo entregues completamente, solamente que le des la atención correcta. La decisión de Eduardo de jugar menos fútbol vino después de una experiencia profunda de amor con Dios, y eso lo llevó naturalmente a practicar su fe con más dedicación y entusiasmo. ¿Quién no querría pasar más tiempo con el Padre bondadoso después de una experiencia como esa? En el Evangelio de hoy, Jesús nos dice que esto funciona en ambos sentidos. En vez de esperar que Dios haga algo, nosotros mismos podemos tomar la iniciativa. Si queremos acercarnos más a él, debemos ver si hay algo que nos impida hacerlo, y si dejamos eso de lado, será más fácil escuchar la voz de Dios y experimentar su amor. Recuerda, nadie puede jamás superar a Dios en generosidad. Lo que sea aquello a lo que renuncies por amor a él, te dará mucho más en retorno. “Señor, ayúdame a privarme de todo aquello que me impida seguirte.” ³³
Deuteronomio 30, 15-20 Salmo 1, 1-4. 6
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de febrero, viernes Isaías 58, 1-9 El ayuno que yo quiero. (Isaías 58, 6) De las tres prácticas cuaresmales —la oración, el ayuno y la limosna— posiblemente la última es la que por lo general parece más inconveniente o incómoda, especialmente si no se limita a poner algo de dinero en la alcancía para los pobres. Por lo general, muchos fieles suelen dar a los necesitados durante la Cuaresma, pero es más difícil decidirnos a ayudarles en persona. A veces iniciamos la Cuaresma con el deseo sincero de dar a los más postergados, pero de alguna manera el tiempo termina antes de que podamos encontrar una forma conveniente de hacerlo. Hoy es apenas el tercer día de Cuaresma, de modo que tenemos bastante tiempo para tomar una decisión concreta sobre lo que vamos a hacer. ¿Por dónde empezar? Una llamada a la oficina parroquial puede ser un buen principio. Pide información sobre cómo ayudar en la recolección de ropa que organice la parroquia, un banco de alimentos o la sociedad local de San Vicente de Paúl. Hacer una donación es siempre bueno, naturalmente, pero también puedes buscar la manera de ponerte en contacto directo con aquellas personas menos afortunadas que tú. Así cambiará tu corazón, cuando mires a los ojos a aquellos a quienes estés sirviendo y los reconozcas como hermanos 64 | La Palabra Entre Nosotros
tuyos. Si al principio no encuentras nada, sigue buscando. Revisa el periódico de tu diócesis o visita las entidades de beneficencia de tu barrio o ciudad. Los periódicos católicos suelen publicar listas de instituciones de caridad que buscan voluntarios. Si te inspira esta actividad, tal vez puedes seguir haciéndola una vez concluida la Cuaresma. Después de todo, Jesús nos recuerda que a los pobres los tendremos siempre entre nosotros, ¡no solamente durante la Cuaresma! El pasaje de Isaías es un claro recordatorio de que Dios observa las motivaciones del corazón tanto como las acciones externas, y así como le agrada que ayunemos, también busca personas que procuren liberar a los oprimidos, compartir su pan con los hambrientos, abrir su casa a los pobres sin techo y vestir al desnudo (Isaías 58, 6-7). Es más, si hacemos esto, Dios promete: “Entonces surgirá tu luz como la aurora y cicatrizarán de prisa tus heridas… clamarás al Señor y él te dirá: ‘Aquí estoy’” (Isaías 58, 8-9). “Amado Jesús, enséñame a ver cómo puedo servirte en los pobres y necesitados en este tiempo de Cuaresma.” ³³
Salmo 51 (50), 3-6. 18-19 Mateo 9, 14-15
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de febrero, sábado Lucas 5, 27-32 Sígueme. (Lucas 5, 27) Probablemente Leví llevaba una vida bastante cómoda, pero cuando oyó que Jesús lo llamaba personalmente, se sintió tan conmovido que estuvo dispuesto a abandonar su trabajo y sus comodidades y hacerse seguidor de este predicador ambulante de Nazaret. Uno pensaría que éste sería el modo perfecto de terminar la historia: el inflexible y exigente recaudador de impuestos adopta una vida diametralmente opuesta, más bondadosa y más sencilla. Pero Levi tropezó con una piedra inesperada cuando algunos fariseos interrumpieron una cena que él ofrecía en honor del Señor como invitado especial y se manifestaron en contra de que Jesús dedicara tiempo a compartir con el “despreciable” grupo de amigos de Leví. ¿Acaso no debía un “verdadero” guía espiritual evitar a los pecadores para no contaminarse? Luego, para empeorar la situación, Jesús coincide con los fariseos al comparar a Levi y sus amigos con los “enfermos” que necesitan al médico. ¿Qué dirías tú si alguien dijera esto de ti? ¿No te sentirías un poco ofendido? “¡Un momento! ¡Me parece que no soy yo la peste que anda suelta por ahí! Si Jesús quiere compartir conmigo y mis amigos, eso es cosa suya.” Pero no fue así como reaccionó Levi, también conocido como San Mateo. El
hecho de que haya acompañado a Jesús y haya llegado a ser uno de sus Doce Apóstoles es testimonio de su profunda conversión. En una entrevista concedida el año antepasado, el Papa Francisco dijo que la Iglesia era como “un hospital de campaña” para los fieles, no solo para los que no creen, sino para todos nosotros. No es fácil pensar que somos enfermos y necesitados de ayuda, pero de eso se trata la temporada de Cuaresma y la propia cruz de Cristo, como San Pablo escribió: “Cristo Jesús vino al mundo para salvar a los pecadores, de los cuales yo soy el primero” (1 Timoteo 1, 15). Si podemos identificarnos con las palabras de Pablo y ver la humildad y la dedicación de Leví, terminaremos por encontrar la misma alegría, paz y libertad que ambos encontraron, y nuestra celebración de Pascua será mucho más gozosa y fructífera. “Amado Jesucristo, muchas veces pienso que no te necesito, pero tú sabes lo que hay en mi corazón. Señor, ¡claro que te necesito! Ven, te lo ruego, con la medicina de tu misericordia, para que yo conozca tu gracia y tu presencia.” ³³
Isaías 58, 9-14 Salmo 86 (85), 1-6
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MEDITACIONES MARZO 1-7
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de marzo, Primer Domingo de Cuaresma Mateo 4, 1-11 No solo de pan vive el hombre. (Mateo 4, 4) En el Evangelio de hoy leemos que Jesús hizo ayuno durante 40 días y, al final, sintió hambre, pero el diablo lo tentó para hacerle dudar del amor y la protección de su Padre. Esta es la misma tentación que les puso a nuestros primeros padres (Génesis 3, 1-6), engañándolos hasta hacerles dudar del amor del Creador y de que Dios les da a sus criaturas todo lo que ellas necesitan. Desde entonces el diablo ha estado usando este tipo de interpretación torcida y engañosa de las palabras de Dios para hacernos dudar del amor de nuestro Padre, especialmente cuando nos sentimos débiles, tenemos problemas familiares o financieros, sufrimos alguna enfermedad o tenemos heridas emocionales. Lo que podemos hacer es reconocer las artimañas de Satanás y combatirlas con la verdad. Adán y Eva no se convencieron del amor de Dios y por eso sucumbieron ante las tentaciones del demonio. Es cierto que esta falta que ellos cometieron nos parece un error enorme y posiblemente imperdonable, porque en realidad
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tuvo consecuencias desastrosas para toda la humanidad, pero Dios jamás dejó de amarlos. Hoy, el Señor ama a todos sus hijos con la misma intensidad y decisión. De hecho, nadie ha existido jamás en la historia humana que no haya recibido de Dios el don de la misericordia y la reconciliación. Satanás suele aprovecharse de la vergüenza que nos causan los hábitos de pecado y nos embota la conciencia, pero no debemos nunca dejar de reconocer que Dios nos ofrece su perdón y su amor. Hoy, querido lector, recuerda que el Señor te ama y repítelo tú mismo en voz alta: “¡Dios me ama!” En la oración, ruégale a Jesús que te permita percibir su amor; pídele fortaleza para mantenerte puro, para que el maligno no te engañe ni te atemorice. Pídele al Señor que venga a tu corazón y haga que este tiempo de Cuaresma sea una época bendita de renovación y gracia para tu vida y la de los tuyos. “Padre eterno, te doy gracias por tu amor inquebrantable, porque sé que me has amado desde el primer momento de la creación. Solo a ti te adoraré todos los días de mi vida.” ³³
Génesis 2, 7-9; 3, 1-7 Salmo 51 (50), 3-6. 12-13. 17 Romanos 5, 12-19
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de marzo, lunes Mateo 25, 31-46 Cuando venga el Hijo del hombre, rodeado de su gloria, acompañado de todos sus ángeles, se sentará en su trono de gloria. (Mateo 25, 31) ¡Qué espectáculo más impresionante y extraordinario va a ser éste! ¡Cristo resucitado y glorioso sentado en su trono, rodeado de una multitud de ángeles que le rinden culto! Imagínate, hermano, entrar en esta visión y que Jesús, mirándote a los ojos y sonriendo te dice: “Ven, bendito de mi Padre. Recibe la herencia del Reino preparado para ti desde la creación del mundo.” ¿Sabes con cuánta generosidad te ha bendecido tu Padre celestial? Antes de crear el mundo, ya tenía pensado crearte y amarte por toda la eternidad. Te conoce personalmente y te ha destinado a adoptarte como hijo, para que participes de su Reino y heredes toda clase de bendiciones espirituales. Te libró del poder de las tinieblas y te trasladó al Reino de su Hijo amado (Colosenses 1, 13), no porque lo merezcas, sino por la riqueza de su gracia que ha derramado abundantemente en tu ser (Efesios 1, 6-8). ¿No es esto asombroso? Lo mejor es que este Reino, con todas sus bendiciones, no es únicamente para ti y para mí, sino para todos. En realidad, no puedes mirar ningún rostro humano sin ver a alguien que el Señor
ama completamente y con quien anhela estar unido para siempre. Desde el más pequeño hasta el más grande, el Padre abraza con amor a todos, y nos invita a imitarle amando y sirviendo a nuestro prójimo —en especial a los olvidados y abandonados— para que todos conozcan la grandeza del amor divino. En esta Cuaresma, llénate de confianza y valentía para llevar contigo el Reino de Dios al mundo. Ofrécete a rezar con quienes sufran; llévale algo de comida a quien esté postrado; háblale del amor de Dios a alguien que se sienta abandonado; tómate el tiempo de visitar a algún enfermo o a un preso e invita a tus amigos a acompañarte. Haz cualquier cosa que pienses que Dios te pida hacer. Recuerda, a la larga lo que cuenta no es tanto lo que hagas sino el amor con que lo hagas. “Jesús, Señor y Dios mío, ansío verte en gloria y escuchar que me llamas diciéndome ‘Ven, bendito de mi Padre’. Permíteme prepararme para esa gloriosa ocasión amándote aquí en la tierra tanto como te amaré en el cielo.” ³³
Levítico 19, 1-2. 11-18 Salmo 19 (18), 8-10. 15
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de marzo, martes Mateo 6, 7-15 Padre nuestro, que estás en el cielo… (Mateo 6, 9) La creación proclama la gloria de Dios y en realidad nos quedamos arrobados admirando la majestad de las montañas, la inmensidad del océano y la cálida y constante luz del sol. Pero mucho más grandiosa es la obra de la redención, una obra que comienza con el perdón. El perdón lo inventó Dios, no el hombre, y es tan hermoso como el más glorioso paisaje de la naturaleza, porque proviene justamente del corazón compasivo y misericordioso de nuestro Padre. Esta es la misericordia de Dios que se aprecia claramente en la parábola del hijo pródigo y también en el caso del hombre tullido que le llevaron a Jesús, y lo primero que él hizo fue perdonarle los pecados (Mateo 9, 2-6). Cuando la mujer adúltera derramó sus lágrimas sobre los pies de Jesús, él la perdonó porque ella se había arrepentido y aprendido a amar porque mucho fue lo que se le perdonó (Lucas 7, 47-49). El Señor nos pide que nosotros también perdonemos con el mismo espíritu, y nos enseñó que no se le pueden poner límites al perdón: Hemos de perdonar “setenta veces siete” (Mateo 18, 22). Y cuando objetamos diciendo que eso es imposible, Jesús nos recuerda que si tuviéramos fe como un granito de mostaza podríamos decirle a la montaña que se 68 | La Palabra Entre Nosotros
moviera y ella obedecería (17, 20). De manera que, si él lo prometió, nosotros podemos creerlo. En efecto, por el poder de su Espíritu Santo, podemos arrancar de raíz todo lo que sea hostilidad y resentimiento de nuestro corazón. ¡Para él nada es imposible! Pero Dios no espera que tengamos una fe perfecta en forma instantánea. Él sabe que algunas veces nos cuesta mucho perdonar, por eso nos pide que confiemos en su amor y su poder. Si podemos decir: “Señor, quiero tratar de perdonar a tal persona” ya hemos iniciado el proceso. Dios está actuando en nuestro corazón y tal vez nos pida luego dar un paso más; por ejemplo, enviarle un texto o contactar a la persona. Lo bueno es que, con cada paso que demos, el Señor nos infundirá un poco más de su propia misericordia y amor para que los demos a otros, y así todo el proceso es posible y valioso. Hermano, reza hoy el Padre Nuestro con un nuevo espíritu de amor y devoción a tu Padre celestial; él te recompensará. “Te ruego, Jesús amado que me concedas la gracia de ser compasivo y comprensivo y no guardar resentimientos.” ³³
Isaías 55, 10-11 Salmo 34 (33), 4-7. 16-19
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de marzo, miércoles San Casimiro Jonás 3, 1-10 Los ninivitas creyeron en Dios. (Jonás 3, 5) ¿Te acuerdas de haber escuchado algún discurso tan motivador que te sentiste movido a cambiar tu estilo de vida? Si fue así, probablemente empezaste a contarle a tus amigos y vecinos y animarlos a cambiar también. Algo parecido sucedió con el profeta Jonás. Debía pasar tres días proclamando el mensaje de Dios en la ciudad de Nínive, pero cuantos lo escucharon el primer día se lo contaron a otros y el mensaje se propagó a la velocidad de la luz. Al día siguiente, ¡la ciudad completa se arrepintió y se volvió a Dios! Un antiguo refrán dice que la mentira da la vuelta al mundo antes de que la verdad logre siquiera ponerse los zapatos, y de alguna manera es cierto. Piensa en los estragos que causa el chisme entre los vecinos o la propaganda engañosa que difunden los funcionarios o políticos corruptos. Son cuentos que tienen algo de atractivo y la gente no puede dejar de repetirlos. En cambio, la verdad generalmente no vuela con la misma rapidez. Eso sucede porque, por lo general, la verdad nos confronta, y ante ella puede ser que tengamos que hacer o dejar de hacer algo, tomar alguna decisión o cambiar de estilo de vida. Las mentiras y los chismes son
relatos “indiscretos” que no nos exigen esfuerzo alguno, solo la tendencia a proseguir la murmuración. Por esto es que la historia de Jonás es aún más sorprendente. En tiempo récord la verdad del amor de Dios y su llamado al arrepentimiento volaron por la ciudad, y la gente aceptó el mensaje, aunque éste les exigía cambiar, y se volvieron al Señor con arrepentimiento. Los engaños de los falsos dioses de Nínive no pudieron competir con la verdad del único Dios viviente. Esta es la gloria del mensaje cristiano y tú eres uno de los mensajeros de Dios. Los efectos que causa tu testimonio son más eficaces de lo que te imaginas. Tus palabras, cuando las compartes con amor, plantan las semillas del Evangelio en el corazón de cada persona que te escucha. Tus acciones, cuando las realizas con un espíritu de generosidad, permanecen en el recuerdo de la gente. Tal vez pienses que son insignificantes, pero en realidad Dios te está utilizando para ayudar a estas personas a que lo vean y lo conozcan. Sí, ¡a ti también! “Señor, Espíritu Santo, concédeme confianza para compartir la buena nueva hoy mismo.” ³³
Salmo 51 (50), 3-4. 12-13. 18-19 Lucas 11, 29-32
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de marzo, jueves Mateo 7, 7-12 Pidan y se les dará; busquen y encontrarán; toquen y se les abrirá. (Mateo 7, 7) “¡Quiero un perrito!” ¿Cuántas veces escuchan los padres una petición como esta? Ellos no censuran a sus hijos por pedirles una mascota, pero es un deseo que por lo general queda sin respuesta. Los padres saben que el pequeño les pide cosas porque cree que ellos lo aman. Ya sea que reciba el perrito o no, en lo profundo del corazón el niño sabe que sus padres quieren lo mejor para él. Esa es la clase de fe alentadora de la que Jesús nos habla en el Evangelio de hoy, cuando nos dice: Ten fe en mi bondad, ten fe en que tus necesidades y preocupaciones me importan a mí también. Yo te amo y quiero darte cosas buenas. Así que… ¡Pide! Pídele a tu Padre celestial aquello bueno que anhelas. Él sabe qué cosas te agradan y qué cosas te acercarán más a su lado; sabe qué cosas puedes soportar y cuáles te harán vacilar. Así que pídele directamente desde lo profundo de tu corazón. Él siempre te responderá, aun cuando la respuesta te resulte misteriosa o confusa. ¡Busca! Esta palabra implica acción. Actúa y ve tras lo que quieres. Haz un plan y cuéntaselo al Señor, y también a tu marido o esposa, a un consejero de confianza o a un amigo creyente. Luego, 70 | La Palabra Entre Nosotros
esfuérzate para obtenerlo. Dios te ayudará en tu búsqueda, o te hará saber que tiene algo mejor para ti. Sé diligente, pero también mantente atento a la realidad de que Dios anhela tu corazón más que ninguna otra cosa, pues quiere tener una relación personal contigo y bloqueará cualquier cosa que obstaculice esa relación. ¡Llama a la puerta! Si la puerta está cerrada, llama de nuevo una y otra vez. Pero cuando lo hagas, dispón tu corazón para recibir lo que Dios quiera darte. A lo mejor el Señor quiere reorientar tus aspiraciones para que desees hacer su voluntad más que la tuya, o guiarte amablemente hacia cosas que son más necesarias en tu vida espiritual, o bien podría simplemente darte lo que le estás pidiendo. El Señor se interesa por todo aquello que es importante para ti. Así que pide, busca, llama a la puerta, y él siempre te responderá. “Amado Padre celestial, escucha hoy el clamor de mi corazón, te lo ruego, pues necesito ayuda para crecer más en el amor.” ³³
Ester 14, 1. 3-5. 12-14 Salmo 138 (137), 1-3. 7-8
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de marzo, viernes Mateo 5, 20-26 El que insulte a su hermano, será llevado ante el tribunal. (Mateo 5, 22) Sin duda el Señor sorprendió a sus oyentes al interpretar la ley de Moisés de esta forma. Para él, la cólera, los insultos y las rencillas no tienen cabida en el corazón del creyente. ¿Por qué daba tanta importancia a las relaciones humanas? Porque somos hijos del mismo Padre y hermanos unos de otros, de manera que estamos tan firmemente vinculados entre todos que cualquier quiebre de la unidad produce graves daños en el Cuerpo de Cristo. Los cristianos hemos de preservar y fortalecer la unidad del Cuerpo. Este desafío se extiende a todas las relaciones personales; por ejemplo, ¿cómo te llevas tú con tus familiares y parientes, con tus vecinos y compañeros de trabajo, sean o no católicos o cristianos? ¿Te muestras amable con ellos? ¿Los tratas con respeto y sin hacer diferencias? ¿Te preocupas por los necesitados, especialmente los pobres y los solitarios? En el Cuerpo de Cristo, todos estamos tan unidos que cualquier pecado que se cometa tiene consecuencias no solo para el causante, sino para todos. ¡Nuestra unidad es una parte fundamental de la vida en Cristo! En efecto, solo podemos ser partícipes de la vida de la Santísima Trinidad en la medida en que estemos firmemente unidos los unos a los otros. Este es el plan que el Padre tiene
para nosotros. Cuando pecamos contra algún hermano o contra Dios, nos separamos del Cuerpo y esto es precisamente lo que desea Satanás. Por eso el perdón y la reconciliación son tan importantes. ¡Mantengamos la unidad cristiana a toda costa! Así encontraremos alegría y paz. Sucede frecuentemente que la arrogancia y la terquedad nos impiden actuar con amor y paciencia para que una amistad no se destruya. En efecto, debemos aprender a confiar en que Dios nos ayudará a ver las situaciones con nuevos ojos, especialmente las relaciones personales. Pidámosle al Señor que nos muestre qué podemos hacer para ser instrumentos de reconciliación y no de división. Incluso, si la reconciliación resulta imposible de lograr, al menos podemos renunciar al rencor y pedirle al Señor que nos ayude a perdonar de verdad a quien nos haya herido o perjudicado. “Espíritu Santo, Señor mío, infunde en mí el deseo de proteger la unidad con mis hermanos. Une a todos los cristianos en una sola familia y crea lazos de amor que jamás se rompan.” ³³
Ezequiel 18, 21-28 Salmo 130 (129), 1-8
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de marzo, sábado Santas Perpetua y Felícitas, mártires Mateo 5, 43-48 Amen a sus enemigos. (Mateo 5, 44) El Señor sabe cómo somos y cuáles son nuestras luchas y aspiraciones, pero lo que él desea es llevarnos más cerca de su perfección. Reflexionando sobre lo que dijo Jesús, de “amar a los enemigos,” San Cipriano, en el siglo III, alentaba a sus feligreses a poner atención a cómo se relacionaban los unos con los otros. Tomemos en serio sus palabras hoy y pidámosle al Espíritu Santo que nos libre de toda división, celos y orgullo: “Si quieres alcanzar los premios del cielo, despójate de toda mala intención y refórmate en Cristo. Tienes que quitar las espinas y los abrojos de tu corazón para que la semilla del Señor produzca una cosecha abundante, de manera que la amargura que se ha depositado en tu corazón sea diluida por la dulzura de Cristo. Al recibir el sacramento de la cruz, deja que el madero que endulzó el agua amarga en Mara (Éxodo 15, 25) actúe ahora para endulzar tu corazón. “Ama a los que odiabas; muéstrate servicial con aquellos a quienes solías envidiar. Imita a los buenos, o al menos alégrate con ellos en su virtud; en lugar de impedirles el paso, únete a ellos con el vínculo de la fraternidad. Porque solamente se te perdonan los pecados cuando 72 | La Palabra Entre Nosotros
tú has perdonado a los demás, y luego Dios te recibirá en paz. “Si quieres que tus pensamientos y obras sean iluminados desde lo alto, has de considerar las cosas que son divinas y rectas. Piensa en el paraíso, al que Caín no puede entrar porque mató a su hermano por envidia; piensa en el ámbito celestial, al que Dios admite solo a quienes tienen el corazón y la mente claramente definidos. Considera que solo los que abogan por la paz pueden llamarse hijos de Dios; y que todos estamos bajo la mirada amorosa de Dios, siguiendo adelante con la vida y con Dios mismo, que todo lo observa y lo juzga. Y si ahora deleitamos a quien nos ve por nuestras acciones, y deseamos siempre agradarle, nos mostramos dignos de su favor y al final lo contemplaremos en toda su gloria.” Sigamos, pues, el consejo de San Cipriano y cambia tu manera de pensar, adopta nuevos deseos y sobre todo decídete a amar a Dios sobre todas las cosas. “Señor y Salvador mío, quebranta la dureza de mi ser por el fruto de tu cruz, para que yo no desee otra cosa que complacerte a ti en lo que diga y haga por mis hermanos.” ³³
Deuteronomio 26, 16-19 Salmo 119 (118), 1-2. 4-5. 7-8
MEDITACIONES MARZO 8-14
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de marzo, Segundo Domingo de Cuaresma Mateo 17, 1-9 Su rostro se puso resplandeciente como el sol. (Mateo 17, 2) Jesús unió el cielo y la tierra en su cuerpo glorioso al transfigurarse delante de sus tres discípulos más cercanos. Ellos vieron a Cristo en su gloria eterna a la derecha del Padre, acompañado de Moisés y Elías, los grandes representantes de la ley y los profetas del Antiguo Testamento. ¡Qué privilegio más extraordinario para estos tres discípulos! Con todo, este acontecimiento se produjo entre dos declaraciones sumamente inquietantes. Días antes de la transfiguración, Jesús había dicho a sus discípulos “que tenía que ir a Jerusalén para padecer allí mucho… ser condenado a muerte y resucitar al tercer día” (Mateo 16, 21), y nuevamente, al bajar de la montaña, les repitió: “El Hijo del hombre va a ser entregado en manos de los hombres; lo van a matar, pero al tercer día va a resucitar” (Mateo 17, 22-23). Con estas declaraciones, Jesús quería advertir a sus discípulos que tendría que sufrir su pasión, a fin de que ellos
estuvieran preparados para la dura prueba que les aguardaba. Jesús sabía que la noticia de que en Jerusalén sería maltratado y ejecutado sería devastadora para ellos; por eso, cada vez que profetizaba acerca de sus padecimientos, también les anunciaba que posteriormente resucitaría. En realidad, en la transfiguración les estaba mostrando cuál sería el glorioso resultado de todos estos hechos, para que, recordando sus palabras y el esplendor de su transfiguración, sus discípulos soportaran mejor el dolor de la cruz. El Señor también desea prepararnos igualmente a nosotros. En realidad, el Evangelio lleva consigo una invitación a conocer la plenitud del amor del Padre, ese amor que nos purifica del pecado y que debemos compartir con los demás. Si contemplamos a Jesús en toda su gloria, podremos mirar al futuro con esperanza, capaces de soportar las dificultades presentes, a fin de ganar el premio que recibirán todos los fieles seguidores de Cristo. “Amado Señor Jesús, concédeme la esperanza cierta y una fe segura en la gloria de tu resurrección.” ³³
Génesis 12, 1-4 Salmo 33 (32), 4-5. 18-20. 22 2 Timoteo 1, 8-10
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de marzo, lunes Santa Francisca Romana, religiosa Lucas 6, 36-38 Sean misericordiosos, como su Padre es misericordioso. (Lucas 6, 36) Un joven veterinario visitó una finca y quiso probar un nuevo tratamiento con una vaca enferma, pero para su espanto, la res murió pocos días después. El granjero pudo haberlo demandado y arruinado su reputación en la comunidad de granjeros, pero no lo hizo; de hecho, nunca volvió siquiera a hablar del asunto. El veterinario quedó tan asombrado por la manera de proceder del granjero que durante su vida, cuando alguien cometía un error que lo perjudicaba a él, pensaba en aquella experiencia y procuraba seguir su ejemplo de perdón. En cierto modo, el Evangelio de hoy es similar a esta historia. De todas las palabras que Jesús pudo haber usado para describir a su Padre celestial, dijo que es “misericordioso” (Lucas 6, 36). Más que justo, poderoso o sabio, Jesús dejó en claro que el Padre es clemente y compasivo, y nos invita a tener la misma actitud hacia los demás. Los discípulos sabían que Dios había actuado con misericordia con su pueblo, pero Cristo no quería que se limitaran solo a esa idea, tal como no quiere que nos limitemos nosotros, sino que desea que experimentemos personalmente el amor compasivo del Padre, y más aún, 74 | La Palabra Entre Nosotros
que aprendamos a compartir la misericordia con otras personas. ¿Qué significa esto? Que en lugar de fijarnos en las faltas de los demás, los disculpemos y actuemos con bondad y paciencia, porque en lugar de guardar rencores, el Señor nos anima a perdonar. Jesús sabía que tenía que demostrar en la práctica la misericordia de Dios, por eso les dice a los discípulos: “No juzguen y no serán juzgados” (Lucas 6, 37), y luego les demuestra cómo hacerlo yendo a cenar a casa de Leví, un despreciado cobrador de impuestos y considerado gran pecador y traidor (5, 27-32). “No condenen y no serán condenados” les enseña (Lucas 6, 37), y luego le dice a una mujer sorprendida en adulterio: “Tampoco yo te condeno” (Juan 8, 11). Finalmente, dio su lección más importante sobre el perdón y la misericordia cuando estaba clavado en la cruz, agonizando, y humildemente le pidió al Padre diciendo: “Padre, perdónalos, porque no saben lo que hacen” (Lucas 23, 34). ¡Qué misericordioso es nuestro Dios! “Padre celestial, muéstrame hoy tu misericordia para que yo aprenda a ser compasivo.” ³³
Daniel 9, 4-10 Salmo 79 (78), 8-9. 11. 13
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de marzo, martes Mateo 23, 1-12 Todo lo hacen para que los vea la gente (Mateo 23, 5). Estas pocas palabras explican por qué el Señor habló tanto en contra de la hipocresía de los fariseos y otros jefes religiosos. Jesús era totalmente distinto de sus opositores, y sabía que las acciones de ellos no estaban motivadas por el deseo de hacer la voluntad de Dios. ¿Era que los fariseos en realidad trataban de ponerse en contra de Dios? No, claro que no. Eran personas como nosotros; y la mayoría probablemente trataba de hacer lo correcto. Pero debido a que su atención estaba centrada en la ley y sus tradiciones, no llegaron a reconocer la oportunidad que se les presentaba en la Persona de Cristo de desarrollar una comunión más íntima con Dios, que pudo haberles transformado la vida. Sus muchas actividades y responsabilidades y su deseo de ganarse la admiración de los demás relegaban a segundo plano su deseo de profundizar su vida espiritual. ¡Con qué facilidad dejamos que las tradiciones, las actitudes legalistas y hasta otras personas ocupen el lugar que le corresponde a Dios! Jesús vino a darnos a conocer al Padre; vino a elevarnos el corazón hacia Aquel que puede comunicarnos toda la sabiduría, la fortaleza y la guía que necesitamos. Naturalmente, nos hace falta el testimonio de otras personas y todos nos podemos ayudar mutuamente
para agradar al Señor; pero al fin de cuentas, lo mejor que alguien puede hacer por nosotros es ayudarnos a acercarnos a Dios, que nos está esperando para atender a todas nuestras necesidades. El Señor está siempre deseoso de manifestar su gran generosidad. Hermano, deja que él te demuestre que puede responder cabalmente a todas tus interrogantes y darte lo que tú necesites. Dedica tiempo a leer la Palabra y orar; luego espera y observa cómo te llegarán las respuestas de tu Dueño y Señor. Pídele a Cristo que te ayude a desarrollar una comunión personal e íntima con él, y mientras haces buenas cosas en nombre del Señor, pregúntate: “¿Por quién estoy haciendo esto?” Gradualmente, la respuesta será más frecuente y clara: “Todo lo estoy haciendo por Dios y para él.” “Padre eterno, gracias por la salvación que me has concedido en Cristo Jesús. Deseo obedecerte y te pido que continúes formándome a imagen y semejanza de tu Hijo, para que yo aprenda a hacer tu voluntad.” ³³
Isaías 1, 10. 16-20 Salmo 50 (49), 8-9. 16-17. 21. 23
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de marzo, miércoles Mateo 20, 17-28 El Hijo del hombre va a ser entregado a los sumos sacerdotes y a los escribas, que lo condenarán a muerte. . . pero al tercer día, resucitará. (Mateo 20, 18. 19) El Señor sabía que la cruz era una parte esencial de su misión mesiánica. Varias veces les había dicho a sus apóstoles que debía ir a Jerusalén, donde lo tomarían preso, lo azotarían y lo crucificarían, pero ellos no entendieron lo que les quería decir. Por eso, insistió diciéndoles lo más claramente que pudo que su muerte y su resurrección eran inminentes. El episodio en que la madre de Santiago y Juan pidió lugares de honor para sus hijos no solo evidencia la falta de comprensión que en general había entre los seguidores del Señor, sino también acerca de la importancia de la cruz. Jesús les preguntó si podían ellos beber el amargo cáliz del sufrimiento. Ante la respuesta afirmativa de ellos, él les aseguró que sin duda lo beberían, porque solo los que abrazan la cruz de Cristo pueden triunfar. De igual forma, así como la cruz fue el motivo central de la vida de Cristo, también debe serlo para sus seguidores. Quizás esta idea nos resulte sorprendente y temible, pero también lo debe haber sido para los apóstoles: ¿Serían ellos capaces de soportar lo que les esperaba? 76 | La Palabra Entre Nosotros
Santa Teresa de Ávila (1515-1582) dijo que cuando Jesús pregunta a sus fieles si podemos beber de su cáliz, debemos responder “Sí, podemos”. Santa Teresa dijo que es “perfectamente correcto hacerlo así porque Su Majestad da su fortaleza a los que él ve que la necesitan y defiende a esas almas en todo sentido” (Castillo Interior, Sexta Morada, XI). Esta promesa debería llenarnos de esperanza y valor frente a lo que Jesús nos pida. Por medio de su gracia, podemos vivir obedeciendo al Padre, tal como Jesús lo hizo. Cristo “no vino a ser servido, sino a servir”. Servir es una forma de participar del cáliz del Señor, el cáliz del servicio generoso a los demás. Si somos seguidores de Jesús, tenemos que preocuparnos por el prójimo y ayudarle, principalmente en la familia, la parroquia, el trabajo o la escuela. Si lo haces tú, serás un buen discípulo. “Amado Jesús, concédeme la fortaleza necesaria para mantenerme fiel a tu servicio y así llegar un día a la gloria que obtuviste para nosotros con tu victoria en la cruz. Gracias, Señor.” ³³
Jeremías 18, 18-20 Salmo 31 (30), 5-6. 14-16
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de marzo, jueves Salmo 1, 1-4. 6 Será como un árbol plantado al borde de la acequia. (Salmo 1, 3) ¿Cómo puede un hombre ser como un árbol, y cómo se supone que estemos “plantados” al borde de un arroyo o una acequia? Los estudiosos de las Sagradas Escrituras dicen que el salmista utiliza esta imagen porque nosotros también necesitamos una “fuente de agua” para florecer y dar fruto. Y esa fuente es el Espíritu Santo, a quien se le suele comparar con un torrente de agua viva. Sin embargo, esta imagen puede seguir siendo abstracta, así que recurriremos a la imaginación. Imagínate esto: un caluroso día vas caminando bajo los rayos abrasadores del sol. Estás cansado y todo lo que quieres es encontrar una fuente de agua para refrescarte. A la distancia ves un río y te diriges hacia allí pensando en el agua que te va a refrescar mucho. Al acercarte, descubres que del río se levanta una bruma mientras el agua salpica las piedras que flanquean el cauce. El agua mantiene húmeda la ribera y también te moja los pies, y ves que la refrescante humedad que emana la corriente de agua alivia el calor y la fatiga. Te parece que empiezas a revivir, pues el calor ya no te parece tan agobiante como antes y te sientes más relajado y en paz. Como también quieres refrescarte por dentro, sacas un poco de agua con
tus manos y bebes. Sí, es mucho mejor de lo que habías imaginado. Sonriente, te mojas los brazos y las piernas. El agua te refresca de pies a cabeza. Finalmente, ya relajado, te recuestas junto al río y te quedas dormido. El murmullo del agua corriente te envuelve por todos lados y sabes que, si quieres más agua, allí está, a tu lado. Esta es una buena imagen de cómo es tener una relación con el Espíritu Santo. A veces nos pasamos tanto tiempo preocupados por saber si estamos llevando una buena vida espiritual que nos olvidamos de que el Espíritu habita en nosotros y que está allí dispuesto a llenarnos y refrescarnos. Su amor está siempre fluyendo, siempre limpiando el alma de todo el que se lo pida. Así que, aunque sea solo por hoy, aparta algo de tiempo para reposar en Dios, y atrévete a meter los pies en la corriente de su amor para que él te refresque y sacie tu sed. “Ven, Espíritu Santo, lléname del manantial refrescante de tu amor, te lo pido.” ³³
Jeremías 17, 5-10 Lucas 16, 19-31
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de marzo, viernes Mateo 21, 33-43. 45-46 La piedra que desecharon los constructores es ahora la piedra angular. (Mateo 21, 42) En la lectura de hoy, Jesús reprende a los jefes religiosos por su falta de fidelidad a la ley y al pacto de Dios y les anuncia un juicio: “Por esta razón les digo que les será quitado a ustedes el Reino de Dios y se le dará a un pueblo que produzca sus frutos.” La historia ha demostrado reiteradamente que cuando los jefes religiosos faltan a su sagrada vocación, todos sufren en la Iglesia. Sin embargo, tal vez haríamos bien en considerar las dificultades que constantemente enfrentan los obispos y sacerdotes que tienen la misión de dirigir, sostener y mantener unida la familia cristiana. Muchas veces, agobiados por todo el trabajo que han de realizar, seguramente sienten que llevan sobre sus hombros el peso de todo el mundo. Saben que han de escuchar la voz del Espíritu, pero las exigencias de tanta gente y de sus innumerables obligaciones terminan por ahogar la “voz tenue y susurrante” que les habla en la oración y en las palabras de la Escritura. Si recordamos las presiones y exigencias de la misión de dirigir la Iglesia y enseñar al laicado, posiblemente seamos más dados a orar por ellos y menos proclives a criticar a los que Dios ha llamado 78 | La Palabra Entre Nosotros
a pastorear a su pueblo. Es cierto que algunos miembros del clero han cometido faltas graves, que no pueden pasarse por alto; pero esto nos debe llevar a orar por su arrepentimiento y su recuperación, y pedir por la fortaleza y la santidad de todos los ministros consagrados. Tal vez lo mejor que podemos hacer los laicos para respaldar a los que dirigen al pueblo de Dios es vivir la vida cristiana lo más plenamente posible. ¡Qué gran bendición sería para los párrocos ver que sus fieles viven auténticamente el Evangelio de Cristo! Esto, más que cualquier otra cosa, les elevaría el espíritu y les daría la seguridad de que su trabajo es valioso y productivo. Así pues, busquemos todos, obispos, sacerdotes y fieles laicos, la santidad y la fidelidad a Cristo, para que la Iglesia sea una luz resplandeciente en el mundo, que alumbre y traiga a muchos otros a buscar el amor de Cristo. “Padre eterno, te pedimos que protejas a los pastores de tu Iglesia de las dificultades y tentaciones en el ministerio sacerdotal.” ³³
Génesis 37, 3-4. 12-13. 17-28 Salmo 105 (104), 16-21
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de marzo, sábado Lucas 15, 1-3. 11-32 Corrió hacia él, y echándole los brazos al cuello, lo cubrió de besos. (Lucas 15, 20) Si uno tuviera que resumir el mensaje del cristianismo en una breve frase, difícilmente encontraría una mejor que estas trece palabras de la parábola del hijo pródigo que leemos hoy. Dios nos dio la existencia, como el padre de esta parábola la dio a su hijo, y ha provisto para nosotros todo lo que necesitamos, incluso su herencia. ¿Se han descarriado tus hijos? Es triste, pero fácilmente podemos encontrar en la Sagrada Escritura relatos del pueblo de Dios que se rebela contra la voluntad de su Creador. Ahí tenemos a Caín, el primer asesino y nada menos que de su hermano. O la esposa adúltera del profeta Oseas, de quien dijo Dios que representaba la infidelidad de todo Israel. También encontramos al rey Salomón, que fue dotado de una inmensa sabiduría, pero que luego decidió adorar a dioses falsos. En realidad, todo el pueblo de Israel fue condenado al exilio cuando prefirió depreciar al Señor y seguir su propia retorcida voluntad. Sin embargo, a través de la historia, por mucho que se hubiera extraviado su pueblo, Dios ha sido como el padre de esta parábola: siempre observando el horizonte y esperando a que ellos decidieran regresar a su lado. De hecho, el
Todopoderoso no espera pasivamente, sino que siempre sale a buscarnos, llamarnos y ofrecernos la gracia que necesitamos para regresar a casa. Luego observa con ilusión, para correr a nuestro encuentro cuando nos ve venir nuevamente hacia él. Esta parábola también nos enseña que Dios nos ama tanto que respeta nuestra libertad, el libre albedrío con que él mismo nos creó. Así como el padre de la parábola, el Padre no viene a perseguirnos ni nos reprende en tono amenazador: “¡Regresa aquí ahora mismo!” No, por el contrario, nos espera a que reconozcamos cuánto hemos pecado, nos arrepintamos y veamos cuánta necesidad tenemos de él. La parábola del hijo pródigo no es simplemente una historia más que leemos en el Evangelio; es la historia de cómo experimentamos nosotros este mensaje. Es la historia del hijo pródigo que, arrepentido, encuentra valor para admitir sus pecados y confesarlos. “Padre celestial, gracias por recibirme con amor cada vez que me arrepiento y regreso a ti.” ³³
Miqueas 7, 14-15. 18-20 Salmo 103 (102), 1-4. 9-12
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MEDITACIONES MARZO 15-21
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de marzo, Tercer Domingo de Cuaresma Juan 4, 5-42 Si conocieras el don de Dios. . . (Juan 4, 10) En el Evangelio de hoy leemos que, al principio, la samaritana se mostró cautelosa y evasiva en sus respuestas. Después de todo, se encontraba sola con un hombre judío, que estaba contraviniendo las costumbres sociales de esos días. Sin duda este misterioso desconocido, que hablaba de manera tan convincente y de quien emanaba tal paz y confianza, le debe haber intrigado. El próximo paso que él diera sería decisivo. ¿Trataría de cortejarla, como los demás hombres o éste sería distinto? Pero Jesús empezó a demostrarle que conocía la vida pecaminosa que ella llevaba, y se convenció de que éste sí era diferente. ¡Estaba en presencia de un profeta! Sea lo que fuere que uno piense acerca de la vida íntima de la mujer, hay que reconocer que ella no trató de justificarse y ni siquiera le pidió al Señor que le ayudara a reformar su vida sentimental. Por el contrario, lo que le preguntó fue cómo se debía adorar a Dios. Sí, era pecadora, pero su relación con el Señor era 80 | La Palabra Entre Nosotros
importante para ella. ¿Puedes imaginarte, querido lector, con qué intensidad actuaba el Espíritu Santo mientras conversaban los dos? Jesús, siempre dócil al Espíritu, pudo explorar el corazón de la mujer; ella a su vez pudo aceptar sin reclamos lo que el Señor le decía y sin perder tiempo fue a buscar a otros para que creyeran en él (Juan 4, 39-42). Ahora bien, ¿te das cuenta tú de qué manera está el Espíritu actuando en tu vida? Lo que más quiere el Señor es que le hables sinceramente y sin rodeos y él te hablará con toda claridad. ¿Crees en la promesa de que el Señor te ama y que es capaz de ayudarte, consolarte y darte fuerzas en cualquier momento? ¿O prefieres seguir viviendo tal como hasta ahora, sin arriesgarte a afrontar lo que suceda? Jesús no quiere que nadie se vaya de su lado sintiéndose triste. Confía en él y no te cohíbas ante la mirada observadora pero bondadosa de tu Señor y Salvador. “Jesús, Señor mío, quiero seguirte. Examíname el corazón y enséñame a seguir tus pasos. Muéstrame en qué estoy fallando, y lo que más me importa, enséñame a amar más a Dios.” ³³
Éxodo 17, 3-7 Salmo 95 (94), 1-2. 6-9 Romanos 5, 1-2. 5-8
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E D I T A C I O N E S
de marzo, lunes Lucas 4, 24-30 Nadie es profeta en su tierra. (Lucas 4, 24) Hoy vemos que Jesús leyó en la sinagoga la profecía de Isaías acerca del Mesías y anunció que él había sido enviado a cumplirla. Al principio, todos habían reaccionado bien (Lucas 4,16-22), pero cuando añadió que “ningún profeta es bien recibido en su propia tierra” y les echó en cara que en el pasado los paganos habían respondido mejor a la gracia de Dios que los propios judíos, los presentes en la sinagoga se enfurecieron y quisieron arrojarlo por un despeñadero. ¿Por qué una reacción tan violenta? Porque a nadie le gusta que les hagan ver sus faltas y pecados y menos aún en público, especialmente si son actitudes y hábitos que han mantenido por generaciones. Sin duda el Señor quería que le escucharan, lo aceptaran y aprendieran lo que les quería enseñar, pero la gente no supo interpretar sus palabras. Lo interesante es que, si nosotros escuchamos este Evangelio, probablemente no reaccionemos como los nazarenos, pero a lo mejor pecamos de indiferencia. Después de haber escuchado tantas veces lo que se nos enseña acerca de Cristo y de la cruz, ya no le ponemos la misma atención que al principio. ¿Cuántas veces hemos escuchado la parábola del sembrador o del hijo pródigo? Conocemos tan bien estas enseñanzas que a lo mejor ya no esperamos
recibir ningún mensaje nuevo en ellas y pensamos, con cierto dejo de arrogancia, que los que deben arrepentirse no somos “nosotros”, sino “los pecadores”. Pero lo cierto es que todos necesitamos arrepentirnos de las muchas faltas que cometemos a diario y crecer en la vida espiritual. Entonces, ¿qué podemos hacer para aprovechar bien este Evangelio? Escuchar y leer con más atención la Palabra de Dios, porque su Palabra es “viva y eficaz”, aunque sea la misma que escuchamos la semana pasada o el mes pasado. Para muchos santos, la Palabra de Dios fue lo que les cambió la vida y también puede cambiar la nuestra. Dios tiene un plan maravilloso para sus hijos y quiere que lo conozcamos: “Yo sé los planes que tengo para ustedes, planes para su bienestar y no para su mal, a fin de darles un futuro lleno de esperanza” (Jeremías 29, 11). “Padre celestial, concédeme oídos atentos para escuchar tu Palabra, un corazón nuevo para recibirla y la gracia de tu Espíritu Santo para obedecerla.” ³³
2 Reyes 5, 1-15 Salmo 42 (41), 2-3; 43, 3-4
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de marzo, martes Mateo 18, 21-35 No sólo hasta siete, sino hasta setenta veces siete. (Mateo 18, 22) No hace falta indagar mucho para darse cuenta de que en el mundo actual hay una gran falta de amor y compasión. La vida personal y familiar, las comunidades e incluso el mundo entero serían diferentes si todos aceptáramos y practicáramos el mandato de Jesús de amar a Dios y al prójimo. ¡Qué extraño resulta que siendo el amor de Dios como un bálsamo que alivia y sana las profundas y dolorosas heridas causadas por el odio y el resentimiento, por lo general nos resistimos a aplicarnos ese bálsamo a nuestras heridas! Dios nos ha dado a conocer su amor en su Hijo Jesucristo, cuya vida y misión se caracterizaron por el amor. Su pasión, su muerte y su resurrección fueron la demostración de un amor y una misericordia jamás igualados: “Nadie tiene un amor tan grande como el que da la vida por sus amigos” (Juan 15,13). ¿Podemos acaso siquiera empezar a apreciar la inmensidad de esta compasión? La voluntad del Padre para su pueblo es que tengamos parte en su vida divina por medio de Cristo. Por eso, cuando leemos que él nos enseña que debemos perdonar “setenta veces siete” (Mateo 18,22), debemos reflexionar sobre esta parábola a la luz de lo que Dios desea 82 | La Palabra Entre Nosotros
para su pueblo y del ejemplo que nos dio el Señor. Pero por lo general, nos encerramos en nosotros mismos y decimos que no podemos perdonar, cuando en realidad tenemos que mirar a Jesús para ver que él no se limitó a enseñar acerca del perdón, sino que perdonó sin condiciones ni medida. Pero la capacidad de demostrar amor y compasión hacia los demás es fruto de la unión con el Padre por medio de Cristo. Nuestra compasión es la misma que Jesús tuvo con nosotros, y ella nos exige no cansarnos nunca de obedecer a Dios ni de hacer su voluntad, y no perder jamás la esperanza. Esta compasión cura, consuela, reconforta, perdona, alivia el dolor y lleva a muchos a la salvación; no excluye a nadie, y podemos ejercitarla por medio de nuestras acciones, palabras y oraciones. Es, sin duda, el bálsamo que restaura la salud del mundo. “Señor Jesús, ayúdame a estar siempre consciente de las oportunidades que encuentro en la vida para ser instrumento de tu misericordia y actuar conforme a ello.” ³³
Daniel 3, 25. 34-43 Salmo 25 (24), 4-9
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de marzo, miércoles Mateo 5, 17-19 No crean que he venido a abolir la ley o los profetas; no he venido a abolirlos, sino a darles plenitud. (Mateo 5, 17) En el Antiguo Testamento, Dios dio instrucciones a su pueblo por medio de la ley y los profetas. La Ley son los Diez Mandamientos que el Señor dio a Moisés en el Monte Sinaí y otros preceptos. Los profetas eran hombres y mujeres ungidos por Dios para ser sus portavoces ante el pueblo. En las escrituras hebreas, los textos conocidos como “los profetas” son los libros de Josué, Jueces, Samuel, Reyes, Isaías, Jeremías, Ezequiel, Daniel y los doce profetas menores. Jesús, la Palabra de Dios que vino al mundo, es el cumplimiento de todo lo que Dios había anunciado mediante la ley y los profetas. La palabra “cumplir” significa completar, aportar lo que falta. En este texto, el significado de “cumplir” incluye también el de perfeccionar lo imperfecto. Jesús reconoció que la ley de Moisés y los profetas eran buenos, pero imperfectos. Por eso dijo “no he venido a abolirlos, sino a darles plenitud” y añadió que “el que quebrante uno de estos preceptos menores y enseñe eso a los hombres, será el menor en el Reino de los cielos.” Mateo señala en su Evangelio (5, 21-48) seis aspectos de la vida humana (asesinato, adulterio, divorcio,
juramentos, venganzas y amor a los enemigos) en los que había que perfeccionar la ley. Por su muerte y su resurrección, el Señor nos da la posibilidad de vivir según la ley y los profetas. Incluso dijo que ni un punto ni una letra se le quitaría a la ley. Lo que Jesús quería explicar era que la forma de vida descrita en la ley y los profetas era buena y que, unidos a él, nosotros podemos cumplirla. ¿Cómo puede nuestra justicia ser mayor que la de los escribas y fariseos? Puede serlo porque tenemos algo que ellos no tuvieron: la presencia de Jesús en nosotros por el poder del Espíritu Santo. Por nuestros propios méritos, somos incapaces de cumplir los mandamientos; pero con Cristo en nuestro corazón, tenemos la fuerza y el entendimiento necesarios para ser obedientes. “Jesús, Señor mío, te doy gracias porque, por la fe y el Bautismo en tu muerte y resurrección, he recibido el poder que me habilita para vivir a la luz de tus enseñanzas y ser obediente al Padre.” ³³
Deuteronomio 4, 1. 5-9 Salmo 147, 12-13. 15-16. 19-20
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de marzo, jueves San José, esposo de la Bienaventurada Virgen María Mateo 1, 16. 18-21. 24 Era hombre justo. (Mateo 1, 19) José era hombre justo y no quiso exponer a la Virgen María, desposada ya con él y embarazada, a la vergüenza del escándalo público y al castigo. Según la costumbre judía sobre el compromiso conyugal, se consideraba que ellos ya estaban casados, aunque él aun no la había llevado a su casa, lo cual significaba que el embarazo de ella era bastante problemático. Por eso, consciente de la justa exigencia de la ley, intentó resolverla con suavidad, es decir, divorciase de María en privado y continuar con su vida. Justo y misericordioso, ese es San José. Pero la historia no termina ahí. Su plan se ve interrumpido cuando un ángel le dice en sueños que no dude en llevar a María a su casa, porque el embarazo de ella proviene del Espíritu Santo y es para la salvación de Israel. José sabía que esta unión podría traerle muchos problemas: vergüenza a su hogar y deshonor para su familia. Los vecinos los verían con recelo y hasta peligraría su negocio de carpintería. Y, ¿cuál sería su posición en la sinagoga? Pero José no dudó, e hizo exactamente lo que el ángel le mandó. Llevó a María a su hogar, y estuvo dispuesto a aceptar la vergüenza y la desgracia que podrían recaer sobre ellos. 84 | La Palabra Entre Nosotros
José fue capaz de asumir todo esto porque confiaba en Dios; porque creyó en la palabra del ángel de que Dios estaba haciendo algo nuevo con María y su Hijo. Es más, de alguna forma misteriosa, las acciones de José prefiguran lo que Jesús haría por nosotros: al igual que Cristo, José estuvo dispuesto a arriesgar su reputación, aceptó el rechazo y la oposición por la causa del plan de Dios. Todas estas acciones colocan al padre adoptivo de Jesús a la cabeza de una larga lista de santos que obedecieron a Dios arriesgando su propia reputación: por ejemplo, San Francisco de Asís, que renunció a sus grandes riquezas para vivir como un santo mendicante; o Santa Juana de Arco, que desafió las limitaciones sociales de su época para cumplir su misión divina. Así que no temas decirle que sí al Señor, aun cuando eso te ponga en contra de lo que normalmente hacen los demás. Recuerda que en San José tienes un padre que te cuida paso a paso en tu camino. “Gracias, Padre, por San José, un hombre justo y un modelo santo de fe.” ³³
2 Samuel 7, 4-5. 12-14. 16 Salmo 89 (88), 2-5. 27. 29 Romanos 4, 13. 16-18. 22
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de marzo, viernes Marcos 12, 28-34 Amarás al Señor, tu Dios, con todo tu corazón, con toda tu alma… (Marcos 12, 30) El Evangelio de hoy nos enseña que el amor es el corazón y el fundamento de nuestra fe cristiana y es la voluntad de Dios para todo ser humano. Por eso, lo que Jesús enseñó acerca del amor tuvo buena acogida en el corazón del escriba. Jesús vio que, por reconocer la importancia del amor en el plan de Dios, este escriba estaba muy cerca del Reino de los cielos. Los cristianos hemos escuchado muchas veces el mandamiento de Jesús, pero ¿cómo lo estamos cumpliendo? ¿En qué medida estamos amando al prójimo de obra y en verdad y no solamente hablando del amor? El amor verdadero es costoso. A veces es muy difícil amar, especialmente a nuestros enemigos; pero Jesús puede ablandar nuestro corazón y el Espíritu Santo nos ayuda a amar más allá de nuestra limitada capacidad humana. El pasaje de hoy nos plantea otro interrogante: ¿Qué nos parecen aquellas personas que sin ser seguidoras de Jesús actúan con amor y bondad? ¿Los miramos con compasión e incluso admiración, aunque no sean cristianos comprometidos? Los que no comparten nuestras creencias religiosas, e incluso los que tienen puntos de vista muy desviados acerca de Dios, pueden acoger en su corazón
las enseñanzas de Jesús. Posiblemente ellos, como el escriba, estén muy cerca del Reino de Dios. Amar a Dios y al prójimo es lo más importante que podemos hacer. Como lo dijo una vez San Juan de la Cruz: “En el crepúsculo de la vida, seremos juzgamos por el amor que hayamos demostrado.” Jesús quiere que nuestra vida esté marcada por un amor que busque el bien de los demás y esté dispuesto a asumir una humilde actitud de servicio. Jesús nos ofrece oportunidades de amar día tras día, y la gracia de aprovechar estas oportunidades. Si amamos con su amor, no tenemos idea de cómo podremos influir en quienes nos rodean. ¿Quién sabe? Posiblemente lo que hagamos por amor al prójimo sirva de aliciente para que otras personas tomen ciertas decisiones que las incorporen más de lleno en el Reino de Dios. Oremos por todos los que tratan sinceramente de amar de verdad y en forma práctica. “Jesús, Señor mío, infunde en mi corazón una mayor capacidad de amar, y enséñame a amar como tú amas.” ³³
Oseas 14, 2-10 Salmo 81 (80), 6-11. 14. 17
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de marzo, sábado Lucas 18, 9-14 El fariseo, erguido, oraba así en su interior. (Lucas 18, 11) En esta parábola que hoy nos narra Jesús, podría entenderse que la oración del fariseo es de agradecimiento, pero mientras más habla, más claro se ve que está tan lleno de sí mismo que jamás eleva la mirada hacia Dios, al punto de que su ensimismada actitud termina por alejarlo de Dios, a quien supuestamente le habla. En cambio, el cobrador de impuestos se dirige a Dios con una actitud de humildad muy distinta de la del fariseo, sin atreverse a levantar los ojos al cielo porque se reconoce pecador y admitiendo su gran necesidad de Dios; esto mismo lo lleva a entrar en la misericordia divina. La humildad le abre el camino para recibir el perdón y regresar en paz y justificado a su casa. Estos dos personajes nos muestran cuál es la clave de la oración: desapegarnos de nosotros mismos y enfocar la atención en Dios; escuchar las palabras misericordiosas del Señor en vez de echarnos flores por lo que hacemos o no hacemos Sabemos lo difícil que es mantener la atención centrada en el Señor durante la oración, porque tenemos preocupaciones que nos distraen mucho, o bien estamos física y emocionalmente cansados y la mente empieza a divagar. O también puede resultarnos difícil concentrarnos porque estamos llenos de alegría por 86 | La Palabra Entre Nosotros
algo bueno que sucedió o nos embarga la tristeza por una noticia mala que acabamos de recibir. Dios sabe que la vida humana es una lucha constante; conoce los obstáculos que enfrentamos y se complace en los esfuerzos que hacemos para enfocar la mente y la atención en él. Recuerda esto hoy cuando te dirijas a Dios en la oración. Ya sea haciendo tu propia plegaria personal o recitando una oración de la Misa de hoy, recuerda que el Señor te espera con ilusión, como un padre listo para alzar en brazos a su pequeño cuando éste le extienda sus bracitos. No te sorprendas si se te va la atención. Si te ayuda de alguna manera, fija la mirada en un crucifijo o presta atención a la letra de un himno. Sea lo que sea que hagas, recuerda que cada vez que acudas a Dios con humildad, él te responderá. Cada vez que reconozcas tu necesidad, él te dará palabras de misericordia y te levantará. ¡El Señor disfruta mucho del tiempo que pasa contigo! “Amado Jesús, gracias por tus palabras de misericordia, que me llenan el corazón.” ³³
Oseas 6, 1-6 Salmo 51 (50), 3-4. 18-21
MEDITACIONES MARZO 22-28
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de marzo, Cuarto Domingo de Cuaresma Juan 9, 1-41 Nació así para que en él se manifestaran las obras de Dios. (Juan 9, 3) Hoy leemos que Jesucristo curó al ciego al salir del Templo y explicó: “Es necesario que yo haga las obras del que me envió.” San Juan Crisóstomo comenta sobre el Evangelio de hoy: “Mientras es de día”, es decir, mientras es permitido a los hombres creer en mí, o mientras dure esta vida, “conviene que yo obre”. Y esto mismo da a entender en las palabras siguientes: “luego llega la noche y ya nadie puede trabajar”. Se dice noche, según aquellas palabras de San Mateo (22, 13): “Échenlo a las tinieblas de afuera”. Allí será noche en la que nadie podrá obrar, sino recibir el merecido de sus obras. Si has de hacer alguna cosa, hazla mientras te dura la vida, pues concluida ésta no habrá ya ni fe, ni trabajos, ni arrepentimiento. Por sus obras había hecho brillar la verdad de lo que acababa de decir, por eso el evangelista añade: “Dicho esto, escupió en el suelo, hizo lodo con la
saliva y se lo puso en los ojos al ciego”. El que hizo de la nada sustancias mayores, pudo con más razón hacer ojos sin materia alguna, pero quiso enseñarnos que él era el mismo Creador, que al principio se sirviera de lodo para formar al hombre. Por eso no se sirve de agua para hacer el lodo, sino de saliva, para que no atribuyéramos nada a la virtud de la fuente y entendiésemos que por la virtud de su boca hizo y abrió los ojos. Por último, a fin de que la curación no se atribuyese a la virtud de la tierra de que se había servido, le mandó que fuese a lavarse. Y le dijo: “Ve a lavarte en la piscina de Siloé”, para que sepas que yo no necesito de lodo para dar vista. Y como Cristo era el que comunicaba a la piscina de Siloé toda su virtud, el evangelista nos da en seguida la interpretación de este nombre cuando añade “que significa Enviado”, para enseñarnos que el que sana en ella es Cristo. Sí, hermano, Jesús es el que sana y él se vale de cualquier cosa o de ninguna para curarnos. Solo basta pedirle con fe y devoción. “Amado Jesús, sáname, te lo ruego, pues yo también quiero ver.” ³³
1 Samuel 16, 1. 6-7. 10-13 Salmo 23 (22), 1-6 Efesios 5, 8-14
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de marzo, lunes Santo Toribio de Mogrovejo, obispo Juan 4, 43-54 Le rogó que fuera a curar a su hijo, que se estaba muriendo. (Juan 4, 47) Hoy volvemos a encontrar a Jesús en Caná de Galilea, donde hace un nuevo milagro: la curación del hijo de un funcionario real. Lo que llama la atención de este nuevo milagro es que Jesús actúa a la distancia, no acude a Cafarnaúm para curar directamente al enfermo, sino que sin moverse de Caná hace posible el restablecimiento: Le dice el funcionario: “Señor, ven antes de que mi muchachito muera.” Jesús le contestó: “Vete, tu hijo ya está sano.” (Juan 4, 49-50). De esta forma, Cristo demuestra que tiene poder sobre todas las cosas y en cualquier parte. Esto nos recuerda a todos nosotros que podemos hacer mucho bien a distancia, es decir, sin tener que hacernos presentes en el lugar donde se nos solicita nuestra generosidad. Así, por ejemplo, ayudamos al Tercer Mundo colaborando económicamente con nuestros misioneros o con entidades católicas que están allí trabajando. Ayudamos a los pobres de barrios marginales de las grandes ciudades con nuestras aportaciones a instituciones como Caridades Católicas, sin que debamos pisar sus calles. O, incluso, podemos dar una alegría a mucha gente que está muy distante de nosotros con una llamada de teléfono, una carta o un correo
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electrónico. Muchas veces nos excusamos de hacer el bien porque no tenemos posibilidades de hacernos físicamente presentes en los lugares en los que hay necesidades urgentes. La distancia no es ningún problema a la hora de ser generoso, porque la generosidad sale del corazón y traspasa todas las fronteras. Como diría San Agustín: “Quien tiene caridad en su corazón, siempre encuentra algo que dar.” Pero el bien que hacemos no ha de limitarse a aportar dinero o bienes materiales; también hemos de rezar por esas personas necesitadas y, si es posible, compartir con ellas la buena noticia de la salvación; es decir, no solo darles ayuda social o económica, sino evangelizarles. Esto es algo que piden, por ejemplo, los habitantes de la Amazonía. Los católicos les dan ayuda social, pero los evangélicos les hablan de Cristo. Nosotros también debemos hacerlo, pues a eso nos mandó el Señor. “Cristo, Señor y Salvador mío, ayúdame a ser generoso y también compartir la buena nueva de la salvación.” ³³
Isaías 65, 17-21 Salmo 30 (29), 2. 4-6. 11-13
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de marzo, martes Juan 5, 1-3. 5-16 Jesús le dijo: “Levántate, toma tu camilla y anda.” (Juan 5, 8) En el Evangelio de hoy leemos que Jesús le preguntó al inválido: “¿Quieres curarte?” Para alguien que había estado lisiado durante treinta y ocho años, la respuesta era obvia: “¡Claro que sí!” Sin embargo, en el ámbito espiritual, esta pregunta no es tan fácil de contestar. Para decir que queremos ser curados, tenemos que reconocer que estamos enfermos y que los tortuosos caminos que seguimos solo conducen a una enfermedad mayor. Tenemos que reconocer que somos incapaces de curarnos a nosotros mismos y confesar humildemente que nuestra situación es irremediable. Pero el Señor nos invita no solo a admitir que no podemos sanar, sino a decirle como el enfermo del Evangelio: “No tengo a nadie que me meta en la piscina.” Es cierto que la salud, la seguridad financiera, una buena familia y amigos leales son valores muy importantes en la vida, pero ninguno de ellos puede comunicarnos la vida del Padre; ninguno puede darnos la paz y la salud que necesitamos. Nuestra única esperanza está en el Hijo de Dios. Viendo que el enfermo tenía fe para incorporarse, Jesús le ordenó: “Levántate, toma tu camilla y anda.” El hombre se levantó y caminó, a pesar de no haberlo hecho en 38 años, porque creyó que el poder de la palabra de Cristo lo sanaría.
El Señor quiere que nosotros respondamos con la misma fe, que confiemos en él y actuemos obedeciendo su palabra. Cuando pongamos nuestra fe en acción, Jesús nos sanará por completo. Cuando Cristo vio al hombre más tarde le dijo: “Mira, ya quedaste sano. No peques más, no sea que te vaya a suceder algo peor.” La curación física puede devolverle a una persona la libertad de movimiento; así también, la sanación espiritual puede librarnos de muchas trabas emocionales. Pidámosle al Señor que nos sane de toda enfermedad y dolencia física, y también de todo trauma y herida emocional que tengamos, pero al mismo tiempo debemos perdonar a quienes nos hayan herido y renunciar a los rencores que tal vez hayamos guardado por mucho tiempo. Así como le dijo al enfermo que se levantara y caminara, así quiere que tú y yo le sigamos. “Amado Jesús, ayúdame, Señor, a comprender que la única esperanza eres tú, y que contigo tengo todo lo que necesito.” ³³
Ezequiel 47, 1-9. 12 Salmo 46 (45), 2-3. 5-6. 8-9
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de marzo, miércoles La Anunciación del Señor Lucas 1, 26-38 Cúmplase en mí lo que me has dicho. (Lucas 1, 38) La iglesia de la Anunciación en Nazaret está construida sobre el sitio donde, según la tradición, la Virgen María recibió el anuncio del ángel. En la planta inferior de la iglesia hay un altar con esta descripción: Verbum caro hic factum est, es decir “Aquí el Verbo se hizo carne.” Aquí. La Encarnación sucedió aquí, en un pueblito de Galilea. Esa inscripción nos indica que Dios se hizo hombre en un momento específico del tiempo, y allí entró en la historia de la humanidad; su nacimiento, su muerte y su resurrección cambiaron el curso de la historia para siempre. Ahora piensa: Jesús también tuvo su propia historia personal. Cuando María pronunció su sí al Señor, el Espíritu Santo se posó sobre ella, y Jesús fue concebido en su vientre. María lo dio a luz y lo amamantó, y allí estuvo el Niño rodeado de tías, tíos, primos y abuelos. De sus padres aprendió sus primeras palabras y, siguiendo los pasos de José, aprendió el oficio de carpintero. También asistía a la sinagoga cada sábado como buen niño judío. Tú también tienes una historia personal, y Jesús, por haberse encarnado, entró a formar parte de tu historia y ahora él habita en tu corazón, ¡todo el tiempo! 90 | La Palabra Entre Nosotros
Jesús está ahí contigo mientras lees estas palabras. Estaba contigo cuando te levantaste esta mañana y estará contigo cuando te vayas a dormir. Te acompaña al trabajo y se queda cuidando a tu familia. Y está presente en cada momento de alegría o pesar que experimentes en la vida, en cada suceso importante o insignificante, en todas tus plegarias cuando le pidas ayuda al Padre y en todas tus palabras de alabanza y acción de gracias. Además, debido a que él habita en tu ser, también está presente para todos aquellos con quienes tú conversas día a día, y procura captar la atención de cuantos hablan contigo diariamente. Esto es lo que Dios hace por ti, y continuará haciéndolo por cada persona que le dice que sí, al igual que María, hasta que regrese otra vez. Así que, en esta gloriosa fiesta, dile a Cristo Jesús lo muy agradecido que estás porque él vino a la tierra, y por vivir su propia historia personal y también la tuya. “Señor Jesús, concédeme la gracia de estar siempre consciente de que tú vives en mí.” ³³
Isaías 7, 10-14; 8, 10 Salmo 40 (39), 7-11 Hebreos 10, 4-10
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de marzo, jueves Juan 5, 31-47 Ustedes estudian las Escrituras. (Juan 5, 39) ¿Alguna vez has leído un pasaje de la Biblia y luego te has quedado tratando de entender qué es lo que te quiso decir el Señor? Si no lo comprendiste, tal vez hayas decidido dejar la Biblia a un lado pensando que ese pasaje es incomprensible o que en realidad no tiene aplicación en tu vida. Pero en alguna parte dentro de tu corazón, percibiste que había algo en esa lectura que te hablaba, aunque no logres comprender de qué se trataba. Todos sabemos que Dios se nos quiere revelar a través de su Palabra; pero, al igual que todo lo demás en la vida cristiana, la Escritura no cobra sentido en forma mágica para quienes la leen, pues es necesario leerla con amor y fe y cooperar con el Espíritu Santo, y eso requiere tiempo, dedicación y perseverancia. La guía que incluimos a continuación te servirá para escuchar al Señor cuando leas su Palabra. Intenta seguirla durante los próximos días y observa si te da buenos resultados. • Selecciona un pasaje de la Escritura para leer, por ejemplo, las lecturas de la Misa diaria con las meditaciones que presentamos en esta revista. • No empieces a leer de inmediato, haz primero una oración. • Luego, lee el pasaje de la Palabra de Dios que has escogido.
• Léelo de nuevo despacio, meditando en las palabras o frases que más te llamen la atención. • Imagínate que tú mismo estás presente en la escena que describe el pasaje. • Imagínate que Jesús está sentado frente a ti y te cuenta la historia él mismo. • Permanece quieto y en silencio. En este período de calma, pueden surgir palabras o imágenes en tu mente, y podría ser que Dios te esté hablando, especialmente si las imágenes e ideas te hacen sentir más cerca de Cristo, te llenan de esperanza o te inspiran para ser más amable y perdonar a otros. • Procura anotar lo que crees que Dios te está diciendo, y termina con una oración de alabanza y acción de gracias. Dios quiere revelarse a sus hijos en la Sagrada Escritura, pero solamente reflexionando en silencio aprendemos a escuchar su voz. “Espíritu Santo, tranquiliza mi corazón y ayúdame a leer tu Palabra con ojos renovados, para que tu revelación penetre en mi vida y me lleve a imitar más a Cristo.” ³³
Éxodo 32, 7-14 Salmo 106 (105), 19-23
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de marzo, viernes Juan 7, 1-2. 10. 25-30 Yo no vengo por mi cuenta, sino enviado por el que es veraz. (Juan 7, 28) Cuando los jefes religiosos buscaron a Jesús para darle muerte, él los enfrentó con serenidad, pero decidido a cumplir la voluntad de su Padre. Él sabía cuál era su identidad, de dónde venía y adónde iba; pero le pareció necesario cuestionar la afirmación de sus opositores de que ellos lo conocían. Posiblemente se nos ocurra preguntar ¿por qué no reconocieron que en él actuaba el poder de Dios, o el amor de Dios que se manifestaba en sus palabras? El libro de la Sabiduría nos da una respuesta: “Así discurren los malvados, pero se engañan; su malicia los ciega” (Sabiduría 2, 21). Los detractores de Jesús pensaban que conocían al Señor, pero se equivocaban porque el verdadero entendimiento de la Persona de Cristo viene solamente por revelación. Esta es la esencia de la oración: Buscar humildemente la presencia y la sabiduría de Dios. Cuando uno reconoce su absoluta necesidad y su condición de pecador, puede presentarse ante el Señor para que el Espíritu Santo le llene el corazón y la mente de la verdad divina, una verdad que transforma y enseña. San Agustín explicó cuál es la diferencia entre conocer algo acerca de Dios con la mente natural y hacerlo mediante una revelación: “Cuando joven, ambicionaba
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aplicar al estudio de las Sagradas Escrituras todos los refinamientos de la dialéctica. Lo hice, pero sin la humildad de un auténtico buscador. Se suponía que debía tocar a la puerta para que ésta se abriera delante de mí; pero en lugar de eso, yo mismo la estaba cerrando, tratando de entender con soberbia lo que solamente se puede aprender con la humildad. Pero el Señor, que es todo misericordioso, me levantó y me guardó” (Sermón 51, 6). El Señor quiere levantarnos a todos y comunicarnos palabras de amor y sabiduría. Ahora que nos encontramos en la peregrinación cuaresmal hacia la Pascua, pídele al Espíritu Santo que te conceda una revelación acerca del corazón del Padre y te abra los oídos para escuchar la voz de Jesús. Dios quiere darte mucho más: la gracia necesaria para comprender su amor, aceptar la cruz, obedecer su palabra y crecer en santidad. “Señor mío Jesucristo, quiero conocerte de verdad. Lléname de tu Espíritu Santo, te lo ruego, para que yo sea un beneficiario generoso de tu divina revelación.” ³³
Sabiduría 2, 1. 12-22 Salmo 34 (33), 17-21. 23
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de marzo, sábado Juan 7, 40-53 Nadie le puso la mano encima (Juan 7, 44). ¿Has notado alguna vez que, en numerosas ocasiones, durante el ministerio público de Jesús, algunos quisieron arrestarlo o silenciarlo, sin embargo no llegó a pasar nada? Por ejemplo, sus paisanos nazarenos intentaron una vez arrojarlo a un precipicio, y más de una vez algunos judíos de Jerusalén tomaron piedras para apedrearlo (Lucas 4, 28-30; Juan 8, 59; 10, 31). Sin embargo, de una manera u otra, él pasaba en medio de la multitud y se alejaba, y al día siguiente seguía predicando y sanando gente. ¿Cómo lograba hacer esto? Por su propio poder divino y su sabiduría. Es muy simple: aún no había llegado su hora, así que no permitía que sus detractores obstaculizaran ni interrumpieran su misión. De hecho, él mismo lo explica en el Evangelio según San Juan: “Nadie me quita la vida, sino que yo la doy por mi propia voluntad” (Juan 10, 18). Jesús no puede ser detenido ni por soldados, ni por sus familiares ni por todos los poderes que hay sobre la tierra o debajo de ella. Siempre ejerce un control absoluto y constantemente hace cosas que revelan más su propia identidad y por qué su Padre lo envió al mundo. Aun cuando nadie ni nada podía impedir que Jesús llevara a cabo su misión de rescatar a la humanidad, es completamente
posible que nosotros cerremos el corazón a su amor y los oídos a su Palabra. Tal vez tengamos una “multitud” de quehaceres hogareños, obligaciones, juegos deportivos u otras distracciones que nos impiden ponerle atención; o tal vez alguna área de pecado o egoísmo que nos nubla la vista y nos impide ver lo que él trata de hacer en nosotros. ¡No permitas que te suceda eso! Procura escuchar con una mente abierta y encontrarte con él con un corazón abierto. Si no has empezado a hacerlo aún, ahora es un buen momento para comenzar a rezar diariamente, y si hay algún hábito desordenado que te impida aceptar el amor de Dios, ve a confesarte. Haz lo que sea necesario para que puedas ver a Cristo y deja que él actúe en tu vida. El Señor siempre va hacia adelante; siempre te está llamando e invitando a avanzar con él. Es un privilegio y un honor del que nadie debería privarse. “Espíritu Santo, Señor, haz que las palabras de Jesús se graben en mi corazón para que nada me impida escucharlo y seguirlo.” ³³
Jeremías 11, 18-20 Salmo 7, 2-3. 9-12
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MEDITACIONES MARZO 29-AL 4 DE ABRIL
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de marzo, Quinto Domingo de Cuaresma Juan 11, 1-45 Yo soy la resurrección y la vida. (Juan 11, 25) Lázaro de Betania había muerto y ya llevaba cuatro días sepultado. Seguramente Marta, su hermana, se repetía sin cesar la promesa de que Dios sacaría a su pueblo de la tumba. Cuando supo que Jesús había llegado, corrió a recibirlo entre suspiros de alivio. ¡Qué bueno era escuchar las palabras reconfortantes de Cristo de que Lázaro resucitaría! Claro, en el último día volvería a la vida, pero ¿por qué quería Jesús que abrieran la tumba ahora? Así, tal como Jesús vino a la tumba de Lázaro, del mismo modo viene a nosotros cada día, para renovarnos y elevarnos a su presencia. Quiere transformar nuestros pensamientos y esperanzas, para que experimentemos el poder de su vida, que disipa la oscuridad del pecado; viene a invitarnos a permanecer unidos a él y dejar que sus tiernas palabras de amor nos consuelen al leer los Libros Sagrados. Y como siempre está con nosotros, podemos mantenernos en paz. 94 | La Palabra Entre Nosotros
¿Qué pesar llevas tú en el corazón hoy día? A veces las actitudes y valores del mundo nos arrastran a la incredulidad, la indiferencia y la inseguridad. Y tal como Jesús mandó que le quitaran a Lázaro los lienzos que lo mantenían atado, así también desea librarnos de todo aquello que nos encadena, nos impide ser libres y nos priva del gozo del Espíritu Santo. En efecto, día a día quiere librarnos un poco más. Así, pues, cada vez que nos sintamos agobiados, Jesús está de pie frente a nuestra tumba y nos llama por nuestro nombre: “¡Sal fuera! Ya te he liberado. ¡La muerte ha sido destruida!” ¿Cómo hemos de responder? Lo hacemos dándole gracias y alabándolo, haciendo oración, invocando su Sangre preciosa y purificadora, confiando en su autoridad contra los engaños de Satanás y reafirmando la verdad que nos declara la Escritura. Incluso cuando nos sentimos exhaustos, de mente y de espíritu, podemos pedirle al Señor que nos llene de su inmenso amor. ¡Jesús es quien nos resucita! “Cristo, Salvador mío, gracias por amarme incondicionalmente.” ³³
Ezequiel 37, 12-14 Salmo 130 (129), 1-8 Romanos 8, 8-11
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de marzo, lunes Juan 8,12-20 Yo soy la luz del mundo. (Juan 8, 12) Jesús declaró a viva voz que él era la luz del mundo, una afirmación que sorprendió y desconcertó a los fariseos, que luego lo desafiaron a presentar pruebas de sus afirmaciones. Hay muchos católicos que hoy también piden pruebas para creer en Cristo. Ante la exigencia de los fariseos de que presentara testigos de sus afirmaciones, como lo exigía la ley, según la interpretación rabínica (Deuteronomio 19,15), el Señor afirmó que su testimonio era válido porque tenía dos testigos: el testimonio de sí mismo y el del Padre, pero los fariseos no aceptaban su testimonio porque no lograban ver que los milagros que Cristo hacía y su sabiduría eran pruebas fehacientes de la veracidad de sus afirmaciones. Hoy, el Hijo y el Padre también dan testimonio para nosotros, y el Espíritu Santo nos hace ver que el testimonio es verdadero hablándonos al corazón y guiándonos hacia la verdad (Juan 16, 13). La experiencia de los santos señala igualmente la validez de esta declaración, porque ellos nos enseñan mucho de lo que sucede cuando abandonamos las objeciones humanas y dejamos que el Espíritu Santo nos permita ver la autenticidad del testimonio de Cristo. A su vez, la comunidad de los fieles demuestra la obra del
Espíritu viviendo en la práctica la verdad de Dios. Dice la máxima popular que “las acciones hablan más fuerte que las palabras” y esto fue lo que hicieron los cristianos que se convirtieron al ver el testimonio de vida de Cristo mismo y luego de los apóstoles, y eso mismo lo podemos hacer nosotros, especialmente si hemos tenido un encuentro personal con el Señor, gracias al cual el Espíritu Santo puede actuar en nosotros y darnos a conocer a Jesús: la luz del mundo, la guía segura y el maestro perfecto para nuestra vida. La obra del Espíritu en nosotros nos convence de la veracidad de las palabras del Señor, nos inspira a amarlo y nos infunde un ardiente deseo de seguirlo. Estemos, pues, atentos a los testigos que nos hablan, y pidámosle al Espíritu Santo que nos haga ver claramente que lo que nos enseña Jesús es la verdad. Si estamos bien dispuestos, este testimonio nos llegará al corazón con toda fuerza y claridad (Juan 14,26; 15,26). “Espíritu Santo, enséñame a conocer personalmente a Jesús, la luz del mundo. Ayúdame a seguir tu guía y escuchar tu voz.” ³³
Daniel 13, 1-9. 15-17. 19-30. 33-62 Salmo 23 (22), 1-6
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de marzo, martes Juan 8, 21-30 Cuando hayan levantado al Hijo del hombre, entonces conocerán que Yo Soy. (Juan 8, 28) Moisés levantó la serpiente de bronce y quienes la contemplaron vieron dos cosas: primero, una visión gráfica de sus propios pecados, porque las murmuraciones, las acusaciones y las quejas son tan mortíferas como las serpientes y se deslizan furtivamente entre las personas obstaculizando o torciendo la obra de Dios. Segundo, vieron claramente la misericordia de Dios, porque todos cuantos miraban la serpiente de bronce sanaban instantáneamente. De modo similar, cuando nosotros miramos fijamente a Cristo crucificado, nos vemos más claramente a nosotros mismos y también al propio Jesús. Vemos que somos capaces de herir mortalmente a otros por la indiferencia, el egoísmo y el orgullo; vemos que podemos ser tal como Pilato cuando nos lavamos las manos ante el sufrimiento de los necesitados; como los soldados cuando maltratamos a quienes no respetamos; como la muchedumbre que fácilmente se deja llevar por la corriente del momento y rechaza a quienes no sigan esa corriente. Somos como los aspirantes a discípulos que huyen a la primera señal de problemas y como los amigos que se quedan paralizados por el miedo. Vemos que nuestras propias acciones le han causado el gran 96 | La Palabra Entre Nosotros
dolor que el Señor experimenta mientras se encuentra crucificado sufriendo por nuestros pecados. Pero eso no es todo. Si miramos fijamente al crucifijo, vemos también a Dios que se hizo hombre porque nos ama; vemos a Jesús que nos mira a cada uno con gran ternura y compasión. Le oímos decir que promete el perdón y la vida eterna a todo el que se acoja a él arrepentido. Vemos a un Mesías que nos ama tanto e incondicionalmente que está dispuesto a vencer no solo nuestros pecados, sino la muerte misma. Dedica hoy un momento para contemplar un crucifijo, en casa o en la iglesia. No te preocupes si tienes o no algo que decirle al Señor. Solo arrodíllate allí y fija la mirada en él con alegría y gratitud. Ten el coraje de entender lo que él te haga ver sobre ti mismo, pero no te detengas allí. Sigue contemplándolo fijamente hasta que sientas que su amor es más poderoso que tu pecado y que te eleva a la presencia de Cristo Jesús, tu hermano y Redentor. “Señor mío Jesucristo, gracias infinitas por amarme tanto que aceptaste ser levantado en la cruz para salvarme.” ³³
Números 21, 4-9 Salmo 102 (101), 2-3. 16-21
Foyer de Charité “Santa Rosa” Un lugar especial para Retiros Espirituales
Programa del mes: Febrero, Marzo y Abril 2020 Retiro de 6 días en silencio (de Lunes 6:00 pm a Domingo 3:00 pm) 24 Febrero a CUARESMA: CAMINO HACIA LA PASCUA 1° Marzo Para mayores de 18 años Padre Oscar del Busto 24 Febrero a LAS HERIDAS QUE SANA EL AMOR 1° Marzo Para mayores de 18 años Padre Carlos Salas En la ciudad de Trujillo 23 al 29 de Marzo
BÚSQUENME A MI Y VIVIRÁN Para mayores de 18 años Padre Christian de Penfentenyo En la ciudad de Cajamarca
08 al 12 de Abril TRIDUO PASCUAL: TANTO AMÓ DIOS AL MUNDO Para mayores de 18 años Padre Christian de Penfentenyo
Otros retiros ó jornadas: Consultar directamente con la Casa de Retiro Foyer de Charité “Santa Rosa” Av. Bernardo Balaguer s/n - Ñaña Telf. 359-0101
El Señor de los Milagros en el penal Castro Castro
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